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Heridas del corazón 
Por el Profesor 
Dr, FERNANDO CUADRADO C A REZON 
C A T E D R A T I C O D E P A T O L O G I A QUIRURGICA 
DISCURSO LEIDO EN LA INAUGURACION 
DEL CURSO D E L A UNIVERSIDAD D E 
SALAMANCA 1959 -60 
v 
S A L A M A N C A 
1 9 5 9 
D e p ó s i t o Lega l . S. 77.-1Q5Q. 
Talleres Gráficos Imprenta Núñez - Ramos del Manzano, 36 - Salamanca 
EXCELENTISIMO Y M A G N I F I C O SEÑOR RECTiOR, 
RESPETADAS AUTORIDADES, ILUSTRE CLAUS-
TRO UNIVERSITARIO, QUERIDOS ALUMNOS, SE-
ÑORAS, S E Ñ O R E S : 
Hace exactamente cuarenta años que, en tal día como hoy, 
conmenzábamos nuestros estudios de la Licenciatura de Medicina. 
Desde entonces nuestra ocupación fundamental ha sido el estudio 
de esta rama de la Biología y la docencia de su doctrina, orien-
tada principalmente hacia aquellas disciplinas que estudian las en-
fermedades en el hombre, capaces de ser curadas por el arte qui-
rúrgico. A nadie ex t rañará que al ocupar este sitial, cumpliendo 
un deber reglamentario e ineludible, si quisiéramos poner algo per-
sonal en nuestra exposición, hayamos elegido para ello un tema per-
teneciente a aquellas materias que han sido objeto de nuestros afa-
nes y de nuestras inquietudes. Nos hubiera gustado más haber 
t ra ído a este lugar y para esta ocasión una cuestión de horizontes 
más amplios y carácter más universal, más en consonancia con 
este selecto auditorio que representa todas las ramas del saber. 
Pero temimos que nuestras limitadas posibilidades para desarro-
llarla no alcanzasen la altura que vosotros merecéis y que exige 
esta cátedra, cargada de gloria y sabiduría . Disculpadme. 
El enunciado del tema que vamos a desarrollar, dice: "Heridas 
del corazón". 
H E R I D A S D E L C O R A Z O N 
HISTORIA 
El estudio de las heridas del corazón siempre ha sido, y toda-
vía es, apasionante, a pesar de que estamos ya muy lejos de aque-
llos tiempos en los que se creía que toda herida cardíaca era 
instantánea e irremisiblemente mortal. 
Ya a mediados del siglo X V I descubrió AMBROSIO PARE 
una herida de corazón, cuando hacía la autopsia a un hombre que, 
después de ser herido en duelo, pudo correr más de 600 pies tras 
de su adversario. ¡Poco después , M U L L E R encontró en la autop-
sia de un hombre muerto, a los dieciséis días de ser herido, una 
perforación del ventrículo derecho. Por la misma época, demues-
tra SANCTORIUS, experimentalmente, la inocuidad de las pica-
duras con agujas sobre el corazón del conejo. A principios del 
siglo X I X , O L L I V I E R , D 'ANGERS y LARREY observaron heri-
das de corazón que habían curado. A partir de entonces, con el 
convencimiento ya de que los heridos en el corazón pueden sobre-
vivir, se presta más interés a estas lesiones, investigando las cau-
sas de muerte, estudiando su ana tomía patológica y su fisiopato-
logía, al mismo tiempo que se practican numerosos trabajos expe-
rimentales y se inicia el tratamiento de las mismas. 
En 1819 un médico español, ROMERO, presentó a la Facultad 
de Medicina de Par í s una memoria en la que dió a conocer la 
técnica de la pericardiotomía, que hasta él nadie hab ía practicado 
con éxito, logrando la curación de dos hidroper icardías . 
En 1829 LARREY practica por primera vez la punción del 
pericardio, que ya había aconsejado IRIOiLANO en 1649. 
Es en 1868 cuando aparece la magnifica monograf ía de FIS-
CHER, recopilando todo lo que entonces se conocía sobre heridas 
del corazón y dando a conocer una documentada estadística, en 
la que se recogen 452 casos que había reunido, la mayoría de los 
cuales fueron observados en la mesa de autopsias. 
Durante todo el siglo XIX, muchos cirujanos (CHASSAIG-
NAC, D U P U Y T R E N , ZANETT1 , JAMAYN, etc., etc.) publican 
numerosas observaciones y se esfuerzan por conocer la ana tomía 
patológica y las causas de muerte en estas heridas, al mismo 
8 F E R N A N D O C U A D R A D O 
tiempo que proponen numerosos medios de tratamiento para al-
canzar su curación (sangr ía , balneación, oclusión de la herida 
torácica, punción del pericardio, drenaje del mismo por medio de 
catéteres, etc.) Por entonces también intentan otros experimen-
talmente la cirugía cardíaca, demost rándose la tolerancia del co-
razón a las maniobras quirúrgicas. 
ROSENTHAL, DEL VECCHIO y SALOMONI obtienen cura-
ciones en perros, taponando y suturando las heridas de corazón 
que previamente habían practicado. BLOC, en 1882, es el p r i -
mero en demostrar, experimentalmente,, la eficacia de la sutura 
card íaca para el tratamiento de las heridas y en proponerla, re-
sueltamente, como recurso quirúrgico en la clínica humana. A l 
mismo tiempo confirman los estudios ya antiguos de M O R G A G -
N l , señalando dos causas distintas de muerte en las heridas car-
d íacas : 1.° Acumulación de sangre en el pericardio. 2.° Desangra-
miento. 
ROSE, en 1884, estudia fundamentalmente el bloqueo car-
díaco, y basado en los frecuentes casos de muerte imputables al 
mismo, se muestra partidario de operar a estos heridos para evi-
tarlo. 
iPese a todos estos estudios, no existe unanimidad entre 
los cirujanos de la época sobre si se debe o no intervenir quirúr-
gicamente a los heridos de corazón. Mientras que K o N I G y D E -
LORME afirman que la sutura es difícil pero posible, en el último 
cuarto de siglo pasado otros tan eminentes como LEGOUEST, 
RIED1NGER y T 1 L L M A N se obstinan en sostener que las he-
ridas de corazón están por encima de los recursos quirúrgicos. 
Y B I L R O T H , que tanto se distinguió y tan radical y atrevido se 
mostró en otros problemas quirúrgicos, decía que el cirujano que 
intentase la práctica de una sutura cardíaca, perdería el respeto de 
sus colegas. Bien pronto quedar ía solventada esta cuestión 
cuando en 1896 REHÍN sutura con éxito una herida penetrante de 
ventrículo derecho que tenía centímetro y medio de extensión, lo-
grando, después de un postoperatorio accidentado, la curación del 
herido. 
Antes que REHN, y en el mismo año 1896, había practicado 
FARIÑA, por primera vez en la clínica humana, la sutura de una 
herida de ventrículo izquierdo, sobreviviendo el herido algunos 
d ías . Y CAPELLEN había practicado, t ambiéa en el mismo año, 
la sutura de una herida cardíaca por arma de fuego, no perforante, 
sucumbiendo el herido dos días y medio después por hemorragia 
secundaria de la arteria coronaria y pericarditis. 
Desde entonces son muchos los cirujanos que han suturado 
corazones heridos, publicando sus observaciones, ya aisladamente, 
ya englobando a los operados en un mismo hospital o reuniendo 
H E R I D A S D E L C O R A Z O N 9 
todos los casos publicados en la literatura mundial. Así, en el año 
1905 recoge G.U1BAL los cincuenta y seis casos publicados; en 
1907, REHN, ciento siete; en 1909, >PECK, ciento sesenta; en 1911, 
HESSE, doscientos diecinueve. En 1920 publica E. H O R F M A N N 
nueve casos tratados en la clínica universitaria de Viena que d i -
rige el profesor HOCHENEGG; en 1923, E. HESSE hace un es-
tudio muy minucioso de los cuarenta y ocho operados desde 1901 
en el Obuchow-Krankenhaus de San Petesburgo, y este mismo 
autor, en el año 1925, da a conocer los resultados lejanos en los 
ciento diecinueve casos operados y curados que había podido re-
coger en la literatura mundial. 
En 1924, D S H A N E L I D Z E se ocupa de los resultados durade-
ros de la sutura cardíaca, y, sumando todas las estadíst icas, reúne 
535 casos operados. 
En 1932, K M E N T añade a esta estadíst ica 84 casos operados 
hasta entonces, haciendo un total de 619. Posteriormente a estas 
publicaciones no conocemos ninguna otra estadística global. 
En 1939, FREY, en su magnífico libro sobre Cirugía del Co-
razón de la Newue Deutsche Chirurgie, recoge los 191 casos de he-
ridas de corazón operados y publicados durante los diez últimos 
años en la bibliografía universal. 
Más tarde son los cirujanos americanos los que más casos pu-
blican, reuniendo casos operados en los mismos hospitales o por 
los mismos equipos. En 1944L I N D E R y HODO se refieren a 23 
casos; en 1948, SANSON, a 75; en 1949, BLALOCK y RAVIT, 
a 11; en 1951, E L K I N y ROY recopilan dos series que hacen un 
total de 6 1 ; en 1953, NACLERIO, ME1NER y CORDICE, 10; 
en 1954, OR1SWOL y DRIGE, 108 operados en el mismo hos-
pital; en 1955, FARR1NGBR y CARR, 65 observados entre 1933 
y 1953; en 1956, MEINER, AVECILLA y NACLERIO, 43, y en 
1957, L I O N y PERKINS, 14. 
En España , el primer caso de herida de corazón suturada fué 
e>] que el Dr. O ^ T I Z DE LA TORRE comunicó al I I Congreso 
Español de Cirugía en el año 1908. Se trataba de un joven herido 
en la aurícula derecha por fragmentos de un vaso de cristal que, 
después de operado convenientemente, presentó un derrame pleu-
ral, terminando por curar. Después el Profesor D. J U L I A N 
DE LA V I L L A operó tres casos: uno con herida de aurícula 
y ventrículo derechos, que murió a la hora de terminar la inter-
vención, y dos de punciones por agujas que quedaron enclavadas 
en el corazón, los cuales curaron completamente. PULGAR tiene 
publicado un caso de extracción de metralla del miocardio 
con éxito. Sabemos que GOMEZ MAROTO operó con el mismo 
10 F E R N A N D O C U A D R A D O 
resultado otro de característ icas parecidas. SANCHEZ DE VEGA 
operó, en nuestro servicio, una herida de pericardio, obteniendo, 
también, la curación del herido. 
Nosotros hemos tenido ocasión de observar y tratar, aparte 
de este último caso de SANCHEZ DE VEGA, 10 heridos de co-
razón o pericardio, a los cuales haremos referencia en esta expo-
sición. 
GENERALIDADES SOBlRE ETIOLOGIA, A N A T O M I A PATO-
LOGICA Y CLASIFICACION 
A juzgar por las cifras que antes hemos dado, podr ía dedu-
cirse que las heridas de corazón son raras y, sin embargo, hemos 
de admitir que son mucho más frecuentes de lo que gene-
ralmente se piensa. Si en poco más de los últimos sesenta años, en 
los que se han desencadenado dos grandes guerras mundiales, va-
rias nacionales e internacionales y espantosas revoluciones, sólo 
han sido publicados poco más de los 1.000 casos, no ha sido por-
que no haya habido muchas más heridas de corazón, sino porque 
es muy limitado el número de los que las sufren, que pueden lle-
gar vivos a manos del cirujano. A ello hay que añadir que no 
todos los casos que se operan se publican, pues los fracasos, tan 
frecuentes en estas lesiones, se dan a conocer con menos prodi-
galidad que los éxitos. !Por otra parte, a esto hay que sumar que 
muchas pasan desapercibidas, no sólo a la exploración clínica, 
sino incluso en la intervención quirúrgica. Ya decía L. REHN que 
se salvaría un mayor número de heridos, si en la revisión qui-
rúrgica de las heridas pleuropulmonares se pensase en la posibili-
dad de una herida concomitante del corazón. 
En efecto, el corazón está completamente rodeado por visceras 
muy importantes, cuyas lesiones, por sí solas, son capaces de oca-
sionar la muerte y dan s íntomas mucho más llamativos que las 
heridas cardíacas . Es muy rara la herida de corazón que no va 
acompañada de otras de pleura y pulmón, mediastino, porción baja 
del cuello o superior del abdomen. La herida de estos órganos es 
lo que llama la atención y muchos de los que las padecen mueren 
a las pocas horas o a los pocos días, sin que se haya dado cuenta 
el quirurgo de que también está herido el corazón. ¡Para diagnos-
ticar una lesión es menester pensar en ella y, generalmente, no nos 
damos cuenta de que el corazón es tan vulnerable y, a veces, tan 
resistente, como otro órgano cualquiera. Si tuviéramos presente en 
cada herida de cuello, tórax o abdomen, que podía estar herido el 
corazón, creemos nosotros que serían muchas más las heridas car-
12 F E R N A N D O C U A D R A D O 
díacas que se diagnost icar ían y se t ratar ían como tales. No se ex-
plica, de otro modo, que nosotros, que hemos vivido siempre en 
poblaciones de reducido número de habitantes, hayamos podido 
observar diez heridas de corazón o pericardio, mientras que otros 
cirujanos mucho más experimentados, mucho mejores observado-
res y que han tratado a un mayor número de heridos, no hayan 
observado o, al menos, no hayan publicado ninguna. Atribuímos 
esta diferencia a que nosotros, hace ya más de veinticinco años , tu -
vimos ocasión de ver y operar una que era muy fácil de diagnos-
ticar y que, desde entonces, siempre que vemos una herida de 
tórax, o sus cercanías, pensamos que puede estar herido el cora-
zón. Y, en efecto, en diez ocasiones, unas veces más pronto y otras 
más tarde, hemos encontrado esta lesión. 
Aunque sea obvio decir que en época de guerra las heridas de 
corazón son mucho más numerosas que en época de paz, la verdad 
es que, en general, el cirujano y sobre todo el de urgencia, suele 
observar más heridas cardíacas en la paz que en la guerra. Es na-
tural que asi sea por muchos motivos, entre los cuales destaca la 
mayor mortalidad inmediata de las heridas bélicas. Además, du-
rante la época de paz, sobre todo en las grandes ciudades, el herido 
suele ser transportado más pronto a un centro quirúrgico que en 
tiempos de guerra. 
El proyectil bélico tiene mayor poder destructor que el de 
las pequeñas armas cortas que se suelen utilizar en la paz; las 
heridas en las guerras modernas, casi todas, son por arma de fue-
go o metralla, mientras que en las de paz, muchas son por arma 
blanca, con las cuales hay mayor facilidad y, muchas veces, más 
tiempo para elegir el sitio donde herir. Tal ocurre en los suicidios 
y asesinatos a sangre fría. 
Las heridas por arma blanca destruyen poco y separan más , 
pocas veces perforan el corazón; las armas de fuego destruyen, 
perforan y, a veces, hacen estallar el corazón. 
Nosotros, durante la guerra, en cerca de cinco mil heridos que 
pasaron por nuestro equipo quirúrgico, observamos tres heridos 
de corazón; y en nuestra práct ica de paz, con muchísimo más re-
ducido número de heridos, que no podemos calcular, hemos visto 
siete. Esto mismo ha sido observado por diferentes autores. 
Las heridas de corazón se han clasificado según el agente etio-
lógico que las originó. Las producidas por grandes contusiones y 
estallidos, son de tan extraordinaria gravedad que apenas se han 
visto más que t n las autopsias. 
Las heridas por arma blanca son las más frecuentes y las que, 
corrientemente, tienen más posibilidades de llegar al cirujano, so-
bre todo si son punzantes, producidas por estoques, estiletes, pun-
H E R I D A S D E L C O R A Z O N 13 
tas de lezna o, simplemente, por agujas. Estas últ imas pueden 
llegar al corazón a través de la pared torácica, pero también R E H N 
y D A U B E han observado casos de agujas que, después de ser 
deglutidas, han penetrado en el pericardio o en el corazón a tra-
vés de la pared esofágica. 
Las heridas por arma de fuego son muy graves y producen 
gran mortalidad. Los efectos de los proyectiles sobre el corazón 
dependen de su naturaleza, fuerza viva de que van animados y es-
tado de replección cardíaca . 
Durante el diástole, los ventrículos repletos de sangre sufren 
lesiones más intensas que durante el sístole, por la acción explo-
siva del proyectil. Cuando el proyectil va animado de poca fuerza 
viva no produce efectos explosivos y perfora el corazón o queda 
enclavado en el músculo ca rd íaco ; esto explica el que sean más 
favorables las circunstancias en el caso de proyectiles enclava-
dos y de cascos de granada ( F R A N Z ) . Son muy numerosos los 
casos observados, a veces fortuitamente de proyectiles alojados, 
ya en el pericardio, ya en el espesor del músculo cardíaco o ya en 
el interior de sus cavidades. STEFIFENS en 1936 y LE FORT en 
1938, se han ocupado particularmente de este problema. 
Los proyectiles o cascos de metralla que quedan enclavados 
en el pericardio en contacto con la pared cardíaca, aunque prima-
riamente no lesionen ésta, pueden ulcerarla más tarde por frota-
miento o por presión. 
Los intramurales, empotrados en la pared del miocardio, pueden 
primariamente servir de " t a pó n " y evitar la hemorragia, y más 
tarde ser expulsados, quedando una brecha miocárdica o abiertas 
las cavidades. 
Los alojados en el interior de las cavidades, pueden quedar 
fijos entre los pilares y columnas valvulares, o libres y emigrar en 
forma embólica por el árbol arterial. 
También se han dado casos de proyectiles que han llegado ai 
corazón desde la periferia, por vía venosa, arrastrados por la co-
mente circulatoria. 
Las heridas cardíacas se han estudiado igualmente según su 
localización. 
Dada la disposición del corazón en relación con la pared to-
rácica anterior y el t amaño de sus cavidades, son mucho más fre-
cuentes las que asientan en los ventrículos que las que asientan 
en las aurículas . 
No están de acuerdo los autores sobre la frecuencia de las 
heridas en cada ventrículo. En la estadíst ica de FISCHER y en 
otras basadas únicamente en autopsias aparece el ventrículo de-
recho herido con más frecuencia que el izquierdo. En cambio en 
14 F E R N A N D O C U A D R A D O 
otras más modernas, que recogen casos operados, se encuentra 
el ventrículo izquierdo más frecuentemente herido que el derecho. 
De esto se sacó como consecuencia, que si los cirujanos veían más 
heridas del ventrículo izquierdo es porque son menos graves que 
las del derecho y los que las sufren pueden sobrevivir más tiempo. 
Sin embargo, tampoco entre los cirujanos existe unanimidad a 
este respecto. Para LOISON, G U I B A L y TERRIER el más fre-
cuentemente afectado es el ventrículo derecho, en cambio para 
L. REHN y E. HESSE lo es el vetrículo izquierdo. 
Según DUBOST, un 55 por ciento de las veces estaría herido 
el ventrículo derecho, un 35 por ciento el izquierdo, y un 10 por 
ciento ambos ventrículos. 
Las heridas de la aurícula derecha son mucho más frecuentes 
que las de la izquierda, la cual, práct icamente, sólo puede ser a l -
canzada por vía posterior. No es raro encontrar heridas card íacas 
que afectan a varias cavidades. 
En cuanto a la profundidad alcanzada por estas heridas en el 
espesor del corazón, pueden ser tangenciales y parietales si sólo 
afectan a la pared, penetrantes en una o en varias cavidades y 
perforantes o transfixiantes, como suelen ser las de arma de fuego 
que penetran por una pared y salen por la opuesta. También pue-
de atravesar el proyectil una pared y la cavidad ventricular, que-
dando enclavado en la pared opuesta (heridas subtransfíxiantes 
de V A I N O - S E I R O ) . 
Como ya hemos dicho, es muy rara la herida card íaca que no 
va asociada a la de otras visceras. El corazón, envuelto comple-
tamente por el pericardio, está rodeado también, en casi toda su 
extensión, por la pleura, los pulmones, los órganos del mediastino 
y los abdominales superiores por intermedio del diafragma. 
El pericardio, al envolver al corazón, se adapta a su superficie 
por lo que sus heridas suelen ser simultáneas. Sin embargo, son 
relativamente frecuentes las heridas aisladas del pericardio. 
Más raras son las heridas de corazón estando intacto el peri-
cardio, como se han observado algunas veces. Tal ocurre en las de 
arma de fuego cuando el proyectil está ya ufrío", con poco poder 
de penetración, cuando no perfora el pericardio, pero contunde el 
corazón lesionándolo. lOtro tanto puede ocurrir en las de arma 
blanca de punta roma. 
Tan solamente en una pequeña extensión se pone el pericardio 
en contacto con la pared torácica a nivel de la extremidad esternal 
de los quinto y sexto cart í lagos costales izquierdos en el espacio 
que V O I N I T denominó "tr iángulo de seguridad" para efectuar las 
punciones de pericardio. Todo agente t raumático que llegue al 
corazón por fuera de esta vía, forzosamente, tiene que atravesar 
otros órganos. Las heridas concomitantes de la pleura son muy 
H E R I D A S D E L C O R A Z O N 15 
frecuentes: el 92 por ciento según REHN y HESSE, el 82 por 
ciento según SIMON, el 89 por ciento según GU1BAL, y el 77 por 
ciento según H O F F M A N N . Las heridas del pulmón también coexis-
ten el 30 por ciento de las veces, según HESSE. 
El higado, es tómago, esófago, diafragma, grandes vasos y 
otros órganos han sido también lesionados al mismo tiempo que 
el corazón. 
Nosotros vamos a clasificar las heridas en el corazón, en aten-
ción a su gravedad y a las posibilidades de tratamiento de que son 
tributarias, en cuatro grandes grupos: 
1. ° Heridas que producen la muerte ins tantáneamente o a los 
pocos minutos. Estas no llegan al cirujano por cercano que esté y 
no nos interesan quirúrgicamente. Son, sin duda, las más nu-
merosas. 
2. ° Heridas de gravedad extrema, pero que dan tiempo a ser 
atendidas en un servicio quirúrgico y a que allí se les someta a 
un tratamiento apropiado. Estas son las más interesantes desde el 
punto de vista quirúrgico. 
3. ° Heridas con síntomas inmediatos de corazón o pericardio 
tan poco acusados que cursan d ías o semanas como cualquier otra 
herida torácica, hasta que los efectos de un derrame copioso en el 
pericardio, por hemorragia o por infección, las revelan. 
4. ° Heridas que ni en los primeros momentos ni en mucho 
tiempo después presentan s ín tomas que hagan sospechar que está 
herido el corazón y que, más tarde —a veces transcurridos meses 
o años—, proporcionan sorpresas al clínico y al radiólogo que 
tratan de descubrir otro proceso, o al anatomopatólogo en la mesa 
de autopsias. Es el caso de los proyectiles enclavados en el corazón 
o de procesos cicatrizales que han quedado como secuelas. 
F I S 1 0 P A T 0 L 0 G I A 
Hemos de reconocer que la mayor ía de los conocimientos que 
tenemos de la fisiopatología de las heridas cardíacas se los debe-
mos a M O R G A G N I , BLOC, D E L VECHIO, SALOMON, REHN y 
otros muchos cirujanos y experimentadores de fines del último 
siglo y comienzos del presente, cuyos estudios fueron recogidos 
por SPANGARO, en 1907, quien a su vez hizo pruebas experimen-
tales con la mayor escrupulosidad. 
Tres son los factores que, desde entonces, se consideran que 
influyen más directamente sobre el herido de corazón: 1.° Es t í -
mulo o irritación mecánica directa del agente traumático sobre el 
músculo cardíaco. 2.° Deplección de sangre en el árbol circulatorio, 
que conduce a la anemia aguda. 3.° Acumulación de sangre en el 
pericardio que, aumentando la presión en su cavidad, impide la 
normal replección y contracción del corazón. 
I.0 INiFLUENCIA DEL ESTIMULO O IRRITACION M E -
CANICA DE ORIGEN TRAUMATICO.—Desde M O R G A G N I se 
conoce que toda irritación mecánica sobre el corazón produce una 
detención momentánea de éste, seguida, si es poco intensa o de 
corta duración, de contracciones más fuertes de tipo compensador. 
Desde entonces también sabemos que cuanto más intenso y prolon-
gado sea el estímulo, tanto más per turbará la motilidad card íaca , 
manifestándose por contracciones irregulares, pulso retardado, 
arritmias y descenso de la presión arterial. 
Cuando el estímulo es tan intenso que produce destrucciones 
del músculo cardíaco, lesiones muy extensas que abren sus cavi-
dades, transtornan el juego valvular, seccionan los pilares ventri-
culares o anulan su nutrición por lesiones de los vasos coronarios, 
el paro cardíaco es inmediato y se produce la muerte. 
Particular importancia en el origen de la muerte rápida, tienen 
las lesiones de los vasos coronarios; se las considera de las más 
peligrosas. Según O R O N W A L Ü la herida del tronco de la corona-
ria izquierda es la más grave y determina siempre la muerte inme-
diata. En cambio, la herida ele las colaterales, en especial de la 
lg F E R N A N D O C U A D R A D O 
rama anterior descendente, que está afectada con frecuencia, es 
menos peligrosa de momento, aunque después sobrevienen infar-
tos de la pared anterior del corazón con esperanzas de curación, si 
se hace un buen tratamiento vascular y no hay lesiones arterioes-
clerósicas ( K L E I N S C H M I D ) . 
lOcurre, a veces, que también sobreviene la muerte instantánea 
en heridas cardíacas , al parecerde poca importancia, por simples 
punturas en las que ni existe gran hemorragia ni la extensión del 
traumatismo bastaba para explicar la muerte súbita. Esto dió lugar 
a la creencia de que había algunas zonas en el corazón, cuya sim-
ple irritación dar ía lugar a la detención de éste. Tal sería, por 
ejemplo, el llamado centro de KRONECKER-SMEY, descrito por 
estos autores en 1874, el cual estar ía situado en la región atrio-
ventricular izquierda e interventricular superior. Estudios poste-
riores han demostrado que todas tas regiones card íacas responden 
de igual modo a los traumatismos, aunque, como es natural, aqué-
llas, como las antes dichas, donde radican los centros que regulan 
la contractibilidad y conductibilidad de los movimientos cardíacos 
(nodulos de KEITH-iFLACK, fascículo de W E N K E B A K , haz de 
HíSS , nódulo de TAWA\RA) den origen a alteraciones mayores, 
más rápidas e irreparables cuando son traumatizadas. Es sabido 
que la simple comprensión o inhibición del haz de HISS produce 
la disociación aurículo-ventricular o bloqueo cardíaco, con f ib r i -
lación ventricular y muerte. Una herida que lesione gravemente el 
aparato autónomo coordinador y regulador de los movimientos 
cardíacos, es natural que produzca la muerte inmediata. 
La muerte ins tantánea en las heridas cardíacas se ha querido 
explicar también por acción refleja. Es indudable que el pericardio 
inervado por el vago, el simpático y, en parte, por el frénico, se-
gún los estudios de H O L M U T H y KLOSE, constituye una fuente 
de reflejos que se originan ante cualquier estímulo y que influirían 
sobre la mecánica cardíaca. Según dichos autores, las lesiones del 
pericardio pueden provocar el paro cardíaco por vía refleja. 
HEIEER y D ' A Q A T A también señalaron este peligro y fueron los 
primeros en recomendar la cocainización del pericardio para evi-
tarlo ( R E H N ) . 
Más modernamente, W . FELIX asegura que la hoja externa 
del pericardio no tiene ninguna influencia sobre la irritabilidad 
cardíaca y que tal vez tenga alguna el epicardio, aunque no se 
pueda asegurar. Lo cierto es que en las operaciones card íacas ex-
perimentales y humanas se ha visto que, a veces, el corazón se para 
súbitamente en sístole de modo inexplicable, para evitar lo cual 
se toma como norma la novocainización de la bolsa pericárdica 
para anular reflejos. Es natural que, de igual modo que puede so-
H E R I D A S D E L C O R A Z O N I Q 
brevenir la muerte instantánea por paro cardíaco a consecuencia de 
irritaciones bruscas o intensas sobre testículos, laringe, epigastrio, 
etcétera, puede sobrevenir por una irritación t raumát ica sobre el 
corazón. 
2:° DEPLECCION DEL SISTEMA VASCULAR.—La hemo-
nagia es constante en las heridas de corazón y, por lo general, lo 
suficientemente copiosa para poder producir la muerte rápida por 
anemia aguda, aunque únicamente esté seccionado el epicardio o 
la pared cardíaca. En las que se abren las cavidades, o se lesionan 
los grandes vasos o las coronarias, aumenta esta posibilidad. No 
obstante, también se han publicado casos en los que la hemorragia 
era práct icamente nula, se cohibió rápidamente o fué muy discreta. 
Esto suele suceder cuando la herida del miocardio es muy pequeña, 
cuando el proyectil ha quedado fijo en la pared cardíaca actuando 
de " t a p ó n " y cuando únicamente existe herida de pericardio 
( D U B O S T ) . 
La hemorragia es externa si existe fácil comunicación entre la 
herida visceral y la parietal, o interna cuando la salida de sangre 
está dificultada, acumulándose en el pericardio, en la pleura, en el 
mediastino o en la cavidad abdominal. 
La salida de sangre hace descender la presión arterial tanto 
más cuanto más sangre se pierda, y, cuando llega a cierto límite, 
se contrae el corazón en vacío, anulando los esfuerzos cardíacos 
compensadores para llenar el árbol circulatorio. Pronto sobreviene 
la muerte por anoxia de los centros nerviosos y del propio mio-
cardio. 
A igualdad de extensión, sangran más las heridas del ventrículo 
derecho que las del izquierdo, si son perpendiculares que si son 
oblicuas, cuando se han producido durante el sístole que cuando 
lo han sido durante el diástole. 
Las heridas de las aurículas sangran continuamente con inde-
pendencia de los movimientos cardíacos. Las de los ventrículos, si 
son grandes, continuamente, con exageración durante el sístole y, 
sí son pequeñas , puede detenerse la hemorragia durante el sístole 
por cierre de la herida al contraerse el miocardio. 
Las hemorragias del ventrículo izquierdo son menos graves que 
las del derecho, porque sus paredes son más gruesas y porque los 
numerosos pilares y columnas forman recovecos que favorecen la 
hemostasia. Las producidas por heridas de las aurículas son más 
graves que las de los ventrículos, por delgadez y falta de contrac-
tilidad de sus paredes, lo cual hace difícil la formación de trom-
bos hemostáticos ( M A T A S ) . 
La formación de estos trombos hemostáticos, a nivel de la herí-
¿ O Í É R N A N D Ó C U A D R A D O 
da, a veces salvadores, es favorecida, según L A N G , por las s i -
guientes circunstancias: en las heridas ventriculares por el espesor 
de las paredes y las propiedades hemostát icas que, como todo 
músculo, tiene el miocardio; por el descenso de la tensión que 
acompaña al schok y a ¡a hemorragia; por no corresponderse las 
heridas de pericardio y miocardio y porque una hernia muscular 
tapone el orificio. 
No se puede tener seguridad en la hemostasia producida por 
este mecanismo; con frecuencia se disgregan o se desprenden los 
trombos dando lugar a hemorragias secundarias. 
Las hemorragias secundarias pueden sobrevenir también, según 
DUBOST, por caída de un cuerpo ext raño que taponaba la heri-
da; por lesión primariamente parcial de la pared cardíaca que más 
tarde se completa a causa de la presión intracavitaria y por ulce-
ración progresiva contra un proyectil yustacardíaco. 
Las heridas de los grandes vasos de la base del corazón, gene-
ralmente producen la muerte de modo fulminante. 
El estudio de estos dos factores señalados —acción directa del 
traumatismo y hemorragia— ya nos explica el por qué la mayor ía 
de los heridos de corazón mueran inmediatamente o poco después 
de haber sufrido su lesión. Recapacitando sobre ello podría llegar-
se a pensar que sólo pueden sobrevivir el tiempo suficiente para 
ser operados aquellos que presentan heridas muy pequeñas 
con lesiones mínimas de miocardio y escasa hemorragia. Justo es 
reconocer que muchas de las heridas operadas presentaban estas 
caracterís t icas, pero que esto no siempre ocurra así nos loi de-
muestra bien palpablemente el caso de un herido (publicado en la 
Revista de Cirugía de Barcelona, febrero 1934), en el que nosotros 
hicimos nuestra primera sutura cardíaca, el cual, con un cuadro 
clínico aparatoso en extremo, entre cuyos s íntomas predominaban 
los de hemorragia y anemia aguda, presentaba las siguientes lesio-
nes cuyas característ icas fueron descritas por el profesor COSTE-
RO que estudió la viscera herida, tomada en autopsia, y dió el si-
guiente informe: 
" L a pieza a n a t ó m i c a fué enviada al Laboratorio sin 
abrir y fijada en alcohol. Por este motivo no se estudió 
el órgano siguiendo las reglas habituales, sino que se cortó 
transversalmente en fragmentos separados entre sí, alre-
dedor de 1,5 cm. 
L a superficie de corte de mayor interés , correspondía a 
la que pasaba por el sitio de la herida cardíaca. 
E l aspecto exterior de esta herida correspondía a una 
cicatriz lineal, de 2,7 cm. de longitud, situada próxima a l 
surco medio anterior y dirigida oblicuamente de abajo a 
arriba y de derecha a izquierda. Toda ella estaba recu-
bierta con un delicado depósito de fibrina. (Fig. 1.a). 
H E R I D A S D E L C O R A Z O N 2l 
E l estudio del corte correspondiente (Fig. 2.a), demuestra 
que el cuchillo atravesó el miocardio cerca del tabique in-
terventricular, siguiendo una dirección de arriba a abajo 
y de derechaa izquierda, de tal modo, que penetró en am-
bos ventr ículos y considerablemente en el izquierdo. A con-
secuencia del poco tiempo transcurrido entre la produc-
Fig. 1.a 
c ión de la herida y el óbito, esta herida está sin cicatrizar 
y solamente obstruida por fibrina 
Consecuencia de la penetrac ión del arma en los ventr í -
culos y de les ión endocardíaca concomitante fué la pro-
ducción de un trombo blanco, adherido principalmente al 
sitio de la lesión, y, sobre todo, a las valvas de la mitral 
s e g ú n se demuestra en la figura 3.a, que representa un 
corte paralelo a l de la figura anterior y alejado hacia 
arriba alrededor de 1,5 cm. Obsérvese que en el ventr ículo 
izquierdo existe t a m b i é n sangre, coagulada "postmortem" 
y por la acc ión del alcohol pero completamente desligada 
de las paredes ventriculares. 
E l estudio microscópico de la pared ventricular. reali-
zado a nivel de la herida, dlemuestra que la superficie de 
la les ión se hal la recubierta por un depósi to fresco de 
fibrina, ocupado por considerable cantidad de h e m a t í e s 
y por algunos leucocitos. Estos h e m a t í e s proceden de a l -
gunos vasos alterados por la les ión como se comprueba 
en la fig. 4.a. 
E n torno a la l es ión no se encuentran alteraciones de-
generativas apreciables en la fibra muscular cardíaca y 
otros f e n ó m e n o s de reacción inflamatoria m á s que los 
naturales de la hemorragia y des trucc ión de tejidos pro-
ducidos por la puñalada (Fig 5.a). 
E l estudio microscópico de fragmentos de pu lmón , per-
22 F E R N A N D O C U A D R A D O 
tenecientes ai mismo sujeto, demostraron la existencia de 
un proceso inflamatorio agudo, localizado preferentemen-
te en torno a los bronquios finos y cuyos caracteres no 
demuestran ninguna particularidad importante". 
Como se puede apreciar en el anterior informe, las lesiones 
eran tan intensas que las podemos considerar como extraordina-
rias, mucho más yendo asociadas a heridas de pleura y pulmón. 
Fig. 2.a 
Pues bien, a pesar de ello dió tiempo a ser suturado y vivió 68 ho-
ras después de operado, al cabo de las cuales el herido murió de 
una bronconeumonía. Claro es que hay que decir que el paciente 
llegó al hospital unos veinte minutos después de ser herido y la 
operación fué practicada otros veinte minutos más tarde, es decir, 
que soportó su herida durante los cuarenta minutos que tardó en 
ser operado. 
Pero es que, además , es necesario consignar que muchos heri-
dos cardíacos no sólo no mueren súbitamente, sino que llegan a 
curar de forma espontánea, pues a nivel de la herida, sobre todo si 
es de los ventrículos y principalmente del izquierdo, se forma un 
coágulo que tapona la herida y, más tarde, se organiza formando 
una cicatriz. Claro es que el coágulo puede desprenderse o disgre-
garse dando lugar a una hemorragia secundaria y la cicatriz, mu-
chas veces, es incompleta, epicardial y sólo se forma en la superfi-
H E R I D A S D E L C O R A Z O N 23 
cié, distendiéndose más tarde, originando un aneurisma o rompién-
dose, dando lugar a una hemorragia fulminante. 
Estos casos de curación espontánea son raros en las grandes 
heridas, las cuales no sólo no tienden a cerrarse espontáneamente , 
sino que, según BODE, suelen aumentar de tamaño. 
Fig. 3/ 
En cambio son relativamente frecuentes en las heridas peque-
ñas , principalmente las que han sido producidas por instrumentos 
punzantes. 
3.° COMiPRESION DE CORAZON. — Según ya demostró 
MORGAGNI y más tarde confirmó BLOCK, la muerte en las heri-
das card íacas no sólo es producida por la acción directa del agen-
te t raumático y por la deplección del sistema circulatorio, sino que, 
con mucha frecuencia, son debidas a la compresión que ejerce so-
bre el corazón la sangre acumulada en el pericardio, que proce-
dente del miocardio, cavidades cardíacas , grandes vasos o vasos 
coronarios y aún del propio pericardio, no tiene fácil salida y se 
va acumulando en la bolsa pericardiaca. 
El pericardio, que según REHN es muy elástico, se distiende 
en todos los sentidos donde no encuentra una resistencia que se le 
oponga (peto esternocostal por delante, columna vertebral por de-
t r á s ) . Por lo tanto el abombamiento del pericardio se hace princi-
24 F E R N A N D O C U A D R A D O 
pálmente hacia los lados en sus partes posterolaterales y hacia 
abajo, por lo que los derrames pericardíacos tienen forma de un 
odre o de una tienda de campaña, como se puede apreciar radio-
lógicamente. 
El corazón, que está fijo por su base, es empujado hacia de-
lante, girando alrededor de un eje formado por la línea de unión 
i 
Fie. 4 / 
de ambas venas cavas, quedando la punta más cerca del peto es-
ternocostal. 
A medida que se va llenando la cavidad pericardíaca y alcan-
zando el límite de la elasticidad del pericardio, se va produciendo 
un aumento de presión intrapericárdica que dificulta el aflujo de 
sangre por las cavas y pulmonares, la replección de las aurículas, 
de los vasos coronarios y hasta de los mismos ventrículos, lo cual 
trae como consecuencia el descenso de la presión arterial y el au-
mento de la presión venosa, en la circulación general, y de la pre-
sión arterial y venosa en la pulmonar, quedando el corazón como 
aprisionado dentro del pericardio, sin posibilidad de llenarse ni 
de contraerse, con la consiguiente disminución del volumen minuto 
y anoxía cerebral, lo que, si no se remedia con urgencia, conduce 
a la muerte rápidamente . Todos estos hechos dan lugar a un sín-
drome, que primero estudió M O R O A O N l y fué descrito más 
tarde por ROSE con el nombre de "taponamiento card íaco" o 
H E R I D A S D E L C O R A Z O N 25 
"bloqueo card íaco" y, más tarde, fué denominado por REHN co-
mo "s índrome de compresión del corazón" . 
Es difícil valorar la cantidad de sangre que necesita acumu-
larse en el pericardio para bloquear el corazón. Según REHN son 
suficientes de 150 a 300 ce. de sangre, aunque mucho depende de 
Fig. 5.a 
la rapidez de la hemorragia, de la elasticidad del pericardio y del 
estado del miocardio. 
Según REISINGER, los efectos de la compresión del corazón 
pasan por tres fases: 1.a.—Al aumentarse ligeramente la presión 
en el pericardio se produce un aumento de la presión arterial, de 
tipo compensador. En la 2.a fase, cuando la presión intrapericar-
díaca llega a cierta altura, disminuye la llegada de sangre al cora-
zón y si el bloqueo dura poco puede ser compensada sin repercutir 
sobre el resto del organismo. Pero si el bloqueo se prolonga se 
producen trastornos en el aparato de conducción intracardiaco 
que determina el bloqueo parcial del corazón. La 3.a fase se pro-
duce cuando la presión intrapericardíaca es mayor que la que 
existe dentro de las venas y de las aurículas. El corazón, en estas 
condiciones, sólo puede contraerse durante segundos o pocos m i -
nutos y, si no se remedia en seguida, se producen trastornos en la 
nutrición del músculo cardíaco que conducen a la muerte por diso-
ciación auriculoventricular o fibrilación. 
26 F E R N A N D O C U A D R A D O 
El aumento de la presión intrapericardíaca favorece la hemos-
tasia a nivel de la herida cardíaca. Muchos de los casos de cura-
ción espontánea son resultado de este efecto favorable, que permi-
te la formación de un coágulo que obstruye la herida. Sin embargo, 
no se puede confiar mucho en tal acontecimiento. Algunas veces 
el coágulo hemostático es desprendido por la presión intracavitaria, 
se reproduce la hemorragia y el enfermo muere por compresión 
cardíaca de no ser socorrido pronto por el arte ( M A T A S ) . Una 
vez hecho el diagnóstico FARRINGER y CARR, aconsejan des-
preciar el beneficio que puede reportar la hemostasia espontánea, 
para evitar males mayores. 
En los casos favorables la sangre acumulada en el pericardio 
puede reabsorberse sin dejar secuelas, pero con frecuencia quedan 
depositados coágulos en los fondos de saco que más tarde se or-
ganizan, originando sinequias y pericarditis constrictivas. SA-
T I NS K I ha descrito en un hemopericardias la organización de un 
depósito fibrinoso en ambos fondos de saco del pericardio, que 
dió lugar a una pericarditis constrictiva que necesitó una decorti-
cación ( B A I L E Y ) . 
La sangre se coagula en el pericardio, según MAQU1RE, mu-
cho más rápidamente que en la pleura y los coágulos se hacen 
más firmes en menos tiempo. También ha señalado que al abrir el 
tórax siempre ha encontrado coágulos abundantes en el saco pe-
ricardíaco, aunque la intervención se llevase a cabo dentro de la 
primera hora de la herida. 
Para SBROR y A Z O U L A Y la coagulación intrapericardíaca 
presenta tres fases: 1.a De falta de coagulación. 2.a De completa 
coagulación, y 3.a de retracción del coágulo y licuefacción. D u -
rante la segunda fase la aspiración del pericardio ser ía inútil. 
SINTOMAS Y DIAGNOSTICO 
Ya hemos dejado consignado cómo no es nada fácil hacer con 
seguridad el diagnóst ico de las heridas cardiacas. Podr íamos de-
cir que entre los numerosos s ín tomas que pueden presentarse no 
hay uno sólo que nos permita asegurar dichas lesiones, pues todos 
ellos se pueden observar en heridas de visceras paracard íacas , que, 
como ya hemos dicho, suelen ir asociadas a ellas. 
Para llegar al diagnóstico tenemos que valorar todos los s ín-
tomas en conjunto y aisladamente, tanto los generales como los 
que nos proporciona la observación de la herida, sobre su situa-
ción, dirección, profundidad, etc., así como los datos que nos pro-
porciona el conocimiento del agente traumatizante y de la posi-
ción en que estaba el herido al recibir su lesión. 
Por lo regular el herido cardíaco está intensamente schocado, 
a consecuencia de la acción del traumatismo, de la hemorragia y 
aun del estado anímico, sobrevenido al verse herido en una región 
tan peligrosa. Presenta palidez intensa, sudores profusos y fríos, 
vértigos, oscurecimiento de la vista con la mirada fija y pupilas 
dilatadas, pulso débil, apenas incontable y perceptible; la respi-
ración es fatigosa. A veces está obnubilado y con frecuencia in -
quieto, tratando de incorporarse e intensamente cianótico. Se queja 
de dolores retroexternales, irradiados a la espalda y hombros, 
sobre todo al izquierdo. La intensidad de estos s íntomas depende 
a menudo de la posición del enfermo, siendo más acusados cuan-
do está en decúbito horizontal y menos cuando está semisentado. 
(Signo de MONOOR.) 
Generalmente el herido de corazón cae al suelai en el momento 
de recibir su lesión y muchos pierden el conocimiento en aquel 
momento, habiéndose citado casos de haberlo recuperado al cabo 
de cierto tiempo y haber podido dirigirse por su pie a un puesto 
de socorro (IFRANZ). Otros, en cambio, después de recibir su 
herida, pueden seguir andando y hasta haciendo esfuerzos, hasta 
que llega un momento en que se caen, a veces como fulminados 
por un rayo. Uno de los que nosotros hemos podido observar re-
cibió una puña lada en la región xifoidea, a la que no dió gran 
28 F E R N A N D O C U A D R A D O 
importancia; siguió andando como unos 500 metros y después 
tuvo que ser transportado por sus compañeros hasta la Casa de 
Socorro. Más tarde fué hospitalizado. Su herida cursó como otra 
cualquiera de tórax y se le pudo comprobar clínica y radiológica-
mente un hemopericardias. No se le operó, se curó y las lesiones 
que padecía quedaron desconocidas. Foié en el año 1928. 
Todos los autores afirman que algunas veces la herida es tan 
grande, que permite ver en el fondo brotUr la sangre del miocardio. 
En efecto, esto es posible y esta circunstancia se daba en el heri-
do en que nosotros hicimos la primera sutura cardíaca. Se trataba 
de un joven de dieciocho años, que en enero de 1933, con ánimo 
suicida, se clavó un cuchillo en la región precordial. Presentaba 
una herida a 1,5 cent ímetros del borde izquierdo del esternón, 
que seccionaba el tercer cart í lago costal y se extendía por el segun-
do y tercer espacio intercostales. Por ella sal ía sangre en abundan-
cia, aparentemente de modo continuo, pero que, observada atenta-
mente, se podía ver que tenía intermitencias muy rápidas , y era tan 
grande su abertura que permitía distinguir que la sangre procedía 
de la parte central del mediastino, y que en gran parte se vaciaba 
en la cavidad pleura! izquierda, que estaba interesada. Procedi-
mos en seguida a operarle y comprobamos que el corazón estaba 
herido. Es el caso del que hemos hecho antes algunas considera-
ciones y al que corresponden las cinco pnmeras figuras: en la 2.a 
se aprecia que el cuchillo había penetrado en los dos ventrículos. 
Esta serie de circunstancias, que nos permitieron ver las lesio-
nes de una manera tan ostensible, se da pocas veces. En este caso 
se comprobó nuestro diagnóstico, pero muchas veces hemos pen-
sado que en una herida aparentemente similar, la sangre podr ía 
venir de una arteria intercostal herida, de la mamaria interna, del 
pulmón, etc., etc. 
Otro s íntoma que todos los autores dan como patognomónico 
de herida cardíaca, es que el agente punzante quede clavado y el 
mango se mueva a l compás de los movimientos cardíacos. Es tan 
antiguo el conocimiento de esta manifestación, que ya fué descri-
ta por Homero (PAOET, citado por M A T A S ) : 
"Capó, clavándose la punta de la espada en su corazón, 
]El cual, con movimientos convulsivos) sacudía la empuñadura" . 
Sin embargo, nosotros hemos podido observar este síntoma, 
bien evidente, en un caso en que después se demostró que no es-
taba perforado el pericardio. (Publicado en la Revista de Cirugía 
de Guerra. Enero, 1939). 
Se trataba de un hombre de la provincia de Burgos, de cua-
H E R I D A S D E L C O R A Z O N 29 
renta y cinco años, que en junio de 1936 intentó suicidarse cla-
vándose una navaja en el corazón. Le vimos a los quince minutos 
y encontramos que tenía clavada una navaja en la misma tetilla 
izquierda, cuyo mango, que sobresalía unos cinco centímetros, se 
movía rí tmicamente con cada sístole cardíaco. Era el clásico ex-
perimento de fisiología. 
Pues bien, al operar a este enfermo nos encontramos con unos 
pequeños surcos en pericardio, producidos por la punta de la nava-
ja, que no llegaban a perforarle. Siete días más tarde murió. En la 
autopsia pudimos comprobar que el corazón y la cavidad pericar-
díaca estaban ilesos. Bastaba que la punta de la navaja estuviese 
en contacto con el pericardio para que los latidos cardíacos se 
transmitieran al mango. 
He aquí una demostración bien patente de que ni siquiera 
cuando vemos moverse el mango del agente t raumático, al compás 
de los movimientos cardíacos, podemos asegurar que exista he-
rida cardíaca . 
La situación de la herida externa sobre el á rea cardíaca es el 
s íntoma que tal vez nos haga pensar más en heridas de corazón. 
Es indudable que cuando vemos una herida sobre el peto esterno-
costal (zona elocuente de M O N D O R ) o sobre el borde izquierdo 
del esternón a la altura del 4.° ó 5.° espacios intercostales (zona 
peligrosa de ZEIBOLER), nuestro pensamiento se dirija en seguida 
a la posibilidad de que esté herido el corazón. 
Por ello se considera a este síntoma como el más útil para el 
diagnóst ico; nosotros le hemos encontrado en nueve de los diez 
casos que hemos visto. 'Pero no hay que olvidar que una herida 
en la espalda, en el cuello o en la parte superior del vientre, no 
excluye la herida card íaca . Según S IMON y HOFFMAN, en el 33 
por 100 de las heridas de corazón se ha podido observar que la 
lesión cutánea estaba fuera del á rea cardíaca. Nosotros hemos ob-
servado también un caso muy demostrativo. (Publicado en la Re-
vista de Cirugía de Guerra. Mayo, 1939). Se trataba de un herido 
de guerra que llegó al Equipo Quirúrgico en julio de 1938, con 
el diagnóst ico de herida por arma de fuego en región lateral de-
recha del cuello, sin orificio de salida. El orificio de entrada, pun-
tíforme, estaba situado sobre el esternocleidomastoideo derecho, a 
la altura de la 5.a vér tebra cervical. Nos dijo que recibióla herida 
estando cuerpo a tierra. Se queja de no poder respirar y está i n -
quieto, disnéico y tratando de incorporarse. Se le complace y se 
le inyecta morfina, sin que logre calmar su sufrimiento. Late bien 
la temporal superficial y no hay hematoma, ni enfisema, ni disfa-
gia, ni síntoma de estar interesados órganos del cuello. El pulso 
30 F E R N A N D O C U A D R A D O 
es arrí tmico, con 105 pulsaciones. Explorado en radioscopia no 
encontramos ningún proyectil ni en cuello ni en tórax. 
Ante la insistencia con que acusaba dolores retroesternales, 
principalmente durante la exploración, dirigimos nuestra atención 
al corazón: latido de la punta en sitio de costumbre, ligero aumen-
to de la macidez cardíaca , tonos cardíacos apagados y ruidos anor-
Fig. 6.a 
males (de chapoteo, de batido) en pericardio. Venas del cuello 
no aparentes y ligera contractura en las paredes abdominales. 
Explorado de nuevo por radioscopia pudimos apreciar una 
sombra más intensa dentro de la cardiaca, sin que se pudiera pre-
cisar su forma, ni si se mueve con los movimientos cardíacos y 
respiratorios. En proyección anteroposter íor parece situada cerca 
de la punta y en la lateral en un plano anterior. 
Por radiografía se apreció el proyectil en posición vertical 
invertida, a la derecha del esternón y un poco por fuera de la sexta 
y séptima articulación costotransversas. (Fig. 6.) 
H E R I D A S D E L C O R A Z O N 31 
Operado este enfermo nos encontramos con la cara externa 
del pericardio de aspecto completamente normal. A la palpación 
da la impresión de onda líquida en el momento "del sístole cardia-
co. Se abre el pericardio y salen sangre y coágulos (unos 
150 c. c. de sangre negruzca). Vaciada y limpia de sangre la ca-
vidad pericardíaca no se ve hemorragia alguna. Revisado el co-
razón, en toda su superficie asequible, no se encuentra ninguna 
lesión, ni tampoco se palpa la bala en su espesor. Al explorar 
nuevamente el corazón por su cara posterior se encuentra el pro-
yectil alojado en el fondo de saco posterior del pericardio y libre 
en su cavidad. Después de extraer la bala se revisa cuidadosamen-
te el pericardio y la superficie cardíaca accesible, sin encontrar el 
orificio por donde había penetrado. 
Es extraordinario en este herido lo alejado que estaba el or i -
ficio de entrada de la bala de la región cardíaca. Esto hizo que 
en principio no pensásemos en la posibilidad de que estuviera he-
rido el corazón o el pericardio. Era la situación del proyectil o 
su orificio de salida, junto con las lesiones de los órganos del 
cuello, lo que nosotros t ra tábamos de descubrir. El herido estaba 
angustiado, disnéico, con "sed de aire", y todos estos trastornos 
quer íamos nosotros atribuirlos a una lesión de las vías aé reas ; tal 
vez a que en una de ellas estuviese incluido el proyectil. Faltaban 
s ín tomas de lesión vascular, faltaban también trastornos disfági-
cos y enfisema, y ni aun sabiendo la posición en que se encontra-
ba cuando fué herido, sospechábamos que la bala hubiese llegado 
al pericardio. Le llevamos a la pantalla radioscópica y ni en el 
cuello, ni en el tórax, encontramos el proyectil, debiendo quedar 
consignado que no insistimos, por esta vez, en su busca dentro de 
la sombra cardíaca. Fué después, cuando la inquietud creciente 
del herido y los dolores retroesternales que aquejaba, que no se 
calmaron con la inyección de morfina, y la dificultad respiratoria, 
que hacía que el enfermo no tuviese un momento de reposo y 
tranquilidad, cuando pensamos en la posibilidad de que estuviese 
herido el corazón. 
La hemorragia externa es un dato de poco valor para hacer el 
d iagnóst ico; muchas veces no se presenta y pocas tiene caracter ís -
ticas que permitan identificar su origen. Como es natural, la hemo-
rragia externa es mayor y más frecuente en las heridas por arma 
blanca que en las producidas por arma de fuego, y tanto más abun-
dante cuanto mayor sea la abertura parietal y más directo el tra-
yecto entre ésta y la herida cardíaca . 
En muchas heridas de corazón la hemorragia externa carece de 
importancia: de los cuarenta y ocho casos de HESSE sólo once san-
graban abundantemente; en los demás la hemorragia era pequeña 
32 F E R N A N D O C U A D R A D O 
o no existía; de los nueve de HOPFMAN, en cinco era muy poco 
intensa. 
La hemorragia externa, como ya hemos dicho, no tiene caracte-
rísticas propias. Una hemorragia abundante y con refuerzos s is tó-
licos puede proceder también de las arterias intercostales o de las 
mamarias internas. Una hemorragia que se exacerba con los movi-
mientos respiratorios o golpes de tos, solamente afirma la existencia 
de sangre en el tórax, que lo mismo puede proceder de una herida 
de corazón, que de los grandes vasos, que del pulmón, que de los 
vasos parietales. La formación de remolinos espumosos en la puerta 
de salida no indica más que mezcla de sangre con aire, s íntoma 
común a todas las grandes heridas intraparietales que sangran. 
La sangre que no encuentra camino hacia el exterior se acumula 
en el pericardio o se vacía en la pleura, dando lugar a s íntomas de 
hemopericardias o de hemotórax, juntos, a veces, a los de anemia 
aguda por hemorragia interna, 
La sangre acumulada, a gran tensión, en el pericardio, da lugar 
al s índrome de compresión de REHN, o de taponamiento cardíaco 
de ROSSE, al cual ya nos hemos referido en la fisiopatología. 
Se manifiesta dicho síndrome por sensación de angustia, opre-
sión retroesternal, cianosis, disnea intensa, distensión de las venas 
del cuello, que se hacen muy turgentes (lo que tiene gran importan-
cia para el d iagnós t ico) , pulso débil y rápido, aumento del área de 
macidez cardíaca, tonos cardíacos apagados o alejados, algunas 
veces, ruidos anormales en el pericardio, descenso de la presión ar-
terial, aumento de la venosa y aumento del á rea de macidez he-
pática. 
Este s índrome tiene gran valor en el diagnóstico de las heridas 
cardíacas, por el cual han sido diagnosticadas en la mayor ía de 
los casos. BOiRCHARDT considera la triada sintomática "compre-
sión de corazón, ruidos anormales, s íntoma de hemorragia interna" 
como patognomónica de la lesión cardíaca en todos los heridos 
sospechosos. 
El s índrome de compresión de corazón se presenta en el 
44 % de los casos según H O F F M A N N 
3 8 % " " " " HESSE 
71 % " " " " RYCHLIK 
43 % " " " " SACKEN 
69 % " " " " D S H A N E L I D Z E 
El s íntoma de aumento del área de la macidez cardiaca hay que 
recogerle con muchas reservas, ya que no se presenta mientras el 
pericardio no contiene más de 150 c. c. de sangre y que en los ca-
H E R I D A S D E L C O R A Z O N 33 
sos en que se establece el neumotorax o neumopericardias, la ma-
cidez puede estar disminuida o hasta haber desaparecido. 
Las heridas de los grandes vasos, de las coronarias y del pe-
ricardio producen, también, hemopericardías . 
La compresión cardiaca puede establecerse rápidamente y ma-
tar ai enfermo en pocos minutos o, por el contrario, evolucionar 
de manera muy lenta. Nosotros hemos observado un herido que 
puede tomarse como ejemplo de rapidez en la presentación del 
bloqueo cardíaco: > 
Legionario herido por arma de fuego en tórax hace unas dos 
horas. (Abr i l de 1938. Publicado en la Revista de Cirugía de Gue-
rra. Mayo de 1939). Se queja de dolores retroesternales, sensación 
de angustia, "como si le apretasen el tórax" , dice. 
E x p l o r a c i ó n . — C a r a cianótica. Venas del cuello ingurgitadas 
y muy aparentes. Respiración difícil y muy superficial. Pulso irre-
gular, 120 pulsaciones por minuto. Mal estado general. 
Se le aprecia un orificio pequeño, como de bala, ligeramente 
alargado hacia adentro en el tercer espacio intercostal izquierdo, 
a unos tres centímetros del borde del esternón. No se nota latido 
de la punta, hay aumento del área de macidez card íaca y los ruidos 
cardíacos son, apenas, perceptibles. Hay ruidos anormales en el 
pericardio (de chapoteo, de batido), que se oyen claramentepor 
auscultación. En el hemitórax izquierdo aumento de la sonoridad 
a la percusión y abolición del murmullo vesicular a la auscultación 
en sus dos tercios inferiores. En hemitórax derecho percusión y 
auscultación normales. 
Contractura abdominal muy marcada. Macidez hepática con-
servada. 
Se le opera inmediatamente y se encuentra un gran hemope-
ricardías a mucha tensión, la herida del pericardio estaba cerrada 
por un coágulo y una herida perforante del ventrículo derecho con 
orificio de entrada a un centímetro a la derecha del surco interven-
tricular y de salida en la cara posterior del mismo ventrículo. He-
motórax izquierdo. 
He aquí un caso en que, como ya hemos dicho, lo que más nos 
llama la atención es la multiplicidad y claridad de s íntomas que 
presentaba de lesión intrapericardíaca, por lo que pudo hacerse su 
diagnóstico fácilmente, con precisión y con rapidez. Ya el aspecto 
de gravedad del herido junto con la situación de la herida externa 
en la región precordial eran suficientes para sospecharla, pero lo 
que, realmente, nos hizo llegar con seguridad al diagnóstico, fué le 
presencia de los s ín tomas de "compresión de corazón", que eran 
típicos sin dudarlo. 
Otras veces, el s índrome de compresión de corazón se presenta 
•34 F E R N A N D O C U A D R A D O 
o se diagnostica tardiamente. No nos olvidemos de que el primer 
caso operado por REHN tardó más de dos días en ser diagnosti-
cado; cuatro, uno de PODREZ; cuatro, otro de S U L T A N ; seis, 
uno de V B R N U I L ; nueve, uno de M O N Q U O T y C O N S T A N T I N l . 
Pero tal vez sea de todos el más tardíamente diagnosticado, uno 
qtre nosotros tratamos, hace tres años, en nuestra clínica uni-
versitaria. 
Varón de veintiún años, de esta provincia,, herido en abril de 
1956 por arma blanca a la altura del cuarto espacio intercostal, 
dos traveses de dedo por dentro de la línea mamilar. Como san-
graba la herida, fué trasladado a un hospital próximo, donde le 
trataron suturándole la herida con un punto. Ya —según nos dv:e 
el herido— en dicho hospital manifestaba dolor torácico de tipo 
compresivo, con gran disnea, desasosiego, insomnio y sudores 
profusos. Le fueron realizadas también dos punciones evacuadoras 
por región torácica posterior, aspirándole bastante cantidad de san-
gre, con lo cual mejoró. A los nueve días fué dado de alta provi-
sional, marchando a su casa, donde guardó reposo en cama, por 
consejo médico, durante una semana, sin que notase ningún s ín-
toma anormal, salvo una gran astenia. Pasado este tiempo, regresó 
al mismo hospital, donde en vista de lo bien que lo encontraron, 
fué dado de alta definitiva como curado. Regresó a su casa para 
hacer vida de relativo reposo durante quince días , sin sentir nada 
anormal, pasados los cuales se reintegró a su trabajo, haciéndolo 
normalmente durante un período de ocho días, comenzando enton-
ces a sentir un dolor en región epigástr ica sin irradiación. Unos 
días más tarde este dolor se fijó en región precordial, y, a la vez, 
notó que se le inflamaba la cara, se le dilataban las venas del cue-
llo, sent ía opresión torácica, gran disnea, sudores y —según nos 
dice también el enfermo— el h ígado lo tenía grande. Volvió otra 
vez al mismo hospital y —sigue hablando el herido^— en el viaje 
se le hincharon las piernas y le desapareció la inflamación de la 
cara. Fué entonces tratado con diuréticos y le desaparecieron los 
edemas, persistiendo los demás síntomas. En el mes de junio, a los 
dos meses y catorce días de producida su lesión, fué trasladado a 
nuestro Hospital Provincial y Clínico, ingresando en nuestro ser-
vicio, donde fué diagnosticado de hemopericardias, bien claro y 
ostensible, como se puede demostrar en la figura 7. Se le hacen 
punciones evacuadoras y diez días más tarde se puede apreciar la 
disminución de la sombra pericárdica en la figura 8. Posterio,-
mente el hemopericardias llegó, práct icamente a desaparecer, como 
lo revela la figura 9. El enfermo fué dado de alta por curación, 
aconsejándole nos visitara periódicamente para controlar la posi-
bilidad de que le sobreviniera algún transtorno. Así lo ha hecho; la 
H E R I D A S D E L C O R A Z O N 35 
última vez que le vimos fué hace un año, encontrándose perfecta-
mente, dedicado a sus trabajos habituales. 
Naturalmente que cuando la sangre tiene fácil salida, aunque, 
en parte se acumule en el pericardio, no se presenta el s índrome 
de compresión de corazón; pero, a veces, ocurre que se ocluye 
Fig. 7.£ 
temporalmente el orificio pericardíaco y, más tarde, por un esfuer-
zo, por la presión intrapericardíaca o por la disgregación del coá-
gulo, el orificio se vuelve a hacer permeable, vaciándose, en gran 
parte, en la pleura el derrame pericardíaco, con lo cual disminuye 
la presión y el herido mejora, a no ser que ello dé lugar a que el 
descenso de la presión pueda provocar una hemorragia card íaca 
de tipo cataclísmico y, entonces, se presente la muerte muy rápida. 
La auscultación del corazón nos muestra datos de algún valor 
que, en ciertos casos, pueden ser decisivos. Los tonos cardíacos pue-
den ser normales, no perceptibles o, lo que es más frecuente (77 por 
ciento de las veces, según HESSE), estar debilitados y obscureci-
dos, sobre todo el ruido sistólico. A veces se oyen ruidos ext raños 
en el pericardio (de chapoteo, de batido, de molino, de soplo o me-
tál icos) . Estos han sido considerados de gran valor por unos auto-
36 F E R N A N D O C U A D R A D O 
res y de escaso por otros, ya que es imposible diferenciarlos de los 
que presentan algunas heridas de pleura y pulmón, al mismo 
tiempo que muchas veces faltan. En efecto, únicamente se presen-
taron cinco veces en los cuarenta y ocho heridos de HESSE y no se 
encontraron en ninguna de las quince de SACKEN y de las nueve de 
HOFFMANN. Por lo tanto es raro que se presenten estos ruidos 
Fig. 8.a 
anormales, que según S A U E R B R Ü C H , sólo se apreciarían cuando 
la pared cardiaca estuviera desgarrada extensamente o cuando 
existiesen heridas de los tabiques intracardiacos. Nosotros no los 
hemos percibido en el caso que operamos, que tenía herido el ta-
bique interventricular, y, en cambio, existían claramente en dos de 
nuestros heridos que tenían hemopericardias, sin que saliese libre-
mente la sangre desde el pericardio a la cavidad pleural. Por lo 
tanto, no podemos aceptar la hipótesis de N1ETER para explicar 
estos ruidos, según la cual serían producidos al caer la sangre en 
la pleura desde el pericardio y no se producir ían cuando el pericar-
dio estuviera cerrado. A nosotros nos da la impresión de que dichos 
ruidos son producidos por los movimientos cardíacos que baten 
H E R I D A S b E t C O R A Z Ó N 37 
rápidamente la masa de sangre acumulada en el pericardio. En 
cambio, en otros hemopericardias no los hemos encontrado. 
Como habíamos dicho, las heridas de pleura y pulmón coexis-
ten muy frecuentemente con las cardíacas . Esto hace necesario 
Fig. 9.a 
buscar los s íntomas de neumotórax y hemotórax en las heridas de 
corazón, HESSE y H O F F M A N N han estudiado esta cuestión en 
todos los casos que han publicado y nos dan las siguientes cifras: 
A U T O R E S 
HESSE 
HOFFMANN 
Númefo 
de casos 
48 
9 
Pleura 
herida 
44 
Neumo+ora> H e m o t ó r a x 
to 
5 
H e m o t ó r a x y 
N e u m o t ó r a x 
24 
2 
Ni ne 
Ni he 
m o t ó r a : 
l o t o r a x 
16 
0 
Como se ve, son muchos los casos de lesión pleural que no pre-
sentan ni neumotórax ni hemotórax ; se presenta, con mucha fre-
38 F E R N A N D O C Ü A D R A D O 
cuencia, el hemotórax, ya aislado o ya asociado al neumotorax, y 
es bastante raro que se presente el neumotorax aislado. 
El h ígado, el es tómago, el esófago, diafragma y otros ó rganos 
han sido frecuentemente lesionados al mismo tiempo que el co-
razón, y, como es natural, dan los s ín tomas correspondientes. 
Hay que hacer notar que es frecuente encontrar en los heridos 
cardíacos contractura abdominal interna, sin queesto pueda inter-
pretarse, muchas veces, como síntoma de existencia de heridas ab-
dominales. Dicho síntoma se manifiesta igualmente si es tán i r r i ta -
dos los intercostales o el diafragma por su cara superior o por la 
inferior, de modo, que aparece no sólo en las heridas cardíacas , 
sino que es común a la mayoría de los traumatismos torácicos. 
En los heridos del corazón el pulso es frecuente y débil , a me-
nudo irregular y, exceptuando los casos de anemia aguda extrema 
y los de compresión cardíaca intensa, pocas veces imperceptible. 
La respiración está generalmente acelerada, muchas veces an-
gustiosa y es muy superficial, aunque se han visto casos de ser 
normal y aun más, lenta. 
Las sensaciones que experimenta el paciente son muy variadas 
y poco característ icas. Como ya hemos visto, sobre todo en los 
casos de hemopericardias, sienten también dolores y sensación de 
opresión en la región precordial, exagerados con la respiración, y 
presión sobre el tórax, dolores irradiados a hombro y brazo iz-
quierdos, al abdomen, a los lomos, etc. 
E l empeoramiento progresivo del estado general merece tenerse 
en cuenta para el diagnóstico y para decidir la intervención. 
La utilización] de los métodos auxiliares de exploración como 
la radiografía, la electrocardiografía y la determinación de la 
presión venosa pueden sernos muy vtí//osos. Generalmente, la apli-
cación de estos medios exploratorios queda limitada en los casos 
de extrema gravedad, porque corrientemente, exige el traslado del 
herido y suponen pérdida de tiempo que puede ser muy útil para 
terminar la operación. Por ello HESSE dice que todo individuo 
que presente una herida reciente, sospechosa de lesionar el corazón, 
pertenece más a la mesa de operaciones que al gabinete de radio-
logía. FARRINGER y CARR creen que retrasar el tratamiento 
para hacer una exploración radiológica, buscando la ausencia del 
latido de la silueta cardíaca, puede ser fatal para estos pacientes, 
y OR1SWOLD y DR1GE, quienes vieron que sus primeros heridos 
se les morían incluso antes de iniciar la operación, mientras se 
les practicaban radiografías , radioscopias y otras exploraciones, 
posteriormente las omiten y consideran suficientes datos, para 
hacer la toracotomía, los que le proporciona la clínica. De este 
modo ha aumentado la operabilidad del 60 por ciento entre 
H E R I D A S D E L C O R A Z Ó N 39 
1933 y 1941, hasta el 85'5 por ciento entre 1941-1953. N A C L E -
RIO, M E Y N A R D y CORDICE insisten en que el diagnóstico 
hay que hacerlo por los s íntomas clínicos, mientras que la radio-
grafía, electrocardiografía y determinación de la presión venosa 
no son más que métodos que pueden coadyuvar al diagnóst ico. . 
Sin embargo, hemos de convenir en que en la mayoría de los 
casos no podemos prescindir de estos métodos exploratorios que 
nos pueden ser muy valiosos. 
La exploración radiológica presenta su mayor utilidad en ,los 
casos de hemopericardias y en los que el proyectil o punta ,del 
agente vulnerante quedan alojados en el corazón. 
En el hemopericardias vemos ensanchada el área cardíaca, que 
toma forma triangular de vértice superior y en los casos de derra-
me abundante suele asemejarse a una gran bolsa que descansa por 
su fondo en el diafragma (forma en bolsa de tabaco de LOREY, 
forma de calabaza de D I E T L E M ) . A veces, el diámetro transversal 
es igual o mayor que el longitudinal y tanto más aumenta la can-
tidad de derrame cuanto más se aproxima a la forma esferoidal. 
La banda vascular que corona la sombra cardíaca es corta y 
ancha, ya que el pericardio es tá dilatado también en los fondos de 
saco que forma junto a los grandes vasos y la vena cava superior 
se dilata, a su vez, por efecto del éxtasis. 
El ángulo mediast inodíafragmátíco es agudo, generalmente, en 
contraposición a la disposición de la silueta cardíaca obtenida por 
percusión, en la que se manifiesta con un ángulo obtuso. 
En radioscopia se aprecia falta de latido en la sombra cardíaca. 
Los cuerpos extraños , como ya hemos dicho, pueden estar alo-
jados en el pericardio, en el espesor del músculo cardíaco o en el 
interior de las cavidades. 
Cuando el proyectil queda alojado en la cavidad pericardíaca, se 
le ve dentro de la sombra cardíaca y cambia de situación al cambiar 
de posición al paciente, y con una incidencia adecuada de los rayos 
suele lograrse hacerle aparecer fuera del área cardíaca . A veces se 
comunican al cuerpo ex t raño los movimientos cardíacos y, además , 
éste se mueve ligeramente con la respiración. 
Cuando el proyectil o cuerpo extraño se encuentra en el espesor 
del miocardio, aparece siempre en todas las incidencias en el inte-
rior de la sombra cardíaca. Generalmente se mueve con cada sístole 
cardíaco. 
Los proyectiles intracavitarios presentan movimientos en ba-
rrena dentro de la sombra cardíaca , como consecuencia de las evo-
luciones comunicadas al proyectil por la corriente sanguínea 
( S C H I N Z ) . 
Hemos de tener en cuenta que, a veces, no es nada fácil ver 
.40 F E R N A N D O C U A D R A D O 
por radioscopia el proyectil o casco de metralla alojado en el cora-
zón, sobre todo si es pequeño o está situado en el espesor de las 
paredes o en las cavidades ventriculares. En el caso correspondien-
te a la figura 6 a nosotros nos fué difícil encontrarlo. Sólo después 
de un examen muy detenido y de nuestra insistencia, por los datos 
que nos había proporcionado la auscultación, pudimos, al cabo de 
varios minutos ante la pantalla, descubrir el proyectil, muy difusa-
mente, en proyección anteroposterior. En cambio, en proyección 
lateral le vimos fácilmente. Esto es lo natural, porque en proyección 
anteroposterior se superponen las sombras del corazón, ó rganos 
del mediastino posterior, esternón y de la columna vertebral, y, en 
cambio, en proyección lateral, el pericardio y el corazón se en-
cuentran entre dos cámaras de aire y, por lo tanto, un cuerpo ex-
travío cualquiera resalta más y se hace más fácilmente visible. El 
que pasen desapercibidos proyectiles dentro de la sombra cardíaca 
es frecuente, no sólo, como cuando en nuestro caso, se utiliza un 
aparato portátil poco potente y con un voltaje deficiente, sino que 
también puede suceder en condiciones mucho más favorables, co-
mo señala SCHINZ, cuando existe una acumulación líquida en el 
pericardio o se trata de cascos de granada pequeños. 
El electrocardiograma puede suministrar también datos útiles, 
según GRASTNOPOL, GOLBERGER, MARCUS y otros autores, 
sobre las lesiones de corazón y pericardio en las heridas de tórax. 
Varios autores, y entre ellos M E N E G A U X , hablan de las alte-
raciones de la onda T. y espacio S. T . en los traumatismos card ía -
cos. FRIEDBERG dice que "la presencia de las anomalías en S. T . 
y en onda T. después de una herida torácica penetrante, indica le-
sión del corazón". W O O D insiste en la importancia de las anoma-
lías de la onda T. y espacio S. T. en contusiones cardíacas a con-
secuencia de contusión torácica o herida no penetrante de corazón. 
B U R S T E I N y MARSHAK citan dos casos de contusión torácica y 
en uno de ellos hacen el diagnóstico de contusión cardíaca por de-
presión e inversión de la onda T. del electrocardiograma, hecho 
que comprobaron posteriormente. M E N E G A U X dice que las imá-
genes de lesiones del pericardio consisten, sobre todo, en una des-
nivelación neta del segmento S. T., el cual persiste tres o cuatro 
semanas; las alteraciones miocárdicas se manifiestan, sea por imá-
genes de trastornos de conducción (bloqueo de las ramas), sea por 
imágenes de necrosis, lesión de isquemia (onda Q., desnivel 
en S. T., inversión de T . ) . 
Nosotros pudimos hacer electrocardiogramas al primer herido 
que operamos. En el primero (Fig . 10), practicado a las tres horas 
de ser operado, se aprecia: Ritmo sinusal taquicárdico; en primera 
derivación hay un aplanamiento de la onda P. y un aplanamiento e 
H E R I D A S D E L C O R A Z O N 41 
inversión de la ondaT. En segunda derivación aparece el espacio 
S. T . descendido y cóncavo hacia arriba y discreto aplanamiento 
de la onda T. En tercera derivación se aprecia, igualmente, des-
censo del espacio S. T. y onda T . aplanada, aunque menos marca-
damente que en la segunda derivación. 
Fig. 10 
En el segundo electrocardiograma (Fig. 11), practicado vein-
tiocho horas más tarde, se ve cómo en primera derivación la on-
da T. se ha hecho positiva, aunque continúa aplanada. En tercera 
derivación se ha normalizado la desviación del S. T., quedando 
únicamente el aplanamiento de la onda T. 
La determinación de la tensión venosa nos es útil, sobre todo 
en los casos de hemopericardias, ya que es tá aumentada a conse-
cuencia de la dificultad de reflujo de la sangre al corazón. 
Vemos que de todos los s íntomas enumerados, ninguno, aisla-
damente considerado, es capaz de darnos seguridades diagnóst icas 
en las heridas cardíacas . Es de su asociación y valoración de lo que 
tenemos que valemos para hacer el diagnóstico. Y no nos olvide-
mos de lo que decíamos al principio: es preciso pensar en ellas y 
buscarlas para diagnosticarlas. Así y todo, alguna vez no llega 
a conseguirse, como a nostros nos pasó en una herida de corazón 
cuyos datos vamos a resumir aquí : 
42 F E R N A N D O C U A D R A D O 
Mujer de cuarenta y dos años, herida en junio de 1936 por arma 
de fuego, con orificio de entrada en la región esternal. Nosotros la 
vimos doce horas después y nos dice que en el momento de recibir 
el disparo cayó al suelo y echó sangre por la boca. 
Presentaba una herida por arma de fuego, situada medio cen-
tímetro a la derecha de la línea medioesternal y a la altura del 
Fig. 11 
tercer espacio intercostal y dolor espontáneo y provocado por la 
presión sobre la novena costilla derecha, a nivel de la línea axilar 
anterior, en cuyo lugar existía enfisema subcutáneo poco extenso. 
Area de macidez cardíaca normal, tonos cardíacos normales; nin-
gún ruido anormal a la auscultación card íaca : s íntomas de hemo-
tórax derecho. 
Suponemos que el proyectil ha quedado alojado en la pared 
torácica, donde la duele a nivel de la novena costilla y aparece el 
enfisema subcutáneo. 
Cuatro días más tarde fallece y se le hace la autopsia y aparece 
una herida en pericardio y unos 100 c. c. de sangre en su cavidad 
y una herida en cara anterior de aurícula derecha, cerca de su 
borde anteroexterno, en forma de surco, que sólo comunica con la 
cavidad auricular por un pequeño orificio situado en su centro y 
también ligeramente alargado. 
He aquí un caso en el que el único síntoma clínico que presen-
taba la herida de corazón era el de la situación de la herida en 
región precordial. N i a la inspección, ni a la auscultación, ni a la 
H E R I D A S D E L C O R A Z O N 43 
percusión encontramos más signos que los de herida penetrante 
en tórax con lesión de pulmón y fractura costal. 
Pensando, desde el primer momento, en herida de corazón, la 
buscamos con insistencia, durante los cuatro días que vivió. Para 
asegurarnos, requerimos la colaboración de un internista de gran 
prestigio científico y profesional, el cual, después de exploraciones 
repetidas, nos aseguraba que no existía ningún s íntoma anoíüial 
ni de corazón ni de pericardio. 
La situación del orificio de entrada y el trayecto que siguió el 
proyectil, a juzgar por la situación de la fractura costal y del enfi-
sema, nos hizo suponer que había pasado cerca, pero que no había 
lesionado la masa cardioper icardíaca. El hemotórax y la herida 
de pulmón, a juzgar por los s íntomas, eran indudables. (Pero la 
herida cardíaca, aun pensando en ella desde el primer momento, 
nos pasó desapercibida. Sólo en la autopsia pudimos descubrirla, 
quedando sorprendidos al comprobar sangre en el pericardio y la 
herida en la aurícula derecha, 
Aun después de la autopsia, todavía nos quedaron dudas de 
si la herida cardíaca fué penetrante desde el primer momento o 
sólo parietal, que luego se completó secundariamente. Esto último 
nos lo hacían sospechar los caracteres de la herida v lo apoyaba 
la escasa cantidad de sangre, que se había acumulado en el peri-
cardio. El examen histopatológico de la pared auricular herida 
demostró lo contrario: que la lesión cardíaca fué penetrante siem-
pre y que, sin duda, la sangre cayó directamente a la cavidad 
pleural, acumulándose sólo en pequeña cantidad en el pericardio, 
como está descrito que ocurre en muchas heridas cardíacas . 
Por todo lo que antecede, vemos la gran dificultad aue puede 
presentarse para diagnosticar una herida cardíaca antes de la ope-
ración. En los casos de HOF'FMANN, el diagnóst ico seguro fué 
hecho cuatro veces, probable dos v en los otros tres el único diag-
nóstico era el de anemia aguda. En los de HESSE. 27 con segu-
ridad, 11 con probabilidad y 10 sin diagnóstico. Nótese que esto 
ha ocurrido en las clínicas que mayor número de casos han ope-
rado y, acaso, donde más escrupulosamente hayan sido estudiados. 
REHN propone para los casos dudosos hacer una pericadioto-
mia extrapleural exploradora, que, según él, tiene pocos peligros. 
Esto no cabe duda que es lo más seguro, pero a condición de que 
la apertura del pericardio sea amplia, ya que se han publicado 
casos (de F I N K E S T E I N , STERN, D E S T E R M A N N ) de haber 
abierto pericardio y no haber encontrado la herida cardíaca, que 
más tarde apareció en la autopsia. 
T R A T A M I E N T O 
El tratamiento de las heridas de corazón ha seguido las vic i -
situdes del conocimiento de su fisiopatologia y, como es natural, 
de las adquisiciones de la técnica quirúrgica. 
Hasta el siglo X V I I I a "estos pacientes se les cerraba la herida 
externa, se les envolvía el tórax en una coraza de hielo y se les 
mantenía en una habitación que estuviera bajo cero y, si era en 
verano, se les bajaba a la bodega" (BORCHARDT. Tomado 
de M A T A S ) . 
Es curioso comprobar que entonces ya se hacía hibernación ar-
tificial. 
Más tarde, cuando M O R G A G N I y ROSE demostraron la in -
fluencia del hemopericardias, se utilizan la sangría , sangui-
juelas y ventosas sobre la región precordial, como derivativos y 
opio. iPosteriormente, se punciona el pericardio y se hace la peri-
cardiotomia, practicada, por primera vez con éxito, por un médico 
español, de Barcelona, ROMERO, para tratar una pericarditis se-
rofibrinosa. 
Desde que REHN, en 1896, logra la primera curación por 
sutura cardíaca, se amplían las indicaciones quirúrgicas y, gene-
ralmente, se considera obligado operar y suturar toda herida de 
corazón diagnosticada. No obstante, como también se obtienen 
algunas curaciones con los métodos abstencionistas, todavía quedan 
algunos cirujanos que no son partidarios de la intervención. Así 
H I L D E B R A N D , HEUHAUS, FRANKE y otros son opuestos a la 
operación sistemática en todas las heridas de corazón y preconizan 
la punción de pericardio con aspiración y otros medios coadyu-
vantes, para el tratamiento de muchas de ellas. 
Sin embargo, la operación se impone, como norma general, 
para tratar toda herida cardíaca , hasta que, en 1943, B L A L O K y 
RAVITCH presentan una comunicación sobre el tratamiento por 
aspiración del hemopericardias resultante de una herida cardíaca, 
llegando a la conclusión de que este era el tratamiento de elección 
y que la apertura operatoria y sutura de la herida cardíaca debe-
46 F E R N A N D O C U A D R A D O 
rían ser realizadas, únicamente, cuando, a pesar de la aspiración, 
la hemorragia continúa. Posteriormente, en 1949, comunican once 
casos, de los cuales siete fueron tratados con aspiración. BLAV, 
ANDERSON y STAlRBUCK aportan seguidamente los resultados 
satisfactorios con el tratamiento no operatorio. CRASNOPOL, 
OOLBERGER, MARCUS y STROVE, en 1948, se muestran tam^-
bién partidarios de este procedimiento. FARRINGER y CARR, en 
1955, se muestran tan seguros de este método que, si una vez 
hecha la aspiración del pericardio, permanecen los heridos afe-
briles, durante setenta

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