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Bases ambientales del comportamiento social

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Bases ambientales 
del comportamiento social
• Introducir el concepto de ambiente físico y mostrar su relación con el comportamiento social.
• Exponer las diversas formas en que se ha estudiado el ambiente físico y cómo cada una de
ellas moldea y condiciona el comportamiento social.
• Señalar las consecuencias positivas y negativas de la exposición de las personas al am-
biente físico.
• Sentar las bases para la comprensión del comportamiento social en el contexto amplio en
el que tiene lugar.
Objetivos
 La relevancia del ambiente físico
Es obvio que todo comportamiento sucede en un espacio, lugar, sitio, escenario o cualquier 
otra forma con que puede denominarse el entorno físico en el que ocurre. De igual modo puede 
afirmarse que nos comportamos de manera diferente según el lugar en que nos hallamos. Y que 
cualquier comportamiento conlleva diferentes significados según el sitio donde ocurre. Trasla-
dar esta obviedad a la Psicología social supone destacar la dimensión ambiental de la conducta 
social, como parte de su objeto de estudio. Comenzaremos con la observación de las relaciones 
de las bases ambientales con las bases biológicas, culturales y psicológicas o personales.
Ambiente físico y otros factores básicos de la conducta social
Con frecuencia se ha tendido a confundir el énfasis en un factor básico con el enfoque deter-
minista. Así, la penetración de las teorías evolucionistas en Psicología social (Buss, 1998, 1999),
ha sido interpretada asiduamente desde ópticas reduccionistas a partir de la errónea predispo-
sición a convertir en sinónimos la explicación evolucionista, e incluso de cualquier otro tipo
biológico, con el determinismo genético; otros han insistido en la idea de que la cultura está
“por encima” de cualquier explicación biológica, y también ha habido autores que defienden
que se trata de niveles “incompatibles” o “irrelevantes” entre sí (Gaviria, 1999). Igualmente
los aspectos biofísicos del comportamiento social que interesan a la psicofisiología social no
siempre han sido entendidos desde explicaciones capaces de integrar varios niveles de explica-
ción (Cacciopo y Bernston, 1992). Otro tanto cabría apuntar a la desatención de los aspectos
culturales o personales.
La superación de dichos reduccionismos requiere de explicaciones capaces de integrar
las distintas bases o dimensiones del comportamiento social. La propia Teoría evolucionista
muestra que los mecanismos de la variación y la herencia de determinados aspectos biofísicos
y comportamentales, son seleccionados a partir de la interacción con las características del
medio en el que se desarrollan los organismos. La adaptación al ambiente de un organismo
o especie es siempre la adecuación a unas características variables del ambiente. La función
adaptativa es sólo un nivel explicativo, en conexión con el resto de niveles como la evolución
filogenética, el desarrollo ontogenético y el contexto inmediato. En esto reside la interrelación
entre las bases biológicas y ambientales del comportamiento. La eficacia biológica inclusiva, el
altruismo recíproco y la inversión parental son algunos de los principios que han guiado las ex-
plicaciones evolucionistas en la sociobiología y la psicología evolucionista, para entender cómo
determinados comportamientos son eficaces en un determinado medio (véase el Capítulo 2).
En la explicación de comportamientos agresivos o de conductas de ayuda pueden destacarse
aspectos como la disposición espacial del escenario en que ocurre la conducta de ayuda o agresi-
va, el grado en que uno puede ser visto, aspectos como la temperatura o incluso la presencia de
otras personas en el entorno. Pero no hay que olvidar que dichas variables ambientales intervie-
nen de forma simultánea con la diferente disposición genética para la empatía, característica que
puede considerarse adaptativa en la conducta prosocial, igual que la predisposición a respuestas
agresivas para resolver de manera exitosa situaciones determinadas. Tanto el comportamiento
agresivo como el de ayuda se hallan simultáneamente influidos por los diferentes aprendizajes
realizados por la persona a lo largo de su vida, a través de la interiorización de diferentes modelos
de dichos comportamientos, e inciden en la propia configuración de los rasgos de cada persona y
sus repertorios de conducta, los cuales influyen a su vez en el comportamiento habitual. Obvia-
mente dichos comportamientos son sancionados de forma diferente en cada cultura, dado que
estas prescriben de diferente manera la ritualización de los comportamientos agresivos y aportan
pautas que permiten interpretar una situación de ayuda y actuar en consecuencia.
La interrelación de las bases ambientales, biológicas, culturales y personales puede con-
templarse también en los patrones de la conducta territorial o el espacio personal que son
objeto de análisis en este capítulo. Personalizamos nuestra casa o el despacho de la oficina,
ejemplos de territorios, en los cuales nos sentimos seguros y donde regulamos la interacción
con los demás permitiendo la entrada a según quién. Ello, además de tener una función de
adaptación al ambiente, refleja las diferentes maneras con que nuestra cultura significa las
diferentes señales con las que las personas indican lo que es un territorio privado o no. Otro
tanto ocurre con la distancia que mantenemos con los demás (espacio personal) y la preferencia
por ciertos lugares o apego a un lugar concreto (Altman y Low, 1992; Hidalgo y Hernández,
2001), concepto, éste último, que se refiere al vínculo afectivo con determinados lugares esta-
blecido por las personas de forma que tienden a permanecer próximos a ellos.
De nuevo el carácter adaptativo aportado por la seguridad que ofrece un entorno “familiar”
—el apego al lugar tiene en las teorías del apego de Bowlby (1969, 1973, 1980) un antecedente
biológico evidente— es matizado por las características personales y culturales. Además de
los diferentes estilos de apego de cada persona a “sus” lugares, las culturas del arraigo o del
vagabundeo como el nomadismo, configuran apegos a un lugar o bien a muchos lugares,
respectivamente. Sin ánimo de entrar en más detalles, el apego al lugar, al igual que la inci-
dencia del lugar en diversos aspectos de la identidad (Proshansky, Fabian y Kaminoff, 1983;
Valera, 1997; Valera y Pol, 1994), reflejan otro elemento importante de los espacios físicos, su
dimensión simbólica, que explica cómo los lugares adquieren significado a través del proceso
de apropiación del espacio (Korosec-Serfaty, 1976; Pol, 1996, 2002; Vidal y Pol, 2005).
Factor ambiental y sociedad contemporánea
Puede afirmarse que el ambiente físico genera oportunidades para determinados comporta-
mientos pero también que restringe o limita otros tantos. Consiguientemente, los importantes
cambios que están ocurriendo en los entornos contemporáneos ofrecen nuevas oportunidades
de acción junto con ciertas restricciones. Para tomar conciencia de ello resulta útil la distinción
que recoge Echeverría (1999) de tres tipos de entornos. El primero viene definido por nuestro
cuerpo y su adaptación al medio ambiente natural, donde nuestros sentidos y la capacidad para
interactuar dependen estrictamente de la distancia, donde nuestro espacio sensorial se halla
marcado por el aquí y el ahora, es decir, por la presencialidad. Profundamente imbricado con el
primero, el segundo entorno ya no es natural, sino cultural y social, puede denominarse urbano,
y es donde se han desarrollado las diversas forma sociales como la familia, la persona, el dinero y
otros similares. El tercer entorno está posibilitado por una serie de tecnologías como el teléfono,
la radio, la televisión, el dinero electrónico, las redes telemáticas, los multimedia y el hipertexto
(Echeverría, 1999). Estas tecnologías permiten salvar las capacidades del cuerpo humano para la
interacción limitadas por la distancia en los dos primeros entornos. De igual modo que la apari-
ción del teléfono supuso en su momento poder comunicarsede manera bidireccional, simétrica,
interactiva y simultánea entre dos interlocutores situados a distancia, las nuevas tecnologías, y
particularmente Internet, contribuyen a lo que algunos han denominado la nueva concepción
del espacio y el tiempo caracterizada por que ambos se han comprimido.
Se ha destacado que, debido al impacto de las nuevas tecnologías, el tiempo y el espacio son
suplantados por interconexiones que permiten una relación en tiempo real, lo que influye en
el predominio de la instantaneidad (Virilio, 1995). En otro sentido se expresa Bauman (2001),
quien afirma que, si las distancias ya no significan nada, las localidades separadas por dis-
tancias pierden su sentido. Aunque en el tercer entorno tal vez no existen distancias, sí se dan
diferencias en la capacidad de su acceso. La accesibilidad a estos “nuevos” espacios telemáticos
es un aspecto crucial para la interacción social, además de su doble papel como causa y efecto
en la estructuración social. A su vez, las nuevas tecnologías permiten una mayor interdepen-
dencia y un mayor futuro compartido, un espacio para la solidaridad. Internet ofrece nuevas
oportunidades para la acción social, como lo muestran los movimientos sociales de alcance
global, y brinda también nuevas ocasiones para las relaciones interpersonales que van desde el
simple contacto hasta la amistad y el matrimonio. El ciberespacio ha producido importantes
cambios en las relaciones entre las personas y ha generado nuevas formas de control social que
difieren en diversos aspectos, como la proximidad, presencialidad, materialidad, naturalidad,
movilidad o localidad (Echeverría, 1999) en comparación con la interacción cara a cara.
Si los importantes cambios en los entornos físicos debido a la aparición de nuevas tecnolo-
gías de información y comunicación suponen nuevos retos para la investigación y la explica-
ción psicosocial, otros retos dieron lugar a diferentes intentos de abordar el papel del ambiente 
físico en la explicación del comportamiento social. Los conceptos de espacio vital de Kurt 
Lewin y escenarios de conducta de Roger Barker son dos ejemplos de ello.
El espacio vital y la Teoría del campo
La historia de la Psicología social muestra algunos ejemplos de desarrollos teórico-conceptuales
en los que sí se destaca el ambiente físico. Uno de los más notables lo constituye la Teoría del 
campo de Kurt Lewin (1952), quien procuró articular, en el sentido de Doise (1982), lo psico-
lógico y lo sociológico (Blanco, 1988). Una de las acusaciones a la psicología, manifestada por
Newcomb (1951) entre otros, era que no había estudiado al organismo dentro de su ambiente,
además de olvidar la estructura social, mientras que la sociología no tenía en cuenta lo biológico
ni lo psicológico. Aunque no exenta de críticas, la aportación de Lewin ha resultado tremenda-
mente relevante, y de ella queremos destacar su concepto de espacio vital.
Kurt Lewin (1890-1947)
El espacio vital se halla constituido por regiones (escenarios 
de conducta, roles, ocupaciones…) delimitadas por fronteras 
“fluidas”, adjetivadas de esta forma porque permiten dife-
rentes tránsitos entre unas y otras (locomociones), debido a 
fuerzas inherentes a los propios elementos físicos (escenarios 
de conductas), sociales (clima del grupo) o personales (necesi-
dades, motivaciones). 
Los elementos físicos —Lewin los denominó cuasifísicos— son 
aquellos hechos físicoambientales que la persona es conscien-
te de su influencia en el comportamiento, mientras que los 
elementos que denominó cuasisociales son aquellos hechos so-
ciales psicológicamente relevantes para la persona. Estos dos 
tipos de elementos estructuran momentáneamente el campo 
psicológico del individuo (Blanco, 1988).
Para Lewin el comportamiento es función de la persona y el ambiente, o C = f (P, A),
expresado en su fórmula más conocida. Aunque no es a través de las funciones como mejor
se especifica su Teoría del campo, sino con una rama de la geometría que se ocupa de aque-
llas propiedades básicas de las figuras que permanecen invariantes cuando son sometidas a
cualquier deformación. Analizando las dinámicas de grupo, este psicólogo nacido en Prusia
trató de contrastar empíricamente su teoría a través de la topología (Lewin, 1936), elaborando
modelos de las comunicaciones (locomociones) entre las regiones del campo vital.
Dentro del concepto del espacio vital, que no debe confundirse con el espacio personal,
como se verá más adelante, destacamos aquí los elementos físicos, o cuasifísicos según Lewin,
anteriores a la concepción sociofísica del espacio que tan relevante será en ciertas orientacio-
nes de la psicología ambiental (Altman y Rogoff, 1987; Canter, 1988; Stokols y Altman, 1987).
De hecho, en la historiografía de esta disciplina es habitual la mención de Kurt Lewin, así
como la del húngaro Egon Brunswick —conocido por sus aportaciones al estudio de la per-
cepción (Brunswick, 1956)— quien, preocupado por la forma en que el entorno físico afecta
al comportamiento matizó, a diferencia de Lewin, que este efecto podía ocurrir incluso sin el
conocimiento de las personas.

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