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historia de Francia

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FRANCIA
HISTORIA
Los vestigios arqueológicos indican que la presencia humana en el actual territorio francés comenzó hace al menos 100.000 años.
Culturas prehistóricas
Las culturas reconocidas más antiguas son las del paleolítico (50000-8000 a.C.), que dejaron una rica herencia artística de pinturas rupestres, las más famosas de las cuales se encuentran en Lascaux, en el actual departamento de Dordoña, en el suroeste francés.
Los pueblos del mesolítico (8000-4000 a.C.) fueron recolectores de alimentos al igual que sus antecesores, pero dejaron relativamente pocos restos. Los agricultores del neolítico (4000-2000 a.C.), por su parte, levantaron miles de monumentos de piedra en Francia, algunos de los cuales han llegado hasta nuestros días, como los menhires de Bretaña, los menhires-estatua del sur de Francia y los dólmenes, o tumbas de cámara, del valle del Loira, París y la Champaña, todo ello ligado al fenómeno megalítico.
Durante la edad del bronce (2000-700 a.C.) y la edad del hierro (entre los siglos VIII y II a.C.) emergieron culturas más complejas. Hacia el 800 a.C. la cultura de Hallstatt —guerreros y pastores que se desplazaron desde su región natal alpina hacia el interior de Francia— introdujo las técnicas de la metalurgia del hierro. En el periodo siguiente, los celtas (o galos) pasaron a ser el pueblo dominante.
El contacto con la cultura mediterránea comenzó cuando los griegos exploraron el Mediterráneo occidental en el siglo VII a.C., establecieron una colonia en Massalia (Marseille o Marsella) y comerciaron con el interior a través del valle del Ródano. En el siglo V a.C., la cultura de La Tène —caracterizada por una fina artesanía de joyería, armas y cerámica— se extendió desde el este de la Galia a todo el resto del mundo celta.
La Galia romana
En el 121 a.C. los romanos ocuparon la antigua colonia griega de Massalia, a la que llamaron Massilia, y fundaron en torno a ese año otros asentamientos en el interior, en Narbona, que constituyeron la base territorial de la floreciente provincia romana de la Galia Narbonense.
Julio César conquistó el resto de la Galia entre el 58 y el 51 a.C. Las tierras entonces conquistadas se denominaron Galia Bélgica, Galia Lugdunense y Aquitania. El centro administrativo principal estaba en Lugdunum (actual Lyon).
Una vez que los romanos consolidaran su poder sobre la Galia, el problema principal fue defender la extensa frontera nororiental expuesta a los pueblos germanos. Roma intentó conquistar las tierras germánicas más allá del Rin y creó la colonia Agrippinensis (la actual Colonia alemana, una base equivalente a Lugdunum). Sin embargo, después de ser derrotados por los germanos en el año 9 a.C., los romanos se limitaron a defender la frontera del Rin. Muchos galos sirvieron en las legiones romanas fronterizas y los dos primeros siglos de dominación romana fueron relativamente pacíficos.
En el siglo III d.C., cuando el Imperio romano comenzó a declinar, la Galia romana se vio afectada por una serie de problemas: inestabilidad política, disminución del abastecimiento de esclavos, plagas, aumento de la inflación con la consiguiente inseguridad económica, presión de las tribus germánicas a lo largo de la frontera y ruptura general de la ley y el orden. El emperador Diocleciano, desde su residencia imperial en Tréveris (actualmente en Alemania), impuso reformas militares y fiscales que posibilitaron un periodo de relativa estabilidad.
El cristianismo, que se había introducido en el siglo II a pesar de sufrir persecuciones, floreció bajo la protección imperial durante el siglo IV, un periodo de desorden político. En el siglo V, se convirtió a su fe incluso la aristocracia galorromana, con lo que miembros de las antiguas familias senatoriales pasaron a ocupar posiciones episcopales.
A lo largo de todo el siglo IV, pequeños grupos de germanos se habían asentado en la Galia por medio de foedus (pactos) con las autoridades romanas. En el 406 este movimiento se convirtió en una invasión cuando los vándalos, suevos y alanos atravesaron la frontera, se desplazaron rápidamente a través de la Galia y entraron en Hispania (España). En el 412 los visigodos se asentaron en el sur de la Galia, concretamente en Aquitania, procedentes de Italia, y, en el 440, los burgundios lo hicieron a su vez en la Galia oriental. En el noroeste, los bretones, celtas procedentes de Britania, que había sido invadida por las tribus sajonas, solicitaron y consiguieron refugio en el continente y dieron su nombre a la región de Bretaña. En el 451, germanos, romanos y galos se unieron para derrotar a una nueva oleada de invasores, los hunos, bajo la jefatura de Atila.
El origen de Francia
En el último cuarto del siglo V, cuando la autoridad imperial romana decayó en la parte occidental del Imperio, otra tribu germánica, formada por los francos salios, conquistó la Galia. Su rey, Clodoveo I, fue un valiente guerrero que contrajo matrimonio con una princesa cristiana burgundia. Clodoveo se convirtió al cristianismo en el 496. Al adoptar la forma católica del cristianismo favorecida por los galorromanos en lugar del cristianismo herético arriano profesado por los visigodos, pudo consolidar su dominio sobre el país.
Los Merovingios
La dinastía de Clodoveo, los Merovingios, denominados así por su fundador, Meroveo (reinó entre el 448 y el 458), gobernó hasta el año 751. De acuerdo con la costumbre franca, todas las posesiones del rey, incluso el título real, se dividían a su muerte entre sus hijos. Debido a esta práctica, la Francia merovingia se caracterizó por una continua desunión que culminó en la guerra civil del siglo VI. El reino se unificó de nuevo en el 613 bajo Clotario II (613-629) y Dagoberto I (629-639). Después comenzó a decaer con el mandato de una serie de reyes débiles e incompetentes. Durante este periodo, el poder comenzó a concentrarse en manos de los mayordomos de palacio, oficiales reales que administraban personalmente los territorios del rey. Entre ellos surgieron conflictos, reminiscencias de los que habían aparecido entre los primeros merovingios. A finales del siglo VII, un mayordomo de palacio, Pipino de Heristal, miembro de la familia de los Arnulfung de Austrasia (región del este de Francia y del oeste de Alemania), adquirió preeminencia sobre sus rivales y extendió con éxito su autoridad sobre los reinos francos de Neustria y Borgoña hacia el oeste y el sur. Le sucedió su hijo, Carlos Martel, quien reunió un ejército franco que repelió la invasión musulmana procedente de la península Ibérica en el 732 en la batalla de Poitiers. En el 751 el hijo de Martel y su sucesor, Pipino el Breve, depuso a Childerico III, el último rey merovingio, y fue coronado rey de los francos por san Bonifacio.
Los Carolingios
La nueva dinastía —posteriormente denominada Carolingia por su miembro más destacado, Carlomagno— se consolidó con la alianza que estableció Pipino con el Papado. A cambio de la ayuda de los francos contra los lombardos, que estaban invadiendo el territorio papal en Italia, el papa Esteban II (III) aprobó la pretensión al trono de los carolingios y, en el 754, viajó a Francia para ungir a Pipino y a sus hijos con los óleos sagrados, al igual que los profetas ungieron a los reyes bíblicos de Israel. Pipino a cambio venció a los lombardos y entregó la región de Ravena al Papado, dando lugar a la aparición de los Estados Pontificios. A la muerte de Pipino (768), su reino fue dividido entre sus hijos Carlos y Carlomán, el cual falleció tres años después, lo que convirtió a Carlos (luego Carlomagno) en rey de todos los francos hasta su muerte en el 814.
Carlomagno
Los primeros años de su reinado estuvieron caracterizados por las campañas militares que llevó a cabo. Al igual que su padre, luchó en Italia, tanto a favor del Papa como en su propio beneficio, y conquistó Lombardía. Realizó campañas en la península Ibérica contra los musulmanes y los vascones y estableció un territorio fronterizo denominado la Marca Hispánica, origen de la futura Cataluña. En el esteluchó contra los bávaros y los ávaros y anexionó sus territorios, Baviera y Panonia respectivamente. Realizó igualmente campañas contra los sajones (772-804) en Alemania, a quienes sometió y obligó a convertirse al cristianismo.
En el año 800, Carlomagno fue coronado por el papa León III en Roma y recibió el título de Emperador de los Romanos. No había habido un emperador en las antiguas provincias occidentales del Imperio romano desde el siglo V. Carlomagno estableció un vasto sistema administrativo para gobernar su Imperio, dividido en unas 250 provincias. Reunió a las principales escuelas de Europa e inició un programa de reformas intelectuales y religiosas. Carlomagno capitalizó la residencia real en Aix-la-Chapelle, su balneario favorito de primavera (actual Aquisgrán, Alemania).
Los sucesores de Carlomagno
Después del año 800, los vikingos procedentes de Escandinavia comenzaron a atacar las áreas costeras de los dominios carolingios. Sin embargo, el impacto de esas invasiones no cristalizó hasta el reinado del sucesor de Carlomagno, Luis I el Piadoso, al que coronó emperador el mismo Carlomagno en el 813. Los ataques vikingos y una sucesión de problemas que tuvieron lugar tras el reinado de Luis I el Piadoso significaron el inicio de la decadencia del Imperio carolingio.
Luis procuró establecer una sucesión ordenada, decretando en 817 que su hijo mayor, Lotario I, heredaría el Imperio y que sus dos hijos menores, Pipino de Aquitania y Luis II el Germánico, gobernarían reinos subordinados al mismo. Posteriormente, el emperador tuvo un cuarto hijo, Carlos, con su segunda esposa, que no estaba dispuesta a que su hijo fuera excluido de la herencia real.
Los hijos de Luis I se enfrentaron duramente entre ellos y también contra su propio padre. Un acuerdo temporal entre tres de los hermanos fue concertado a través del Tratado de Verdún (843), según el cual Lotario obtendría el título imperial, además de una gran franja de territorio que se extendía desde el mar del Norte hasta la desembocadura del Rin y que comprendía Roma. Luis II el Germánico recibió los territorios al este del Rin, y Carlos el Calvo los territorios al oeste del Ródano, el Saona, el Mosa y el Escalda. El territorio de Luis es el antecedente de la moderna Alemania, el de Carlos lo es de la Francia actual y el de Lotario ocupa los territorios por los que han tenido lugar frecuentes enfrentamientos entre Francia y Alemania en los tiempos modernos. Aunque esta particular división no se mantuvo, la separación de Francia Occidentalis (el reino Franco Occidental, o Francia) de Francia Orientalis (el reino Franco Oriental, o Alemania) permaneció hasta la actualidad.
Los vikingos y la fundación de Normandía
La desunión de los francos facilitó las incursiones de los normandos o vikingos. Los puertos, las ciudades ribereñas y los monasterios situados cerca de las vías fluviales se convirtieron en sus objetivos. Fueron saqueadas Ruán y París, a orillas del río Sena; Tours, Nantes, Blois y Orleans en el Loira; y Burdeos en el Garona, entre otras ciudades. Lo mismo ocurrió con las abadías, como la de Saint Denis, Saint Philibert, Saint Martin y Saint Benoît. Roberto el Calvo, un importante señor del valle del Sena de mediados del siglo IX, fue uno de los defensores más enérgicos contra esas incursiones.
Los vikingos establecieron bases para sus operaciones, normalmente en las desembocaduras de los ríos, pero a veces intentaban mantener asentamientos permanentes. En el 911, un numeroso grupo bajo el mando de Rollo aceptó del monarca del reino Franco Occidental, Carlos III el Simple, el territorio del curso bajo del Sena que recibió el nombre de Normandía.
En el 888 la corona del reino Franco Occidental recayó en el conde Eudes, hijo de Roberto el Calvo, pero después de su muerte ésta volvió a los carolingios, que tenían poca influencia. Durante el reinado de Luis V (967-987), su hegemonía se limitaba a su castillo y alrededores inmediatos.
Los primeros Capetos (987-1180)
A la muerte de Luis V, los principales señores se volvieron hacia Hugo I Capeto, duque de Francia y descendiente de Roberto el Calvo y de Eudes. Hugo fue elegido rey, no porque fuera poderoso, sino precisamente porque no era suficientemente fuerte como para someter a los otros príncipes territoriales; de hecho, se aseguró la elección sólo por ceder la mayoría de sus tierras a sus electores.
Los nobles franceses no tenían la intención de instaurar la dinastía de los Capetos, pero Hugo actuó rápidamente para que su hijo Roberto fuera coronado. Cuando Roberto accedió al trono con el nombre de Roberto II, en el 996, nombró a su hijo Hugo como sucesor, pero Hugo murió y, otro de sus hijos, Enrique, fue coronado en el 1031. Desde el año 987 hasta el 1328, durante más de tres siglos, los Capetos transmitieron la corona por línea masculina directa.
Los primeros Capetos estuvieron subordinados a los príncipes feudales, pero la reconstrucción de la administración real, marcada por el reciente auge de los funcionarios reales, ya era evidente a mediados del siglo XI. No obstante, a finales de esa centuria, Guillermo el Conquistador, duque de Normandía, y Hugo el Grande, abad del monasterio de Cluny, aunque nominalmente vasallos del rey, fueron más poderosos que el propio rey Felipe I (de Francia).
El sucesor de Felipe I, Luis VI el Gordo consolidó el poder real definitivamente en la Île-de-France, una región con centro en París que se extendía unos 160 km de norte a sur y unos 80 km de este a oeste. En esta zona, el monarca suprimió sistemáticamente toda la oposición feudal a su gobierno. El rey educó a su hijo, el futuro Luis VII el Joven, en la abadía de Saint Denis, en el norte de París, de donde salió en el 1137 para casarse con Leonor, heredera del ducado de Aquitania.
Gracias a este matrimonio, Luis VII consiguió incorporar a sus dominios los extensos territorios comprendidos entre el río Loira y los Pirineos, que eran propiedad de Leonor. En el 1147, Luis participó en una cruzada a Tierra Santa, llevándose consigo a su esposa. Mientras estaban en Oriente se rumoreó que ella había cometido adulterio. Como a Leonor no le había agradado la boda y no había tenido un heredero varón, ambos cónyuges pidieron la anulación papal del matrimonio, que consiguieron en 1152. Dos meses después, Leonor contrajo matrimonio con Enrique, conde de Anjou y duque de Normandía, que en 1154 se convirtió en rey de Inglaterra con el nombre de Enrique II. Así, Aquitania pasó de la corona francesa a la inglesa, y los territorios controlados por Enrique en Francia (el Imperio angevino) excedían en extensión a los de su nominal señor feudal, Luis VII.
Los últimos Capetos
La situación de la dinastía de los Capetos mejoró bajo el sucesor de Luis VII, Felipe II Augusto.
El reinado de Felipe II Augusto (1180-1223)
Por medio de su primer matrimonio, Felipe consiguió nuevos territorios en el norte de Francia —Artois, Valois y Vermandois—. También aseguró el control real sobre el Vexin, un área pequeña pero vital en el río Sena, por constituir la frontera entre Normandía y la Île-de-France. Felipe intervino brevemente en la tercera Cruzada (1190-1191).
Su oportunidad para actuar contra el Imperio angevino llegó cuando el rey Juan de Inglaterra se casó con una princesa ya prometida a otro de los vasallos de Felipe. Éste convocó a Juan a su corte tres veces y al no presentarse le condenó y declaró la pérdida de sus territorios. En 1204, Felipe emprendió la conquista militar de Normandía y Anjou. Diez años después, el monarca francés aseguró los territorios conquistados al vencer a una coalición formada por el Sacro Imperio Romano Germánico, Inglaterra y Flandes en la batalla de Bouvines.
Los cátaros o albigenses, una secta religiosa disidente particularmente fuerte en Provenza y en el Languedoc, propiciaron la intervención del reino de Francia en el sur. El pontificado de Inocencio III (1198-1216) alentó nuevas misiones de apostolado hasta que en 1208 uno de sus representantes en la región, Pedro de Castelnau, fueasesinado; esto hizo que Inocencio propugnara una nueva Cruzada, que hasta entonces sólo se habían utilizado contra los musulmanes, como una forma de combatir a los heréticos cátaros. Se les prometió a los cruzados la posesión de los terrenos que arrebataran a los herejes, y los caballeros del norte de Francia, bajo el mando del conde Simón de Montfort, se apresuraron a participar en la misma. Felipe II Augusto estaba también ocupado reuniendo a sus súbditos ingleses para tomar parte en la primera fase de la Cruzada albigense, pero fue su hijo Luis VIII el León quien dirigió una campaña exitosa que finalizó con la expansión del dominio real hacia la costa mediterránea. Esta integración política del sur en el reino de Francia representó la destrucción de la cultura autóctona de Provenza y Languedoc y costó la vida al propio rey Luis VIII, que murió en la Cruzada.
Luis IX
Luis IX el Santo subió al trono a la edad de 12 años, con su madre Blanca de Castilla como regente. Algunos de los señores feudales franceses pensaron que era un momento apropiado para rebelarse contra el gobierno real y unieron sus fuerzas con los ingleses, quienes estaban impacientes por recuperar los territorios perdidos, pero Blanca fue capaz de sofocar sus conspiraciones y rebeliones.
El gran logro nacional de Luis IX, que gobernó entre 1226 y 1270, fue conseguir la lealtad de las provincias conquistadas a través de una administración justa y equitativa. El monarca tuvo cuidado de impedir la corrupción y el abuso de autoridad mediante el envío de investigadores para recoger las quejas de sus súbditos contra los oficiales reales. Bajo su mandato, el gobierno real se hizo más profesional y especializado.
Como hombre devoto, Luis deseó coronar su carrera con una Cruzada, por lo que en 1247 marchó al Oriente Próximo. Dirigió un ataque en Damietta (Egipto), pero los defensores musulmanes frenaron pronto su avance. Luis viajó entonces hacia Tierra Santa para reforzar las fortificaciones cristianas. En 1270 preparó una nueva Cruzada, pero una epidemia de peste diezmó su ejército y provocó su muerte mientras atacaba Túnez. A pesar de su intervención en las malogradas séptima y octava Cruzadas, Luis fue querido y respetado. Después de su muerte se le atribuyeron varios milagros y, en 1297, fue santificado.
Felipe III el Atrevido fue el quinto rey francés que consecutivamente participó en las Cruzadas —en este caso para luchar contra los musulmanes en la península Ibérica— y el tercero en morir en una de ellas. Acordó el matrimonio de su hijo con la heredera del condado de Champaña, que de esta manera se añadió a las posesiones de la Corona francesa.
Felipe IV el Hermoso
Felipe IV el Hermoso, el último de los grandes reyes Capetos, fortaleció en gran medida los poderes regios. El monarca eligió consejeros capaces y ambiciosos al servicio de su administración, de los que los más conocidos fueron Guillermo de Nogaret y Pierre Dubois. Juntos intentaron suprimir las limitaciones a la autoridad real, usurpada en parte por los privilegios especiales o las prerrogativas provinciales. Se obligó a obispos, barones y ciudadanos a cooperar con el rey, bien sometiéndoles a la justicia real o demandando nuevos impuestos para la corona. El rey anexionó con éxito el Franco Condado, Lyon y zonas de Lorena, pero fracasó en su intento de controlar Flandes.
La intervención de Felipe IV en Flandes fue muy costosa, lo que le llevó a intentar gravar con impuestos al clero provocando un agudo conflicto con el papa Bonifacio VIII, derivado de las diferentes concepciones de soberanía que ambos defendían. En 1297, Bonifacio aceptó que, por circunstancias excepcionales de la ‘defensa del dominio’, un rey pudiera solicitar impuestos al clero sin consultar al Papa. Sin embargo, no admitió los derechos del rey para arrestar a un sacerdote por un cargo secular. Se intercambiaron ataques difamatorios y disputas legales. Nogaret dirigió una expedición a Italia con la intención de apresar a Bonifacio VIII y conducirle a Francia para ser juzgado. En Anagni tuvo lugar un violento enfrentamiento y poco después murió el anciano Papa. En 1305, la influencia de Felipe aseguró la elección de un papa francés, Clemente V, que trasladó la sede pontificia de Roma a Aviñón en 1309.
La ambición insaciable de Felipe le llevó a expulsar a los judíos del reino y a confiscar sus riquezas. Por la misma razón persiguió y eliminó a la acaudalada orden de los Caballeros Templarios.
Felipe consiguió fortalecer el gobierno real, pero sus métodos arbitrarios socavaron el respeto que había conseguido la monarquía con sus antecesores. El sistema administrativo continuó funcionando bien a lo largo de los siglos XIV y XV, pero el prestigio de la monarquía disminuyó mucho y fueron cuestionadas a menudo sus prerrogativas. Este descenso de prestigio estuvo acompañado por una ruptura en la línea sucesoria: entre 1314 y 1328, cuatro hijos de Felipe IV —Luis X, Juan I, Felipe V y Carlos IV el Hermoso— subieron al trono sucesivamente y todos murieron sin dejar ningún heredero varón.
Francia bajo los primeros Valois
A la muerte de Carlos IV, la corona pasó al sobrino de Felipe IV, Felipe de Valois, que reinó como Felipe VI desde 1328 hasta 1350. El rey inglés Eduardo II se casó con la hija de Felipe IV; aunque en un primer momento este matrimonio no parecía plantear ningún problema para la sucesión francesa, más adelante Eduardo III se convirtió en rival de Felipe VI por el control de Flandes y Felipe apoyó a los escoceses en contra de Eduardo. En 1337 el monarca inglés presentó su solicitud como heredero al trono francés por ser nieto de Felipe el Hermoso. Felipe VI contestó declarando ilegal la ocupación inglesa de Gascuña y ambos reinos entraron en conflicto, iniciándose la guerra de los Cien Años.
La guerra de los Cien Años (1337-1453)
Los ingleses comenzaron tomando el control del canal de la Mancha tras derrotar a la flota francesa en los Países Bajos, lo que les permitió atacar libremente el norte de Francia. La primera gran confrontación en tierra firme tuvo lugar en Crécy, en 1346, y supuso una victoria absoluta para los ingleses permitiéndoles sitiar Calais, que capituló después de dos años.
La peste negra
En 1348, la peste bubónica entró en Francia procedente del Mediterráneo a través de Marsella. La epidemia hundió al país en dos años, muriendo más de una tercera parte de la población. La disminución de mano de obra provocó que los precios y los salarios subieran bruscamente, afectando a los ingresos de la Corona.
La segunda mitad del siglo XIV fue un periodo sombrío, marcado por varias manifestaciones que reflejaban el malestar social. La plaga se reprodujo en 1361, 1362, 1369, 1372, 1382, 1388 y 1398. Los niños nacidos después del brote epidémico fueron especialmente vulnerables a la nueva epidemia, que redujo aún más la población. El trastorno psicológico, consecuencia de estos desastres, se hizo patente en una obsesión por la muerte y en una proliferación de movimientos religiosos fanáticos y aberrantes. También se produjeron rebeliones violentas de los campesinos, atrapados entre los altos precios de los productos y los terratenientes que intentaban incrementar la producción, o en su defecto aumentar los impuestos. El levantamiento de campesinos más famoso y extendido fue la jacquerie de 1358. El campo también fue víctima de las bandas de mercenarios franceses e ingleses que asolaban las poblaciones durante los momentos de descanso bélico. El descontento urbano dio lugar a violentos levantamientos, como la insurrección de París dirigida por Étienne Marcel en 1358. Con una economía deprimida, los costes de la guerra continuaron acumulándose; el fuerte rescate pagado por el rey Juan II, que fue hecho prisionero por los ingleses en la batalla de Poitiers en 1356, agravó aún más la situación. Durante este periodo los Estados Generales, convocados por primera vez por Felipe IV, consiguieron un gran poder.
Juana de Arco y la recuperación militar, social y económica
La fortuna de Franciano mejoró durante los 42 años de reinado del rey Carlos VI (1380-1422). El rey inglés Enrique V invadió Francia en 1415, derrotó al ejército francés en la batalla de Agincourt y tomó el control de la mayor parte de Francia al norte del Loira.
La reanimación francesa bajo Carlos VII (1422-1461) comenzó con la figura de Juana de Arco. Ésta convenció al monarca para que le diera el mando del ejército, que rompió el asedio inglés sobre la ciudad de Orleans en 1429. La guerra continuó durante más de 20 años, pero los franceses nunca perdieron el impulso conseguido con la breve intervención de la dinámica joven de Lorena. En 1453 Carlos entró en Burdeos y los ingleses tuvieron que ceder todos sus territorios continentales, excepto Calais.
La reactivación social y económica acompañó a la recuperación política. Durante los años centrales y finales del siglo XV, la fuerza de la economía y la tasa demográfica volvieron a los niveles anteriores a la aparición de la peste. Luis XI (1461-1483) consolidó la autoridad real, que fue la mayor conseguida hasta el momento, creando un ejército profesional y consiguió poder para aumentar los impuestos —el taille— sin consentimiento superior. Incorporó la mayor parte del ducado de Borgoña a su reino y utilizó los ingresos reales para proteger, facilitar y estimular el desarrollo económico.
Carlos VIII le sucedió en el trono a los 13 años de edad. Su hermana, que actuó de regente, concertó su matrimonio con Ana, duquesa de Bretaña. Por su matrimonio, el último principado feudal independiente se incorporó a la Corona francesa. Cuando finalizó la regencia de su hermana en 1492, Carlos acordó el Tratado de Étaples, que puso fin a las diferencias pendientes con Inglaterra.
El renacimiento y la Reforma
A finales del siglo XV, Francia había superado las divisiones territoriales de su pasado feudal y se convirtió en una monarquía nacional que incorporaba la mayoría de los territorios comprendidos entre los Pirineos y el canal de la Mancha. La estructura social estaba todavía dominada por la nobleza terrateniente y la tierra seguía siendo la fuente de riqueza principal. Sin embargo, en la mitad del siglo siguiente, la paz interna, el aumento de la población, la afluencia a Europa de oro y plata traídos de América por los españoles y los trabajos públicos del gobierno estimularon el crecimiento de la economía, que elevó la posición social de los grandes comerciantes, los banqueros y los cobradores de impuestos. Por otra parte, la nobleza, dependiente de las rentas monetarias fijas y de las deudas, vio cómo la inflación amenazaba su poder económico y su posición social.
Los tres primeros monarcas del periodo —Carlos VIII, Luis XII y Francisco I— aprovecharon el fuerte crecimiento de la nación y la estabilidad interna para reclamar por las armas el reino de Nápoles y el Milanesado. En la década de 1520, las guerras italianas se convirtieron en una larga disputa entre Francia y la dinastía de los Habsburgo reinantes en España y Austria, un enfrentamiento que continuó de forma intermitente durante un siglo y medio. Las guerras italianas terminaron finalmente con la Paz de Cateau-Cambrésis (1559), negociada por el hijo de Francisco I, Enrique II, que reinó desde 1547 hasta 1559. Francia renunció a todas sus pretensiones en Italia, pero consiguió tres territorios estratégicamente localizados en su frontera oriental: los obispados de Metz, Toul y Verdún.
Francisco I
Francisco I incrementó significativamente tanto el poder como el prestigio de Francia. Gobernó de forma personal y nunca convocó a los Estados Generales. Según el Concordato de Bolonia (1516), negociado con el papa León X, el rey francés alcanzó la prerrogativa de nombrar todos los obispos y otros cargos beneficiados de la Iglesia, asegurándose de ese modo un clero manejable. En 1539 excluyó el latín de los actos jurídicos e impuso el uso exclusivo del francés. Francisco I fue un destacado mecenas que hizo florecer el arte renacentista francés y la educación.
Las guerras de religión
El aumento de la población, sin el correspondiente aumento en la producción, y la inflación monetaria llevaron a la mayoría del pueblo a la pobreza. La Reforma protestante, que se extendió desde Alemania durante el reinado de Francisco I, había atraído a muchos seguidores; pero en las décadas de 1540 y de 1550 los postulados y doctrinas de Juan Calvino desarrollaron en Francia una forma peculiar del protestantismo, y consiguió el apoyo de muchos seguidores entre la nobleza y el pueblo llano. Enrique II consideró el calvinismo una amenaza a la autoridad real e intentó acabar con él. Bajo el reinado de sus tres hijos, que le sucedieron, las guerras de Religión, donde se mezclaron conflictos religiosos, políticos y dinásticos, desgarraron el país. El fanatismo religioso de los combatientes y la brutalidad de los mercenarios hicieron que en la guerra fueran habituales los saqueos, la crueldad y las atrocidades.
El régimen de Catalina de Medici
A la muerte de Enrique II en 1559, subió al trono su hijo de 15 años de edad Francisco II, que sucedió a su padre sólo durante dos años, 1559 y 1560. A Francisco le sucedió su hermano de 13 años, Carlos IX, que reinó hasta 1574. La reina madre, Catalina de Medici, fue la gobernante virtual durante casi todo este tiempo y continuó influyendo en el reinado de su tercer hijo, Enrique III (1574-1589). La principal preocupación de Catalina consistió en defender la autoridad real de sus hijos, comprometida por los enfrentamientos entre católicos y hugonotes. En este contexto se produjo la famosa masacre de la Noche de San Bartolomé, que tuvo lugar en París en agosto de 1572, cuando los católicos, aprovechando una reunión de dirigentes protestantes y sus numerosos seguidores, les atacaron asesinando a unas 2.000 personas.
El ascenso de Enrique de Navarra
El último hermano de Enrique III murió en 1584 y Enrique de Navarra, descendiente de Luis IX y dirigente de los hugonotes, pasó a ser el heredero del trono. Rechazado por la perspectiva de ser un rey herético, algunos de los miembros del partido católico conspiraron para impedir esta sucesión mediante la sustitución del rey Enrique III por Enrique I de Guisa, dirigente de la Liga Santa. Alertado sobre esto, Enrique III convocó a Enrique de Guisa a una reunión de los Estados Generales en Blois en 1588, donde éste fue asesinado. Al año siguiente el propio rey Enrique III —el último de la dinastía de los Valois— cayó víctima de la espada de un asesino.
Enrique de Navarra, como heredero legal, ascendió al trono con el nombre de Enrique IV de Francia, pero de hecho sólo fue reconocido por los hugonotes. Tuvo que defender sus pretensiones al trono ante la Liga Santa y sus aliados españoles, que ocuparon París. Enrique IV comprendió que, aunque él y sus seguidores fueran protestantes por convicción, la mayoría de los franceses seguían siendo fieles católicos, por lo que en 1593 se convirtió públicamente al catolicismo. Al año siguiente fue coronado en la catedral de Chartres y, poco después, le dieron la bienvenida en París, donde se dice que exclamó: “París bien vale una misa”. Así se estableció la dinastía de los Borbones en el trono francés.
Francia bajo los Borbones
En 1598, con la expulsión de las últimas tropas españolas del territorio francés, finalizó el largo periodo de guerra. En el mismo año, Enrique IV intentó asegurar la paz interna en sus dominios, para lo que promulgó el Edicto de Nantes, que garantizaba la libertad de conciencia a todos sus súbditos, salvaguardaba la libertad de culto público para los hugonotes en fortalezas y poblados específicos, y les aseguraba la igualdad en el acceso a los cargos oficiales.
El reinado de Enrique IV, a partir de 1598, supuso para Francia un periodo de recuperación tras las guerras de Religión y el comienzo de un crecimiento económico renovado. La mayor parte de este periodo transcurrió en paz y las finanzas reales se restablecieron. En beneficio del campesinado, que suponía más del 90% de la población y que habíasufrido los saqueos y la devastación de la guerra, Enrique anuló los atrasos debidos por arriendos y los impuestos sobre la tierra, prohibió que los acreedores embargaran el ganado o las herramientas, puso en venta las tierras públicas por debajo del precio de mercado y restringió los derechos de caza de los nobles sobre los campos cultivados. Para promover el comercio, construyó canales, dragó ríos y restauró y construyó puentes y carreteras. Atrajo a Francia a artesanos extranjeros para desarrollar nuevas industrias e introdujo el cultivo de las moreras, de las que se alimentan los gusanos de seda, para asegurar el abastecimiento de seda en bruto para la industria de este sector.
A finales de la primera década del siglo XVII, la economía era floreciente y la autoridad real estaba de nuevo firmemente establecida. Sin embargo, el clero católico se opuso a la tolerancia oficial hacia los hugonotes. En 1610 un religioso fanático (o un agente de los Habsburgo, el dato no es claro) asesinó al rey. Enrique, rechazado por su pueblo como herético en 1589, fue llorado por casi todos los franceses tras su muerte.
Luis XIII y el cardenal Richelieu
A Enrique le sucedió su hijo de nueve años de edad, Luis XIII. Durante los primeros 15 años de su reinado, el país inició una regresión bajo la ineficaz dirección de la reina madre, María de Medici, y, después, bajo el indeciso gobierno de un joven e inexperto rey.
En 1624, Luis eligió como primer ministro al cardenal Richelieu, que fue el gobernante efectivo de Francia durante los siguientes 18 años. Las principales metas de Richelieu consistieron en eliminar a todos los rivales del poder real y contener las amenazas del extranjero.
Política interior
Para acabar con el poder político de la nobleza, Richelieu ejecutó a varios de sus más eminentes y peligrosos miembros, y derribó los castillos que podían ser utilizados como centros de resistencia. Para socavar su autoridad y asegurar el fiel desarrollo de la política real en las provincias, Richelieu dividió el país en 30 nuevos distritos administrativos y al frente de cada uno de ellos colocó a un intendente, un oficial real nombrado entre miembros leales de la clase media. Los intendentes asumieron gradualmente enormes poderes políticos, judiciales y financieros en sus distritos. A los hugonotes se les privó de ciertos privilegios garantizados por el Edicto de Nantes, pero no se cuestionó la libertad de culto.
Richelieu fomentó el desarrollo de la flota mercante, fundó compañías de comercio exterior y apoyó la expansión colonial. La colonización sistemática comenzó en Canadá y se establecieron las primeras factorías comerciales en África y en las Indias Occidentales. Para proteger el comercio y las colonias organizó la Armada francesa, construyendo una flota de galeras en el Mediterráneo y una flota de cuarenta veleros en el Atlántico.
La inflación, el aumento de los impuestos y, después de 1635, la devastación producida por los ejércitos invasores sumió a la mayoría del campesinado en una profunda miseria. Las revoluciones campesinas se sucedieron en Borgoña entre 1625 y 1630, en el sur entre 1636 y 1637, y en Normandía en 1639. Todas fueron duramente reprimidas.
Política exterior
Cuando Richelieu se convirtió en el primer ministro del rey en 1624, la guerra de los Treinta Años, conflicto civil y religioso surgido en los estados alemanes y que llegó a ser una guerra europea general, se encontraba en su primera década. En 1635, cuando parecía que los Habsburgo (que detentaban el poder del Sacro Imperio Romano Germánico) podían unificar toda Alemania bajo su mandato, Richelieu introdujo a Francia en la guerra como aliada de los protestantes suecos y holandeses contra los Habsburgo católicos. La Paz de Westfalia (1648) concedió la mayoría de Alsacia al reino de Francia, y aseguró la división de los territorios alemanes. Por la Paz de los Pirineos (1659), firmada con España, Francia consiguió Artois en el norte y el Rosellón en la frontera española. Las ambiciones de los Habsburgo habían sido bloqueadas y Francia salió de la guerra como la gran vencedora.
El reinado de Luis XIV
Richelieu murió en 1642 y Luis XIII en 1643, dejando el trono a su hijo de cinco años, Luis XIV.
Mazarino y La Fronda
El protegido y sucesor de Richelieu como primer ministro, el cardenal Giulio Mazarino, continuó la política de su predecesor, culminando de forma victoriosa la guerra con los Habsburgo y derrotando, en el interior, el primer esfuerzo coordinado de la aristocracia y la burguesía para invertir la concentración de poder en el rey realizada por Richelieu.
En 1648, el Parlamento de París, en alianza con los burgueses de la ciudad, protestó contra los elevados impuestos y, con el apoyo de los artesanos, hicieron estallar una rebelión contra la Corona, denominada La Fronda. Poco después de que finalizara, los nobles amotinados del sur se rebelaron y, antes de que la revolución fuera aplastada, una guerra civil arrasó de nuevo diversas zonas de Francia. A pesar de esto, la Fronda fracasó en su intento de impedir la centralización del poder y, hasta la década de 1780, los estamentos privilegiados no desafiaron de nuevo a la autoridad de la Corona.
El absolutismo de Luis XIV
A la muerte del cardenal Mazarino en 1661, Luis XIV anunció que en lo sucesivo él sería su propio primer ministro. Durante los siguientes 54 años, gobernó Francia personal y conscientemente, y se estableció a sí mismo como modelo del monarca absolutista que gobernaba por derecho divino (véase Absolutismo).
A principios de su gobierno en solitario, Luis XIV estableció la estructura del estado absolutista. Organizó un número determinado de consejos consultivos y, para ejecutar sus instrucciones, los dotó de hombres capaces y completamente dependientes de su persona. La demanda de los parlamentos provinciales de un veto sobre los decretos reales se silenció totalmente. Los nobles potencialmente peligrosos, por ser descendientes de la antigua nobleza feudal, quedaron unidos a la corte a través de cargos prestigiosos pero de carácter ceremonial, que no les dejaban tiempo libre para su actividad política. La burguesía se mantuvo políticamente satisfecha con la garantía de orden interno que le ofrecía el gobierno, el fomento activo del comercio y la industria y las oportunidades de hacer fortuna explotando los gastos del Estado.
Luis XIV y la Iglesia
El rey, gracias al poder de nombrar a los obispos, consiguió un dominio firme sobre la jerarquía eclesiástica. El monarca gobernaba como representante de Dios en la tierra, y la obediencia del clero le proporcionó la justificación teológica de su derecho divino. Un movimiento disidente, el jansenismo, que se desarrolló en el siglo XVII, constituyó una amenaza política por el énfasis que daba a la supremacía de la conciencia individual, por lo que Luis luchó contra él desde sus comienzos.
Mecenazgo de las artes
El gran palacio que construyó Luis XIV en Versalles fue —y sigue siendo— incomparable en tamaño y en magnificencia, un monumento de la arquitectura, pintura, escultura, diseño interior, jardinería y tecnología constructiva de Francia. Luis XIV fue un destacado mecenas de las artes. Intentó elevar el nivel cultural mediante la fundación de la Academia de Bellas Artes y la Academia Francesa en Roma; además, ayudó a los autores con aportaciones económicas y fomentó sus trabajos, nombrando a un surintendant (supervisor) de música para elevar la calidad de las composiciones y de los conciertos. Creó también la Academia de las Ciencias.
Regulación de la economía
El ministro de Finanzas, Jean-Baptiste Colbert, fue el gran exponente de la era del mercantilismo. Subvencionó a la industria, estableció aranceles para eliminar la competencia exterior y controles de calidad en la producción industrial, desarrolló mercados coloniales que fueron monopolizados por los comerciantes franceses, fundó compañías comerciales ultramarinas, reconstruyó la Armada y, en el interior, construyó carreteras, puentes y canales.
La persecuciónde los hugonotes
Antes de finalizar su reinado, los gastos de las guerras habían arruinado la mayor parte del trabajo de Colbert en el ámbito económico y, en 1685, el rey asestó un golpe a la débil economía del Estado al revocar el Edicto de Nantes. Convencido de que la mayoría de los hugonotes se habían convertido al catolicismo, prohibió el culto público protestante, los predicadores fueron expulsados del país y se destruyeron sus centros de reunión. A pesar de la amenaza de elevadas multas, entre 200.000 y 300.000 hugonotes abandonaron Francia; la mayoría eran artesanos especializados, intelectuales y oficiales del ejército; en definitiva, valiosos súbditos que Francia no podía permitirse el lujo de perder.
Las guerras de Luis XIV
Luis condujo a su país a cuatro guerras costosas. En todas ellas continuó la política de contener y reducir el poder de los Habsburgo, extender las fronteras francesas hasta posiciones defendibles y conseguir ventajas económicas. Su ministro de Guerra, el marqués de Louvois, organizó un poderoso ejército de 300.000 hombres entrenados, disciplinados y bien equipados. En 1667, el monarca empleó este ejército para hacer valer su reclamación (basada en su matrimonio, en 1660, con María Teresa, hija del rey Felipe IV de España) sobre los Países Bajos españoles. Una hostil alianza de poderes marítimos le indujo a negociar un compromiso de paz en 1668. La recompensa francesa fueron once fortalezas en la frontera nororiental.
En 1672, las consideraciones estratégicas y económicas llevaron a Luis a atacar las Provincias Unidas (parte de los Países Bajos no sujeta a dominación española), donde pronto se enfrentaría no sólo con los holandeses, sino también con una poderosa coalición. Francia consiguió tras la Paz de Nimega (1678), que puso fin a la guerra, el Franco Condado en la frontera oriental y una docena de ciudades fortificadas en el sur de los Países Bajos.
En 1689, una alianza de poderes europeos, la Liga de Augsburgo, entró en guerra con Luis XIV para poner fin a su política de anexionar territorios adyacentes a ciudades conseguidas en tratados anteriores. Los ocho años de guerra terminaron con la Paz de Ryswick, acuerdo en el que ambas partes renunciaron a sus conquistas, aunque Francia retuvo la ciudad de Estrasburgo en Alsacia.
Los combatientes habían resuelto solucionar sus diferencias debido a que una nueva crisis internacional asomaba en el horizonte. Carlos II, rey de España, no tenía heredero directo. Un mes antes de su muerte, nombró para sucederlo al nieto de Luis XIV, Felipe de Anjou. Aunque Luis había defendido anteriormente la división de la herencia de la monarquía española, decidió apoyar la candidatura de su nieto a todo el territorio. Los otros estados europeos temieron las consecuencias de la gran extensión del poder de los Borbones que esto generaría, y se unieron en una coalición para evitarlo. La guerra de Sucesión española duró trece agotadores años. Al final, Luis consiguió su principal objetivo y su nieto se convirtió en rey de España con el nombre de Felipe V.
El fin del reinado de Luis XIV
La guerra, junto al frío invierno de 1709 y a una escasa cosecha, provocó en Francia numerosas revueltas por la falta de alimentos y en demanda de reformas políticas y fiscales. Una epidemia de viruela que tuvo lugar entre 1711 y 1712 acabó con la vida de tres herederos al trono, dejando un único superviviente por línea directa, el biznieto de Luis, que tenía 5 años de edad. Luis XIV murió en Versalles el 1 de septiembre de 1715, tras 73 años de reinado.
Francia en el siglo XVIII
Luis XV que reinó entre 1715 y 1774, y su nieto, Luis XVI, en el poder desde 1774 hasta 1792, fueron gobernantes bien intencionados, pero ambos carecían de la habilidad necesaria para adaptar las instituciones nacionales a las cambiantes condiciones del siglo XVIII. Luis XV era indolente y estaba poco interesado por los asuntos de Estado, que intentaba despachar lo antes posible para disfrutar de los placeres que le ofrecían su riqueza y posición. Desacreditó a la monarquía y a su muerte era tan impopular que su cuerpo fue enterrado en secreto. Luis XVI, con sólo 20 años de edad cuando comenzó a reinar, era indeciso y muy influenciable. Su joven esposa, María Antonieta, frívola y extravagante, obstaculizó las necesarias reformas.
No obstante, el siglo XVIII fue una de las épocas más importantes de la historia del país. Francia era la nación más rica y poderosa del continente. El gusto por lo francés, desde la arquitectura o el diseño hasta la moda, se extendía por todo el mundo occidental. Las ideas políticas y sociales de los escritores franceses influyeron en el pensamiento y en las actividades tanto de Europa como de América, y el francés se convirtió en el idioma de los intelectuales en todo el mundo (véase Siglo de las Luces).
La economía
Este siglo fue un periodo caracterizado por un extraordinario crecimiento económico. La población pasó de 21 millones en 1700 a 28 millones en 1790. Los ingresos procedentes de la agricultura se incrementaron en un 60%. Los historiadores económicos sitúan los comienzos de la industrialización francesa en el siglo XVIII, fecha en la que el país era la principal potencia industrial del mundo. El Corps des Ponts et Chaussées (Departamento de Puentes y Carreteras), fundado en 1733, hizo del sistema de carreteras francés el mejor de Europa en 1780. La flota mercante de Francia contaba con más de 5.000 barcos, dedicados al lucrativo comercio con África, América y la India, y enriquecía a los comerciantes de los puertos franceses del Atlántico. Sin embargo, los ingresos de los trabajadores y artesanos de las ciudades difícilmente mantenían el ritmo de la inflación, así como la mayoría de los campesinos, que conseguían pocos excedentes para vender y estaban cargados de fuertes impuestos, diezmos y obligaciones feudales.
Régimen fiscal
El sistema tributario, que eximía a los territorios de la nobleza y del clero (aproximadamente el 35% de los terrenos cultivados) de los impuestos sobre la tierra, fracasó al no afectar a los principales contribuyentes y al establecer una carga injusta sobre el campesinado y la burguesía. Los sucesivos ministros intentaron establecer un sistema tributario equilibrado que afectara a toda la riqueza, pero la oposición de los estamentos privilegiados y la debilidad del rey al apoyar reformas contra esa oposición frustraron estos intentos.
Oposición a la monarquía
La nobleza (cuyos títulos eran originariamente comprados a la Corona) dirigió en los parlamentos provinciales la oposición a las iniciativas reales, invocando que los decretos reales se sometieran a la aprobación parlamentaria y haciéndose pasar por defensores de las libertades públicas contra el despotismo real, con lo que pretendían popularizar su causa; en realidad, lo que estaban defendiendo eran sus propios privilegios y el control del gobierno por parte de la aristocracia.
La oposición de la clase intelectual a la monarquía estuvo dirigida por los filósofos y escritores franceses del siglo XVIII que trataban problemas políticos, sociales y económicos. Rechazando las costumbres y la tradición como líneas de acción, instaron a sus compatriotas a que usaran la razón como medio para descubrir las leyes naturales que rigen las relaciones humanas y para moldear nuevas instituciones de gobierno y sociedad en conformidad con ellas. También sostenían que toda la población tenía ciertos derechos naturales —vida, libertad y propiedad— y que los gobiernos existían para garantizar esos derechos. Algunos, a finales del siglo, defendieron el derecho de autogobierno. Estas ideas fueron especialmente apreciadas por la burguesía, que había aumentado en número, riqueza y ambición, y ansiaba ampliar su destacada posición socioeconómica al ámbito político, participando en las decisiones del gobierno. A través de la burguesía, las ideas se filtraron hasta las capas inferiores de la sociedad y llegaron a formar parte del acervo popular antes de la revolución.
La crisis financieraLos problemas financieros del gobierno empeoraron después de 1740 por la reanudación de los conflictos bélicos. La guerra de Sucesión austriaca (1740-1748) y la guerra de los Siete Años (1756-1763) fueron enfrentamientos europeos por la hegemonía en Europa central y en las colonias. La segunda de ellas llegó incluso a algunas zonas de América, la denominada Guerra Francesa e India, que enfrentó a Francia y Gran Bretaña por obtener el predominio comercial y territorial en un amplio espacio geográfico. Francia perdió su vasto imperio colonial en América y en la India. En 1778, los franceses intervinieron en la guerra de la Independencia estadounidense, apoyando la rebelión de los colonos norteamericanos para debilitar así a Gran Bretaña y recuperar las colonias perdidas. Sin embargo, las esperanzas francesas no se cumplieron, a pesar del éxito de los insurgentes, y su participación en la guerra incrementó la ya creciente y onerosa deuda nacional.
La labor de afrontar la crisis financiera recayó en el joven e indeciso Luis XVI. Después de que los parlamentos provinciales bloquearan todos los programas de reforma presentados por los ministros e improvisaran una Asamblea de Notables en mayo de 1788, Luis obligó al Parlamento de París a aceptar los edictos reales que privaban a los parlamentarios de sus poderes políticos. Jueces, nobles y clérigos se resistieron e intentaron evitar la aplicación del decreto real; consiguieron el apoyo del Ejército y de una población afectada por altos índices de desempleo y por el precio del pan más alto del siglo. En julio, la asamblea de una de las provincias meridionales votó para anular el cobro de impuestos hasta que el rey no convocara una sesión de los Estados Generales, inactivos desde 1615. El 5 de julio de 1788, Luis acordó reunir a los Estados Generales y en agosto proyectó su apertura para mayo de 1789. La aristocracia había triunfado en la primera etapa de la Revolución Francesa.
La Revolución de 1789
El 5 de mayo de 1789, 1.200 diputados formaron los Estados Generales en Versalles. El gobierno no tenía un plan de acción que respondiera a las expectativas de los diputados y de la nación, y al defender el voto por estamentos en la Asamblea los miembros del tercer estado, tomando la iniciativa, abandonaron el 17 de junio los Estados Generales y proclamaron la Asamblea Nacional de Francia. Invitaron a los otros estados a unirse a ellos y juraron solemnemente no disolverse hasta que hubieran dado a Francia una constitución.
El fin del Antiguo Régimen
Cuando el gobierno quiso disolver la Asamblea por la fuerza en julio, el pueblo de París se rebeló, tomando la fortaleza real de La Bastilla, y obligó al rey a aceptar la formación de la Asamblea Nacional Constituyente. Una revolución campesina se extendió a través del territorio e impulsó a la inquieta Asamblea —en una única sesión que duró toda la noche del 4 al 5 de agosto— a abolir todos los privilegios feudales, la nobleza hereditaria y los títulos nobiliarios.
La Asamblea Nacional Constituyente, reunida desde 1789 hasta 1791, reorganizó la estructura institucional de Francia. Para acabar con la presión del problema financiero, confiscó las propiedades de la Iglesia y emitió papel moneda, usando las tierras confiscadas como fianza; reorganizó la Iglesia bajo la Constitución Civil del Clero, lo que suponía la creación de una Iglesia nacional francesa dirigida por el Estado; y estableció un nuevo sistema administrativo provincial y judicial, que modificó el control de la elección de los oficiales y jueces y puso fin al largo proceso de centralización. La Constitución adoptada en 1791 creó un gobierno parlamentario con una monarquía hereditaria y una asamblea elegida por sufragio restringido (a los ciudadanos que pagaban impuestos) e indirecto.
La monarquía constitucional duró solamente un año. Luis XVI no estaba dispuesto a desempeñar el papel que le otorgaba la Constitución; en julio de 1791 intentó huir del país, refugiarse en el extranjero y solicitar el apoyo de las restantes potencias absolutistas, pero fue detenido y arrestado. En abril de 1792, la Asamblea declaró la guerra a Austria y Prusia. Las iniciales derrotas y el temor a que austriacos y prusianos invadieran Francia, liberaran al monarca y acabaran con la revolución, proporcionaron la ocasión para terminar con la monarquía por la insurrección popular del 10 de agosto de 1792. Se eligió una nueva asamblea constituyente, la Convención Nacional, por sufragio universal masculino, que, en septiembre de 1792, estableció la I República francesa.
El gobierno jacobino
En la crisis originada por la invasión extranjera, la rebelión interna, la falta de alimentos y las dudosas lealtades entre los altos cargos, la Convención permitió que el poder ejecutivo se concentrara en el Comité de Salvación Pública. Éste, dominado por la facción radical jacobina, inauguró el denominado Reinado del Terror para eliminar a los enemigos de la revolución. El rey fue juzgado y ejecutado en enero de 1793; la reina, miles de nobles y numerosos ciudadanos siguieron la misma suerte. El Comité instituyó un control de precios sobre los productos básicos, que se racionaron, y fueron requisados los bienes de quienes habían sido condenados, se estableció el servicio militar obligatorio y también se organizó y equipó a los nuevos ejércitos de ciudadanos.
El Directorio
En 1794, cuando los ejércitos franceses se alzaron con la victoria y pasó el peligro de una invasión extranjera, se produjo una reacción contra el régimen jacobino, que fue eliminado tras un golpe de Estado en el mes de termidor (julio según el calendario revolucionario). Al año siguiente, la Convención Nacional adoptó una Constitución que estipulaba un régimen republicano, un Directorio de cinco miembros, que ejercía el poder ejecutivo, y un poder legislativo dividido en dos cámaras elegidas indirectamente, de modo que se aseguraba el predominio político de los ciudadanos que poseían propiedades.
El Directorio gobernó Francia durante cuatro años difíciles, de reajustes por la convulsión que habían causado la revolución y la guerra continua. El Directorio estuvo amenazado desde la derecha por los monárquicos, deseosos de restaurar la monarquía, y desde la izquierda, por los jacobinos, determinados a establecer una república democrática. Cierto número de personas, situadas en posiciones clave, vieron la necesidad de instaurar un gobierno más fuerte, por lo que eligieron al joven general Napoleón Bonaparte para que llevara a cabo un golpe de Estado. En noviembre de 1799, Napoleón y sus seguidores derrocaron al Directorio y un mes después establecieron el Consulado.
El Consulado y el Imperio
Después de la supresión del Directorio, Napoleón se nombró rápidamente jefe de Estado. La nueva Constitución, que él mismo promulgó, establecía los poderes esenciales del cargo que él asumía, el de primer cónsul. Se presentó ante los franceses como un hombre pacífico que pondría fin a los largos años de guerra, pero una vez en el poder insistió en que la única forma de conseguir la paz era a través de la victoria sobre los enemigos de Francia, todavía aliados en la Segunda Coalición. Se puso al frente de un ejército que penetró en Italia y envió otro al sur de Alemania, y sus victorias obligaron a Austria a firmar la paz en 1801. La coalición se deshizo, y Gran Bretaña, sin aliados y con la pérdida del comercio con una Europa cada vez más dominada por Francia, acordó firmar la Paz de Amiens (1802), que acabó con las hostilidades entre ambos países.
La política interior de Napoleón
Como primer cónsul, Bonaparte intentó remediar las heridas de la revolución, para reconciliar a los antiguos enemigos y crear y consolidar las instituciones de un gobierno estable. Dio la bienvenida a su servicio a todos los que le juraron lealtad. Negoció con el papa Pío VIII el Concordato de 1801, que restablecía el apoyo del estado a la Iglesia católica, pero quedando sujeta a un estricto control gubernamental. La codificación de leyes que significóel Código de Napoleón confirmó los principales logros conseguidos por la Revolución, como la abolición de los privilegios feudales, la igualdad ante la ley, la libertad de conciencia, la elección libre del trabajo y garantías contra la detención o el arresto arbitrarios.
Para asegurarse el control administrativo de los 83 departamentos, unidades administrativas en las que la Asamblea Nacional había dividido el país, Napoleón colocó al frente de cada uno de ellos a un prefecto nombrado por el ministro del Interior. Además, fundó el Banco de Francia, creó una nueva unidad monetaria, el franco, y estableció la Universidad Imperial, una organización para dirigir el control de los profesores del Estado.
El dominio napoleónico de Europa
Napoleón estableció en 1804 el Imperio Francés y se coronó emperador. Esto confirmó sus ambiciones de extenderse más allá de los límites de la Francia de los Borbones y, en 1805, se reanudaron las Guerras Napoleónicas. En los dos años siguientes venció a Austria, Prusia y Rusia, y se convirtió en el dueño de la mayor parte de Europa. Gran Bretaña se mantuvo en guerra contra él, segura de su control sobre el mar tras la destrucción de la flota francesa, aliada de la española, en 1805 en la batalla de Trafalgar. Napoleón se dispuso entonces a aplicar un bloqueo comercial sobre Gran Bretaña, conocido como el Sistema Continental, lo que en cierta medida le llevó a realizar acciones que serían fatales para el Imperio: las invasiones de España y Rusia.
El final del Primer Imperio
Después de la derrota de su Ejército en Rusia en 1812, los enemigos de Napoleón formaron una nueva coalición en su contra. Expulsado de Alemania y España en el invierno de 1813, en la primavera de 1814 dirigió la última campaña para salvar el Imperio y la perdió. Abdicó en abril de 1814 y se rindió a los aliados. Los franceses convencieron a los gobernantes aliados de que la restauración de los Borbones en el trono francés ofrecía una mayor promesa de paz para Francia, y así, en mayo de ese mismo año, el hermano menor del ejecutado rey Luis XVI entró en París y gobernó como Luis XVIII.
La política del nuevo gobierno despertó el resentimiento popular en Francia mientras los aliados mantenían discrepancias en el Congreso de Viena, intentando modificar las fronteras de Europa. Napoleón, conocedor de estos sucesos, consideró que era la oportunidad para recuperar su poder. En marzo de 1815 huyó de su exilio en la isla de Elba y volvió a Francia. El Ejército le apoyó, Luis XVIII se marchó a Bélgica y Napoleón restableció el denominado periodo de los Cien Días. Los gobernantes europeos dejaron de lado sus diferencias, reunieron sus Ejércitos y el 18 de junio de 1815, en Waterloo, cerca de Bruselas, derrotaron definitivamente al Ejército imperial. Napoleón fue desterrado a la isla de Santa Elena, en el sur del océano Atlántico, donde murió en 1821. Luis XVIII volvió a París y la monarquía borbónica fue restaurada por segunda vez. Véase también Guerras Napoleónicas.
La monarquía constitucional
Luis XVIII comprendió que Francia no podía volver al régimen prerrevolucionario. Garantizó el cumplimiento de una constitución, la Carta de 1814, que establecía una monarquía parlamentaria y reformas sociales expresadas en los códigos de leyes napoleónicos. El régimen era representativo pero no democrático, ya que el derecho de voto estaba limitado a menos de 100.000 propietarios importantes.
En los difíciles primeros meses, la incompetencia del gobierno lo enfrentó a la mayor parte de la población y, cuando Napoleón volvió a Francia en marzo de 1815, Luis se dio cuenta de que tenía poco apoyo en su propio reino. Pero después de la derrota de Waterloo no hubo impedimentos a la restauración de Luis. Los dirigentes aliados, menos dispuestos a olvidar el apoyo del país a Napoleón, impusieron a Francia la ocupación militar de dos tercios de su territorio durante cinco años y el pago de una fuerte indemnización.
La segunda Restauración de 1815 hizo estallar una ola de venganza, denominada “terror blanco”, contra los bonapartistas y los republicanos. El resultado fueron varios muertos, cientos de heridos y diversas represalias legales contra quienes habían propiciado el regreso de Napoleón durante los Cien Días. Las primeras elecciones parlamentarias, celebradas en 1815, dieron el poder a una cámara ultrarrealista partidaria de una política reaccionaria. En 1816, Luis XVIII disolvió esta cámara bajo la presión de las potencias europeas, que temían que pudiera estallar una nueva revuelta. En las siguientes elecciones obtuvieron la mayoría los monárquicos moderados. La productividad económica se reactivó y expandió. Tras el Congreso de Aquisgrán (1818) finalizó la ocupación extranjera y Francia fue aceptada de nuevo en los foros internacionales europeos, ingresando en la Santa Alianza. Sin embargo, los años de gobierno de los moderados dieron paso en 1820, tras el asesinato del duque de Berry, heredero del trono, al gobierno de los ultrarrealistas y a la coronación de su máximo exponente, el conde de Artois, como rey de Francia en 1824, con el nombre de Carlos X.
Los liberales protestaron al considerar que las libertades francesas peligraban, pero los Borbones proporcionaron a Francia un gobierno estable, honesto, eficiente y sin presiones. Propiciaron un ambiente en el que prosperaron la industria y el comercio y en el que Francia recuperó la primacía intelectual y artística vivida en el siglo anterior.
La Revolución de 1830
Después de 1826, el retraso económico, las elecciones generales, que otorgaron la mayoría a los liberales en 1827, y la imprudencia de Carlos X ocasionaron la crisis política. En agosto de 1829, Carlos X nombró presidente del Consejo al ultramonárquico príncipe de Polignac, lo que no agradó a los diputados liberales ni a la prensa. Cuando la mayoría liberal de la Cámara de Diputados solicitó en marzo de 1830 su destitución en el manifiesto de los 221, disolvió la cámara y convocó nuevas elecciones que confirmaron la mayoría, pero Carlos no aceptó el resultado electoral. El 26 de julio de 1830 promulgó una serie de decretos para convocar nuevas elecciones, reducir el número de votantes y restringir la libertad de prensa. Los periodistas y diputados liberales protestaron, porque consideraban que esto violaba la Constitución, y recibieron el apoyo de los trabajadores parisinos. Después de las “tres gloriosas jornadas” del 27, 28 y 29 de julio, Carlos X, abandonado por todos excepto por una minoría de monárquicos, abdicó y los diputados ofrecieron el trono a Luis Felipe, duque de Orleans, perteneciente a una rama reciente de la familia de los Borbones. Revisaron la Constitución para eliminar el poder legislativo del rey y se extendió, moderadamente, el sufragio.
Luis Felipe I de Orleans
La Monarquía de Julio, denominación que recibió el régimen de Luis Felipe, estuvo dominada por los acomodados propietarios de la tierra y algunos hombres de negocios y banqueros, convirtiéndose en benefactora de la gran burguesía. Los primeros cinco años fueron turbulentos, interrumpidos por levantamientos y revueltas de los republicanos decepcionados y de los trabajadores urbanos empobrecidos, pero en 1835 el régimen quedó establecido firmemente.
La vida política de este periodo fue menos destacada que su actividad económica e intelectual. El crecimiento de la producción industrial aumentó rápidamente después de 1840 e hizo que Francia, en pocas décadas, pasara de ser un estado agrario a un estado industrializado. La ley de ferrocarriles de 1842 estableció la construcción de una red nacional de ferrocarriles, que aceleró la industrialización y proporcionó a la población una movilidad sin precedentes. En los cinco años posteriores a 1846, la población rural descendió por primera vez en ese siglo, mientras que la emigración hacia los grandes pueblos y las ciudades creció. La ley escolar promulgada en 1833 establecía que cada commune de Francia tenía que mantener una escuela primaria masculina, gratuita para todos aquellosque no pudieran pagarla. El programa de estudios daba importancia a la lectura y a la escritura y, en la década de 1840, el francés comenzó a sustituir a los dialectos locales que se hablaban en todo el país.
La Revolución de 1848
Luis Felipe y sus ministros resistieron todas la presiones para adaptar las instituciones políticas nacionales a la evolución de la economía y de la sociedad, particularmente a la ampliación del sufragio. La rigidez del gobierno y la seria depresión económica de 1846 y 1847 provocaron que se propusiera un nuevo régimen republicano como alternativa. En febrero de 1848, el torpe esfuerzo del gobierno por prevenir una concentración republicana en París originó un choque entre las tropas y los manifestantes que se transformó en revolución. Luis Felipe abdicó el 24 de febrero. Un grupo de dirigentes republicanos formó un gobierno provisional y proclamó la II República francesa.
La II República y el Segundo Imperio
Durante los cuatro primeros meses de vida de la II República, desde febrero a junio de 1848, los republicanos moderados, que sólo pretendían un cambio político, y los republicanos radicales, que propugnaban además una profunda reforma social, lucharon por conseguir el control del gobierno. Las elecciones de abril devolvieron la mayoría a los moderados y conservadores en la Asamblea Constituyente y las medidas que tomaron contra los radicales llevaron a una nueva insurrección, provocando tres días de sangrientos enfrentamientos callejeros en París. El fin de la insurrección aseguró la naturaleza conservadora de la II República y suscitó entre la burguesía el temor de que el radicalismo de la clase obrera influyera en la política francesa durante el siguiente cuarto de siglo.
La Constitución de la II República, promulgada en noviembre de 1848, establecía un régimen presidencialista y unicameral, en la que tanto el presidente de la República como la Asamblea se elegían por sufragio universal masculino. Luis Napoleón Bonaparte, sobrino de Napoleón I Bonaparte, fue elegido presidente por mayoría, mientras que las elecciones parlamentarias dieron la victoria a los monárquicos, contrarios a la República y temerosos de Luis Napoleón, una combinación que dificultaba la estabilidad del gobierno. Los republicanos radicales, que consiguieron un tercio de los escaños, alarmaron a los grandes y pequeños propietarios cuando hablaron de conseguir el control del gobierno en 1852, año en que se celebrarían las siguientes elecciones presidenciales y parlamentarias. Luis Napoleón, presentándose como el salvador de la sociedad frente a una revolución radical, tomó el poder en un golpe de Estado el 2 de diciembre de 1851 y otorgó a Francia una nueva Constitución. Un año después, restauró el Imperio y asumió el título de Napoleón III (el hijo de Napoleón I, Napoleón II, nunca reinó), emperador de los franceses.
Hasta 1860, Napoleón III gobernó Francia como dirigente autoritario, pero en 1860 comenzó a delegar su autoridad, de forma voluntaria, en las cámaras legislativas.
El régimen de Napoleón III
El II Imperio proporcionó un clima propicio al desarrollo económico. El rápido crecimiento industrial comenzó en la década de 1840. La red ferroviaria triplicó su extensión; las nuevas instituciones bancarias proporcionaron el sistema crediticio nacional necesario; los tratados comerciales con Gran Bretaña y otros países dieron a la sobreprotegida industria nacional una saludable competencia; y se mejoró la infraestructura de las ciudades y los puertos, en especial de París, que se transformó con el trazado de amplias avenidas que atravesaban los barrios centrales, con la planificación de parques espaciosos y con la construcción de edificios públicos.
Los logros de Luis Napoleón en política interior contrastaron con sus fracasos en el exterior. La victoria sobre Rusia en la guerra de Crimea (1853-1856), aliada con Inglaterra, y el prestigio que le dio la conferencia de paz de París fueron éxitos que no se repitieron. En 1859, la guerra contra Austria en apoyo al proceso de unificación italiana posibilitó a Francia la anexión de Niza y Saboya. Un intento, apoyado por una fuerza expedicionaria de 30.000 hombres, de establecer un imperio conservador en México entre 1862 y 1866 acabó en desastre. La decisiva victoria de Prusia sobre Austria en 1866 inclinó la balanza europea de poder en contra de Francia. Napoleón III no tuvo éxito en su intento de impedir el ascenso de Prusia y fracasó al pretender conseguir compensaciones para Francia que contrarrestaran el aumento de territorio y poder de Prusia.
La Guerra Franco-prusiana (1870-1871)
En julio de 1870, el primer ministro prusiano Otto von Bismarck involucró a Francia en una guerra aparentemente suscitada por la sucesión al trono español. Los ejércitos franceses no eran equiparables a los de Prusia y a los de los otros estados alemanes en fuerza, organización y dirección. Fueron derrotados en el campo de batalla y, el 2 de septiembre, Napoleón y su principal ejército se rindieron en Sedan. Cuando las noticias llegaron a París, el 4 de septiembre, se proclamó la República y se creó un Gobierno de Defensa Nacional para continuar la guerra. Durante cuatro meses, París resistió el asedio alemán y sus ejércitos, organizados precipitadamente, se enfrentaron a las fuerzas alemanas en el valle del Loira. En enero de 1871, cuando la capital de la nación estaba a punto de terminar con su reserva de alimentos y las operaciones militares continuaban sin muchas esperanzas, el gobierno francés capituló. Bismarck garantizó un armisticio de tres semanas para que en ese tiempo se eligiera una Asamblea Nacional que tuviera autoridad suficiente para firmar la paz. La Asamblea se reunió en Burdeos y el 1 de marzo aprobó los preliminares de la paz, por los que Francia cedería Alsacia y un tercio de Lorena a Alemania, pagaría una indemnización de 5.000 millones de francos y se sometería a una ocupación militar hasta haber pagado las indemnizaciones, lo que fue ratificado en el Tratado de Frankfurt, firmado junto con el ya proclamado Imperio Alemán en mayo. Véase Guerra Franco-prusiana.
La III República
La Asamblea Nacional, tan pronto como finalizó la guerra con Alemania, tuvo que hacer frente a un grave conflicto interno. A mediados de marzo, los republicanos radicales de París se rebelaron e instauraron un gobierno municipal independiente, la Comuna de París, en 1871. Mantuvieron el control de la capital hasta que, dos meses después, las tropas gubernamentales retomaron la ciudad tras la Semana Sangrienta (21-28 de mayo), que supuso una represión no sólo del movimiento comunal, sino también de las fuerzas progresistas francesas en general.
La mayoría monárquica de la Asamblea Nacional intentó restaurar la monarquía, pero no pudo resolver las diferencias entre los pretendientes borbónicos y orleanistas al trono, por lo que en 1875 los republicanos reunieron suficientes votos para conseguir la aprobación de una Constitución republicana. Los monárquicos esperaban que finalmente se sustituyera al presidente de la república por un rey, pero en 1877 se malogró este intento de nueva restauración monárquica.
Durante las tres décadas siguientes, Francia se tuvo que ocupar de las amenazas recurrentes que recibía la República. En la década de 1880, el ministerio de Jules Ferry se comprometió a acabar con la influencia de la Iglesia católica sobre la educación. Las leyes de Ferry establecieron que la educación primaria fuera gratuita y obligatoria y prohibió la educación religiosa en las escuelas estatales. A mediados de dicha década, los republicanos hicieron frente a la oposición de monárquicos, bonapartistas y ultranacionalistas, aglutinados en torno al popular general Georges Boulanger.
El caso Dreyfus
En la década siguiente surgió una crisis más seria. En 1894, un tribunal militar condenó a cadena perpetua a un oficial del Ejército francés de origen judío, Alfred Dreyfus, acusado de espionaje en favor de Alemania. Su familia y amigos, convencidos de su inocencia, obligarona reabrir el caso y, a finales de la última década del siglo XIX, la apasionada disputa que desencadenó el proceso dividió el país. Los partidarios de Dreyfus, principalmente republicanos y otros grupos de izquierda, sostenían que se había cometido una injusticia y que el individuo debía tener prioridad sobre otras consideraciones. Los monárquicos, ultranacionalistas y defensores de la Iglesia católica pensaban que quienes apoyaban la inocencia de Dreyfus pretendían desacreditar al Ejército y socavar la seguridad nacional. Los diputados republicanos, unidos en 1899 para formar un bloque republicano de izquierdas, intentaron reducir la tensión del caso con el perdón de Dreyfus y con las dimisiones y las reasignaciones de los oficiales militares comprometidos y, en 1901, reanudaron su ataque a la Iglesia. La Ley de Asociaciones de ese año supuso la clausura de 1.500 centros religiosos y 3.000 escuelas católicas. El proceso culminó en 1905 con la separación oficial de la Iglesia y el Estado.
La economía y las artes
Las cuatro décadas posteriores a 1871 fueron años de estabilidad, aunque el crecimiento económico no fue espectacular ni próspero para la burguesía y el campesinado. La clase trabajadora industrial propició el incremento de la producción, pero resultó la más desfavorecida. Los sindicatos se legalizaron en 1884 y a partir de entonces se desarrolló un movimiento obrero revolucionario. Éste despreció la acción política y propugnó la acción directa a través de huelgas y sabotajes para acabar con la República y el sistema capitalista.
Las décadas de paz y prosperidad vividas desde 1871 constituyeron una de las grandes etapas creativas del arte y la literatura franceses. Primero los pintores impresionistas, y después la vanguardia de Henri Matisse, Georges Braque y otros convirtieron a París en la capital mundial del arte. Una pléyade de escritores como Émile Zola, Anatole France, Paul Verlaine, Guy de Maupassant, Victor Hugo, Charles Cros, Arthur Rimbaud y Guillaume Apollinaire enriquecieron la literatura francesa.
Política exterior, 1871-1914
Tras la Guerra Franco-prusiana, la seguridad nacional fue una preocupación constante. El II Imperio Alemán superaba a Francia cada vez más en producción siderúrgica y en población, por lo que después de 1871 Francia empezó a encontrarse aislada en el contexto internacional. Siguiendo las previsiones de Bismarck, el gobierno francés orientó sus objetivos a la expansión ultramarina y estableció un imperio colonial en África y Asia, tan grande como el imperio que había perdido en el siglo XVIII y segundo en extensión después del Imperio Británico. En la última década del siglo XIX, un enfriamiento en las relaciones entre Rusia y Alemania dio a los franceses la oportunidad que esperaban para conseguir un aliado en la frontera oriental alemana. En 1894, Francia y Rusia firmaron una alianza defensiva que establecía la mutua asistencia contra los ataques alemanes o austro-húngaros. Una década después, el temor común a Alemania movió a Francia y a Gran Bretaña a resolver sus diferencias coloniales y a comenzar negociaciones para aunar sus operaciones militares y navales en Europa. En 1907, Gran Bretaña y Rusia también habían resuelto sus diferencias y junto a Francia formaron la Triple Entente, como respuesta a la Triple Alianza integrada por Alemania, Austria-Hungría e Italia. La amenaza de guerra estuvo fatalmente presente durante la década anterior a 1914 y, sucesivamente, en 1905, 1908, 1911 y 1913.
El asesinato del heredero al trono austro-húngaro por los nacionalistas serbios, en julio de 1914, precipitó una nueva crisis. Los intereses franceses no estaban implicados directamente en la disputa balcánica entre Austria-Hungría y Rusia, pero el gobierno respaldó a su aliado ruso, temeroso de que una causa menor pudiera debilitar la alianza de la que dependía la seguridad francesa. Alemania, apoyando a su aliado, Austria-Hungría, declaró la guerra a Rusia el 1 de agosto, y dos días más tarde, después de la negativa francesa a permanecer neutral, declaró la guerra a Francia.
La I Guerra Mundial
Cuando Francia se vio implicada en la I Guerra Mundial en agosto de 1914, el pueblo francés, casi sin excepción, se unió para defender a su país, dejando a un lado los conflictos políticos y de clase de las décadas anteriores. Los ejércitos alemanes atravesaron Bélgica, penetraron en Francia por el norte y avanzaron hasta las afueras de París antes de retroceder en la batalla del Marne, a principios de septiembre, y atrincherarse en una línea que se extendía desde el canal de la Mancha hasta la frontera suiza, dentro del territorio francés.
En los cuatro años siguientes, las operaciones militares en la frontera occidental supusieron continuos esfuerzos para romper las líneas opuestas y reanudar la guerra de movimientos. El uso de ametralladoras y de artillería pesada favoreció la defensa y las ofensivas sólo conseguían normalmente unos pocos kilómetros cuadrados con un alto coste de vidas humanas. A finales de 1914, Francia tenía un balance de 300.000 muertos y de 600.000 heridos, prisioneros o desaparecidos. Sólo la defensa de Verdún, en 1916, supuso la pérdida de 270.000 vidas francesas. Después del fracaso de la ofensiva efectuada en la primavera de 1917, algunas unidades francesas se negaron a internarse en las líneas fronterizas y la desobediencia se extendió a más de la mitad de las divisiones francesas. A la vez, la seguridad del frente interior estaba amenazada por el cansancio de la guerra, las huelgas y las crecientes demandas de negociar la paz. El general Henri Philippe Pétain tomó la dirección del Ejército y logró restaurar la disciplina y la moral de las tropas. En el interior, un nuevo gobierno dirigido por Georges Clemenceau renovó el deseo de continuar la guerra, silenciando a los opuestos a ella.
En julio de 1918, la unificación de las fuerzas aliadas, la entrada en la guerra de Estados Unidos y el agotamiento de la maquinaria de guerra alemana permitió a los aliados desplegar una ofensiva que obligó al gobierno alemán a pedir la paz. El 11 de noviembre de 1918, la recientemente establecida República de Weimar en Alemania aceptó el armisticio y, el 28 de junio de 1919, firmó oficialmente un pacto de pacificación en el palacio de Versalles, el llamado Tratado de Versalles. Francia recuperó Alsacia y Lorena. El Ejército alemán se redujo a 100.000 hombres, se delimitó una franja de 50 km de ancho en la orilla este del Rin y Alemania acordó pagar reparaciones por los daños causados a Francia durante la contienda. El país fue el gran vencedor de la guerra, pero con un coste elevado; murieron 1.394.000 hombres, una cuarta parte de la población masculina entre los 18 y los 30 años, y los departamentos nororientales quedaron devastados.
La política interior en el periodo de entreguerras
El problema interno más acuciante después de la guerra fue la estabilización del franco. Cuando se incrementaron los precios al finalizar la guerra, el valor del franco descendió un 90% en su valoración internacional. En 1926 se estabilizó a un 20% de su valor anterior a la guerra. La devaluación perjudicó duramente a la burguesía, que había sido el núcleo del apoyo social a la República y que dependía de sus ahorros. Los últimos años de la década de 1920 y los primeros de la de 1930 supusieron un breve periodo de prosperidad y calma hasta la llegada a Europa de los efectos de la Gran Depresión, que comenzó en Francia en el año 1932 y trajo nuevos temores a la República, coincidiendo con el resurgimiento, después de 1933, de una Alemania agresiva. En 1934, la amenaza del fascismo en el interior y en el extranjero impulsaron a los partidos radical-socialista, socialista y comunista a unirse en el Frente Popular para defender el sistema democrático y exigir la promulgación de una legislación social progresista. Una vez conseguido el control de la Cámara de Diputados en 1936, el gobierno del Frente Popular, presidido por Léon Blum, disolvió las organizaciones fascistas y logró

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