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Regulación de las relaciones con el ambiente físico La identidad cumple una función importante en la organización del ambiente físico. Como se ha señalado en el Capítulo 4 (Bases ambientales del comportamiento social), una de las funciones del espacio personal es, precisamente, mantener la identidad personal. El espacio personal nos ayuda a “mostrarnos como seres independientes y distintos de los demás”. En este sentido, el espacio personal extiende nuestro “yo” más allá de nuestra piel. A ello hay que añadir que las personas tienden también a considerar los propios “territorios primarios” como una extensión de la propia identidad. Así lo pone de manifiesto la utilización de “señales que comunican claramente los límites del territorio”. En el Cuadro 29.1 se puede abarcar de manera rápida la breve síntesis que se acaba de presentar. Cuadro 29.1: La complejidad de los procesos implicados en la identidad. Qué es Características Para qué sirve Resultado de procesos cognitivos, evaluativos y emocionales (Capítulo 1) Resultado de procesos de naturaleza individual, grupal y macrosocial (Capítulo 1) Identidad social = identidad colectiva (Capítulo 24) Necesidad de una identidad social (Capítulo 24) Necesidad de una identidad social positiva (Capítulo 23) Flexibilidad de la identidad social (Capítulo 25) Regulación de la autoimagen de la persona (Capítulos 25 y 26) Regulación de la conducta dentro del propio grupo (Capítulos 6 y 8) Regulación de la conducta hacia el otro grupo (Capítulo 22) Regulación de las relaciones con el ambiente físico (Capítulo 4) Tres aportaciones innovadoras de la Teoría de la categorización del yo La Teoría de la categorización del yo surgió a finales de los años ochenta del pasado siglo como una continuación y extensión de la Teoría de la identidad social. Su papel dentro de la Psicología social ha sido importante, porque ha servido como plataforma de lanzamiento de muchas teorías psicosociales vigentes en la actualidad. En este apartado se revisarán tres de sus principales aportaciones, por su carácter innovador y el impacto que han ejercido. El proceso de despersonalización Es el proceso que tiene lugar cuando la persona se categoriza a sí misma como miembro de su grupo. Por ejemplo, cuando alguien dice: “soy alemana”. En ese momento, deja de percibirse como alguien único y diferente a todos los demás y se considera igual que el resto de personas de su grupo, equivalente a ellas e intercambiable con ellas. En otras palabras, se ve a sí misma como disciplinada, culta, rica, aficionada a los viajes, y así sucesivamente, ya que se aplica los rasgos que son estereotípicos de los alemanes Los tres niveles de categorización En las páginas iniciales del Capítulo 6 (Categorización social y construcción de las categorías sociales) se hace una exposición detallada de los tres niveles de categorización postulados por la Teoría de la categorización del yo (interpersonal, intergrupal, interespecies). También se in- dica que estos tres niveles presentan tres características fundamentales (señaladas igualmente por Simon, 2004, p. 38). La primera es que se considera que los tres niveles son funcionalmente antagónicos, es decir, cuando uno de los niveles es operativo, la actuación de los otros dos queda inhibida. Este va a ser uno de los puntos más debatidos en los últimos desarrollos de esta teoría, como se verá más adelante. La segunda es que, en el nivel intermedio (el intergrupal), lo crucial es la relevancia o ausencia de relevancia de la dimensión de comparación. Es decir, este nivel será operativo si, y sólo si, las personas piensan que la comparación que se establece tiene sentido en esa situación. Así, para un psicólogo social en un congreso de Psicología la dimensión de comparación será Psicología social frente a Psicología individual, mientras que en un congreso de psiquiatras será más bien Psicología frente a Psiquiatría. La tercera es que el contexto influye en los niveles de categorización. De aquí que un con- texto que hace saliente un grupo al que pertenece la persona active el nivel intermedio. En este caso, la persona dejará de pensar en sí misma como un ser individual e independiente y pasará a verse como miembro de un grupo e intercambiable con los otros miembros de ese grupo. Es decir, la identidad social prevalecerá sobre la personal. Ahora bien, un contexto determinado hará saliente un cierto grupo, por lo que activará una identidad social concreta e inhibirá otras (véase el ejemplo del Cuadro 29.2). Cuadro : Un ejemplo de activación de una identidad social de la persona e inhibición de otra identidad social posible. Cuando en una empresa la jefa de personal toma la decisión de despedir a un número elevado de traba- jadores, es más probable que las trabajadoras en riesgo de ser despedidas se identifiquen, ante todo, como trabajadoras. En este caso, la dimensión de comparación relevante es jefe-trabajador, mientras que mujer-varón deja de tener relevancia. El concepto de prototipo Es otra aportación de la Teoría de la categorización del yo. Expresado de un modo sencillo, el prototipo es la persona que mejor representa la posición del grupo en alguna dimensión importante para el grupo. Conviene añadir que también puede ser prototípica una idea, una actitud, o incluso un grupo (sindicato, partido político, equipo de fútbol). La posición prototípica es la que más se parece a la mantenida por los miembros del grupo y la que, a la vez, más se diferencia de la de los miembros de los otros grupos. Se calcula como la distancia media entre la persona y los miembros del exogrupo partido por la distancia media entre la persona y el resto de los miembros de su grupo. La importancia del prototipo radica en que cumple varias funciones. Para empezar, repre- senta el valor central del grupo, su posición normativa (la de mayor influencia). Es, a la vez, la base de las diferencias dentro del grupo, ya que los miembros del grupo se acer- can más o menos a esa posición y, en esa medida, son más o menos respetados e influyentes. Entre los desarrollos más sistemáticos de la Teoría de la identidad social y de la Teoría de la categorización del yo cabe citar el Modelo SIDE, propuesto fundamentalmente por Spears (2001), y el Modelo SAMI, propuesto por Simon (2004). El Modelo SIDE Este modelo, cuyas iniciales (Social Identity of Deindividuating Effects) indican que se desa- rrolló en estrecha conexión con el estudio de los efectos de desindividuación (véase el alcance de este término en el Capítulo 24 sobre comportamiento colectivo y movimientos sociales en la era global), realiza una serie de aportaciones importantes al desarrollo de las teorías de la identidad social y de la categorización del yo. La autodefinición individual Spears (2001), sin eludir el término identidad, prefiere hablar de autodefinición. También de- fiende la polaridad individual-colectiva frente a la introducida por Tajfel personal-social. En su planteamiento teórico, la autodefinición colectiva es la que surge de la comparación con otros grupos y la autodefinición individual aquella cuyo contenido depende de comparaciones sociales interpersonales (es decir, con otras personas individuales). En su opinión, induce a error la utilización (por otra parte habitual) del término identidad social para referirse al yo colectivo, es decir, el que surge de la autodefinición colectiva, ya que sugiere que no es social la autocategorización individual, la que surge de la autodefinición individual. Ocurre, sin embargo, que para la Teoría de la categorización del yo, todas las identidades están socialmente definidas, de forma que el contenido de la autodefinición está determina- do por el contexto comparativo social concreto. La mejor prueba de ello es lo que se podría denominar “reversibilidad de los atributos individuales y grupales”, expresión que alude a la imposibilidad de separar de modo tajante los atributos que puedendefinir el yo individual y los que pueden definir el yo colectivo. Spears propone el siguiente ejemplo: si alguien (un varón) quiere distinguirse de una ami- ga (y generar, de esta forma, una autodefinición individual), es muy posible que recurra a rasgos personales. Pongamos por caso que el varón en cuestión dice: “mi amiga es extravertida y yo no”. Efectivamente, en este caso el rasgo que se utiliza para la distinción es personal e idiosincrásico. Pero nada impide que esa persona siga diciendo: “además, ella es dependienta, y yo no; ella es mujer, y yo no”. Y en este segundo caso la distinción se basa en pertenencias grupales (y sigue siendo una autodefinición individual). A la reversibilidad de los atributos individuales y grupales hay que añadir el hecho de que, en ocasiones, las pertenencias grupales de una persona son tan importantes para ella que inundan, por así decir, su autodefinición individual y su vida “personal”. Se trata de casos en que una autodefinición, en principio colectiva, acaba siendo crónicamente accesible para la persona y se usa como base para la comparación, la diferenciación y la autodefinición in- dividual. Es lo que sucede con frecuencia a personas que para sus amigos y conocidos son “el profesor”, “el capitán” y similares. Es importante advertir (y esto se verá también en el Modelo SAMI propuesto por Simon) que los rasgos individuales, distintos, sin duda, de las categorías sociales, se pueden convertir ellos mismos en dimensiones de categorización social cuando el contexto lo exige (Spears, 2001, p. 184). Un ejemplo clásico es el siguiente: el rasgo inteligente es un rasgo de personalidad. Pese a ello, puede usarse, y se usa de hecho, para definir un grupo, como en un aula, cuando el maestro estratifica el grupo de clase en función de su aptitud. Algo parecido se puede aplicar al rasgo extravertido. Generalmente se utiliza para describir a personas individuales, pero a veces se habla también del grupo de extravertidos (los amantes de las fiestas). El punto importante es que la mayoría de los atributos individuales, por no decir todos, se pueden experienciar también como compartidos o sociocategoriales, de manera que sirven como base para una identidad colectiva en las condiciones sociales apropiadas. Es un mérito de Spears dar un paso adelante para intentar concretar cuáles son esas condi- ciones. Su pregunta clave es cuándo se va a producir una autodefinición individual y cuándo una colectiva, y qué efectos tendrá el que se produzca una u otra. A grandes rasgos la respuesta es que el nivel y el contenido de la autodefinición será un reflejo de la interacción entre el contexto y el perceptor. Variables personales, contextuales y el efecto de la audiencia Las variables personales (organísmicas, para Spears) de accesibilidad, conocimiento del contexto e identidad grupal, entre otras, ejercen su influjo sobre lo probable que resulta la adopción, por parte de las personas, de una perspectiva grupal o individual. A lo largo de su trayectoria vital las personas pasan por una serie de experiencias, en virtud de las cuales adquieren ciertos valores, motivaciones y aspiraciones a lograr determinadas metas. Si la experiencia de pertenecer a un grupo ha desembocado en maltrato, pongamos por caso, probablemente el deseo de pertenecer a ese grupo se reducirá. Ahora bien, si la meta a la que aspira la persona es llamar la atención sobre el maltrato que ha padecido, seguramente intentará que todos conozcan esa pertenencia. En definitiva, Spears sugiere que las variables propiamente personales e individuales in- fluyen en la autodefinición, lo que representa una innovación con respecto a las dos teorías de partida (identidad social y categorización del yo). Entre los efectos del contexto Spears distingue los que tienen que ver con una dimensión propiamente cognitiva de los que se relacionan con una dimensión estratégica. La introducción de esta última es otra de las innovaciones del modelo propuesto por este autor. Los efectos cog- nitivos del contexto son los que analizan las teorías de la identidad social y de la categorización del yo. Por lo general, son automáticos y requieren poca intervención o motivación consciente. Los efectos estratégicos tienden a ser conscientes y motivados y ocurren cuando, ante una amenaza a la identidad, surge la motivación de defenderse, de retirarse, o de disimular. Tam- bién cuando hay que elegir entre identidades o cuando se actúa delante de una audiencia ante la que la persona se siente responsable de algún modo. Un ejemplo de efecto cognitivo: el estudio de autoestima privada vs. colectiva Se medía la autoestima personal y la colectiva (véase la definición de ésta en el Capítulo 23, “Prejuicio y estigma: efectos y posibles soluciones”) de los miembros de un grupo. A los auto- res (Jetten, Branscombe y Spears, 2001) les interesaba sobre todo conocer las reacciones de los miembros periféricos, es decir, los alejados del prototipo, los menos representativos del grupo, cuando se les informaba, en unos casos, de que iban a ser prototípicos de su grupo o, en otros, de que iban a ser todavía más marginales. El pronóstico era que aquellos a los que se les había creado la expectativa de que iban a ser prototípicos mejorarían más su autoestima colectiva que la personal. Por el contrario, los que esperaban ser aún más periféricos mejorarían más su autoestima personal que la colectiva, en un intento de amortiguar el rechazo de su grupo. Esto fue lo que se encontró. No hubo ningún cambio en la autoestima de las personas cuya posición grupal permaneció constante. Según Spears (2001, p. 181), se pueden extraer de este estudio dos conclusiones. En primer lugar, existe una especie de intercambio entre el nivel personal de autoestima y el nivel colec- tivo de autoestima que corresponden, respectivamente, a los niveles individual y colectivo del yo. Es lo que en la Teoría de la categorización del yo se denomina “relación de antagonismo funcional entre los niveles”. En segundo lugar, el efecto es automático, no precisa procesa- miento consciente; es, en la terminología de Spears, “cognitivo”. Estudio sobre anonimato y grupos de identidad común y de vínculo común Los grupos de identidad común son los que interesan fundamentalmente a las teorías de la identidad social y de la categorización del yo. Ponen el énfasis, por así decir, en “el grupo dentro el individuo”, es decir, son grupos con los que la persona sabe que comparte puntos de vista y atributos comunes. Por ello, hacen saliente la identidad colectiva. El ejemplo típico sería la nacionalidad, el género o el partido político. No es necesario que una persona conozca a otra de su misma nacionalidad (género, partido político) o que interactúe con ella para que piense que las dos compartirán una serie de valores y puntos de vista. En este sentido, los grupos de identidad común no se basan en la interdependencia de quienes los componen, sino en el hecho de compartir una identidad. En cambio, de los grupos de vínculo común se podría decir que acentúan “el individuo dentro del grupo”. Son grupos con cuyos componentes la persona piensa que se va a llevar bien, porque tienen intereses comunes o porque realizan actividades que ella no podría rea- lizar estando sola. Tienden a fomentar la identidad individual. El ejemplo típico es el equipo deportivo, el club de montaña y, en general, todos los grupos que se forman para permitir a sus miembros realizar actividades en las que todos están interesados, pero que no se pueden realizar de forma aislada. En estos grupos la base es la interdependencia de medios y fines, y no el hecho de compartir la identidad. Los estudios de Postmes y Spears (1998, 2000) intentaban averiguar si en condiciones de anonimato (imposibilidad de ser descubierto si se infringe la norma) las personas actuarían de igual forma en un grupo de identidad común que en uno de vínculo común. Tal como se pronosticaba,había diferencias notables entre los dos tipos de grupo. Así, mientras en el grupo de identidad común la condición de anonimato incrementaba la saliencia de grupo y la conformidad a las normas de grupo, ocurría lo contrario en los grupos de vínculo común. En estos lo que hacía más intensa la conformidad a la norma era la condición de identificabilidad, es decir, la posibilidad de ser descubierto. El interés de este estudio es que constituye un ejemplo claro de ausencia del antagonismo funcional entre niveles que postula la Teoría de la categorización del yo. En efecto, demuestra que en los grupos de naturaleza más individual (grupos de vínculo común), la condición de identificabilidad, es decir, aquella en la que se ve a los otros miembros del grupo, sirve para fortalecer los lazos interpersonales que definen este tipo de grupo. Por tanto, un aspecto del contexto relacionado con el grupo activa aspectos del yo individual. Estudios sobre alta y baja identificación y afirmación del yo colectivo El antagonismo funcional reaparece en estos estudios (Doosje, Ellemers y Spears, 1995; Spears, Doosje y Ellemers, 1997), innovadores en la medida en que una variable de tipo personal, en con- creto, la alta o baja identificación con el grupo, desempeña un papel crucial. El punto de partida es la tensión que surge entre el yo individual y el colectivo ante una amenaza a la identidad. La forma en que se responde a esta amenaza está estrechamente relacionada con lo que Spears denomina inversión anterior en los niveles de autodefinición. Es decir, las personas que hayan dedicado la mayor parte de sus esfuerzos a desarrollarse personalmente como individuos responderán de forma muy diferente a las que se hayan orientado más bien hacia las aportaciones al grupo. En los estudios citados, las amenazas a la identidad se referían fundamentalmente al es- tatus y la distintividad del propio grupo. La respuesta habitual de los participantes bajos en identificación a la amenaza era el intento de distanciarse del grupo en modos diversos. En cambio, ante esa misma amenaza, los altos cerraban filas con el grupo y afirmaban su yo colectivo. Un resultado complementario es muy ilustrativo: los altos en identificación tendían a diferenciar el endogrupo del exogrupo más que los bajos en la condición de amenaza grupal, y especialmente en la dimensión estereotípica negativa del endogrupo. En otras palabras, afir- maban su yo colectivo aun a costa de una autoimagen negativa. La conclusión general de estos estudios es que la amenaza a la identidad introduce una cuña entre el yo individual y el colectivo. La respuesta a la amenaza depende de que la persona otorgue prioridad a su yo individual o a su yo colectivo. Efecto estratégico del contexto: la influencia de la audiencia Si los participantes en un estudio son conscientes de que hay una audiencia que va a conocer su conducta, activan las estrategias para presentar su yo colectivo. En el estudio de referencia (Postmes, Branscombe, Spears y Young, 1999), todos los participantes eran varones y tenían que manifestar su opinión sobre los privilegios o desventajas de los hombres con respecto a las mujeres. Se informaba a la mitad de ellos de que la investigación en la que participaban se realizaba en nombre de una publicación feminista, y a la otra mitad de que se hacía por encargo de una publicación de carácter conservador orientada a lectores masculinos. Los participantes bajos en identificación, en la condición “publicación feminista”, adap- taban su conducta para adecuarse a las expectativas de la audiencia. En concreto, disminuían sus quejas por las desventajas masculinas. Vale la pena resaltar que este resultado pone de manifiesto que la conciencia del yo colectivo, y la forma en que se supone que este es percibido por la audiencia colectiva, se usó para servir a fines individuales. En cambio, en esta misma condición, los altos en identificación no modificaban sus respuestas, lo que equivale a la afir- mación de su yo colectivo. El Modelo SAMI Bernd Simon Universidad Christian-Albrechts en Kiel (Alemania) Simon (2004), al igual que Spears, y por las mismas razones, prefiere la polaridad indivi- dual-colectiva a la personal-social y utiliza de manera intercambiable los términos identidad y yo (véase Cuadro 29.3). El modelo que propone (SAMI, A Self-Aspects Model of Identity) intenta ser innovador en el ámbito de investigación de la identidad social y, a la vez, integrador. El carácter integrador del Modelo SAMI se manifiesta en que: • Combina los conceptos de las teorías de la identidad social y de la categorización del yo con los de la Cognición social. • Presta una atención especial al estudio de la otra cara de la identidad, la individual, oscu- recida en las teorías originales. • Amplía la definición de la individualidad (no sólo distinción, sino también independencia), • Además de tener en cuenta las variables del contexto, explora las variables personales capa- ces de influir en la identidad individual y colectiva. • Analiza las funciones de la identidad. • Sitúa históricamente el desarrollo de la identidad individual y colectiva. Cuadro 29.3: Uso de los términos “yo” e “identidad”. • El término yo se usa, por lo general, en la literatura de Cognición social, en la que el acento se pone en el concepto de yo como representación cognitiva. • El término identidad se utiliza con preferencia en las perspectivas que ponen el acento en el contexto socioestructural. • El enfoque integrador SAMI recoge los dos términos. Fuente: Simon (2004, p. 49). Simon concede una importancia crucial al proceso de autointerpretación. Lo define como “un proceso socio-cognitivo, por medio del cual las personas dan coherencia y sentido a sus propias experiencias, es decir, a sus relaciones con el contexto físico y social.” (2004, p. 45). La autointerpretación es la base de la comprensión que las personas tienen de sí mismas, es decir, de su identidad, y ésta, a su vez, influye en sus percepciones y en su conducta. Los aspectos del yo Los aspectos del yo son los elementos que conforman la autointerpretación. Se trata de un concepto original de Linville (1985), autor destacado del campo de la Cog- nición social. Se define como una categoría cognitiva que sirve para procesar y organizar la información y el conocimiento sobre uno mismo y que se caracteriza por su gran amplitud, ya que puede incluir, entre otros, características o rasgos psicológicos generalizados (extraverti- do), rasgos físicos, (alto, rubio), roles o papeles sociales (médico, asesor financiero), capacida- des (oído para la música), gustos (preferencia por la comida china), actitudes (actitud favorable hacia las actividades al aire libre), conductas (práctica del alpinismo) y pertenencias grupales o categoriales explícitas (pertenencia a una ONG). La saliencia y la cronicidad de los aspectos del yo afectan a la autointerpretación. La saliencia depende del contexto situacional inmediato. Por ejemplo, el aspecto del yo “tí- mido” seguramente será más saliente en la autointerpretación en una fiesta que en una reunión familiar. La cronicidad es función de la importancia personal y/o de la invarianza sociocontextual. Es decir, si la timidez ha sido causa de graves problemas para una perso- na en su niñez, es probable que adquiera una gran importancia personal para ella, por lo que se puede pronosticar que será un aspecto del yo saliente en muchas situaciones de su vida adulta (e inf luirá poderosamente en la autointerpretación que esa persona haga de sí misma). Y si alguien es excluido de la sociedad por su pertenencia grupal (el caso de los judíos en la Alemania nazi durante la II Guerra Mundial y su confinamiento en campos de concentración), es muy probable que la causa de la exclusión (en este caso, el hecho de ser judío) se convierta en un aspecto del yo saliente mientras dure la exclusión (en el ejemplo propuesto, durante su confinamiento).Sería un error, sin embargo, advierte Simon, concluir que los aspectos del yo son estructu- ras cognitivas rígidas. Todo lo contrario. En muchas ocasiones también se construyen “sobre la marcha” en la memoria de trabajo a partir de información específica saliente en la situación concreta y del conocimiento más general que se obtiene de la memoria a largo plazo. Identidad individual e identidad colectiva Simon (2004, p. 49) define la identidad colectiva como una autointerpretación centrada en un aspecto del yo socialmente compartido. Se basa primordialmente en un único aspecto del yo que la persona comparte con otras personas, pero no con todas, en un contexto social relevante. La característica fundamental de la identidad colectiva es su unidimensionalidad. Esto quiere decir que cuando alguien afirma, por ejemplo, “ante todo, y sobre todo, soy cris- tiano (o musulmán, o militar)”, las diferencias interindividuales en otras dimensiones de los aspectos del yo son irrelevantes, y la intercambiabilidad o semejanza de uno con las otras personas que comparten el mismo aspecto del yo pasa a formar parte del telón de fondo psicológico. La razón es que el proceso psicológico crítico que subyace a la identidad colectiva es el proceso de centrar o focalizar la autointerpretación en un único aspecto del yo socialmente compartido. Lo anterior no implica que otros aspectos del yo estén ausentes en la identidad colectiva, sino más bien que, cuando existen, se trata de aspectos del yo adicionales, es decir, secunda- rios, en el sentido de que vienen exigidos o están implicados por el aspecto del yo focal. En un ejemplo de un apartado anterior se vio que cuando una persona se define como “alemana” (rasgo focal), también se ve a sí misma como disciplinada, culta, rica, aficionada a los viajes, entre otros rasgos estereotípicos de los alemanes y, por tanto, secundarios, ya que se despren- den del rasgo focal (“alemana”), que es el que define su identidad colectiva. Una persona puede tener muchas identidades colectivas, en la medida en que cualquier persona tiene múltiples aspectos del yo socialmente compartidos. Simon (2004, p. 50) ad- vierte que esto es algo que ya señaló William James al afirmar que “una persona tiene tantos “yos” sociales diferentes como grupos distintos de personas cuya opinión tiene en cuenta o le importan”. La identidad individual es, para Simon (2004, p. 50), la autointerpretación basada en una configuración compleja de aspectos del yo diferentes y no redundantes; por ejemplo, soy mujer, cristiana, de pelo negro, aficionada a la música y a la cocina francesa, abogada, y así sucesivamente. La característica más acusada de la identidad individual es la exclusividad. De hecho, un conjunto o configuración suficientemente amplia de los aspectos del yo no redundantes dará lugar a una identidad social pronunciada y exclusiva, de modo que la probabilidad de que otra persona posea un conjunto idéntico de aspectos del yo resultará bastante improbable. La identidad individual va estrechamente unida a la independencia. La existencia de muchos aspectos del yo diferentes es una garantía de variabilidad, f lexibilidad y, en última instancia, de independencia psicológica. Una persona madre de familia numerosa y, a la vez, académica de la Real Academia de la Historia, dependerá menos de la aprobación de sus compañeros de Academia si, como es probable, tiene acceso a una fuente alternativa de autoevaluación o autoestima positiva en su círculo familiar. En general, la persona que tiene disponibles para su autointerpretación un número elevado de aspectos del yo tendrá una mayor capacidad de elección y, por tanto, su dependencia con respecto a cada uno de los aspectos del yo para la satisfacción psicológica de las necesidades será menor. La conclusión que extrae Simon (2004, p. 51) de lo anterior es que hay, al menos, dos com- ponentes de la identidad individual: la autointerpretación como un individuo distinto (esto es algo en lo que, desde el principio, han insistido las teorías de la identidad social y de la categorización del yo) y la autointerpretación como un individuo independiente (esta es una aportación innovadora de Simon). Los dos componentes están relacionados entre sí. La identidad individual tiene el mismo carácter social que la colectiva. Los aspectos del yo no son facetas absolutas de mónadas aisladas, sino facetas relacionales de seres humanos interdependientes. Son productos sociales que adquieren significado en la interacción social. Además, la identidad individual, al igual que la colectiva, tiene su origen en condiciones socia- les concretas y se apoya en ellas. Las dos (individual y colectiva) funcionan como mediadoras entre estas condiciones y las percepciones y conductas sociales de las personas. En resumen, por lo que respecta a su contenido, su origen y su función. la identidad individual es tan social como la colectiva, Por eso, aunque a primera vista se diría que una persona tiene sólo un conjunto único de aspectos del yo y una sola identidad individual, lo cierto es que en nuevas situaciones se pueden construir nuevos aspectos del yo y, en situaciones diferentes, se pueden procesar y usar para la autointerpretación diferentes subconjuntos o combinaciones de aspectos del yo. Un resumen del enfoque de Simon sobre las diferencias y parecidos entre la identidad co- lectiva y la individual se presenta en el Cuadro 29.4. Cuadro : Diferencias y parecidos entre la identidad colectiva y la individual. Identidad colectiva Identidad individual Definición Autointerpretación centrada en un aspecto del yo socialmente compartido Autointerpretación basada en una configuración compleja de aspectos del yo diferentes y no redundantes Características Unidimensionalidad Exclusividad (individuo distinto) Independencia Número Existen múltiples identidades colectivas Existen múltiples identidades individuales Origen Condiciones sociales concretas Función Median entre las condiciones sociales en las que se originan y las percepciones y conductas sociales de las personas Fuente: Simon (2004). El cuadro que se presenta a continuación completa el alcance del Cuadro 29.4. Cuadro : No sólo antagonismo. Desde la perspectiva de las teorías de la identidad social y de la categorización del yo, la identidad colectiva y la individual se ven como antagonistas. Simon (2004) cree, en cambio, que la relación que existe entre estos dos tipos de identidad es más compleja de lo que sugiere un simple antagonismo. Para empezar, un aspecto del yo (alemana) puede sentar la base de la identidad colectiva de una persona en un momento dado, cuando la persona afirma: “soy alemana”. Pero ese mismo aspecto, en otro momento, puede contribuir, al lado de otros aspectos del yo, a la propia identidad individual. Es lo que sucede cuando la persona afirma: soy alemana, joven, luterana, de pelo negro, aficionada a la música, la cocina francesa y los viajes y abogada. Es decir, los aspectos del yo cumplen una función dual, lo que les permite articular la identidad indivi- dual y la colectiva y reforzarlas mutuamente. Esto es lo que se muestra a continuación: • Identidad individual: reserva de identidades colectivas La identidad individual recoge los sedimentos de identidades colectivas que la persona ha experimentado en el pasado (algo así como sus huellas). Conviene recordar que la mayor parte de los aspectos del yo pueden sentar la base de una identidad colectiva. Por tanto, la identidad individual es una reserva de posibles identidades colectivas, tanto experimentadas con anterioridad como todavía por experimentar. • Identidad colectiva: fuente de la independencia individual La multiplicidad y diversidad de las identidades colectivas de una persona conforman un sistema complejo de coordenadas o aspectos del yo sociales. Son esas coordenadas las que permiten a la persona ubicarse socialmente, por lo que facilitan que se vea a sí misma como un individuodistinto e independiente. Fuente: Simon (2004). Variables de la persona Las variables de la persona pueden llegar a ser antecedentes poderosos de la identidad indivi- dual y colectiva. Cada persona, a lo largo de su vida, tiene experiencias vitales muy singulares, por lo que serán diferentes: • El número de aspectos del yo que cada persona tiene disponibles para la autointerpreta- ción, lo que, en el Modelo SAMI, se conoce como “complejidad”. • La “importancia personal o subjetiva” y la “valencia” de esos aspectos del yo (véase Simon, 2004, p. 73). Importancia personal y valencia de los aspectos del yo La identidad colectiva descansa, como ya se ha señalado, sobre una autointerpretación fo- calizada, es decir, concentrada en un solo aspecto del yo. En cambio, la identidad individual surge de una autointerpretación compleja o desconcentrada, dicho de otra forma, de una combinación de aspectos del yo diferentes y no redundantes. Por tanto, los factores o variables que activan el proceso de concentración fomentarán la identidad colectiva y los que activan la descentración favorecerán, en cambio, la identidad individual. Véase el Cuadro 29.6. Cuadro 29.6: Identidad colectiva como función de la importancia personal y la valencia. La importancia personal de los aspectos del yo favorece el proceso de concentración porque atrae la atención de la persona y ocupa el primer plano psicológico durante la autointerpretación. A la inversa, un aspecto del yo de escasa o nula importancia hará que la persona recurra a otros aspectos del yo adicionales en la autointerpretación y hará que esta se base en la identidad individual. Por lo general, las autoevaluaciones positivas se prefieren a las negativas. En consecuencia, lo más probable es que las personas se centren en un aspecto del yo de valencia positiva. Si no les queda más remedio que prestar atención a algún aspecto del yo negativo, dado que esto produce aversión, tenderán a incorporar as- pectos del yo adicionales a la autointerpretación, de manera que esta se basará en la identidad individual. Fuente: Simon (2004, p. 76). En consecuencia, la elevada importancia personal y la valencia positiva de los aspectos del yo facilitarán la construcción de la identidad colectiva. Así lo demuestra el trabajo de Simon y Hastedt (1999). La tendencia general a preferir las autoevaluaciones positivas no excluye la posibilidad de algunas excepciones. De hecho, estas se han documentado en diversos estudios. Por ejemplo, en un apartado anterior de este mismo capítulo, titulado “Estudios sobre alta y baja identifi- cación y afirmación del yo colectivo”, al resumir el trabajo realizado por Doosje, Ellemers y Spears (1995) y por Spears, Doosje y Ellemers (1997), se señaló que uno de los resultados de interés era que los participantes altos en identificación afirmaban su yo colectivo aun a costa de tener que aceptar una autoimagen negativa. Pero esta y otras excepciones no contradicen la tendencia general que Simon pone de manifiesto, ya que la identidad cumple varias funciones (véase un apartado posterior de este mismo capítulo) y, en ocasiones, es más importante la “distintividad” o la “agencia” que la positividad (valencia positiva). Complejidad del yo Simon y Kampmeier (2001) investigaron el impacto de la complejidad como variable personal. A diferencia de lo que sucedía con la importancia de los aspectos del yo y con la valencia, de la complejidad elevada del yo cabe esperar que: • Fomente la autointerpretación en función de muchos aspectos del yo diferentes. • Al mismo tiempo, impida la concentración de la autointerpretación en un solo aspecto del yo, lo que bloquearía el proceso crítico que subyace a la identidad colectiva. Se diría, por tanto, que la complejidad elevada del yo promueve la identidad individual. De forma complementaria, la autointerpretación de las personas de baja complejidad del yo debería estar basada en la identidad colectiva. Sin embargo, no es así, a causa del énfasis de mu- chas e importantes sociedades contemporáneas en la identidad individual, que se presenta como un valor cultural deseable y como una meta a la que todas las personas deben aspirar. Por eso, las personas de baja complejidad del yo estarán motivadas para salvaguardar su individualidad. Lo anterior da lugar a una paradoja: • En los casos de complejidad del yo alta, es improbable la construcción de la identidad colecti- va por la falta de ajuste yo-categorías sociales; la identidad individual surge entonces como la que mejor encaja; desde una perspectiva estrictamente cognitiva, por tanto, habría que pro- nosticar que a la complejidad del yo alta le debería corresponder una identidad individual. • En los casos de complejidad del yo baja, también es improbable la construcción de la iden- tidad colectiva, si bien por una razón diferente, en concreto, su carácter de motivación aversiva; así pues, de nuevo la identidad individual se revela como la más atractiva en este caso, aunque ahora desde una perspectiva diferente, la motivacional. La solución a la paradoja anterior está en el nivel medio de complejidad del yo. Este es el más apropiado para la identidad colectiva y el menos apropiado para la individual porque: • No son excesivamente bajos ni el ajuste sociocategorial ni la motivación o disposición a la construcción de una identidad colectiva. • Las exigencias que plantean el ajuste, por un lado, y los factores motivacionales, por otro, no son lo suficientemente fuertes para la construcción de una identidad individual. En el trabajo de Simon y Hastedt (1999), de hecho, los participantes con complejidad me- dia mostraban una tendencia significativamente más fuerte a la construcción de la identidad colectiva que las otras dos submuestras (complejidad alta y baja), aunque sólo cuando los aspectos del yo eran positivos. Sin embargo, cuando estos aspectos eran negativos, la identidad individual parecía la elec- ción preferida, independientemente de la complejidad del yo. No había diferencia entre las tres submuestras. Al parecer, los participantes con aspectos del yo negativos estaban demasiado preocupados por las implicaciones negativas de la evaluación del yo de forma que la construc- ción de la identidad colectiva resultaba aversiva, independientemente de la complejidad. En conclusión, un nivel medio de complejidad del yo parece el más conducente a la identi- dad colectiva, al menos si la identidad se basa en un aspecto positivo del yo. Variables del contexto social Ya se ha señalado, en el Capítulo 1 de este manual (Definición de la Psicología Social), la im- portancia del contexto social en la construcción de la identidad, y, en un apartado anterior de este capítulo, se ha mostrado el papel relevante de las variables de contexto en el Modelo SIDE de Spears (2001). De igual manera, para Simon (2004, pp. 82-86), en la autointerpretación y en la construcción de la identidad, al contexto social le corresponde un papel complementario de las variables personales. Una aportación innovadora de Simon es la distinción entre el nivel macro del contexto y sus niveles intermedios. El primero (macro) se refiere al hecho de que, en las sociedades occidentales modernas, el clima social general tiende a favorecer la identidad individual frente a la identidad colectiva, lo que se analizará en un apartado posterior de este mismo capítulo (Desarrollo histórico de la identidad individual y colectiva). Por lo que se refiere al nivel intermedio del contexto, Simon destaca dos de sus facetas que influyen en la construcción de las identidades individuales y colectivas: la valencia de los aspectos del yo y su frecuencia y significado. Valencia dependiente del contexto de los aspectos del yo Diferentes circunstancias pueden otorgar una cierta valencia a un aspecto concreto del yo. El ejemplo de Simon es ilustrativo: ser alemán probablemente tendrá valencia positiva en una convención de fabricantes de automóviles, pero es seguroque su valencia será negativa en un contexto en el que se conmemore el Holocausto judío de la II Guerra Mundial provocado por la Alemania nazi. Por tanto, el primer contexto (convención automovilística) llevaría a una autointerpretación concentrada (identidad colectiva como alemán) y el segundo (conmemo- ración del Holocausto) a resaltar aspectos del yo adicionales para evitar o diluir implicaciones negativas para la autoevaluación (identidad individual). El estudio de Simon, Pantaleo y Mummendey (1995) utilizó, en una muestra de participantes de diez nacionalidades diferentes, como medida de identidad colectiva la asimilación yo-endo- grupo (estimaciones de las semejanzas yo-endogrupo menos (–) estimaciones de las diferencias yo-endogrupo). Encontró que esta medida era significativamente menor en la condición de va- lencia negativa (en la que se pedía a los participantes que escribiesen una lista de rasgos negativos de su país) que en la de valencia positiva (los rasgos que se les solicitaba eran positivos). Otro resultado de interés era que los participantes de nacionalidad alemana generalmente mostraban una asimilación yo-endogrupo significativamente menor que los participantes no alemanes. Según los autores, hay, al menos, dos razones que podrían explicar este resultado: • A diferencia de los participantes alemanes, los no alemanes se encontraban fuera de su país (el estudio se realizaba en Alemania) y, por tanto, en una posición de minoría numérica durante la investigación. Eso quiere decir que la nacionalidad era un aspecto del yo poco frecuente y, por tanto, capaz de captar la atención en los participantes no alemanes.
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