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La conducta interpersonal

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La conducta interpersonal: el nivel meso
El centro de interés de este tipo de investigaciones es la conducta de las personas que dan o
reciben ayuda en un contexto específico. El objetivo de estudio es tratar de explicar el com-
portamiento de ayuda a nivel interpersonal. En este apartado trataremos de dar respuesta a
cinco preguntas: ¿por qué ayudamos a los demás?, ¿quién es más probable que ayude a otros?, ¿a 
quién es más probable que ayudemos?, ¿cuándo ayudamos? y, por último, ¿todo el mundo quiere 
que se le ayude?
¿Por qué ayudamos a los demás? 
En las décadas de los 80 y 90 del siglo pasado, la principal preocupación de los psicólogos en
el área de la conducta de ayuda, la conducta prosocial y el altruismo, fue dar respuesta a por
qué ayudamos a los demás. Se propusieron principalmente tres mecanismos explicativos: el
aprendizaje, los valores morales sociales y personales, y la activación o la emoción, como, por
ejemplo, la empatía.
La explicación relativa al aprendizaje aplica los principios del condicionamiento operante
y del aprendizaje social para justificar la adquisición de las destrezas necesarias para realizar
comportamientos de ayuda y la capacidad de decisión sobre cuándo utilizar dichas habili-
dades para ayudar a otros. La perspectiva del aprendizaje propone que las personas apren-
den a ayudar por los principios del refuerzo y el modelado. Según el Principio del refuerzo,
aprenderemos a ayudar si somos reforzados por ello. En cuanto al modelado, los programas de
televisión podrían fomentar la conducta de ayuda a través de modelos. Simplemente diciendo
“gracias”, aumentamos la probabilidad de que la persona que ha realizado el comportamiento
de ayuda vuelva a ayudar, y no sólo a nosotros, sino también a otras personas.
En lo referente a los valores morales sociales y personales, normas tales como la responsa-
bilidad social y la reciprocidad, de las cuales hablamos en el apartado sobre las Teorías de la
evolución, pueden ser motivos suficientes para ayudar. Por ejemplo, como un medio para
mantener una autoimagen positiva, para conseguir alcanzar los propios ideales o satisfacer
necesidades personales (Dovidio, 1984). La investigación muestra que ésta es una de las prin-
cipales justificaciones de las motivaciones que llevan a los voluntarios a ayudar a los demás.
La perspectiva basada en los valores morales sociales y personales postula que hay unas normas
que tenemos interiorizadas y que nos dictan cuándo deberíamos ayudar a una persona. Desde
esta perspectiva, los factores sociales son más importantes que los biológicos para explicar el
comportamiento altruista.
Schwartz (1977) trabajó sobre la diferencia entre las normas sociales y las personales. Para
Schwartz, las personas construyen las normas para situaciones específicas, por lo que podrían
ser diferentes en el mismo individuo en situaciones distintas. Si esto es así, las personas con
estructuras de valores más estables tenderían a comportarse igual en la mayoría de las situa-
ciones. Más adelante, Schwartz y Howard (1981) proponen su Modelo procesual de altruismo,
con cinco pasos:
1. Atención: en este primer paso alguien se da cuenta de que otra persona necesita ayuda, se
selecciona una acción altruista y el individuo se autoatribuye la competencia necesaria
para llevarla a cabo.
2. Motivación: en este segundo paso el sujeto se construye una norma personal y se genera el
deber moral de ayudar.
3. Evaluación: ahora es el momento en el que la persona compara los costes y los beneficios de
ayudar.
4. Defensa: es la evaluación anticipada que puede realizar alguien de qué sucedería si no se
toma la decisión de ayudar, lo cual obviamente reduce la probabilidad de hacerlo.
5. Conducta: es la decisión final, en la cual puede influir un efecto boomerang y las personas
con gran probabilidad de comportamiento altruista no ayudarán, si piensan que intentan
aprovecharse de ellos.
Pero, además de estas normas sociales, las personas también desarrollan normas de justicia
social. Una de las principales es la de equidad: dos personas que hacen una misma contribu-
ción a algo deberían tener la misma recompensa. Por ejemplo, existen estudios que muestran
que las personas que han recibido más recursos, o que han ganado más dinero en un juego,
tienden a dar parte al que ha perdido para tratar de restaurar la equidad (Schmitt y Marwell,
1972; Walster, Walster y Berscheid, 1978). Las normas de reciprocidad y justicia social, parecen
comunes en todas las sociedades. Como ya comentamos, la norma de responsabilidad social 
dice que debemos ayudar a quienes dependen de nosotros. Sin embargo, esta “obligación”
no es universal, y puede haber diferencias culturales (Miller y Luthar, 1989). Mientras que en
unas culturas existe la norma moral de ayudar, en otras es cuestión de libre elección. Asimis-
mo se ha estudiado cómo influye el que se trate de una cultura individualista o colectivista.
Bontempo, Lobel y Triandis, (1990) encontraron que, aunque no había diferencias en una serie
de conductas de ayuda entre una muestra de estudiantes norteamericanos (cultura individua-
lista) y otra de estudiantes brasileños (cultura colectivista), mientras los primeros mostraron
poco entusiasmo por realizar este tipo de conductas, los segundos disfrutaron con ello.
El tercero de los mecanismos, es decir, la activación y la emoción, tiene que ver con la im-
portancia de los aspectos emocionales en el comportamiento de ayuda. Las personas se activan
ante el malestar de los demás, y éste es un aspecto que aparece en todas las culturas (Eisenberg
y Fabes, 1991). Las teorías que se basan en estos principios defienden que, cuando las emocio-
nes se activan, las personas pueden ayudar a los demás, pero pueden hacerlo por dos motivos
distintos. Pueden ayudar para reducir su propio malestar, lo cual se interpretaría como una
motivación egoísta. El principal representante de esta línea de investigación es Robert Cialdini.
Pero es posible que ayuden porque lo que hacen es ponerse en el lugar del otro, es decir, por una
motivación altruista. El principal defensor de este argumento es Daniel Batson.
Desde la perspectiva de la motivación egoísta, el equipo de Cialdini propuso el Modelo del 
alivio del estado negativo. Según este modelo, las personas ayudan para obtener refuerzo, evitar
castigo, o librarse de un estado emocional negativo. Esto significaría que, al no poner el énfasis
en solucionar el problema de la persona que necesita la ayuda, la motivación que lleva a realizar
la acción de ayudar es egoísta. Cuando experimenta sentimientos de culpa o de tristeza al ser
testigo del daño recibido por otra persona, el individuo se siente motivado a reducir su estado
emocional negativo (el del observador, no el de la persona que necesita la ayuda). Una de las
formas de hacerlo es ayudando, si cree que eso reducirá el malestar. Pero si se encuentra otra
posibilidad para reducir dicho malestar, no ayudará. Según este modelo, el estado emocional
negativo puede producir comportamiento de ayuda independientemente de a qué se atribuya
el problema de la víctima (ya que se pone el énfasis en el sí mismo), y la conducta de ayuda sólo
es una alternativa para solucionar la activación negativa. Los defensores de esta perspectiva no
sólo plantean que la motivación por la cual ayudamos es egoísta, sino que además no existe
relación entre la conducta de ayuda y la motivación empática.
Existen diversas definiciones de empatía. Empatía es la capacidad que consiste en inferir los 
pensamientos y sentimientos de otros, lo cual genera sentimientos de simpatía, comprensión y 
ternura (Batson y cols., 1997). También se ha definido como una habilidad social que permite 
a la persona anticiparse a lo que otras personas piensan y sienten, para poder comprender y 
experimentar su punto de vista. Hoffman (1987) incluso decía que se trataba de una respuesta 
afectiva más acorde con la situación de otra persona que con la de uno mismo. En general se 
acepta que existen dos tiposde empatía: cognitiva y emocional. La empatía cognitiva se refiere 
a tomar la perspectiva de la otra persona, es decir, ponerse en su lugar. La empatía emocional 
tiene dos variantes y consiste en tratar de experimentar las mismas respuestas emocionales 
que experimenta la otra persona (empatía paralela), o reaccionar emocionalmente ante las 
experiencias que esa otra persona está viviendo (empatía reactiva). El primero de los tipos de 
empatía es lo que se ha considerado con ese mismo nombre, es decir, empatía, o también toma 
de perspectiva. La empatía emocional se conoce como simpatía, respuesta emocional o toma de 
perspectiva afectiva.
Parece consistentemente probado que la preocupación empática produce comportamiento 
de ayuda motivada altruistamente. Con este punto de partida, queremos destacar tres as-
pectos en lo que a la empatía se refiere. Primero, existen pruebas de que la empatía produce 
efectos positivos cuando se utiliza en un contexto interpersonal. Segundo, también existen 
importantes resultados que demuestran su aplicación al contexto intergrupal. Y tercero, se 
puede entrenar (véanse los cuadros 1 4.7, 1 4.8 y 1 4.9).
Cuadro: La empatía produce efectos positivos cuando se utiliza en 
un contexto interpersonal.
Daniel Batson 
Universidad de Kansas
Quizá el mejor ejemplo sea el trabajo de Batson y cols. (1997) Los 
autores realizaron tres estudios donde inducían empatía hacia una 
mujer joven con SIDA, un vagabundo o un sentenciado a muerte. Los 
resultados mostraron que en los dos primeros casos mejoraron las acti-
tudes de los participantes no sólo hacia el individuo en cuestión, sino 
hacia el grupo afectado como un todo. En el tercer caso, no se produjo 
un cambio inmediato, pero las actitudes hacia el condenado mejoraron 
una o dos semanas después. Batson ha realizado más estudios en años 
posteriores demostrando que es posible mejorar la actitud hacia un 
individuo mediante la manipulación empática, y que los beneficios se 
extienden al grupo como un todo. El problema es que las actitudes no 
siempre se convierten posteriormente en comportamientos.
Sin embargo, Batson, Chang, Orr y Rowland (2002) realizaron un estu-
dio donde mostraron que inducir empatía también tenía un reflejo en 
el comportamiento. 
En el estudio se les presentaba a los participantes una entrevista con 
una adicta a la heroína y después se les solicitaba su opinión acerca de 
unos fondos que una determinada Agencia del Senado debía destinar a 
la ayuda de otros drogadictos. Mientras que a unos sujetos se les decía 
que fueran objetivos al escuchar el mensaje, a otros se les hacía que 
tomasen la perspectiva de la drogadicta. Cuando se indujo empatía a 
los participantes, no sólo mejoraron su actitud hacia otros drogadic-
tos, sino que también estuvieron de acuerdo con otorgar una ayuda 
económica mayor para otros drogadictos que aquellos a los que no se 
les había inducido la empatía.

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