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c 0 0) (6 £ 9 75 (6 T5 ^ 5 > • III .- ••• ^ ^ ^ — — ^ ^ • _ _ _ _ _ _ . , •—^ | # i " T T R s a l # r V ^B U 1 A- - ^ B "BT i i %r terpretacion de la fe aportaciones a una teología hermenéutica y crítica VERDAD E IMAGEN 35 EDWAKD SCHILLEBEECKX INTERPRETACIÓN DE LA FE APORTACIONES A UNA TEOLOGÍA HERMENÉUTICA Y CRÍTICA EDICIONES SIGÚEME Apartado 332 S A L A M A N C A 1973 Tradujo JOSÉ M. MAULEÓN sobre la edición alemana Glaubensinterpretaíion Beitrage zu einer hermeneutiscben und kritischen Theologie Traducción revisada y aprobada por el autor Uitgeverij H. Nelissen N. V., 1972 © Ediciones Sígneme, 1973 ISBN 84-301-0514-X Es propiedad Vrinted iti Spain Depósito Legal: B. 21701-1973 - Altes, s. i . , Caballera, 87, Batcelona-15 CONTENIDO Introducción , . . . . . . , 9 I. LA INTERPRETACIÓN DE LA FE Y SUS CRITE- RIOS 13 1. Presupuesto general: el contexto experiencial y el valor doxológico del habla creyente 15 2. Análisis del lenguaje, hermenéutica y teología . . 25 3. Criterios teológicos. La «fe recta», sus incertidum- bres y sus criterios 65 4. El criterio de correlación. Respuesta cristiana a una pregunta humana 115 II. DE CAMINO HACIA UNA AMPLIACIÓN CRITI- CA DE LA HERMENÉUTICA 155 5. La teología hermenéutica en correlación con una crítica de la sociedad 159 índice de materias 239 índice general . . . . . 243 INTRODUCCIÓN Las aportaciones siguientes versan, todas ellas, en tor- no a esta cuestión: ¿de dónde sabemos, en definitiva, que una reinterpretación actualizadora del mensaje cristiano o de cualquiera de los antiguos dogmas, el del pecado origi- nal, por ejemplo (concilios de Orange y Trento), o la doc- trina de las «dos naturalezas» (concilio de Calcedonia), se corresponde efectivamente con el evangelio y es, en este sentido, «ortodoxa»? Lo que intento con las aportaciones siguientes es mos- trar que la cuestión no puede resolverse puramente de un modo teórico, por mucho que en ello hayan de bara- jarse también momentos teóricos de la fe. Además: de igual modo a como ocurre con el contenido de la fe, así también la continuidad en la fe —que antes se trataba, sobre todo, como «evolución del dogma», y ahora, en cam- bio, se la considera la mayoría de las veces centrada en tomo a la cuestión de si una reinterpretación determinada sea una actualización acorde con él evangelio— es en defi- nitiva objeto de la fe, y no de una verificación teórica: por- que esta continuidad o es la fe misma en actualización para el hoy, o, si no, el desconocimiento de esta fe. La continui- dad, o dicho de otra manera, la corrección de esta teología actualizadora no puede ser ostentada de un modo pura- mente teórico, históricamente perentorio o lógicamente conclusivo1. 1 Véase Revelación y teología, Salamanca 2 1969, 63-87 (evolución del dog- ma). Ya allí, siguiendo una sugerencia de M. Blondel, preferí hablar de «evolución de la tradición», y no tanto de evolución del dogma, porque esta evolución no es puramente de índole teórica. 10 INTRODUCCIÓN Por otra parte, no es el teólogo, sino la comunidad de los creyentes y, dentro de ella, el fiel como creyente, quien «actualiza» la revelación, al prestar su fe precisamente aquí y ahora, en el año 1973, y al apropiarse personalmente aquí y ahora la revelación cristiana. La fe actual trae la revelación al saeculum del siglo XX; la revelación única- mente se actualiza en el acto mismo «secularizador» de la fe y a través de él, el cual es un acto que se lleva a cabo aquí y ahora, y, por lo mismo, se halla sujeto a las condiciones de la modernidad crítica de hoy. ¿Cómo, si no, una definición de fe podría ser realmente «dogma» — expresión oficial de la revelación cristiana — pasados ya algunos siglos del acontecimiento revelador de Cristo, en el siglo V por ejemplo (Calcedonia), a no ser en virtud de la «secularización», es decir, mediante el he- cho de que el acontecer de la revelación de Cristo fuera trasladado d saeculum de entonces? El presente mismo en- tra, pues, en funciones cuando se trata de la apropiación comprensiva de la revelación. Este acto apropiador y, por lo mismo, actualizador de la fe es justamente el acto de fe. Y respecto a dicho acto, es la fe y nada más que ella la que constituye el único criterio, así como él «porqué» de la fe no es tampoco un saber sino un creer, nunca sondeable de modo racional en todo su fondo. El creyente, por tanto, es un hombre que piensa y un hombre que se encuentra dentro de la historia. Su fe «da que pensar». Ni teórica ni prácticamente podrá él aducir criterios racionales perentorios en favor del por qué de su fe, así como tampoco de lo correcto de una interpreta- ción actualizadora de esta fe. Pero eso no implica en modo alguno que su fe sea arbitraria, ni que sea arbitrario él que «interprete de nuevo». También en lo racional cuenta con fundamentos y criterios inteligibles en pro de su fe. Ya de por sí, esto incluye que, en él plano de la reflexión, que es en el que el creyente se cerciora sobre el porqué de INTRODUCCIÓN 11 su fe o sobre lo correcto de una interpretación teológica actualizadora, esté el creyente referido tan sólo a una con- vergencia de criterios diversos, en sí no suficientes. Ni cada uno de los criterios en sí, ni la suma de todos ellos, arroja él resultado total en una verificación apodíctica. Pero si la fe se da dentro del personal sentido'de fe criticado o afir- mado por la comunidad creyente, es decir, dentro de la afirmación de una «nueva» interpretación llevada a cabo por la comunidad creyente y en la forma como es presen- tada por el magisterio eclesiástico, contamos sin embargo con criterios suficientes, si bien racionalmente falibles to- mados en particular: criterios de índole lógica y lingüís- tica (guiados por procedimientos filológico-históricos y exegéticos cada vez más avanzados, que aplicamos tanto al habla magistral de la iglesia cuanto a la forma de hablar de la Biblia), criterios de índole hermenéutica general, criterios que se nos dan en la típica relación proporcional, que tienen por auténtico interpretandum diversos modelos de interpretación de la Escritura que nos ha sido trasmi- tida y de su tradición, y criterios en fin que, en una apli- cación creyente, ponen incluso de manifiesto la continui- dad con la inspiración evangélica. Pero, previamente a todo este proceso de verifica- ción, creo que se encuentra una consideración doble: por una parte, el contexto experiencial de todos nuestros con- ceptos de fe, y por otra, el conocimiento de que cada confesión de la fe, y por tanto cada interpretación actuali- zadora de la fe en acuerdo con el evangelio, posee prima- riamente un carácter doxológico. I La interpretación de la fe y sus criterios 1 PRESUPUESTO GENERAL: EL CONTEXTO EXPERIENCIAL Y EL VALOR DOXOLÓGICO DEL HABLA CREYENTE * i LA RELACIÓN CON LOS CONTENIDOS EXPERIENCIALES VIVENCIADOS, COMO CRITERIO DEL SIGNIFICADO DE LAS INTERPRETACIONES TEOLÓGICAS En lo que afecta al significado del contenido tradi- cional de la fe, la crisis que está dándose en las dife- rentes iglesias muestra claramente que el principio fun- damental que determinados «círculos de análisis del lenguaje» aplican, o sea el de «language-meaning is use» — el significado del lenguaje lo determina el juego lin- güístico, o el ámbito en que dicho lenguaje es usado — no es un principio suficiente. Aceptado ya un determi- nado juego lingüístico, puede, dentro del mismo, adu- cirse criterios internos en favor de un uso inteligible del lenguaje. La «crisis de fe» en las diversas iglesias * Este capítulo, con sus dos partes, no ha sido publicado hasta ahora; per- tenecía a la introducción del capítulo «Criterios teológicos», tal como fue reelabo- rado a modo de conferencia para unas clases como proiesor invitado en la univer- sidad de Oxford (mayo 1970). 16 CRITERIOS DE INTERPRETACIÓN DE LA PEmuestra, sin embargo, claramente el punto flaco de este método de verificación (siendo como es ya él mismo una corrección frente al antiguo principio de verificación). Porque por todas partes cabe constatar que el uso del lenguaje eclesiástico es entendido cada vez menos por sus propios hablantes, es decir, por los fieles mismos. El juego del lenguaje eclesiástico ha venido a hacerse problemático precisamente para los fieles. Quien inspec- cione las causas de esto, llegará a percatarse de que una de ellas consiste indudablemente en el hecho de que el lenguaje eclesiástico es experimentado como «carente de sentido» en la medida en que, sea como fuere, no con- tiene ya ninguna referencia perceptible a las experien- cias reales vividas en el mundo. Por mucho que, dentro de un determinado juego lingüístico, sigan siendo váli- dos los criterios lingüísticos y lógicos1 en orden a de- terminar un uso significativo del lenguaje, sin embargo, los símbolos del lenguaje sólo tienen sentido y signi- ficado para nosotros en el caso de que tematicen aspectos de la vida de nuestra experiencia cotidiana. El lenguaje sólo comunica sentido cuando articula una experiencia compartida por la comunidad. El análisis más reciente del lenguaje2 está de acuerdo, a este respecto, con la concepción ya anterior de Merleau-Ponty: los símbolos del lenguaje (o el lenguaje) poseen significado en virtud de su referencia a las experiencias vividas3. Responder a la pregunta de si un enunciado tiene sentido o es inteligible, significa pues en primera línea responder a la pregunta sobre a qué ámbito de una expe- 1 Véase el capítulo 2: «Análisis del lenguaje, hermenéutica y teología». 2 Véase, entre otros, D. HiGH, Language, persons and beliej, New York 1967. Véase también New essays on religious languagCj publicado por D. HiGH, New York 1969. 3 Cómo esto, en sentido amplio, se ponga de manifiesto incluso en los juegos lingüísticos formalizados — como, por ejemplo, la lógica y la matemática — no necesito explicarlo aquí. EXPERIENCIA Y VALOR DEL HABLA CREYENTE 17 riencia compartida por todos o por muchos se lo ponga en lenguaje con dicho enunciado. En la cuestión del sentido, la correcta aplicación de las reglas lógicas y lingüísticas del juego lingüístico propio sólo detenta una posición de segundo orden. La crisis del uso del len- guaje eclesiástico en los símbolos de la fe, en la litur- gia, la catequesis y la teología, pone pues de relieve el hecho de que, para los fieles, este lenguaje ha per- dido su referencia al actual trato significativo con la realidad. Así, por ejemplo, palabras como «redención», «justificación», «resurrección» y «reconciliación» han per- dido su sentido porque, en estos conceptos-clave, los fieles no ven ya ninguna referencia a su experiencia propia, la cual, por otra parte, es ahora tematizada en otros conceptos distintos, conceptos, concretamente, que se hallan dentro del ámbito para ellos familiar de la vida político-social y de las relaciones humanas. Puesto que verdadero o falso únicamente puede serlo un enunciado con sentido, la cuestión acerca del sentido precederá a la cuestión sobre la validez y la verdad, por mucho que ambas estén efectivamente vinculadas entre sí. La consecuencia inevitable es la de que, si no se percibe ya esta relación con la experiencia propia, tam- poco se prestará oídos a lo que los cristianos tengan que decir cuando empiezan a hablar de redención, resurrec- ción y reconciliación. La «fórmula de moda» típica ex- presa esto —sin reflexionar más— con las palabras: «no me dice nada», «me deja frío». En conceptos más reflejos, eso significa: espontáneamente no ven en rea- lidad ninguna relación entre su experiencia cotidiana y el enunciado teológico, y entonces, respecto a esta cla- se de enunciados teológicos, no se considera ya que deba abordárselos seriamente. Puede que ésta sea una conclusión demasiado precipitada; pero antes que nada deberá pensarse si el hablar teológico estaba formula- 2 18 CRITERIOS DE INTERPRETACIÓN DE LA FE do de modo tal que, en él, se le hacía hablar efectiva- mente a la experiencia humana. La falta, quizá, radica más en el «hablante teológico» que en el oyente enca- rado a una determinada experiencia. Por eso, al hablar dogmático y teológico debe con- trastárselo sistemáticamente a tenor de una hermenéutica de la experiencia, antes de comenzar (al menos temá- ticamente) con una hermenéutica de la tradición cris- tiana; porque no es seguro, ni con mucho, que en la autocomprensión de la experiencia cristiana —la cual constituye una parte indescartable de esta experiencia — se expresen todos los aspectos reales de la experiencia. Si a la teología cristiana se la designa con razón como la continuación actualizadora de la historia de la inter- pretación cristiana, esta actualización habrá de exigir en primer lugar (al menos, una vez que no podemos confiarnos ya al hecho de que nuestros oyentes son de «raigambre católica») una investigación crítica sobre los presupuestos de la opción fundamental de la vida cris- tiana. Ya sólo en orden a que, para nosotros, tenga un sentido de inteligibilidad —en orden a que sea efecti- vamente el presupuesto para poder entregarse a ello en la fe— todo lo que en la interpretación eclesiástica de la fe se dice y atestigua acerca de Jesús de Nazaret, tiene que poseer una clara referencia a nuestras expe- riencias cotidianas con los demás hombres en el mun- do. Si la conexión entre la fe cristiana y el contexto de nuestra experiencia mundana se quiebra, todo ello — cualquiera que siga siendo el contenido propio de esta fe— se habrá hecho ininteligible, y la decisión a favor o en contra del cristianismo ni siquiera entrará ya en cuestión: se la dejará de lado, como a todas las co- sas ininteligibles; no son lo suficientemente relevantes como para reflexionar más de cerca sobre ellas. Si, por ejemplo, el hablar eclesiástico acerca de Jesucristo fuese EXPERIENCIA Y VALOR DEL HABLA CREYENTE 19 sólo inteligible dentro de los límites del uso del len- guaje eclesiástico, tomando a éste como un todo con- sistente y coherente dentro de los usuarios del lenguaje eclesiástico, y por otra parte, en cambio, no pudiese de ninguna forma constatarse con claridad cuál es la refe- rencia de este juego lingüístico a la experiencia de la vida cotidiana, dicho hablar no sólo perdería toda fuerza proselitista, ininteligible ya como lo sería para los no- cristianos, sino que a la larga se haría también proble- mático para los creyentes mismos. El presupuesto fundamental de toda interpretación actualizadora de la fe, ortodoxa y acorde con el evange- lio, consiste, por tanto, en que esa interpretación tenga sentido; lo cual significa: que reproduzca experiencias realmente humanas. El lenguaje teológico poseerá sen- tido únicamente en el caso de que, de una u otra forma, tematice la experiencia, iluminándola, aclarándola (aun cuando esta experiencia no coincida con dicha temati- zación); y, viceversa, la experiencia de nuestro existir en el mundo es la que debe conferir sentido y realidad a nuestro hablar teológico. Si este presupuesto no se cumple, o dicho de otra manera, si en nuestro lenguaje teológico de la fe no se le da expresión a la experien- cia, este lenguaje será carente de sentido, y la cuestión ulterior de si una interpretación nueva sea «ortodoxa» o «herética» será ya a priori una cuestión superflua. Entiéndaseme correctamente: de ningún modo digo que el sentido cristiano de la resurrección de Jesús, por ejemplo, y el sentido redentor de su vida puedan de- ducirse de nuestras experiencias humanas. Lo que sí digo, en cambio, es que el significado cristiano de la redención y reconciliación nos son a priori ininteligibles (y un inquirir ulterior sobre su verdad o no-verdad — de lo cual depende la decisión a favor o en contra del cristianis- mo— resulta imposible) si estos conceptos, en su con- 20 CRITERIOS DE INTERPRETACIÓNDE LA FE tenido umversalmente comprensible, no tematizan nin- guna experiencia humana*. Sólo cuando éste sea el caso, se habrá dado al menos el presupuesto para afirmar el valor de su verdad en entrega creyente, y poder así deci- dirse a favor o en contra del mensaje cristiano. El nue- vo desafío ante el que se encuentra la cristiandad no consiste en la oposición de una animosidad anticristia- na, como ocurría antes, sino en el peligro de ser, dentro de su comunidad social, un grupo totalmente irrelevante, un grupo cerrado en sí mismo que no aporta nada que tenga sentido para los demás y deja por tanto indife- rente, un grupo al que esa comunidad puede hacerlo degenerar en secta. De lo que precede podemos ya deducir lo siguiente: toda interpretación teológica, en cuanto reflexión sobre el hablar religioso, tiene que poseer un sentido munda- namente inteligible y, en este sentido, un «significado secular» (por asumir, al menos, el concepto de P. van Burén). La referencia a la experiencia vivida sustituye, según nuestro modo de ver, al criterio de la verificación o falsificación objetivas, que emplea un determinado análisis del lenguaje (el de P. van Burén, entre otros), con la consecuencia de que, según su modo, de ver, todo hablar religioso o bien es sin-sentido, o, si no, única- mente expresión de una «visión» o intuición (no-cognos- citiva). Pero lo que se aduce con todo esto, no es aún ningún criterio respecto a la reactualización en su tota- lidad que pueda hacerse de acuerdo con la fe, sino tan sólo un criterio respecto a la inteligibilidad de una inter- pretación «ortodoxa» o eventualmente «heterodoxa». Véase más arriba, págs. 15 s. EXPERIENCIA Y VALOR DEL HABLA CREYENTE 21 I I EL CARÁCTER PRIMARIAMENTE DOXOLÓGICO DE LAS INTERPRETACIONES TEOLÓGICAS AUTÉNTICAS El símbolo de la fe, con el que se da testimonio de la buena nueva del evangelio en sus líneas fundamenta- les, tiene primariamente un significado doxológico, es decir, el significado de una confesión de alabanza a Dios por todo lo que en nuestra historia hace en favor nues- tro5. Si, a una con el Vaticano i, partimos de que la «coherencia de los misterios entre sí» es un criterio teológico desde el que deben juzgarse las verdades peri- féricas (periféricas en comparación con el núcleo del mensaje), eso significa entonces que las llamadas «ver- dades de conclusión» —es decir, aquellas verdades que se siguen del mensaje cristiano, o se presuponen en orden a é l— deberán tener el mismo significado doxo- lógico, caso de que pretendan ser teológicamente rele- vantes (y no sólo «lógicamente consecuentes»). Un enun- ciado teológico pretende articular el contenido de un acto bien determinado de confianza en Dios: así por ejemplo, el dogma del pecado original parafrasea el con- tenido de la reconocida confesión y del acto religioso de la entrega a Dios en Jesucristo, a pesar de nuestra impotencia ética y religiosa. A menudo los teólogos han discutido entre sí sobre la «consecuencia lógica» de las 5 Para comprender el «carácter doxológico» de keiigma y dogtna, véase so- bre todo E. SCHUNK, Die Struktur ¿er dogmútischen Aussage ais okumenisebes Problem, en Ver kommende Christu; und die kirchlichen Traditionefij Gbttingen 1961, 24-79, sobre todo 29-29 y 37-46; W. PAWNINEERG, Amlogie und Voxologie, en Grundjragen systemtitischer Theologie, Gottingen 1967, 181-201, y W*r ist eiae dogmatische Aussage?, en o. c. 159-180. Sobre la investigación analítico-lingüística de la «lógica del discurso doxológico», véase L. BEJEHHOLM - G. HORNIG, WOIJ and Hatidlung, Unteisuchungen zur analytischen Reügíonsphilosophie, Gütersloh 1966. 22 CRITERIOS DE INTERPRETACIÓN DE LA FE verdades de conclusión, cuyo significado doxológico, sin embargo, se había ya perdido por entero. El carácter especialmente doxológico de aquello a lo que se deno- mina vertías catholica —con estos términos se alude a verdades que no entran en la «confesión apostólica de la fe», pero, en virtud de ciertas circunstancias históri- cas, han ocupado un puesto bastante central en la con- ciencia creyente de muchos fieles— decide también so- bre la relevancia teológica de ella en el plano de la fe; y, concretamente, decide más de lo que lo hace el hecho de que haya sido dogmáticamente definida, y más tam- bién que la calidad de la antropología aplicada ahí. Mu- cho de lo que dicen los teólogos podrá, sí, ser «lógica- mente verdadero», pero no raras veces olvidan aclarar su significado religioso; y mucho de lo que a todas vis- tas es lógicamente verdadero y lógicamente consecuente, no posee aún ningún significado religioso. Sobre este último es, sin embargo, sobre el que el teólogo habría de poner su empeño. Esta mirada al significado doxológico del lenguaje de la fe podrá ya hacernos cautelosos frente a determi- nados enunciados teológicos. Tanto los fieles y teólogos cuanto asimismo el magisterio eclesiástico toman su pen- sar y su hablar no sólo de la revelación, sino también de otros muchos presupuestos, conscientes e inconscien- tes. Los teólogos o el magisterio eclesiástico pueden, por eso, deducir del kerigma una conclusión a la luz de un presupuesto cultural que no haya sido sometido a reflexión crítica pero sí generalmente aceptado como evi- dente; conclusión que, dentro de ese presupuesto dado, será lógicamente consecuente, perentoria y coherente, pero que carecerá ya de toda validez si dicho presu- puesto cultural se evidencia más tarde como falso. La conclusión, lógicamente consecuente, vendrá entonces a ser totalmente superflua. Dentro de un determinado mo- EXPERIENCIA Y VALOR DEL HABLA CREYENTE 23 dclo de interpretación, usado incluso en la dogmática, |>ero no necesario, se siguen de hecho toda una serie de conclusiones —por ejemplo, en el campo de la cris- tología— a las que dentro de ese modelo deberá acep- társelas, si no se quiere ser sospechoso de herejía, pero que dentro de otro modelo distinto de interpretación (igual de ortodoxo que el anterior) no se siguen, sin embargo, y resultan por eso superfluas. Si el específico valor doxológico de una de estas verdades de conclusión no resulta en y desde ella misma (dentro del modelo de interpretación es tan sólo como participa el valor doxo- lógico de la verdad capital), tendrá ya que dudarse seria- mente (a mi entender, según la propia experiencia teo- lógica) de su relevancia teológica6. Usándolo con discernimiento, el especial carácter doxológico de una interpretación teológica puede servir- nos de guía en la aplicación teológica de criterios res- pecto a una interpretación fiel y correcta de la fe. Dichos criterios, que analizaremos en los capítulos siguientes, de ninguna forma nos dan plena seguridad; porque ésta le es extraña a lo peculiar de la seguridad de la fe, la cual consiste en una confianza de que la promesa de Dios descansa en la iglesia, que, a pesar del fallo hu- mano y gracias al don de la contrición creadora, nunca podrá caer por completo de las manos de Dios. Pero existen sin duda criterios inequívocos, con los que debe estarse de acuerdo si se desea respetar las exigencias de la razón otorgada por Dios y, consiguientemente, las estructuras, en las cuáles se muestra con presencia efi- caz la asistencia gratifica de Dios a su iglesia. La fideli- a Por ejemplo, cuando Tomás de Aquino plantea la pregunta de si Cristo tuvo un «intellectus agens», toda la relevancia teológica de esta pregunta radica en la consecuencia de £e del «veras homo», dentro del modelo de su antropología aristotélica y árabe, reelaborada al modo tomista. Sin embargo, su teoría del «intellectus agens» no por ello recibe ningún significado teológico o relevancia teológica. 24 CRITERIOS DE INTERPRETACIÓN DE LA FE dad de la iglesia de Dios al mensaje de su Hijo se debe ciertamente al carisma del Espíritu santo, pero no a una intervención divina que no haya dejado en la historia de la iglesia rastros de una fe creadora7. Estos rastrosde fe creadora son los que yo pretendo ahora seguir, de- jando para Dios (y para el misterio de la fe en Dios, inerme él e inerme también el que a él se enfrenta) el modo como a lo largo de los siglos vaya realizando en las imperfecciones humanas su juramento de fidelidad para con su iglesia. 7 Véase mi aportación La reforma de la iglesia, en La misión de la iglesia, Salamanca 1971, 13-35. 2 ANÁLISIS DEL LENGUAJE, HERMENÉUTICA Y TEOLOGÍA * CRITERIOS ANALÍTICO-LINGÜISTICOS Y HERMENÉUTICOS Ya desde el origen del cristianismo, el problema de la hermenéutica teológica está esencialmente ligado a la Biblia misma. El cristianismo, por una parte, se entiende a sí como una interpretación de una literatura prece- dente, a saber, la literatura del antiguo testamento. Por su esencia, el cristianismo es una hermeneia o interpre- tación del antiguo testamento, llevada a cabo desde la «situación hermenéutica» del acontecer de Jesús, con- siderado a la luz de la resurrección. Por otra parte, en cambio, el cristianismo no es sólo la interpretación cris- tiana de la literatura veterotestamentaria; esta interpre- tación fue también ella misma consignada por escrito en la literatura del nuevo testamento, y la literatura neotestamentaria, a su vez, requiere igualmente una in- terpretación. La actual interpretación de la Biblia es, por tanto, interpretación de una interpretación. A ello se añade que en ambos casos, como por lo demás en toda interpretación literaria, se trata no tan * Publicado por primera vez en Inierptelatieleer (Ánna]en van het Thijmge- nootschap), Bussum 1969. 26 CRITERIOS DE INTERPRETACIÓN DE LA FE sólo de la interpretación de un texto. Lo que el antiguo testamento quiere, es dar una interpretación de la reali- dad y de la historia desde su fe en Yahvé, es decir, una explicación yahvística de la historia. La literatura vetero- testamentaria viene a ser, por tanto, el instrumento lite- rario central de interpretación, del que se sirve el pueblo judío en cuanto pueblo de Dios. Por su parte, la lite- ratura neotestamentaria se presenta como instrumento central de la interpretación cristiana de la vida y la muerte de Jesús, explicadas a la luz de la resurrección, dentro de un horizonte de comprensión veterotestamen- tario. En los documentos literarios se ofrece, pues, una interpretación de la realidad desde la fe, con carácter confesional. Nos las habernos con un «asunto» o realidad que ha de interpretarse, pero valiéndose como medio de una literatura a la que hay que interpretar. El cris- tianismo no admite que se lo reduzca a una religión de la palabra o del libro; pero la mediación de aquello a lo que se da expresión en el lenguaje y la Escritura, no admite tampoco que se la piense como ajena al cris- tianismo. La interpretación teológica, en consecuencia, se ve por una parte confrontada inevitablemente con el problema hermenéutico, tal cual se plantea en la ciencia literaria; el cristianismo, por otra parte, es una inter- pretación creyente de la realidad y de la historia. En virtud de ello, la hermenéutica teológica se ve confron- tada igualmente con la hermenéutica de la historia y también con la hermenéutica de la descripción y el aná- lisis filosóficos de la realidad. Pero además, al igual que todo procedimiento científicamente formalizador, está también sometida a la actual exigencia de una «investi- gación de fundamentos». Esta corta introducción hace ya suponer que la her- menéutica teológica, tal como ha sido hasta ahora tema- tizada por teólogos como R.. Bultmann, E. Fuchs y, en ANÁLISIS DEL LENGUAJE, HERMENÉUTICA Y TEOLOGÍA 27 sus estructuras formales, por H.-G. Gadamer sobre todo, es por esencia una hermenéutica fenomenológica: al con- tenido real del acontecer de Jesús, explicado como acción de Dios en Jesús, lo deja de hecho fuera de crítica. Concretamente, Barth, Bultmann y los post-bultmannia- nos se presentan así, según propia convicción, como cre- yentes: la realidad del acontecer interpretado de Jesús es, sin más, presupuesto por ellos como una «zona al abrigo de la tempestad», en cuyos límites deberá hacer alto la hermenéutica crítica. Únicamente dentro de este presupuesto, se indagarán reglas hermenéuticas que a eso mismo, si bien de otra forma distinta, a saber, de una forma traducida o interpretada, puedan ponerlo en len- guaje sin reducciones, de un modo que acuerde con el evangelio y sea sin embargo inteligible para nuestro tiempo. Para los creyentes mismos, una hermenéutica de esta clase está justificada y es, en primera instancia, suficiente. Sin embargo, se plantea un problema más fundamen- tal, un problema que es el hermenéutico por antonoma- sia: el de la interpretación del acontecer humano de Jesús en lo que hace también a sus raíces, es decir, a ver si ese acontecer es la acción reveladora de Dios en la historia, o si lo es en el kerigma. Actualmente muchos estiman que la hermeneia en este plano está justificada, y la consideran urgente. Porque existe una interpreta- ción del acontecer de Jesús que no es cristiana sino judía, y, además existe también una interpretación de la Biblia atea, puramente secular, por no mencionar siquiera otras interpretaciones generales, religiosas o no- religiosas, de la realidad, que no son ni occidentales ni cristianas. En razón de estos hechos, y puesto que está determinada por su contexto histórico, la teología tiene también que someter a una investigación hermenéutica este presupuesto de la teología cristiana, al que hasta 28 CRITERIOS DE INTERPRETACIÓN EE LA FE hoy se aceptó como evidente. Esta investigación teoló- gica de fundamentos ha sido abordada por W. Pannen- berg, aunque no pueda afirmarse que la haya llevado a cabo de un modo plenamente satisfactorio. Pero sí debe concedérsele que en la hermenéutica teológica ha pe- netrado más que Bultmann y sus discípulos. Ha exten- dido la hermeneia a los presupuestos cristianamente ob- vios de la «teología dialéctica» (K. Barth y también, en este aspecto, Bultmann y los bultmannianos) y de toda teología católica *. Con otras palabras, no restringe la her- menéutica a una interpretación teológica de la Biblia, en la que la palabra de Dios es aceptada meramente por la auto- ridad de la Biblia y su carácter inspirado, sino que va más lejos, hasta abordar aquella misma interpretación de la his- toria, de la que los escritos dan testimonio. En dicha em- presa, el concepto de una «autoridad externa» (de la Escri- tura o del carisma ministerial eclesiástico) no juega para él papel alguno; lo que juega un papel, es la autoridad inter- na del acontecimiento mismo, que, debido precisamente a su sentido entendido por nosotros, reclama nuestra com- prensión y nuestro reconocimiento. Quisiera ahora esquemáticamente (presuponiendo ya la hermenéutica histórico-crítica) elucidar en línea as- cendente algunos de los requisitos en orden a una her- menéutica teológica. Que esto sea necesario, parece cosa clara. La teología interpreta la palabra de Dios, pero ésta sólo toma lenguaje en palabras humanas. De ahí que la teología, en cuanto hermenéutica de la palabra de Dios, tenga también que habérselas esencialmente con la se- mántica de las palabras. La teología, por tanto, presu- 1 W. PANNENBERG, Ofjenbarung ais Geschichte, Gottingen (1961) 31965; Crunifragen systematischer Theologie, Gottingen 1967; Theologie ais Geschichte, en Neuland in der Theologie in, publicado por J. ROEINSON - J. COBB, Zürich 1967. Véase I. BERTEN, Histoire, révélation et foi: dialogue avec W. Pannenberg, Bruxelles 1969; véase también del mismo autor Openbaring in de Geschiedenis: de Theologie van Wolfhart Pannenberg: TijTh 9 (1969) 151-176. ANÁLISIS DEL LENGUAJE, HERMENÉUTICA Y TEOLOGÍA 29 pone una comprensión de lo que es el lenguaje. En con- secuencia, el teólogo deberá escuchar atentamente a quie- nes, desde puntos de vista diversos, hacen el lenguaje objeto de su investigación. Este cientificismo no esalgo «pagano», sino que representa una cuestión de reve- rencia ante la palabra de Dios, la cual, si bien única- mente es hablada y cognoscible en palabras humanas, no puede sin embargo ser confundida con las invencio- nes propias del hombre. El teólogo, por consiguiente, habrá de tomar consejo de la lingüística estructuralista y del análisis lógico del lenguaje (entendiendo a ambos no como filosofía sino como ciencia), y asimismo de la filosofía fenomenológica del lenguaje. Por otra parte, el teólogo tiene que habérselas con una interpretación de la realidad que ha sido expresada mediante documentos literarios, y por eso deberá también prestar sus oídos a una ontología del lenguaje que analice, en el lenguaje humano, qué es el que la realidad venga al lenguaje, y analice otro tanto al hablar humano en su dimensión ontológica, es decir, en cuanto revelación universal del ser en la palabra. El cristianismo, empero, no es una «gnosis», una doctrina teórica de salvación; por eso pre- cisamente, el símbolo cristiano original de la fe no era sino el momento teórico que se daba en una praxis sa- cramental de vida cristiana (símbolo bautismal). En ra- zón de ello, habrá que aludir finalmente a lo insuficiente de toda hermenéutica puramente teórica: la ortopraxia forma también parte esencial del criterio de verificación de una fidedigna interpretación de la fe. De lo dicho, habrá de constar ya claramente cuál es la distribución de estas páginas. La intención de este estudio apunta sobre todo a ofrecer una panorámica informativa. En primer lugar, expondré pues las tesis capitales de la ciencia del lenguaje que son relevantes para la teología, con objeto de analizar después el valor 30 CRITERIOS DE INTERPRETACIÓN DE LA FE que posean, usadas en orden a una hermenéutica teo- lógica. I ESTRUCTURALISMO O ANÁLISIS ESTRUCTURAL DEL LENGUAJE 2 Y HERMENÉUTICA TEOLÓGICA El modelo teórico de la nueva ciencia estructuralista del lenguaje se basa en una «reducción estructural». El postulado fundamental del estructuralismo consiste en tomar por separado a la cosa sobre la que se habla, y a los sujetos hablantes. De este modo se llega a una distinción neta entre lenguaje como institución («la lan- gue», «die Sprache», «language», «la lengua») y len- guaje en cuanto ponerse por obra o acontecer de la lengua, de la palabra («la parole», «le discourse», «Re- de», «speech» o «discourse», «el habla» o «discurso»). El estructuralismo se limita al estudio del lenguaje como institución, como estructura que es independiente del sujeto hablante, inconsciente incluso para el indi- viduo. Si se establece una comparación con el juego del ajedrez, la lengua es el estado en que se encuentra el juego en un determinado momento, mientras que el acon- tecer de la palabra es el nuevo movimiento o jugada por el que el estado de las cosas pasa a ser otro estado distinto. El estructuralismo considera a la lengua como un sistema de signos autónomo, cerrado, de lo que ne- cesariamente se sigue que la semántica deba ser anali- 2 Véase, entre otros, F. DE SAUSSURE, Cours de Ünguistique genérale, París 1963; B. MALMBERG, Les nouvelles tenáances de la ünguistique, París 1966 (tradu- cido del sueco); E. BENVENISTÍ, Problémes de Ünguistique genérale, París 1966, y Langage, París 1967; A. J. GEÍIMAS, Sémantique strucíurale, París 1966; J. PlAGET, Le structuralisme, París 1968; Cj. SCHIWY, Ver franzosische Strukturalismus, Ham- burg 1969; J. BARR, The semamics of biblical language, London 1961; Oíd and new in interpretation, London 1966, y Biblical words for time, London 1966; P. Rl- COEUR, Contribution d'une reflexión sur le langage a une théologie de ¡a parole: RThPh (Lausanne) 18 (1968) 333-348; R. W. FUNK, Language, hermeneutic and uiord of God, New York 1966. ANÁLISIS DEL LENGUAJE, HERMENÉUTICA Y TEOLOGÍA 31 zada ante todo sincrónicamente, es decir, de acuerdo con la estructura de la lengua en un momento dado, y no diacrónicamente o según el decurso de su evolución. Porque ocurre a menudo que la historia de una pa- labra dice poca cosa sobre su significado actual. Preci- sivamente de la historia, se da la estructura del lenguaje, consistente en leyes de armonía que tienen su reper- cusión en los elementos del lenguaje, y, en cada mo- mento de la historia, dependen de la sincronía. Se buscan entonces las estructuras que se dan en un estado del sistema, es decir, no se indagan los conceptos en sí sino las relaciones mutuas entre los conceptos. El lenguaje entonces, considerado estructuralmente, es un sistema de relaciones, en el que un concepto, una palabra, no posee ningún significado propio, a no ser el siguiente: el de ser un signo que, dentro del sistema de la lengua, se diferencia de todos los demás signos (lingüísticos); con otras palabras: el de ser un elemento diferencial- diacrítico dentro de un sistema léxico, que, con el cam- bio de los otros elementos, se cambia también él mismo. Cada uno de los signos tiene valor solamente en rela- ción — conyuntiva o disyuntiva— con los otros signos. El conjunto de designaciones forma, pues, un sistema en virtud de distinciones y oposiciones3. Las leyes de armonía del sistema (autorregulación del sistema) son relativamente independientes respecto a las leyes de evolución, de modo que a la semántica debe determinársela en primera línea sincrónicamente, mientras que la diacronía consiste en la comparación de dos sistemas sincrónicos separados por el tiempo. En ello hay que tener bien en cuenta que el lenguaje está constantemente en movimiento: lo diacrónico in- cide, por tanto, en la sincronía. s Véase sobre todo B, MALMBERG, Nouvelles tenáances, 59-70; G. SCHTWY, Strukturalismus, 38-39. 32 CRITERIOS DE INTERPRETACIÓN DE LA FE En esta teoría estructuralista, el sistema de la len- gua hace precisión de toda relación externa: en un dic- cionario, una palabra refiere a otra, nunca a una cosa. Se pasa por alto todos los factores extralingüísticos, y se atiene a las características que le son inmanentes al sis- tema de la lengua: las palabras constituyen un complejo de diferencias dentro del sistema cerrado del conjunto lingüístico y semántico. En razón de un tal juicio básico estructural, esta teoría del lenguaje excluye a secas toda clase de herme- néutica: sólo existen elementos que son clarificados se- gún unas determinadas reglas. En virtud de ello se ofre- cen estructuras u órdenes, a los que deberá analizarse como tales en su funcionalidad, sin que hayan de ser elucidados por un sujeto que estará comprendiéndose a sí mismo. Lo que el estructuralismo pretende, es por tanto una nueva «objetividad», independientemente del sujeto que se comprende a sí mismo interpretándose. Lo «positivo» es en este caso la función estructural; las funciones sintácticas y léxicas garantizan la función semántica de las palabras y de sus combinaciones. Esta lingüística estructural tiene tan sólo una cone- xión indirecta con la hermenéutica teológica. En su re- ducción estructural, el estructuralismo viene a excluir precisamente aquello que constituye en propiedad el in- terés del teólogo creyente: la oferta expresiva de un sentido, el contenido significante de un mensaje que alguien me dirije a mí. El teólogo, además, ha de interesarse sobre todo por la historia y, parejamente, por la diacronía: ¿cómo un mensaje que fue formulado hace veinte siglos para hombres de aquel tiempo, puede aún hablarme con sen- tido en el año 1973? Por otra parte, en su hermenéutica de la Biblia, el ANÁMSIS DEL LENGUAJE, HERMENÉUTICA Y TEOLOGÍA 33 teólogo no puede pasar por alto la aportación específica del estructuralismo. No sólo el dualismo, sino el mo- nismo también, es en la antropología algo irreal. En el hombre no se da ninguna «zona verdaderamente huma- na» al lado de otra determinada zona analizable, ningún ¡ímbito de libertad al lado de otro ámbito de funciona- lidad. Verdad es que al ser humano no cabe reducirloa lo meramente funcional, pero lo funcional penetra sin embargo todos los aspectos del existir del hombre. Libertad y funcionalidad están mutuamente entretejidas. Propio de la condición humana es que en nuestra obje- tividad se dé subjetividad y en la subjetividad objetividad. En lo cual hemos de seguir considerando que la libertad no es una factualidad ya dada, sino una misión que hay que realizar, en la que de hecho puede también fracasarse, o a la que, en virtud de los factores más diversos, puede no realizársela. También eí fenómeno humano al que llamamos ha- blar, aduce parejamente estructuras independientes, que, por así decir, llevan una vida propia. Éstas también, son con razón sometidas a una investigación científica: por parte de la lingüística estructural. Podemos, por tanto, decir: el estructuralismo formula algunos requi- sitos minimales, frente a los cuales debe la teología ren- dir cuentas antes de que pueda proceder a la auténtica hermenéutica del discurso bíblico y magisterial. En este sentido, el análisis estructural, primariamente sincrónico, de las palabras-clave de la Biblia, precede a la herme- néutica teológica; constituye su presupuesto. En la teología, exégesis de la palabra de Dios que ha sido puesta en lenguaje con palabras humanas, se trata de hecho sobre el significado significante del men- saje bíblico. Pero si el significado de las palabras va a decirme algo a mí, éstas tendrán entonces que pertenecer a una estructura. Al menos negativamente., la estructura 34 CRITERIOS DE INTERPRETACIÓN DE LA FE entra también en juego a la hora de determinar el sen- tido de lo que se dice. Sólo la estructura contextual clarifica la polivalencia de las palabras, de modo que lo dicho pueda ser conocido e interpretado como algo con sentido. El estructuralismo carga el acento en la posibi- lidad de que las palabras tengan diversos significados (polisemia), los cuales, sin embargo, no necesitan ser actualizados todos — o bien, no se actualizan todos — en cada uno de los contextos. Si no se presta conside- ración a esto, las palabras quedan desligadas de-su sin- taxis, con lo cual los significados contextúales pasan a ser ideas y conceptos universales con carácter indepen- diente, que deberán sustentar la llamada teología del antiguo o del nuevo testamento. En primera línea, por tanto, deberán investigarse sincrónicamente las palabras- clave de la Biblia, tales como Dios, pecado y gracia, alianza, amor, justicia, etc. A no ser provocando un malentendido lingüístico, no se puede finalmente agru- par bajo una voz guía general significados diversos, como por ejemplo chéséd (misericordia, amor), en épocas di- versas del antiguo testamento (que es lo que, salvo lau- dables excepciones, hace frecuentemente el famoso dic- cionario «Kittel»). En su crítica a los diccionarios de la Biblia, J. Barr dice con razón, aunque exagerando algo, que la mayoría de los estudios semánticos y diccionarios de la Biblia no satisfacen los requisitos minimales del análisis estruc- tural del lenguaje. Eso hace despertar las ideologías más diversas; de un análisis del hebreo que no penetra hasta lo profundo de la gramática, se infiere por ejemplo una diferencia entre «mentalidad semítica» y «espíritu griego», a la que en su mayor parte hay que denominar como «ideo- lógica». Descuidando un riguroso anáisis estructural, el método sintético lleva la mayoría de las veces a una ANÁLISIS DEL LENGUAJE, HERMENÉUTICA Y TEOLOGÍA 35 especie de «historia de ideas» y no a un análisis real- mente lingüístico del uso bíblico de las palabras, que es un presupuesto necesario para una teología bíblica. De este modo se llega a toda suerte de generalizaciones irresponsables, que descansan en una permanente con- fusión entre realidades teológicas y fenómenos lingüís- ticos. Los estructuralistas, al menos aquellos que, de su ciencia estructural del lenguaje no hacen una filosofía del lenguaje, concederán evidentemente que el hablar tiene también una referencia, y que dice algo sobre algo; pero investigar sobre este tema responde a una tarea distinta, que, en cuanto tal, no entra en la cuestión del uso correcto del lenguaje. Resumiré: el estructuralismo puede desenmascarar muchos prejuicios y, sobre todo, muchas generalizaciones irresponsables de la teología hermenéutica, en favor de una hermenéutica más depurada. El método estructura- lista y el método hermenéutico deben por tanto ser com- binados, porque aislados, quedarán atascados ambos a dos. Aquí por consiguiente, no nos encontramos ante una alternativa en que deba elegirse una de dos, como algunos críticos afirman. II ANÁLISIS FENOMENOLÓGICO DEL LENGUAJE" Y HERMENÉUTICA TEOLÓGICA 1. La ciencia fenomecológica del lenguaje paite también de una reducción: se prescinde del juicio sobre 1 C. A. VAN PEKRSEN, Fenómenoiogie ea analytische filosofe, Hüveisum 1968; W. STEGM&LLER, Hauptsiromtmgen der Gegenwartstbilosopbie, Stuttgart 31%5; H.-G. GADAMEH, Vabtbeií und Uethode, Tübingen (1960) *1965; S. STKAS- SER, Meditatie over het ienomenologisch íezegde: <dles wat h, is is voor mip->- Tijdschrift voor TOisbegeerte en Psychologie 60 (1968) 216-226; R. KWANT, Fenomenologie wn de Ual, Utrecht 1963; Eie hermeneulhebe Frage in der Theologie, publicado por O. LOXETZ - W. STROLZ, Fieiburg 1968; G. GUSBOKF, La parole, Paiis 1956; M. MEELEACr-PoisTr, Pbéitoménolo&ie de la perceptian, Pa- lis 1945; y Signes, Paris 1960, n. I I : «Sur la phénoménologie du langage», 105-322. 36 CRITERIOS BE INTERPRETACIÓN DE LA FE la realidad, el contenido de realidad que pueda tener un fenómeno queda fuera de consideración. En sí misma al menos, esta reducción no presenta ninguna pretensión metafísica: de lo que se trata, es de la estructura del fenómeno en cuanto tal. La fenomenología del lenguaje pretende elucidar pre- cisamente la relación entre el lenguaje como sistema de signos y el acontecer de la palabra como intencionali- dad: ¿cómo empleamos nosotros el lenguaje en cuanto institución, en un acontecer de la palabra provisto de sentido? El lenguaje, pues, no es aquí considerado en sí, sino en su función mediadora como ofrecimiento de sentido (un aspecto referencial y representativo), como autoexpresión y como comunicación. Hablar significa de- cir «algo» «sobre» algo (o alguien) «a» alguien. Estos tres aspectos del lenguaje caen fuera del marco de la lingüística estructural. En el análisis fenomenológico del lenguaje, el significado pasa además a ocupar el punto céntrico: el significado, concebido en cuanto capacidad de entender los signos como referencias a la realidad (y en pura fenomenología esto quiere únicamente decir: en cuanto correlato de la conciencia o de la experiencia). Hablar, entonces, significa, ante todo, «desocultar» aque- llo sobre lo que hablamos, poner algo a la luz. La inten- cionalidad del hablar presupone que el hablar se dirige a algo: se dice «algo» («meaning», «Sinn» o «sentido») sobre «algo» («reference», «Hinweisbedeutung» o «Be- deutung», «significado referencial» o «significado»). La fenomenología del lenguaje va, por tanto, un paso más allá que la ciencia del lenguaje: la unidad lingüística que la fenomenología analiza, es la frase (la «sentencia», «Satz», «Sentenz», «Phrase»): (Par la phrase) on quitte la domaine de la Iangue comme sys- téme de signes, et Fon entre dans un autre univers, celui de ANÁLISIS BEL LENGUAJE, HERMENÉUTICA Y TEOLOGÍA 37 la langue comme instrument de communication, dont l'ex- pression est le discours 5.» Si en el análisis estructural la palabra era un elemento diferencial dentro de un sistema léxico, la fenomenolo- gía, en cambio, considera a la palabra como una función dentro de una frase («Phrase»), de modo que dicha pala- bra participa de la intencionalidad de la frase entera, y significa así la realidad. El acontecer de la palabra o uso del lenguaje introduce una historia dentro de la lengua como institución; ésta, porasí decir, lleva en sí las «cica- trices» del uso (P. Ricoeur), de modo que, con el enri- quecimiento acumulativo del «haber sido usada» vuelve otra vez al diccionario (el cual, por tanto, siempre es- tará experimentando también nuevas elaboraciones). De esta forma, el sistema penetra en la diacronía de la historia. Fenomenológicamente, el hablar siempre tiene, por tanto, una estructura triádica6, a la que, siguiendo a J. Macquarrie7, bien podemos designarla como «discour- se-situation», es decir, como la situación del discurso en cuanto fenómeno humano. Representándolo en un dia- grama, el lenguaje como institución constituye el punto céntrico de un triángulo: es el mediador entre el sujeto hablante, los oyentes (o lectores) y el contenido del diá- logo; el conjunto, la situación del discurso, es el acon- tecer de la palabra, en el que se ilumina un sentido. Toda discusión sobre el sentido de un texto (o dis- curso) habrá de tener en cuenta, por consiguiente, el conjunto triádico de la situación del discurso. Desligado de esta situación, el lenguaje es una abstracción, una 6 E. BENVENISTE, ProHeme?, 130. 6 J. ROYCE, TAe Preblem oj cbtistwnitj, New York 1911, desarrollado más ampliamente por C, K. OGDEM - I. A. RICHARDS, The meaning of meaning, New York 1933; véase también B. MAIMBEHG, NtmieUes tendcnces, 187-188. ' J. MACQUAHRIE, Goi-Talk: an examinition of the ímgaage ar.i logic of theology, New Yoik - London 1967, 55-78. 3 8 CRITERIOS BE INTERPRETACIÓN DE LA FE interpretación de textos, un acontecer irresponsable. En virtud de la tensión existente entre la lengua como ins- titución y el habla como acontecer de la palabra, la intelección del discurso y de los textos no será, por otra parte, posible más que en el acto mismo de la reinter- pretación. Esta interpretación presupone ciertamente el análisis estructural como requisito minimal, pero enton- ces ha de analizar sobre todo la «total situación del dis- curso». Expliquemos, por eso, brevemente los tres mo- mentos de la situación del discurso. Al decir algo, el sujeto hablante se está expresando también a sí mismo como existente-en-el-mundo. Esto representa la dimensión existencial del acontecer del discurso (entendiendo por «existencial» a la existen- cia humana con y en su mundo y sociedad, y no en el sentido estricto de un yo concluso, en cuanto «pri- vatissimum»). Esta autoexpresión abarca un abanico de posibilidades, que alcanza desde el expresar la «total existence» (sobre todo en los enunciados religiosos) has- ta el expresar algo en que el factor existencial, sin des- aparecer por entero, se encuentra al límite de la desapa- rición (por ejemplo, en el llamado «conocimiento obje- tivador» y en la ciencia). Tenemos luego el aspecto de referencia y represen- tación, la comunicación de un contenido con sentido: decir algo sobre algo. Prescindiendo ya del metalenguaje (hacer enunciados sobre un enunciado), fenomenológi- camente el hablar parece remitir siempre más allá de sí a elementos extra-lingüísticos, que determinan también el uso del lenguaje. Sabido es, por ejemplo, que los esquimales poseen alrededor de treinta palabras diversas para decir «nieve», cosa que, a todas vistas, se debe a factores extralingüísticos y pragmáticos. Finalmente se da, en el lenguaje, el aspecto de comu- nicación: la persona que escucha al sujeto hablante o lee ANÁLISIS DEL LENGUAJE, HERMENÉUTICA Y TEOLOGÍA 39 un texto suyo lo hace asimismo como persona existente- cn-el-mundo. De ahí que la comunicación se lleve a cabo tan sólo en el acto preciso de la reinterpretación. La co- municación, el llegar a término de aquello que se dice, fracasa cuando los interlocutores no cuentan con presu- puestos comunes y con un común horizonte de com- prensión. De ahí que sea imprescindible analizar los presupuestos del sujeto hablante (escribiente) y del in- térprete, en orden a que el ofrecimiento de un contenido determinado de sentido, hecho por el sujeto hablante (o por el documento literario), se lo haga accesible al sujeto escuchante e interpretante, y en orden también a evitar las perturbaciones en la comunicación. En este sentido, siguiendo a Dilthey y a una con Gadamer, po- demos hablar de una «fusión de horizontes», en la que la comprensión se lleva de hecho a cabo 8: entonces es cuando se da comunicación en un sentido comúnmente compartido. El método fenomenológico, que analiza la total si- tuación del discurso en su estructura triádica, como par- ticipación de sentido, autoexpresión y comunicación, tiene por su esencia una conexión con la interpretación teológica de la fe, más inmediata de lo que la tiene el análisis estructural del lenguaje. Esto vale, sobre todo, en lo que atañe al aspecto de la comunicación, en el cual se pone de manifiesto que el ofrecimiento de sentido hecho por el texto hablante sólo puede llegar a término personalmente en el acto de la reinterpretación. Consi- derada a esta luz, la interpretación teológica es la tras- posición y traducción de una forma de discurso teológico (por ejemplo, del discurso religioso de carácter místico) a otra forma de discurso teológico (discurso religioso- existencial; es decir, interpretación existencial del mito), 8 H.-G. GAM^IEH, Wahrbeit and Methode, 289-290. Véase también G. STA- CHEL, Di? neue Hermeneutik, München 1967, 32. 4 0 CRITERIOS DE INTERPRETACIÓN DE LA FE sin que, sin embargo, se llegue a desconocer la inten- cionalidad propia del primero. (Puede, con todo, plan- tearse la cuestión de si el mito no contenga un resto que no se deja interpretar de un modo puramente existencial, que precisa, por ejemplo, de una interpretación existen- cial-onfológica). El lenguaje de la interpretación teoló- gica puede ser designado, por su esencia, como enunciado sobre un enunciado, como «meta-lenguaje»; a la inten- cionalidad propia del discurso bíblico y magisterial tiene que respetarla, pero además, en cuanto metalenguaje, tiene que adecuarse internamente para dar expresión (para poner en lenguaje) a la auténtica intencionalidad bíblica. (Así, por ejemplo, un lenguaje concebido en forma puramente empírica resulta a todas vistas inapro- piado para tal efecto). Por eso, para una interpretación teológica de la Biblia no sólo se requiere una investiga- ción crítica de las palabras-clave de la Biblia y de su Sitz im Leben; en primer lugar, cumpliendo los requisi- tos minimales del análisis estructural del lenguaje, y de acuerdo luego con la interpretación fenomenológica de los textos, que toma en cuenta la entera estructura con- textual, habrá también de incluirse simultáneamente un análisis crítico de la hermenéutica propia o del «meta- lenguaje» al que se traduce el mensaje bíblico. Porque la hermenéutica, al incluir en sí tanto unos presupues- tos propios cuanto una concepción distinta, ya evalua- da, de mundo y hombre (el aspecto de la autoexpresión), puede introducir mutaciones extrañas en el contenido del lenguaje que procura interpretar. La interpretación teológica de la Biblia incluye, por tanto, necesariamente — como condición para lograr su intento— un análisis del metalenguaje al que se traduce el mensaje cristiano. La hermenéutica teológica implica también, en conse- cuencia, una indagación crítica del propio horizonte de comprensión, y éste, a su vez, sólo puede ser interpre- ANÁLISIS DEL LENGUAJE, HERMENÉUTICA Y TEOLOGÍA tado convenientemente cuando se analice asimismo al jiasado y a su horizonte de comprensión, siempre cam- biante. Por eso la hermenéutica teológica resulta impen- sable sin la contribución de la historia de las ideas y de la filosofía, ya que ella investiga sobre el cambiante horizonte de comprensión, en el que los cristianos han ido intentando constantemente interpretar el mensaje del cristianismo. Sólo bajo este presupuesto viene a hacerse posible la comunicación justo en el acto de la reinter- pretación. A diferencia de la repetición meramente material del mensajecristiano, repetición que en otro horizonte de comprensión distinto habrá de resultar incomprensible, la interpretación teológica hermenéuticamente responsa- ble se caracteriza por el hecho de que, en la reproduc- ción del texto que trata de comprenderse, nuestras actua- les experiencias y formas de pensar juegan en la traduc- ción un papel esencial, intentando en ello, sin embargo, que dicho mensaje cristiano quede conservado en toda su integridad, aunque haya sido puesto en lenguaje de otra manera. La idea fenomenológica de interpretación pone en claro para el teólogo que el sutil manipular con la dife- rencia entre «núcleo permanente» y «revestimiento mu- dable» representa un proceder ambivalente, aunque no enteramente absurdo. Extraer el elemento permanente de su forma temporal es algo imposible: en la interpreta- ción que hoy se haga, siempre se tratará de otra inter- pretación. Quien pretenda extraer el elemento perma- nente, correrá siempre el peligro de explicar como in- temporal un elemento ligado al tiempo. «Lo permanen- te», la identidad, no se da sin embargo más que en lo tempcralmente-relevante, en la no-identidad. La palabra de Dios, que nos ha sido dada únicamente en la forma histórica de palabras humanas y lenguaje de la experien- 42 CRITERIOS DE INTERPRETACIÓN DE LA FE cia humana, exige en realidad una hermenéutica con- corde con los datos reales («sachgemáss»), tal como Barth y asimismo Bultmann lo han recalcado con razón; pero, en cuanto mensaje cristiano que es, la reproducción in- terpretada tendrá que ser inteligible, accesible y adecuada también para nuestro tiempo. De ahí que, a causa de nuestros distintos presupuestos, se exija una reinterpre- tación. La relevancia de los principios fenomenológico-her- menéuticos en orden a una interpretación teológica9 pue- de ser descrita del modo siguiente: a) Necesidad de una pre-comprensión (críticamente analizada) en cada interpretación de la Biblia. El con- junto de los presupuestos (analizados), a los que sumán- dome a Heídegger designaré como la «situación her- menéutica»10, no implica (al menos teóricamente; véase más abajo) ninguna resolución previa sobre lo que la Biblia tiene que decirnos, sino que aclara los presupues- tos comprehensivos desde los cuales resulta hoy día po- sible una comunicación con este mensaje. En este sen- tido, el pretérito (Escritura e historia de interpretación del mensaje cristiano a través de los tiempos) es inter- pretado a la luz del presente. b) Movimiento circular de este proceso de inter- pretación. Para abordar el texto, partimos ciertamente de una pre-comprensión determinada, pero con el pro- pósito de lograr una comprensión nueva. El sentido del texto reacciona sobre nuestros presupuestos, los cuales se ven de este modo amplificados, tansformados o corre- gidos. En este sentido, la interpretación teológica de la Biblia es simultáneamente auto-interpretación crítica. 9 E. SCHILLEBEECKX, Hacia una utilización católica de la hermenéutica, en Dios, futuro del hombre. Salamanca 81971, 11-58. 10 M. HEÍDEGGER, Unterwegs zur Spracbe, Pfullingen 1959, 275. ANÁLISIS DEL LENGUAJE, HERMENÉUTICA Y TEOLOGÍA 43 c) La reinterpretación teológica únicamente resulta posible cuando el intérprete tiene a su disposición otras formas distintas de hablar. Aquel creyente que viva aún sumido por entero en un mundo mítico, no podrá en modo alguno interpretarnos el mito —con todo, uno de los mitos «desmitologizará» ya parcialmente al otro; com- párese, en el Génesis, el segundo relato de la creación, que es el más antiguo, con el primer relato, más mo- derno. La reinterpretación es, además, necesaria cuando la forma de hablar en que nos sale al paso el mensaje cristiano, es para nosotros una forma de hablar extraña, a la que no podemos ya actualizárnosla existencialmente; así, por ejemplo, la forma de hablar mítica. Así como el pluralismo en la interpretación de la fe es diacrónica- mente un hecho, tiene también que aceptarse en nues- tros días' un pluralismo sincrónico en toda interpreta- ción de la fe acorde con el evangelio; cierto es, sin em- bargo, que en ello deberá tenerse en cuenta algunos criterios n . En razón de Jos elementos científicos que contiene la interpretación teológica de la fe (análisis estructural del lenguaje de la Biblia, crítica de textos, filología, análisis histórico-crítico, hermenéutica fenomenológica), a esta hermenéutica deberá designársela como científica; por otra parte, aun cuando no sea sino tras estos elementos, la hermenéutica debe también ser designada como una ars: al igual que en toda hermenéutica, la capacidad crea- dora y el arte creador, que no se sujetan a ninguna regla, juegan un papel imprescindible. Únicamente el conjunto lleva a una interpretación éticamente justificable y res- ponsable. n Los criterios según los cuales, en la unidad de la comunidad creyente de los cristianos, puede o no conocerse y reconocerse la fe cristiana única e íntegra, entre las diversas interpretaciones de la fe, si bien prescindiendo de una verificación puramente teórica, los analizo en el capítulo siguiente: «Criterios teológicos. La "fe recta*, sus incertidumbres y sus criterios». 44 CRITERIOS DE INTERPRETACIÓN DE LA FE La específica peculiaridad de la «situación de dis- curso» religiosa da también origen, por la estructura triádica que caracteriza a todo acontecer de la palabra, a unos principios fenomenológico-hermenéutícos pro- pios, de índole teológica. La dimensión existencial que le es propia a todo acontecer de la palabra (el aspecto de la «autoexpresión»), se profundiza connaturalmente en la situación del discurso religioso, ya que en esta situa- ción es donde accede al lenguaje la «existencia total» n. De ahí que la interpretación teológica de la Biblia siempre deba ser también una interpretación existencial («existentiell») de la Biblia, sin que afirmemos por ello (véase más abajo) que de este modo es como se echa de ver, por antonomasia, la plena intención bíblica. Pero, sea cual fuere esta intencionalidad en su totalidad, una interpretación teológica de la fe, que no sea a la vez una interpretación existencial, merecerá que se la des- califique desde el principio por «infiel» y «abíblica». («Existencial» lo tomo aquí en el sentido integralmente antropológico: lo que atañe al hombre como existente que vive en su mundo, juntamente con los otros hombres en un sistema social). En razón de la peculiaridad religiosa que la situación de discurso posee en su aspecto de comunicación, el principio hermenéutico viene también a especificarse en este aspecto: la autointerpretación a la que se da expre- sión en el lenguaje de la fe cristiana, es la autocompren- sión de una comunidad cristiana. El sujeto hermenéutico o portador de la hermenéutica teológica es la comuni- dad cristiana, la iglesia en cuanto comunidad de interpre- tación. Por eso, el que una reintepretación de la fe sea aceptada por parte de la comunidad creyente, se cuenta de una u otra forma entre los factores por los cuales u Véase I. T. RAMSEY, sobre todo Religious language, London 1957, y Models and mystety, London 1964. ANÁLISIS DEL LENGUAJE, HERMENÉUTICA Y TEOLOGÍA 4 5 cabe conocer y re-conocer una interpretación teológica fiel al mensaje cristiano. En lo que respecta al ofrecimiento de sentido: habida cuenta de la peculiaridad de la situación de discurso reli- giosa, a mí me parece que una hermenéutica orientada pura y consecuentemente por la fenomenología, hermenéu- tica por tanto que se basará en la llamada reducción feno- menológica, habrá de ser en orden a ello provechosa, sí, pero insuficiente. Podrá ciertamente mostrar que el dis- curso teológico siempre es un discurso indirecto y evo- cativo, si es que, en todo caso, comporta justificadamente la forma de un discurso asertorio; pero, debido a su método reductivo, no puede ayudarnos a interpretar el contenido de realidad de aquello que se ofrece comoverdad en el mensaje cristiano. III EL ANÁLISIS LÓGICO Y LINGÜÍSTICO DEL LENGUAJE, Y LA HERMENÉUTICA TEOLÓGICA Se puede plantear la pregunta de si el análisis ló- gico del lenguaje, o la misma filosofía analítica, pueda ayudarnos a resolver el problema que hace un momento veíamos, sobre el ofrecimiento de sentido que se dé en el evangelio. Por filosofía analítica entiendo no una filo- sofía que per se a todas las realidades supraempíricas las declara como esencialmente sin sentido (cual es el caso frecuente), sino una filosofía que, basándose en un aná- lisis lógico y lingüístico, desarrolla técnicas con las que pueden contrastarse también las preguntas y respuestas teológicas, en lo que hace a su posesión o carencia de sentido n. 33 De la inmensa bibliografía sobre el tema, algunas indicaciones: II. G. HUBBELING, De beiekems van de analytische filosofee voor een tvijsgerige 4 6 CRITERIOS DE INTERPRETACIÓN HE LA FE El problema primario para el análisis lógico del len- guaje, no es el problema de la comprensión e interpre- tación, sino la cuestión de si se acepta a priori la pose- sión de sentido del texto que va a interpretarse, o del mensaje al que en él se le da expresión. Esto último no lo afirma a priori el análisis lógico del lenguaje. Justa- mente eso es lo que deberá mostrarse en primer lugar. Una vez que se haya mostrado que el texto posee sen- tido, el análisis lógico del lenguaje no verá ya ningún problema en interpretarlo dentro de la posesión de sen- tido afirmada. La cuestión que primariamente plantea es la cuestión crítica sobre el sentido, y concretamente de modo tal que pretende fijar una delimitación a priori válida del posible sentido de las proposiciones. Si con ello quiere decirse que nada se puede afirmar con senti- do, caso de que no se acepte la ley lógica p<—>~ ~ p , eso es algo evidente; porque eso significa que todo enun- ciado con sentido debe respetar la ley lógica de la no- contradicción, es decir, que las leyes lógicas valen um- versalmente, si bien bajo dos importantes presupuestos: que el momento temporal y el punto de vista del enun- ciado no sean cambiados. El análisis del lenguaje, de orientación objetiva, objetivista incluso, toma a conside- ración — y cada vez más — el perspectivismo de tiempo y espacio, desde el que un texto o sujeto hablante nos dice a nosotros algo. Con sus aplicaciones de validez lógica universal, el análisis del lenguaje toma realmente a consideración los puntos de vista desde los que alguien dice algo sobre algo. A partir sobre todo de A. Tarski, ¡heologie: Tijdschrift voor Filosofie 29 (1967) 734-769; G. NUCHELMANS, Proeven van analytisch filosoferen, Hilversum 1967; J. URMSON, Philosophical Analysis, Oxford Í956; S. DOORMAN, Amerikaanse Analytische filosofie: Ti¡dschri£t voor Filosofie 28 (1966) 418-439; J. MARTIN, The new dialogue between pbilosophy and theology, Lond Mi 1966; New essays in philosophical theology, publicado por A. FELW - A. MCINTYRE, London B 1966; F. FERRÉ, Language, logic and god, New York 1961; A. J. AYER, Language, truth and logic, New York 2 1946; también C. A. VAN PEURSEN, Fenomenologie. ANÁLISIS DEL LENGUAJE, HERMENÉUTICA Y TEOLOGÍA 47 los analistas lógicos han ido siendo cada vez más cons- cientes de la relatividad de un sistema lógico clauso. El pensar lógico no es ningún entramado intemporal que pueda montarse por encima del mundo empírico cam- biante. Desde hace poco tiempo, ha venido a darse una con- cordancia general respecto a la diferencia entre estruc- turas lógicas y estructuras lingüísticas. Se ha puesto en claro — tanto en el plano ontogenético (en el crecimiento de cada uno de los niños) cuanto en el filogenético (en las especies de simios dotados de «inteligencia» superior, pero no del habla)— que la inteligencia sensorio-motriz abarca ya una cantidad de estructuras que se dan a una con la coordinación general, de modo que dicha inteli- gencia no puede ser adscrita al lenguaje ni al habla. Se está extendiendo la «communis opinio» de que el len- guaje tiene su origen en una inteligencia ya parcialmente estructurada, a la que, por su parte, el lenguaje mismo seguirá estructurando. Se dan, por tanto, dos estructu- ras claramente diferenciables, pero con repercusiones recíprocas: la lingüística y la lógica. Y se ha mostrado que, ya antes de que las estructuras lógicas se estructu- ren verbal o lingüísticamente, en las acciones del niño algo crecido que no puede aún hablar, se manifiestan estructuras lógicas. Se ha puesto pues en claro que el lenguaje no es la fuente de la lógica (como tantas veces afirmaba el neopositivismo), sino que el lenguaje mismo se basa en la lógica; hay que notar, de todos modos, que la interacción mutua de estructuras lógicas y lingüísticas en el crecimiento del niño no ha sido elucidada aún suficientemente. Pero, en todo caso, estas constataciones hacen ya quedar anticuadas a las tesis fundamentales del neopositivismo lógico, que reduce la lógica a la lingüís- tica. La advertencia que hace el análisis lógico del len- 48 CRITERIOS DE INTERPRETACIÓN DE LA FE guaje, y que tiene validez para toda interpretación teo- lógica, se encierra en la siguiente tesis: antes de que pue- da plantearse con sentido el problema de la verdad, tiene que haberse indagado primero la cuestión sobre el sen- tido o el significado, ¿Tiene el problema teológicamente planteado un sentido, o en cuanto planteamiento de pro- blema carece ya de él? La cuestión sobre el sentido y so- bre su intelección sólo puede responderse, según el aná- lisis lógico del lenguaje, respondiendo simultáneamente la cuestión sobre los criterios acerca del sentido y, en consecuencia, acerca de la intelección del mismo en un determinado caso. De ahí que el análisis lógico del lenguaje afirme que, entre «falto de verdad» y «falto de sentido», se da una diferencia fundamental. Puede haber enunciados con sentido y enunciados sin sentido, pero sólo los enuncia- dos con sentido puede ser verdaderos o falsos. Los enun- ciados sin sentido, en cambio, ni son verdaderos ni falsos. Esto representa una indiscutible —aunque, en realidad, evidente también— aportación del análisis lógico del lenguaje, mediante la cual muchos de lo problemas que filósofos o teólogos lanzan, pueden ya desde el prin- cipio ser orillados como pseudoproblemas, si bien no hay que olvidar tampoco que, para avanzar con sentido en la interpretación de la realidad, los pseudoproblemas han jugado también a menudo un papel positivo insus- tituible 14. Del mismo modo a como en los dos capítulos ante- riores hablábamos de una reducción (al menos) metódica, así también el análisis lógico del lenguaje parte de una «reducción analítico-lingüística»: pasa por alto lo refe- 14 K. - O. APEL, Heideggers pbilosopbische Rüdikalisieru/ig der Hermeneu- tik und die Frage nach dem «Sinnkriterium» der SprachCj en Die hermeneutische Frage in der Theologie, publicado por O. LOREIZ - W. STKOLZ, 86-152, especial- mente 141-142. ANÁLISIS DEL LENGUAJE, HERMENÉUTICA Y TEOLOGÍA 49 rente al contenido, y se limita totalmente a reglas lógi- cas, formales y estructurales. La cuestión primaria es la de la concordancia del pensar o del hablar consigo mis- mo: lo que se quiere ver, son estructuras lógicamente controlables. El análisis lógico del lenguaje, por tanto, sólo puede ser a lo sumo una ciencia auxiliar de la her- menéutica teológica. Al igual que el análisis estructural del lenguaje, el análisis lógico tiene con la hermenéutica teológica una conexión menos directa. Algunos, incluso, se espantarán de que al mensaje evangélico se lo aborde con la lógica. Pero hay que conceder, sin embargo, que la conexión entre la experiencia humana y aquello que yo creo es una conexión también lógica, si bien de propia índole. Ade- más, los enunciados teológicos y religiosos no son ni ilógicos ni supralógicos; la teología no pasa por encima de la lógica: el teólogo mismo no puede tampoco,desde uno e idéntico punto de vista en espacio y tiempo, afir- mar algo y a la vez negarlo. Si con respecto al cristiano afirma, por ejemplo, el «simul iustus et peccator», no habrá de poder (sea cual sea el sentido teológico que le dé) sostener esta afirmación dual desde uno y el mismo aspecto de consideración. Y, fuera de esta lógica de uni- versal validez, cada uno de los juegos lingüísticos tiene además su propia lógica interna, a la que deberá juzgarse según los criterios lógicos internos que le sean propios a dicho juego lingüístico. El análisis lógico del lenguaje obliga a los teólogos a formular más precisamente cuál es el contexto en el que surge el lenguaje religioso, y cuál es por tanto el estatuto lógico de los enunciados religiosos, confesionales y litúrgicos, y de las argumenta- ciones teológicas. Este lenguaje hace referencia, sobre todo, a la «lógica básica» del discurso religioso y teo- lógico, ya que éste se basa en «contextos de revelación» o «disclosure situations». La situación que constituye 4 50 CRITERIOS DE INTERPRETACIÓN DE LA FE el contexto del discurso religioso, es la vida religiosa, o más generalmente, la conscientización de la pregunta so- bre el sentido de la vida del hombre en el mundo. En este aspecto, el discurso religioso tiene siempre un con- texto «secular» o mundano, en el que, sin embargo, el creyente ve iluminarse una dimensión más profunda, que apela a la «existencia total» del hombre o requiere una respuesta vital personal. De este modo, el lenguaje religioso toma por modelo suyo el lenguaje de la normal experiencia humana, y califica a ésta de una forma apro- piada para suscitar la situación característicamente reli- giosa. Esta experiencia interpretativa hace que el dis- curso sobre Dios responda lógicamente a una forma de hablar indirecta, oblicua («evocativa»: simbólica, analógi- ca, paradójica; hablar en «parábolas y comparaciones», o en modelos). Todo discurso sobre Dios se caracteriza, en consecuencia, por el hecho de que el creyente se acerca a Dios como a aquel que supera todo lo observable y, sin embargo, está vinculado a ello: como a aquel que, en la experiencia humana, es experimentado como el inmediatamente no experimentable. Esto fundamenta también el especial estatuto lógico de la teología, el dis- curso reflexivo desde esta experiencia peculiar. La situa- ción religiosa, en cuanto «lógica básica» de todo discurso religioso, se caracteriza esencialmente por una trascen- dencia subjetiva («total commitment», en razón de un especial «discernment») como respuesta a una trascen- dencia objetiva15. A este respecto hay que notar, por lo demás, que, en el análisis lógico y fenomenológico del lenguaje, deja sin tratarse el tema de si, entonces, sea efectivamente una realidad trascendente la que se da a conocer, o si sea el creyente tan sólo el que la experimenta en cuanto tal. 16 I . T. EAMSEY, obras citadas en n. 12. ANÁLISIS DEL LENGUAJE, HERMENÉUTICA Y TEOLOGÍA 5 1 El análisis lógico del lenguaje elucida, por tanto, el estatuto lógico de la objetividad específicamente teoló- gica, la cual se diferencia, por ejemplo, de la objetividad específicamente histórica que se da en la historiología, o de la específicamente física que se da en la física. Dicho análisis, además, desenmascara no raras veces usos teo- lógicos del lenguaje aparentemente profundos, pero (con- siderados desde el análisis del lenguaje) inexactos; así, por ejemplo, cuando a dos expresiones construidas gra- maticalmente como equivalentes por entero o casi por entero —por ejemplo, «Jesús ha muerto» y «Jesús ha resucitado»—, y que por su esencia reproducen sin em- bargo unas estructuras lógicas radicalmente diversas, se les dispensa teológicamente un trato igual. El análisis lógico hace al teólogo rendir cuentas constantemente de aquello que dice. «How do you know?» es una pregun- ta que el teólogo deberá tener siempre ante la vista. Una vez que se haya llegado a entender que la verdad revelada no cae simplemente del cielo, sino que cobra expresión en la interpretación creyente del hombre, de modo que la revelación es palabra de Dios en palabras humanas, podrá entonces con razón considerarse formal- mente a estas verdades como «lenguaje humano», y juz- gar así sobre su sentido inteligible por los hombres. Y en ello la lógica tiene indudablemente su parte. Cierto que el análisis lógico del lenguaje no puede depararnos respuesta ninguna sobre la cuestión de la verdad, y que tampoco cabe identificar al discurso religioso con el dis- curso lógico; pero sí que la lógica tiene que decir también su palabra respecto a la respuesta a la cuestión del sen- tido, porque sólo una sentencia con sentido puede ser verdadera o falsa. Pasado su período neopositivista, la mayoría de los analistas del lenguaje han llegado actual- mente a la convicción de que la tesis que divide a los enunciados humanos en descriptivos o emotivos, de nin- 52 CRITERIOS BE INTERPRETACIÓN DE LA FE guna manera se adecúa a la realidad concreta. El con- texto situacional oírece otras muchas formas distintas del hablar, lógicamente sustentables. Brevemente: el aná- lisis lógico del lenguaje tomará a consideración lo que en las reflexiones precedentes calificábamos como «situación del discurso». Así pues, la «philosophy of analysis» no podrá pres- tar una aportación directa al problema hermenéutico, ya que, por así decir, se detiene ante el umbral de la her- menéutica, y sólo concierne al fenómeno lógico conco- mitante al discurso interpretativo o, en general, a todo discurso; pero, a pesar de ello, ofrece una ayuda, que no hay que subestimar, respecto a la cuestión sobre el sen- tido o el significado en la teología, y respecto al correcto uso teológico del lenguaje. De este modo podrán des- cartarse desde el principio los pseudo-problemas en la teología, cuando ya el mismo planteamiento del problema no posea un sentido; en situación como ésta última, el inquirir teológicamente una respuesta estará igualmente desprovisto de sentido. Las consideraciones sobre el lenguaje que hemos analizado hasta aquí, metódicamente inadecuadas pero provistas de sentido, nos remiten al juego lingüístico de la entera historia humana: al diálogo histórico de la humanidad. El análisis subsiguiente nos llevará al pre- supuesto ontológico de posibilidad de la «estructura triádica» fenomenológica (afirmada por algunos analis- tas lógicos del lenguaje) de la situación del discurso. ANÁLISIS DEL LENGUAJE, HERMENÉUTICA Y TEOLOGÍA 53 IV LA ONTOLOGÍA DEL LENGUAJE Y LA HERMENÉUTICA TEOLÓGICA Una vez que ha quedado ya en claro que los análisis estructural, fenomenológico y lógico del lenguaje son ciertamente de indudable valor en orden a una inter- pretación teológicamente provista de sentido, pero, por otro lado, parten todos ellos de una «reducción» metó- dica al dejar fuera de consideración el contenido de rea- lidad de aquello que se dice con sentido, tenemos que recurrir a una forma de análisis del lenguaje en la que, de hecho, se dé expresión explícita precisamente a la realidad. Por eso el teólogo, en definitiva, tendrá que escuchar también lo que dice Heidegger en su época pos- terior acerca de la dimensión ontológica del lenguaje16. Esta dimensión ontológica del lenguaje no sólo pre- cede a las estructuras lingüísticas, tal como las analiza- ron el estructuralismo y el análisis lógico del lenguaje, sino también a la intención del sujeto hablante, tal como fue analizada sobre todo por el análisis fenomenológico del lenguaje. El acontecer de la palabra será aquí enfo- cado como el emplazamiento («Sitz») de una dialéctica, y concretamente, de una dialéctica entre aquello que se manifiesta y lo que nosotros expresamos al hablar de ello, entre la apertura del ser y nuestro aprehender el ser. Aquí se pone de evidencia la prioridad del lenguaje que nos habla a nosotros, y que se incauta de nuestro hablar. 19 Unterwegs zar Sprachej
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