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MAYÉUTICA 43 (2017) 175-192 «NO HAY SANTIFICACIÓN SIN ESPÍRITU»: SANTIDAD Y REFORMA DE LA IGLESIA HOY Fr. Bruno N. D’ANDREA GIAVEDONI INTRODUCCIÓN La frase que encabeza el título de este artículo es de un Santo Padre, Ba- silio de Cesarea, uno de los grandes defensores de la divinidad del Espíritu y uno de los grandes reformadores de la Iglesia antigua. «No hay santificación sin Espíritu» es una forma de decir que detrás de la santidad de la Iglesia y de toda posible reforma actúa el Espíritu de Dios, el Espíritu del Padre y del Hijo1. Es el Espíritu como Persona-Don2, principal causante de la santidad de la Iglesia. Como también lo es de su reforma permanente. La Iglesia, por su parte, aparece ante nosotros como aquel lugar en el que el Espíritu, Don de Dios por excelencia, ha permanecido siempre como don del Resucitado. Ella es la «expresión» máxima de la presencia histórica y salvífica del Espíritu. Si el Espíritu puede ser considerado legítimamente el «nosotros» subsistente en la Trinidad, vínculo amoroso entre el Padre y el Hijo, y su función intratrinitaria es la de unir personas, en la Iglesia Él rea- liza la unión de una pluralidad de personas haciendo realidad el «nosotros» eclesial. A partir de esto es posible hacer una interpretación pneumatológica de la sacramentalidad de la Iglesia3. Dicha noción de sacramentalidad, recuperada por la teología que prece- dió al Concilio Vaticano II, especialmente por los movimientos litúrgico y pa- trístico, permiten abordar la nota o propiedad inamisible de la santidad de la 1 «Estás pensando en tres: el Señor que ordena, la Palabra que crea, el Espíritu que consolida. Pero, ¿qué otra cosa es consolidar, sino perfeccionar la santidad, pues la consolidación significa la solidez, la inmutabilidad y la firme fijación en el bien? Ahora bien, no hay santificación sin Espíritu (…) La santificación, al ser de fuera de su substancia, les confiere la perfección mediante la comunión del Espíritu». SAN Basilio, El Espíritu Santo, Madrid, 1996, nº 38). 2 Cf. JUAN PABLO II, Dominum et Vivificantem, 10a. 3 «La Iglesia es también signo expresivo y “sacramento” del Espíritu del Cristo. El amor eterno entre el Padre y el Hijo, su “nosotros” dichoso y eterno, se expresa en la estructura social de la Iglesia, es decir, en una pluralidad de personas humanas y en su red universal de relaciones (…) El hecho de que el Espíritu del Cristo se manifieste siempre esencialmente en una pluralidad de personas humanas y no sólo en una naturaleza o persona humana única, nos lleva a establecer que la Iglesia es, en un sentido verdadero y real, la manifestación histórica –la “expresión”– del Espíritu suprahistórico del Cristo”. H. MÜHLEN, El Espíritu Santo en la Iglesia, Salamanca, 1974, 526-527. FR. BRUNO N. D’ANDREA GIAVEDONI176 Iglesia como signo y realidad, a la vez como don de Dios y tarea de la misma. Procuraremos reflexionar teológicamente sobre este último aspecto y además trataremos de precisar la relación de este tema con el de la reforma de la Iglesia, en especial con la iniciada a partir del pontificado del Papa Francisco. 1. El Espíritu sopla donde quiere En estos tiempos en que se habla de reforma de la Iglesia, especialmente a partir del asenso del Cardenal Jorge Mario Bergoglio al solio pontificio, conviene recordar los fundamentos teológicos de toda reforma en la Iglesia, al menos, de toda reforma sin cisma, es decir, una reformación de la vita Ec- clesiae sin rupturas y al interior de la misma. Es lo que Y. Congar delineaba en su obra ya clásica, pero sumamente actual, acerca de las condiciones de una reforma sin cisma4. Recordemos las mismas: a) primacía de la caridad y sentido pastoral; b) permanecer en la comunión del todo; c) la paciencia, acep- tar las dilaciones; d) renovar mediante el retorno al principio de tradición. Una reforma tal demanda de los creyentes, pastores, fieles y teólogos, una clara conciencia de la presencia dinamizadora del Espíritu en la Iglesia. El olvido del Espíritu o las resistencias a su actuación ad intra y ad extra eccle- siae demoran las reformas que la Iglesia necesita para ajustarse al evangelio y, de ese modo, volcarse evangélicamente al mundo como servidora. La obra del Espíritu Santo, continuación de la obra salvadora de Cristo en la Iglesia, tiene lugar desde los comienzos de la misma y ha sido confesada por ella a lo largo de los siglos, aunque debamos admitir que en determina- dos momentos de la Historia de la Teología esta realidad ha sido olvidada o, por lo menos, no puesta suficientemente de relieve. Sobre todo a la teología de Occidente se le reprocha haber descuidado la relación Espíritu-Iglesia, favoreciendo o estimulando sólo la relación Cristo-Iglesia, de ahí que se la haya tachado de tener como soporte un «cristomonismo» explícito o implícito: los latinos sólo relacionarían la eclesiología a la cristología –resaltando los aspectos cristológicos de la Iglesia, por tanto, su dimensión visible e institu- cional–, haciendo del Espíritu sólo una función de Cristo. A esta crítica que proviene de la teología ortodoxa ha respondido, hace ya años, con un estudio serio y detallado el P. Congar, aceptándola con reservas5. Por otra parte, pero más recientemente, Zizoulas –reconocido teólogo ortodoxo– se ha mostrado crítico con la misma teología ortodoxa moderna llamando la atención sobre este mismo punto. Dicha teología no ha logrado todavía una síntesis entre cristología y pneumatología en la eclesiología, se trata de una tarea pen- diente y urgente6. Es más, afirma que sobre este punto “la teología ortodoxa 4 Cf. Y. CONGAR, Verdadera y falsa reforma en la Iglesia, Salamanca, 2014. 5 Cf. Y. CONGAR, “Pneumatologie ou «christomonisme» dans la tradition latine?”: Ephemerides Theologicae Lovanieses 45 (1969), 394-416. 6 «La teología ortodoxa necesita llevar a cabo una profunda reflexión sobre la relación entre cristología y pneumatología (…) el problema sobre cómo relacionar lo institucional con «NO HAY SANTIFICACIÓN SIN ESPÍRITU»: SANTIDAD Y REFORMA DE LA … 177 necesita colaborar con la teología occidental si quiere ser útil para sí misma y para otros”7. Actualmente, numerosos intentos de teólogos católicos, ortodo- xos y protestantes procuran subsanar esta carencia, sobre todo estrechando las relaciones entre pneumatología y eclesiología, lo cual es extremadamente importante si se quiere abordar correctamente el tema de la santidad y la reforma en la Iglesia. Sin duda alguna, el Concilio Vaticano II ha hecho su aportación desde el momento en que ha vinculado el ser de la Iglesia a la Trinidad. El origen mis- térico de la Iglesia está en el Dios Trino. La Iglesia es obra de los Tres, brota de su comunión interpersonal, y permanece en el mundo como sacramento de dicha comunión. Así se ha puesto de manifiesto en la Constitución dogmática Lumen Gentium que versa sobre la naturaleza de la Iglesia. Inmediatamente después de decir que «la Iglesia es en Cristo como un sacramento, o sea signo e instrumento de la unión íntima con Dios y de la unidad de todo el género humano»8, la relaciona con la Trinidad al hacer referencia a sus orígenes. En el número 2 se dice que el Padre «dispuso convocar a los creyentes en Cristo en la santa Iglesia», por tanto, que la Iglesia está en el designio salvífico del Padre. En el número 3 se pone de manifiesto el vínculo que existe entre la mi- sión de Cristo y la Iglesia: ella es «el reino de Cristo presente ya en misterio». Por último, en el número 4 se explicita la relación Espíritu-Iglesia: al término de la misión del Hijo «fue enviado el Espíritu Santo el día de Pentecostés a fin de santificar indefinidamente la Iglesia y para que de este modo los fie- les tengan acceso al Padre por medio de Cristo en un mismo Espíritu (cf. Ef 2,18)»9. El Espíritu entonces es, por sobre todas las cosas, el Santificador de la Iglesia. De este modo, constatamos que la intención de los padres conciliares de asociarel misterio de la Iglesia a la Trinidad es manifiesta; ya no se trata de vincularla a una persona divina como ha acontecido en muchos momentos de la reflexión teológica y magisterial, sino de vincularla al Dios Trino. La frase sintética de san Cipriano condensa dicha idea y prepara lo que será la consi- deración de la Iglesia como Pueblo de Dios en el capítulo 2: la Iglesia aparece como «de unitate Patris et Filii et Spiritus Sancti plebs adunata»10. Con esta mirada, el Concilio ha puesto el germen de una eclesiología trinitaria. Aun- que sea extenso el siguiente texto de uno de los teólogos del postconcilio que ha intentado una eclesiología de estas características, vale la pena citarlo porque explica sintéticamente la concepción trinitaria del ser de la Iglesia que ha querido esbozar el Concilio: lo carismático, los aspectos cristológicos de la eclesiología con los pneumatológicos, aún espera ser considerados por la teología ortodoxa». (I. ZIZIUOLAS, El ser eclesial, Salamanca, 2003, 137- 155, especialmente 137-139); para una aproximación global a la teología del Espíritu Santo en la teología ortodoxa, Cf. P. EVDOKIMOV, L’Espirit Saint dans la tradition orthodoxe, París, 1969. 7 Ibid., 140. 8 LG 1. 9 cf. AG 2-4. 10 SAN CIPRIANO, De oratione dominica, 23. FR. BRUNO N. D’ANDREA GIAVEDONI178 La Iglesia viene de la Trinidad: el proyecto de salvación universal del Padre (LG 2), la misión del Hijo (LG 3), la obra santificadora del Espíritu (LG 4) fundan la Iglesia como «misterio», obra divina en el tiempo de los hombres, preparada desde los orígenes («Ecclesia ab Abel»), reunida por la Palabra encarnada («Ecclesia creatura Verbi»), vivificada de nuevo constantemente por el Espíritu santo (la Iglesia «templo del Espíritu»). La Iglesia es icono de la Trinidad; gracias a una «notable analogía», ha sido comparada con el misterio del Verbo encarnado (LG 8), en la dialéctica de lo visible y lo invisible, mientras que su «comunión», una en la variedad de las Iglesia locales y de los carismas y ministerios que se dan en ellas, refleja la comunión trinitaria (cf. los capítulos II- VI de la LG). La Iglesia va hacia la Trinidad: es la Iglesia de los peregrinos, en don- de a través de una conversión y reforma continua («Ecclesia semper reformanda»), en comunión con la Iglesia celestial, se prepara ya para la gloria final (cf. los capítulos VII y VIII de LG)11. Creemos que las palabras de B. Forte no traicionan la mente del Concilio, por el contrario, expresan muy bien su orientación y perspectiva teológica fundamental: el misterio de la Iglesia tiene como modelo y principio supremo la unidad de un solo Dios Padre e Hijo en el Espíritu Santo, en la Trinidad de personas (UR 2). Esta orientación teológica fundamental sigue siendo actual y permite evitar el «cristomonismo» que ha caracterizado al Occidente, de modo que los planteamientos contemporáneos de reforma eclesial no giren sobre aspectos meramente institucionales sino también carismáticos y evan- gélicos. 2. Un don del Espíritu o «no hay santificación sin Espíritu» La santidad es la nota o propiedad de la Iglesia más antigua y con un indudable fundamento bíblico, tanto en su expresión como en su contenido12. Particularmente simbólicas y con gran peso en la tradición son las imágenes bíblicas de Esposa de Cristo y Templo del Espíritu13. Aquí simplemente nos parece importante señalar en qué medida la Iglesia es confesada santa. En primer lugar, en la medida en que es de Dios, en la medida en que dice relación con Dios que es esencialmente santo y con absoluta propiedad como lo atestigua el Antiguo y el Nuevo Testamento. En este sentido, pode- mos afirmar «existe, pues, una dialéctica entre lo que es dado por Dios y lo que es recibido y realizado por los hombres (…) Esto introduce en la Iglesia una tensión en virtud de la cual debe tender a adecuarse al don de Dios. Este don está ya hecho y asegurado a la Iglesia en virtud de la fidelidad de Dios 11 Cf. B. FORTE, La Iglesia, icono de la Trinidad. Breve eclesiología, Salamanca, 1997, 14. 12 Cf. Y. CONGAR, «Propiedades esenciales de la Iglesia», en: MyS T IV/1, Madrid 1973, 371- 609, 371-609, aquí 472. 13 Cf. Y. CONGAR, El Espíritu Santo, Barcelona, 1991, 257-263. «NO HAY SANTIFICACIÓN SIN ESPÍRITU»: SANTIDAD Y REFORMA DE LA … 179 a su alianza»14. No podemos más que afirmar que en esta propiedad de la Iglesia adquiere una preponderancia mayor la dimensión del don: la Iglesia es santa en la medida que acoge el don de la santidad participada por Dios. En segundo lugar, y teniendo como presupuesto lo recién afirmado podemos llamarla santa en otros en tres sentidos: primeramente, es santa a partir de sus principios formales, es decir, «en lo que ha recibido y recibe de parte de Dios para ser Iglesia, sacramento universal de salvación. Estos principios formales son el depósito de la fe, los sacramentos de la fe y los ministerios correspondientes»15; en segundo lugar, la Iglesia es santa porque es santifica- da por el Espíritu que es su causa trascendente, su principio de existencia y operación (como enseguida profundizaremos); por último, la Iglesia es santa porque es la Iglesia de los santos, es decir, porque entre sus miembros hay au- ténticos resplandores de la santidad de Dios que hace de la santidad un don vivido y comunicado solidariamente (comunión de los santos). En definitiva, la confesión de la santidad de la Iglesia no es más que el reconocimiento de que la Iglesia ha estado y está unida indisolublemente a Dios en Cristo por su Espíritu y que participará de su santidad plenamente en el futuro de Dios (Ef 5,25-27). Sin embargo, todo lo dicho hasta ahora no es óbice para negar un hecho constatado de nuestros tiempos: pocas verdades de fe resultan al hombre contemporáneo tan difíciles de aceptar y creer como la de la santidad de la Iglesia. Son numerosas las causas, pero particularmente la historia de su ser marcada en gran medida por el pecado quizá sea la principal. La santidad que ha sido profesada desde antiguo respecto de la Iglesia se ha visto siempre empañada por la realidad del pecado. El Concilio Vaticano II fue consciente de esto como para afirmarlo en más de una ocasión (LG 8; 48; UR 6). Ella es la ecclesia semper reformanda. Pero, de alguna manera la exaltación desmedida de una Iglesia santa incapaz de reconocer sus sombras ha podido ser también una de las causas de la incomprensión a la que siempre se vio expuesta. Vea- mos qué puede aportar la reflexión teológica sobre el Espíritu en este aspecto. En primer lugar, el Espíritu es causa trascendente de la santidad de la Iglesia y recuerda con ello que no es posible la santidad fuera de la comunión con Dios. A lo largo de la historia se han desarrollado movimientos que recla- maban ser la «santa» Iglesia de Dios, entendiendo por ello, una Iglesia abso- lutamente sin manchas ni sombras, una Iglesia plenamente asociada a Dios en orden a la gracia. Sin embargo, estos movimientos han estado permanen- temente confiados en las fuerzas del hombre por alcanzar el misterio santo de Dios y en ello radica su ilusión y frustración. No han reconocido realmente el don de Dios. El Espíritu como principio de existencia y operación de la Iglesia ha permanecido siempre santificándola y acompañándola en su pere- grinación hasta el pleno cumplimiento del designio de Dios. Esta Iglesia no ha dejado ni puede dejar de ser santa porque posee el don del Espíritu (LG 14 Y. CONGAR, «Propiedades…», 476. 15 Ibid., 479. FR. BRUNO N. D’ANDREA GIAVEDONI180 39). Como decíamos más arriba, Basilio afirmaba: «no hay santificación sin Espíritu»16. En segundo lugar, el Espíritu suscita la esperanza de la Iglesia pecadora. Con lo dicho en el punto anterior, no queremos negar la realidad de pecado que ha acompañado y de hecho acompaña a la Iglesia. Hemos afirmado que la santidad de la Iglesia es una de las verdades de fe más difíciles de acredi- tar actualmente. Por esta razón, aúnen la teología hay cierta insatisfacción por falta de una auténtica reflexión a nivel dogmático sobre el pecado en la Iglesia, así lo manifestaba K. Rahner algunos años después del Vaticano II, decía que hacía falta un tratamiento más profundo en la dogmática sobre la «Iglesia de los pecadores», tema de suma importancia para la eclesiología17; por otra parte, J. Ratzinger ha sostenido que si bien el Vaticano II ha hablado de la Iglesia pecadora se le podría acusar de haber sido demasiado suave en este tema18. Es cierto que “quizá una catequesis que sólo destacaba la san- tidad de la Iglesia ha llevado a este desencanto al descubrir en la práctica sus pecados. Es preciso insistir en que la Iglesia es divina y humana (LG 8) y que, la Iglesia peregrina está sujeta, a tentación y a caídas. La Iglesia posee el don del Espíritu, pero a diferencia del Hijo, que se encarnó en Jesús de Nazaret, el Espíritu no se encarna en nadie, por lo que su presencia está siempre mezclada con los errores y pecados de las personas y de la misma comunidad eclesial”19. Esto hace ver en el Espíritu Santo la presencia de Dios en medio de los creyentes y del mundo; es su compañía prometida entre nosotros pecadores. Por otro lado, hay que estar prevenidos de otra tentación de cara al pecado en la Iglesia: creer y afirmar de la Iglesia sólo sus limitaciones y defectos. «Si una catequesis y una historia triunfalista de la Iglesia nos han hecho creer que en ella todo es gracia y santidad, hoy tenemos el peligro contrario de ver 16 SAN BASILIO, El Espíritu Santo, XVI, 38; «El Espíritu es verdaderamente el lugar de los santos. Y el santo es un lugar propio para el Espíritu, pues él mismo se brinda para habitar con Dios y se llama templo suyo» (XXVI, 62). 17 Se trata de dar razón de la pretensión de santidad de la Iglesia ante sus contradicciones en la historia y tratar de profundizar en lo que dice la revelación de la «no-santidad» de la misma: «el tema tiene objetivamente gran importancia en la doctrina de la Iglesia, porque con él se ventila una de las más dolorosas cuestiones de la teología eclesiológica en el decurso de la historia de los dogmas, y porque, además, dicha cuestión es de largo alcance para la vida de fe de cada uno» (K. RAHNER, «Iglesia de los pecadores», en: Escritos de teología VI, Madrid 1969, 271- 286, aquí 271). 18 «Hablemos también de lo que nos preocupa hoy a este respecto, porque no hemos de disimular que tenemos la tentación de decir que la Iglesia ni es santa ni es católica. Incluso el Vaticano II se vio constreñido a hablar no sólo de la Iglesia santa, sino también de la Iglesia pecadora. Estamos tan convencidos del pecado de la Iglesia, que si de algo hubiéramos de acusar al Vaticano II es justamente de haber sido demasiado suave en este tema» (J. RATZINGER, Introducción al Cristianismo. Lecciones sobre el Credo Apostólico, Salamanca 1987, 300). 19 V. CODINA, «No extingáis el Espíritu» (1Tes 5,19). Una iniciación a la pneumatología, Santander 2008, 85. «NO HAY SANTIFICACIÓN SIN ESPÍRITU»: SANTIDAD Y REFORMA DE LA … 181 en la Iglesia sólo deficiencias y pecados»20. Ante esta posibilidad adquiere toda su validez la confesión de un Espíritu «dador de vida», que vivifica a su Iglesia. El Espíritu desde los comienzos de la Iglesia es su Santificador, y Él suscita la esperanza que conduce a la Iglesia hacia una nueva creación no sujeta ya al poder del pecado. Él es el garante de que la fuerza del pecado no invada todas las instituciones eclesiales ni la vida de los creyentes de modo que puedan perderse. Para comprender mejor esto incluso puede retomarse la propiedad de la santidad en su valor apologético desde una perspectiva pneumatológica y eclesiológica renovada. Así lo ha intentado Congar: No se trata de probar –afirma el teólogo francés– mostrando que sólo el poder de Dios permite dar cuenta de los hechos considerados como un milagro moral. Se trata más bien de revelar un acercamiento de Dios, en Jesucristo y en la Iglesia, que responde a la necesidad y el anhelo profundo del hombre y que llama poderosamente a la fe. El milagro ya no es considerado como efecto del poder de Dios que obligue a concluir la existencia de la causa, sino como signo de la presencia y la llamada divina que nos invita a la conversión. La Iglesia es en esta perspectiva una hagiofanía, que revela la existen- cia de otro mundo en el que puede entrarse por medio de un nuevo nacimiento”21. Pero esto no es posible sin el don de Dios: toda esta historia de la presen- cia hagiofánica de Dios en su Iglesia se ha desplegado en toda su plenitud desde la encarnación y la donación del Espíritu. «El Espíritu Santo es quien suscita la irradiación de la santidad. Efectivamente, no son los discursos más inteligentes quienes hacen surgir en el mundo una cosecha espiritual; son las almas escondidas en Dios, totalmente abandonadas y entregadas, perdidas para el mundo y entregadas incondicionalmente a Dios»22. Finalmente, son plenamente válidas y llenas de lucidez las palabras de Mühlen que nos hacen pensar en una cierta kénosis del Espíritu: La entrada del Espíritu Santo en el hombre es un anonadamiento mucho más profundo que el del Hijo, que entra en una naturaleza humana y en su historia. La naturaleza humana de Jesús no tenía pecado, pero el Espíritu Santo se anonada hasta el punto de entrar en hombres pecadores»23. En esto radica la profunda esperanza de la Iglesia de Cristo, en la auto- donación del Espíritu hasta la profundidad de toda existencia humana como oferta de gracia y vida nueva. 20 Ibid., 85. 21 Y. CONGAR, «Propiedades…», 491. 22 Y. CONGAR, El Espíritu..., 265. 23 H. MÜHLEN, El Espíritu Santo…, 323. FR. BRUNO N. D’ANDREA GIAVEDONI182 3. Una tarea del creyente o «el que te hizo sin ti, no te santifi- cará sin ti» Bien conocida es la frase de san Agustín que recuerda que Dios ha queri- do contar con la libertad del hombre para obrar su salvación: «el que te hizo sin ti, no te justificará sin ti»24. De modo semejante, para abrir este apartado podemos decir –parafraseando al Doctor de Hipona– que el que te hizo sin ti, no te santificará sin ti. En otros términos, la santidad es don de Dios que espera la respuesta del ser humano. La gracia del Espíritu de Cristo para la santidad y la reforma integral del hombre y de la Iglesia exige la correspon- dencia de las estructuras antropológicas y eclesiológicas fundamentales. La trascendencia del don del Cielo espera del espacio inmanente del ser creado apertura y receptividad. No podemos esperar de Dios lo que él quiso y dispuso que fuera nuestra ofrenda: los actos libres que le tienen a Él como fin último y objeto de amor. Ante el reto de la santidad de vida debemos recuperar el sentido de gratui- dad y la conciencia de responsabilidad. El Dios revelado en Jesucristo no sólo quiere la salvación de todos (cf. 1Tim 2,4) sino también el conocimiento y el amor del hombre, la comunión de vida con Él (cf. Jn 15,1-9), esto es la santidad. El camino del hombre –también el camino de la Iglesia– es el de la permanente escucha del llamado y la constante respuesta al mismo: llamada a la santidad, respuesta en santidad. La Ecclesia semper reformanda es comunidad que peregrina en libertad, capaz de ayudar a que acontezca el Reino o de retrasarlo, impedirlo, por re- sistencias al Espíritu de Cristo. La Ecclesia permixta de los Padres de la Igle- sia muestra muy bien la necesidad de reforma y del correcto ejercicio de la libertad movida por la gracia. Agustín siempre se mantuvo en las antípodas de los grupos y las teologías que reclamaban para la Iglesia de Cristo una perfección absoluta, o una pureza total25. Todo los hombres y los miembros de la Iglesia en esta tierra peregrinan hacia Dios y en su peregrinación eligen y deciden su futuro, pueden corresponder, o no, a la gracia multiforme de Dios. En definitiva, tanto en el camino de santidad personal y en todo intento serio de reforma eclesial jueganun papel clave la gracia y la libertad, el don y la tarea. 4. La reforma del Papa Francisco Todo lo dicho previamente sobre la santidad de la Iglesia, así como el pecado de sus miembros, y la relación de la misma con el Espíritu Santo, es de suma actualidad. No es un excurso teológico de escritorio, más bien 24 SAN AGUSTÍN, s. 169, 13: Qui ergo fecit te sine te, non te iustificat sine te. 25 cf. J. PATOUT BURNS, «La santidad de la Iglesia en la teología norteafricana», en: AVGVSTINVS 56 (2011), 21-38. «NO HAY SANTIFICACIÓN SIN ESPÍRITU»: SANTIDAD Y REFORMA DE LA … 183 la reflexión precedente tiene razón de ser porque muchos pastores y laicos parecen haber olvidado que la asistencia del Espíritu es la garantía de que la Iglesia permanezca en la verdad y camine hacia la verdad completa (cf. Jn 15,12-15), especialmente asistido es el Sucesor de Pedro que tiene el deber de confirmar a los hermanos (cf. Lc 22, 31-32). Muchas de las resistencias a la reforma de Francisco parecen derivar de una pneumtatología y eclesiología deficientes, así como de actitudes de “fariseísmo” y de “sinagoga”26. El mismo Papa Francisco, en su discurso a la Curia Romana de la Navidad de 2016, hizo una clara referencia a las re- sistencias que se perciben en ámbitos eclesiásticos, resistencias que pueden ser abiertas, ocultas o maliciosas27. Además, algunas han adquirido estado público, como la presentación de las dubia de cuatro reconocidos cardenales a propósito de la enseñanza magisterial de la exhortación Amoris Laetitia. Y pudieran citarse otros casos presentes en la opinión pública pero no creemos que sea necesario hacerlo aquí. Sí debemos hacer notar el apoyo llamativo que tiene el Papa Francisco en la inmensa mayoría del Pueblo de Dios, los laicos. Ellos, en su gran mayoría –cabe destacar– tienen expectativas sobre los cambios que el Papa propone, y esperan de él mayor participación. En gran medida van consiguiendo esto sin duda alguna. Por otra parte, no faltan sacerdotes y obispos que también se acompasan al estilo reformador del actual sucesor de Pedro. Reconocer las ruidosas resistencias, por tanto, no puede llevarnos a desconocer el gran apoyo con el que cuenta aunque sea algo silencioso, o menos mediático. Por otra parte, nos interesa subrayar que en el mismo discurso antes ci- tado el Papa latinoamericano ofrece una serie criterios-guía para la reforma de la Curia. Allí son enumerados doce: individualidad; pastoralidad; misiona- riedad; racionalidad; funcionalidad; modernidad; sobriedad; subsidiariedad; sinodalidad; catolicidad; profesionalidad; gradualidad. Aquí no vamos a repe- tir lo que ya dijo el Papa, más bien vamos a ofrecer otra forma de organizar las claves fundamentales de su reforma, no ya de la Curia, sino también de la Iglesia. El acento del Papa Francisco a nuestro parecer recae en tres áreas funda- mentales: espiritualidad, eclesiología y pastoral. Sin desconocer otros aspec- tos importantes como pueden ser su cristología o teología trinitaria (sin duda menos evidentes) creemos que éstas subyacen a su teología existencial y a su programa reformador que sí es más explícito en las tres áreas antes mencio- nadas. Para explicarnos mejor mencionamos cinco líneas fundamentales de su magisterio y de su actuación como sucesor de Pedro: 26 Utilizamos estas expresiones en el sentido de Y. Congar en su ya citada obra Verdadera y falsa reforma en la Iglesia, 139-169. 27 PAPA FRANCISCO, Discurso del Santo Padre Francisco de felicitación de la Navidad a la Curia Romana (jueves 22 de diciembre de 2016). FR. BRUNO N. D’ANDREA GIAVEDONI184 4.1. Discernimiento evangélico y conversión pastoral-misionera La acentuación que hace Francisco sobre la espiritualidad no es a prime- ra vista evidente. Más bien, hay que conocer su trayectoria y su formación espiritual e intelectual. Si accedemos por un momento a su biografía cons- tataremos con facilidad que hay dos aspectos importantes que no pueden obviarse al tratar su formación: su pertenencia a la Compañía de Jesús y sus estudios y acción pastoral en Latinoamérica, concretamente en Argentina. Estos dos datos nos hacen pensar en dos acentos del Papa Francisco que hacen referencia directamente a la espiritualidad (o mística) que vive y que propone: el discernimiento evangélico de la realidad y la conversión pasto- ral-misionera de la Iglesia. El discernimiento es un aspecto aprendido y desarrollado por Jorge Ber- goglio dentro de la Compañía de Jesús. Sin embargo, no hay que olvidar que la misma Palabra de Dios, tanto en el Antiguo como en el Nuevo Testamento, tiene páginas aleccionadoras sobre el discernimiento así como los mismos Padres de la Iglesia, antes que Ignacio de Loyola, tienen escritos bellísimos sobre el discernimiento espiritual. Ahora bien, aquí nos interesa destacar que el Papa jesuita propone este aspecto de su formación espiritual a todo el pueblo de Dios como un aporte a la nueva etapa evangelizadora que quiere abrir: Lo que quiero ofrecer va más bien en la línea de un discernimiento evangélico. Es la mirada del discípulo misionero, que se «alimenta a la luz y con la fuerza del Espíritu Santo» (EG 50). La palabra discernimiento aparece en la Exhortación programática de su pontificado unas 9 veces en puntos clave28. En la exhortación Amoris Laetitia la palabra discernimiento aparece unas 35 veces. Es un tema transversal dentro de estos dos documentos y, por tanto, un aspecto medular de la evan- gelización según el Papa Francisco. De alguna manera, no concibe la espiri- tualidad de la nueva evangelización sin discernimiento en todos los niveles –personal, comunitario, pastoral, misionero. El otro aspecto del que hablábamos a propósito del otro de los acentos sobre la espiritualidad se refiere a las raíces de su fe y de su formación. Tie- ne que ver con la conversión tal como la ha vivido y asimilado en la Iglesia Latinoamericana. El Papa Bergoglio no concibe la conversión personal como desgajada de la conversión pastoral y misionera de la Iglesia, categorialmen- te van unidas para la Iglesia de América del Sur desde el inicio del CELAM. Por eso, en la Evangelii Gaudium encontramos, por primera vez en la histo- ria, una fuerte impronta del magisterio latinoamericano en un documento pontifico. La doctrina del Sur se cuela irreversiblemente en el magisterio del Norte haciendo un aporte notable. 28 Encontramos la palabra «discernimiento» en los siguientes números: 16, 30, 33, 43, 45, 50, 154, 166 y 181. «NO HAY SANTIFICACIÓN SIN ESPÍRITU»: SANTIDAD Y REFORMA DE LA … 185 La conversión que propone Francisco es la trazada por el Documento de Aparecida en su programa de Misión Continental permanente29, cuya orien- tación clave es la pastoral-misionera, es decir, revisar y reformar las estruc- turas de modo que se orienten efectivamente al servicio del Pueblo de Dios así los pueblos de la tierra tengan Vida. El principio de misionariedad, que entra a formar parte de la eclesiología trazada por el Concilio Vaticano II y que no queda supeditado a la estructuración del tratado de misionología, integra nuclearmente la eclesiología y el dinamismo pastoral de toda la Igle- sia, porque «la salida misionera es el paradigma de toda obra de la Iglesia» (EG 15). Todas las comunidades deben procurar los medios «para avanzar en el camino de una conversión pastoral y misionera, que no puede dejar las cosas como están» (EG 25). Con todo, decíamos que esto va unido a la idea de reforma: La reforma de estructuras que exige la conversión pastoral sólo puede entenderse en este sentido: procurar que todas ellas se vuelvan más misioneras, que la pastoral ordinaria en todas sus instancias sea más expansiva y abierta, que coloque a los agentes pastorales en constante actitud de salida y favorezca así la respuesta positiva de todos aque- llos a quienes Jesús convoca a su amistad (EG 27) Ahora bien, no es un capricho circunstancial ni una estrategia para los tiempos difíciles desecularización e indiferencia, sino un acto de fidelidad de la Iglesia a la vocación recibida, la conversión eclesial es «la apertura a una permanente reforma de sí por fidelidad a Jesucristo» (EG 26). Estos números alcanzan para caer en la cuenta de que la conversión pastoral-misionera es un concepto clave en el magisterio de Francisco y cómo este concepto está unido inseparablemente al de reforma. Podemos sintetizar lo dicho diciendo que la conversión pastoral-misionera, idea que articula la comprensión de la espiritualidad en clave evangelizadora según el Papa Latinoamericano, es condición de posibilidad de la reforma en la Iglesia. 29 La Evangelii Gaudium cita veinte veces el Documento de Aparecida. C. M. Galli enuncia los temas que toma de dicho documento: «el primado del don del amor de Dios; la alegría de creer y de evangelizar; el Pueblo de Dios como comunidad de discípulos misioneros; la responsabilidad de todos los bautizados/as en la transmisión del Evangelio; los componentes de una espiritualidad evangelizadora; la centralidad de la Palabra de Dios y de una catequesis kerigmática; la piedad popular como una fuerza activamente evangelizadora; la Iglesia en un movimiento permanente de misión; el encuentro con todas las periferias humanas; la conversión de las estructuras eclesiales; las dimensiones sociales del Reino de Dios y de la evangelización; el lugar de los pobres en el corazón de Cristo y de la Iglesia; la lectura del proceso de globalización; la denuncia de los sistemas de exclusión; el desafío de la inculturación de la fe en las nuevas generaciones; la nueva pastoral urbana» (C. M. GALLI, «La teología pastoral de Evangelii Gaudium en el proyecto misionero de Francisco», en Revista Teología 114 (2014), 23-59, aquí 38. FR. BRUNO N. D’ANDREA GIAVEDONI186 4.2. Descentralización del papado y sinodalidad La descentralización del papado, a nuestro juicio, es una política de estado para el Papa Francisco. Porque quiere una Iglesia des-centrada y menos autorreferencial, busca que sus estructuras respondan a su vocación. Es una necesidad avanzar hacia una saludable descentrali- zación (cf. EG 16). Muy unido a este concepto está el de sinodalidad. De los ortodoxos sugiere aprender de su propio concepto de colegia- lidad episcopal y de su experiencia de sinodalidad (cf. EG 246). Pero sobre todo se nota su acento sobre este punto cuando vemos el camino sinodal emprendido a propósito del Sínodo de la Familia (cf. AL 2) y como el Papa promueve a las Conferencias Episcopales alentándolas al discernimiento pastoral y otorgándoles mayor capacidad para la toma de decisiones: No es conveniente que el Papa reemplace a los episcopados locales en el discernimiento de todas las problemáticas que se plantean en sus territorios. En este sentido, percibo la necesidad de avanzar en una saludable «descentralización» (EG 16). En este sentido parece proponer la reforma de cada Iglesia particular: (…) en orden a que este impulso misionero sea cada vez más intenso, generoso y fecundo, exhorto también a cada Iglesia particular a en- trar en un proceso decidido de discernimiento, purificación y reforma (EG 30). Del mismo modo se pronuncia en otros documentos, como por ejemplo, la exhortación Amoris Laetitia: no todas las discusiones doctrinales, morales o pastorales deben ser resueltas con intervenciones magisteriales. Naturalmente, en la Iglesia es necesaria una unidad de doctrina y de praxis, pero ello no impide que subsistan diferentes maneras de interpretar algunos as- pectos de la doctrina o algunas consecuencias que se derivan de ella. Esto sucederá hasta que el Espíritu nos lleve a la verdad completa (cf. Jn 16,13), es decir, cuando nos introduzca perfectamente en el mis- terio de Cristo y podamos ver todo con su mirada. Además, en cada país o región se pueden buscar soluciones más inculturadas, atentas a las tradiciones y a los desafíos locales (AL 3). Cabe destacar que el Papa Francisco parece haber tenido siempre aprecio por el sano pluralismo teológico y pastoral dentro de la unidad de la Igle- sia. Antes de ser elegido Sumo Pontífice conocía planteamientos teológicos de reconocidos intelectuales como Karl Lehmann o Hans Urs von Balthasar que abordaron, con suma agudeza, la cuestión del pluralismo teológico en el seno de la Iglesia. Además, la experiencia latinoamericana de sinodalidad, expresada magisterialmente en documentos como los de Medellín y Puebla, «NO HAY SANTIFICACIÓN SIN ESPÍRITU»: SANTIDAD Y REFORMA DE LA … 187 sin duda forjó su comprensión sobre la relación entre unidad que nace de la profesión de fe y el pluralismo teológico y pastoral30. Teniendo presente estos datos biográficos y su actual magisterio podemos comprender perfectamente que descentralización y sinodalidad son dos no- ciones clave de la reforma bergogliana. Aunque es lamentable que no todos entiendan estos dos principios en torno a los cuales gira dicha reforma31. 4.3. Cultura del encuentro y cuidado de la creación En su programa de reforma Francisco también coloca el acento sobre la necesidad de transformación social y de una nueva cultura del cuidado de lo creado. Su magisterio muestra una clara orientación social, testimonio de ello es el capítulo de la Evangelii Gaudium dedicado a la dimensión social de la evangelización, y la encíclica Laudato si’ estrictamente toda ella un nuevo aporte a la doctrina social de la Iglesia. A nuestro juicio hay dos claves del pensamiento social del Papa Francisco que subyacen a su visión reformadora: la cultura del encuentro y el cuidado de la creación. Si prestamos atención a la primera clave, notaremos que hay dos conceptos «cultura» y «encuentro». El primero es muy querido por Fran- cisco. Cultura es un concepto clave dentro del Magisterio Latinoamericano y de la Teología del Pueblo, corriente de la teología de la liberación cuyo método depende de dicho concepto y escuela teológica a la que era afín el cardenal Bergoglio32. Por otra parte, “encuentro” es quizá su aspiración más profunda. Es un concepto que supone otros importantes como: alteridad, diálogo, re- ciprocidad. Para el Papa Francisco la cultura del encuentro no es un bonito slogan, sino la condición necesaria para que exista cultura: porque donde hay encuentro de personas, ideas, códigos morales, cosmovisiones, etc., allí hay cultura. Por el contrario, cuando se deja de luchar por este «trabajo lento y arduo”» que apunta a una «pluriforme armonía» (EG 220) se cede el espacio a los poderes anónimos que ponen en movimiento una auténtica «cultura del descarte» (GS 53; cf. LS 22) que no es otra cosa que la universalización de la exclusión a escala global. 30 cf. J. M. BERGOGLIO, «Sobre el pluralismo teológico y la eclesiología latinoamericana», en: Stromata 40 (1984), 321-331. 31 «Francisco constituye un caso de profetismo carismático que se presenta investido con la misión de reformar la Iglesia. Por otra parte, la vieja Curia resiste con sus organizaciones y sus particularidades institucionales enraizadas en prácticas pre-modernas de fidelidad personal y de cultura orgánica cortesana» (J. DÉCIO PASSOS, «O Papa Francisco e a Curia Romana. Contradiçoes entre os poderes e impactos carismáticos sobre uma burocracia tradicional», en Revista Eclesiástica Brasileira 75 (2015), 958-989). 32 Cf. M. CASTAGNARO- J. C. SCANNONE, «La teologia di Francesco», en Il Regno 6 (2013); E. CUDA, «Teología y política en el discurso del Papa Francisco», en Nueva Sociedad 248, (2013); para una introducción general a la teología del Pueblo en el marco de la teología de la liberación, cf. J. C. SCANNONE, Teología de la liberación y Doctrina Social de la Iglesia, Madrid, 1987. FR. BRUNO N. D’ANDREA GIAVEDONI188 Por otro lado, el interés por el cuidado de la creación es uno de los pilares de su pontificado, al menos así lo manifestó desde su ascensión a la sede de Pedro. Su encíclica es la primera de la doctrina social de la Iglesia dedicadapor entero a la ecología, concretamente a la ecología integral (cf. LS 15-16). Es un documento que tuvo una importante resonancia en medios interna- cionales y que implica también desafíos para la Iglesia. La ética ecológica encuentra apoyo y, a la vez, desafíos de cara a una renovada articulación. 4.4. La lógica de la misericordia y de la integración pastoral Para el Papa Francisco desde hace tiempo, más precisamente desde Juan XXIII y el Concilio Vaticano II hasta nuestros días, la Iglesia vive un tiempo de la misericordia: Sí, creo que éste es el tiempo de la misericordia. La Iglesia muestra su rostro materno, su rostro de madre, a la humanidad herida. No espera que los heridos llamen a su puerta, sino que los va a buscar a las calles, los recoge, los abraza, los cura, hace que se sientan amados. Dije entonces, y estoy cada vez más convencido de ello, que esto es un kairós, que nuestra época es un kairós de misericordia, un tiempo oportuno”33. Esta lectura bergogliana de la realidad y del tiempo nos permite com- prender una de las claves de su reforma que repercute directamente en la praxis de la Iglesia, tanto moral como pastoral34. Por otra parte, cabe desta- car que no faltan desde hace décadas reflexiones teológicas que reclamaban un espacio propio al principio-misericordia y a sus posibles articulaciones35. Aquí cabría citar el documento del magisterio del Papa Francisco que más repercusiones ha generado y que, sin duda, generará cambios en la pra- xis de la Iglesia, nos referimos a la exhortación Amoris laetitia que ya hemos citado más arriba Es un documento que debe leerse a la luz del trabajo del último Sínodo de la Familia. Sin duda el Papa Francisco procuró ofrecer una enseñanza en consonancia con los planteamientos y propuestas de dicho Sí- nodo. Basta notar que la primera cita es del documento conclusivo del mismo 33 FRANCISCO, El nombre de Dios es misericordia. Una conversación con Andrea Tornielli, Buenos Aires, 2016, 26. 34 Sin duda en el magisterio del Papa Francisco la misericordia ha cobrado el carácter de categoría política justamente por tener verdadero peso específico en esta hora de la historia: “¿Qué significa la misericordia como categoría política? En síntesis podríamos decir: no considerar nunca nada ni nadie como definitivamente perdido en las relaciones entre las naciones, los pueblos y los estados. La misericordia reorienta las aguas del curso de la historia y abre los diques del determinismo” (A. SPADARO, «La diplomazia di Francesco. La misericordia come proceso político», en La Civiltà Cattolica 3875 (2016), 209-226. 35 Algunos de los que creemos son de los mejores exponentes de esta línea de reflexión teológica: J. SOBRINO, El principio-misericordia. Bajar de la cruz a los pueblos crucificados, Santander, 1992; O. GONZÁLEZ DE CARDEDAL, La entraña del cristianismo, Salamanca, 1997; W. KASPER, La misericordia: clave del Evangelio y de la vida cristiana, Santander, 2012. «NO HAY SANTIFICACIÓN SIN ESPÍRITU»: SANTIDAD Y REFORMA DE LA … 189 y en el número segundo se alude al «camino sinodal» sobre el que asentará toda su enseñanza36. Con todo, en el número 4 se nos advierte que no sólo encontraremos los aportes del Sínodo sino también «otras consideraciones que puedan orientar la reflexión, el diálogo o la praxis pastoral y, a la vez, ofrezcan aliento, estímulo y ayuda a las familias en su entrega y en sus difi- cultades». Ahora bien, el documento fue esperado con cierta impaciencia por lo que podría llegar a decir a propósito de la situación de los divorciados vueltos a casar, especialmente en relación a la posibilidad de que puedan acceder a los sacramentos. De hecho generó un sinnúmero de reacciones: los más conser- vadores se sorprendieron por muchas de las afirmaciones del Papa Francisco y los más progresistas se alegraron de las mismas. Tomó relevancia mediá- tica la carta de cuatro cardenales con una serie de dubia sobre puntos nu- cleares de la reflexión del Papa. Allí los cardenales Caffara, Meisner, Burke y Brandmüller expresaban sus dudas y exigían del Santo Padre aclaraciones y definiciones sobre puntos de la exhortación que parecían ser ambiguos o no suficientemente claros. Cabe destacar que el Papa Francisco nunca contestó las dubia. En al- gunos momentos solo indicó que algunos cardenales como C. Schönborn, in- terpretaban correctamente su enseñanza y a ellos había que escuchar. Ade- más, en un segundo momento, y en estricta relación a la posibilidad de un acompañamiento de la Iglesia a los divorciados vueltos a casar que incluya la recepción de los sacramentos, el Papa avaló un documento de una serie de Obispos de Buenos Aires que permitían el acceso de dichas personas a los sacramentos bajo ciertas condiciones. A este documento se continuaron otros como el de los Obispos de Malta y el de la Conferencia Episcopal Alemana. Hoy ya son muchas más las Conferencias Episcopales que aprobaron docu- mentos de orientaciones pastorales semejantes. El número de la exhortación que más debate generó ha sido el 305 y una nota a pie de página que contiene, la número 351. La frase central del núme- ro es la siguiente: A causa de los condicionamientos o factores atenuantes, es posible que, en medio de una situación objetiva de pecado –que no sea subje- tivamente culpable o que no lo sea de modo pleno– se pueda vivir en gracia de Dios, se pueda amar, y también se pueda crecer en la vida de la gracia y la caridad, recibiendo para ello la ayuda de la Iglesia [351]. El discernimiento debe ayudar a encontrar los posibles caminos de respuesta a Dios y de crecimiento en medio de los límites. Por creer que todo es blanco o negro a veces cerramos el camino de la gracia y del crecimiento, y desalentamos caminos de santificación que dan gloria a Dios. 36 cf. AL 1 y 2. FR. BRUNO N. D’ANDREA GIAVEDONI190 Además, en seguida, se cita un texto de la Evangelii gaudium que se orienta en la misma dirección y que ha sido muy comentado en diversas ins- tancias eclesiales: «un pequeño paso, en medio de grandes límites humanos, puede ser más agradable a Dios que la vida exteriormente correcta de quien transcurre sus días sin enfrentar importantes dificultades» (EG 44). Por otra parte, la nota a pie de página del número citado, la número 351 no deja lugar a dudas sobre la posibilidad de ofrecer a los divorciados vueltos a casar el acceso a los sacramentos en determinados situaciones. Dice el texto: «en ciertos casos, podría ser también la ayuda de los sacramentos». Esta nota, en el contexto de toda la reflexión teológico-moral del capítulo ocho, fue la que más zozobra generó a las mentes conservadoras, incluso las más preparadas teológicamente hablando. A nuestro modo de ver, creemos que el Papa puso en cuestión algunos conceptos clásicos de la teología (no necesariamente tradicionales en el sentido teológico de la palabra), como son el de la gracia o el de pecado mortal. Es decir que la discusión no era tanto disciplinar como teológica, ya que repercutía en aspectos de la dogmática y no sólo de la pastoral. Pero no hay que olvidar que las reflexiones, más allá de un claro sabor jesuita, están sentadas sobre las bases de Santo Tomás de Aquino, quizá no aspectos del pensamiento tomista desarrollados después del posconcilio. ¿Las dudas, por tanto, de dónde provenían? ¿Del deseo de encontrarse e inter- cambiar miradas sobre un aspecto tan importante para la vida de muchas familias de hoy o, más bien, de la inseguridad de aquellos que tienen miedo a los cambios? El mismo pontífice advertía de este peligro y trababa de ser comprensivo con personas que puedan sentirse así: (…) comprendo a quienes prefieren una pastoral más rígida que no dé lugar a confusión alguna. Pero creo sinceramente que Jesucristo quie- re una Iglesia atenta al bien que el Espíritu derrama en medio de la fragilidad: una Madre que, al mismo tiempo que expresa claramente su enseñanza objetiva, «no renuncia al bien posible,aunque corra el riesgo de mancharse con el barro del camino» (AL 308). En definitiva, nos da la impresión que el Papa interpreta este momento de la historia –de las familias en la historia– como aquél en el que el Espí- ritu pide a la Iglesia no renunciar a la verdad pero a la vez anunciarla con misericordia y amor en medio de la fragilidad humana. Vuelven a resonar en nuestros oídos las palabras de la Gaudium et spes: (…) la Verdad revelada pueda ser mejor percibida, mejor entendida y expresada en forma más adecuada (GS 44). Otro aspecto importante es de la revisión de la enseñanza moral de la Iglesia, especialmente en temas de ética sexual. Sin duda, a partir de Fran- cisco la moral sexual entrará en una profunda fase de revisión. El acento en la misericordia del Papa Francisco genera la inquietud de si en la enseñanza «NO HAY SANTIFICACIÓN SIN ESPÍRITU»: SANTIDAD Y REFORMA DE LA … 191 moral de la Iglesia sobre la sexualidad, el principio-misericordia no pudiera ser jugar un papel más destacado, a modo de principio articulador de una nueva síntesis en el corazón de la ética cristiana. ¿Acaso no es posible pen- sar que a la teología del cuerpo de Juan Pablo II y la comprensión filosófica y teológica del amor de Benedicto XVI, delineada en términos generales en Deus caritas est, no puedan ser completadas armónicamente a partir de la perspectiva bergogliana de la misericordia? Pero no nos referimos a que la misericordia juegue un papel importante en el confesionario, sería poco serio desconocer que lo hace desde los tiempos apostólicos; se trata de elaborar una síntesis que permita «re-pensar» toda la ética sexual armonizando la veritas con la misericordia de modo integral y no casuístico. Hay que decir también que muchos moralistas católicos llevan años trabajando en esta línea. Cerrando este apartado, cabría aquí recordar las palabras de Pablo a los tesalonicenses: «No apaguéis la fuerza del Espíritu. Examinadlo todo y que- daos con los bueno» (1Tes 5, 19-21). No apaguemos los intentos de reforma suscitados por el Espíritu, vivamos en sana tensión a la santidad, examinando y discerniendo, y recojamos lo bueno, lo que agrada, lo perfecto (cf. Rom 12, 2). 5. Quoniam tu solus Sanctus La liturgia de la Iglesia proclama la gloria de Dios Trino, su santidad trascendente, y nos invita a orar por la santificación del hombre cuya espe- ranza reside en Jesucristo: tu solus Sanctus, tu solus Domine, tu solus Altis- simus, Iesu Christe, cum Sancto Spiritu in gloria Dei Patris. La liturgia es, entre otras cosas, pedagogía para la santificación y espacio para la verdadera reforma del corazón del hombre y de las estructuras ecle- siológicas. En un tiempo en donde se demanda por doquier una liturgia más inculturada no podrá faltar un retorno a sus fuentes de modo que nunca se pierda el contacto con la Sanctitas Dei que no puede explicarse sin Jesús de Nazaret, Humanitas Dei que redime, santifica y reforma. La reforma iniciada por Francisco necesita de mucha oración y culto en Espíritu y verdad (cf. Jn 4, 23). Quizá se deba hablar menos y escuchar más, gritar menos y silenciar más, quizá así escuchemos la voz de Dios y sintamos en el cuerpo el soplo del Espíritu; quizá escuchemos la voz de los pobres y sufridos de la tierra y sintamos en la carne sus dolores. Liturgia y oración; contemplación, sabiduría y adoración; palabra, banquete y profecía, más que consignas, son características de la forma de vivir del mismo Jesús. Y es el Espíritu el que nos conduce a Jesús, a la verdad plena, y nos comunica lo que recibe de Él (cf. Jn 15,12-15). Él es el garante de toda reforma eclesial y el autor de la santificación de los creyentes. Fr. Bruno N. D’ANDREA GIAVEDONI OAR Venezuela
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