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Heridas del corazón Por el Profesor Dr, FERNANDO CUADRADO C A REZON C A T E D R A T I C O D E P A T O L O G I A QUIRURGICA DISCURSO LEIDO EN LA INAUGURACION DEL CURSO D E L A UNIVERSIDAD D E SALAMANCA 1959 -60 v S A L A M A N C A 1 9 5 9 D e p ó s i t o Lega l . S. 77.-1Q5Q. Talleres Gráficos Imprenta Núñez - Ramos del Manzano, 36 - Salamanca EXCELENTISIMO Y M A G N I F I C O SEÑOR RECTiOR, RESPETADAS AUTORIDADES, ILUSTRE CLAUS- TRO UNIVERSITARIO, QUERIDOS ALUMNOS, SE- ÑORAS, S E Ñ O R E S : Hace exactamente cuarenta años que, en tal día como hoy, conmenzábamos nuestros estudios de la Licenciatura de Medicina. Desde entonces nuestra ocupación fundamental ha sido el estudio de esta rama de la Biología y la docencia de su doctrina, orien- tada principalmente hacia aquellas disciplinas que estudian las en- fermedades en el hombre, capaces de ser curadas por el arte qui- rúrgico. A nadie ex t rañará que al ocupar este sitial, cumpliendo un deber reglamentario e ineludible, si quisiéramos poner algo per- sonal en nuestra exposición, hayamos elegido para ello un tema per- teneciente a aquellas materias que han sido objeto de nuestros afa- nes y de nuestras inquietudes. Nos hubiera gustado más haber t ra ído a este lugar y para esta ocasión una cuestión de horizontes más amplios y carácter más universal, más en consonancia con este selecto auditorio que representa todas las ramas del saber. Pero temimos que nuestras limitadas posibilidades para desarro- llarla no alcanzasen la altura que vosotros merecéis y que exige esta cátedra, cargada de gloria y sabiduría . Disculpadme. El enunciado del tema que vamos a desarrollar, dice: "Heridas del corazón". H E R I D A S D E L C O R A Z O N HISTORIA El estudio de las heridas del corazón siempre ha sido, y toda- vía es, apasionante, a pesar de que estamos ya muy lejos de aque- llos tiempos en los que se creía que toda herida cardíaca era instantánea e irremisiblemente mortal. Ya a mediados del siglo X V I descubrió AMBROSIO PARE una herida de corazón, cuando hacía la autopsia a un hombre que, después de ser herido en duelo, pudo correr más de 600 pies tras de su adversario. ¡Poco después , M U L L E R encontró en la autop- sia de un hombre muerto, a los dieciséis días de ser herido, una perforación del ventrículo derecho. Por la misma época, demues- tra SANCTORIUS, experimentalmente, la inocuidad de las pica- duras con agujas sobre el corazón del conejo. A principios del siglo X I X , O L L I V I E R , D 'ANGERS y LARREY observaron heri- das de corazón que habían curado. A partir de entonces, con el convencimiento ya de que los heridos en el corazón pueden sobre- vivir, se presta más interés a estas lesiones, investigando las cau- sas de muerte, estudiando su ana tomía patológica y su fisiopato- logía, al mismo tiempo que se practican numerosos trabajos expe- rimentales y se inicia el tratamiento de las mismas. En 1819 un médico español, ROMERO, presentó a la Facultad de Medicina de Par í s una memoria en la que dió a conocer la técnica de la pericardiotomía, que hasta él nadie hab ía practicado con éxito, logrando la curación de dos hidroper icardías . En 1829 LARREY practica por primera vez la punción del pericardio, que ya había aconsejado IRIOiLANO en 1649. Es en 1868 cuando aparece la magnifica monograf ía de FIS- CHER, recopilando todo lo que entonces se conocía sobre heridas del corazón y dando a conocer una documentada estadística, en la que se recogen 452 casos que había reunido, la mayoría de los cuales fueron observados en la mesa de autopsias. Durante todo el siglo XIX, muchos cirujanos (CHASSAIG- NAC, D U P U Y T R E N , ZANETT1 , JAMAYN, etc., etc.) publican numerosas observaciones y se esfuerzan por conocer la ana tomía patológica y las causas de muerte en estas heridas, al mismo 8 F E R N A N D O C U A D R A D O tiempo que proponen numerosos medios de tratamiento para al- canzar su curación (sangr ía , balneación, oclusión de la herida torácica, punción del pericardio, drenaje del mismo por medio de catéteres, etc.) Por entonces también intentan otros experimen- talmente la cirugía cardíaca, demost rándose la tolerancia del co- razón a las maniobras quirúrgicas. ROSENTHAL, DEL VECCHIO y SALOMONI obtienen cura- ciones en perros, taponando y suturando las heridas de corazón que previamente habían practicado. BLOC, en 1882, es el p r i - mero en demostrar, experimentalmente,, la eficacia de la sutura card íaca para el tratamiento de las heridas y en proponerla, re- sueltamente, como recurso quirúrgico en la clínica humana. A l mismo tiempo confirman los estudios ya antiguos de M O R G A G - N l , señalando dos causas distintas de muerte en las heridas car- d íacas : 1.° Acumulación de sangre en el pericardio. 2.° Desangra- miento. ROSE, en 1884, estudia fundamentalmente el bloqueo car- díaco, y basado en los frecuentes casos de muerte imputables al mismo, se muestra partidario de operar a estos heridos para evi- tarlo. iPese a todos estos estudios, no existe unanimidad entre los cirujanos de la época sobre si se debe o no intervenir quirúr- gicamente a los heridos de corazón. Mientras que K o N I G y D E - LORME afirman que la sutura es difícil pero posible, en el último cuarto de siglo pasado otros tan eminentes como LEGOUEST, RIED1NGER y T 1 L L M A N se obstinan en sostener que las he- ridas de corazón están por encima de los recursos quirúrgicos. Y B I L R O T H , que tanto se distinguió y tan radical y atrevido se mostró en otros problemas quirúrgicos, decía que el cirujano que intentase la práctica de una sutura cardíaca, perdería el respeto de sus colegas. Bien pronto quedar ía solventada esta cuestión cuando en 1896 REHÍN sutura con éxito una herida penetrante de ventrículo derecho que tenía centímetro y medio de extensión, lo- grando, después de un postoperatorio accidentado, la curación del herido. Antes que REHN, y en el mismo año 1896, había practicado FARIÑA, por primera vez en la clínica humana, la sutura de una herida de ventrículo izquierdo, sobreviviendo el herido algunos d ías . Y CAPELLEN había practicado, t ambiéa en el mismo año, la sutura de una herida cardíaca por arma de fuego, no perforante, sucumbiendo el herido dos días y medio después por hemorragia secundaria de la arteria coronaria y pericarditis. Desde entonces son muchos los cirujanos que han suturado corazones heridos, publicando sus observaciones, ya aisladamente, ya englobando a los operados en un mismo hospital o reuniendo H E R I D A S D E L C O R A Z O N 9 todos los casos publicados en la literatura mundial. Así, en el año 1905 recoge G.U1BAL los cincuenta y seis casos publicados; en 1907, REHN, ciento siete; en 1909, >PECK, ciento sesenta; en 1911, HESSE, doscientos diecinueve. En 1920 publica E. H O R F M A N N nueve casos tratados en la clínica universitaria de Viena que d i - rige el profesor HOCHENEGG; en 1923, E. HESSE hace un es- tudio muy minucioso de los cuarenta y ocho operados desde 1901 en el Obuchow-Krankenhaus de San Petesburgo, y este mismo autor, en el año 1925, da a conocer los resultados lejanos en los ciento diecinueve casos operados y curados que había podido re- coger en la literatura mundial. En 1924, D S H A N E L I D Z E se ocupa de los resultados durade- ros de la sutura cardíaca, y, sumando todas las estadíst icas, reúne 535 casos operados. En 1932, K M E N T añade a esta estadíst ica 84 casos operados hasta entonces, haciendo un total de 619. Posteriormente a estas publicaciones no conocemos ninguna otra estadística global. En 1939, FREY, en su magnífico libro sobre Cirugía del Co- razón de la Newue Deutsche Chirurgie, recoge los 191 casos de he- ridas de corazón operados y publicados durante los diez últimos años en la bibliografía universal. Más tarde son los cirujanos americanos los que más casos pu- blican, reuniendo casos operados en los mismos hospitales o por los mismos equipos. En 1944L I N D E R y HODO se refieren a 23 casos; en 1948, SANSON, a 75; en 1949, BLALOCK y RAVIT, a 11; en 1951, E L K I N y ROY recopilan dos series que hacen un total de 6 1 ; en 1953, NACLERIO, ME1NER y CORDICE, 10; en 1954, OR1SWOL y DRIGE, 108 operados en el mismo hos- pital; en 1955, FARR1NGBR y CARR, 65 observados entre 1933 y 1953; en 1956, MEINER, AVECILLA y NACLERIO, 43, y en 1957, L I O N y PERKINS, 14. En España , el primer caso de herida de corazón suturada fué e>] que el Dr. O ^ T I Z DE LA TORRE comunicó al I I Congreso Español de Cirugía en el año 1908. Se trataba de un joven herido en la aurícula derecha por fragmentos de un vaso de cristal que, después de operado convenientemente, presentó un derrame pleu- ral, terminando por curar. Después el Profesor D. J U L I A N DE LA V I L L A operó tres casos: uno con herida de aurícula y ventrículo derechos, que murió a la hora de terminar la inter- vención, y dos de punciones por agujas que quedaron enclavadas en el corazón, los cuales curaron completamente. PULGAR tiene publicado un caso de extracción de metralla del miocardio con éxito. Sabemos que GOMEZ MAROTO operó con el mismo 10 F E R N A N D O C U A D R A D O resultado otro de característ icas parecidas. SANCHEZ DE VEGA operó, en nuestro servicio, una herida de pericardio, obteniendo, también, la curación del herido. Nosotros hemos tenido ocasión de observar y tratar, aparte de este último caso de SANCHEZ DE VEGA, 10 heridos de co- razón o pericardio, a los cuales haremos referencia en esta expo- sición. GENERALIDADES SOBlRE ETIOLOGIA, A N A T O M I A PATO- LOGICA Y CLASIFICACION A juzgar por las cifras que antes hemos dado, podr ía dedu- cirse que las heridas de corazón son raras y, sin embargo, hemos de admitir que son mucho más frecuentes de lo que gene- ralmente se piensa. Si en poco más de los últimos sesenta años, en los que se han desencadenado dos grandes guerras mundiales, va- rias nacionales e internacionales y espantosas revoluciones, sólo han sido publicados poco más de los 1.000 casos, no ha sido por- que no haya habido muchas más heridas de corazón, sino porque es muy limitado el número de los que las sufren, que pueden lle- gar vivos a manos del cirujano. A ello hay que añadir que no todos los casos que se operan se publican, pues los fracasos, tan frecuentes en estas lesiones, se dan a conocer con menos prodi- galidad que los éxitos. !Por otra parte, a esto hay que sumar que muchas pasan desapercibidas, no sólo a la exploración clínica, sino incluso en la intervención quirúrgica. Ya decía L. REHN que se salvaría un mayor número de heridos, si en la revisión qui- rúrgica de las heridas pleuropulmonares se pensase en la posibili- dad de una herida concomitante del corazón. En efecto, el corazón está completamente rodeado por visceras muy importantes, cuyas lesiones, por sí solas, son capaces de oca- sionar la muerte y dan s íntomas mucho más llamativos que las heridas cardíacas . Es muy rara la herida de corazón que no va acompañada de otras de pleura y pulmón, mediastino, porción baja del cuello o superior del abdomen. La herida de estos órganos es lo que llama la atención y muchos de los que las padecen mueren a las pocas horas o a los pocos días, sin que se haya dado cuenta el quirurgo de que también está herido el corazón. ¡Para diagnos- ticar una lesión es menester pensar en ella y, generalmente, no nos damos cuenta de que el corazón es tan vulnerable y, a veces, tan resistente, como otro órgano cualquiera. Si tuviéramos presente en cada herida de cuello, tórax o abdomen, que podía estar herido el corazón, creemos nosotros que serían muchas más las heridas car- 12 F E R N A N D O C U A D R A D O díacas que se diagnost icar ían y se t ratar ían como tales. No se ex- plica, de otro modo, que nosotros, que hemos vivido siempre en poblaciones de reducido número de habitantes, hayamos podido observar diez heridas de corazón o pericardio, mientras que otros cirujanos mucho más experimentados, mucho mejores observado- res y que han tratado a un mayor número de heridos, no hayan observado o, al menos, no hayan publicado ninguna. Atribuímos esta diferencia a que nosotros, hace ya más de veinticinco años , tu - vimos ocasión de ver y operar una que era muy fácil de diagnos- ticar y que, desde entonces, siempre que vemos una herida de tórax, o sus cercanías, pensamos que puede estar herido el cora- zón. Y, en efecto, en diez ocasiones, unas veces más pronto y otras más tarde, hemos encontrado esta lesión. Aunque sea obvio decir que en época de guerra las heridas de corazón son mucho más numerosas que en época de paz, la verdad es que, en general, el cirujano y sobre todo el de urgencia, suele observar más heridas cardíacas en la paz que en la guerra. Es na- tural que asi sea por muchos motivos, entre los cuales destaca la mayor mortalidad inmediata de las heridas bélicas. Además, du- rante la época de paz, sobre todo en las grandes ciudades, el herido suele ser transportado más pronto a un centro quirúrgico que en tiempos de guerra. El proyectil bélico tiene mayor poder destructor que el de las pequeñas armas cortas que se suelen utilizar en la paz; las heridas en las guerras modernas, casi todas, son por arma de fue- go o metralla, mientras que en las de paz, muchas son por arma blanca, con las cuales hay mayor facilidad y, muchas veces, más tiempo para elegir el sitio donde herir. Tal ocurre en los suicidios y asesinatos a sangre fría. Las heridas por arma blanca destruyen poco y separan más , pocas veces perforan el corazón; las armas de fuego destruyen, perforan y, a veces, hacen estallar el corazón. Nosotros, durante la guerra, en cerca de cinco mil heridos que pasaron por nuestro equipo quirúrgico, observamos tres heridos de corazón; y en nuestra práct ica de paz, con muchísimo más re- ducido número de heridos, que no podemos calcular, hemos visto siete. Esto mismo ha sido observado por diferentes autores. Las heridas de corazón se han clasificado según el agente etio- lógico que las originó. Las producidas por grandes contusiones y estallidos, son de tan extraordinaria gravedad que apenas se han visto más que t n las autopsias. Las heridas por arma blanca son las más frecuentes y las que, corrientemente, tienen más posibilidades de llegar al cirujano, so- bre todo si son punzantes, producidas por estoques, estiletes, pun- H E R I D A S D E L C O R A Z O N 13 tas de lezna o, simplemente, por agujas. Estas últ imas pueden llegar al corazón a través de la pared torácica, pero también R E H N y D A U B E han observado casos de agujas que, después de ser deglutidas, han penetrado en el pericardio o en el corazón a tra- vés de la pared esofágica. Las heridas por arma de fuego son muy graves y producen gran mortalidad. Los efectos de los proyectiles sobre el corazón dependen de su naturaleza, fuerza viva de que van animados y es- tado de replección cardíaca . Durante el diástole, los ventrículos repletos de sangre sufren lesiones más intensas que durante el sístole, por la acción explo- siva del proyectil. Cuando el proyectil va animado de poca fuerza viva no produce efectos explosivos y perfora el corazón o queda enclavado en el músculo ca rd íaco ; esto explica el que sean más favorables las circunstancias en el caso de proyectiles enclava- dos y de cascos de granada ( F R A N Z ) . Son muy numerosos los casos observados, a veces fortuitamente de proyectiles alojados, ya en el pericardio, ya en el espesor del músculo cardíaco o ya en el interior de sus cavidades. STEFIFENS en 1936 y LE FORT en 1938, se han ocupado particularmente de este problema. Los proyectiles o cascos de metralla que quedan enclavados en el pericardio en contacto con la pared cardíaca, aunque prima- riamente no lesionen ésta, pueden ulcerarla más tarde por frota- miento o por presión. Los intramurales, empotrados en la pared del miocardio, pueden primariamente servir de " t a pó n " y evitar la hemorragia, y más tarde ser expulsados, quedando una brecha miocárdica o abiertas las cavidades. Los alojados en el interior de las cavidades, pueden quedar fijos entre los pilares y columnas valvulares, o libres y emigrar en forma embólica por el árbol arterial. También se han dado casos de proyectiles que han llegado ai corazón desde la periferia, por vía venosa, arrastrados por la co- mente circulatoria. Las heridas cardíacas se han estudiado igualmente según su localización. Dada la disposición del corazón en relación con la pared to- rácica anterior y el t amaño de sus cavidades, son mucho más fre- cuentes las que asientan en los ventrículos que las que asientan en las aurículas . No están de acuerdo los autores sobre la frecuencia de las heridas en cada ventrículo. En la estadíst ica de FISCHER y en otras basadas únicamente en autopsias aparece el ventrículo de- recho herido con más frecuencia que el izquierdo. En cambio en 14 F E R N A N D O C U A D R A D O otras más modernas, que recogen casos operados, se encuentra el ventrículo izquierdo más frecuentemente herido que el derecho. De esto se sacó como consecuencia, que si los cirujanos veían más heridas del ventrículo izquierdo es porque son menos graves que las del derecho y los que las sufren pueden sobrevivir más tiempo. Sin embargo, tampoco entre los cirujanos existe unanimidad a este respecto. Para LOISON, G U I B A L y TERRIER el más fre- cuentemente afectado es el ventrículo derecho, en cambio para L. REHN y E. HESSE lo es el vetrículo izquierdo. Según DUBOST, un 55 por ciento de las veces estaría herido el ventrículo derecho, un 35 por ciento el izquierdo, y un 10 por ciento ambos ventrículos. Las heridas de la aurícula derecha son mucho más frecuentes que las de la izquierda, la cual, práct icamente, sólo puede ser a l - canzada por vía posterior. No es raro encontrar heridas card íacas que afectan a varias cavidades. En cuanto a la profundidad alcanzada por estas heridas en el espesor del corazón, pueden ser tangenciales y parietales si sólo afectan a la pared, penetrantes en una o en varias cavidades y perforantes o transfixiantes, como suelen ser las de arma de fuego que penetran por una pared y salen por la opuesta. También pue- de atravesar el proyectil una pared y la cavidad ventricular, que- dando enclavado en la pared opuesta (heridas subtransfíxiantes de V A I N O - S E I R O ) . Como ya hemos dicho, es muy rara la herida card íaca que no va asociada a la de otras visceras. El corazón, envuelto comple- tamente por el pericardio, está rodeado también, en casi toda su extensión, por la pleura, los pulmones, los órganos del mediastino y los abdominales superiores por intermedio del diafragma. El pericardio, al envolver al corazón, se adapta a su superficie por lo que sus heridas suelen ser simultáneas. Sin embargo, son relativamente frecuentes las heridas aisladas del pericardio. Más raras son las heridas de corazón estando intacto el peri- cardio, como se han observado algunas veces. Tal ocurre en las de arma de fuego cuando el proyectil está ya ufrío", con poco poder de penetración, cuando no perfora el pericardio, pero contunde el corazón lesionándolo. lOtro tanto puede ocurrir en las de arma blanca de punta roma. Tan solamente en una pequeña extensión se pone el pericardio en contacto con la pared torácica a nivel de la extremidad esternal de los quinto y sexto cart í lagos costales izquierdos en el espacio que V O I N I T denominó "tr iángulo de seguridad" para efectuar las punciones de pericardio. Todo agente t raumático que llegue al corazón por fuera de esta vía, forzosamente, tiene que atravesar otros órganos. Las heridas concomitantes de la pleura son muy H E R I D A S D E L C O R A Z O N 15 frecuentes: el 92 por ciento según REHN y HESSE, el 82 por ciento según SIMON, el 89 por ciento según GU1BAL, y el 77 por ciento según H O F F M A N N . Las heridas del pulmón también coexis- ten el 30 por ciento de las veces, según HESSE. El higado, es tómago, esófago, diafragma, grandes vasos y otros órganos han sido también lesionados al mismo tiempo que el corazón. Nosotros vamos a clasificar las heridas en el corazón, en aten- ción a su gravedad y a las posibilidades de tratamiento de que son tributarias, en cuatro grandes grupos: 1. ° Heridas que producen la muerte ins tantáneamente o a los pocos minutos. Estas no llegan al cirujano por cercano que esté y no nos interesan quirúrgicamente. Son, sin duda, las más nu- merosas. 2. ° Heridas de gravedad extrema, pero que dan tiempo a ser atendidas en un servicio quirúrgico y a que allí se les someta a un tratamiento apropiado. Estas son las más interesantes desde el punto de vista quirúrgico. 3. ° Heridas con síntomas inmediatos de corazón o pericardio tan poco acusados que cursan d ías o semanas como cualquier otra herida torácica, hasta que los efectos de un derrame copioso en el pericardio, por hemorragia o por infección, las revelan. 4. ° Heridas que ni en los primeros momentos ni en mucho tiempo después presentan s ín tomas que hagan sospechar que está herido el corazón y que, más tarde —a veces transcurridos meses o años—, proporcionan sorpresas al clínico y al radiólogo que tratan de descubrir otro proceso, o al anatomopatólogo en la mesa de autopsias. Es el caso de los proyectiles enclavados en el corazón o de procesos cicatrizales que han quedado como secuelas. F I S 1 0 P A T 0 L 0 G I A Hemos de reconocer que la mayor ía de los conocimientos que tenemos de la fisiopatología de las heridas cardíacas se los debe- mos a M O R G A G N I , BLOC, D E L VECHIO, SALOMON, REHN y otros muchos cirujanos y experimentadores de fines del último siglo y comienzos del presente, cuyos estudios fueron recogidos por SPANGARO, en 1907, quien a su vez hizo pruebas experimen- tales con la mayor escrupulosidad. Tres son los factores que, desde entonces, se consideran que influyen más directamente sobre el herido de corazón: 1.° Es t í - mulo o irritación mecánica directa del agente traumático sobre el músculo cardíaco. 2.° Deplección de sangre en el árbol circulatorio, que conduce a la anemia aguda. 3.° Acumulación de sangre en el pericardio que, aumentando la presión en su cavidad, impide la normal replección y contracción del corazón. I.0 INiFLUENCIA DEL ESTIMULO O IRRITACION M E - CANICA DE ORIGEN TRAUMATICO.—Desde M O R G A G N I se conoce que toda irritación mecánica sobre el corazón produce una detención momentánea de éste, seguida, si es poco intensa o de corta duración, de contracciones más fuertes de tipo compensador. Desde entonces también sabemos que cuanto más intenso y prolon- gado sea el estímulo, tanto más per turbará la motilidad card íaca , manifestándose por contracciones irregulares, pulso retardado, arritmias y descenso de la presión arterial. Cuando el estímulo es tan intenso que produce destrucciones del músculo cardíaco, lesiones muy extensas que abren sus cavi- dades, transtornan el juego valvular, seccionan los pilares ventri- culares o anulan su nutrición por lesiones de los vasos coronarios, el paro cardíaco es inmediato y se produce la muerte. Particular importancia en el origen de la muerte rápida, tienen las lesiones de los vasos coronarios; se las considera de las más peligrosas. Según O R O N W A L Ü la herida del tronco de la corona- ria izquierda es la más grave y determina siempre la muerte inme- diata. En cambio, la herida ele las colaterales, en especial de la lg F E R N A N D O C U A D R A D O rama anterior descendente, que está afectada con frecuencia, es menos peligrosa de momento, aunque después sobrevienen infar- tos de la pared anterior del corazón con esperanzas de curación, si se hace un buen tratamiento vascular y no hay lesiones arterioes- clerósicas ( K L E I N S C H M I D ) . lOcurre, a veces, que también sobreviene la muerte instantánea en heridas cardíacas , al parecerde poca importancia, por simples punturas en las que ni existe gran hemorragia ni la extensión del traumatismo bastaba para explicar la muerte súbita. Esto dió lugar a la creencia de que había algunas zonas en el corazón, cuya sim- ple irritación dar ía lugar a la detención de éste. Tal sería, por ejemplo, el llamado centro de KRONECKER-SMEY, descrito por estos autores en 1874, el cual estar ía situado en la región atrio- ventricular izquierda e interventricular superior. Estudios poste- riores han demostrado que todas tas regiones card íacas responden de igual modo a los traumatismos, aunque, como es natural, aqué- llas, como las antes dichas, donde radican los centros que regulan la contractibilidad y conductibilidad de los movimientos cardíacos (nodulos de KEITH-iFLACK, fascículo de W E N K E B A K , haz de HíSS , nódulo de TAWA\RA) den origen a alteraciones mayores, más rápidas e irreparables cuando son traumatizadas. Es sabido que la simple comprensión o inhibición del haz de HISS produce la disociación aurículo-ventricular o bloqueo cardíaco, con f ib r i - lación ventricular y muerte. Una herida que lesione gravemente el aparato autónomo coordinador y regulador de los movimientos cardíacos, es natural que produzca la muerte inmediata. La muerte ins tantánea en las heridas cardíacas se ha querido explicar también por acción refleja. Es indudable que el pericardio inervado por el vago, el simpático y, en parte, por el frénico, se- gún los estudios de H O L M U T H y KLOSE, constituye una fuente de reflejos que se originan ante cualquier estímulo y que influirían sobre la mecánica cardíaca. Según dichos autores, las lesiones del pericardio pueden provocar el paro cardíaco por vía refleja. HEIEER y D ' A Q A T A también señalaron este peligro y fueron los primeros en recomendar la cocainización del pericardio para evi- tarlo ( R E H N ) . Más modernamente, W . FELIX asegura que la hoja externa del pericardio no tiene ninguna influencia sobre la irritabilidad cardíaca y que tal vez tenga alguna el epicardio, aunque no se pueda asegurar. Lo cierto es que en las operaciones card íacas ex- perimentales y humanas se ha visto que, a veces, el corazón se para súbitamente en sístole de modo inexplicable, para evitar lo cual se toma como norma la novocainización de la bolsa pericárdica para anular reflejos. Es natural que, de igual modo que puede so- H E R I D A S D E L C O R A Z O N I Q brevenir la muerte instantánea por paro cardíaco a consecuencia de irritaciones bruscas o intensas sobre testículos, laringe, epigastrio, etcétera, puede sobrevenir por una irritación t raumát ica sobre el corazón. 2:° DEPLECCION DEL SISTEMA VASCULAR.—La hemo- nagia es constante en las heridas de corazón y, por lo general, lo suficientemente copiosa para poder producir la muerte rápida por anemia aguda, aunque únicamente esté seccionado el epicardio o la pared cardíaca. En las que se abren las cavidades, o se lesionan los grandes vasos o las coronarias, aumenta esta posibilidad. No obstante, también se han publicado casos en los que la hemorragia era práct icamente nula, se cohibió rápidamente o fué muy discreta. Esto suele suceder cuando la herida del miocardio es muy pequeña, cuando el proyectil ha quedado fijo en la pared cardíaca actuando de " t a p ó n " y cuando únicamente existe herida de pericardio ( D U B O S T ) . La hemorragia es externa si existe fácil comunicación entre la herida visceral y la parietal, o interna cuando la salida de sangre está dificultada, acumulándose en el pericardio, en la pleura, en el mediastino o en la cavidad abdominal. La salida de sangre hace descender la presión arterial tanto más cuanto más sangre se pierda, y, cuando llega a cierto límite, se contrae el corazón en vacío, anulando los esfuerzos cardíacos compensadores para llenar el árbol circulatorio. Pronto sobreviene la muerte por anoxia de los centros nerviosos y del propio mio- cardio. A igualdad de extensión, sangran más las heridas del ventrículo derecho que las del izquierdo, si son perpendiculares que si son oblicuas, cuando se han producido durante el sístole que cuando lo han sido durante el diástole. Las heridas de las aurículas sangran continuamente con inde- pendencia de los movimientos cardíacos. Las de los ventrículos, si son grandes, continuamente, con exageración durante el sístole y, sí son pequeñas , puede detenerse la hemorragia durante el sístole por cierre de la herida al contraerse el miocardio. Las hemorragias del ventrículo izquierdo son menos graves que las del derecho, porque sus paredes son más gruesas y porque los numerosos pilares y columnas forman recovecos que favorecen la hemostasia. Las producidas por heridas de las aurículas son más graves que las de los ventrículos, por delgadez y falta de contrac- tilidad de sus paredes, lo cual hace difícil la formación de trom- bos hemostáticos ( M A T A S ) . La formación de estos trombos hemostáticos, a nivel de la herí- ¿ O Í É R N A N D Ó C U A D R A D O da, a veces salvadores, es favorecida, según L A N G , por las s i - guientes circunstancias: en las heridas ventriculares por el espesor de las paredes y las propiedades hemostát icas que, como todo músculo, tiene el miocardio; por el descenso de la tensión que acompaña al schok y a ¡a hemorragia; por no corresponderse las heridas de pericardio y miocardio y porque una hernia muscular tapone el orificio. No se puede tener seguridad en la hemostasia producida por este mecanismo; con frecuencia se disgregan o se desprenden los trombos dando lugar a hemorragias secundarias. Las hemorragias secundarias pueden sobrevenir también, según DUBOST, por caída de un cuerpo ext raño que taponaba la heri- da; por lesión primariamente parcial de la pared cardíaca que más tarde se completa a causa de la presión intracavitaria y por ulce- ración progresiva contra un proyectil yustacardíaco. Las heridas de los grandes vasos de la base del corazón, gene- ralmente producen la muerte de modo fulminante. El estudio de estos dos factores señalados —acción directa del traumatismo y hemorragia— ya nos explica el por qué la mayor ía de los heridos de corazón mueran inmediatamente o poco después de haber sufrido su lesión. Recapacitando sobre ello podría llegar- se a pensar que sólo pueden sobrevivir el tiempo suficiente para ser operados aquellos que presentan heridas muy pequeñas con lesiones mínimas de miocardio y escasa hemorragia. Justo es reconocer que muchas de las heridas operadas presentaban estas caracterís t icas, pero que esto no siempre ocurra así nos loi de- muestra bien palpablemente el caso de un herido (publicado en la Revista de Cirugía de Barcelona, febrero 1934), en el que nosotros hicimos nuestra primera sutura cardíaca, el cual, con un cuadro clínico aparatoso en extremo, entre cuyos s íntomas predominaban los de hemorragia y anemia aguda, presentaba las siguientes lesio- nes cuyas característ icas fueron descritas por el profesor COSTE- RO que estudió la viscera herida, tomada en autopsia, y dió el si- guiente informe: " L a pieza a n a t ó m i c a fué enviada al Laboratorio sin abrir y fijada en alcohol. Por este motivo no se estudió el órgano siguiendo las reglas habituales, sino que se cortó transversalmente en fragmentos separados entre sí, alre- dedor de 1,5 cm. L a superficie de corte de mayor interés , correspondía a la que pasaba por el sitio de la herida cardíaca. E l aspecto exterior de esta herida correspondía a una cicatriz lineal, de 2,7 cm. de longitud, situada próxima a l surco medio anterior y dirigida oblicuamente de abajo a arriba y de derecha a izquierda. Toda ella estaba recu- bierta con un delicado depósito de fibrina. (Fig. 1.a). H E R I D A S D E L C O R A Z O N 2l E l estudio del corte correspondiente (Fig. 2.a), demuestra que el cuchillo atravesó el miocardio cerca del tabique in- terventricular, siguiendo una dirección de arriba a abajo y de derechaa izquierda, de tal modo, que penetró en am- bos ventr ículos y considerablemente en el izquierdo. A con- secuencia del poco tiempo transcurrido entre la produc- Fig. 1.a c ión de la herida y el óbito, esta herida está sin cicatrizar y solamente obstruida por fibrina Consecuencia de la penetrac ión del arma en los ventr í - culos y de les ión endocardíaca concomitante fué la pro- ducción de un trombo blanco, adherido principalmente al sitio de la lesión, y, sobre todo, a las valvas de la mitral s e g ú n se demuestra en la figura 3.a, que representa un corte paralelo a l de la figura anterior y alejado hacia arriba alrededor de 1,5 cm. Obsérvese que en el ventr ículo izquierdo existe t a m b i é n sangre, coagulada "postmortem" y por la acc ión del alcohol pero completamente desligada de las paredes ventriculares. E l estudio microscópico de la pared ventricular. reali- zado a nivel de la herida, dlemuestra que la superficie de la les ión se hal la recubierta por un depósi to fresco de fibrina, ocupado por considerable cantidad de h e m a t í e s y por algunos leucocitos. Estos h e m a t í e s proceden de a l - gunos vasos alterados por la les ión como se comprueba en la fig. 4.a. E n torno a la l es ión no se encuentran alteraciones de- generativas apreciables en la fibra muscular cardíaca y otros f e n ó m e n o s de reacción inflamatoria m á s que los naturales de la hemorragia y des trucc ión de tejidos pro- ducidos por la puñalada (Fig 5.a). E l estudio microscópico de fragmentos de pu lmón , per- 22 F E R N A N D O C U A D R A D O tenecientes ai mismo sujeto, demostraron la existencia de un proceso inflamatorio agudo, localizado preferentemen- te en torno a los bronquios finos y cuyos caracteres no demuestran ninguna particularidad importante". Como se puede apreciar en el anterior informe, las lesiones eran tan intensas que las podemos considerar como extraordina- rias, mucho más yendo asociadas a heridas de pleura y pulmón. Fig. 2.a Pues bien, a pesar de ello dió tiempo a ser suturado y vivió 68 ho- ras después de operado, al cabo de las cuales el herido murió de una bronconeumonía. Claro es que hay que decir que el paciente llegó al hospital unos veinte minutos después de ser herido y la operación fué practicada otros veinte minutos más tarde, es decir, que soportó su herida durante los cuarenta minutos que tardó en ser operado. Pero es que, además , es necesario consignar que muchos heri- dos cardíacos no sólo no mueren súbitamente, sino que llegan a curar de forma espontánea, pues a nivel de la herida, sobre todo si es de los ventrículos y principalmente del izquierdo, se forma un coágulo que tapona la herida y, más tarde, se organiza formando una cicatriz. Claro es que el coágulo puede desprenderse o disgre- garse dando lugar a una hemorragia secundaria y la cicatriz, mu- chas veces, es incompleta, epicardial y sólo se forma en la superfi- H E R I D A S D E L C O R A Z O N 23 cié, distendiéndose más tarde, originando un aneurisma o rompién- dose, dando lugar a una hemorragia fulminante. Estos casos de curación espontánea son raros en las grandes heridas, las cuales no sólo no tienden a cerrarse espontáneamente , sino que, según BODE, suelen aumentar de tamaño. Fig. 3/ En cambio son relativamente frecuentes en las heridas peque- ñas , principalmente las que han sido producidas por instrumentos punzantes. 3.° COMiPRESION DE CORAZON. — Según ya demostró MORGAGNI y más tarde confirmó BLOCK, la muerte en las heri- das card íacas no sólo es producida por la acción directa del agen- te t raumático y por la deplección del sistema circulatorio, sino que, con mucha frecuencia, son debidas a la compresión que ejerce so- bre el corazón la sangre acumulada en el pericardio, que proce- dente del miocardio, cavidades cardíacas , grandes vasos o vasos coronarios y aún del propio pericardio, no tiene fácil salida y se va acumulando en la bolsa pericardiaca. El pericardio, que según REHN es muy elástico, se distiende en todos los sentidos donde no encuentra una resistencia que se le oponga (peto esternocostal por delante, columna vertebral por de- t r á s ) . Por lo tanto el abombamiento del pericardio se hace princi- 24 F E R N A N D O C U A D R A D O pálmente hacia los lados en sus partes posterolaterales y hacia abajo, por lo que los derrames pericardíacos tienen forma de un odre o de una tienda de campaña, como se puede apreciar radio- lógicamente. El corazón, que está fijo por su base, es empujado hacia de- lante, girando alrededor de un eje formado por la línea de unión i Fie. 4 / de ambas venas cavas, quedando la punta más cerca del peto es- ternocostal. A medida que se va llenando la cavidad pericardíaca y alcan- zando el límite de la elasticidad del pericardio, se va produciendo un aumento de presión intrapericárdica que dificulta el aflujo de sangre por las cavas y pulmonares, la replección de las aurículas, de los vasos coronarios y hasta de los mismos ventrículos, lo cual trae como consecuencia el descenso de la presión arterial y el au- mento de la presión venosa, en la circulación general, y de la pre- sión arterial y venosa en la pulmonar, quedando el corazón como aprisionado dentro del pericardio, sin posibilidad de llenarse ni de contraerse, con la consiguiente disminución del volumen minuto y anoxía cerebral, lo que, si no se remedia con urgencia, conduce a la muerte rápidamente . Todos estos hechos dan lugar a un sín- drome, que primero estudió M O R O A O N l y fué descrito más tarde por ROSE con el nombre de "taponamiento card íaco" o H E R I D A S D E L C O R A Z O N 25 "bloqueo card íaco" y, más tarde, fué denominado por REHN co- mo "s índrome de compresión del corazón" . Es difícil valorar la cantidad de sangre que necesita acumu- larse en el pericardio para bloquear el corazón. Según REHN son suficientes de 150 a 300 ce. de sangre, aunque mucho depende de Fig. 5.a la rapidez de la hemorragia, de la elasticidad del pericardio y del estado del miocardio. Según REISINGER, los efectos de la compresión del corazón pasan por tres fases: 1.a.—Al aumentarse ligeramente la presión en el pericardio se produce un aumento de la presión arterial, de tipo compensador. En la 2.a fase, cuando la presión intrapericar- díaca llega a cierta altura, disminuye la llegada de sangre al cora- zón y si el bloqueo dura poco puede ser compensada sin repercutir sobre el resto del organismo. Pero si el bloqueo se prolonga se producen trastornos en el aparato de conducción intracardiaco que determina el bloqueo parcial del corazón. La 3.a fase se pro- duce cuando la presión intrapericardíaca es mayor que la que existe dentro de las venas y de las aurículas. El corazón, en estas condiciones, sólo puede contraerse durante segundos o pocos m i - nutos y, si no se remedia en seguida, se producen trastornos en la nutrición del músculo cardíaco que conducen a la muerte por diso- ciación auriculoventricular o fibrilación. 26 F E R N A N D O C U A D R A D O El aumento de la presión intrapericardíaca favorece la hemos- tasia a nivel de la herida cardíaca. Muchos de los casos de cura- ción espontánea son resultado de este efecto favorable, que permi- te la formación de un coágulo que obstruye la herida. Sin embargo, no se puede confiar mucho en tal acontecimiento. Algunas veces el coágulo hemostático es desprendido por la presión intracavitaria, se reproduce la hemorragia y el enfermo muere por compresión cardíaca de no ser socorrido pronto por el arte ( M A T A S ) . Una vez hecho el diagnóstico FARRINGER y CARR, aconsejan des- preciar el beneficio que puede reportar la hemostasia espontánea, para evitar males mayores. En los casos favorables la sangre acumulada en el pericardio puede reabsorberse sin dejar secuelas, pero con frecuencia quedan depositados coágulos en los fondos de saco que más tarde se or- ganizan, originando sinequias y pericarditis constrictivas. SA- T I NS K I ha descrito en un hemopericardias la organización de un depósito fibrinoso en ambos fondos de saco del pericardio, que dió lugar a una pericarditis constrictiva que necesitó una decorti- cación ( B A I L E Y ) . La sangre se coagula en el pericardio, según MAQU1RE, mu- cho más rápidamente que en la pleura y los coágulos se hacen más firmes en menos tiempo. También ha señalado que al abrir el tórax siempre ha encontrado coágulos abundantes en el saco pe- ricardíaco, aunque la intervención se llevase a cabo dentro de la primera hora de la herida. Para SBROR y A Z O U L A Y la coagulación intrapericardíaca presenta tres fases: 1.a De falta de coagulación. 2.a De completa coagulación, y 3.a de retracción del coágulo y licuefacción. D u - rante la segunda fase la aspiración del pericardio ser ía inútil. SINTOMAS Y DIAGNOSTICO Ya hemos dejado consignado cómo no es nada fácil hacer con seguridad el diagnóst ico de las heridas cardiacas. Podr íamos de- cir que entre los numerosos s ín tomas que pueden presentarse no hay uno sólo que nos permita asegurar dichas lesiones, pues todos ellos se pueden observar en heridas de visceras paracard íacas , que, como ya hemos dicho, suelen ir asociadas a ellas. Para llegar al diagnóstico tenemos que valorar todos los s ín- tomas en conjunto y aisladamente, tanto los generales como los que nos proporciona la observación de la herida, sobre su situa- ción, dirección, profundidad, etc., así como los datos que nos pro- porciona el conocimiento del agente traumatizante y de la posi- ción en que estaba el herido al recibir su lesión. Por lo regular el herido cardíaco está intensamente schocado, a consecuencia de la acción del traumatismo, de la hemorragia y aun del estado anímico, sobrevenido al verse herido en una región tan peligrosa. Presenta palidez intensa, sudores profusos y fríos, vértigos, oscurecimiento de la vista con la mirada fija y pupilas dilatadas, pulso débil, apenas incontable y perceptible; la respi- ración es fatigosa. A veces está obnubilado y con frecuencia in - quieto, tratando de incorporarse e intensamente cianótico. Se queja de dolores retroexternales, irradiados a la espalda y hombros, sobre todo al izquierdo. La intensidad de estos s íntomas depende a menudo de la posición del enfermo, siendo más acusados cuan- do está en decúbito horizontal y menos cuando está semisentado. (Signo de MONOOR.) Generalmente el herido de corazón cae al suelai en el momento de recibir su lesión y muchos pierden el conocimiento en aquel momento, habiéndose citado casos de haberlo recuperado al cabo de cierto tiempo y haber podido dirigirse por su pie a un puesto de socorro (IFRANZ). Otros, en cambio, después de recibir su herida, pueden seguir andando y hasta haciendo esfuerzos, hasta que llega un momento en que se caen, a veces como fulminados por un rayo. Uno de los que nosotros hemos podido observar re- cibió una puña lada en la región xifoidea, a la que no dió gran 28 F E R N A N D O C U A D R A D O importancia; siguió andando como unos 500 metros y después tuvo que ser transportado por sus compañeros hasta la Casa de Socorro. Más tarde fué hospitalizado. Su herida cursó como otra cualquiera de tórax y se le pudo comprobar clínica y radiológica- mente un hemopericardias. No se le operó, se curó y las lesiones que padecía quedaron desconocidas. Foié en el año 1928. Todos los autores afirman que algunas veces la herida es tan grande, que permite ver en el fondo brotUr la sangre del miocardio. En efecto, esto es posible y esta circunstancia se daba en el heri- do en que nosotros hicimos la primera sutura cardíaca. Se trataba de un joven de dieciocho años, que en enero de 1933, con ánimo suicida, se clavó un cuchillo en la región precordial. Presentaba una herida a 1,5 cent ímetros del borde izquierdo del esternón, que seccionaba el tercer cart í lago costal y se extendía por el segun- do y tercer espacio intercostales. Por ella sal ía sangre en abundan- cia, aparentemente de modo continuo, pero que, observada atenta- mente, se podía ver que tenía intermitencias muy rápidas , y era tan grande su abertura que permitía distinguir que la sangre procedía de la parte central del mediastino, y que en gran parte se vaciaba en la cavidad pleura! izquierda, que estaba interesada. Procedi- mos en seguida a operarle y comprobamos que el corazón estaba herido. Es el caso del que hemos hecho antes algunas considera- ciones y al que corresponden las cinco pnmeras figuras: en la 2.a se aprecia que el cuchillo había penetrado en los dos ventrículos. Esta serie de circunstancias, que nos permitieron ver las lesio- nes de una manera tan ostensible, se da pocas veces. En este caso se comprobó nuestro diagnóstico, pero muchas veces hemos pen- sado que en una herida aparentemente similar, la sangre podr ía venir de una arteria intercostal herida, de la mamaria interna, del pulmón, etc., etc. Otro s íntoma que todos los autores dan como patognomónico de herida cardíaca, es que el agente punzante quede clavado y el mango se mueva a l compás de los movimientos cardíacos. Es tan antiguo el conocimiento de esta manifestación, que ya fué descri- ta por Homero (PAOET, citado por M A T A S ) : "Capó, clavándose la punta de la espada en su corazón, ]El cual, con movimientos convulsivos) sacudía la empuñadura" . Sin embargo, nosotros hemos podido observar este síntoma, bien evidente, en un caso en que después se demostró que no es- taba perforado el pericardio. (Publicado en la Revista de Cirugía de Guerra. Enero, 1939). Se trataba de un hombre de la provincia de Burgos, de cua- H E R I D A S D E L C O R A Z O N 29 renta y cinco años, que en junio de 1936 intentó suicidarse cla- vándose una navaja en el corazón. Le vimos a los quince minutos y encontramos que tenía clavada una navaja en la misma tetilla izquierda, cuyo mango, que sobresalía unos cinco centímetros, se movía rí tmicamente con cada sístole cardíaco. Era el clásico ex- perimento de fisiología. Pues bien, al operar a este enfermo nos encontramos con unos pequeños surcos en pericardio, producidos por la punta de la nava- ja, que no llegaban a perforarle. Siete días más tarde murió. En la autopsia pudimos comprobar que el corazón y la cavidad pericar- díaca estaban ilesos. Bastaba que la punta de la navaja estuviese en contacto con el pericardio para que los latidos cardíacos se transmitieran al mango. He aquí una demostración bien patente de que ni siquiera cuando vemos moverse el mango del agente t raumático, al compás de los movimientos cardíacos, podemos asegurar que exista he- rida cardíaca . La situación de la herida externa sobre el á rea cardíaca es el s íntoma que tal vez nos haga pensar más en heridas de corazón. Es indudable que cuando vemos una herida sobre el peto esterno- costal (zona elocuente de M O N D O R ) o sobre el borde izquierdo del esternón a la altura del 4.° ó 5.° espacios intercostales (zona peligrosa de ZEIBOLER), nuestro pensamiento se dirija en seguida a la posibilidad de que esté herido el corazón. Por ello se considera a este síntoma como el más útil para el diagnóst ico; nosotros le hemos encontrado en nueve de los diez casos que hemos visto. 'Pero no hay que olvidar que una herida en la espalda, en el cuello o en la parte superior del vientre, no excluye la herida card íaca . Según S IMON y HOFFMAN, en el 33 por 100 de las heridas de corazón se ha podido observar que la lesión cutánea estaba fuera del á rea cardíaca. Nosotros hemos ob- servado también un caso muy demostrativo. (Publicado en la Re- vista de Cirugía de Guerra. Mayo, 1939). Se trataba de un herido de guerra que llegó al Equipo Quirúrgico en julio de 1938, con el diagnóst ico de herida por arma de fuego en región lateral de- recha del cuello, sin orificio de salida. El orificio de entrada, pun- tíforme, estaba situado sobre el esternocleidomastoideo derecho, a la altura de la 5.a vér tebra cervical. Nos dijo que recibióla herida estando cuerpo a tierra. Se queja de no poder respirar y está i n - quieto, disnéico y tratando de incorporarse. Se le complace y se le inyecta morfina, sin que logre calmar su sufrimiento. Late bien la temporal superficial y no hay hematoma, ni enfisema, ni disfa- gia, ni síntoma de estar interesados órganos del cuello. El pulso 30 F E R N A N D O C U A D R A D O es arrí tmico, con 105 pulsaciones. Explorado en radioscopia no encontramos ningún proyectil ni en cuello ni en tórax. Ante la insistencia con que acusaba dolores retroesternales, principalmente durante la exploración, dirigimos nuestra atención al corazón: latido de la punta en sitio de costumbre, ligero aumen- to de la macidez cardíaca , tonos cardíacos apagados y ruidos anor- Fig. 6.a males (de chapoteo, de batido) en pericardio. Venas del cuello no aparentes y ligera contractura en las paredes abdominales. Explorado de nuevo por radioscopia pudimos apreciar una sombra más intensa dentro de la cardiaca, sin que se pudiera pre- cisar su forma, ni si se mueve con los movimientos cardíacos y respiratorios. En proyección anteroposter íor parece situada cerca de la punta y en la lateral en un plano anterior. Por radiografía se apreció el proyectil en posición vertical invertida, a la derecha del esternón y un poco por fuera de la sexta y séptima articulación costotransversas. (Fig. 6.) H E R I D A S D E L C O R A Z O N 31 Operado este enfermo nos encontramos con la cara externa del pericardio de aspecto completamente normal. A la palpación da la impresión de onda líquida en el momento "del sístole cardia- co. Se abre el pericardio y salen sangre y coágulos (unos 150 c. c. de sangre negruzca). Vaciada y limpia de sangre la ca- vidad pericardíaca no se ve hemorragia alguna. Revisado el co- razón, en toda su superficie asequible, no se encuentra ninguna lesión, ni tampoco se palpa la bala en su espesor. Al explorar nuevamente el corazón por su cara posterior se encuentra el pro- yectil alojado en el fondo de saco posterior del pericardio y libre en su cavidad. Después de extraer la bala se revisa cuidadosamen- te el pericardio y la superficie cardíaca accesible, sin encontrar el orificio por donde había penetrado. Es extraordinario en este herido lo alejado que estaba el or i - ficio de entrada de la bala de la región cardíaca. Esto hizo que en principio no pensásemos en la posibilidad de que estuviera he- rido el corazón o el pericardio. Era la situación del proyectil o su orificio de salida, junto con las lesiones de los órganos del cuello, lo que nosotros t ra tábamos de descubrir. El herido estaba angustiado, disnéico, con "sed de aire", y todos estos trastornos quer íamos nosotros atribuirlos a una lesión de las vías aé reas ; tal vez a que en una de ellas estuviese incluido el proyectil. Faltaban s ín tomas de lesión vascular, faltaban también trastornos disfági- cos y enfisema, y ni aun sabiendo la posición en que se encontra- ba cuando fué herido, sospechábamos que la bala hubiese llegado al pericardio. Le llevamos a la pantalla radioscópica y ni en el cuello, ni en el tórax, encontramos el proyectil, debiendo quedar consignado que no insistimos, por esta vez, en su busca dentro de la sombra cardíaca. Fué después, cuando la inquietud creciente del herido y los dolores retroesternales que aquejaba, que no se calmaron con la inyección de morfina, y la dificultad respiratoria, que hacía que el enfermo no tuviese un momento de reposo y tranquilidad, cuando pensamos en la posibilidad de que estuviese herido el corazón. La hemorragia externa es un dato de poco valor para hacer el d iagnóst ico; muchas veces no se presenta y pocas tiene caracter ís - ticas que permitan identificar su origen. Como es natural, la hemo- rragia externa es mayor y más frecuente en las heridas por arma blanca que en las producidas por arma de fuego, y tanto más abun- dante cuanto mayor sea la abertura parietal y más directo el tra- yecto entre ésta y la herida cardíaca . En muchas heridas de corazón la hemorragia externa carece de importancia: de los cuarenta y ocho casos de HESSE sólo once san- graban abundantemente; en los demás la hemorragia era pequeña 32 F E R N A N D O C U A D R A D O o no existía; de los nueve de HOPFMAN, en cinco era muy poco intensa. La hemorragia externa, como ya hemos dicho, no tiene caracte- rísticas propias. Una hemorragia abundante y con refuerzos s is tó- licos puede proceder también de las arterias intercostales o de las mamarias internas. Una hemorragia que se exacerba con los movi- mientos respiratorios o golpes de tos, solamente afirma la existencia de sangre en el tórax, que lo mismo puede proceder de una herida de corazón, que de los grandes vasos, que del pulmón, que de los vasos parietales. La formación de remolinos espumosos en la puerta de salida no indica más que mezcla de sangre con aire, s íntoma común a todas las grandes heridas intraparietales que sangran. La sangre que no encuentra camino hacia el exterior se acumula en el pericardio o se vacía en la pleura, dando lugar a s íntomas de hemopericardias o de hemotórax, juntos, a veces, a los de anemia aguda por hemorragia interna, La sangre acumulada, a gran tensión, en el pericardio, da lugar al s índrome de compresión de REHN, o de taponamiento cardíaco de ROSSE, al cual ya nos hemos referido en la fisiopatología. Se manifiesta dicho síndrome por sensación de angustia, opre- sión retroesternal, cianosis, disnea intensa, distensión de las venas del cuello, que se hacen muy turgentes (lo que tiene gran importan- cia para el d iagnós t ico) , pulso débil y rápido, aumento del área de macidez cardíaca, tonos cardíacos apagados o alejados, algunas veces, ruidos anormales en el pericardio, descenso de la presión ar- terial, aumento de la venosa y aumento del á rea de macidez he- pática. Este s índrome tiene gran valor en el diagnóstico de las heridas cardíacas, por el cual han sido diagnosticadas en la mayor ía de los casos. BOiRCHARDT considera la triada sintomática "compre- sión de corazón, ruidos anormales, s íntoma de hemorragia interna" como patognomónica de la lesión cardíaca en todos los heridos sospechosos. El s índrome de compresión de corazón se presenta en el 44 % de los casos según H O F F M A N N 3 8 % " " " " HESSE 71 % " " " " RYCHLIK 43 % " " " " SACKEN 69 % " " " " D S H A N E L I D Z E El s íntoma de aumento del área de la macidez cardiaca hay que recogerle con muchas reservas, ya que no se presenta mientras el pericardio no contiene más de 150 c. c. de sangre y que en los ca- H E R I D A S D E L C O R A Z O N 33 sos en que se establece el neumotorax o neumopericardias, la ma- cidez puede estar disminuida o hasta haber desaparecido. Las heridas de los grandes vasos, de las coronarias y del pe- ricardio producen, también, hemopericardías . La compresión cardiaca puede establecerse rápidamente y ma- tar ai enfermo en pocos minutos o, por el contrario, evolucionar de manera muy lenta. Nosotros hemos observado un herido que puede tomarse como ejemplo de rapidez en la presentación del bloqueo cardíaco: > Legionario herido por arma de fuego en tórax hace unas dos horas. (Abr i l de 1938. Publicado en la Revista de Cirugía de Gue- rra. Mayo de 1939). Se queja de dolores retroesternales, sensación de angustia, "como si le apretasen el tórax" , dice. E x p l o r a c i ó n . — C a r a cianótica. Venas del cuello ingurgitadas y muy aparentes. Respiración difícil y muy superficial. Pulso irre- gular, 120 pulsaciones por minuto. Mal estado general. Se le aprecia un orificio pequeño, como de bala, ligeramente alargado hacia adentro en el tercer espacio intercostal izquierdo, a unos tres centímetros del borde del esternón. No se nota latido de la punta, hay aumento del área de macidez card íaca y los ruidos cardíacos son, apenas, perceptibles. Hay ruidos anormales en el pericardio (de chapoteo, de batido), que se oyen claramentepor auscultación. En el hemitórax izquierdo aumento de la sonoridad a la percusión y abolición del murmullo vesicular a la auscultación en sus dos tercios inferiores. En hemitórax derecho percusión y auscultación normales. Contractura abdominal muy marcada. Macidez hepática con- servada. Se le opera inmediatamente y se encuentra un gran hemope- ricardías a mucha tensión, la herida del pericardio estaba cerrada por un coágulo y una herida perforante del ventrículo derecho con orificio de entrada a un centímetro a la derecha del surco interven- tricular y de salida en la cara posterior del mismo ventrículo. He- motórax izquierdo. He aquí un caso en que, como ya hemos dicho, lo que más nos llama la atención es la multiplicidad y claridad de s íntomas que presentaba de lesión intrapericardíaca, por lo que pudo hacerse su diagnóstico fácilmente, con precisión y con rapidez. Ya el aspecto de gravedad del herido junto con la situación de la herida externa en la región precordial eran suficientes para sospecharla, pero lo que, realmente, nos hizo llegar con seguridad al diagnóstico, fué le presencia de los s ín tomas de "compresión de corazón", que eran típicos sin dudarlo. Otras veces, el s índrome de compresión de corazón se presenta •34 F E R N A N D O C U A D R A D O o se diagnostica tardiamente. No nos olvidemos de que el primer caso operado por REHN tardó más de dos días en ser diagnosti- cado; cuatro, uno de PODREZ; cuatro, otro de S U L T A N ; seis, uno de V B R N U I L ; nueve, uno de M O N Q U O T y C O N S T A N T I N l . Pero tal vez sea de todos el más tardíamente diagnosticado, uno qtre nosotros tratamos, hace tres años, en nuestra clínica uni- versitaria. Varón de veintiún años, de esta provincia,, herido en abril de 1956 por arma blanca a la altura del cuarto espacio intercostal, dos traveses de dedo por dentro de la línea mamilar. Como san- graba la herida, fué trasladado a un hospital próximo, donde le trataron suturándole la herida con un punto. Ya —según nos dv:e el herido— en dicho hospital manifestaba dolor torácico de tipo compresivo, con gran disnea, desasosiego, insomnio y sudores profusos. Le fueron realizadas también dos punciones evacuadoras por región torácica posterior, aspirándole bastante cantidad de san- gre, con lo cual mejoró. A los nueve días fué dado de alta provi- sional, marchando a su casa, donde guardó reposo en cama, por consejo médico, durante una semana, sin que notase ningún s ín- toma anormal, salvo una gran astenia. Pasado este tiempo, regresó al mismo hospital, donde en vista de lo bien que lo encontraron, fué dado de alta definitiva como curado. Regresó a su casa para hacer vida de relativo reposo durante quince días , sin sentir nada anormal, pasados los cuales se reintegró a su trabajo, haciéndolo normalmente durante un período de ocho días, comenzando enton- ces a sentir un dolor en región epigástr ica sin irradiación. Unos días más tarde este dolor se fijó en región precordial, y, a la vez, notó que se le inflamaba la cara, se le dilataban las venas del cue- llo, sent ía opresión torácica, gran disnea, sudores y —según nos dice también el enfermo— el h ígado lo tenía grande. Volvió otra vez al mismo hospital y —sigue hablando el herido^— en el viaje se le hincharon las piernas y le desapareció la inflamación de la cara. Fué entonces tratado con diuréticos y le desaparecieron los edemas, persistiendo los demás síntomas. En el mes de junio, a los dos meses y catorce días de producida su lesión, fué trasladado a nuestro Hospital Provincial y Clínico, ingresando en nuestro ser- vicio, donde fué diagnosticado de hemopericardias, bien claro y ostensible, como se puede demostrar en la figura 7. Se le hacen punciones evacuadoras y diez días más tarde se puede apreciar la disminución de la sombra pericárdica en la figura 8. Posterio,- mente el hemopericardias llegó, práct icamente a desaparecer, como lo revela la figura 9. El enfermo fué dado de alta por curación, aconsejándole nos visitara periódicamente para controlar la posi- bilidad de que le sobreviniera algún transtorno. Así lo ha hecho; la H E R I D A S D E L C O R A Z O N 35 última vez que le vimos fué hace un año, encontrándose perfecta- mente, dedicado a sus trabajos habituales. Naturalmente que cuando la sangre tiene fácil salida, aunque, en parte se acumule en el pericardio, no se presenta el s índrome de compresión de corazón; pero, a veces, ocurre que se ocluye Fig. 7.£ temporalmente el orificio pericardíaco y, más tarde, por un esfuer- zo, por la presión intrapericardíaca o por la disgregación del coá- gulo, el orificio se vuelve a hacer permeable, vaciándose, en gran parte, en la pleura el derrame pericardíaco, con lo cual disminuye la presión y el herido mejora, a no ser que ello dé lugar a que el descenso de la presión pueda provocar una hemorragia card íaca de tipo cataclísmico y, entonces, se presente la muerte muy rápida. La auscultación del corazón nos muestra datos de algún valor que, en ciertos casos, pueden ser decisivos. Los tonos cardíacos pue- den ser normales, no perceptibles o, lo que es más frecuente (77 por ciento de las veces, según HESSE), estar debilitados y obscureci- dos, sobre todo el ruido sistólico. A veces se oyen ruidos ext raños en el pericardio (de chapoteo, de batido, de molino, de soplo o me- tál icos) . Estos han sido considerados de gran valor por unos auto- 36 F E R N A N D O C U A D R A D O res y de escaso por otros, ya que es imposible diferenciarlos de los que presentan algunas heridas de pleura y pulmón, al mismo tiempo que muchas veces faltan. En efecto, únicamente se presen- taron cinco veces en los cuarenta y ocho heridos de HESSE y no se encontraron en ninguna de las quince de SACKEN y de las nueve de HOFFMANN. Por lo tanto es raro que se presenten estos ruidos Fig. 8.a anormales, que según S A U E R B R Ü C H , sólo se apreciarían cuando la pared cardiaca estuviera desgarrada extensamente o cuando existiesen heridas de los tabiques intracardiacos. Nosotros no los hemos percibido en el caso que operamos, que tenía herido el ta- bique interventricular, y, en cambio, existían claramente en dos de nuestros heridos que tenían hemopericardias, sin que saliese libre- mente la sangre desde el pericardio a la cavidad pleural. Por lo tanto, no podemos aceptar la hipótesis de N1ETER para explicar estos ruidos, según la cual serían producidos al caer la sangre en la pleura desde el pericardio y no se producir ían cuando el pericar- dio estuviera cerrado. A nosotros nos da la impresión de que dichos ruidos son producidos por los movimientos cardíacos que baten H E R I D A S b E t C O R A Z Ó N 37 rápidamente la masa de sangre acumulada en el pericardio. En cambio, en otros hemopericardias no los hemos encontrado. Como habíamos dicho, las heridas de pleura y pulmón coexis- ten muy frecuentemente con las cardíacas . Esto hace necesario Fig. 9.a buscar los s íntomas de neumotórax y hemotórax en las heridas de corazón, HESSE y H O F F M A N N han estudiado esta cuestión en todos los casos que han publicado y nos dan las siguientes cifras: A U T O R E S HESSE HOFFMANN Númefo de casos 48 9 Pleura herida 44 Neumo+ora> H e m o t ó r a x to 5 H e m o t ó r a x y N e u m o t ó r a x 24 2 Ni ne Ni he m o t ó r a : l o t o r a x 16 0 Como se ve, son muchos los casos de lesión pleural que no pre- sentan ni neumotórax ni hemotórax ; se presenta, con mucha fre- 38 F E R N A N D O C Ü A D R A D O cuencia, el hemotórax, ya aislado o ya asociado al neumotorax, y es bastante raro que se presente el neumotorax aislado. El h ígado, el es tómago, el esófago, diafragma y otros ó rganos han sido frecuentemente lesionados al mismo tiempo que el co- razón, y, como es natural, dan los s ín tomas correspondientes. Hay que hacer notar que es frecuente encontrar en los heridos cardíacos contractura abdominal interna, sin queesto pueda inter- pretarse, muchas veces, como síntoma de existencia de heridas ab- dominales. Dicho síntoma se manifiesta igualmente si es tán i r r i ta - dos los intercostales o el diafragma por su cara superior o por la inferior, de modo, que aparece no sólo en las heridas cardíacas , sino que es común a la mayoría de los traumatismos torácicos. En los heridos del corazón el pulso es frecuente y débil , a me- nudo irregular y, exceptuando los casos de anemia aguda extrema y los de compresión cardíaca intensa, pocas veces imperceptible. La respiración está generalmente acelerada, muchas veces an- gustiosa y es muy superficial, aunque se han visto casos de ser normal y aun más, lenta. Las sensaciones que experimenta el paciente son muy variadas y poco característ icas. Como ya hemos visto, sobre todo en los casos de hemopericardias, sienten también dolores y sensación de opresión en la región precordial, exagerados con la respiración, y presión sobre el tórax, dolores irradiados a hombro y brazo iz- quierdos, al abdomen, a los lomos, etc. E l empeoramiento progresivo del estado general merece tenerse en cuenta para el diagnóstico y para decidir la intervención. La utilización] de los métodos auxiliares de exploración como la radiografía, la electrocardiografía y la determinación de la presión venosa pueden sernos muy vtí//osos. Generalmente, la apli- cación de estos medios exploratorios queda limitada en los casos de extrema gravedad, porque corrientemente, exige el traslado del herido y suponen pérdida de tiempo que puede ser muy útil para terminar la operación. Por ello HESSE dice que todo individuo que presente una herida reciente, sospechosa de lesionar el corazón, pertenece más a la mesa de operaciones que al gabinete de radio- logía. FARRINGER y CARR creen que retrasar el tratamiento para hacer una exploración radiológica, buscando la ausencia del latido de la silueta cardíaca, puede ser fatal para estos pacientes, y OR1SWOLD y DR1GE, quienes vieron que sus primeros heridos se les morían incluso antes de iniciar la operación, mientras se les practicaban radiografías , radioscopias y otras exploraciones, posteriormente las omiten y consideran suficientes datos, para hacer la toracotomía, los que le proporciona la clínica. De este modo ha aumentado la operabilidad del 60 por ciento entre H E R I D A S D E L C O R A Z Ó N 39 1933 y 1941, hasta el 85'5 por ciento entre 1941-1953. N A C L E - RIO, M E Y N A R D y CORDICE insisten en que el diagnóstico hay que hacerlo por los s íntomas clínicos, mientras que la radio- grafía, electrocardiografía y determinación de la presión venosa no son más que métodos que pueden coadyuvar al diagnóst ico. . Sin embargo, hemos de convenir en que en la mayoría de los casos no podemos prescindir de estos métodos exploratorios que nos pueden ser muy valiosos. La exploración radiológica presenta su mayor utilidad en ,los casos de hemopericardias y en los que el proyectil o punta ,del agente vulnerante quedan alojados en el corazón. En el hemopericardias vemos ensanchada el área cardíaca, que toma forma triangular de vértice superior y en los casos de derra- me abundante suele asemejarse a una gran bolsa que descansa por su fondo en el diafragma (forma en bolsa de tabaco de LOREY, forma de calabaza de D I E T L E M ) . A veces, el diámetro transversal es igual o mayor que el longitudinal y tanto más aumenta la can- tidad de derrame cuanto más se aproxima a la forma esferoidal. La banda vascular que corona la sombra cardíaca es corta y ancha, ya que el pericardio es tá dilatado también en los fondos de saco que forma junto a los grandes vasos y la vena cava superior se dilata, a su vez, por efecto del éxtasis. El ángulo mediast inodíafragmátíco es agudo, generalmente, en contraposición a la disposición de la silueta cardíaca obtenida por percusión, en la que se manifiesta con un ángulo obtuso. En radioscopia se aprecia falta de latido en la sombra cardíaca. Los cuerpos extraños , como ya hemos dicho, pueden estar alo- jados en el pericardio, en el espesor del músculo cardíaco o en el interior de las cavidades. Cuando el proyectil queda alojado en la cavidad pericardíaca, se le ve dentro de la sombra cardíaca y cambia de situación al cambiar de posición al paciente, y con una incidencia adecuada de los rayos suele lograrse hacerle aparecer fuera del área cardíaca . A veces se comunican al cuerpo ex t raño los movimientos cardíacos y, además , éste se mueve ligeramente con la respiración. Cuando el proyectil o cuerpo extraño se encuentra en el espesor del miocardio, aparece siempre en todas las incidencias en el inte- rior de la sombra cardíaca. Generalmente se mueve con cada sístole cardíaco. Los proyectiles intracavitarios presentan movimientos en ba- rrena dentro de la sombra cardíaca , como consecuencia de las evo- luciones comunicadas al proyectil por la corriente sanguínea ( S C H I N Z ) . Hemos de tener en cuenta que, a veces, no es nada fácil ver .40 F E R N A N D O C U A D R A D O por radioscopia el proyectil o casco de metralla alojado en el cora- zón, sobre todo si es pequeño o está situado en el espesor de las paredes o en las cavidades ventriculares. En el caso correspondien- te a la figura 6 a nosotros nos fué difícil encontrarlo. Sólo después de un examen muy detenido y de nuestra insistencia, por los datos que nos había proporcionado la auscultación, pudimos, al cabo de varios minutos ante la pantalla, descubrir el proyectil, muy difusa- mente, en proyección anteroposterior. En cambio, en proyección lateral le vimos fácilmente. Esto es lo natural, porque en proyección anteroposterior se superponen las sombras del corazón, ó rganos del mediastino posterior, esternón y de la columna vertebral, y, en cambio, en proyección lateral, el pericardio y el corazón se en- cuentran entre dos cámaras de aire y, por lo tanto, un cuerpo ex- travío cualquiera resalta más y se hace más fácilmente visible. El que pasen desapercibidos proyectiles dentro de la sombra cardíaca es frecuente, no sólo, como cuando en nuestro caso, se utiliza un aparato portátil poco potente y con un voltaje deficiente, sino que también puede suceder en condiciones mucho más favorables, co- mo señala SCHINZ, cuando existe una acumulación líquida en el pericardio o se trata de cascos de granada pequeños. El electrocardiograma puede suministrar también datos útiles, según GRASTNOPOL, GOLBERGER, MARCUS y otros autores, sobre las lesiones de corazón y pericardio en las heridas de tórax. Varios autores, y entre ellos M E N E G A U X , hablan de las alte- raciones de la onda T. y espacio S. T . en los traumatismos card ía - cos. FRIEDBERG dice que "la presencia de las anomalías en S. T . y en onda T. después de una herida torácica penetrante, indica le- sión del corazón". W O O D insiste en la importancia de las anoma- lías de la onda T. y espacio S. T. en contusiones cardíacas a con- secuencia de contusión torácica o herida no penetrante de corazón. B U R S T E I N y MARSHAK citan dos casos de contusión torácica y en uno de ellos hacen el diagnóstico de contusión cardíaca por de- presión e inversión de la onda T. del electrocardiograma, hecho que comprobaron posteriormente. M E N E G A U X dice que las imá- genes de lesiones del pericardio consisten, sobre todo, en una des- nivelación neta del segmento S. T., el cual persiste tres o cuatro semanas; las alteraciones miocárdicas se manifiestan, sea por imá- genes de trastornos de conducción (bloqueo de las ramas), sea por imágenes de necrosis, lesión de isquemia (onda Q., desnivel en S. T., inversión de T . ) . Nosotros pudimos hacer electrocardiogramas al primer herido que operamos. En el primero (Fig . 10), practicado a las tres horas de ser operado, se aprecia: Ritmo sinusal taquicárdico; en primera derivación hay un aplanamiento de la onda P. y un aplanamiento e H E R I D A S D E L C O R A Z O N 41 inversión de la ondaT. En segunda derivación aparece el espacio S. T . descendido y cóncavo hacia arriba y discreto aplanamiento de la onda T. En tercera derivación se aprecia, igualmente, des- censo del espacio S. T. y onda T . aplanada, aunque menos marca- damente que en la segunda derivación. Fig. 10 En el segundo electrocardiograma (Fig. 11), practicado vein- tiocho horas más tarde, se ve cómo en primera derivación la on- da T. se ha hecho positiva, aunque continúa aplanada. En tercera derivación se ha normalizado la desviación del S. T., quedando únicamente el aplanamiento de la onda T. La determinación de la tensión venosa nos es útil, sobre todo en los casos de hemopericardias, ya que es tá aumentada a conse- cuencia de la dificultad de reflujo de la sangre al corazón. Vemos que de todos los s íntomas enumerados, ninguno, aisla- damente considerado, es capaz de darnos seguridades diagnóst icas en las heridas cardíacas . Es de su asociación y valoración de lo que tenemos que valemos para hacer el diagnóstico. Y no nos olvide- mos de lo que decíamos al principio: es preciso pensar en ellas y buscarlas para diagnosticarlas. Así y todo, alguna vez no llega a conseguirse, como a nostros nos pasó en una herida de corazón cuyos datos vamos a resumir aquí : 42 F E R N A N D O C U A D R A D O Mujer de cuarenta y dos años, herida en junio de 1936 por arma de fuego, con orificio de entrada en la región esternal. Nosotros la vimos doce horas después y nos dice que en el momento de recibir el disparo cayó al suelo y echó sangre por la boca. Presentaba una herida por arma de fuego, situada medio cen- tímetro a la derecha de la línea medioesternal y a la altura del Fig. 11 tercer espacio intercostal y dolor espontáneo y provocado por la presión sobre la novena costilla derecha, a nivel de la línea axilar anterior, en cuyo lugar existía enfisema subcutáneo poco extenso. Area de macidez cardíaca normal, tonos cardíacos normales; nin- gún ruido anormal a la auscultación card íaca : s íntomas de hemo- tórax derecho. Suponemos que el proyectil ha quedado alojado en la pared torácica, donde la duele a nivel de la novena costilla y aparece el enfisema subcutáneo. Cuatro días más tarde fallece y se le hace la autopsia y aparece una herida en pericardio y unos 100 c. c. de sangre en su cavidad y una herida en cara anterior de aurícula derecha, cerca de su borde anteroexterno, en forma de surco, que sólo comunica con la cavidad auricular por un pequeño orificio situado en su centro y también ligeramente alargado. He aquí un caso en el que el único síntoma clínico que presen- taba la herida de corazón era el de la situación de la herida en región precordial. N i a la inspección, ni a la auscultación, ni a la H E R I D A S D E L C O R A Z O N 43 percusión encontramos más signos que los de herida penetrante en tórax con lesión de pulmón y fractura costal. Pensando, desde el primer momento, en herida de corazón, la buscamos con insistencia, durante los cuatro días que vivió. Para asegurarnos, requerimos la colaboración de un internista de gran prestigio científico y profesional, el cual, después de exploraciones repetidas, nos aseguraba que no existía ningún s íntoma anoíüial ni de corazón ni de pericardio. La situación del orificio de entrada y el trayecto que siguió el proyectil, a juzgar por la situación de la fractura costal y del enfi- sema, nos hizo suponer que había pasado cerca, pero que no había lesionado la masa cardioper icardíaca. El hemotórax y la herida de pulmón, a juzgar por los s íntomas, eran indudables. (Pero la herida cardíaca, aun pensando en ella desde el primer momento, nos pasó desapercibida. Sólo en la autopsia pudimos descubrirla, quedando sorprendidos al comprobar sangre en el pericardio y la herida en la aurícula derecha, Aun después de la autopsia, todavía nos quedaron dudas de si la herida cardíaca fué penetrante desde el primer momento o sólo parietal, que luego se completó secundariamente. Esto último nos lo hacían sospechar los caracteres de la herida v lo apoyaba la escasa cantidad de sangre, que se había acumulado en el peri- cardio. El examen histopatológico de la pared auricular herida demostró lo contrario: que la lesión cardíaca fué penetrante siem- pre y que, sin duda, la sangre cayó directamente a la cavidad pleural, acumulándose sólo en pequeña cantidad en el pericardio, como está descrito que ocurre en muchas heridas cardíacas . Por todo lo que antecede, vemos la gran dificultad aue puede presentarse para diagnosticar una herida cardíaca antes de la ope- ración. En los casos de HOF'FMANN, el diagnóst ico seguro fué hecho cuatro veces, probable dos v en los otros tres el único diag- nóstico era el de anemia aguda. En los de HESSE. 27 con segu- ridad, 11 con probabilidad y 10 sin diagnóstico. Nótese que esto ha ocurrido en las clínicas que mayor número de casos han ope- rado y, acaso, donde más escrupulosamente hayan sido estudiados. REHN propone para los casos dudosos hacer una pericadioto- mia extrapleural exploradora, que, según él, tiene pocos peligros. Esto no cabe duda que es lo más seguro, pero a condición de que la apertura del pericardio sea amplia, ya que se han publicado casos (de F I N K E S T E I N , STERN, D E S T E R M A N N ) de haber abierto pericardio y no haber encontrado la herida cardíaca, que más tarde apareció en la autopsia. T R A T A M I E N T O El tratamiento de las heridas de corazón ha seguido las vic i - situdes del conocimiento de su fisiopatologia y, como es natural, de las adquisiciones de la técnica quirúrgica. Hasta el siglo X V I I I a "estos pacientes se les cerraba la herida externa, se les envolvía el tórax en una coraza de hielo y se les mantenía en una habitación que estuviera bajo cero y, si era en verano, se les bajaba a la bodega" (BORCHARDT. Tomado de M A T A S ) . Es curioso comprobar que entonces ya se hacía hibernación ar- tificial. Más tarde, cuando M O R G A G N I y ROSE demostraron la in - fluencia del hemopericardias, se utilizan la sangría , sangui- juelas y ventosas sobre la región precordial, como derivativos y opio. iPosteriormente, se punciona el pericardio y se hace la peri- cardiotomia, practicada, por primera vez con éxito, por un médico español, de Barcelona, ROMERO, para tratar una pericarditis se- rofibrinosa. Desde que REHN, en 1896, logra la primera curación por sutura cardíaca, se amplían las indicaciones quirúrgicas y, gene- ralmente, se considera obligado operar y suturar toda herida de corazón diagnosticada. No obstante, como también se obtienen algunas curaciones con los métodos abstencionistas, todavía quedan algunos cirujanos que no son partidarios de la intervención. Así H I L D E B R A N D , HEUHAUS, FRANKE y otros son opuestos a la operación sistemática en todas las heridas de corazón y preconizan la punción de pericardio con aspiración y otros medios coadyu- vantes, para el tratamiento de muchas de ellas. Sin embargo, la operación se impone, como norma general, para tratar toda herida cardíaca , hasta que, en 1943, B L A L O K y RAVITCH presentan una comunicación sobre el tratamiento por aspiración del hemopericardias resultante de una herida cardíaca, llegando a la conclusión de que este era el tratamiento de elección y que la apertura operatoria y sutura de la herida cardíaca debe- 46 F E R N A N D O C U A D R A D O rían ser realizadas, únicamente, cuando, a pesar de la aspiración, la hemorragia continúa. Posteriormente, en 1949, comunican once casos, de los cuales siete fueron tratados con aspiración. BLAV, ANDERSON y STAlRBUCK aportan seguidamente los resultados satisfactorios con el tratamiento no operatorio. CRASNOPOL, OOLBERGER, MARCUS y STROVE, en 1948, se muestran tam^- bién partidarios de este procedimiento. FARRINGER y CARR, en 1955, se muestran tan seguros de este método que, si una vez hecha la aspiración del pericardio, permanecen los heridos afe- briles, durante setenta
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