Descarga la aplicación para disfrutar aún más
Vista previa del material en texto
Bienvenid@ a este hermoso regalo para tu vida. Nada es casualidad tampoco el que recibieses esto, los ángeles creen en ti aun cuando no creas en ellos. Trabajan en equipo siendo uno y uno son todos, no creen en el individualismo y dan la respuesta por adelantado. Solo falta que aprendas a ver ello. ¿De que serviría si somos escuchas y no hacedores de mensajes? Basándonos en este concepto y en agradecimiento a lo que estarás por recibir o encontrar en este libro. Te invito a hacer lo siguiente si ver- daderamente deseas seguir produciendo esta magia ahora siendo tú, parte de la misma. No te quedes solo con la pluma, el numero o el Amen y se “TU” ahora ese ángel para alguien más… “Hagamos juntos una cadena de milagros, trabajando en el mismo equipo que los ángeles. “Todos somos uno y uno somos todos” ANTES DE COMENZAR A LEER COMPARTE ESTE REGALO CON 11 PERSONAS MAS. Gracias a la continuidad de esto es que lo recibiste tú, no seamos indi- vidualistas. No si deseas realmente vivir esto a continuación. 3 Aprenda a ver Más Allá Y viva junto a los milagros Gerard Leiser Gerardleiser.com – Instagram: @gerleiser Aprenda a ver Más Allá: Y viva junto a los milagros Copyright © 2017 por Gerard Leiser Título: Aprenda a ver Más Allá © 2017, Gerard Leiser Revisión: Yotta-Bay Todos los derechos reservados Términos legales: No está permitida la reproducción total o parcial de este libro, ni su trata- miento informático, ni la transmisión de ninguna forma o por cualquier medio, ya sea electrónico, mecánico, por fotocopia, por registro u otros medios, sin el per- miso previo y por escrito del titular del Copyright. © 2017, Gerard Leiser Usted de tener una copia en posesión puede compartir el mismo con alguien más de forma gratuita. No está permitida su edición, toma de textos para promoción o venta sin los derechos o el permiso o aprobación previa legal del autor Gerard Leiser. Este libro es compartido de forma gratuita en decisión propia de su autor – Ge- rard Leiser - y con posesión de sus derechos legales a plenitud de la autoría del mismo, la venta en su versión física es únicamente distribuida por su autor Gerard Leiser. Cualquier irrumpimiento de lo mencionado y registrado legalmente aquí men- cionado, llevara a la toma de acciones legales. Para contactar con el autor: Gerard Leiser – Instagram: @Gerleiser – www.gerardleiser.com http://www.gerardleiser.com/ 5 Oración previa: "Ángeles en el cielo, Ángel guardián que estas aquí junto a mi y en tu nombre pude recibir esto. Te pido abrir mi corazón para tener la humildad para recibir y interpretar lo que en estos mensajes o experiencias me com- parten. Si no me he detenido a tenerte como mereces en mi vida, estoy desde hoy abierta/to a poner de mi parte en poder mejorar nuestra rela- ción. Tu sabiduría en mi mente de paz y tu amor el mío permita limpiar. Acepto y recibo con gozo, emoción y sin ego o reproches. Los planes o mensajes que has querido poner ante mí y que antes no pude ver. Lo acepto, recibo y agradezco. Prometo dedicar en adelante un poco mas de tiempo para ti, así mismo lo demuestro en mi tiempo al comenzar a abrir este regalo recibido Que así sea y me encuentro agradecida/do. La siguiente hoja en blanco, tómala para tener un segundo de calma. Y prepárate para cambiar tu vida. Índice Agradecimientos .......................................................................................... i Importante .................................................................................................. iii Prólogo ........................................................................................................ v Primeros Aprendizajes ................................................................................ 7 Mi padre ................................................................................................12 Llegó el día tan esperado .......................................................................14 Segundo primer aprendizaje ......................................................................17 El día en que todo comenzó ...................................................................23 Comenzaron a manifestarse ..................................................................27 Puede estar en sus genes ...........................................................................33 La doctora y mi mente ...............................................................................39 No somos perfectos, Sí para Dios …………………………………………………………….47 Su verdadero ser ....................................................................................57 Cuando los seres queridos deben partir .....................................................67 Ser libre ..................................................................................................... 73 Lo que usted emite es lo mismo que atrae .................................................81 El lenguaje del más allá ..............................................................................89 Mi ángel de la guarda es una niña ..........................................................96 La verdad sobre meditar ............................................................................99 Viajando durante la meditación ........................................................... 104 ¿Conocí una parte del Cielo? ................................................................ 106 Muchas religiones, un solo Dios ............................................................... 110 Agradezca siempre ................................................................................. 115 Sobre el mal ........................................................................................... 119 Viva junto a los milagros ......................................................................... 126 i Agradecimientos En este libro presento muchas historias y vivencias que me han ocu- rrido desde muy temprana edad. Experiencias realmente únicas e increíbles, y al compartirlas de forma pública me di cuenta de lo pode- rosas que pueden ser para que otras personas también conozcan y vivan estos milagros. Me siento en deuda con todos aquellos que durante tanto tiempo me apoyaron en los distintos aprendizajes de mi camino, y quiero hacer algunos agradecimientos especiales a las siguientes personas que juga- ron un factor muy importante: Gracias, A Dios, porque pese a que no entendía el porqué, me dio desde niño la bendición de vivir una vida única y bendecida. A mi padre, porque desde aquel día en que dejó su cuerpo frente a mí, cumplió su promesa de que jamás me dejaría solo. A mi madre, porque durante el transcurso de mi vida siempre ha sido mi fuente de apoyo y mi consejera. Agradezco especialmente toda su paciencia. A mi pareja, porque es mi cable a tierra y siempre cree en mí. Agra- dezco tantas horas dedicadas a revisar que cada palabra de este libro tuviese sentido. A mis ángeles, por ser la guía en mi camino, aun cuando me frus- traba al no entender sus decisiones. A cada uno de los que me han acompañado desde que comencé a compartir esta aventura. ii A todo aquel que me entregó la confianza de entrar en su vida pri- vada, su historia y sus experiencias, por dejarme ser parte de sus vivencias y las de sus seres queridos ya fallecidos. Y gracias a usted, estimado lector, por estar aquí. Usted ya forma parte de este libro. Gracias a usted quien compartió este libro con 11 per- sonas más o a usted que graciasa esas 11 personas recibió el mismo. ¿Casualidad o trabajo en equipo como lo hacen los ángeles? iii Importante Este libro fue escrito basado en hechos reales, y la información que contiene puede ser muy influyente, en forma positiva o negativa, pues son enseñanzas que se derivan de las vivencias del autor. Se sugiere al lector que parta de su propia interpretación, para que este libro pueda darle los resultados que en él se comparten, siempre tomando en cuenta el libre albedrío. iv GRACIAS POR EXISTIR v Prólogo Mi nombre es Gerard Leiser, una persona poco común con una vida llena de milagros, a quien le suceden cosas extraordinarias. En este li- bro narro mi experiencia, testimonios y aprendizajes que comenzaron a la edad de cinco años, cuando asesinaron a mi padre frente a mí. En ese mismo instante vi como su alma se desprendía de su cuerpo ante mis ojos, y desde ese momento empecé a ver más allá y a percibir lo que otros no podían. A medida que fui creciendo, aprendí que nací con la misión de des- pertar conciencias y enseñar a las personas a darse cuenta de los milagros que suceden a su alrededor gracias al poder de Dios y de los ángeles, que siempre están actuando y van delante de usted con un amor tan abundante que las palabras no alcanzan para definirlo. Existe mucho más de lo que usted piensa o conoce, y en este libro va a aprender las verdaderas herramientas para darse cuenta de ese don que a usted lo hace especial; a descubrir esa fortaleza interior que le permitirá darle un mejor sentido a su vida, y a entender el verdadero lenguaje de los ángeles y de sus familiares fallecidos, que — crea usted o no— siguen estando presentes como ángeles. Usted podrá remover las barreras que obstaculizan su camino para poder ver más allá. Le invito a sumergirse en una nueva experiencia de vida basada en hechos reales, en la que he ayudado a cientos de personas a encontrar la paz espiritual ante la pérdida de sus seres queridos, a encontrar las respuestas que buscan para cerrar ciclos, y la razón del por qué le suce- den las cosas una y otra vez. Esto gracias al regalo de Dios que desde pequeño he tenido. Nada en esta vida es casualidad, tampoco lo es el que haya llegado hasta usted este libro vi El árbol se conoce por su fruto 43 »No hay árbol bueno que pueda dar fruto malo, ni árbol malo que pueda dar fruto bueno. 44 Cada árbol se conoce por su fruto: no se cosechan higos de los espinos, ni se recogen uvas de las zarzas. 45 El hombre bueno dice cosas buenas porque el bien está en su corazón, y el hombre malo dice cosas malas porque el mal está en su cora- zón. Pues de lo que abunda en su corazón habla su boca. Lucas 6:43-45 7 CAPÍTULO UNO Primeros Aprendizajes 8 A la edad de cinco años mi única preocupación era jugar con carri- tos. Era bastante adicto a ellos; tanto, que siempre estaban bajo mi almohada cuando dormía. Para cada uno de ellos imaginaba un nombre, una personalidad y un rol de trabajo en mi gran pista de vehículos. Una pista que también era imaginaria. Y en comparación con los demás niños que jugaban imitando los sonidos de las bocinas o imaginando grandes choques, yo los veía como personajes que tenían emociones, grandes relatos y con- flictos, y actuaba como mediador para ayudarles a buscar soluciones y que volvieran a entenderse nuevamente. Recuerdo que comentaba con el jefe de policía, en mi mundo de carritos, si había alguna forma de ayudarlo, porque debía tener mucho trabajo. Como buen niño, me interesaba mucho el tema de San Nicolás. Tra- taba de preguntar lo mayor posible sobre él, y en las noches, antes de dormir, miraba hacia la ventana pensando: “¿Qué estará haciendo Él ahora?” En mi mente recordaba a Santa, tal cual como aparecía en las pelí- culas que había visto, con muchos duendes que lo ayudaban. Tenía tantas ansias por saber de él, que de niño pensaba que podía llegar a conocerlo a él y a su equipo de trabajo, para que me ayudasen con las situaciones que se presentaban en las largas filas de tráfico que forma- ban mis personajes en la pista imaginaria. Fue a esa misma edad cuando por primera vez asistí a la escuela. Allí podía jugar, pintar, conocer y compartir con muchos otros amigos. Pensaba en compartir mi pista imaginaria con un cómplice, para jugar con él, o quizás para lograr encontrar la locación de Santa y así ayudarlo a fabricar sus regalos. Me decía: ¿Quién mejor que yo para trabajar con él? Pues yo era experto conociendo lo que sentían y pensaban los carri- tos. A temprana edad mi nivel de inocencia era muy grande y me pro- dujo grandes problemas desde ese momento, porque no entendía el significado del mundo real. Además, lo que me contaban o podía espiar sobre la vida de los adultos era bastante confuso para mí. Quizás esto 9 pueda sonar muy común al tener tan solo cinco años, pero a medida que usted vaya leyendo entenderá mejor por qué lo digo. Mi familia era muy unida para aquel entonces. Los abrazos y el cariño abundaban donde quiera que fuese y, por supuesto, cómo no es- tar feliz si todos me regalaban cada vez más carritos para mi colección. Vivía la vida de mis sueños y me sentía totalmente realizado. Sentía que tenía una misión muy grande y especial, que para ese entonces era ser el salvador de los juguetes. Estaba convencido de que ellos tenían vida, y que podía solucionar sus problemas. Una tarde pregunté a mi madre, mientras íbamos en el auto para dar un paseo: “¡Mamá! ¿Quiénes son esos señores de traje con cosas en su cintu- rón y que tienen vehículos con luces arriba?”. Ella respondió: “Hijo, ellos son policías, son los que nos cuidan y nos mantienen a salvo”. Cuando mi madre me dijo eso, vino a mi mente una imagen que tiempo atrás ella me había mostrado de un hombre llamado Jesucristo, quien siempre cuidaba de nosotros, aunque para ese entonces yo no presté mucha atención. Ante esa inquietud, le pregunté nuevamente: “¿Los policías son como Jesús, pero en la tierra?”. Mi madre no me contestó, pero en su rostro se dibujó una sonrisa, seguramente pensando en la ingenuidad de aquella pregunta. Sin em- bargo, tomé su gesto como una afirmación. Desde ese momento, algo dentro de mí decía: ¡Tenemos mucho por hacer, Gerard! Así que, en adelante, comencé a saludar a cada policía que veía. Sabía que era muy pequeño para que me prestaran atención, pero pensaba que si los saludaba y sabían quién era yo, podrían saber dónde encontrarme para ayudarlos o para que cuidasen de mi madre ante cualquier peligro. 10 Me convencí de que todo iba a estar bien porque existían “los poli- cías que eran como Jesús en la tierra”. A ellos encomendaba la protección de mis preciados juguetes, a pesar de que no sabía cómo llamarlos en caso de necesitar ayuda. Esa inquietud era un inconveniente que, pensé, debía resolver con Mr. Pat, el jefe de mi larga lista de carritos, y mi mejor consejero. Como en toda historia sobre un héroe, como el que era yo en mis días de juego, no podía faltar un villano. Así que mi hermana era mi archienemiga en aquellos tiempos. Ella fue una de las protagonistas más importantes en la formación de mi carácter a muy temprana edad. Si bien su comportamiento no fue el mejor hacia mí durante mi infancia, pude aprender, como primera lección, que de todo lo malo se puede sacar algo bueno. Gracias a ella, la paciencia se convirtió en una de mis mayores virtudes, así como el rechazo a la injusticia, sin importar de donde viniese. En esos tiempos, mi hermana hacía cosas comunes a las muchachas de su edad. Obtenía excelentes calificaciones,pasaba tiempo jugando a la casa de muñecas, y en su época la moda de los peinados y el ma- quillaje estaba a todo dar. Su relación conmigo era la típica de una hermana mayor, en la cual ella siempre quería tener la razón y yo era el objetivo perfecto para atacar por mi ingenuidad. Uno de sus juegos favoritos era invitarme a jugar a Drácula, el Vampiro, y yo siempre aceptaba participar. Ella me encerraba en un baúl, y se sentaba sobre él, mientras yo escuchaba sus risas desde aden- tro. Después de la primera vez que jugamos, supe que ella seguiría ha- ciendo lo mismo. A pesar que ese no era el mejor de los juegos, yo solo quería compartir con ella. Si esa era su forma de jugar conmigo, enton- ces yo inconscientemente aceptaba. 11 No recuerdo cuanto tiempo solía pasar encerrado dentro de ese baúl, al punto que ya no le temía más. Estando dentro, sentía como si fuese un ejercicio en el cual mi hermana me estaba enseñando a no temerle a la oscuridad, a ser paciente en la represión y a siempre sacar algo bueno de lo que sucedía. Efectivamente, desde el primer día, dejé de utilizar la famosa lamparita para dormir, porque había perdido total- mente el miedo. A pesar de lo que viví con mi hermana, nunca sentí rabia ni rencor hacia ella. Mi corazón siempre me decía que ella me estaba enseñando algo, y siempre la perdonaba sin prestar mucha atención en recordarlo, tanto así que nunca se lo llegué a comentar a mis padres. Al final del día era ella la persona con la que compartía un hogar y formaba parte de mi familia. Y, ¿cómo podría no quererla o amarla si era lo único que tenía aparte de mis padres y mis juguetes? Había solo una cosa que no terminaba de descifrar en ese tiempo, y era sobre mis padres. Tenía muchas preguntas que no me atrevía a ha- cerles, pero podía ver alrededor que claramente algo sucedía en mi hogar y que quizá yo podía resolverlo. Así que siempre llevé conmigo a Mr. Pat en el bolsillo para conversar en los momentos que más lo necesitaba, y me aventuré a investigar. 12 Mi padre Era un hombre muy trabajador y adicto a lo que hacía. Muy dedi- cado y pasional en su trabajo, al punto que se involucraba tanto en ello que no tenía tiempo para verme todos los días, sino solamente los fines de semana. “¿Por qué mi padre no vive con nosotros en casa?”. Le preguntaba siempre a Mr. Pat y —créalo o no— yo escuchaba una voz de hombre gruesa y pesada en mis oídos que me respondía desde mi bolsillo: “En tu corazón está la respuesta y eres muy inteligente. No olvides cómo has resuelto los problemas con los demás carritos”. Mi corazón decía en respuesta: “Está bien, Mr. Pat, pronto sabré por qué, y veré que puedo apren- der de ello, tal como lo hice con mi hermana”. Mi padre me buscaba algunos fines de semana y la mayoría de las veces me llevaba a su empresa de joyería para pasar el día entero tra- bajando con él. Para mí era como ir a un parque de diversiones, porque su negocio cubría todo un piso y estaba lleno de atracciones en las cua- les podía jugar, aprender y compartir en su propio mundo, fuera del mío. Desde un lado de ese gran parque de diversiones se encontraba uno de mis siguientes mayores aprendizajes: conocer sobre los seres vivos. Alrededor de su empresa había veinte acuarios llenos de peces de dife- rentes especies, colores y tamaños. Pasaba horas y horas sentado solo contemplándolos, y entendí como unos seres vivos que no tenían un cuerpo como el de los humanos, tenían tantas reacciones y hasta se mo- vían en grupo, como si pudieran comunicarse entre ellos. 13 Cuando nadie me veía, sacaba a Mr. Pat de mi bolsillo para que él también pudiese conocer a esos seres tan interesantes, y así no solo ver nuestro mundo limitado de ruedas y autopistas. Una tarde, recuerdo que le pregunté a mi padre: “¿Por qué tienes tantos peces?”, ¿por qué no dejas que vivan libres en el mar? Mi padre me respondió que él estaba haciendo bien en ayu- darlos a reproducirse y que nunca iba a hacerles daño. Incluso me incentivó a alimentarlos para así sentir que los estaba ayudando. Desde ese momento, no dejé de visitarlos. A pesar del tiempo que pasaba con mi padre, nunca me aclaró por qué no vivía con nosotros en casa. Cada vez que le preguntaba, me contestaba que él tenía que trabajar mucho para que yo tuviera más ju- guetes. Sin embargo, yo pensaba que no necesitaba más carritos porque pa- saba mucho tiempo organizándolos, y en realidad lo que deseaba era aprender y explorar nuevos horizontes, como el que ahora estaba ha- ciendo con los peces. Además, prefería jugar más con mi papá y recibir más cariño de su parte, porque era muy distante y frío para demostrar sus emociones. 14 Llegó el día tan esperado Luego de una larga y ansiosa espera, el día de empezar la escuela llegó. Tenía mi uniforme, zapatos y mochila nueva. Mi corazón estaba lleno de ansiedad por aprender, explorar nuevas experiencias y tener nuevos amigos para Mr. Pat, que siempre viajaba en mi bolsillo. Aunque mi ánimo cambió, cuando me enteré que el colegio era el mismo donde estudiaba mi hermana. Ese fue el primer obstáculo que tuve que superar, porque empecé a sentir un poco de temor más no que- ría permitir que esos sentimientos arruinasen el fabuloso y aventurado primer día. Durante todo el camino hacia el colegio, mi mayor interés era des- cubrir todo lo nuevo que iba a aprender en ese lugar, y me intrigaba saber cómo serían mis compañeros de clase, para así poder compartirles mis aprendizajes y aventuras, que aunque no eran muchos, para mi sig- nificaban bastante. Justo antes de bajarme del vehículo, escuché nuevamente desde mi bolsillo un nuevo consejo: “Recuerda lo que has aprendido. Resiste y usa tu corazón en todo momento”. Al llegar a la escuela, veía todo a mi alrededor como un explorador en una jungla gigante. Imaginaba que en un sitio tan enorme se presen- tarían muchos más conflictos por resolver y muchas personas a las cuales ayudar. Pese a que a mi corta edad no podía ayudarme siquiera a mí mismo. Cuando entré al aula de clases, me ubiqué donde me indicaron y conocí a una mujer maravillosa que sería mi maestra. Ella me recibió no solo con un fuerte abrazo, sino también me transmitió un amor tan grande, que casi podía tocarlo con mis propias manos, así como la brisa cuando acaricia la piel con fuerza. A ese sentir respondí con una enorme sonrisa dibujada en mi rostro, y ante ese sentimiento pensé que era algo normal que los demás sentían, pero que yo acababa de descu- brir. 15 Sin embargo, no todo fue como lo esperaba. Me di cuenta en ese momento de que, si bien yo había ido pensando que aprendería cosas nuevas sobre la vida, resultó un lugar rodeado de paredes donde todos se dedicaban a dibujar. Estuvo bien los primeros días, pero yo no estaba allí para eso. Después de pasar varios días en el colegio, y notar que solo era jugar, correr y dibujar lo que haría, me di cuenta de que lo único que me motivaba a ir era encontrarme con la maestra. Como me sentía en confianza con ella, me acerqué para preguntarle si había alguna otra cosa que pudiésemos hacer, porque estaba aburrido. Ella siempre se reía de mis comentarios y me transmitía un gran cariño. Y cada vez que llegaba al colegio, ella siempre encontraba algo nuevo en qué entrete- nerme. 16 A mis cinco años de edad. 17 CAPÍTULO DOS Segundo primer aprendizaje 18 Recuerdo un día viernes, 12 de junio, que marcó un segundo gran aprendizaje para mi vida. Al llegar al salón de clases, me encontré con la desagradable sorpresa de que la maestra, a quien admiraba y me sal- vaba de mi aburrimiento, había sido cambiada a otro salón de clases, y la persona que ahora estaba a cargo parecía un jefe militar.La nueva maestra tenía un carácter muy fuerte y no mostraba gestos de simpatía hacia nosotros, sus alumnos. Esa actitud me hizo sentir re- chazo hacía ella y saqué de mi bolsillo a Mr. Pat para sentirme acompañado, y mirándolo fijamente a los ojos le comenté que ahora estábamos solo él y yo. En ese momento mientras hablaba con Mr. Pat, no me di cuenta que la nueva institutriz me había visto hablando con mi carrito. Se dirigió hacía mí, me lo arrebató de las manos y me dijo: “No está permitido traer juguetes de casa”. Luché con ella entre lo que pude, porque me había quitado a mi consejero y compañero de aventuras, pero tuve que aceptar que lo había perdido. Le rogué para que me devolviese a Mr. Pat. Le expliqué que ese carrito no solo era un juguete para mí, sino mi mejor amigo. Des- pués de tanta insistencia, ella me respondió que podía recogerlo al final del día. Fue una larga espera. Estaba impaciente y veía el reloj cada minuto para tener de vuelta a Mr. Pat. Sin embargo, intenté distraerme en la cancha deportiva junto a los demás alumnos que allí se encontraban jugando. Al salir a la cancha de juegos lo primero que pude observar fue a un niño, que estudiaba conmigo pero que no conocía, en la esquina de un rincón donde también había otros tres niños dándole patadas. Mi compañero de clases se había dado por vencido y lloraba sin que nadie se acercara a ayudarlo. A diferencia de los demás, que miraban con temor o se burlaban de lo que sucedía, yo sentí dentro de mí una voz que me decía: “Ve y has lo correcto”. Esa particular voz que no salía de mi bolsillo, ya que no 19 tenía conmigo a Mr. Pat, la pude escuchar directamente en mis oídos, y me impulsó a hacer justicia. No sabía con quien más contar como ayuda en ese momento y sentía que era yo contra el mundo. Definitivamente ese chico indefenso necesitaba ayuda, porque aquellos rebeldes que lo maltrataban eran mucho más grandes en con- textura y más violentos. Con mucho valor y la fuerza que me inspiraba aquella voz —sin detenerme a pensar de dónde provenía— me aventé sobre el niño. Luego me levanté y me puse delante de él para ayudarlo a ponerse de pie, a pesar del dolor que él sentía por los golpes. Me volteé y les dije a los otros: “Ahora van a tener que golpear más fuerte, porque somos dos y él no está sólo”. En ese momento, todos alrededor detuvieron las burlas, y uno de los que estaba dando patadas dijo en voz alta: “¿Y tú quién eres para venir a defenderlo?, él no tiene amigos ni tu tampoco”. Lo miré fijamente a los ojos y sentí que desde dentro de mí se emitía una fuerza mucho más grande que la que mis pequeños y blandos músculos podían realizar. Llegué a sentir cómo latía mi corazón, cómo fluía la sangre en mi cuerpo, y mis oídos empezaron a emitir un sonido como el de un timbre, hasta sentir que mi energía podía hacer mucho más que mis puños en los demás. Con esa fuerza inmedible que me permitía luchar contra ellos tres, o diez más, les respondí lo siguiente: “Él no está solo, yo soy su mejor amigo y tengo muchos más ami- gos de los que ustedes puedan imaginar, solo que no los pueden ver”. En ese momento hubo un gran silencio. Nadie entendió lo último que dije, y hasta me quedé pensando: “¿De dónde me salió decir eso?”. 20 “¿De verdad acabo de decir eso?”. No lograba entender. Sabía que no me lo había dictado Mr. Pat, porque ese mismo día lo había perdido en manos de la nueva institutriz. Segundos después, se acercó en medio del conflicto la maestra a quien tanto apreciaba y me apoyaba en todo momento. Una vez más me sorprendió, porque llegó al lugar indicado, y en el tiempo justo para salvarme. Se convirtió en mi heroína de la justicia, y ese mismo día gané un nuevo amigo. Después de ese episodio, todo transcurrió de forma perfecta. La maestra se quedó conmigo el resto del día compartiendo en el aula de clases, y mi nuevo amigo se sentó junto a mí, aunque sin decirme nada. Pero yo me sentía tranquilo, porque sabía que él estaba a salvo de quien le pudiese hacer mal. Cuando llegó la hora de salir del colegio, estaba ansioso por reen- contrarme con Mr. Pat. Esperé a que todos salieran del salón para pedirle a la nueva maestra que me devolviese mi carrito, tal como me había dicho que iba a hacerlo, pero resultó ser que ni ella misma recor- daba dónde lo había puesto. Exclamé con tristeza: “¡Mi mejor amigo está perdido, ahora debo encontrarlo!” Sin percatarme de la hora —mientras los demás niños se dirigían a encontrarse con sus padres, que esperaban fuera del colegio junto a sus vehículos— yo solo me enfocaba en buscar a mi amigo por todos lados, y a cada persona que se me cruzaba le preguntaba si había visto un carro pequeño de color azul. Hasta que me topé con mi hermana, quien me buscaba, porque mi madre estaba esperándonos fuera del colegio hacía ya un buen rato. Mi hermana me tomó por el brazo y salimos del colegio mientras ella me agarraba con fuerza. Yo solo miraba hacia todos lados tratando de encontrar a mi juguete favorito. 21 De pronto, vi a Mr. Pat. Lo tenían aquellos niños violentos que ata- caron a mi amigo. Con una gran tristeza me despedí de él desde lejos. Me sentí abatido, porque le había fallado por completo a mi mejor amigo. Sentía que lo había abandonado. No pude hacer nada para res- catarlo, y lo único que tenía era rabia y rencor entre las lágrimas que caían sobre mi rostro. Quizá mi madre y mi hermana pensaron que mi cariño por el juguete era solo un capricho de niño. Durante todo el viaje permanecí callado dentro del vehículo, y me pregunté una y otra vez cómo era posible que, si yo era un buen chico, otros me hicieran cosas tan malas. Pensé que lo que debía ser una aven- tura para aprender sobre la vida en el colegio, terminó pareciéndome un castigo. Me sentí sólo nuevamente. Y mi mayor secreto, que era Mr. Pat, lo había perdido y ahora ¿quién iba a darme esos consejos que solo él podía dar? Fue allí cuando nuevamente regresó su voz a mis oídos, la cual pude escuchar como si Mr. Pat estuviese dentro de mi bolsillo. En ese mo- mento recordé que esa voz era la misma que había escuchado durante aquella desagradable pelea del colegio, pero con la diferencia que mi juguete ya no estaba junto a mí. “¿Cómo podía seguir escuchándolo?”, fue lo primero que vino a mi mente, sin prestar atención a lo que me estaba diciendo esa voz: “Resiste y usa tu corazón, yo estoy aquí y seguiré estando cerca de ti”. Esas eran las palabras que me repetían al oído, y mientras limpiaba mis ojos con las manos sucias, sonreí mirando a mi alrededor nueva- mente. Incluso observé a mi madre y a mi hermana, para estar seguro si era yo solo el que estaba escuchando eso, o si ellas podían hacerlo también. Pero me di cuenta de que era solo yo. Entendí en ese momento que existía algo más allá de lo que mi co- razón e inocencia podían creer. Estaba aprendiendo que la vida quizá 22 estaba separada por dos equipos de fútbol; uno conformado por juga- dores buenos, y otro por integrantes que patean con malicia a los demás. Ese sentimiento de no saber quién de verdad actuaba con buenas inten- ciones desde el corazón, y quien no, me hizo sentir muy mal durante un buen tiempo y ante ese malestar, me quedó una duda: “¿Si yo hago el bien, por qué la maldad intenta hacerme las cosas difí- ciles para que no lo haga?”. Ese día comencé a entender que el mal existe en el mundo, y que puede actuar en cualquier momento para desbalancear la vida de las personas. Sin embargo, continué con normalidad el colegio y seguí to- mando esos aprendizajes día tras día. Tuve peleas muy similares a las que sucedieron aquel día en la can- cha deportiva, donde parecía ser miembro honorario de una lucha entre hacer el bien y ser reprimido por el mal, el cual intentaba ponerme en duday confundirme acerca de la belleza de la vida. Les confieso que el siguiente capítulo fue el más difícil de escribir, debido a la cantidad de emociones que sentí. Algunos instantes se me dificultaba describir las situaciones lo mejor posible. Pero Dios empezó a poner todo frente a mí sin dudas; los milagros comenzaron a ocurrir, y fui comprendiendo mi misión en esta vida. Así pude ayudar a cientos de familias. Quiero compartirle que por más que usted deje de creer en Dios, Él siempre cree en usted, y nada de lo que sucede en su vida es casualidad. Le deseo desde ahora un muy buen viaje en esta maravillosa aven- tura que los ángeles me han permitido compartir, incluso están cerca de mí guiándome para escribir cada palabra que leerá a continuación. Usted podrá conocer —a través de mis experiencias— un mundo que quizá no conoce. Las respuestas que está buscando ahora tendrán un por qué, y sus mayores deseos pueden hacerse realidad si logra aprender a ver más allá de lo que sus ojos, a simple vista, ven. 23 El día en que todo comenzó Tal y como pasaba casi todos los fines de semana, mi padre venía a recogerme para llevarme a su sitio de trabajo o, algunas veces, al auto- cine. Eran los momentos en los que podía compartir junto a él, pasar tiempo juntos para visitar a los peces y seguir aprendiendo de ellos, así como para lograr entender mejor por qué mi madre y él estaban sepa- rados. Estaba listo y preparado para verme nuevamente con mi padre. Ha- bía terminado de hacer mis asignaciones escolares y esperaba sentado fuera del balcón, mientras veía pasar auto tras auto hasta que llegara el suyo. Un Ford Sierra de color negro que debía detenerse al frente del edificio. Mi familia no se encontraba en el apartamento, solo estaba mi nana, a quien recuerdo en la cocina preparando la cena y limpiando mis uniformes del colegio. Finalmente, luego de tanta espera, el auto negro llegó y se estacionó justo frente al edificio. Era la señal para que yo bajara. Mientras iba caminando junto a mi nana para encontrarme con mi padre, se escucha- ron siete explosiones fuertes. Al voltear a mi derecha, observé al vigilante del edificio que venía corriendo hacia donde estábamos noso- tros para alejarnos del lugar. Sin poder entender de dónde venían esos ruidos que se escuchaban una y otra vez, miré hacia donde estaba mi padre y vi a un hombre joven, de veinticinco a treinta años, que lo apuntaba con un arma de color negro, la cual emitía pequeñas nubes de humo detrás de cada so- nido tormentoso. 24 Mi padre quedó tendido en el suelo con múltiples orificios, y un mar de color rojo comenzó a inundar todo el suelo, que incluso llegó como el sendero de la lluvia hasta mis pequeños zapatos ortopédicos de color blanco. En ese momento, escuché los gritos de mi nana que me abrazaba fuertemente, y sin poder entender lo que ocurría o siquiera conocer aún el significado de “la muerte”, me escapé de entre sus brazos y corrí hacia donde estaba mi padre para preguntarle al señor con la pistola: “¿Por qué le hiciste esto a mi papá?”. El hombre me miró, se volteó y escapó corriendo. Por fin pude ver a mi padre tendido en el suelo y no dejaba de mirarlo, porque no podía entender lo que recién había sucedido. “Papá, ¿estás bien?”. Le preguntaba inocentemente, mientras tra- taba de limpiar mis zapatos llenos de sangre. Esperaba que se levantara para ir a ver los peces y continuar nuestro bien esperado día de los dos. Fue en ese momento que sucedió lo inesperado, algo totalmente nuevo de lo cual nadie me había hablado o enseñado antes. Mi padre se levantó del suelo exactamente igual como estaba antes de que todo eso ocurriese, pero lo veía con una imagen un poco borrosa. Todo sucedió en cuestión de segundos, pero para mí fueron minutos eternos. Mi padre miraba al suelo donde veía su propio cuerpo tendido lleno de sangre y agujeros, y yo solo lo miraba a él de pie con mucha luz. En ese momento le pregunté: “Papá, ¿qué sucede?”. Le dije mirándolo fijamente a los ojos mientras él observaba a su alrededor a la gente gritando y corriendo. Luego mi padre volteó hacia arriba como si alguien le estuviese hablando y de repente bajó su mi- rada hacia mí y me dijo: 25 “Hijo no te preocupes por nada. Nunca vas a estar sólo. Yo siempre seguiré siendo tu padre y estaré junto a ti. Esto es solo una mala situa- ción, pero todo va a estar bien. Tu vida cambiará desde el día de hoy”. Entre lágrimas que bajaban de mis ojos, sentí que mi padre estaba despidiéndose de mí, pero creí fielmente en lo que me estaba diciendo y le contesté: “Está bien, papá”. Él me miraba con rostro de preocupa- ción, y a la vez con una emoción inmensa cuando veía hacia el cielo. Poco a poco, la imagen de mi padre se fue desvaneciendo como el humo del hielo seco cuando empieza a desaparecer. Después de ver todo, llegó mi nana para alejarme del lugar y empezaron a llegar las personas que habitaban en el edificio. Me sentí perdido, no pude mencionar ni una sola palabra y tampoco reaccionaba. Los vecinos me hablaban y yo solo escuchaba muchas vo- ces confusas y los latidos de mi corazón. Pude incluso escuchar cómo se movía el flujo de mi sangre entre las venas como si estuviese metido dentro de mi propio organismo, y mis oídos nuevamente despertaron con un sonido parecido a un timbre. Las personas comentaban que yo había entrado en una especie de shock emocional. Mi mente se nubló y hoy día sigo sin recordar lo que sucedió posteriormente ni en qué momento llegó mi familia. Lo único que recuerdo es que al día siguiente me encontraba nue- vamente en el apartamento jugando con mis carritos, como si nada hubiese pasado, pero sin dirigirle la palabra a nadie y por más que me preguntaran o hablaran, estaba totalmente mudo. Escuché varias veces a mis familiares hablar de lo preocupados que estaban porque yo no reaccionaba ante lo sucedido. Se mostraban angustiados por mí entre la pena que sentían por la pérdida de un ser querido. Pasaban los días y yo seguía en silencio, sin emitir palabra alguna ni siquiera a mi propia madre. Recuerdo bien que en mi mente pensaba: 26 “¿Cómo voy a decirles algo que no puedo explicar?” Y “¿por qué debería estar triste como ellos después de lo que mi padre me dijo?”. Mi madre me mantenía en casa de otros familiares para no llevarme al funeral o al entierro de mi padre, mientras yo pasaba el tiempo ju- gando tranquilo con mis carritos sin dirigirle la palabra a nadie. Yo creí fielmente en las palabras que esa noche me dijo mi padre y sabía que él no iba a dejarme solo. Y así fue. Durante la tarde del siguiente día, sentí la presencia de alguien en la habitación donde jugaba. Mi primera reacción fue mirar alrededor para ver si alguien había entrado, pero todo seguía igual, y la puerta seguía cerrada. Olvidé lo que sentí y continué jugando, aunque volteaba frecuentemente porque tenía la sensación de que alguien me estaba mi- rando. Incluso sentí una mano muy cerca de mí, seguido del mismo sonido de timbre que habitualmente escuchaba en mis oídos. “¿Hay alguien aquí?”. Fue lo primero que pregunté. No hubo respuesta más que escuchar ese timbre estruendoso en mis oídos, que se hacía cada vez más fuerte, como el sonido de una trompeta, al igual que empecé a sentir una re- pentina ráfaga de frío en ese lugar, cuando normalmente en mi habitación hacía calor. Esa sensación duró un par de minutos y de un momento a otro todo se disipó. Esto siguió repitiéndose los primeros tres días desde que ocurrió el asesinato de mi padre, y aunque intentaba acercar siempre mi mano hacia el lugar donde sentía la ráfaga de frío, inmediatamente al hacerlo se desaparecía. Así que decidí que cada vez que sintiera ese particular sonido y el repentino frío, iba a empezar a hablarle y a contarlemis mayores secre- tos que a nadie más podía decir, porque sabía que allí había alguien. 27 Comenzaron a manifestarse Pasaron cuatro años después del fallecimiento de mi padre y seguía intentando poder adaptarme a los demás niños de mi edad, a pesar de esas sensaciones y experiencias que se manifestaban en mi vida. Mien- tras pasaba el tiempo, intentaba dejar de pensar en lo que sentía, para dedicarme a entrar en la etapa adolescente donde lo más importante era ser el chico “cool” de la escuela. Mi madre me cambió a un colegio solamente masculino, donde la religión era un factor muy importante, como a su vez lo era la materia a cursar, que incluso era la más destacada de esa escuela al ser avalada por la iglesia católica y el Opus Dei. Para mí no era un sitio de mucho agrado, porque me hacía perder el interés de estudiar y más cuando sentía que era una obligación. Cada día que pasaba trataba de olvidar la existencia del más allá, y aunque en algunas ocasiones podía notar su presencia, ignoraba esa sensación. Sobre todo, por los malos recuerdos que me traía la muerte, debido a lo que viví con mi padre. Me costaba mucho comunicarme con mis compañeros de clases, pero decidí ser más sociable. Era bastante malo en lo que a buenas calificaciones se refería, y seguía pensando por qué debía aprender cosas que no necesitaba saber. Estaba más que convencido, como si una voz dijese dentro de mí: “Esto no te va a ayudar en la vida, no pierdas el tiempo en apren- derlo”. Año tras año, en mi educación primaria obtuve quizá las peores ca- lificaciones. Cada verano terminaba con notas entre uno a nueve, cuando la calificación para aprobar esas materias debía ser la mínima diez y la máxima veinte. Solo conseguía aprobar con máxima puntua- ción computación, lenguaje, música y religión. Sentía que nadie tenía que obligarme a estudiar aquello que tenía la convicción no iba a servirme en el futuro. Además, la misma voz que siempre estaba conmigo así me lo confirmaba, pese a que año tras año pasaba más tiempo castigado en casa que disfrutando junto a los demás. 28 Me encantaba asistir a los cursos de reparación cada verano, porque sentía que en ese lugar podía reunirme con personas que quizás pensa- ban como yo sobre el aprendizaje de la vida, si no, ¿por qué salían tan mal en las mismas materias que para mí no tenía que aprender? Aunque mi madre estaba al borde de su paciencia, mi hermana lo usaba como burla y mis familiares decían que no me gustaba estudiar. Yo sabía que estaba haciendo lo correcto, aunque lo demás no pudieran entenderlo. Así llegó el día en el cual por primera vez pude presenciar a un ser fallecido. El primero después de mi padre. Era un día más de verano, un jueves para ser preciso, me estaba preparando para asistir a mis clases particulares de reparación, y ese día iba a practicar matemáticas. Antes de irme a duchar, me asomé desde el balcón del nuevo edificio al que nos habíamos mudado reciente- mente, y observé a todos los niños jugando en la piscina, mientras yo debía estudiar. En ese momento pensé: “No importa, mi recompensa vendrá luego, quizá no ahora, pero en un futuro la tendré”. Mientras me estaba bañando, aprovechaba para disfrutar ese mo- mento, porque me encantaba estar en el agua, pero de repente empecé a sentir nuevamente ese timbrar en los oídos. Lo escuchaba mientras tenía los ojos cerrados y caía el agua sobre mi rostro. Detuve mi ducha. Limpié mis ojos rápidamente y miré a través de la cortina, y pude notar el contorno de una figura bastante borrosa que estaba allí parada, viéndome fijamente sin moverse. Era de estatura baja, contextura delgada y desde su largo cabello salía un reflejo que destellaba en las paredes del baño. Me quedé allí mirando sin pestañear y sin poder preguntar nada porque no sabía qué hacer o decir. No sabía qué era eso que estaba en mi baño. Obviamente sentí tanto temor que me quedé como congelado y con la sensación de no poder respirar. Extendí mi brazo para abrir rápida- mente la cortina de baño, y al instante ya no se encontraba nada allí. 29 Estaba tan seguro de haber visto algo, que lo único que pensé es que la figura que vi se había escondido en el gabinete debajo del lavamanos, así que la primera reacción que tuve fue aventurarme a investigar. Al abrir el gabinete no encontré nada y en ese momento pensé: “¿Acaso estoy loco o eso que vi fue producto de mi imaginación?”. Hasta que al ponerme de pie, pude notar de forma muy evidente que en el espejo del baño, empañado por el vapor del agua caliente, estaban dibujados varios corazones que cubrían casi todos los espacios del vi- drio. Eran tan perfectos que parecía que el pulso de quien los dibujó era preciso, así como los espacios que dejó entre uno y otro. Quedé sin palabras y con una cantidad de preguntas en mi mente. Camino a la escuela no podía dejar de pensar en lo que recién me había pasado, y buscaba entender cómo eso había sucedido o qué sig- nificaban esos corazones. Tampoco comprendía por qué todo lo que al amor se refería me hacía sentir tan bien, y que el resto de las cosas que para los demás era interesante, para mí no lo era. Recuerdo ese mismo día que al entrar al aula de clases, sentí algo sumamente pesado en mi estómago, y la energía del lugar no era igual a los demás días. Yo noté que había algo allí que no estaba bien o que no pertenecía al lugar. A mi alrededor, pude ver a profesores y a alum- nos, pero había un señor sentado junto a uno de mis compañeros, Miguel. Sin prestar mucha atención asumí era su papá que decidió asis- tir a la clase y así monitorear a su hijo. Tomé asiento en el único puesto que quedaba disponible al final del salón, pero cuando me senté allí, el profesor me pidió que me sentara más cerca de la pizarra y me señaló el puesto donde yo veía sentado al señor que acompañaba a Miguel. Yo le respondí en voz alta que esa silla estaba ocupada y que prefería quedarme donde estaba. El maestro me miró confundido, dejó de insistir y siguió impartiendo la lección. Al ver nuevamente hacia la silla, que había señalado el profesor, me di cuenta que el hombre ya no estaba. Quedé un poco perdido, pero callado esperé a ver si el señor volvía. 30 Transcurrieron las dos horas de clases y la persona no regresó. En ese momento volví a inquietarme. O estaba teniendo problemas en mi mente o de verdad yo estaba viendo cosas que los demás no podían ver. Seguí con muchas interrogantes y estaba dispuesto a decirle a mi madre que me llevara al médico, y así salir de dudas. Cuando salimos todos de la clase, seguí a Miguel hasta el auto donde lo esperaba su madre. Al llegar, ella bajó el vidrio para salu- darme, y mientras su hijo se subía al auto le pregunté: “¿Por casualidad su esposo acompañó hoy a Miguel a clases?”. La primera reacción que ella tuvo fue mirarme con una expresión de tristeza y me respondió: “No corazón, seguramente te confundiste porque mi esposo falleció hace pocos meses”. Yo no podía creer lo que me estaba diciendo. Volteé mi mirada ha- cia la parte trasera del vehículo donde se había sentado Miguel y él no respondió nada, más bien me miró con la misma expresión de dolor que tenía su madre y quizás con un poco de rabia por haber mencionado ese tema. Ante ello respondí: “Lo siento mucho, debí confundirme con otra persona”. Lo único que pensé después de lo sucedido era que eso no podía estar pasándome a mí. No era normal, y quizá tenía un serio problema de salud. Empecé a creer que padecía algún tipo de enfermedad desde los cinco años. Cuando regresé al salón les pregunté a los profesores si hubo hoy algún adulto más en la clase, aparte de ellos, y me respondie- ron que no. Confirmé así, nuevamente, que solo yo había visto a ese hombre. Noté luego de esa segunda experiencia que tuve en un mismodía, que cada vez que me ocurrían ese tipo de vivencias quedaba muy ex- hausto, como si usted fuese subiendo rápido una colina y al llegar a la cima quedase agotado y sin aliento. 31 Incluso, en muchas ocasiones me sucedía que, al entrar a algunos lugares, podía visualizar los problemas que tenían las personas que vi- vían allí, proyectándose en mi mente como una especie de película que pasaran frente a mis ojos. Veía que muchas de esas personas tenían una fuerte energía negativa por sus sufrimientos, tristezas o vivencias que marcaron sus pasados y, por ello, sentía la necesidad de llegar a mi hogar, descansar durante varias horas y así recuperar la energía que ha- bía perdido. Al principio fue difícil asimilar todas las vivencias y experiencias que me sucedían y que formaban parte de mi cotidianidad. Sin em- bargo, poco a poco fui aprendiendo a mi corta edad, que la energía era un factor muy importante e influyente en mi vida, la cual debía cuidar para recibirla de la mejor manera, para poder interpretar, reconocer y capturar de forma correcta los mensajes que percibía de las otras per- sonas. 32 En el colegio – Liceo los Arcos del Opus Dei. Primera Fila, tercero de izquierda a derecha. 33 CAPÍTULO TRES Puede estar en sus genes 34 A medida que pasaba el tiempo me seguían sucediendo experien- cias únicas de forma más frecuente y la presencia de mi padre era cada vez más vigente. Por más que intentaba evitarlo, veía cosas que los de- más no podían ver, sentir cosas que los demás no podían sentir, y vivir cosas que no tenían sentido alguno o explicación. Recuerdo que, al estar en una escuela perteneciente al Opus Dei, decidí comentarle lo que me sucedía a un sacerdote en el confesionario del colegio, para ver si podía ayudarme a descifrar lo que me pasaba. Le conté lo que estaba viendo, escuchando y sintiendo de forma cons- tante, día tras día, a veces con mucho temor y otras con mucha paz. El cura en aquel entonces me dejó con más dudas y me sentí más sólo. Sentimiento que hoy en día aún está presente en muchos momen- tos de mi vida, porque aunque esté rodeado de personas, no muchas de ellas entienden y terminan juzgándome. Pero aprendí a sobrellevar la incredulidad de algunas personas y sus comentarios cuando acepté mi don, mi misión y este milagro que es parte de mí, además de entender que así hagas bien o mal siempre va a existir alguien que opine distinto. Esperaba encontrar un buen consejo de aquel sacerdote, porque siempre he tenido presente que: “Todos somos hermanos del mismo padre y que Dios otorga dones especiales a cada uno de nosotros”, como lo expresa la Biblia. Me llené de ansias por recibir su respuesta, pero lo que me respondió fue: “Hijo, ese es el mal que está intentando entrar en ti. Ora y olvídate de eso”. Me llené de asombro. No lograba entender por qué el sacerdote me había respondido de esa manera, cuando Dios es amor y mi padre en los cielos no iba a permitir que el mal entrara en mí. Y sobre todo por- que estaba convencido de que yo podía ayudar a otros. El cura continuó hablando y me dio una larga charla de cómo el mal se manifestaba de distintas formas para hacernos creer en él y confun- dirnos. Admito que al final de la conversación creí en sus palabras, así que cada vez que sentía a mi padre, prácticamente le decía que se ale- jara y rezaba, porque era “el mal”, según lo que decía aquel sacerdote. 35 Mientras tanto, mi padre seguía manifestándose de distintas formas y no podía dejar de pensar en otra cosa sino en su imagen, como una especie de holograma, lleno de luz a su alrededor, parecido a la nube que se forma cuando abre un congelador donde hay hielo seco. Lo veía sonriendo, mientras yo luchaba con los pensamientos que pasaban por mi mente, rechazando sus apariciones. Pero él me transmitía mucha paz, amor y no parecía algo de “el mal”. Un viernes al salir de la escuela decidí contarle a mi madre todo lo que me estaba sucediendo mientras íbamos camino a casa. Ya estaba cansado de ocultárselo. Fue una larga conversación donde le mencioné todas las historias que guardaba conmigo sobre todo lo que había visto y sentido, empezando por el momento en el cual mi padre falleció. Mi madre se impresionó mucho, se quedó sin palabras, y luego empezó a hacerme muchas preguntas acerca de las cosas que veía. Aun cuando ella se sorprendió mucho por todo lo que le contaba, no le pareció tan descabellado. Me enteré de cosas que habían ocurrido, hechos tan irrea- les que yo mismo no los podía creer. Incluso me costó asimilarlo y entenderlo. Ella me contó que todo lo que le estaba diciendo no era algo nuevo en nuestra familia, y siempre pensó que pudiera pasarme a mí debido a extraños sucesos que ocurrieron antes de que yo naciera. Al parecer no era el único que tenía este tipo de experiencias inex- plicables. Mi abuela, cuando veía a alguna persona, le decía cosas que podían sucederle o que estaban por llegar a su vida. Incluso decía el tiempo en que podían acontecer. Yo no entendía cómo ella podía ver situaciones tan claras en ciertas personas, y muchas de ellas empezaban a llorar y otras se emocionaban por lo que ella les decía. Lo que si tenía claro era la manera en que mi abuela — a quien le decíamos “Tata”— ayudaba a esas personas con mucho amor, y con ganas de querer sanar sus corazones del dolor y de las preocupaciones que vivían. Mi madre siempre fue muy espiritual y nos inculcó a mi hermana y a mí el amor hacia Dios y a ser agradecidos con Él. Habitualmente se reunía en casa con un grupo de amigos para meditar y hablar sobre la 36 importancia de conectarse con Dios, porque, según decía ella, Él siem- pre nos escuchaba en todo momento y sabía por lo que estábamos pasando. Durante esas charlas observaba como meditaban para concen- trarse en la oración, y aunque hiciera ruido, ellos ni abrían los ojos. Se notaba que vivían ese momento tan profundamente que parecía que no estaban allí. Pasaban horas y horas en el silencio de la oración. Recuerdo estas palabras que mi madre me dijo uno de esos días en los que estaba reunida: “Hijo, cada vez que tengas un problema encomiéndate a Dios en el silencio de la oración, y Él pondrá en tu corazón ese mensaje que nece- sitas saber. Él está dentro de ti y su amor es tan inmenso que nunca te va a dejar solo”. Esas palabras eran las que necesitaba escuchar en ese momento, después de toda la confusión que tenía en mi mente por la conversación que había tenido con el sacerdote y por las experiencias que vivía. Me sentí aliviado porque sabía que Dios estaba conmigo, y que te- nía que hablar más con Él porque iba a entenderme. Quién mejor que nuestro padre en los cielos para hacerlo. Desde ese momento decidí ver todas las cosas que me sucedían como milagros en mi vida. Después que se fueron las personas de la casa, le pregunté a mi mamá cuáles eran esos sucesos extraños que habían sucedido en mi infancia y ella empezó a contarme: “Cuando quedé embarazada de tu hermana, había decidido no tener más hijos durante un buen tiempo. Una noche, tu abuela tuvo un sueño en el cual traían a un niño que estaba rodeado de flores blancas y había muchas celebraciones, y en el fondo se veían una especie de pirámides. Esa misma noche, en horas de la madrugada, tu hermana fue a desper- tarme en mi habitación, y me contó que la había visitado en sueños un señor alto, vestido de blanco y con barba larga que le dijo que muy pronto iba a tener un hermanito”. Yo escuchaba con mucha atención. 37 Mi madre continuó: “Me pareció muy extraño que en un mismo día, tanto tu abuela como tu hermana, habían soñado que iba a tener un bebé. Sin embargo, llevé de vuelta a tu hermana a la habitación, y le dije que tan solo era un sueño, yque se volviera a dormir porque al día siguiente tenía colegio. En la mañana, dejé a tu hermana en la escuela y me fui directamente a hacer una prueba de embarazo por la inquietud que me produjeron los dos sueños. Quizá era casualidad, pero me re- sultaba sorprendente que pasaran en una misma noche. Los resultados salieron positivos y yo no entendía porque no lo había planificado”. Efectivamente y sin esperar planificarlo o siquiera tener sospecha de ello, mi madre estaba embarazada y yo empezaba a tener un lugar en esos tiempos. Esa conversación que tuve con mi madre me ayudó a entender me- jor que quizá lo que me pasaba era parte de mis genes. Todo lo que estaba viviendo de forma constante, lleno de experiencias únicas e in- descriptibles, no dejaban de ser gratificantes a nivel emocional. Así que empecé a dejar de cuestionarme y de hacerme preguntas constantemente sobre por qué sucedían, dejé que las cosas fluyeran y me enfoqué en convertir mis vivencias en algo positivo y útil para ayu- dar a los demás. 38 Mi abuela y madre. 39 CAPÍTULO CUATRO La doctora y mi mente 40 Cada vez que se presentaba la oportunidad de darle un mensaje a alguien se lo comunicaba de inmediato por la necesidad que sentía de ayudarlo, y al ver la reacción en las personas ante los detalles que co- nocía, se generaba en mí la motivación y emoción para seguir haciéndolo, especialmente cuando ellos sabían que no existía forma al- guna de que yo supiera sobre su vida privada. Sin embargo, mi mente de forma continua me frenaba. Sentía temor y me inquietaba pensar si los mensajes que compartía con las personas eran acertados o producto de mi imaginación. Obviamente, ese sentimiento me originó inseguri- dad y volvía a aparecer en mi mente la duda de que quizás me estaba volviendo loco. Recuerdo un día en que, estando en el colegio, le dije a una señora que trabajaba allí, un mensaje tan fluido y con gran nivel de detalles, que ni yo mismo podía creerlo. Ella me preguntó si yo leía la mente y le respondí entre risas: “¡No! yo no leo la mente. Son los ángeles que me acabaron de trans- mitir este mensaje para contárselo a usted”. La señora me abrazó y me respondió con los ojos llorosos y con la voz entrecortada: “Gracias por este regalo que acabas de darme. No sé cómo lo hi- ciste, pero casualmente era lo que estaba pidiendo entre mis oraciones. Gracias”. En otra ocasión, mientras estaba de compras con mi madre en una tienda de ropa, ella se fue a medir un vestido y yo me quedé en el pasi- llo, esperándola sentado. A mi lado estaba un señor de unos cincuenta años y sentí el impulso de decirle algo que acababa de ver sobre él y sus problemas de salud, su bloqueo emocional o rencor hacia la vida por la pérdida de su esposa. “Señor disculpe que sea entrometido, pero yo siento que debo de- cirle que su esposa lo perdona y que ella está bien. Ella le agradece por la calidad de vida, a nivel material, que usted le dio durante su transi- ción, pero no se preocupe por toda la carencia que existió en el amor, debido a lo distante y frío que usted fue con ella. Ella sigue cuidándolo 41 y quiere que sepa que los problemas de corazón que está presentando actualmente son justamente porque usted los está causando”. “¿Y tú cómo sabes eso?”, preguntó el señor con su rostro lleno de asombro. Unos segundos después reaccionó con molestia: “¿Quién eres tú para decirme esto?, ¿acaso me has estado siguiendo?”. Yo le respondí: “Señor yo a usted no lo conozco, primera vez que lo veo. Simplemente me comunico con los ángeles, y ellos me acabaron de decir esto para usted”. El señor seguía molesto: “Yo no creo ni en Dios ni en los ángeles. Deberías ir a un médico para que te revise”. Luego se levantó del asiento y se alejó de mí rápidamente. Yo me quedé sentado y bajé mi cabeza, porque me sentí rechazado, aunque sabía que había hecho lo correcto. Cuando mi madre salió del probador me vio muy pensativo y me preguntó qué me pasaba, yo le respondí: “Mamá, acabé de decirle a un señor que recién estaba sentado a mi lado sucesos muy privados de su vida que le estaban haciendo daño. El no recibió bien lo que le dije, se molestó y me dijo que fuera a un mé- dico. Tengo dudas de si tengo algún problema de salud que esté influyendo en las visiones que normalmente tengo y por eso prefiero que me lleves al médico”. Mi madre se asustó al verme tan ansioso, y me pidió que me tranquilizara porque estaba muy nervioso. Me pre- guntó qué sentía y le respondí: “Me siento confundido porque no sé si es normal que le esté di- ciendo mensajes tan frecuentemente a las personas que se cruzan en mi camino, y hoy por primera vez me topé con alguien que no lo tomó para bien. Yo no quiero hacerle daño a nadie, pero la mayor parte del tiempo siento que debo decirles a las personas lo que veo”. Cuando terminé de hablarle, ella se quedó pensativa, y al cabo de unos minutos llamó a su médico de confianza y le empezó a contar todo lo que me estaba pasando. Yo estaba a su lado escuchando toda la con- versación, y de un momento a otro el doctor le dijo: 42 “Considero que deberías llevar a tu hijo a un Psicólogo para des- cartar cualquier tipo de alucinaciones que pueda estar teniendo. No lo vayas a tomar a mal, pero es más seguro, y así pueden hacerle los exá- menes indicados. Yo conozco a una doctora muy buena que te puedo recomendar en la misma clínica donde trabajo”. Lo primero que le dije a mi madre cuando colgó fue: “¡Acaso estoy loco! Mamá yo no estoy teniendo alucinaciones, yo estoy seguro de lo que he sentido y visto”. Ante la súbita respuesta del médico, mi madre abrió los ojos con una expresión de sorpresa y empezó a mover su cabeza de un lado para el otro. Luego me respondió: “Hijo, yo tampoco pienso que estés alucinando. Simplemente es la recomendación del médico. Pediré una cita con urgencia, y no te preo- cupes, todo va a estar bien. Seguramente te mandará a hacer algunos exámenes y eso es todo”. Mi madre se comunicó inmediatamente con la secretaria de la doc- tora y le agendó la cita para dentro de los dos días siguientes. Esos días fueron los más largos y desesperantes, porque me sentía asustado de que pudiese tener algo malo, pero en el fondo esa voz interior, que siempre escuchaba, me decía que todo iba a estar bien. Finalmente, llegó el día. Mi madre y yo nos levantamos temprano y nos fuimos directo a la clínica. Al llegar al consultorio, recuerdo que eran las siete de la mañana. Sólo esperé quince minutos y la secretaria me pasó a la oficina de la doctora. Ella era una mujer de piel blanca y pelo oscuro, muy simpática, que me generó confianza y me trató con mucho cariño al entrar. Dentro de su consultorio, me senté en una silla verde bastante incó- moda. Atrás había un gran ventanal que dejaba ver un jardín lleno de plantas perfectamente organizadas. Las paredes del lugar eran total- mente blancas con baja luz. La doctora se sentó muy cerca de mí, se presentó y comenzó a hacerme preguntas sobre mi presencia allí. Yo le respondí: 43 “Doctora, le pedí a mi mamá que me trajera para que usted revise mi cabeza, y para hablar con usted sobre las voces que habitualmente escucho y las personas que en algunas ocasiones veo y más nadie ve. No piense que porque le estoy diciendo esto significa que tenga aluci- naciones. Al principio cuando me sucedían esas experiencias pensé que sí, pero después me di cuenta de que era común y en vez de sentir miedo me llenaba de un gran amor”. Cuando terminé de hablar, la doctora se quedó en silencio y al cabo de unos segundos nos dijo a mi madre y a mí que primero iba a reali- zarme una prueba escrita de personalidad que constaba de preguntas de selección simpley algunas preguntas abiertas. Sin exagerar duré tres horas haciéndola, y no lograba entender por qué la longitud de ese exa- men que hasta el día de hoy ha sido el más largo que he hecho. Recuerdo que en la prueba hasta tuve que dibujar un sol, una casa y una familia en una gran hoja en blanco para que la doctora pudiese analizar posteriormente todos los trazos y en qué lugar de la hoja los había dibujado, porque al parecer todo tenía una razón de ser. Seguido de esa prueba procedieron a realizarme una resonancia magnética del cerebro, dentro de lo que parecía ser una nave espacial. Me acostaron en una camilla y colocaron una especie de casco sobre mi cabeza, lo cual resultó ser bastante incómodo. Recuerdo que entraba y salía varias veces de esa cápsula que al moverse sonaba como un avión a punto de despegar. Admito que, pese a la incomodidad de tener tantos aparatos sobre mí, al final fue divertido porque me imaginé viajando dentro de una gran nave y busqué ver lo positivo del momento. Al salir de esa cápsula inmensa quería irme. Estuve toda la mañana en esa clínica, y las horas pasaron lentamente, tanto que me sentí ago- tado y sólo pensaba en dormir. Finalmente, después de quince minutos más de espera, la doctora nos llamó a mi madre y a mí, y nos dijo que pasáramos por su consul- torio dentro de cuatro días para darnos los resultados de ambas pruebas, y así tener un diagnóstico más preciso. 44 Pasaron los cuatro días y volvimos nuevamente al consultorio. Ese día me sentía muy ansioso por saber lo que iba a decirme la psicóloga, aunque yo seguía pensando que todo iba a estar bien y los equivocados iban a ser ellos. Estaba junto a mi madre en la sala de espera, cuando la secretaria nos dijo que pasáramos. “¡Ahora sí llegó el momento! Aquí vamos”, pensaba yo en aquel segundo en el que finalmente iba a saber la verdad que haría encajar la pieza final de ese rompecabezas que estaba viviendo. La doctora me saludó con mucho cariño, se notaba tranquila y me dijo: “El resultado de la resonancia salió bastante normal y no hay nada de qué preocuparse. Con respecto al examen escrito de personalidad, pude analizar teniendo en cuenta todas tus respuestas y dibujos, que tienes un alto nivel de ansiedad que se puede manejar. Lo que sí me gustaría es que me hablaras y me explicaras sobre esas voces que escu- chas”. Cuando la doctora terminó de hablar, me quedé totalmente en si- lencio y me emocioné tanto que se me aguaron los ojos. Sentí dentro de mí una gran paz por saber la pieza que me faltaba para terminar de armar el rompecabezas en mi mente. Lo acababa de resolver al darme cuenta que todo lo que venía sintiendo y viendo no tenía que ver con ningún problema en mi cerebro. No se imaginan la seguridad que sentí y me olvidé en ese momento que estaba en ese consultorio. En vista que me quedé callado cuando la doctora me hizo la pre- gunta, me dijo: “¿Gerard me estás escuchando?”. Le respondí, un poco molesto: “Si estoy bien de salud y tiene los resultados, no sé por qué insiste en saber sobre las voces que escucho. Pero si usted quiere saber, se lo voy a decir”. 45 Sentía una gran energía dentro de mi ser, aquel timbre en el oído retornó y una fuerza increíble me empujó a decirle a esa doctora todas las imágenes que empecé a ver frente a mí. “Usted está aún lamentándose por la muerte de su madre, y siempre piensa que no hizo lo suficiente por ella, porque en sus últimos días no estuvo presente para acompañarla en el hospital debido a los problemas que estaba presentando con su esposo por ser muy controlador. Sin em- bargo, ella no tiene rencor alguno e incluso no recuerda esos momentos que pasó estando en la clínica. Lo último que ella recuerda de aquel momento, fue el hermoso vestido con el cual la enterraron, porque era de color verde y ese era su preferido. No siga lamentándose, porque usted hizo lo que pudo entre la relación con su marido y los últimos días con su madre. Ella lo entiende, porque fue la intención en su cora- zón lo que realmente valió”. La palidez en el rostro de la doctora fue evidente. Sus mejillas ro- sadas cambiaron de color repentinamente cuando terminé de hablar. Ella abría y cerraba sus ojos una y otra vez, como síntoma de nervio- sismo, y aunque intentaba responderme, las palabras que intentaba decirme salían de forma atropellada, titubeando en todo momento. Sentí compasión al verla reaccionar de ese modo, y dejé a un lado el enojo que tenía para abrazarla muy fuerte, porque lo que dije había ocasionado un gran impacto en ella. Sus lágrimas caían sobre mí, y cuando las sentía la abrazaba con más fuerza. Cuando estuvo calmada, se fue a sentar en su escritorio y mirándome a los ojos me dijo: “No sé cómo acabó de pasar esto, ni siquiera yo que siempre busco el porqué de las cosas, encuentro una explicación a esta experiencia. Sabes que para mí aceptar que mi madre no está ha sido muy difícil, porque me he sentido culpable, y esto que acabas de decirme era lo que había estado esperando escuchar todos estos años, para poder calmar mi mente y así encontrar un poco de paz. Te doy las gracias por este momento y porque Dios te puso en mi camino. Tienes un hermoso re- galo del cielo que muchos quisieran tener, aprovéchalo porque estoy segura que ayudarás a muchas personas en el transitar de tu vida que apenas está comenzando. Y por tu salud ni te preocupes porque estás mejor que yo”, finalizó entre risas. 46 ¡Qué increíble! Lo que presencié y lo que era una cita para saber si tenía un problema de salud, terminó convirtiéndose en un pequeño mi- lagro nuevamente en la vida de otra persona que conocí. Pasé de ser el paciente para convertirme en el doctor, y hasta la consulta me salió gra- tuita. Ese día supe que tenía un don del cual no podía escapar, y que debía aprender a usarlo de la manera correcta. Entendí que mi misión era ayu- dar a los demás por medio de este milagro que me fue otorgado. Acepté que era diferente, y en vez de seguir luchando conmigo mismo parar ser como los demás, me dediqué a cultivar mi fe y a acrecentar mi es- piritualidad. 47 CAPÍTULO CINCO No somos perfectos, Sí para Dios 48 ¿Quién soy yo para juzgar qué es lo correcto?,¿y quién para com- partir a los demás lo que es ser bueno o lo que deben o no hacer con sus vidas? ¿Cómo puedo predicar el buen ejemplo de Dios, cuando tam- bién tengo mis propios errores? Y usted, ¿Es perfecto? Las personas que conozco siempre suelen decirme que yo tengo un don que Dios me dio, que soy bendecido y de otro mundo. Algunos también se basan en mí para tomar decisiones en sus vidas y en otros casos me ven como a alguien para poder decirles algo de su futuro. Todos siempre pensando que soy dueño de la verdad y que solo algunos pocos pueden ser privilegiados con este don. Permítame decirle que usted es igual de especial que lo soy yo para Dios. Usted también puede tener un lenguaje directo con los ángeles, e incluso con sus seres queridos, a quienes ya no puede ver físicamente. Sí, así como se lo digo, porque, pese a que yo tuve el camino más di- recto o más fácil de comunicación con los seres de luz desde muy pequeño, y quizá con más ayuda debido a que “venía de familia”, usted también puede acceder a esto, porque esto viene con usted al nacer. Así como lo menciona un pasaje de la Biblia en Corintios 12:4-11: “Ahora bien, hay diversos dones, pero un mismo Espíritu. Hay di- versas maneras de servir, pero un mismo Señor. Hay diversas funciones, pero es un mismo Dios el que hace todas las cosas en todos. A cada uno se le da una manifestación especial del Espíritu para el bien de los demás. A unos Dios les da por el Espíritu palabra de sabi- duría; a otros, por el mismo Espíritu, palabra de conocimiento; a otros, fe pormedio del mismo Espíritu; a otros, y por ese mismo Espí- ritu, dones para sanar enfermos; a otros, poderes milagrosos; a otros, profecía; a otros, el discernir espíritus; a otros, el hablar en diversas lenguas; y a otros, el interpretar lenguas. Todo esto lo hace un mismo y único Espíritu, quien reparte a cada uno según él lo determina”. Incluso, yo, así como usted, aún sigo aprendiendo, porque en la transición de mi vida he tenido momentos de mucha rabia y dolor en los cuales he discutido con Dios y con los ángeles, tal como si estuviese discutiendo con mi hermana, porque lo que he querido no me ha sido 49 cumplido muchas veces. También he aprendido que tener este don no quiere decir que puedo sacar ventaja de él para mi vida y mis intereses personales. Lo más importante para mí don son los sentimientos, las intenciones, y lo que personas como usted emiten desde lo mas pro- fundo de su ser. Con esto quiero decir, que lo que usted cree que es el significado de la perfección, para Dios y los ángeles es totalmente irrelevante. Para ellos, usted ya es perfecto con tan solo existir, no importa en lo que crea o haga. Pero esto puede ser la diferencia para que ellos distingan si usted presta atención o no. Esa es la diferencia entre quienes pueden ver y quiénes no. Una de las cosas que más me creó confusión cuando era más joven era pensar: “¿Cómo podía yo tener este don si no era un excelente ejemplo?, siendo los ángeles tan perfeccionistas en cada una de sus acciones”. “¿Cómo podían permitirme seguir teniendo este milagro en mi vida, si yo era un huracán sin orden?”. No era ni motivador espiritual ni consejero, y no fue fácil para mi aprender a tener seguridad en mí mismo para sobrellevar todo lo que me sucedía. Sin embargo, son las experiencias que he vivido las que me han motivado a seguir desarrollando mi misión, y aprendí a depo- sitar mi confianza en Dios y en los ángeles, porque tenía la certeza de que me guiaban en todo momento. Así que empecé a dejar de lado las dudas y de preguntarme tanto el por qué de las cosas. Una de las experiencias que más me impactó, por ser la primera en la cual me involucré a un nivel muy superior, fue la que me permitió entender que todo mi camino estaba en manos de Dios, porque senci- llamente no elegí tener este don, y Él, junto a los ángeles, iba a mantenerme en el sendero correcto para ayudar a los demás. A mediados de 2015 decidí mudarme de Chile — ciudad donde viví por más de tres años— para emprender un camino con mayores retos para mí. Escogí la ciudad de Miami como mi nuevo hogar. Tuve múl- tiples razones para hacerlo, porque las oportunidades que se me abrían 50 para impulsar esta misión de vida eran cada vez más inmensas. En efecto, así fue. Pero existió un momento durante mis primeros días que la verdad no esperaba. Contraté una compañía de mudanzas internacionales, la cual traería mis muebles desde el país de donde salía, a mi nuevo destino. La carga vendría por barco y yo solo debía esperarla y gestionar los papeles le- gales que correspondían en las oficinas de esta empresa en Miami. Estando en Miami me dirigí a la oficina de la empresa con la cual estaba tramitando la mudanza, y me reuní con la persona encargada de la gestión administrativa. Una mujer de aproximadamente cuarenta años, de estatura baja, agradable, atenta con los clientes. Me llamó la atención que las paredes de su oficina eran de madera y alrededor, tenía colgados varios diplomas y un mapa del mundo. Al sentarme frente a su escritorio, ella comenzó a hablarme, y perdí el sentido de orientación de forma repentina. Le pedí a ella que me diese unos minutos porque me sentía un poco mareado, bajé mi cabeza un poco y con los ojos cerrados pasaba mi mano por mi frente como ma- sajeándola. Ella me ofreció agua, pero mientras me hablaba, yo mantenía mis ojos cerrados. Luego de unos minutos, empecé a sentirme mejor, subí mi cabeza nuevamente y al abrir los ojos me di cuenta que ya no éramos dos los que estábamos en esa oficina, había junto a ella otra persona que defi- nitivamente no pertenecía a este lado del mundo. Su imagen era un poco borrosa y en ese instante comenzó a comunicarse conmigo. “Necesito me ayudes en algo, ella es mi madre y le ha costado mucho superar lo que me sucedió. Dile que siempre estoy junto a ella y que todavía sigo practicando béisbol”. 51 Respiré profundo porque no es fácil decirle algo tan privado y emo- cional a una persona que recién conozco. Pero es algo que debo hacer, porque si no mi conciencia no me deja tranquilo el resto del día. “Disculpe, me gustaría decirle algo y espero pueda recibirlo de la mejor forma. Usted perdió a su hijo en un accidente, al parecer le gus- taba jugar mucho al béisbol y también es un poco celoso con usted, pero solo quiero que sepa que él está bien y siempre la acompaña”. La mujer paró todo lo que estaba haciendo y entre la emoción y el desespero comenzó a preguntarme cómo yo sabía eso y continuó ha- ciéndome una cantidad de preguntas, una tras otra. Intenté calmarla para poder responderle de forma más ordenada y así poder transmitirle los mensajes que estaba escuchando. En ese momento le dije: “Su hijo me muestra la palabra “oriones” o “orioles” y lo dice muy entusiasmado, como una especie de sueño muy importante que no pudo cumplir debido a lo que le sucedió. Estoy seguro tiene que ver con el béisbol. También me dice que él no se va a molestar si recogen su cuarto, porque, aunque era muy celoso con sus cosas, ya no las nece- sita”. La mujer llorando me contesta: “Antes de morir, él había firmado un contrato con un equipo de béisbol llamado Orioles, pero justo antes de viajar para celebrarlo, falleció en un accidente de auto. Y desde que se fue, no he querido mover nada de su cuarto. Todo sigue intacto”. Yo le respondí: “La verdad no soy muy aficionado a este tipo de deportes, pero él está muy feliz e incluso quiere que usted sepa que ya pudo conocer a Ruth”. Le pregunté a la mujer que quién era Ruth, porque me llamó la aten- ción saber si era una mujer importante en su vida. Ella me respondió: “Es Baby Ruth, su jugador favorito de quien era muy fanático. No sabes la alegría que me estás dando en este momento, Gerard. Esto tengo que contárselo a mi hija, porque es el milagro que tanto había pedido. 52 Todos los días le pedía a Dios que me permitiera comunicarme con mi hijo, saber cómo estaba él. Además no sabía si estaría bien mover toda su habitación. No tengo palabras para describir esto tan maravi- lloso que me está pasando. No sabía que podías ver y sentir a personas fallecidas”. Mi estadía en ese lugar se extendió más de una hora, durante la cual escuché a la mujer narrar toda la historia de su hijo entre lágrimas y risas. Pude sentir también la alegría de ese joven al ver a su madre fi- nalmente más feliz y tranquila. Al final de la charla, pudimos realizar toda la gestión legal y me fui muy complacido por lo que había ocurrido. Subí mi mano apuntando hacia el cielo como siempre hago después de que tengo este tipo de vivencias junto a las palabras: “Gracias Dios, lo hicimos una vez más”. Aproximadamente una semana después de lo que me sucedió, es- taba en la ducha alistándome para arrancar mi día y pude sentir nuevamente al hijo de aquella mujer que me dijo que quería que le com- prase a su madre una bola de béisbol y que se la entregara lo más pronto posible. Que ella iba a entender lo que significaba. Quedé sorprendido y pensativo al no entender por qué debía com- prar algo de parte de alguien que ya no estaba físicamente. Sin embargo, me vestí y al final del día me dirigí a una tienda de artículos deportivos para comprar esa pelota. Al llegar al local comercial, vi una gran pared llena de una cantidad de pelotas de béisbol. Y dije en voz alta: “¡Guau! No
Compartir