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Bienvenid@ a este hermoso regalo para tu vida. 
 
Nada es casualidad tampoco el que recibieses esto, los ángeles creen 
en ti aun cuando no creas en ellos. Trabajan en equipo siendo uno y 
uno son todos, no creen en el individualismo y dan la respuesta por 
adelantado. Solo falta que aprendas a ver ello. 
 
¿De que serviría si somos escuchas y no hacedores de mensajes? 
 
Basándonos en este concepto y en agradecimiento a lo que estarás por 
recibir o encontrar en este libro. Te invito a hacer lo siguiente si ver-
daderamente deseas seguir produciendo esta magia ahora siendo tú, 
parte de la misma. No te quedes solo con la pluma, el numero o el 
Amen y se “TU” ahora ese ángel para alguien más… 
 
“Hagamos juntos una cadena de milagros, trabajando en el mismo 
equipo que los ángeles. “Todos somos uno y uno somos todos” 
 
 
ANTES DE COMENZAR A LEER 
 
COMPARTE ESTE REGALO CON 
11 PERSONAS MAS. 
 
 
Gracias a la continuidad de esto es que lo recibiste tú, no seamos indi-
vidualistas. No si deseas realmente vivir esto a continuación. 
 
 
 
 
 
 
 
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Aprenda a ver Más Allá 
Y viva junto a los milagros 
Gerard Leiser 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
Gerardleiser.com – Instagram: @gerleiser 
 
 
 
 
 
 
 
Aprenda a ver Más Allá: Y viva junto a los milagros 
Copyright © 2017 por Gerard Leiser 
Título: Aprenda a ver Más Allá 
© 2017, Gerard Leiser 
Revisión: Yotta-Bay 
Todos los derechos reservados 
Términos legales: 
 
No está permitida la reproducción total o parcial de este libro, ni su trata-
miento informático, ni la transmisión de ninguna forma o por cualquier medio, 
ya sea electrónico, mecánico, por fotocopia, por registro u otros medios, sin el per-
miso previo y por escrito del titular del Copyright. © 2017, Gerard Leiser 
 
Usted de tener una copia en posesión puede compartir el mismo con alguien 
más de forma gratuita. 
 
No está permitida su edición, toma de textos para promoción o venta sin los 
derechos o el permiso o aprobación previa legal del autor Gerard Leiser. 
 
Este libro es compartido de forma gratuita en decisión propia de su autor – Ge-
rard Leiser - y con posesión de sus derechos legales a plenitud de la autoría del 
mismo, la venta en su versión física es únicamente distribuida por su autor Gerard 
Leiser. 
 
Cualquier irrumpimiento de lo mencionado y registrado legalmente aquí men-
cionado, llevara a la toma de acciones legales. 
 
Para contactar con el autor: 
Gerard Leiser – Instagram: @Gerleiser – www.gerardleiser.com 
 
 
 
 
 
 
 
 
http://www.gerardleiser.com/
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Oración previa: 
 
 
"Ángeles en el cielo, Ángel guardián que estas aquí junto a mi y en tu 
nombre pude recibir esto. Te pido abrir mi corazón para tener la humildad 
para recibir y interpretar lo que en estos mensajes o experiencias me com-
parten. Si no me he detenido a tenerte como mereces en mi vida, estoy 
desde hoy abierta/to a poner de mi parte en poder mejorar nuestra rela-
ción. 
 
Tu sabiduría en mi mente de paz y tu amor el mío permita limpiar. Acepto 
y recibo con gozo, emoción y sin ego o reproches. Los planes o mensajes 
que has querido poner ante mí y que antes no pude ver. Lo acepto, recibo 
y agradezco. 
 
Prometo dedicar en adelante un poco mas de tiempo para ti, así mismo 
lo demuestro en mi tiempo al comenzar a abrir este regalo recibido 
 
Que así sea y me encuentro agradecida/do. 
 
La siguiente hoja en blanco, tómala para tener un segundo de calma. Y 
prepárate para cambiar tu vida. 
 
 
Índice 
 
Agradecimientos .......................................................................................... i 
Importante .................................................................................................. iii 
Prólogo ........................................................................................................ v 
Primeros Aprendizajes ................................................................................ 7 
 Mi padre ................................................................................................12 
 Llegó el día tan esperado .......................................................................14 
Segundo primer aprendizaje ......................................................................17 
 El día en que todo comenzó ...................................................................23 
 Comenzaron a manifestarse ..................................................................27 
Puede estar en sus genes ...........................................................................33 
La doctora y mi mente ...............................................................................39 
No somos perfectos, Sí para Dios …………………………………………………………….47 
 Su verdadero ser ....................................................................................57 
Cuando los seres queridos deben partir .....................................................67 
Ser libre ..................................................................................................... 73 
Lo que usted emite es lo mismo que atrae .................................................81 
El lenguaje del más allá ..............................................................................89 
 Mi ángel de la guarda es una niña ..........................................................96 
La verdad sobre meditar ............................................................................99 
 Viajando durante la meditación ........................................................... 104 
 ¿Conocí una parte del Cielo? ................................................................ 106 
Muchas religiones, un solo Dios ............................................................... 110 
Agradezca siempre ................................................................................. 115 
Sobre el mal ........................................................................................... 119 
Viva junto a los milagros ......................................................................... 126 
 
 
 
i 
 
 
Agradecimientos 
En este libro presento muchas historias y vivencias que me han ocu-
rrido desde muy temprana edad. Experiencias realmente únicas e 
increíbles, y al compartirlas de forma pública me di cuenta de lo pode-
rosas que pueden ser para que otras personas también conozcan y vivan 
estos milagros. 
Me siento en deuda con todos aquellos que durante tanto tiempo me 
apoyaron en los distintos aprendizajes de mi camino, y quiero hacer 
algunos agradecimientos especiales a las siguientes personas que juga-
ron un factor muy importante: 
Gracias, 
A Dios, porque pese a que no entendía el porqué, me dio desde niño 
la bendición de vivir una vida única y bendecida. 
A mi padre, porque desde aquel día en que dejó su cuerpo frente a 
mí, cumplió su promesa de que jamás me dejaría solo. 
A mi madre, porque durante el transcurso de mi vida siempre ha 
sido mi fuente de apoyo y mi consejera. Agradezco especialmente toda 
su paciencia. 
A mi pareja, porque es mi cable a tierra y siempre cree en mí. Agra-
dezco tantas horas dedicadas a revisar que cada palabra de este libro 
tuviese sentido. 
A mis ángeles, por ser la guía en mi camino, aun cuando me frus-
traba al no entender sus decisiones. 
A cada uno de los que me han acompañado desde que comencé a 
compartir esta aventura. 
ii 
 
A todo aquel que me entregó la confianza de entrar en su vida pri-
vada, su historia y sus experiencias, por dejarme ser parte de sus 
vivencias y las de sus seres queridos ya fallecidos. 
Y gracias a usted, estimado lector, por estar aquí. Usted ya forma 
parte de este libro. 
 
 
 
 
 
 
 
Gracias a usted quien compartió este libro con 11 per-
sonas más o a usted que graciasa esas 11 personas recibió 
el mismo. ¿Casualidad o trabajo en equipo como lo hacen 
los ángeles? 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
iii 
 
 
Importante 
Este libro fue escrito basado en hechos reales, y la información que 
contiene puede ser muy influyente, en forma positiva o negativa, pues 
son enseñanzas que se derivan de las vivencias del autor. 
Se sugiere al lector que parta de su propia interpretación, para que 
este libro pueda darle los resultados que en él se comparten, siempre 
tomando en cuenta el libre albedrío. 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
iv 
 
 
GRACIAS POR EXISTIR 
 
 
 
 
 
v 
 
 
Prólogo 
Mi nombre es Gerard Leiser, una persona poco común con una vida 
llena de milagros, a quien le suceden cosas extraordinarias. En este li-
bro narro mi experiencia, testimonios y aprendizajes que comenzaron 
a la edad de cinco años, cuando asesinaron a mi padre frente a mí. En 
ese mismo instante vi como su alma se desprendía de su cuerpo ante 
mis ojos, y desde ese momento empecé a ver más allá y a percibir lo 
que otros no podían. 
A medida que fui creciendo, aprendí que nací con la misión de des-
pertar conciencias y enseñar a las personas a darse cuenta de los 
milagros que suceden a su alrededor gracias al poder de Dios y de los 
ángeles, que siempre están actuando y van delante de usted con un amor 
tan abundante que las palabras no alcanzan para definirlo. 
Existe mucho más de lo que usted piensa o conoce, y en este libro 
va a aprender las verdaderas herramientas para darse cuenta de ese don 
que a usted lo hace especial; a descubrir esa fortaleza interior que le 
permitirá darle un mejor sentido a su vida, y a entender el verdadero 
lenguaje de los ángeles y de sus familiares fallecidos, que — crea usted 
o no— siguen estando presentes como ángeles. Usted podrá remover 
las barreras que obstaculizan su camino para poder ver más allá. 
Le invito a sumergirse en una nueva experiencia de vida basada en 
hechos reales, en la que he ayudado a cientos de personas a encontrar 
la paz espiritual ante la pérdida de sus seres queridos, a encontrar las 
respuestas que buscan para cerrar ciclos, y la razón del por qué le suce-
den las cosas una y otra vez. Esto gracias al regalo de Dios que desde 
pequeño he tenido. Nada en esta vida es casualidad, tampoco lo es el 
que haya llegado hasta usted este libro 
 
 
vi 
 
 
 
 
 
 
El árbol se conoce por su fruto 
43 »No hay árbol bueno que pueda dar fruto malo, ni árbol malo que pueda dar 
fruto bueno. 44 Cada árbol se conoce por su fruto: no se cosechan higos de los espinos, 
ni se recogen uvas de las zarzas. 45 El hombre bueno dice cosas buenas porque el bien 
está en su corazón, y el hombre malo dice cosas malas porque el mal está en su cora-
zón. Pues de lo que abunda en su corazón habla su boca. 
Lucas 6:43-45 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
7 
 
 
 
 
 
 
 
CAPÍTULO UNO 
Primeros Aprendizajes 
 
8 
 
A la edad de cinco años mi única preocupación era jugar con carri-
tos. Era bastante adicto a ellos; tanto, que siempre estaban bajo mi 
almohada cuando dormía. 
Para cada uno de ellos imaginaba un nombre, una personalidad y 
un rol de trabajo en mi gran pista de vehículos. Una pista que también 
era imaginaria. Y en comparación con los demás niños que jugaban 
imitando los sonidos de las bocinas o imaginando grandes choques, yo 
los veía como personajes que tenían emociones, grandes relatos y con-
flictos, y actuaba como mediador para ayudarles a buscar soluciones y 
que volvieran a entenderse nuevamente. Recuerdo que comentaba con 
el jefe de policía, en mi mundo de carritos, si había alguna forma de 
ayudarlo, porque debía tener mucho trabajo. 
Como buen niño, me interesaba mucho el tema de San Nicolás. Tra-
taba de preguntar lo mayor posible sobre él, y en las noches, antes de 
dormir, miraba hacia la ventana pensando: 
“¿Qué estará haciendo Él ahora?” 
En mi mente recordaba a Santa, tal cual como aparecía en las pelí-
culas que había visto, con muchos duendes que lo ayudaban. Tenía 
tantas ansias por saber de él, que de niño pensaba que podía llegar a 
conocerlo a él y a su equipo de trabajo, para que me ayudasen con las 
situaciones que se presentaban en las largas filas de tráfico que forma-
ban mis personajes en la pista imaginaria. 
Fue a esa misma edad cuando por primera vez asistí a la escuela. 
Allí podía jugar, pintar, conocer y compartir con muchos otros amigos. 
Pensaba en compartir mi pista imaginaria con un cómplice, para jugar 
con él, o quizás para lograr encontrar la locación de Santa y así ayudarlo 
a fabricar sus regalos. Me decía: ¿Quién mejor que yo para trabajar con 
él? Pues yo era experto conociendo lo que sentían y pensaban los carri-
tos. 
A temprana edad mi nivel de inocencia era muy grande y me pro-
dujo grandes problemas desde ese momento, porque no entendía el 
significado del mundo real. Además, lo que me contaban o podía espiar 
sobre la vida de los adultos era bastante confuso para mí. Quizás esto 
9 
 
pueda sonar muy común al tener tan solo cinco años, pero a medida que 
usted vaya leyendo entenderá mejor por qué lo digo. 
Mi familia era muy unida para aquel entonces. Los abrazos y el 
cariño abundaban donde quiera que fuese y, por supuesto, cómo no es-
tar feliz si todos me regalaban cada vez más carritos para mi colección. 
Vivía la vida de mis sueños y me sentía totalmente realizado. Sentía 
que tenía una misión muy grande y especial, que para ese entonces era 
ser el salvador de los juguetes. Estaba convencido de que ellos tenían 
vida, y que podía solucionar sus problemas. 
Una tarde pregunté a mi madre, mientras íbamos en el auto para dar 
un paseo: 
“¡Mamá! ¿Quiénes son esos señores de traje con cosas en su cintu-
rón y que tienen vehículos con luces arriba?”. 
Ella respondió: 
“Hijo, ellos son policías, son los que nos cuidan y nos mantienen a 
salvo”. 
Cuando mi madre me dijo eso, vino a mi mente una imagen que 
tiempo atrás ella me había mostrado de un hombre llamado Jesucristo, 
quien siempre cuidaba de nosotros, aunque para ese entonces yo no 
presté mucha atención. Ante esa inquietud, le pregunté nuevamente: 
“¿Los policías son como Jesús, pero en la tierra?”. 
Mi madre no me contestó, pero en su rostro se dibujó una sonrisa, 
seguramente pensando en la ingenuidad de aquella pregunta. Sin em-
bargo, tomé su gesto como una afirmación. 
Desde ese momento, algo dentro de mí decía: ¡Tenemos mucho por 
hacer, Gerard! Así que, en adelante, comencé a saludar a cada policía 
que veía. Sabía que era muy pequeño para que me prestaran atención, 
pero pensaba que si los saludaba y sabían quién era yo, podrían saber 
dónde encontrarme para ayudarlos o para que cuidasen de mi madre 
ante cualquier peligro. 
10 
 
Me convencí de que todo iba a estar bien porque existían “los poli-
cías que eran como Jesús en la tierra”. A ellos encomendaba la 
protección de mis preciados juguetes, a pesar de que no sabía cómo 
llamarlos en caso de necesitar ayuda. 
Esa inquietud era un inconveniente que, pensé, debía resolver con 
Mr. Pat, el jefe de mi larga lista de carritos, y mi mejor consejero. 
Como en toda historia sobre un héroe, como el que era yo en mis 
días de juego, no podía faltar un villano. Así que mi hermana era mi 
archienemiga en aquellos tiempos. 
Ella fue una de las protagonistas más importantes en la formación 
de mi carácter a muy temprana edad. Si bien su comportamiento no fue 
el mejor hacia mí durante mi infancia, pude aprender, como primera 
lección, que de todo lo malo se puede sacar algo bueno. Gracias a ella, 
la paciencia se convirtió en una de mis mayores virtudes, así como el 
rechazo a la injusticia, sin importar de donde viniese. 
En esos tiempos, mi hermana hacía cosas comunes a las muchachas 
de su edad. Obtenía excelentes calificaciones,pasaba tiempo jugando 
a la casa de muñecas, y en su época la moda de los peinados y el ma-
quillaje estaba a todo dar. Su relación conmigo era la típica de una 
hermana mayor, en la cual ella siempre quería tener la razón y yo era 
el objetivo perfecto para atacar por mi ingenuidad. 
Uno de sus juegos favoritos era invitarme a jugar a Drácula, el 
Vampiro, y yo siempre aceptaba participar. Ella me encerraba en un 
baúl, y se sentaba sobre él, mientras yo escuchaba sus risas desde aden-
tro. 
Después de la primera vez que jugamos, supe que ella seguiría ha-
ciendo lo mismo. A pesar que ese no era el mejor de los juegos, yo solo 
quería compartir con ella. Si esa era su forma de jugar conmigo, enton-
ces yo inconscientemente aceptaba. 
 
 
11 
 
No recuerdo cuanto tiempo solía pasar encerrado dentro de ese 
baúl, al punto que ya no le temía más. Estando dentro, sentía como si 
fuese un ejercicio en el cual mi hermana me estaba enseñando a no 
temerle a la oscuridad, a ser paciente en la represión y a siempre sacar 
algo bueno de lo que sucedía. Efectivamente, desde el primer día, dejé 
de utilizar la famosa lamparita para dormir, porque había perdido total-
mente el miedo. 
A pesar de lo que viví con mi hermana, nunca sentí rabia ni rencor 
hacia ella. Mi corazón siempre me decía que ella me estaba enseñando 
algo, y siempre la perdonaba sin prestar mucha atención en recordarlo, 
tanto así que nunca se lo llegué a comentar a mis padres. Al final del 
día era ella la persona con la que compartía un hogar y formaba parte 
de mi familia. Y, ¿cómo podría no quererla o amarla si era lo único que 
tenía aparte de mis padres y mis juguetes? 
Había solo una cosa que no terminaba de descifrar en ese tiempo, y 
era sobre mis padres. Tenía muchas preguntas que no me atrevía a ha-
cerles, pero podía ver alrededor que claramente algo sucedía en mi 
hogar y que quizá yo podía resolverlo. Así que siempre llevé conmigo 
a Mr. Pat en el bolsillo para conversar en los momentos que más lo 
necesitaba, y me aventuré a investigar. 
 
 
 
 
 
 
 
12 
 
 
Mi padre 
Era un hombre muy trabajador y adicto a lo que hacía. Muy dedi-
cado y pasional en su trabajo, al punto que se involucraba tanto en ello 
que no tenía tiempo para verme todos los días, sino solamente los fines 
de semana. 
“¿Por qué mi padre no vive con nosotros en casa?”. 
Le preguntaba siempre a Mr. Pat y —créalo o no— yo escuchaba 
una voz de hombre gruesa y pesada en mis oídos que me respondía 
desde mi bolsillo: 
“En tu corazón está la respuesta y eres muy inteligente. No olvides 
cómo has resuelto los problemas con los demás carritos”. 
Mi corazón decía en respuesta: 
“Está bien, Mr. Pat, pronto sabré por qué, y veré que puedo apren-
der de ello, tal como lo hice con mi hermana”. 
Mi padre me buscaba algunos fines de semana y la mayoría de las 
veces me llevaba a su empresa de joyería para pasar el día entero tra-
bajando con él. Para mí era como ir a un parque de diversiones, porque 
su negocio cubría todo un piso y estaba lleno de atracciones en las cua-
les podía jugar, aprender y compartir en su propio mundo, fuera del 
mío. 
Desde un lado de ese gran parque de diversiones se encontraba uno 
de mis siguientes mayores aprendizajes: conocer sobre los seres vivos. 
Alrededor de su empresa había veinte acuarios llenos de peces de dife-
rentes especies, colores y tamaños. Pasaba horas y horas sentado solo 
contemplándolos, y entendí como unos seres vivos que no tenían un 
cuerpo como el de los humanos, tenían tantas reacciones y hasta se mo-
vían en grupo, como si pudieran comunicarse entre ellos. 
 
13 
 
Cuando nadie me veía, sacaba a Mr. Pat de mi bolsillo para que él 
también pudiese conocer a esos seres tan interesantes, y así no solo ver 
nuestro mundo limitado de ruedas y autopistas. 
Una tarde, recuerdo que le pregunté a mi padre: 
“¿Por qué tienes tantos peces?”, ¿por qué no dejas que vivan libres 
en el mar? Mi padre me respondió que él estaba haciendo bien en ayu-
darlos a reproducirse y que nunca iba a hacerles daño. Incluso me 
incentivó a alimentarlos para así sentir que los estaba ayudando. Desde 
ese momento, no dejé de visitarlos. 
A pesar del tiempo que pasaba con mi padre, nunca me aclaró por 
qué no vivía con nosotros en casa. Cada vez que le preguntaba, me 
contestaba que él tenía que trabajar mucho para que yo tuviera más ju-
guetes. 
Sin embargo, yo pensaba que no necesitaba más carritos porque pa-
saba mucho tiempo organizándolos, y en realidad lo que deseaba era 
aprender y explorar nuevos horizontes, como el que ahora estaba ha-
ciendo con los peces. Además, prefería jugar más con mi papá y recibir 
más cariño de su parte, porque era muy distante y frío para demostrar 
sus emociones. 
 
14 
 
Llegó el día tan esperado 
Luego de una larga y ansiosa espera, el día de empezar la escuela 
llegó. Tenía mi uniforme, zapatos y mochila nueva. Mi corazón estaba 
lleno de ansiedad por aprender, explorar nuevas experiencias y tener 
nuevos amigos para Mr. Pat, que siempre viajaba en mi bolsillo. 
Aunque mi ánimo cambió, cuando me enteré que el colegio era el 
mismo donde estudiaba mi hermana. Ese fue el primer obstáculo que 
tuve que superar, porque empecé a sentir un poco de temor más no que-
ría permitir que esos sentimientos arruinasen el fabuloso y aventurado 
primer día. 
Durante todo el camino hacia el colegio, mi mayor interés era des-
cubrir todo lo nuevo que iba a aprender en ese lugar, y me intrigaba 
saber cómo serían mis compañeros de clase, para así poder compartirles 
mis aprendizajes y aventuras, que aunque no eran muchos, para mi sig-
nificaban bastante. 
Justo antes de bajarme del vehículo, escuché nuevamente desde mi 
bolsillo un nuevo consejo: 
 “Recuerda lo que has aprendido. Resiste y usa tu corazón en todo 
momento”. 
Al llegar a la escuela, veía todo a mi alrededor como un explorador 
en una jungla gigante. Imaginaba que en un sitio tan enorme se presen-
tarían muchos más conflictos por resolver y muchas personas a las 
cuales ayudar. Pese a que a mi corta edad no podía ayudarme siquiera 
a mí mismo. 
Cuando entré al aula de clases, me ubiqué donde me indicaron y 
conocí a una mujer maravillosa que sería mi maestra. Ella me recibió 
no solo con un fuerte abrazo, sino también me transmitió un amor tan 
grande, que casi podía tocarlo con mis propias manos, así como la brisa 
cuando acaricia la piel con fuerza. A ese sentir respondí con una 
enorme sonrisa dibujada en mi rostro, y ante ese sentimiento pensé que 
era algo normal que los demás sentían, pero que yo acababa de descu-
brir. 
15 
 
Sin embargo, no todo fue como lo esperaba. Me di cuenta en ese 
momento de que, si bien yo había ido pensando que aprendería cosas 
nuevas sobre la vida, resultó un lugar rodeado de paredes donde todos 
se dedicaban a dibujar. Estuvo bien los primeros días, pero yo no estaba 
allí para eso. 
Después de pasar varios días en el colegio, y notar que solo era 
jugar, correr y dibujar lo que haría, me di cuenta de que lo único que 
me motivaba a ir era encontrarme con la maestra. Como me sentía en 
confianza con ella, me acerqué para preguntarle si había alguna otra 
cosa que pudiésemos hacer, porque estaba aburrido. Ella siempre se 
reía de mis comentarios y me transmitía un gran cariño. Y cada vez que 
llegaba al colegio, ella siempre encontraba algo nuevo en qué entrete-
nerme. 
 
16 
 
 
A mis cinco años de edad. 
 
 
 
17 
 
 
 
 
 
 
 
CAPÍTULO DOS 
Segundo primer aprendizaje 
 
18 
 
Recuerdo un día viernes, 12 de junio, que marcó un segundo gran 
aprendizaje para mi vida. Al llegar al salón de clases, me encontré con 
la desagradable sorpresa de que la maestra, a quien admiraba y me sal-
vaba de mi aburrimiento, había sido cambiada a otro salón de clases, y 
la persona que ahora estaba a cargo parecía un jefe militar.La nueva maestra tenía un carácter muy fuerte y no mostraba gestos 
de simpatía hacia nosotros, sus alumnos. Esa actitud me hizo sentir re-
chazo hacía ella y saqué de mi bolsillo a Mr. Pat para sentirme 
acompañado, y mirándolo fijamente a los ojos le comenté que ahora 
estábamos solo él y yo. 
En ese momento mientras hablaba con Mr. Pat, no me di cuenta que 
la nueva institutriz me había visto hablando con mi carrito. Se dirigió 
hacía mí, me lo arrebató de las manos y me dijo: 
“No está permitido traer juguetes de casa”. 
Luché con ella entre lo que pude, porque me había quitado a mi 
consejero y compañero de aventuras, pero tuve que aceptar que lo había 
perdido. Le rogué para que me devolviese a Mr. Pat. Le expliqué que 
ese carrito no solo era un juguete para mí, sino mi mejor amigo. Des-
pués de tanta insistencia, ella me respondió que podía recogerlo al final 
del día. 
Fue una larga espera. Estaba impaciente y veía el reloj cada minuto 
para tener de vuelta a Mr. Pat. Sin embargo, intenté distraerme en la 
cancha deportiva junto a los demás alumnos que allí se encontraban 
jugando. 
Al salir a la cancha de juegos lo primero que pude observar fue a 
un niño, que estudiaba conmigo pero que no conocía, en la esquina de 
un rincón donde también había otros tres niños dándole patadas. Mi 
compañero de clases se había dado por vencido y lloraba sin que nadie 
se acercara a ayudarlo. 
A diferencia de los demás, que miraban con temor o se burlaban de 
lo que sucedía, yo sentí dentro de mí una voz que me decía: “Ve y has 
lo correcto”. Esa particular voz que no salía de mi bolsillo, ya que no 
19 
 
tenía conmigo a Mr. Pat, la pude escuchar directamente en mis oídos, 
y me impulsó a hacer justicia. No sabía con quien más contar como 
ayuda en ese momento y sentía que era yo contra el mundo. 
Definitivamente ese chico indefenso necesitaba ayuda, porque 
aquellos rebeldes que lo maltrataban eran mucho más grandes en con-
textura y más violentos. Con mucho valor y la fuerza que me inspiraba 
aquella voz —sin detenerme a pensar de dónde provenía— me aventé 
sobre el niño. Luego me levanté y me puse delante de él para ayudarlo 
a ponerse de pie, a pesar del dolor que él sentía por los golpes. Me 
volteé y les dije a los otros: 
“Ahora van a tener que golpear más fuerte, porque somos dos y él 
no está sólo”. 
En ese momento, todos alrededor detuvieron las burlas, y uno de 
los que estaba dando patadas dijo en voz alta: 
“¿Y tú quién eres para venir a defenderlo?, él no tiene amigos ni tu 
tampoco”. 
Lo miré fijamente a los ojos y sentí que desde dentro de mí se emitía 
una fuerza mucho más grande que la que mis pequeños y blandos 
músculos podían realizar. 
Llegué a sentir cómo latía mi corazón, cómo fluía la sangre en mi 
cuerpo, y mis oídos empezaron a emitir un sonido como el de un timbre, 
hasta sentir que mi energía podía hacer mucho más que mis puños en 
los demás. Con esa fuerza inmedible que me permitía luchar contra 
ellos tres, o diez más, les respondí lo siguiente: 
 “Él no está solo, yo soy su mejor amigo y tengo muchos más ami-
gos de los que ustedes puedan imaginar, solo que no los pueden ver”. 
En ese momento hubo un gran silencio. Nadie entendió lo último 
que dije, y hasta me quedé pensando: 
“¿De dónde me salió decir eso?”. 
 
20 
 
“¿De verdad acabo de decir eso?”. 
No lograba entender. Sabía que no me lo había dictado Mr. Pat, 
porque ese mismo día lo había perdido en manos de la nueva institutriz. 
Segundos después, se acercó en medio del conflicto la maestra a 
quien tanto apreciaba y me apoyaba en todo momento. Una vez más 
me sorprendió, porque llegó al lugar indicado, y en el tiempo justo para 
salvarme. Se convirtió en mi heroína de la justicia, y ese mismo día 
gané un nuevo amigo. 
Después de ese episodio, todo transcurrió de forma perfecta. La 
maestra se quedó conmigo el resto del día compartiendo en el aula de 
clases, y mi nuevo amigo se sentó junto a mí, aunque sin decirme nada. 
Pero yo me sentía tranquilo, porque sabía que él estaba a salvo de quien 
le pudiese hacer mal. 
Cuando llegó la hora de salir del colegio, estaba ansioso por reen-
contrarme con Mr. Pat. Esperé a que todos salieran del salón para 
pedirle a la nueva maestra que me devolviese mi carrito, tal como me 
había dicho que iba a hacerlo, pero resultó ser que ni ella misma recor-
daba dónde lo había puesto. Exclamé con tristeza: 
“¡Mi mejor amigo está perdido, ahora debo encontrarlo!” 
Sin percatarme de la hora —mientras los demás niños se dirigían a 
encontrarse con sus padres, que esperaban fuera del colegio junto a sus 
vehículos— yo solo me enfocaba en buscar a mi amigo por todos lados, 
y a cada persona que se me cruzaba le preguntaba si había visto un carro 
pequeño de color azul. Hasta que me topé con mi hermana, quien me 
buscaba, porque mi madre estaba esperándonos fuera del colegio hacía 
ya un buen rato. 
Mi hermana me tomó por el brazo y salimos del colegio mientras 
ella me agarraba con fuerza. Yo solo miraba hacia todos lados tratando 
de encontrar a mi juguete favorito. 
 
21 
 
 
De pronto, vi a Mr. Pat. Lo tenían aquellos niños violentos que ata-
caron a mi amigo. Con una gran tristeza me despedí de él desde lejos. 
Me sentí abatido, porque le había fallado por completo a mi mejor 
amigo. Sentía que lo había abandonado. No pude hacer nada para res-
catarlo, y lo único que tenía era rabia y rencor entre las lágrimas que 
caían sobre mi rostro. Quizá mi madre y mi hermana pensaron que mi 
cariño por el juguete era solo un capricho de niño. 
Durante todo el viaje permanecí callado dentro del vehículo, y me 
pregunté una y otra vez cómo era posible que, si yo era un buen chico, 
otros me hicieran cosas tan malas. Pensé que lo que debía ser una aven-
tura para aprender sobre la vida en el colegio, terminó pareciéndome 
un castigo. Me sentí sólo nuevamente. Y mi mayor secreto, que era 
Mr. Pat, lo había perdido y ahora ¿quién iba a darme esos consejos que 
solo él podía dar? 
Fue allí cuando nuevamente regresó su voz a mis oídos, la cual pude 
escuchar como si Mr. Pat estuviese dentro de mi bolsillo. En ese mo-
mento recordé que esa voz era la misma que había escuchado durante 
aquella desagradable pelea del colegio, pero con la diferencia que mi 
juguete ya no estaba junto a mí. 
“¿Cómo podía seguir escuchándolo?”, fue lo primero que vino a mi 
mente, sin prestar atención a lo que me estaba diciendo esa voz: 
“Resiste y usa tu corazón, yo estoy aquí y seguiré estando cerca de 
ti”. 
Esas eran las palabras que me repetían al oído, y mientras limpiaba 
mis ojos con las manos sucias, sonreí mirando a mi alrededor nueva-
mente. Incluso observé a mi madre y a mi hermana, para estar seguro 
si era yo solo el que estaba escuchando eso, o si ellas podían hacerlo 
también. Pero me di cuenta de que era solo yo. 
Entendí en ese momento que existía algo más allá de lo que mi co-
razón e inocencia podían creer. Estaba aprendiendo que la vida quizá 
22 
 
estaba separada por dos equipos de fútbol; uno conformado por juga-
dores buenos, y otro por integrantes que patean con malicia a los demás. 
Ese sentimiento de no saber quién de verdad actuaba con buenas inten-
ciones desde el corazón, y quien no, me hizo sentir muy mal durante un 
buen tiempo y ante ese malestar, me quedó una duda: 
“¿Si yo hago el bien, por qué la maldad intenta hacerme las cosas difí-
ciles para que no lo haga?”. 
Ese día comencé a entender que el mal existe en el mundo, y que 
puede actuar en cualquier momento para desbalancear la vida de las 
personas. Sin embargo, continué con normalidad el colegio y seguí to-
mando esos aprendizajes día tras día. 
Tuve peleas muy similares a las que sucedieron aquel día en la can-
cha deportiva, donde parecía ser miembro honorario de una lucha entre 
hacer el bien y ser reprimido por el mal, el cual intentaba ponerme en 
duday confundirme acerca de la belleza de la vida. 
Les confieso que el siguiente capítulo fue el más difícil de escribir, 
debido a la cantidad de emociones que sentí. Algunos instantes se me 
dificultaba describir las situaciones lo mejor posible. Pero Dios empezó 
a poner todo frente a mí sin dudas; los milagros comenzaron a ocurrir, 
y fui comprendiendo mi misión en esta vida. Así pude ayudar a cientos 
de familias. 
Quiero compartirle que por más que usted deje de creer en Dios, Él 
siempre cree en usted, y nada de lo que sucede en su vida es casualidad. 
Le deseo desde ahora un muy buen viaje en esta maravillosa aven-
tura que los ángeles me han permitido compartir, incluso están cerca de 
mí guiándome para escribir cada palabra que leerá a continuación. 
Usted podrá conocer —a través de mis experiencias— un mundo 
que quizá no conoce. Las respuestas que está buscando ahora tendrán 
un por qué, y sus mayores deseos pueden hacerse realidad si logra 
aprender a ver más allá de lo que sus ojos, a simple vista, ven. 
 
23 
 
El día en que todo comenzó 
Tal y como pasaba casi todos los fines de semana, mi padre venía a 
recogerme para llevarme a su sitio de trabajo o, algunas veces, al auto-
cine. Eran los momentos en los que podía compartir junto a él, pasar 
tiempo juntos para visitar a los peces y seguir aprendiendo de ellos, así 
como para lograr entender mejor por qué mi madre y él estaban sepa-
rados. 
Estaba listo y preparado para verme nuevamente con mi padre. Ha-
bía terminado de hacer mis asignaciones escolares y esperaba sentado 
fuera del balcón, mientras veía pasar auto tras auto hasta que llegara el 
suyo. Un Ford Sierra de color negro que debía detenerse al frente del 
edificio. Mi familia no se encontraba en el apartamento, solo estaba mi 
nana, a quien recuerdo en la cocina preparando la cena y limpiando mis 
uniformes del colegio. 
Finalmente, luego de tanta espera, el auto negro llegó y se estacionó 
justo frente al edificio. Era la señal para que yo bajara. Mientras iba 
caminando junto a mi nana para encontrarme con mi padre, se escucha-
ron siete explosiones fuertes. Al voltear a mi derecha, observé al 
vigilante del edificio que venía corriendo hacia donde estábamos noso-
tros para alejarnos del lugar. 
Sin poder entender de dónde venían esos ruidos que se escuchaban 
una y otra vez, miré hacia donde estaba mi padre y vi a un hombre 
joven, de veinticinco a treinta años, que lo apuntaba con un arma de 
color negro, la cual emitía pequeñas nubes de humo detrás de cada so-
nido tormentoso. 
 
24 
 
 
Mi padre quedó tendido en el suelo con múltiples orificios, y un 
mar de color rojo comenzó a inundar todo el suelo, que incluso llegó 
como el sendero de la lluvia hasta mis pequeños zapatos ortopédicos 
de color blanco. 
En ese momento, escuché los gritos de mi nana que me abrazaba 
fuertemente, y sin poder entender lo que ocurría o siquiera conocer aún 
el significado de “la muerte”, me escapé de entre sus brazos y corrí 
hacia donde estaba mi padre para preguntarle al señor con la pistola: 
“¿Por qué le hiciste esto a mi papá?”. 
El hombre me miró, se volteó y escapó corriendo. Por fin pude ver 
a mi padre tendido en el suelo y no dejaba de mirarlo, porque no podía 
entender lo que recién había sucedido. 
“Papá, ¿estás bien?”. Le preguntaba inocentemente, mientras tra-
taba de limpiar mis zapatos llenos de sangre. Esperaba que se levantara 
para ir a ver los peces y continuar nuestro bien esperado día de los dos. 
Fue en ese momento que sucedió lo inesperado, algo totalmente nuevo 
de lo cual nadie me había hablado o enseñado antes. 
Mi padre se levantó del suelo exactamente igual como estaba antes 
de que todo eso ocurriese, pero lo veía con una imagen un poco borrosa. 
Todo sucedió en cuestión de segundos, pero para mí fueron minutos 
eternos. Mi padre miraba al suelo donde veía su propio cuerpo tendido 
lleno de sangre y agujeros, y yo solo lo miraba a él de pie con mucha 
luz. En ese momento le pregunté: 
“Papá, ¿qué sucede?”. 
Le dije mirándolo fijamente a los ojos mientras él observaba a su 
alrededor a la gente gritando y corriendo. Luego mi padre volteó hacia 
arriba como si alguien le estuviese hablando y de repente bajó su mi-
rada hacia mí y me dijo: 
 
25 
 
“Hijo no te preocupes por nada. Nunca vas a estar sólo. Yo siempre 
seguiré siendo tu padre y estaré junto a ti. Esto es solo una mala situa-
ción, pero todo va a estar bien. Tu vida cambiará desde el día de hoy”. 
Entre lágrimas que bajaban de mis ojos, sentí que mi padre estaba 
despidiéndose de mí, pero creí fielmente en lo que me estaba diciendo 
y le contesté: “Está bien, papá”. Él me miraba con rostro de preocupa-
ción, y a la vez con una emoción inmensa cuando veía hacia el cielo. 
Poco a poco, la imagen de mi padre se fue desvaneciendo como el 
humo del hielo seco cuando empieza a desaparecer. Después de ver 
todo, llegó mi nana para alejarme del lugar y empezaron a llegar las 
personas que habitaban en el edificio. 
Me sentí perdido, no pude mencionar ni una sola palabra y tampoco 
reaccionaba. Los vecinos me hablaban y yo solo escuchaba muchas vo-
ces confusas y los latidos de mi corazón. Pude incluso escuchar cómo 
se movía el flujo de mi sangre entre las venas como si estuviese metido 
dentro de mi propio organismo, y mis oídos nuevamente despertaron 
con un sonido parecido a un timbre. 
Las personas comentaban que yo había entrado en una especie de 
shock emocional. Mi mente se nubló y hoy día sigo sin recordar lo que 
sucedió posteriormente ni en qué momento llegó mi familia. 
Lo único que recuerdo es que al día siguiente me encontraba nue-
vamente en el apartamento jugando con mis carritos, como si nada 
hubiese pasado, pero sin dirigirle la palabra a nadie y por más que me 
preguntaran o hablaran, estaba totalmente mudo. Escuché varias veces 
a mis familiares hablar de lo preocupados que estaban porque yo no 
reaccionaba ante lo sucedido. Se mostraban angustiados por mí entre la 
pena que sentían por la pérdida de un ser querido. 
Pasaban los días y yo seguía en silencio, sin emitir palabra alguna 
ni siquiera a mi propia madre. Recuerdo bien que en mi mente pensaba: 
 
26 
 
 
“¿Cómo voy a decirles algo que no puedo explicar?” Y “¿por qué 
debería estar triste como ellos después de lo que mi padre me dijo?”. 
Mi madre me mantenía en casa de otros familiares para no llevarme 
al funeral o al entierro de mi padre, mientras yo pasaba el tiempo ju-
gando tranquilo con mis carritos sin dirigirle la palabra a nadie. Yo creí 
fielmente en las palabras que esa noche me dijo mi padre y sabía que 
él no iba a dejarme solo. Y así fue. 
Durante la tarde del siguiente día, sentí la presencia de alguien en 
la habitación donde jugaba. Mi primera reacción fue mirar alrededor 
para ver si alguien había entrado, pero todo seguía igual, y la puerta 
seguía cerrada. Olvidé lo que sentí y continué jugando, aunque volteaba 
frecuentemente porque tenía la sensación de que alguien me estaba mi-
rando. Incluso sentí una mano muy cerca de mí, seguido del mismo 
sonido de timbre que habitualmente escuchaba en mis oídos. 
“¿Hay alguien aquí?”. 
Fue lo primero que pregunté. No hubo respuesta más que escuchar 
ese timbre estruendoso en mis oídos, que se hacía cada vez más fuerte, 
como el sonido de una trompeta, al igual que empecé a sentir una re-
pentina ráfaga de frío en ese lugar, cuando normalmente en mi 
habitación hacía calor. Esa sensación duró un par de minutos y de un 
momento a otro todo se disipó. 
Esto siguió repitiéndose los primeros tres días desde que ocurrió el 
asesinato de mi padre, y aunque intentaba acercar siempre mi mano 
hacia el lugar donde sentía la ráfaga de frío, inmediatamente al hacerlo 
se desaparecía. 
Así que decidí que cada vez que sintiera ese particular sonido y el 
repentino frío, iba a empezar a hablarle y a contarlemis mayores secre-
tos que a nadie más podía decir, porque sabía que allí había alguien. 
27 
 
Comenzaron a manifestarse 
Pasaron cuatro años después del fallecimiento de mi padre y seguía 
intentando poder adaptarme a los demás niños de mi edad, a pesar de 
esas sensaciones y experiencias que se manifestaban en mi vida. Mien-
tras pasaba el tiempo, intentaba dejar de pensar en lo que sentía, para 
dedicarme a entrar en la etapa adolescente donde lo más importante era 
ser el chico “cool” de la escuela. 
Mi madre me cambió a un colegio solamente masculino, donde la 
religión era un factor muy importante, como a su vez lo era la materia 
a cursar, que incluso era la más destacada de esa escuela al ser avalada 
por la iglesia católica y el Opus Dei. Para mí no era un sitio de mucho 
agrado, porque me hacía perder el interés de estudiar y más cuando 
sentía que era una obligación. 
Cada día que pasaba trataba de olvidar la existencia del más allá, y 
aunque en algunas ocasiones podía notar su presencia, ignoraba esa 
sensación. Sobre todo, por los malos recuerdos que me traía la muerte, 
debido a lo que viví con mi padre. Me costaba mucho comunicarme 
con mis compañeros de clases, pero decidí ser más sociable. 
Era bastante malo en lo que a buenas calificaciones se refería, y 
seguía pensando por qué debía aprender cosas que no necesitaba saber. 
Estaba más que convencido, como si una voz dijese dentro de mí: 
“Esto no te va a ayudar en la vida, no pierdas el tiempo en apren-
derlo”. 
Año tras año, en mi educación primaria obtuve quizá las peores ca-
lificaciones. Cada verano terminaba con notas entre uno a nueve, 
cuando la calificación para aprobar esas materias debía ser la mínima 
diez y la máxima veinte. Solo conseguía aprobar con máxima puntua-
ción computación, lenguaje, música y religión. 
Sentía que nadie tenía que obligarme a estudiar aquello que tenía la 
convicción no iba a servirme en el futuro. Además, la misma voz que 
siempre estaba conmigo así me lo confirmaba, pese a que año tras año 
pasaba más tiempo castigado en casa que disfrutando junto a los demás. 
28 
 
Me encantaba asistir a los cursos de reparación cada verano, porque 
sentía que en ese lugar podía reunirme con personas que quizás pensa-
ban como yo sobre el aprendizaje de la vida, si no, ¿por qué salían tan 
mal en las mismas materias que para mí no tenía que aprender? 
Aunque mi madre estaba al borde de su paciencia, mi hermana lo 
usaba como burla y mis familiares decían que no me gustaba estudiar. 
Yo sabía que estaba haciendo lo correcto, aunque lo demás no pudieran 
entenderlo. 
Así llegó el día en el cual por primera vez pude presenciar a un ser 
fallecido. El primero después de mi padre. 
Era un día más de verano, un jueves para ser preciso, me estaba 
preparando para asistir a mis clases particulares de reparación, y ese día 
iba a practicar matemáticas. Antes de irme a duchar, me asomé desde 
el balcón del nuevo edificio al que nos habíamos mudado reciente-
mente, y observé a todos los niños jugando en la piscina, mientras yo 
debía estudiar. En ese momento pensé: 
“No importa, mi recompensa vendrá luego, quizá no ahora, pero en 
un futuro la tendré”. 
Mientras me estaba bañando, aprovechaba para disfrutar ese mo-
mento, porque me encantaba estar en el agua, pero de repente empecé 
a sentir nuevamente ese timbrar en los oídos. Lo escuchaba mientras 
tenía los ojos cerrados y caía el agua sobre mi rostro. 
Detuve mi ducha. Limpié mis ojos rápidamente y miré a través de 
la cortina, y pude notar el contorno de una figura bastante borrosa que 
estaba allí parada, viéndome fijamente sin moverse. 
Era de estatura baja, contextura delgada y desde su largo cabello 
salía un reflejo que destellaba en las paredes del baño. Me quedé allí 
mirando sin pestañear y sin poder preguntar nada porque no sabía qué 
hacer o decir. No sabía qué era eso que estaba en mi baño. 
Obviamente sentí tanto temor que me quedé como congelado y con 
la sensación de no poder respirar. Extendí mi brazo para abrir rápida-
mente la cortina de baño, y al instante ya no se encontraba nada allí. 
29 
 
Estaba tan seguro de haber visto algo, que lo único que pensé es que la 
figura que vi se había escondido en el gabinete debajo del lavamanos, 
así que la primera reacción que tuve fue aventurarme a investigar. 
Al abrir el gabinete no encontré nada y en ese momento pensé: 
“¿Acaso estoy loco o eso que vi fue producto de mi imaginación?”. 
Hasta que al ponerme de pie, pude notar de forma muy evidente que 
en el espejo del baño, empañado por el vapor del agua caliente, estaban 
dibujados varios corazones que cubrían casi todos los espacios del vi-
drio. Eran tan perfectos que parecía que el pulso de quien los dibujó era 
preciso, así como los espacios que dejó entre uno y otro. Quedé sin 
palabras y con una cantidad de preguntas en mi mente. 
Camino a la escuela no podía dejar de pensar en lo que recién me 
había pasado, y buscaba entender cómo eso había sucedido o qué sig-
nificaban esos corazones. Tampoco comprendía por qué todo lo que al 
amor se refería me hacía sentir tan bien, y que el resto de las cosas que 
para los demás era interesante, para mí no lo era. 
Recuerdo ese mismo día que al entrar al aula de clases, sentí algo 
sumamente pesado en mi estómago, y la energía del lugar no era igual 
a los demás días. Yo noté que había algo allí que no estaba bien o que 
no pertenecía al lugar. A mi alrededor, pude ver a profesores y a alum-
nos, pero había un señor sentado junto a uno de mis compañeros, 
Miguel. Sin prestar mucha atención asumí era su papá que decidió asis-
tir a la clase y así monitorear a su hijo. 
Tomé asiento en el único puesto que quedaba disponible al final del 
salón, pero cuando me senté allí, el profesor me pidió que me sentara 
más cerca de la pizarra y me señaló el puesto donde yo veía sentado al 
señor que acompañaba a Miguel. Yo le respondí en voz alta que esa 
silla estaba ocupada y que prefería quedarme donde estaba. El maestro 
me miró confundido, dejó de insistir y siguió impartiendo la lección. 
Al ver nuevamente hacia la silla, que había señalado el profesor, 
me di cuenta que el hombre ya no estaba. Quedé un poco perdido, pero 
callado esperé a ver si el señor volvía. 
30 
 
Transcurrieron las dos horas de clases y la persona no regresó. En 
ese momento volví a inquietarme. O estaba teniendo problemas en mi 
mente o de verdad yo estaba viendo cosas que los demás no podían ver. 
Seguí con muchas interrogantes y estaba dispuesto a decirle a mi madre 
que me llevara al médico, y así salir de dudas. 
Cuando salimos todos de la clase, seguí a Miguel hasta el auto 
donde lo esperaba su madre. Al llegar, ella bajó el vidrio para salu-
darme, y mientras su hijo se subía al auto le pregunté: 
“¿Por casualidad su esposo acompañó hoy a Miguel a clases?”. 
La primera reacción que ella tuvo fue mirarme con una expresión 
de tristeza y me respondió: “No corazón, seguramente te confundiste 
porque mi esposo falleció hace pocos meses”. 
Yo no podía creer lo que me estaba diciendo. Volteé mi mirada ha-
cia la parte trasera del vehículo donde se había sentado Miguel y él no 
respondió nada, más bien me miró con la misma expresión de dolor que 
tenía su madre y quizás con un poco de rabia por haber mencionado ese 
tema. Ante ello respondí: 
“Lo siento mucho, debí confundirme con otra persona”. 
Lo único que pensé después de lo sucedido era que eso no podía 
estar pasándome a mí. No era normal, y quizá tenía un serio problema 
de salud. 
Empecé a creer que padecía algún tipo de enfermedad desde los 
cinco años. Cuando regresé al salón les pregunté a los profesores si 
hubo hoy algún adulto más en la clase, aparte de ellos, y me respondie-
ron que no. Confirmé así, nuevamente, que solo yo había visto a ese 
hombre. 
Noté luego de esa segunda experiencia que tuve en un mismodía, 
que cada vez que me ocurrían ese tipo de vivencias quedaba muy ex-
hausto, como si usted fuese subiendo rápido una colina y al llegar a la 
cima quedase agotado y sin aliento. 
 
31 
 
Incluso, en muchas ocasiones me sucedía que, al entrar a algunos 
lugares, podía visualizar los problemas que tenían las personas que vi-
vían allí, proyectándose en mi mente como una especie de película que 
pasaran frente a mis ojos. Veía que muchas de esas personas tenían una 
fuerte energía negativa por sus sufrimientos, tristezas o vivencias que 
marcaron sus pasados y, por ello, sentía la necesidad de llegar a mi 
hogar, descansar durante varias horas y así recuperar la energía que ha-
bía perdido. 
Al principio fue difícil asimilar todas las vivencias y experiencias 
que me sucedían y que formaban parte de mi cotidianidad. Sin em-
bargo, poco a poco fui aprendiendo a mi corta edad, que la energía era 
un factor muy importante e influyente en mi vida, la cual debía cuidar 
para recibirla de la mejor manera, para poder interpretar, reconocer y 
capturar de forma correcta los mensajes que percibía de las otras per-
sonas. 
 
32 
 
 
 
 
En el colegio – Liceo los Arcos del Opus Dei. 
Primera Fila, tercero de izquierda a derecha. 
 
 
 
 
33 
 
 
 
 
 
 
 
 
CAPÍTULO TRES 
Puede estar en sus genes 
 
34 
 
A medida que pasaba el tiempo me seguían sucediendo experien-
cias únicas de forma más frecuente y la presencia de mi padre era cada 
vez más vigente. Por más que intentaba evitarlo, veía cosas que los de-
más no podían ver, sentir cosas que los demás no podían sentir, y vivir 
cosas que no tenían sentido alguno o explicación. 
Recuerdo que, al estar en una escuela perteneciente al Opus Dei, 
decidí comentarle lo que me sucedía a un sacerdote en el confesionario 
del colegio, para ver si podía ayudarme a descifrar lo que me pasaba. 
Le conté lo que estaba viendo, escuchando y sintiendo de forma cons-
tante, día tras día, a veces con mucho temor y otras con mucha paz. 
El cura en aquel entonces me dejó con más dudas y me sentí más 
sólo. Sentimiento que hoy en día aún está presente en muchos momen-
tos de mi vida, porque aunque esté rodeado de personas, no muchas de 
ellas entienden y terminan juzgándome. Pero aprendí a sobrellevar la 
incredulidad de algunas personas y sus comentarios cuando acepté mi 
don, mi misión y este milagro que es parte de mí, además de entender 
que así hagas bien o mal siempre va a existir alguien que opine distinto. 
Esperaba encontrar un buen consejo de aquel sacerdote, porque 
siempre he tenido presente que: “Todos somos hermanos del mismo 
padre y que Dios otorga dones especiales a cada uno de nosotros”, 
como lo expresa la Biblia. Me llené de ansias por recibir su respuesta, 
pero lo que me respondió fue: 
“Hijo, ese es el mal que está intentando entrar en ti. Ora y olvídate 
de eso”. 
Me llené de asombro. No lograba entender por qué el sacerdote me 
había respondido de esa manera, cuando Dios es amor y mi padre en 
los cielos no iba a permitir que el mal entrara en mí. Y sobre todo por-
que estaba convencido de que yo podía ayudar a otros. 
El cura continuó hablando y me dio una larga charla de cómo el mal 
se manifestaba de distintas formas para hacernos creer en él y confun-
dirnos. Admito que al final de la conversación creí en sus palabras, así 
que cada vez que sentía a mi padre, prácticamente le decía que se ale-
jara y rezaba, porque era “el mal”, según lo que decía aquel sacerdote. 
35 
 
Mientras tanto, mi padre seguía manifestándose de distintas formas 
y no podía dejar de pensar en otra cosa sino en su imagen, como una 
especie de holograma, lleno de luz a su alrededor, parecido a la nube 
que se forma cuando abre un congelador donde hay hielo seco. Lo veía 
sonriendo, mientras yo luchaba con los pensamientos que pasaban por 
mi mente, rechazando sus apariciones. Pero él me transmitía mucha 
paz, amor y no parecía algo de “el mal”. 
Un viernes al salir de la escuela decidí contarle a mi madre todo lo 
que me estaba sucediendo mientras íbamos camino a casa. Ya estaba 
cansado de ocultárselo. Fue una larga conversación donde le mencioné 
todas las historias que guardaba conmigo sobre todo lo que había visto 
y sentido, empezando por el momento en el cual mi padre falleció. Mi 
madre se impresionó mucho, se quedó sin palabras, y luego empezó a 
hacerme muchas preguntas acerca de las cosas que veía. Aun cuando 
ella se sorprendió mucho por todo lo que le contaba, no le pareció tan 
descabellado. Me enteré de cosas que habían ocurrido, hechos tan irrea-
les que yo mismo no los podía creer. Incluso me costó asimilarlo y 
entenderlo. 
Ella me contó que todo lo que le estaba diciendo no era algo nuevo 
en nuestra familia, y siempre pensó que pudiera pasarme a mí debido a 
extraños sucesos que ocurrieron antes de que yo naciera. 
Al parecer no era el único que tenía este tipo de experiencias inex-
plicables. Mi abuela, cuando veía a alguna persona, le decía cosas que 
podían sucederle o que estaban por llegar a su vida. Incluso decía el 
tiempo en que podían acontecer. Yo no entendía cómo ella podía ver 
situaciones tan claras en ciertas personas, y muchas de ellas empezaban 
a llorar y otras se emocionaban por lo que ella les decía. 
Lo que si tenía claro era la manera en que mi abuela — a quien le 
decíamos “Tata”— ayudaba a esas personas con mucho amor, y con 
ganas de querer sanar sus corazones del dolor y de las preocupaciones 
que vivían. 
Mi madre siempre fue muy espiritual y nos inculcó a mi hermana y 
a mí el amor hacia Dios y a ser agradecidos con Él. Habitualmente se 
reunía en casa con un grupo de amigos para meditar y hablar sobre la 
36 
 
importancia de conectarse con Dios, porque, según decía ella, Él siem-
pre nos escuchaba en todo momento y sabía por lo que estábamos 
pasando. Durante esas charlas observaba como meditaban para concen-
trarse en la oración, y aunque hiciera ruido, ellos ni abrían los ojos. 
Se notaba que vivían ese momento tan profundamente que parecía 
que no estaban allí. Pasaban horas y horas en el silencio de la oración. 
Recuerdo estas palabras que mi madre me dijo uno de esos días en los 
que estaba reunida: 
“Hijo, cada vez que tengas un problema encomiéndate a Dios en el 
silencio de la oración, y Él pondrá en tu corazón ese mensaje que nece-
sitas saber. Él está dentro de ti y su amor es tan inmenso que nunca te 
va a dejar solo”. 
Esas palabras eran las que necesitaba escuchar en ese momento, 
después de toda la confusión que tenía en mi mente por la conversación 
que había tenido con el sacerdote y por las experiencias que vivía. 
Me sentí aliviado porque sabía que Dios estaba conmigo, y que te-
nía que hablar más con Él porque iba a entenderme. Quién mejor que 
nuestro padre en los cielos para hacerlo. Desde ese momento decidí ver 
todas las cosas que me sucedían como milagros en mi vida. 
Después que se fueron las personas de la casa, le pregunté a mi 
mamá cuáles eran esos sucesos extraños que habían sucedido en mi 
infancia y ella empezó a contarme: 
“Cuando quedé embarazada de tu hermana, había decidido no tener 
más hijos durante un buen tiempo. Una noche, tu abuela tuvo un sueño 
en el cual traían a un niño que estaba rodeado de flores blancas y había 
muchas celebraciones, y en el fondo se veían una especie de pirámides. 
Esa misma noche, en horas de la madrugada, tu hermana fue a desper-
tarme en mi habitación, y me contó que la había visitado en sueños un 
señor alto, vestido de blanco y con barba larga que le dijo que muy 
pronto iba a tener un hermanito”. Yo escuchaba con mucha atención. 
 
 
37 
 
Mi madre continuó: “Me pareció muy extraño que en un mismo día, 
tanto tu abuela como tu hermana, habían soñado que iba a tener un 
bebé. Sin embargo, llevé de vuelta a tu hermana a la habitación, y le 
dije que tan solo era un sueño, yque se volviera a dormir porque al día 
siguiente tenía colegio. En la mañana, dejé a tu hermana en la escuela 
y me fui directamente a hacer una prueba de embarazo por la inquietud 
que me produjeron los dos sueños. Quizá era casualidad, pero me re-
sultaba sorprendente que pasaran en una misma noche. Los resultados 
salieron positivos y yo no entendía porque no lo había planificado”. 
Efectivamente y sin esperar planificarlo o siquiera tener sospecha 
de ello, mi madre estaba embarazada y yo empezaba a tener un lugar 
en esos tiempos. 
Esa conversación que tuve con mi madre me ayudó a entender me-
jor que quizá lo que me pasaba era parte de mis genes. Todo lo que 
estaba viviendo de forma constante, lleno de experiencias únicas e in-
descriptibles, no dejaban de ser gratificantes a nivel emocional. 
Así que empecé a dejar de cuestionarme y de hacerme preguntas 
constantemente sobre por qué sucedían, dejé que las cosas fluyeran y 
me enfoqué en convertir mis vivencias en algo positivo y útil para ayu-
dar a los demás. 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
38 
 
 
 
 
Mi abuela y madre. 
 
 
 
 
39 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
CAPÍTULO CUATRO 
La doctora y mi mente 
 
 
40 
 
Cada vez que se presentaba la oportunidad de darle un mensaje a 
alguien se lo comunicaba de inmediato por la necesidad que sentía de 
ayudarlo, y al ver la reacción en las personas ante los detalles que co-
nocía, se generaba en mí la motivación y emoción para seguir 
haciéndolo, especialmente cuando ellos sabían que no existía forma al-
guna de que yo supiera sobre su vida privada. Sin embargo, mi mente 
de forma continua me frenaba. Sentía temor y me inquietaba pensar si 
los mensajes que compartía con las personas eran acertados o producto 
de mi imaginación. Obviamente, ese sentimiento me originó inseguri-
dad y volvía a aparecer en mi mente la duda de que quizás me estaba 
volviendo loco. 
Recuerdo un día en que, estando en el colegio, le dije a una señora 
que trabajaba allí, un mensaje tan fluido y con gran nivel de detalles, 
que ni yo mismo podía creerlo. Ella me preguntó si yo leía la mente y 
le respondí entre risas: 
“¡No! yo no leo la mente. Son los ángeles que me acabaron de trans-
mitir este mensaje para contárselo a usted”. 
La señora me abrazó y me respondió con los ojos llorosos y con la 
voz entrecortada: 
“Gracias por este regalo que acabas de darme. No sé cómo lo hi-
ciste, pero casualmente era lo que estaba pidiendo entre mis oraciones. 
Gracias”. 
En otra ocasión, mientras estaba de compras con mi madre en una 
tienda de ropa, ella se fue a medir un vestido y yo me quedé en el pasi-
llo, esperándola sentado. A mi lado estaba un señor de unos cincuenta 
años y sentí el impulso de decirle algo que acababa de ver sobre él y 
sus problemas de salud, su bloqueo emocional o rencor hacia la vida 
por la pérdida de su esposa. 
“Señor disculpe que sea entrometido, pero yo siento que debo de-
cirle que su esposa lo perdona y que ella está bien. Ella le agradece por 
la calidad de vida, a nivel material, que usted le dio durante su transi-
ción, pero no se preocupe por toda la carencia que existió en el amor, 
debido a lo distante y frío que usted fue con ella. Ella sigue cuidándolo 
41 
 
y quiere que sepa que los problemas de corazón que está presentando 
actualmente son justamente porque usted los está causando”. 
“¿Y tú cómo sabes eso?”, preguntó el señor con su rostro lleno de 
asombro. Unos segundos después reaccionó con molestia: “¿Quién eres 
tú para decirme esto?, ¿acaso me has estado siguiendo?”. 
Yo le respondí: “Señor yo a usted no lo conozco, primera vez que 
lo veo. Simplemente me comunico con los ángeles, y ellos me acabaron 
de decir esto para usted”. 
El señor seguía molesto: “Yo no creo ni en Dios ni en los ángeles. 
Deberías ir a un médico para que te revise”. Luego se levantó del 
asiento y se alejó de mí rápidamente. 
Yo me quedé sentado y bajé mi cabeza, porque me sentí rechazado, 
aunque sabía que había hecho lo correcto. Cuando mi madre salió del 
probador me vio muy pensativo y me preguntó qué me pasaba, yo le 
respondí: 
“Mamá, acabé de decirle a un señor que recién estaba sentado a mi 
lado sucesos muy privados de su vida que le estaban haciendo daño. El 
no recibió bien lo que le dije, se molestó y me dijo que fuera a un mé-
dico. Tengo dudas de si tengo algún problema de salud que esté 
influyendo en las visiones que normalmente tengo y por eso prefiero 
que me lleves al médico”. Mi madre se asustó al verme tan ansioso, y 
me pidió que me tranquilizara porque estaba muy nervioso. Me pre-
guntó qué sentía y le respondí: 
“Me siento confundido porque no sé si es normal que le esté di-
ciendo mensajes tan frecuentemente a las personas que se cruzan en mi 
camino, y hoy por primera vez me topé con alguien que no lo tomó para 
bien. Yo no quiero hacerle daño a nadie, pero la mayor parte del tiempo 
siento que debo decirles a las personas lo que veo”. 
Cuando terminé de hablarle, ella se quedó pensativa, y al cabo de 
unos minutos llamó a su médico de confianza y le empezó a contar todo 
lo que me estaba pasando. Yo estaba a su lado escuchando toda la con-
versación, y de un momento a otro el doctor le dijo: 
42 
 
“Considero que deberías llevar a tu hijo a un Psicólogo para des-
cartar cualquier tipo de alucinaciones que pueda estar teniendo. No lo 
vayas a tomar a mal, pero es más seguro, y así pueden hacerle los exá-
menes indicados. Yo conozco a una doctora muy buena que te puedo 
recomendar en la misma clínica donde trabajo”. 
Lo primero que le dije a mi madre cuando colgó fue: 
“¡Acaso estoy loco! Mamá yo no estoy teniendo alucinaciones, yo 
estoy seguro de lo que he sentido y visto”. 
Ante la súbita respuesta del médico, mi madre abrió los ojos con 
una expresión de sorpresa y empezó a mover su cabeza de un lado para 
el otro. Luego me respondió: 
“Hijo, yo tampoco pienso que estés alucinando. Simplemente es la 
recomendación del médico. Pediré una cita con urgencia, y no te preo-
cupes, todo va a estar bien. Seguramente te mandará a hacer algunos 
exámenes y eso es todo”. 
Mi madre se comunicó inmediatamente con la secretaria de la doc-
tora y le agendó la cita para dentro de los dos días siguientes. Esos días 
fueron los más largos y desesperantes, porque me sentía asustado de 
que pudiese tener algo malo, pero en el fondo esa voz interior, que 
siempre escuchaba, me decía que todo iba a estar bien. 
Finalmente, llegó el día. Mi madre y yo nos levantamos temprano 
y nos fuimos directo a la clínica. Al llegar al consultorio, recuerdo que 
eran las siete de la mañana. Sólo esperé quince minutos y la secretaria 
me pasó a la oficina de la doctora. Ella era una mujer de piel blanca y 
pelo oscuro, muy simpática, que me generó confianza y me trató con 
mucho cariño al entrar. 
Dentro de su consultorio, me senté en una silla verde bastante incó-
moda. Atrás había un gran ventanal que dejaba ver un jardín lleno de 
plantas perfectamente organizadas. Las paredes del lugar eran total-
mente blancas con baja luz. La doctora se sentó muy cerca de mí, se 
presentó y comenzó a hacerme preguntas sobre mi presencia allí. Yo le 
respondí: 
43 
 
“Doctora, le pedí a mi mamá que me trajera para que usted revise 
mi cabeza, y para hablar con usted sobre las voces que habitualmente 
escucho y las personas que en algunas ocasiones veo y más nadie ve. 
No piense que porque le estoy diciendo esto significa que tenga aluci-
naciones. Al principio cuando me sucedían esas experiencias pensé que 
sí, pero después me di cuenta de que era común y en vez de sentir miedo 
me llenaba de un gran amor”. 
Cuando terminé de hablar, la doctora se quedó en silencio y al cabo 
de unos segundos nos dijo a mi madre y a mí que primero iba a reali-
zarme una prueba escrita de personalidad que constaba de preguntas de 
selección simpley algunas preguntas abiertas. Sin exagerar duré tres 
horas haciéndola, y no lograba entender por qué la longitud de ese exa-
men que hasta el día de hoy ha sido el más largo que he hecho. 
Recuerdo que en la prueba hasta tuve que dibujar un sol, una casa 
y una familia en una gran hoja en blanco para que la doctora pudiese 
analizar posteriormente todos los trazos y en qué lugar de la hoja los 
había dibujado, porque al parecer todo tenía una razón de ser. 
Seguido de esa prueba procedieron a realizarme una resonancia 
magnética del cerebro, dentro de lo que parecía ser una nave espacial. 
Me acostaron en una camilla y colocaron una especie de casco sobre 
mi cabeza, lo cual resultó ser bastante incómodo. Recuerdo que entraba 
y salía varias veces de esa cápsula que al moverse sonaba como un 
avión a punto de despegar. 
Admito que, pese a la incomodidad de tener tantos aparatos sobre 
mí, al final fue divertido porque me imaginé viajando dentro de una 
gran nave y busqué ver lo positivo del momento. 
Al salir de esa cápsula inmensa quería irme. Estuve toda la mañana 
en esa clínica, y las horas pasaron lentamente, tanto que me sentí ago-
tado y sólo pensaba en dormir. 
Finalmente, después de quince minutos más de espera, la doctora 
nos llamó a mi madre y a mí, y nos dijo que pasáramos por su consul-
torio dentro de cuatro días para darnos los resultados de ambas pruebas, 
y así tener un diagnóstico más preciso. 
44 
 
Pasaron los cuatro días y volvimos nuevamente al consultorio. Ese 
día me sentía muy ansioso por saber lo que iba a decirme la psicóloga, 
aunque yo seguía pensando que todo iba a estar bien y los equivocados 
iban a ser ellos. Estaba junto a mi madre en la sala de espera, cuando la 
secretaria nos dijo que pasáramos. 
“¡Ahora sí llegó el momento! Aquí vamos”, pensaba yo en aquel 
segundo en el que finalmente iba a saber la verdad que haría encajar la 
pieza final de ese rompecabezas que estaba viviendo. 
La doctora me saludó con mucho cariño, se notaba tranquila y me 
dijo: 
“El resultado de la resonancia salió bastante normal y no hay nada 
de qué preocuparse. Con respecto al examen escrito de personalidad, 
pude analizar teniendo en cuenta todas tus respuestas y dibujos, que 
tienes un alto nivel de ansiedad que se puede manejar. Lo que sí me 
gustaría es que me hablaras y me explicaras sobre esas voces que escu-
chas”. 
Cuando la doctora terminó de hablar, me quedé totalmente en si-
lencio y me emocioné tanto que se me aguaron los ojos. Sentí dentro 
de mí una gran paz por saber la pieza que me faltaba para terminar de 
armar el rompecabezas en mi mente. Lo acababa de resolver al darme 
cuenta que todo lo que venía sintiendo y viendo no tenía que ver con 
ningún problema en mi cerebro. No se imaginan la seguridad que sentí 
y me olvidé en ese momento que estaba en ese consultorio. 
En vista que me quedé callado cuando la doctora me hizo la pre-
gunta, me dijo: 
“¿Gerard me estás escuchando?”. 
Le respondí, un poco molesto: 
“Si estoy bien de salud y tiene los resultados, no sé por qué insiste 
en saber sobre las voces que escucho. Pero si usted quiere saber, se lo 
voy a decir”. 
 
45 
 
Sentía una gran energía dentro de mi ser, aquel timbre en el oído 
retornó y una fuerza increíble me empujó a decirle a esa doctora todas 
las imágenes que empecé a ver frente a mí. 
“Usted está aún lamentándose por la muerte de su madre, y siempre 
piensa que no hizo lo suficiente por ella, porque en sus últimos días no 
estuvo presente para acompañarla en el hospital debido a los problemas 
que estaba presentando con su esposo por ser muy controlador. Sin em-
bargo, ella no tiene rencor alguno e incluso no recuerda esos momentos 
que pasó estando en la clínica. Lo último que ella recuerda de aquel 
momento, fue el hermoso vestido con el cual la enterraron, porque era 
de color verde y ese era su preferido. No siga lamentándose, porque 
usted hizo lo que pudo entre la relación con su marido y los últimos 
días con su madre. Ella lo entiende, porque fue la intención en su cora-
zón lo que realmente valió”. 
La palidez en el rostro de la doctora fue evidente. Sus mejillas ro-
sadas cambiaron de color repentinamente cuando terminé de hablar. 
Ella abría y cerraba sus ojos una y otra vez, como síntoma de nervio-
sismo, y aunque intentaba responderme, las palabras que intentaba 
decirme salían de forma atropellada, titubeando en todo momento. 
Sentí compasión al verla reaccionar de ese modo, y dejé a un lado 
el enojo que tenía para abrazarla muy fuerte, porque lo que dije había 
ocasionado un gran impacto en ella. Sus lágrimas caían sobre mí, y 
cuando las sentía la abrazaba con más fuerza. Cuando estuvo calmada, 
se fue a sentar en su escritorio y mirándome a los ojos me dijo: 
“No sé cómo acabó de pasar esto, ni siquiera yo que siempre busco 
el porqué de las cosas, encuentro una explicación a esta experiencia. 
Sabes que para mí aceptar que mi madre no está ha sido muy difícil, 
porque me he sentido culpable, y esto que acabas de decirme era lo que 
había estado esperando escuchar todos estos años, para poder calmar 
mi mente y así encontrar un poco de paz. Te doy las gracias por este 
momento y porque Dios te puso en mi camino. Tienes un hermoso re-
galo del cielo que muchos quisieran tener, aprovéchalo porque estoy 
segura que ayudarás a muchas personas en el transitar de tu vida que 
apenas está comenzando. Y por tu salud ni te preocupes porque estás 
mejor que yo”, finalizó entre risas. 
46 
 
¡Qué increíble! Lo que presencié y lo que era una cita para saber si 
tenía un problema de salud, terminó convirtiéndose en un pequeño mi-
lagro nuevamente en la vida de otra persona que conocí. Pasé de ser el 
paciente para convertirme en el doctor, y hasta la consulta me salió gra-
tuita. 
Ese día supe que tenía un don del cual no podía escapar, y que debía 
aprender a usarlo de la manera correcta. Entendí que mi misión era ayu-
dar a los demás por medio de este milagro que me fue otorgado. Acepté 
que era diferente, y en vez de seguir luchando conmigo mismo parar 
ser como los demás, me dediqué a cultivar mi fe y a acrecentar mi es-
piritualidad. 
 
 
 
 
 
47 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
CAPÍTULO CINCO 
No somos perfectos, Sí para Dios 
 
48 
 
¿Quién soy yo para juzgar qué es lo correcto?,¿y quién para com-
partir a los demás lo que es ser bueno o lo que deben o no hacer con 
sus vidas? ¿Cómo puedo predicar el buen ejemplo de Dios, cuando tam-
bién tengo mis propios errores? 
 Y usted, ¿Es perfecto? 
Las personas que conozco siempre suelen decirme que yo tengo un 
don que Dios me dio, que soy bendecido y de otro mundo. Algunos 
también se basan en mí para tomar decisiones en sus vidas y en otros 
casos me ven como a alguien para poder decirles algo de su futuro. 
Todos siempre pensando que soy dueño de la verdad y que solo algunos 
pocos pueden ser privilegiados con este don. 
Permítame decirle que usted es igual de especial que lo soy yo para 
Dios. Usted también puede tener un lenguaje directo con los ángeles, e 
incluso con sus seres queridos, a quienes ya no puede ver físicamente. 
Sí, así como se lo digo, porque, pese a que yo tuve el camino más di-
recto o más fácil de comunicación con los seres de luz desde muy 
pequeño, y quizá con más ayuda debido a que “venía de familia”, usted 
también puede acceder a esto, porque esto viene con usted al nacer. Así 
como lo menciona un pasaje de la Biblia en Corintios 12:4-11: 
“Ahora bien, hay diversos dones, pero un mismo Espíritu. Hay di-
versas maneras de servir, pero un mismo Señor. Hay diversas 
funciones, pero es un mismo Dios el que hace todas las cosas en todos. 
A cada uno se le da una manifestación especial del Espíritu para el 
bien de los demás. A unos Dios les da por el Espíritu palabra de sabi-
duría; a otros, por el mismo Espíritu, palabra de conocimiento; a 
otros, fe pormedio del mismo Espíritu; a otros, y por ese mismo Espí-
ritu, dones para sanar enfermos; a otros, poderes milagrosos; a otros, 
profecía; a otros, el discernir espíritus; a otros, el hablar en diversas 
lenguas; y a otros, el interpretar lenguas. Todo esto lo hace un mismo 
y único Espíritu, quien reparte a cada uno según él lo determina”. 
Incluso, yo, así como usted, aún sigo aprendiendo, porque en la 
transición de mi vida he tenido momentos de mucha rabia y dolor en 
los cuales he discutido con Dios y con los ángeles, tal como si estuviese 
discutiendo con mi hermana, porque lo que he querido no me ha sido 
49 
 
cumplido muchas veces. También he aprendido que tener este don no 
quiere decir que puedo sacar ventaja de él para mi vida y mis intereses 
personales. Lo más importante para mí don son los sentimientos, las 
intenciones, y lo que personas como usted emiten desde lo mas pro-
fundo de su ser. 
Con esto quiero decir, que lo que usted cree que es el significado 
de la perfección, para Dios y los ángeles es totalmente irrelevante. Para 
ellos, usted ya es perfecto con tan solo existir, no importa en lo que crea 
o haga. Pero esto puede ser la diferencia para que ellos distingan si 
usted presta atención o no. Esa es la diferencia entre quienes pueden 
ver y quiénes no. 
Una de las cosas que más me creó confusión cuando era más joven 
era pensar: 
“¿Cómo podía yo tener este don si no era un excelente ejemplo?, 
siendo los ángeles tan perfeccionistas en cada una de sus acciones”. 
“¿Cómo podían permitirme seguir teniendo este milagro en mi 
vida, si yo era un huracán sin orden?”. 
No era ni motivador espiritual ni consejero, y no fue fácil para mi 
aprender a tener seguridad en mí mismo para sobrellevar todo lo que 
me sucedía. Sin embargo, son las experiencias que he vivido las que 
me han motivado a seguir desarrollando mi misión, y aprendí a depo-
sitar mi confianza en Dios y en los ángeles, porque tenía la certeza de 
que me guiaban en todo momento. Así que empecé a dejar de lado las 
dudas y de preguntarme tanto el por qué de las cosas. 
Una de las experiencias que más me impactó, por ser la primera en 
la cual me involucré a un nivel muy superior, fue la que me permitió 
entender que todo mi camino estaba en manos de Dios, porque senci-
llamente no elegí tener este don, y Él, junto a los ángeles, iba a 
mantenerme en el sendero correcto para ayudar a los demás. 
A mediados de 2015 decidí mudarme de Chile — ciudad donde viví 
por más de tres años— para emprender un camino con mayores retos 
para mí. Escogí la ciudad de Miami como mi nuevo hogar. Tuve múl-
tiples razones para hacerlo, porque las oportunidades que se me abrían 
50 
 
para impulsar esta misión de vida eran cada vez más inmensas. En 
efecto, así fue. Pero existió un momento durante mis primeros días que 
la verdad no esperaba. 
Contraté una compañía de mudanzas internacionales, la cual traería 
mis muebles desde el país de donde salía, a mi nuevo destino. La carga 
vendría por barco y yo solo debía esperarla y gestionar los papeles le-
gales que correspondían en las oficinas de esta empresa en Miami. 
Estando en Miami me dirigí a la oficina de la empresa con la cual 
estaba tramitando la mudanza, y me reuní con la persona encargada de 
la gestión administrativa. Una mujer de aproximadamente cuarenta 
años, de estatura baja, agradable, atenta con los clientes. Me llamó la 
atención que las paredes de su oficina eran de madera y alrededor, tenía 
colgados varios diplomas y un mapa del mundo. 
Al sentarme frente a su escritorio, ella comenzó a hablarme, y perdí 
el sentido de orientación de forma repentina. Le pedí a ella que me diese 
unos minutos porque me sentía un poco mareado, bajé mi cabeza un 
poco y con los ojos cerrados pasaba mi mano por mi frente como ma-
sajeándola. Ella me ofreció agua, pero mientras me hablaba, yo 
mantenía mis ojos cerrados. 
Luego de unos minutos, empecé a sentirme mejor, subí mi cabeza 
nuevamente y al abrir los ojos me di cuenta que ya no éramos dos los 
que estábamos en esa oficina, había junto a ella otra persona que defi-
nitivamente no pertenecía a este lado del mundo. Su imagen era un 
poco borrosa y en ese instante comenzó a comunicarse conmigo. 
 “Necesito me ayudes en algo, ella es mi madre y le ha costado 
mucho superar lo que me sucedió. Dile que siempre estoy junto a ella 
y que todavía sigo practicando béisbol”. 
 
51 
 
 
Respiré profundo porque no es fácil decirle algo tan privado y emo-
cional a una persona que recién conozco. Pero es algo que debo hacer, 
porque si no mi conciencia no me deja tranquilo el resto del día. 
“Disculpe, me gustaría decirle algo y espero pueda recibirlo de la 
mejor forma. Usted perdió a su hijo en un accidente, al parecer le gus-
taba jugar mucho al béisbol y también es un poco celoso con usted, 
pero solo quiero que sepa que él está bien y siempre la acompaña”. 
La mujer paró todo lo que estaba haciendo y entre la emoción y el 
desespero comenzó a preguntarme cómo yo sabía eso y continuó ha-
ciéndome una cantidad de preguntas, una tras otra. Intenté calmarla 
para poder responderle de forma más ordenada y así poder transmitirle 
los mensajes que estaba escuchando. En ese momento le dije: 
“Su hijo me muestra la palabra “oriones” o “orioles” y lo dice muy 
entusiasmado, como una especie de sueño muy importante que no pudo 
cumplir debido a lo que le sucedió. Estoy seguro tiene que ver con el 
béisbol. También me dice que él no se va a molestar si recogen su 
cuarto, porque, aunque era muy celoso con sus cosas, ya no las nece-
sita”. 
La mujer llorando me contesta: “Antes de morir, él había firmado 
un contrato con un equipo de béisbol llamado Orioles, pero justo antes 
de viajar para celebrarlo, falleció en un accidente de auto. Y desde que 
se fue, no he querido mover nada de su cuarto. Todo sigue intacto”. 
Yo le respondí: “La verdad no soy muy aficionado a este tipo de 
deportes, pero él está muy feliz e incluso quiere que usted sepa que ya 
pudo conocer a Ruth”. 
Le pregunté a la mujer que quién era Ruth, porque me llamó la aten-
ción saber si era una mujer importante en su vida. Ella me respondió: 
“Es Baby Ruth, su jugador favorito de quien era muy fanático. No 
sabes la alegría que me estás dando en este momento, Gerard. Esto 
tengo que contárselo a mi hija, porque es el milagro que tanto había 
pedido. 
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Todos los días le pedía a Dios que me permitiera comunicarme con 
mi hijo, saber cómo estaba él. Además no sabía si estaría bien mover 
toda su habitación. No tengo palabras para describir esto tan maravi-
lloso que me está pasando. No sabía que podías ver y sentir a personas 
fallecidas”. 
Mi estadía en ese lugar se extendió más de una hora, durante la cual 
escuché a la mujer narrar toda la historia de su hijo entre lágrimas y 
risas. Pude sentir también la alegría de ese joven al ver a su madre fi-
nalmente más feliz y tranquila. 
Al final de la charla, pudimos realizar toda la gestión legal y me fui 
muy complacido por lo que había ocurrido. Subí mi mano apuntando 
hacia el cielo como siempre hago después de que tengo este tipo de 
vivencias junto a las palabras: “Gracias Dios, lo hicimos una vez más”. 
Aproximadamente una semana después de lo que me sucedió, es-
taba en la ducha alistándome para arrancar mi día y pude sentir 
nuevamente al hijo de aquella mujer que me dijo que quería que le com-
prase a su madre una bola de béisbol y que se la entregara lo más pronto 
posible. Que ella iba a entender lo que significaba. 
Quedé sorprendido y pensativo al no entender por qué debía com-
prar algo de parte de alguien que ya no estaba físicamente. Sin 
embargo, me vestí y al final del día me dirigí a una tienda de artículos 
deportivos para comprar esa pelota. Al llegar al local comercial, vi una 
gran pared llena de una cantidad de pelotas de béisbol. Y dije en voz 
alta: 
“¡Guau! No

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