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EDITADA Y PUBLICADA POR TIBURÓN BLANCO / JORGE ÍÑIGUEZ MARIO JAIME CENTRO INTERDISCIPLINARIO DE CIENCIAS MARINAS INSTITUTO POLITÉCNICO NACIONAL Cuando un dios emerge, el cosmos tiene sentido ace 10 millones de años una especie de ti- burón apareció en el planeta. Era uno más entre los super tiburones de aquella época que rondaban entre una vorágine de presas gigantes- cas. Después, las glaciaciones y un reduccionismo evo- lutivo, acabó con la mayoría. Hoy sobrevive a pesar del pánico que genera en la cultura popular. En grave peligro de extinción, el tiburón blanco (Carcharodon carcharias) encuentra en aguas mexicanas un san- tuario ajeno todavía a la profanación del hombre. Isla Guadalupe emergió hace nueve millones de años entre fumarolas. Desde entonces es pro- bable que los tiburones blancos ya rondaran por sus alrededores. Hoy, los elefantes marinos (Mirounga angustirostris) y los albatros de Laysan (Phoebastria immutabilis), entre otras especies altamente migra- torias, abrazan sus playas y laderas como sitio de reproducción. Pero lo que pocos mexicanos saben, es que en sus inmediaciones se puede dar una de las poblaciones más abundantes de tiburón blanco. Esta isla despierta la conciencia de la morta- lidad, pero calma con su magia. En campo norte, en la base del arroyo hay una piedra con varias inscrip- ciones: “1807 AD Sam Chapman, Augustus” y debajo, quizá de otro año, “T. Wright”. Es sabido que en el siglo XVIII la isla fue refugio para piratas y pescadores. Entre los habitantes actuales quedan algu- nos vestigios de leyendas sobre tesoros enterrados, galeones entre la arena e inscripciones que generan un ensueño. El de la isla perdida en medio del mar donde la muerte y la vida encuentran sentido. Cu- riosamente, no se encuentran registros de tiburón blanco entre los escritos históricos. os lugares más frecuentes donde se avista al tiburón blanco en el mundo, son las Islas Farallón en California, el estrecho de los Dardanelos (conocido también como el “estrecho de la muerte”) en Grecia, la Gran Barrera Australiana y frente a Ciudad del Cabo en Sudáfrica. En México se tienen registros de avistamientos alrededor de Isla Cedros e Isla San Benito, en Baja California Sur y ocasio- nalmente han sido capturados en la costa occidental de Baja Cali- fornia. Es un visitante frecuente del Golfo de California. Existe una tradición oral de los habitantes de Isla Guadalupe sobre la llegada de los tiburones de septiembre a diciembre. Esta distribución fue confirmada por los servidores y turistas que fotografían al tiburón blanco durante la temporada. Desde los sueños el tiburón blanco ronda como sombras de presagio. A pesar de los conocimientos teóricos, uno no sabe cómo va a reaccionar cuando se le tenga enfrente. Como macrodepredador marino, esta especie sólo se iguala a la orca (Orcinus orca). Llega a medir más de seis metros y puede llegar a pesar hasta dos toneladas. Su figura destaca en el zafiro del mar. Semeja plata el dor- so gris; los tiburones de Guadalupe son menos oscuros que otras poblaciones como los de Sudáfrica. Su vientre es blanco, de ahí su sobrenombre. La teoría es que su coloración le ayuda a pasar como una sombra debajo de sus presas y confundirse con la luz si se le observa desde el fondo. Nadie sabe con exactitud cuántos dientes posee. A lo largo de su vida un diente es reemplazado por otro, pues son de una proteína llamada dentina. Puede llegar a poseer hasta 300 trián- gulos tan filosos como una navaja, dispuestos en 50 distintas po- siciones en cinco o siete filas. Sus mandíbulas son el emblema de las pesadillas, aunque al verlo de frente, impacta más la belleza de su masivo trazo hidrodinámico. Es proverbial el olfato de los tiburones tanto, que en la antigüe- dad se les conocía como ‘perros de mar’. Sin embargo, sus sentidos más finos detectan ondas de choque y electromagnetismo mediante pequeñas ámpulas y una línea lateral de terminaciones nerviosas que Hembra embarazada. Esperanza Una aleta dorsal es una invitación al terror, a lo sublime corre desde su cabeza hasta la cola. Su visión es magnífica; recientes estudios demuestran que pueden observar objetos a más de 40 me- tros de distancia. El buzo, a través de su visor puede ver hasta unos seis metros en promedio. Los juveniles son principalmente piscívoros, pero con la madurez, el tamaño de sus presas se incrementa. Se alimenta de otros tiburones y rayas, amén de peces óseos, reptiles como tortu- gas, cefalópodos, moluscos, crustáceos y aves. Su papel primordial en la cadena alimenticia incide sobre los mamíferos marinos, lo- bos, focas, elefantes marinos, delfines y ballenas. El tiburón blanco es vivíparo. Los embriones se alimentan de óvulos no fertilizados dentro de la madre, pero no se ha repor- tado canibalismo intrauterino en esta especie como en su primo el tiburón mako (Isurus oxyrinchus). El periodo de gestación es pro- bablemente de 12 meses y nacen de 2 a 10 crías por camada. Quizá el parto ocurre en aguas templadas durante la primavera. Su edad de primera madurez es de 9 a 14 años. Se ha calculado que para duplicarse, una población requiere un tiempo mínimo superior a 14 años. Por todo esto, es altamente vulnerable a la pesquería, tanto dirigida como incidental. JO R G E ÍÑ IG U EZ JORGE ÍÑIGUEZ CRAIG REED eyendas hay muchas, pero científicamente registra- dos, desde 1876 hasta marzo del 2005, ha habido 212 ata- ques de tiburones blancos a humanos en todo el mundo; de éstos, 61 han sido mortales. Sólo uno, en 1973, ocurrió en Guadalupe cuando un buceador, imprudentemente, arpo- neaba atunes a media agua. Los abuloneros bucean a 20 brazas y durante años han tenido encuentros con tiburones de cuatro a seis me- tros, que los observan con curiosidad, les dan vuelta, los miran a los ojos y se van. La belleza de Guadalupe está en el color de sus aguas. Un azul, zafiro intenso, visión de claridad prístina. En Punta Sur, el acantilado da paso a rocas puntiagudas que reciben bofetones oceánicos. La marejada es fortísima y las olas índigo se levantan soberbias para darse contra un paisaje de granito en explosión de espuma. Por allí anidan los alba- tros. Caminando a duras penas sus alas se abrirán para viajar hacia los polos y los trópicos. Regresamos al mar. Ahí nos espera la población de tiburones que tiene asegurado un banquete. Escuchamos historias de cómo decapitan elefantes marinos de dos toneladas y el azul se vuelve guinda. Los lobos finos cruzan al atardecer siempre junto a la playa, en fila india, casi pe- gados a las rocas. ¿Actitud de prevención? Sin duda han aprendido a evadirse. Pero el terror que se alega en las películas o los documentales amarillistas no se presenta. Su técnica de ataque varía dependiendo de la presa. A las focas y lobos marinos les sorprende impactándolos como un bólido vertical desde abajo. Navega cerca del fondo, mirando hacia arriba; quizá su dorso oscuro permite pasar inadvertido. En segundos se enfila hacia la superficie. Las mandíbulas pueden sesgar hasta 28 kilos de grasa de una mordida. Deja que su presa se desangre un rato y cuando la considera débil, vuelve para comer. Estar frente al tiburón blanco es hipnótico, la adrena- lina no es sinónimo de miedo sino de un respeto profundo. Avistamos una hembra de cuatro metros con excoriaciones profundas, mordidas, cicatrices terribles en las branquias. Probablemente otras la hayan atacado para delimitar jerar- quías, territorios. Los tiburones blancos se presumen so- litarios, sin embargo se han observado algunos machos que nadan juntos, a veces es un adulto y un juvenil. También vemos hembras con mordidas amorosas de los machos, hembras redondas, panzonas, quizá embarazadas. Nos da esperanza. or primera vez un grupo de científicos mexicanos, coordinados bajo el proyecto del Dr. Felipe Galván Magaña, estamos estudiando a esta especie en Guadalupe. El maestro en ciencias Mauricio Hoyos Padilla,la maestra colombiana Pilar Blanco, el biólogo documentalista Romeo Saldívar y un servidor, somos parte de esta aventura sublime. Los ob- jetivos son claros: conocer su migración, su estacionalidad, su abun- dancia, su dinámica poblacional y sus hábitos alimenticios. Hoy, 23 de octubre, hubo seis avistamientos. El primero desde la panga. Un bólido de vientre es- puma blanco que rutila en la ráfaga veloz. Giró y de lado cerró las mandíbulas sobre la cabeza de un atún que le arrojaron. El ojo desapareció de la órbita y parecía que su mole iba a dar de morro contra la lancha. Lo vi a dos me- tros. ¿Has visto a un dios tan cerca? El corazón se detiene para admirar el instante que huele a eternidad. De pronto se escuchó un silbido. Eran las aletas que cortaban limpia- mente la superficie. Esquivó el choque de menar imper- turbable. Luego nada. Las olas serenas, acostumbradas al paso de lo sublime. El segundo y tercero sobre la panga. El piloto aferra- do al cabo para saltar al yate que descansaba junto a noso- tros. Sólo una sombra gris que se agiganta y la navegación graciosa de un esteta cruzando el tiempo. Entre el cuarto y el quinto conocí el miedo y el po- der. Cuando se lleva la carnada con todo y cabo, amena- zando voltear la panga. Explosión de furia. Crescendo de músculos y aletas saludando al cielo. Chasquido, chapuzón, aleta, coletazos. En el agua enjambres de cureles1, grasa de atún, mezcla de sangre con harina de pescado y una claridad de zafiro. En el cielo las gaviotas alardean el movi- miento. En el pecho, la sensación del devenir en cada ser vivo respecto al cosmos; es acción y significa vida. El sexto desde la jaula. Se llama peripecia cuando después nada es igual. ¡Qué peripecia compartir el océano junto a este animal sacro! Da la sensación de un poder ele- gante y precavido. Atento. La jaula es una estructura nimia de aluminio que protege al tiburón de nuestro pánico. A nosotros nos protege de la libertad Guadalupe, donde anidan los albatros; me enseñaste la muerte y la vida en una dimensión de zafiro, con dientes y aletas eternas Aquí llega el resumen de los siglos, la esencia de este mundo en donde el mar es la cuna de titanes 1 Curel. Pez que se usa como carnada Mordiscos amorosos o signos de agresión, clara referencia a que tu mundo no es lugar sereno CRAIG REED JO R G E ÍÑ IG U EZ JO R G E ÍÑ IG U EZ J.A. SORIANO / ARCHIVO GECI MARIO JAIME. Biólogo por parte de la UNAM y Maestro en ciencias por parte del Centro Interdisciplinario de Ciencias Marinas (CICIMAR) del Instituto Politécnico Nacional. Desde el 2005 es parte del proyecto sobre tiburón blanco en Isla Gua- dalupe. Dirigió el primer documental sobre tiburón blanco en México ‘Diosa en el silencio azul’. Ha viajado a la amazonia brasileña como parte de su búsqueda en el campo de las especies amenazadas. <carcharodonmartilus@yahoo.com.mx> LECTURAS RECOMENDADAS •GREAT WHITE SHARK. Ellis Richard & McCosker, J. Stanford University Press. California, 1991. 270 p. •DYNAMICS OF WHITE SHARK/ Pinniped interactions in the Gulf of the Farallones. Ainley, D.G.; et al. Memoirs of the Southern California Academy of Sciences 9:109-22. ada día nos envuelve la sensación de mortalidad. Flota un he- chizo pesado y dúctil que ilumina. Esperar al tiburón es suspenso que se paga con melancolía. Con el arpón al hombro para tomar la biopsia, no debo apartar la vista de la superficie. Las horas pasan acompañadas de cierta llovizna. Cada sombra del oleaje es una fal- sa alarma y los peces atraídos por la carnada parecen indicar que el gran blanco es un mito producto de nuestra fiebre. En realidad el mar es un poema sereno y tintineante. De repente los gritos de excitación me despiertan, el océano se vuelve furor y aferro la lanza al vaivén del bote. La claridad del agua permite vislumbrar el fondo. La silueta de los dioses es simetría de una hidrodinámica genética. Forma de leyendas y pesadillas. La espera a veces se convierte en desesperación porque los animales no suben; navegan serenos en lo profundo. Para tomar la muestra debemos picarlo detrás de la primera aleta dorsal. De hacerlo en la cabeza podríamos lastimar- lo, es una parte muy sensible. Allí se concentran sus ámpulas que detectan campos electromagnéticos, papilas gustativas, la nariz finísima, los ojos y el cerebro. Hay que esperarlo, medirlo hasta el último segundo cuando muestre el dorso y pase rozando el bote. Cuando emerge, su perfección se amplifica, la mortalidad está a un metro. Entonces aferro la lanza y le doy en el costado. El tiburón se sacude, rompe el espejo mágico donde se retoca el cielo, saca la cabeza y desvía su nado acelerado. En la punta metálica de la lanza reluce una blanca tira de cartílago. Suficiente para un análisis ge- nético. En un mes sólo hemos obtenido cinco biopsias. Con más de veinte horas de filmación, los ojos llenos de pro- digios, pocas muestras biológicas, datos insuficientes y experien- cias inefables, sabemos que debemos regresar para terminar el proyecto. De regreso se puede dormir, pero nuestros sueños ya no serán los mismos después de aquella bruma, de una isla fantasmal donde conviven las figuras épicas y los resquicios de una divinidad latente. El frío de Guadalupe y su sal se entienden diferentes a la distancia, traemos un azul pergeñado de tal forma que ya anida en nuestra conciencia. Después del tiburón blanco, todo lo demás ya es pueril. n los últimos 15 años la abundancia del tiburón blanco en el mun- do ha disminuido un 80%. Es una especie en grave peligro de extin- ción. Se le encuentra en la Lista Roja de especies amenazadas de la Unión Internacional para la Conservación de la Naturaleza (UICN). Su matanza dirigida fue brutal en Australia y Sudáfrica a partir de 1930, la fama de asesinos y el epítome de ‘monstruos’ contribuyó a justificar la masacre. En América se le persiguió con frenesí a partir de la novela ‘Jaws’ (1974) de Peter Benchley y la posterior adaptación fílmica que provocó un horror masivo. En México se intenta legislar su conservación. La NOM-029 prohíbe su captura. Sin embargo, los hombres no distinguen espe- cies cuando de pescar se trata. El hecho de que la isla ya es área protegida, incide directamente con su protección, pero se debe ex- tender a todo el país debido a que el tiburón blanco es un pez altamen- te migratorio. Tristemente el peligro no sólo está en la pesca dirigi- da –las mandíbulas de esta especie se cotizan muy altas– sino en la pesca incidental –redes de arrastre, palangres, mallas, y otras ‘artes’ de pesca que arrasan con la fauna oceánica– ¿Cuándo entenderemos que no se pueden proteger unas especies y otras no en un medio donde conviven en un tránsito similar? Los tiburones se deben pro- teger como se intenta conservar a las ballenas y a las tortugas. Te buscan, te atraen con carnaza y sangre, te excitan, y luego te juzgan Te dicen monstruo y te asesinan, sin saber que tienes la belleza en tu camino Después de ti, ¿Cómo cantar? ¿Cómo decirles a los otros? ¡Eres! R O M EO S AL D ÍV AR JORGE ÍÑIGUEZ JO R G E ÍÑ IG U EZ