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Factores de riesgo psicosocial

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Factores de riesgo psicosocial
Los aspectos mencionados en los apartados anteriores constituyen los factores culturales y si-
tuacionales que ocasionalmente pueden afectar a la expresión de agresividad. A continuación,
mencionaremos una serie de experiencias personales que se han relacionado con la tendencia
diferencial a utilizar la agresión en las interacciones. Estas experiencias adquieren una gran
importancia a lo largo del ciclo vital, especialmente si se tiene en cuenta que, con frecuencia,
confluyen en una misma persona. Es por este motivo por el que se ha hablado de la existencia
de síndromes psicosociales de riesgo, expresión que refleja que la coincidencia de dos o más de
estas experiencias sobre una misma persona puede fomentar tendencias relativamente estables
de comportamiento agresivo. Comentaremos, a continuación, el impacto que los vínculos
afectivos básicos, los patrones de socialización y la experiencia de violencia en la familia tienen
sobre las tendencias agresivas de los individuos cuando alcanzan la edad adulta. El análisis de
estos factores ilustra su impacto a corto y largo plazo. Finalmente, respondiendo a la profun-
da preocupación que genera en las sociedades actuales la violencia terrorista, describiremos
someramente algunos de los factores personales y contextuales que se han relacionado con la
participación en este tipo de violencia.
Vínculos afectivos básicos: el apego a los padres 
A partir de los 6-7 meses de edad la madurez psico-
biológica del niño ya le permite establecer vínculos
afectivos con el resto de las personas. Distintas
teorías y autores coinciden en considerar que estos
vínculos conforman una plataforma sobre la que
se desarrollan habilidades emocionales y de con-
ducta relevantes para el desarrollo en general. Su
importancia se pone de manifiesto principalmente
ante experiencias estresantes, ya que el desarrollo
inadecuado de tales vínculos se convierte en un obstáculo en las relaciones que el niño, y luego
adulto, establece con el entorno.
Los estudios de laboratorio realizados con el Test de situaciones extrañas (Ainsworth, Ble-
har, Waters y Wall, 1978) diferencian entre cuatro tipos de vínculos, caracterizados a partir de
los patrones de relación que el niño establece con su madre y con el entorno. De estos cuatro
tipos, uno se considera que satisface la necesidad de seguridad del niño y los otros tres, no.
• El modelo seguro se logra cuando los padres son sensibles a los estados emocionales de los
niños y responden a estos estados.
• Los modelos inseguros (evitativo, ambivalente y desorganizado, respectivamente) son con-
secuencia de conductas parentales erráticas, intrusivas e inconsistentes con las necesidades
de los niños.
Estos tipos de vínculos predicen tendencias diferenciales hacia la agresión ya que aportan
el tipo de experiencias que permitirán al niño enfrentarse eficazmente a las situaciones estre-
santes o, por el contrario, les impedirá desarrollar estrategias eficaces de afrontamiento. Los
resultados sugieren que sólo el modelo seguro posibilitará el éxito de estos aprendizajes. Por el
contrario, los modelos inseguros son los que se relacionan sistemáticamente con las conductas
de oposición y agresión hacia los adultos.
Patrones de socialización 
Los patrones de socialización desarrollados por los padres a lo largo de la infancia y la ado-
lescencia de los hijos parecen tener un efecto central en su conducta agresiva y en su compor-
tamiento en la edad adulta. Comparando a los niños agresivos con los no agresivos, se han
encontrado diferencias en el clima emocional que desarrollan los padres en sus relaciones con
los hijos, en el tipo de disciplina que imparten y en el tipo de órdenes que les dan. Concreta-
mente, los estudios demuestran que los niños agresivos proceden de familias en las que hay
baja calidez emocional y alto nivel de hostilidad mutua (Bandura y Walters, 1959). Además,
uno de los mejores predictores de problemas de agresividad en los niños es la falta de supervi-
sión y control (Zinder y Patterson, 1987).
En términos generales, se ha observado que,
cuando se sienten aceptados y reconfortados por
sus padres, los niños se hacen más sociables, emo-
cionalmente más estables, desarrollan una alta
autoestima, un sentimiento de autoaceptación
y visiones positivas del mundo. Por el contrario,
cuando se sienten rechazados, son golpeados o
tratados con un lenguaje sarcástico, humillante o
negligente, los niños tienden a convertirse en adultos que actúan de forma hostil, insensible,
inestable y dependiente, y a desarrollar una baja autoestima y visiones negativas del mundo.
Finalmente, parece que es la consistencia de la conducta parental la variable más importante
de los métodos parentales, incluso más que los métodos utilizados para reforzar las demandas
que plantean a sus hijos. La consistencia permite al niño desarrollar cierto control sobre el
entorno y sus consecuencias, así como aprender los límites entre los que varía la conducta
aceptable (McCord, 1983, 1991).
Experiencias de violencia 
Experiencias de violencia en el contexto familiar 
Ya se había mencionado anteriormente el efecto y los
mecanismos por los que la observación de modelos
violentos y la exposición a la violencia en los medios de
comunicación podían promover la agresividad (véase
en este sentido el recuadro “La violencia en los me-
dios de comunicación”). En aquella ocasión se había
puesto de manifiesto que la exposición indirecta a la
violencia desencadena procesos de aprendizaje vicario
que permiten la adquisición y mantenimiento de ma-
nifestaciones agresivas. Otra forma de experimentar la
violencia de forma más poderosa es la exposición directa a un ambiente violento. En estos casos,
el niño se convierte en víctima de la violencia en dos sentidos. Primero, alterando su desarrollo
emocional y psicosocial. En segundo lugar, restando capacidad a los padres para satisfacer las
necesidades de cuidado y apoyo imprescindibles para el desarrollo del niño. Esto ocurre tanto
cuando los propios progenitores son los agresores como cuando son víctimas de las agresiones.
Con frecuencia los niños criados en entornos familiares violentos presentan alteraciones
emocionales y de comportamiento y dificultades en su desarrollo moral. Además, Ney, Fung y
Wickett (1994) encuentran en su estudio, que estas experiencias infantiles tienen repercusiones
a largo plazo: desarrollan una visión negativa del mundo y de sí mismos, pierden la capacidad
de dar un significado a la vida y se malogran sus expectativas de ser felices en el futuro.
De forma general, se ha encontrado que la hostilidad emocional entre los padres, y los abusos
físicos por parte de éstos, se relacionan con las expresiones agresivas y antisociales de los hijos
(Coie y Dodge, 1998). Las agresiones físicas recibidas de los propios padres se relacionan más
con las agresiones que los niños dirigen hacia los cuidadores y otras figuras de autoridad. Mc-
Cord (1983) interpretó estas conductas como una estrategia
defensiva que reflejaba la necesidad de prevenir y protegerse
de futuros maltratos.
Finalmente, hay que considerar que, con frecuencia,
este conjunto de situaciones de riesgo coinciden con otras
muchas adversidades económicas, familiares y sociales que
se convierten en obstáculos poderosos para el desarrollo
normal de los niños (pobreza, hacinamiento, malnutrición,
falta de cuidados y de estimulación intelectual, desempleo e
inestabilidad familiar y otros).
Experiencias de violencia asociadas al contexto. Factores de riesgo y vinculación 
a grupos terroristas
No queremos terminar este capítulo sin hacer referencia a la violencia dirigida a generar terror,
ya que constituye uno de los fenómenos sociales que más están preocupando en la actualidad.
La creciente presencia de bandas violentas a las que se están incorporando jóvenes de diferentes
estratos sociales, así como la progresiva internacionalización del terrorismo, están generando
numerosos debates sobre las variablespersonales y ambientales de su origen. En este contexto,
señalaremos algunas de las experiencias que aparecen en el historial de numerosos miembros
de estas organizaciones y que, por ello, se han propuesto como factores de riesgo personal que
pueden estar incidiendo en la vinculación a grupos terroristas.
Antes de señalar los factores de riesgo asociados a la vinculación con grupos terroris-
tas, definiremos algunos conceptos tal y como se entienden en las sociedades actuales. Se
entiende por organizaciones terroristas a las agrupaciones que se caracterizan por utilizar la
violencia con el objeto de lograr el control y la presión política
(basado en Seoane, Garzón, Herrar y Garcés, 1988). En el con-
texto de los movimientos sociopolíticos, el terrorismo es defini-
do como aquéllas acciones que utilizan el terror como un medio
para alcanzar objetivos y metas políticas (Jenkins, 1981).
En las sociedades actuales, el terrorismo se asocia a las acciones
violentas realizadas por organizaciones que se encuentran fuera del
marco legal y que se definen por su oposición a las instituciones y
a las estructuras de gobierno. En este contexto, las acciones de las
organizaciones terroristas convierten a las víctimas en intermedia-
rios entre el Estado y la organización terrorista, ya que este tipo de
actos violentos no sólo sirven para expresar la confrontación, sino
porque generan entre la población quejas y reclamaciones al Estado
que pueden poner en duda su legitimidad y desestabilizar el gobierno. Este es el clima social 
propicio para el cambio buscado por la organización terrorista.
Se presentan a continuación algunos de estos factores de riesgo personal (véase de la 
Corte, 2004). Seguidamente se mencionarán correlatos sociales que envuelven el origen del 
terrorismo y que permiten concebir el proceso de agresión terrorista como un producto de la 
socialización política y social que se manifiesta ante determinadas condiciones sociales.
Respecto a la vinculación a organizaciones terroristas, los autores mencionan algunas 
experiencias personales que han aparecido en la biografía de gran parte de los terroristas 
considerados:
• Evidencia de haber sufrido problemas de falta de apoyo familiar y social.
• Una historia de conflictos familiares tempranos de diverso tipo.
• Socialización precoz, en el entorno familiar o académico, en una ideología política y una
subcultura de la violencia, e incluso haber tenido los contactos necesarios para que se
produjera el reclutamiento por parte de la organización terrorista. Estas redes sociales,
plantean los autores, fomentan una implicación progresiva en grupos, asociaciones y acti-
vidades políticas radicalizadas.
Respecto al origen del terrorismo, se han señalado las siguientes condiciones sociales po-
tencialmente instigadoras de la opción terrorista:
• El desarrollo de grupos potencialmente hostiles y agresivos es más probable en situaciones
de crisis política, identitaria y social, o por un largo proceso de deslegitimación (dirigido o
no) del orden político establecido.
• Padecer efectos traumáticos como consecuencia de este tipo de situaciones sociales: víc-
timas y espectadores de la represión y la discriminación estatal, o de la pobreza extrema,
factores psicológicos como la frustración, el odio y el deseo de venganza.
• Experimentar sentimientos y percepción de injusticia o privación relativa.
En cualquier caso, respecto a la decisión de fundar una organización terrorista, se ha encon-
trado que la condición necesaria para esta decisión es la intervención de dos tipos de criterios:
a) Los que tienen que ver con el interés personal y la eficacia de las acciones.
b) Los relacionados con valores de índole cultural, política o ideológica.
A partir de los primeros se conforman las expectativas de éxito de las acciones violentas.
Los segundos, determinan el valor que se otorga a dichas expectativas.
Factores de riesgo psicosocial. Recapitulación
En los apartados anteriores hemos señalado los factores situacionales o culturales que ocasionalmente 
pueden afectar a las manifestaciones agresivas. No obstante, algunos autores han identificado una 
constelación de factores instigadores de agresión que confluyen sobre una misma persona aumentando 
el riesgo de agresividad relativamente estable. Los vínculos familiares y los patrones de socialización, 
por un lado, pueden poner en peligro la adquisición de habilidades comportamentales, cognitivas y emo-
cionales que resulten adaptativas para afrontar el estrés y establecer vínculos afectivos. La experiencia 
de violencia en el núcleo familiar altera el desarrollo normal del niño en etapas muy críticas y amenaza 
el contexto de apoyo y cuidado que se espera proporcione la familia. Finalmente, se identifican una 
serie de factores de riesgo que pueden relacionarse con la decisión de vincularse a un grupo terrorista 
e, incluso, de fundar una organización de ese tipo.

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