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LA ESTÉTICA DE LA SENCILLEZ Y LA SERENIDAD EPÍLOGO BIBLIOGRAFÍA Notas Créditos file:///C:/Users/PUESTO~1/AppData/Local/Temp/calibre_odmmqv/drsbhn_pdf_out/OEBPS/cubierta.xhtml 4 Tras el éxito nacional e internacional de su libro El método japonés para vivir 100 años (traducido a más de once idiomas), recorreremos, junto a Junko, un camino que nos llevará a descubrir los secretos japoneses para llegar a la plenitud, la armonía y la felicidad. En japonés, dō significa «camino». Unido a otras palabras, simboliza diferentes artes, disciplinas y deportes; pero no solo eso: también refleja las maneras de vivir, sentir y actuar de los japoneses. A través del fascinante mundo del kōdō, el camino del incienso; el kadō, el camino de las flores; el kyūdō, el camino del arco; el shodō, el camino de la caligrafía, o el chadō, la ceremonia del té, el lector podrá acercarse a la fascinante filosofía del país nipón, basada en la estética, la ética y la sabiduría del ahora. 5 INTRODUCCIÓN El camino de las artes tradicionales lleva a la paz interior. —Hay que matarla —dijo mi madre. Me acuerdo claramente de aquella noche, cuando yo tenía solo siete años. Estábamos toda la familia en el salón y apareció una pequeña araña. Mi padre siguió viendo la televisión tranquilamente, pero mis dos hermanos pequeños estaban asustados. Yo me quedé congelada, sin saber qué hacer. Mi madre la mató de un golpe certero con un periódico. Aquella diminuta araña, de apenas un centímetro, no era venenosa como una tarántula. De hecho, lo que me asustó no fue el bicho, sino la vehemencia de mi madre a la hora de condenarlo. ¿Por qué se puso tan nerviosa como para matar a la pobre arañita? Por una superstición. En Japón hay un dicho: «La araña que aparece por la mañana trae buena suerte, pero hay que matar a la que aparece por la noche, aunque se parezca a tu padre, porque trae mala suerte». Mi madre, después de acabar con ella, me lo enseñó. Los japoneses tenemos muchas supersticiones, aunque no todas son tan crueles como la de la araña. Por ejemplo, «el té de la mañana evita la desgracia, así que, si se te olvida tomarlo, vuelve a casa aunque estés muy lejos y tómatelo», «la familia caerá en la pobreza si planta un níspero», «cuando te pica la oreja derecha por la mañana y la izquierda por la noche, alguien está hablando mal de ti», «si silbas por la noche atraerás 6 serpientes», «si un tallo de té verde flota vertical en un té es señal de buena suerte», «cuando estornudas, alguien está hablando de ti», etcétera. Desde luego, estos dichos no son ninguna ciencia. Sin embargo, como la mayoría de estas supersticiones tratan sobre la suerte, nos afectan psicológicamente, aunque no nos las creamos a pies juntillas. No creo que una araña que aparece en mi casa por la noche vaya a traerme mala suerte, así que no la mato..., pero, aun así, me siento mal cuando encuentro una. Cuando pienso por qué hay tantas supersticiones y por qué la gente deja que le afecten, llego a la conclusión de que todos perseguimos la felicidad y queremos evitar las desgracias tanto como sea posible. Cada uno definimos nuestra propia felicidad, pero el deseo de alcanzar la paz interior es algo, en mayor o menor grado, común a todos nosotros. Hay muchas formas de conseguirla: a través de la meditación, practicando deporte, viajando, abstrayéndonos en las cosas que disfrutamos y, también, mediante las artes tradicionales japonesas, que ofrecen un camino para llegar a la paz interior. El objetivo principal de los seres humanos es la felicidad. Muchas de estas artes tienen el ideograma dō, que significa ‘camino’, en sus nombres. Entre ellas destaca el budō (artes marciales), que incluye el kendō (esgrima japonesa), el judō (combate sin arma), el iaidō (técnica de envainar y desenvainar la espada o katana), el aikidō (que mezcla el judō y el kendō) y el kyudō (tiro con arco japonés), así como otras artes, por ejemplo, el shodō (caligrafía), el kadō (arreglo de las flores o ikebana) y el sadō (ceremonia del té). Como dō, estas artes tradicionales se entienden como un recorrido en una materia que se debe aprender hasta llegar a un nivel más alto. El aprendizaje, en realidad, nunca termina, así que 7 estas artes no sirven solo para aprender su técnica, sino también para desarrollar la personalidad del que las practica. Por esta característica de dō, en ocasiones hay personas que inventan palabras incluyendo en ellas este concepto para aludir a su trayectoria profesional o su veteranía en una materia. Por ejemplo, una persona que hace y vende tofu dirá que sigue el tofu-dō; un artista que se dedica a la fotografía (shashin) hablará del shashin-dō; y los actores se referirán al yakusha-dō. Las artes marciales y las artes tradicionales que incluyen el término dō en sus nombres tienen una fuerte influencia del budismo zen, que frecuentemente se considera una religión práctica, pues enseña a encontrar la iluminación espiritual a través de la experiencia, más que de la teoría. A veces, se dice que vivir en sí mismo es una ascesis, y todos los actos, incluso los cotidianos como comer, limpiar, caminar, sentarse o dormir, son oportunidades de encontrar tu verdadero yo, la verdad absoluta, y por eso hay reglas estoicas para llevarlos a cabo. Aun así, originalmente estas artes —salvo el aikidō, que nació en el siglo XX— se llamaban de otra manera: kenjutsu, jujutsu, kyujutsu... El término jutsu significa ‘técnica’, pues antaño las artes marciales no eran más que las técnicas que los bushis o samuráis, la caballería japonesa, utilizaban en batalla. Desde que el gobierno de los samuráis sustituyó a la Corte Imperial en el siglo XII, Japón fue gobernado por estos durante más de seiscientos años. Por su parte, el budismo zen, que llegó a este país desde China en el siglo XIII, consiguió apoyos entre los samuráis —frente a otros sectores convencionales del budismo, practicados por la familia imperial y los aristócratas— y se difundió a los ciudadanos. De esta forma, el zen influyó en la cultura y la filosofía que se desarrollaron durante ese periodo. Puede resultar extraño que una religión que, supuestamente, es misericordiosa y cuyo objetivo es salvar almas estuviera apoyada por los samuráis, que vivían en circunstancias sangrientas. Un filósofo y erudito budista, Daisetz Teitaro Suzuki (1870-1966), que dio a conocer el budismo a Occidente en el siglo XX, explicó la razón de esta relación: [...] el zen los ha apoyado [a los samuráis] de dos formas, moral y filosóficamente. Moralmente, porque el zen es una religión que 8 enseña a no mirar atrás una vez que el curso de las cosas está decidido; filosóficamente, porque trata la vida y la muerte con indiferencia [...]. En segundo lugar, la disciplina zen es simple, directa, es una disciplina de confianza en sí mismo y también de negación de sí; su tendencia ascética se conjuga con el espíritu del combatiente [...]. Un buen guerrero es generalmente un asceta o estoico, lo que significa que tiene una voluntad de hierro. Esto, cuando es necesario, puede proporcionarlo elzen.[1] Por su parte, el monje budista zen y diseñador de jardines Shunmyō Masuno explicó que los samuráis, en la era de los Estados guerreros (siglos XV-XVI), se veían en una situación en la que sus vidas estaban pendientes de un hilo y no podían confiar en nadie, ni siquiera en su familia, y hallaron en el zen una manera de mantener la calma. El zen enseña la importancia de vivir no en el pasado ni en el futuro, sino en el presente. En el siglo XVII, la sociedad japonesa vivía un tiempo más estable y pacífico. Los samuráis seguían practicando las artes marciales, pero, al no haber oportunidades para utilizarlas en batalla, exploraron más los elementos de la filosofía zen —como la cortesía, la honestidad, la modestia y la simplicidad— que había en ellas para desarrollar la capacidad mental o la personalidad de quien las practicaba. El sistema social de Japón cambió completamente a finales del siglo XIX. Con el fin del feudalismo y la introducción de la civilización occidental, los samuráis desaparecieron y se prohibió llevar espadas. Todo ello generó la idea de que había que despreciar las culturas tradicionales que los guerreros habían practicado hasta entonces. Los interesados en estas artes, para conservarlas, empezaron a enfatizar los beneficios mentales que se podían conseguir a través de ellas. Fue entonces cuando las técnicas marciales y las 9 artes tradicionales se convirtieron en un dō, un camino para formar la personalidad de sus practicantes a través de unos altos valores morales y de la cortesía. El kadō y el sadō, que habían sido reservados para los hombres, abrieron sus puertas a las mujeres y, al mismo tiempo, se empezaron a enseñar artes marciales en los colegios. Tras la derrota en la Segunda Guerra Mundial, el Gobierno, bajo el control de los poderes aliados, prohibió enseñar los budō como el kendō, el judō o el kyudō en las escuelas o fuera de ellas, ya que consideraban que estas prácticas habían contribuido al militarismo del país que los llevó a la guerra. Cuando Japón recuperó la soberanía en 1952, se levantó la prohibición y, aunque hoy en día las artes marciales son fundamentalmente un deporte, siguen enseñando los principios morales y corteses. Un ejemplo de ello es que, en las artes marciales, para mostrar respeto al contrincante, está prohibido que los practicantes muestren la alegría de la victoria justo después de un combate. * * * En cuanto a las artes tradicionales, la mayoría de ellas tienen su origen en China. En su desarrollo en Japón siguieron su propia evolución, en la que no se puede negar la influencia del budismo. Los que empezaron a hacer arreglos florales fueron, sin ir más lejos, los monjes budistas, mientras que los fundadores de la ceremonia del té también aprendieron en los templos las bases del zen para aplicarlas en las formalidades y el protocolo que sigue al servir una taza de té. Los creadores de estas artes equiparaban así la práctica del zen a la del kadō o el sadō. Bajo la fuerte influencia del zen, los japoneses encontraron la belleza en la imperfección y la simplicidad. 10 La estética que pervive en la actualidad, basada en la imperfección y la simplicidad, no coincide en apariencia con las características de los propios japoneses, a los que se nos considera extremadamente perfeccionistas. Por ejemplo, solemos ser muy puntuales —de hecho, los trenes de Japón son conocidos en todo el mundo por su exactitud— e incluso alguna empresa de transportes ha pedido perdón públicamente porque un tren suyo ha salido veinte segundos antes del horario programado. Shunmyō Masuno afirma que esta estética imperfecta floreció gracias a la introducción del zen. Para sustentar este hecho, me explicó los siete elementos estéticos del zen, que fueron definidos por el especialista en budismo y gran pensador Shin’ichi Hisamatsu (1889-1980). 1. LA ASIMETRÍA Según Masuno, en el zen se considera que la simetría es la perfección, y solo las cosas terminadas son perfectas. Cuando un objeto es simétrico, o sea, perfecto, ya no tiene posibilidad de cambiar ni evolucionar. Si no está perfecto, en cambio, sí puede cambiar y adaptarse en la imaginación del que lo observa. Al mirar un objeto imperfecto, podemos imaginar la intención o los sentimientos de su creador y, de esta forma, encontrar la humanidad que encierra la obra y que refleja la pasión, la agonía, la lucha, la inquietud o el placer del artista. La imperfección es la belleza capaz de superar la perfección. SHUNMYŌ MASUNO Recuerdo una anécdota de Sen no Rikyū (1522-1591), quien perfeccionó la ceremonia del té, y su maestro Jōō Takeno. Jōō 11 encontró en una tienda un florero con dos asas que le gustó mucho, pero, como no tenía tiempo, no pudo comprarlo en ese momento. Al día siguiente, envió a alguien a comprarlo, pero ya se había vendido. Un día después, Rikyū invitó a su maestro a una ceremonia del té en su residencia porque quería mostrarle un bonito florero que había conseguido. Desde luego, no sabía que su maestro también quería adquirirlo. Le mostró el florero a Jōō, que se sorprendió al ver que este tenía entonces una sola asa. Cuando lo vio, Jōō alabó a Rikyū por haberlo roto, pues eso lo hacía más hermoso que cuando era simétrico. 2. LA SIMPLICIDAD La palabra más simbólica en el budismo zen es simplicidad. En los jardines zen no hay ninguna decoración, sino que más bien se elimina todo lo innecesario y se utilizan los materiales de la forma más eficiente posible. Masuno puso como ejemplo el templo Ryōan-ji, en Kioto, conocido por su jardín de roca, uno de los mejores ejemplos de karesansui (‘paisaje seco’) construido en el siglo XV. El jardín de Ryōan-ji tiene solo quince piedras en medio de una superficie rectangular recubierta de guijarros blancos rastrillados de forma ordenada. Le dije que es mi jardín favorito, aunque resulta difícil explicar por qué me gusta. Es simple y limpio, pero me calma. Entonces el monje me habló del furyūmonji, que es la esencia de la enseñanza zen y significa que lo más importante no se puede enseñar con palabras. El jardín de Ryōan-ji tampoco las necesita, lo importante es lo que sientes al contemplarlo. 3. LO MARCHITO La belleza no está solo en la vitalidad de la plena juventud, sino también en la imagen agostada de la belleza tras haber luchado contra las adversidades a lo largo de su vida. También nos 12 enseña la mutabilidad de este mundo: nada puede permanecer en el mismo estado eternamente. En el arreglo floral, en ocasiones se utilizan plantas marchitas para mostrar la belleza del paso del tiempo, algo que no se puede expresar cuando están en plena flor. 4. LA NATURALIDAD El zen nos enseña a ver las cosas tal y como son. La belleza existe donde no hay intención. En el arreglo de flores, por ejemplo, se usan hojas secas y carcomidas por los insectos porque son naturales. Como diseñador de jardines, el monje Masuno emplea los materiales tal cual y no intenta cambiar las formas a su voluntad. Si el terreno tiene una vertiente, diseña un jardín específico para él; y si un árbol está torcido, no piensa en cortarlo o reajustarlo, sino en cómo hacerlo brillar en la posición en la que está. La creación de un jardín zen es un proceso para alejarme de mí mismo y dejar la mente en blanco. Los materiales y yo, en conjunto, formamos el jardín y el resultado expresa lo que es mi mente vacía, sin mí. SHUNMYŌ MASUNO 5. VIVIR CON LA MENTE LIBRE Existen muchas reglas y formalidades que, en ocasiones, nos atan, pero el zen nos enseña que debemos librarnos de esta obsesión por lo mundano. Masuno me explicó este concepto de una forma más sencilla: si uno intenta hacer algo bien para 13 ganarse elogios, vacila y se atormenta por hacerlo lo mejor posible. En ese acto ya hay una intención y, por tanto, no hay belleza. Mientras escuchaba la explicación del monje, me surgió una duda. Como estoy aprendiendo el arte de la caligrafía, unas veces escribo bien, pero otras no lo consigo. Estoy convencida de que depende de mi condición mental.Cuando estoy alegre, escribo las letras grandes y de manera correcta, pero cuando tengo algún problema que me atormenta, se trasluce en mi caligrafía. Le pregunté a Masuno si esto significaba que estaba obsesionada conmigo misma, o sea, con mi ego. Él me respondió que no era una obsesión, sino algo natural, y muy humano, que nuestra condición mental quede reflejada en nuestras obras. 6. EL MISTERIO Y LA PROFUNDIDAD No debemos mostrar la belleza sin más, sino dejar espacio a la imaginación. En las artes japonesas, se pone especial importancia en los espacios porque se entiende que también forman parte de las obras de caligrafía o de los arreglos florales, por eso los calígrafos calculan bien el hueco para escribir las letras. En el arte japonés del arreglo floral se pone un gran esmero en la presentación y en lo que la rodea, dejando mucho espacio entre las flores, y eso es lo que lo diferencia tanto de su versión occidental. De la misma manera, en los teatros kabuki y noh —ambos declarados Patrimonio Cultural Intangible por la Unesco— hay momentos «en blanco», durante los cuales los actores están inmóviles y en silencio absoluto unos segundos. Masuno opina que estos espacios y momentos en blanco expresan las cosas que las letras, las flores y los movimientos no pueden expresar. Al hablar del concepto de la belleza, Shukō Murata —el fundador de la ceremonia del té— dijo: «Prefiero la luna que aparece entre las nubes». Con esta sencilla frase quiso transmitir que la luna escondida entre las nubes tiene más encanto que la que es perfecta y brilla en un cielo despejado. 14 7. LA SERENIDAD El monje Shunmyō Masuno proclama que la serenidad es la tranquilidad de la mente. Es decir, no significa ‘completo silencio’. En realidad, durante los procesos de ascesis pueden oírse sonidos como el canto de los pájaros o el correr del agua de un río, pero los monjes budistas sienten serenidad incluso en estas circunstancias. En las artes tradicionales japonesas, generalmente se requiere la quietud. Especialmente en la ceremonia del té, donde se convierte en uno de los elementos para crear un ambiente agradable. Aun así, no se permanece en completo silencio, sino que todo está pensado para que quienes asisten a ella puedan disfrutar de sonidos delicados pero agradables, provenientes del borboteo del agua en la tetera o bien del shishiodoshi, un sencillo mecanismo —frecuente en muchos jardines— hecho con una caña de bambú que, al llenarse de agua, se balancea y golpea un cuenco de roca, tras lo cual regresa a su posición original. Esta serenidad tranquiliza y permite agudizar los sentidos para captar todos los encantos del momento. * * * Teniendo en cuenta la esencia de la estética japonesa, he decidido comprobar cómo se puede conseguir la paz interior practicando estas artes tradicionales. Excepto el shodō, que llevo practicando algunos años para mejorar mi escritura, nunca he aprendido ninguna de estas artes precisamente porque son dō y me parecían demasiado duras y estrictas. Pensaba que el sadō y el kadō eran demasiado serios, pero ahora me arrepiento de no haberme fijado antes en ellos, porque son mi propia cultura. Ahora, me ilusiona descubrir qué voy a encontrar en ellos. La cultura japonesa y las artes dō se han transmitido durante cientos de años y a través de numerosas generaciones. 15 16 CAPÍTULO 1 KŌDŌ LA FRAGANCIA COMO ARTE Al hablar con personas relacionadas con el kōdō, muchas de ellas coincidieron en esta frase: «Japón es el único país del mundo que ha sublimado las fragancias en arte». Y he comprobado que es cierto. Puesto que kō significa ‘fragancia o incienso’, el kōdō es, literalmente, ‘el camino de la fragancia’. La ceremonia del incienso se considera uno de los tres refinamientos de las artes tradicionales japonesas, junto con el sadō (o chadō), la ceremonia del té, y el kadō, el arreglo floral. Todos ellos se desarrollaron casi al mismo tiempo, alrededor del siglo XIV. El kōdō es un auténtico arte que consiste en refinar la capacidad del que lo practica para apreciar la fragancia de diferentes maderas aromáticas. En ocasiones, incluso se compite para ver quién puede distinguir más fragancias, cuya identificación está después relacionada con la literatura y los poemas clásicos. 17 El arte del incienso está estrechamente relacionado con la cultura tradicional japonesa. Comparado con los otros dos artes tradicionales, el kōdō es el más ambiguo, ya que tiene que ver con los aromas, que son invisibles, sensuales y personales. Sin embargo, esta disciplina es un camino para encontrar la iluminación a través de las fragancias. Y, para conseguir llegar a ese momento de calma y casi revelación, hay que dedicarse completamente a ellas sin ninguna distracción. ASUNTO DE ESTADO El Ministerio de Medio Ambiente japonés ha seleccionado cien «escenarios olfativos», entre los que están aquellas regiones y pueblos con aromas específicos que los caracterizan —como, por ejemplo, las aguas termales, las bodegas de sake, un campo de lavandas, la fabricación de medicinas chinas y otros muchos—, para preservar estos enclaves tradicionales y los olores que se asocian a ellos. Los aromas, en general, están afianzados en una parte muy profunda de nuestras vidas. Un olor puede hacernos recordar escenas nostálgicas o personas a las que echamos de menos. Puede tranquilizarnos, animarnos o incluso incomodarnos. Esto es porque, según explica la ciencia, el olfato es el único sentido que envía señales directamente al hipocampo, la región del cerebro donde almacenamos nuestros recuerdos. Por esta razón, los aromas están tan unidos a lo que recordamos. Como las buenas fragancias tienen el enorme potencial de relajar a las personas, la terapia aromática resulta muy efectiva 18 para conseguir tranquilidad y concentración. LA TRANQUILIDAD A TRAVÉS DEL INCIENSO El origen del uso de inciensos en Japón se remonta a la llegada del budismo desde China en el siglo VI, y los primeros en usarse fueron mezclas de madera de agar, sándalo, árbol del clavo, cúrcuma, borneol con polvillos secos de ciprés y anís estrellado japonés. Este tipo de incienso se utilizaba para los rituales religiosos solemnes y para purificar los templos, así como para ofrendarlo a las divinidades y a los difuntos. El incienso es uno de los tres artículos imprescindibles en los rituales budistas, junto a la flor y la vela, y simbolizan las enseñanzas de Buda. El incienso es el más importante y se coloca en el centro del altar. Se considera que, al ascender a los cielos, el humo conduce a escuchar a Buda y, de esta forma, sus enseñanzas llegan a todos por igual a través del buen aroma. La flor muestra la misericordia de Buda, que insta a vivir apaciblemente, mientras que la vela representa su sabiduría, que ilumina a las personas para salvarlas de la oscuridad de sus sufrimientos y deseos mundanos. LAS DIEZ VIRTUDES DEL INCIENSO En el siglo XI el poeta y calígrafo chino Huan Tingjian describió, en las Diez virtudes del incienso, la eficacia de este preciado elemento: 1. Agudiza los sentidos. 2. Purifica el cuerpo y el espíritu. 3. Elimina la impureza. 4. Quita el sueño. 5. Alivia la soledad. 6. Tranquiliza en los momentos de estrés. 19 7. No es desagradable aunque esté en abundancia. 8. Es suficiente incluso en cantidades pequeñas. 9. No se pudre aun después de mucho tiempo. 10. Su uso habitual no es dañino. ¿DE DÓNDE VIENEN LAS MADERAS AROMÁTICAS? En el kōdō se usan únicamente kōboku. Estas maderas aromáticas no son originarias de Japón, sino de los países del Sudeste Asiático. Un kōboku es, específicamente, madera de agar, un duramen —la parte interna de un tronco compuesta por células muertas— resinoso a causa de una herida o de una infección por microbios. Al fermentar y madurar cuando el árbol muere, las partes dañadas del duramen producen resinas. Estas maderas quedan enterradas durante mucho tiempo, en ocasiones incluso más de cien años. Por tanto, las maderas kōboku no pueden producirse artificialmente, sinoque se forman de manera natural y por pura casualidad, de ahí que sean muy valiosas. En sí mismas, las maderas kōboku no son más que simples fragmentos de árbol seco. Salvo que se trate de una madera de excepcional calidad, nadie puede llegar a imaginarse, solo observándolas, su increíble aroma. Para que despidan su fragancia, hay que calentarlas. El nombre agar procede del sánscrito agaru, que significa ‘pesado’, ‘hundirse en el agua’. Tal y como este término indica, las maderas que se hunden completamente en el agua, por contener 20 más resinas y pesar más, son las que se consideran de mayor calidad. Según el libro histórico más antiguo de Japón, Nihonshoki, una de estas maderas fue arrastrada por el oleaje hasta la playa de la isla Awaji en el año 595, durante el reinado de la emperatriz Suiko. Los pescadores de la isla Awaji que encontraron la madera no tenían ni idea de lo que era realmente, así que la echaron a una hoguera para calentarse. Entonces, de repente, la madera despidió un exquisito e inefable aroma. Los pescadores se sorprendieron y pensaron que tenían entre manos algo muy valioso, así que obsequiaron el pedazo de madera a la emperatriz. A partir de ese momento, las maderas aromáticas estuvieron bajo el control de la Corte Imperial y, más tarde, su uso se extendió a los aristócratas. En la época Heian (794-1185), cuando el poder de la familia imperial y de los aristócratas estaba en su apogeo, comenzó a florecer una cultura japonesa propia, pues la nobleza se alejó cada vez más de todo lo que había asimilado de la cultura china. Fue entonces cuando el uso del incienso se convirtió en una de las artes tradicionales y comenzó a separarse de la religión. Desde China se introdujo un nuevo tipo de incienso, llamado nerikō, que consistía en amasar polvo de diferentes variedades de maderas fragantes y hierbas aromáticas, junto con miel, algas, carbón y sal, para formar bolitas que luego se quemaban. El nerikō fue utilizado por los aristócratas en su vida cotidiana para aromatizar sus casas, sus vestidos, sus cabellos. Y es que, antiguamente, las mujeres japonesas tenían cabellos tan largos que podían llegar a los dos metros de longitud. Como no podían lavarse el pelo muy a menudo —se ha llegado a decir que lo hacían una o dos veces al año— y solían llevarlo lacio y suelto — o con una sencilla cinta para recogerlo elegantemente—, quemaban incienso en la cabecera de sus camas para aromatizar sus cabellos y, al mismo tiempo, evitar que su cuero cabelludo sufriera. Lo usaban también en su ropa, para protegerla de microbios y moho porque, además de oler bien, el incienso tiene propiedades antisépticas. La aristocracia japonesa llegó a tener sus propias recetas de nerikō, y los nobles competían entre sí para ver quién podía crear el incienso más fragante. Estas 21 escenas eran frecuentes en la literatura de la época, como La historia de Genji, escrita hacia el año 1000 por la novelista Murasaki Shikibu, que describe la vida de los aristócratas a través de los amores, la política, la prosperidad y la decadencia del protagonista, Hikaru Genji. En la época de los samuráis (siglos XII-XIX), estos también empezaron a disfrutar de la cultura y, por supuesto, de los inciensos. Pero como carecían de las recetas para preparar el nerikō que usaban los aristócratas y, según señalan algunos estudiosos, también del tiempo y la predisposición para mezclar y machacar miles de veces los materiales aromáticos necesarios, quemaban solo maderas kōboku. Hoy en día, hay sesenta y una maderas aromáticas que se consideran las mejores según las directrices del kōdō actual. Entre ellas se incluye la famosa Ranjatai, considerada la mejor de todas. Es uno de los tesoros nacionales de Japón y se exhibe al público en raras ocasiones. Es tan especial que, para demostrarle respeto, los practicantes del kōdō no encienden otras maderas kōboku cuando queman una astilla de Ranjatai. De hecho, los poderosos de cada época, principalmente los generales, cortaban esta madera poco a poco, escribiendo sus nombres en tiras de papel y poniéndolos en las partes que cortaban. Se clasificaron las maderas, se crearon los utensilios, se formaron los protocolos... y, finalmente, nació el kōdō. MADERAS Y SABORES En el siglo XV, durante el periodo Muromachi (1336- 1573), el aristócrata e intelectual Sanetaka Sanjōnishi y el samurái Sōshin Shino establecieron la clasificación de las maderas aromáticas por orden del shōgun—un título comparable al de general—Yoshimasa Ashikaga. Ordenaron las maderas aromáticas en seis grupos, mayoritariamente según su lugar de origen: 22 • Kyara (Vietnam), • Rakoku (Tailandia/Myanmar), • Manaban (sudoeste de India), • Manaka (Malasia), • Sasora (desconocido), • Sumotara (Indonesia). Y en cinco sabores básicos, comparados con diversos frutos o elementos, que no eran totalmente equivalentes a los que podemos pensar hoy en día: LAS ESCUELAS DE KŌDŌ De acuerdo con sus protocolos, hay dos escuelas diferentes: la Oie (Oie-ryū), fundada por Sanetaka Sanjōnishi, que se caracteriza por su elegancia heredada de la aristocracia; y la Shino (Shino-ryū), instaurada por Sōshin Shino, cuyo estilo, propio de los samuráis, está marcado por la simplicidad y la disciplina. En el kōdō se usa la palabra escuchar —en lugar de oler— para definir la acción de percibir un aroma, porque no se reduce al sentido del olfato, sino que consiste en acercar la mente a la fragancia y abrirnos al mundo misterioso de aromas en el que nos introduce y que nos lleva, amablemente, a extender los límites de nuestra imaginación. El arte de escuchar el aroma de los inciensos se llama monkō. Si escuchamos un único incienso con la calma necesaria para apreciar sus características, disfrutaremos los delicados cambios de la fragancia, concentrándonos en ella, en lo que nos rodea, y alejándonos 23 de nuestro ego para entregarnos completamente. En la ceremonia takitsugikō, el anfitrión entretiene a sus invitados con un incienso, y ellos proceden a quemar otros que han traído consigo y que pueden equilibrarse bien con el anterior. Para que los inciensos se sucedan los unos a los otros de forma armoniosa, los invitados deben conocer previamente el tema de la ceremonia y cómo seleccionar los inciensos con el nombre y el aroma adecuados. El kumikō es un juego que consiste en escuchar diferentes tipos de aromas y competir para ver quién puede averiguar el orden en el que han aparecido. Se basa en obras de la literatura clásica japonesa, desde novelas a poemas. Hay más de doscientos tipos de kumikō, y se siguen inventando otros nuevos hoy en día. Es una buena forma de que, en las clases, los alumnos puedan escuchar diferentes maderas para aprenderlas. EL KUMIKŌ DEL OTOÑO El kumikō, llamado nezame-kō (nezame significa ‘despertar’), se reserva para el otoño, cuando las noches son largas y frías y a veces nos cuesta dormir. En primer lugar, se preparan cuatro maderas distintas. Si las acertamos todas, tendremos un «buen despertar»; con tres, un «despertar del alba», parecido al que se tiene al madrugar demasiado; con dos, el «despertar de un viaje», como cuando dormimos mal porque extrañamos nuestra cama; con solamente una, un «despertar en las primeras horas de la noche». Si no acertamos ni una sola, el resultado será «sueño», equivalente a una larga y desesperante noche de insomnio. 24 Uno de los kumikō más famosos es el Genji-kō, inspirado en La historia de Genji. Se preparan cinco lotes con cinco paquetes cada uno. Cada paquete contiene un pedazo de madera aromática, por lo que hay veinticinco posibilidades. Se queman solo cinco paquetes al azar y los participantes intentan distinguir las fragancias. Al principio, los invitados trazan cinco líneas verticales en un papel que se les ha dado. Las líneas diferenciarán en qué orden se queman las maderas, de derecha a izquierda. Al escuchar los aromas, se conectan las líneas si se cree que son las mismas fragancias. Por ejemplo, si los aromas segundo y cuarto nos parecenidénticos, conectamos esas líneas. Como hay cincuenta y dos combinaciones posibles, y La historia de Genji consta de cincuenta y cuatro capítulos, cada una de ellas se relaciona con un capítulo de esta obra, salvo el primero y el último. Estas cincuenta y dos combinaciones se representan en el Genjikō-no- zu (‘diagrama de Genji-kō’), un esquema que hoy en día se reproduce en diseños para kimonos, papeles de regalo y muchos otros artículos. Los participantes buscan en el Genjikō-no-zu el capítulo que corresponde a su respuesta y escriben el nombre. En algunos casos, también escriben el poema que protagoniza ese capítulo. En el caso del ejemplo anterior, la segunda y la cuarta línea conectadas corresponden al capítulo veintisiete, titulado «Kagaribi» (término que significa ‘hoguera’). Este capítulo está basado en un poema que escribe Genji, y en el que describe su amor como el humo de una hoguera que nunca se extingue. De esta manera, a través de la ceremonia del incienso, quienes participan en ella aprecian las maderas aromáticas y, al mismo tiempo, aprenden historia, literatura y poesía. Como las maderas aromáticas son caras y difíciles de conseguir, el kōdō es la menos practicada de las artes tradicionales japonesas. Además, tiene cierta fama de ser difícil, ya que requiere conocimientos de literatura clásica y la capacidad de escribir poemas. No obstante, en Tokio asistí a clases de kōdō en centros de ambas escuelas, la Oie-ryū y la Shino-ryū, para saber exactamente en qué consiste este arte y qué diferencias hay entre ambas. 25 OIE-RYŪ —Aquí podemos practicar el kōdō en la sala donde la mismísima maestra Kagetsu Yamamoto escuchaba los inciensos —dijo orgullosamente la profesora de la clase de Oie-ryū, Yoko Obata. Me explicó que el edificio en el que nos encontrábamos había sido la residencia de una gran maestra que contribuyó al desarrollo del kōdō tras la Segunda Guerra Mundial. Kagetsu Yamamoto restauró el arte del incienso, que había decaído durante el periodo Meiji (1868-1912), cuando la civilización occidental llegó al país y se cambió completamente el sistema social, y como consecuencia de las sucesivas guerras. De hecho, la decadencia de la aristocrática escuela Oie-ryū que ella se dedicó a rescatar había empezado mucho antes. Cuando los samuráis empezaron a acumular poder, los aristócratas sufrieron estrecheces económicas y no se pudieron permitir seguir disfrutando de las costosas maderas fragantes. Así, la escuela Oie-ryū pendió de un hilo largo tiempo. En clase estábamos unas diez personas, entre ellas un hombre, y la mayoría vestidas con el kimono tradicional. La ceremonia del incienso se celebró en una sala de estilo japonés con tatamis, las típicas esterillas gruesas de paja cubiertas con un tejido de juncos. En una caligrafía colgante se leía un proverbio chino: «Una piedra preciosa no tiene ni una pequeña mancha», que habla figuradamente de la perfección a la que todos debemos aspirar. Aunque puede haberlas, en esta ocasión la sala no estaba adornada con flores. Según la profesora, conviene evitar las flores más aromáticas, como las orquídeas, el ciruelo japonés y los crisantemos, porque pueden interferir a la hora de escuchar el incienso. De hecho, está estrictamente prohibido llevar perfume o ropa de cuero, y tampoco se pueden comer alimentos fuertes como ajo, jengibre, cebolla, cilantro y cítricos antes de la clase. También hay que quitarse los accesorios —relojes de pulsera, anillos o pendientes— para no dañar los quemadores de porcelana. 26 AROMA DE KYARA Por su gran trabajo, la maestra Kagetsu Yamamoto ha inspirado la novela Kyara-no-kaori (Aroma de Kyara), publicada en 1981 por la escritora Tomiko Miyao (1926- 2014). Narra la vida de esta mujer que se dedicó al renacimiento del kōdō de la escuela Oie-ryū superando muchas desgracias, como la muerte de su familia y la traición de las personas en las que confiaba. De hecho, no pocas personas me han dicho que han decidido aprender kōdō después de haber leído este libro. Conocía las normas. Había estudiado algunos libros antes de asistir a la clase, así que tuve mucho cuidado en no emplear demasiado champú o crema corporal para no molestar a los demás participantes. Antes de entrar, todos nos lavamos las manos con agua sin jabón y nos enjuagamos la boca para purificarnos. 27 Quemador de incienso con un kōboku (madera aromática) en una placa de mica. Aunque mi idea inicial era dedicarme a observar y tomar algunas fotografías, la profesora Obata, amablemente, me invitó a participar en la clase. —Es mejor que participe usted para entender bien el kōdō. Hay cosas que, si no las practica, no comprenderá del todo. No se preocupe por los protocolos —me dijo la profesora—, simplemente disfrute de los aromas. Se lo agradecí. Había querido participar desde el principio, pero no estaba segura de que fueran a permitírmelo. Entré en la sala siguiendo a los alumnos. Antes de empezar, la profesora explicó que la clase del día se dedicaría al tōzakō, un tipo de kumikō, en el que utilizaríamos la forma poética tanka, que consta de 31 sílabas repartidas en cinco versos según el esquema 5-7-5-7-7. Además, ya que tōza significa ‘en un instante’, hay que componer el poema sobre la marcha. Para comenzar, se comunica el tema del día. El nuestro fue To- Shi-Tsu-Ki-Wo, que literalmente significa ‘en los años y meses’ y 28 se puede traducir como ‘el paso del tiempo’. Pero, en realidad, el significado no importa. Los caracteres sirven tan solo para representar el orden en el que nos referiremos a los aromas. Es decir, para indicar el primer incienso, diremos To en vez de decir uno; para el segundo, Shi; y así sucesivamente. Por ejemplo, si escucho los cinco inciensos y pienso que salieron en el orden 5-1-3-4-2, debo contestar Wo-To-Tsu-Ki-Shi y componer un poema empezando con estas letras y las medidas del tanka: Wo... → 5 sílabas To... → 7 sílabas Tsu... → 5 sílabas Ki... → 7 sílabas Shi... → 7 sílabas El tōzakō es doblemente difícil porque no solo tienes que identificar los aromas, sino además escribir un poema en muy poco tiempo. Como no tengo facilidad para la poesía, entré en pánico, pero la profesora me eximió de escribir el poema. En la sala, del tamaño de ocho tatamis, había alfombras rectangulares rojas para sentarse. Me indicaron que me colocara frente a la profesora, y me senté derecha en la alfombra roja, sobre los talones. Esta forma de sentarse se llama seiza, y es muy formal. Aunque los tatamis son suaves comparados con las tarimas, sentarse en seiza acaba siendo muy duro porque hay que doblar las rodillas completamente, con lo que todo el cuerpo reposa sobre las piernas, que acaban quedándose entumecidas, especialmente ahora que la gente ya no está acostumbrada a esta postura, pues, aunque muchas casas tienen suelos de tarima, por la influencia de la cultura occidental se usan más las sillas. Como no soy una excepción, me preocupó cuánto tiempo podría aguantar en esa posición. Enfrente de cada alumno había un papel washi —hecho con fibras de plantas y fabricado manualmente— de unos quince centímetros. Cada uno de nosotros debíamos escribir nuestro nombre en la cara exterior y las respuestas en la interior. Al lado 29 del papel, había un conjunto de materiales para escribir con tinta china, un gotero de agua y un pincel fino. La anfitriona, un papel en el que varios alumnos se van turnando, tenía frente a sí un papel dorado bordeado con ilustraciones recargadas, así como diversos utensilios que nunca había visto, como varillas para mover las brasas, una pluma como escobilla para limpiar las cenizas, palillos de ébano para coger la madera aromática, pinzas de metal para sujetar la placa de mica y una espátula en forma de abanico cerrado que se usa para apretar suavemente las cenizas y que formen un cono en la taza del quemador. Como en el sadō —la ceremonia del té—, en el kōdō también hay ciertos protocolos para llevarlo a cabo y cada movimiento está establecido. Este tipo de ritual se denomina temae,pero como normalmente se le añade el prefijo honorífico o-, suele hablarse del o-temae. Por cierto, el kōdō y el sadō frecuentemente se practican juntos. En la ceremonia del té, se introduce un kōboku o un nerikō en el horno que se utiliza para calentar el agua, y algunas veces incluso se juega al kumikō. La anfitriona ejecutaba el o-temae utilizando el utensilio apropiado para cada movimiento. Lo hacía con tal precisión que parecía que se trataba de una intervención quirúrgica. El trabajo de la anfitriona consiste en preparar la ceniza, colocar un pedacito de kōboku encima de la placa de mica y pasar el quemador a los invitados. Lo más importante es conseguir la temperatura adecuada para que el aroma emane correctamente. Para calentar la madera, se pone una bola de carbón en la ceniza. Si la enterramos demasiado, no calentará bien, y si la dejamos demasiado en la superficie, la madera arderá. Cada madera tiene una temperatura ideal a la que debe calentarse para que despida mejor su aroma. 30 Ritual de una clase de Oie-ryu. Cuando todo estuvo preparado, la anfitriona empezó a pasar los quemadores para que el resto de los alumnos escuchase las fragancias y las recordara. Me llegó el primer quemador. La persona de mi izquierda lo puso en el suelo entre ella y yo. Antes de cogerlo, tuve que hacer una reverencia a la persona de mi derecha. El gesto era una forma de demostrar respeto y decir sin palabras: «Con su permiso, voy a escucharlo antes que usted». Los quemadores nunca se pasan directamente de mano a mano. Siempre se colocan en el suelo para evitar que se caigan. Si la madera o la placa de mica cayeran en la ceniza, el quemador tendría que volver al anfitrión para que este lo arreglara de nuevo. Los invitados no deben tocarlo. Imitando a los demás, hice una reverencia a la persona que estaba a mi derecha y cogí el quemador con mi mano derecha. Estaba suavemente templado. Lo puse en la palma de mi mano izquierda y le di dos vueltas de noventa grados en dirección contraria a las agujas del reloj para poner la taza frente a mí. A continuación, poniendo los codos en punta, elevé el quemador 31 hasta mi nariz. Me sentí muy solemne al hacer esos gestos. Sabía que estaba formando parte de una ceremonia ancestral que había pasado de generación en generación gracias al respeto y a la dedicación de todos nuestros antepasados. El quemador, con forma de taza, estaba decorado con ostentosos dibujos en laca dorada. Por dentro, la ceniza estaba dispuesta formando una pequeña montaña. Me sorprendió mucho el tamaño de la madera aromática que vi por primera vez en mi vida. Encima de toda esa ceniza, un pequeñísimo pedazo de madera descansaba sobre la placa de mica. Aunque no era ni la mitad de la uña de mi meñique, el kōdō nos enseña que basta con un fragmento como «un pelo de la cola de un caballo o la pata de un mosquito». Ese pequeño trocito de madera despedía una fragancia sutil pero firme. Tapé el quemador con la palma de mi mano derecha y escuché el aroma que salía del espacio entre mis dedos índice y pulgar. Inspiré profundamente, cerré los ojos para concentrarme, desvié la cara a la derecha y espiré. A cada invitado se le permite escuchar el quemador tres veces, así que repetí el mismo gesto dos veces más para intentar recordar bien el aroma. La sala estaba en completo silencio. Me concentré todo lo que pude y sentí que los sonidos del mundo exterior, el paso de los trenes, el tráfico y el ruido de las obras de construcción, se alejaban de mí gradualmente. La madera olía como el sol de invierno, dulce. En mi mente vi una escena teñida del suave color anaranjado del ocaso en un campo abierto por el que corría la brisa. El segundo aroma se parecía mucho al primero. Pero, aunque era más débil, también me resultó más pesado, robusto. Pensé inmediatamente en algo tan antiguo, sólido y tosco como la tierra. Pero no estaba convencida. Como el aroma era muy débil, quería 32 despejar la mente para escucharlo bien, pero una vez visualicé la imagen de la tierra seca, ya no pude quitármela de la cabeza. El tercero fue claramente distinto. Era refrescante y me recordó el incienso de los templos budistas. Olía como un templo bajo un cielo abierto y despejado. El cuarto fue el que más me gustó. Tenía un aroma complejo, natural, una mezcla de flores y bosque, es decir, tenía una fragancia elegante y refrescante. Sentí, por primera vez, que quería estar dentro de un aroma. Para cuando terminé de escuchar estas cuatro maderas, los pies me dolían y empecé a moverme un poco para encontrar una postura más cómoda. Como hasta ese momento había estado muy concentrada en escuchar los aromas, no me había dado cuenta. La persona que había sentada a mi izquierda se dio cuenta de mi incomodidad y me susurró —porque no está permitido hablar durante la ceremonia— que podía relajar mi postura si había terminado de escuchar los aromas de prueba. Agradecida, ajusté mis piernas hacia la derecha, quitándoles mi peso de encima. El resto de la clase mantuvo la postura. Mientras la anfitriona preparaba los quemadores para la versión definitiva, los invitados prepararon la tinta en las placas de piedra que tenían delante echando un poco de agua y frotando la barra de tinta china en ella. Escribieron sus nombres en el papel. A pesar de que llevo tres años asistiendo a clases de caligrafía, no pude escribir bien mi nombre con un pincel tan diminuto. Mis caracteres parecían los de un niño pequeño. Tenía que agarrar el papel y escribir apoyándome en mi propia mano, mientras que en las clases siempre utilizábamos un escritorio. Me avergonzó no escribir bien mi propio nombre, mientras que los demás plasmaban en el papel bellas letras sin apenas esfuerzo. Después hicimos la versión definitiva. La anfitriona nos pasó los quemadores en un orden diferente e incluyó uno que no habíamos escuchado la primera vez. Fue más difícil que en la prueba porque las fragancias eran más débiles. Escribí los caracteres en el orden que creía correcto a la par que los restantes invitados escribían sus poemas. Cuando terminé, doblé el papel y lo puse sobre una bandeja que pasamos entre todos. 33 Clase de Oie-ryu. Este era el papel con las respuestas de todos. 34 Cuando se juntaron los papeles de todos, la escribiente —otro papel en el que se turnan los alumnos— copió las respuestas en un papel más grande y, al final, anunció cuántos habíamos acertado cada uno. Yo acerté solamente dos. Confieso ahora que, antes de participar en la clase, confiaba en acertar más aromas porque creo que mi olfato es bastante bueno. Pero fue mucho más difícil de lo que me imaginaba. La ganadora fue Sanae, un ama de casa de unos sesenta años que ha practicado el kōdō durante más de veinte. Acude a clase desde otra prefectura y tarda cinco horas en ir y volver. Todos los alumnos la felicitaron y la profesora le entregó su premio: el papel en el que estaban escritas todas las respuestas y los poemas de los participantes, un bello documento con una filigrana que representaba una pagoda. Para terminar la ceremonia, la anfitriona declaró solemnemente: —Se ha llenado la fragancia. Con esta frase queda clausurada la ceremonia en la escuela Oie-ryū, y significa que el aroma ha llenado no solo la sala, sino también el corazón de todos los presentes. Tras esta declaración, la anfitriona y la escribiente salieron de la sala seguidas del resto de los asistentes. Sentía la mente fresca y despejada, como si acabara de terminar de hacer ejercicio, solo que mi cuerpo no estaba cansado. Pensé que tal vez esto se debía a que mediante la concentración había conseguido beneficios parecidos a los de la meditación. Al fin y al cabo, en ambos casos logramos cierta serenidad y tranquilidad después. La experiencia entera me pareció un sueño por las fragancias, el ambiente, los utensilios, la calma del ritual y el silencio reinante. 35 Todo fue tan sereno y elegante que me olvidé de que seguía en el centro de Tokio. Y sin embargo, a pesar de la calma que me envolvía,era perfectamente consciente de que el kōdō es un arte complejo que requiere amplios y profundos conocimientos culturales, sobre todo de literatura clásica. De hecho, la ganadora del día, Sanae, me contó que también estaba apuntada a clases de caligrafía, poesía y ceremonia del té. —Todavía soy una principiante —me dijo Sanae—. El kōdō es un arte sintético y difícil, pero tengo suerte de poder escuchar tantas variedades de inciensos. Si solo se tratara de diferenciar aromas, cualquier perro lo haría mejor que yo porque tienen un olfato mucho más desarrollado que el mío; pero lo interesante del kōdō es que podemos expresar escenas de la literatura clásica con la ayuda de los inciensos. Aun así —reconoció con modestia —, me motiva mucho acertar y ganar de vez en cuando. La profesora Obata me explicó que el kōdō es una expresión de algo invisible y sensual. —No se puede practicar la ceremonia del incienso con perfumes porque son demasiado fuertes y no se puede diferenciar con facilidad las partes que los componen —explicó la profesora. Le confesé a la profesora que practicar el kōdō me había cohibido un poco porque carecía de los conocimientos culturales necesarios, pero que aun así la experiencia había sido inolvidable y muy agradable. La profesora sonrió y me explicó que ese día jugaron al tōzakō porque era la última clase del año y querían hacer algo especial. Normalmente hacían actividades mucho más sencillas. De hecho, daba clases a niños de primaria y, con ellos, utilizan nombres de peces o pájaros para distinguir los aromas; y con los extranjeros recurren a las obras de Shakespeare. De esta forma, la ceremonia del incienso puede adaptarse a aquellos que quieran practicarla. LA LUZ ESCONDIDA EN TU INTERIOR 36 La profesora Yoko Obata me explicó cómo la hacía sentirse el kōdō: «Las fragancias son abstractas y personales, así que dependen mucho de cómo las percibe cada uno. Si nos aferramos o nos obsesionamos, no podremos apreciarlas bien. Según mi propia experiencia, solo cuando dejo la mente en blanco, sin pensar en nada, sin distraerme, el aroma entra en mi cuerpo y siento cómo me unifico con ella y llego, en ocasiones, a intuir una especie de iluminación que está escondida dentro de mí. No me ocurre con frecuencia, pero es la razón por la que nunca he querido dejarlo». SHINO-RYŪ El Shino-ryū refleja los modales disciplinados, la simplicidad y el rigor de la cultura samurái. Tiene fama de ser un ritual con gestos hermosos y pone especial énfasis en las formas porque valora el control y la disciplina como medios para sublimar el espíritu de una persona. Otra peculiaridad del Shino-ryū es que nunca ha dejado de practicarse, sino que se ha transmitido durante quinientos años sin interrupción desde que la fundara Sōshin Shino, al contrario que el Oie-ryū, recuperado en el siglo XX. El sistema que asegura la protección de las tradiciones y las disciplinas japonesas se basa en la figura del iemoto. El linaje de una familia hereda la posición de máxima autoridad de la escuela o arte, y la persona que está a su frente es su maestro principal. Su principal cometido es preservar la identidad y la pureza de las enseñanzas. El iemoto, generalmente el padre, o el cabeza de familia, transmite la técnica y los secretos del arte a uno solo de sus hijos varones. En caso de no tener, adopta uno o lo sucede el marido de su hija. Últimamente esta tendencia se ha modernizado y ya existen iemoto femeninas en algunas artes. 37 Los trabajos principales de un iemoto de cualquier arte es dar licencias, castigar o expulsar a discípulos, y asegurar la pureza de las técnicas utilizadas. El joven maestro Sohitsu Hachiya. En cuanto a la escuela Shino-ryū, después de la tercera generación de la familia Shino, el título pasó a la familia Hachiya. En nuestros días, el encargado de salvaguardar esta escuela de la ceremonia del incienso es el vigésimo iemoto, Sogen Hachiya. El próximo maestro, Sohitsu Hachiya, nacido en 1975, ha sido educado desde su nacimiento para ser un buen iemoto de Shino- ryū. —Desde que era tan solo un bebé de unos meses, me rodearon las maderas aromáticas de Kyara, las de mejor calidad. Escuchando a mi padre y a mi abuelo aprendí mucho —me contó el próximo iemoto—, aunque mi educación empezó cuando me apunté a las clases de kōdō de mi abuelo en primaria. Según Sohitsu Hachiya, hay que tener mucha experiencia para ser un gran maestro y no es suficiente solo con aprender los ejercicios del kōdō. De hecho, su padre, el actual iemoto, estudia poemas, caligrafía y literatura clásica desde el alba hasta el anochecer, incluso ahora que ya tiene setenta y nueve años. 38 Sohitsu ha practicado la caligrafía y la ceremonia del té desde pequeño, pero también ha tenido tiempo de jugar al fútbol, trepar a los árboles y pasar tiempo fuera de casa, sintiendo la tierra bajo los pies y desarrollando la sensibilidad necesaria para ser un buen iemoto. El joven maestro me explicó con entusiasmo la importancia de tener experiencias propias, y que los conocimientos conseguidos únicamente a través del estudio no bastan. El joven maestro Sohitsu me permitió observar la clase que impartió en Tokio. Había once alumnos en total: diez mujeres ataviadas con kimono y un joven vestido con ropa de calle. Antes de empezar la clase, todas las alumnas se pusieron en fila atendiendo al orden en el que habían llegado, pero le pidieron al joven Hiroyuki que se pusiera el primero. Me pareció raro porque había llegado casi el último, así que pregunté a la señora que tenía al lado. El iemoto, mi padre, dice que se necesitarían tres vidas para entender la quintaesencia del kōdō. Este es el testimonio del mismísimo gran maestro. Es un gran trabajo y soy consciente de la responsabilidad de haber nacido en esta familia. SOHITSU HACHIYA —En Shino-ryū, el hombre es el invitado principal. En la clase, el joven maestro es siempre el invitado principal, y los demás hombres lo siguen antes de las mujeres —me explicó amablemente la señora, con una sonrisa apacible. Me sorprendió que todavía existiera este tipo de machismo tan evidente en el siglo XXI. Sé que Japón está atrasado, comparado con muchos países europeos, en cuanto a la participación de las mujeres en la sociedad, pero es una situación que se intenta 39 cambiar. Cuando le pregunté a Sohitsu sobre esto, él sonrió incómodo y asintió con la cabeza, como queriendo decir que entendía mi reproche. —Me doy cuenta de que no es adecuado hoy en día, pero es un gesto que conservamos desde el origen de la cultura samurái. Aun así, si hubiera una mujer de alto rango, ella se sentaría antes que los hombres. Clase de Shino-ryū. Entraron en la sala uno a uno. Antes de entrar, cada persona se sentaba en seiza en la entrada, colocaba un pequeño abanico cerrado delante de sus rodillas y hacía una reverencia. El abanico, de unos quince centímetros, se utiliza también en la ceremonia del té y otras artes tradicionales. No se emplea para darse aire, sino para separar el espacio entre una persona y otra y, de esta forma, mostrar respeto al otro, en este caso a la anfitriona y al resto de los invitados que ya han entrado. Yo lo observaba todo desde el pasillo. Cuando todos estuvieron sentados, el joven maestro, vestido con una hakama —una especie de falda pantalón para kimono—, entró y se sentó en la 40 posición del invitado principal, a la izquierda de la anfitriona. Encontré algunas diferencias entre esta ceremonia y la de la escuela Oie-ryū, como las posiciones —las de la anfitriona, el escribiente y el invitado principal son distintas— y el uso de utensilios menos pomposos. Por ejemplo, en el Oie-ryū la caja para guardar los utensilios y los quemadores está decorada con dibujos en laca dorada, mientras que en el Shino-ryū se usa una caja de madera de morera y los quemadores son de porcelana verdeceledón. La primera mitad de la clase consistió en aprender el ritual para colocar las cenizas y meter la bola de carbón dentro. Después, colocaron la placa de mica sobre lamontaña de ceniza y pusieron un pedazo de madera aromática encima. Había un quemador de incienso para cada dos personas, y uno de los miembros de cada pareja se encarga de preparar el quemador siguiendo las cuidadosas instrucciones del maestro. Para meter el carbón de bola, los hombres y las mujeres siguen rituales distintos. Después de introducir el carbón, se rastrilla y acumula la ceniza para formar la montaña. Según Sohitsu les explicó, este simple acto es muy complicado, y normalmente el alumno tarda unos tres años en aprender a hacerlo bien. Después de haber consolidado las cenizas apretándolas suavemente con una espátula, limpian las que se han quedado en el borde del quemador con una pluma de pájaro. Por supuesto, incluso para esto hay un ritual ceremonioso: se coge la pluma con la mano izquierda, se pasa a la mano derecha, se pone la pluma hacia abajo, se introduce la punta en el punto del quemador donde estarían las seis en un reloj y, manteniendo la pluma quieta ahí, se mueve el quemador con la mano izquierda en el sentido contrario a las agujas. Así se limpia el interior del quemador y, después, el borde. El último paso para prepararlo todo es dibujar cincuenta líneas con una varilla en la montaña de ceniza. Al final, marcaron una línea más gruesa, indicando la parte por la que se escuchará el incienso. Entre los alumnos, los que practicaban estaban muy concentrados en dibujar las líneas. Es una tarea muy difícil porque el quemador es muy pequeño: tiene un diámetro de solo 41 unos siete centímetros, así que es complicado hacer cincuenta líneas iguales en un espacio tan reducido. La sala estaba en completo silencio, tanto que vacilé al disparar la cámara de fotos. —Vuestra precisión y el aspecto de la ceniza son un reflejo de vuestro corazón —dijo el maestro rompiendo el silencio. A algunos se les escaparon risas o suspiros. La mayoría de los alumnos no estaban muy satisfechos con sus líneas. Con aquello, todo estaba preparado para la auténtica protagonista de la ceremonia: la madera aromática. El joven maestro miró las cenizas de los alumnos y bromeó diciendo que tal vez la madera no quisiera actuar sobre esos escenarios tan caóticos que le habían preparado. La segunda parte de la clase fue el kumikō. Aquí también encontré pocas diferencias con la escuela Oie-ryū. Aun así, me pareció que se exigía una mayor precisión en los movimientos. Además, atan las bolsitas en las que guardan las maderas y las placas de mica con nudos distintos dependiendo del mes en el que se está. Como he mencionado antes, el Shino-ryū es conocido por su rigor y sus modales disciplinados. Según el joven maestro, todo está fijado detalladamente: desde el número de pasos que deben darse y la posición de los pies hasta en qué costura del tatami hay que colocar los utensilios. —Sí, todo está predeterminado —me confirmó Sohitsu—, pero no debe hacerse de forma mecánica. Si fuera solo cuestión de cálculo, los robots podrían hacerlo mejor que nosotros. Sin embargo, no existe la belleza donde no hay corazón. LA BÚSQUEDA DEL CONOCIMIENTO Los gestos y la postura de la persona que practica la ceremonia del incienso en la escuela Shino-ryū reflejan su estado mental. Por eso el kōdō se considera casi como un entrenamiento espiritual a través del cual los participantes pueden hallar cierta paz y tranquilidad. Por 42 esta razón, los iemoto estudian durante un tiempo en templos budistas. El vigésimo maestro, Sogen Hachiya, define el kōdō como la búsqueda del conocimiento de la iluminación por medio del incienso. En el kumikō existe cierta distracción respecto a los objetivos fundamentales de la ceremonia, ya que los participantes quieren acertar y se concentran en la madera aromática. Escuchar el incienso para clasificarlo, que es un trabajo muy importante para un iemoto, es algo distinto y lo hace sin distracciones, llegando a una especie de experiencia casi religiosa que no puede apreciarse jugando al kumikō, dijo Sogen Hachiya en una entrevista.[2] Aunque no tengo idea de cómo es la sensación de estar en esa fase tan espiritual, sí entiendo el sentimiento tan refrescante de serenidad que puede envolverte, incluso aunque experimentes el kōdō por primera vez. Me recordaba las palabras de Masaaki Mitsui, el secretario general de la Fundación de Inciensos de Japón, quien se ha dedicado al kōdō desde que dejó su trabajo en un banco tras jubilarse hace unos quince años. —Vivía en un mundo en el que solo contemplaba los negocios, los beneficios y los rendimientos. Después de empezar a practicar el kōdō, me he dado cuenta de que mi vida antes era muy pequeña, mientras que el mundo que me ha abierto este arte es infinito. EN MEMORIA DE KICHIJOTEN A comienzos de 2019, tuve la oportunidad de asistir a la ceremonia de incienso y té en memoria de la diosa Kichijoten. Se celebra en el templo budista Yakushi-ji, que desde hace más de mil trescientos años se erige en la ciudad de Nara. Este bello monumento histórico —declarado Patrimonio de la Humanidad por la Unesco— acoge actualmente la sede de la Fundación de Inciensos de Japón. 43 Kichijoten —llamada Sri-mahādevī en sánscrito— es la diosa de la fortuna, la belleza y la buena cosecha. Además, también es la protectora de las artes, por lo que los aprendices de cualquiera de ellas la invocan para progresar en su aprendizaje. El templo Yakushi-ji está consagrado a la diosa y, en su honor, celebra esa ceremonia el último día del rito budista, que dura dos semanas. Llegué al templo media hora antes de que comenzara la recepción, pero ya estaba lleno de participantes. Según el organizador, asistirían trescientas cincuenta personas en total. La mayor parte eran mujeres mayores de sesenta años, pero también había gente más joven, tanto hombres como mujeres. Muchos de ellos estaban vestidos con kimonos adornados con los diseños ceremoniales. Allá donde mirara, veía escenas espléndidas y solemnes. Los participantes se dividieron en grupos de cincuenta personas y fueron a salas con tatamis para celebrar la ceremonia del incienso. Una vez allí, se sentaron en seiza frente a la anfitriona y la escribiente, que tenían un biombo dorado a sus espaldas. En la pared opuesta de la sala, habían colgado una pintura del monte Fuji, considerado un buen augurio, para celebrar el año nuevo. En general la sala era sencilla, muy limpia y sin muchos adornos, y el aire olía fresco, a sagrado. Y todos los colores, como el rojo de la alfombra, el dorado del biombo, el blanco de la puerta corrediza enrejada con papel y los tenues tonos de los kimonos, se coordinaban muy bien y resaltaban la alegría del acto. Me sentí cohibida por aquel ambiente solemne y por no vestir el kimono, pero, sobre todo, porque no era aprendiz del kōdō. O lo era, pero todo lo que podía serlo después de asistir tan solo a un par de clases. Así que me senté al final de la línea tímidamente. Enfrente de cada persona habían dispuesto el programa de la ceremonia de incienso del día, en el que se mencionaban los tipos de inciensos que se iban a presentar y los materiales que se utilizarían. Al ver los utensilios para la caligrafía, me puse un poco más nerviosa porque recordé lo mal que había escrito mi nombre en la clase de Oie-ryū. Antes de comenzar la ceremonia, el iemoto de Oie-ryū, Gyosui Sanjonishi, preguntó a los asistentes si tenían algún conocimiento 44 del kōdō. Las respuestas revelaron que era la primera experiencia para una tercera parte de ellos. Me sentí aliviada de no ser la más novata. El maestro explicó brevemente las reglas del kumikō. Escucharíamos tres tipos de inciensos: matsu (el pino), take (el bambú) y ume (el ciruelo). Después, se pasaría un incienso y los participantes intentarían adivinar cuál era. Pero también incluirían otro, que no se habría pasado antes para probar, denominado i- no-hatsuharu, ‘el año nuevo del año del jabalí’, pues el año 2019 se dedica al jabalí en la astrología china. Empezamos la ceremonia de incienso bajo un ambiente que parecía felicitarnos el año nuevo. Mientrasel maestro explicaba las reglas del juego, la anfitriona hacía el o-temae, el ritual para preparar el quemador, con movimientos fluidos y elegantes. Cuando estuvo lista, empezó a pasar quemadores de incienso con sus cenizas rayadas y su pedacito de madera aromática. INCIENSOS PARA LA FELICIDAD Los nombres de los inciensos matsu, take y ume (o sho, chiku y bai en su pronunciación china) conmemoran acontecimientos felices porque son plantas que sobreviven al frío invernal. El pino es el símbolo de la longevidad, porque es perenne y se considera un árbol sagrado; el bambú simboliza la prosperidad, pues crece rápido y es difícil de quebrar; y el ciruelo representa la nobleza y la salud, ya que florece y huele bien en invierno y señala la llegada de una temprana primavera. Nos pasamos tres quemadores para identificar los aromas. Cuando me llegó el primer quemador, el de pino, lo sujeté en la palma izquierda, lo tapé con la mano derecha, cerré los ojos, me concentré y escuché. El aroma era muy débil, tal vez porque unas veinticinco personas lo habían escuchado antes que yo, pero olía vagamente a algo dulce y un poco leñoso. Me trajo a la mente la 45 imagen de un ermitaño con el cabello blanco y una larga barba blanca que vive en un valle de rocas. El segundo incienso, el de bambú, tenía un aroma más refrescante y olía como a hierba verde. Visualicé una vasta llanura en la que soplaba el viento. Era muy distinto del primero. Sin embargo, el último era muy débil y difícil de distinguir. Me parecía igual al primero. Pero tenía que ser diferente. Intenté concentrarme más y finalmente capté un aroma dulce, poco refinado, como un campo de tierra tosca que contrastaba con la elegancia que muestran los ciruelos. Cuando todos los participantes terminaron de probar los tres inciensos, nos repartieron tiras de papel doblado verticalmente en cuatro. Frotamos la barra para hacer tinta china y escribimos nuestros nombres en la tira de papel. Entonces se pasaron los quemadores para jugar de verdad. Cerré los ojos e intenté conseguir la máxima concentración. A pesar de mi esfuerzo, se me pasaban por la cabeza algunas ideas que me distraían. Me decía «seguro que este es i-no- hatsuharu porque, al fin y al cabo, esta ceremonia es para celebrar el año nuevo», pero, acto seguido, pensaba que «en realidad podría ser cualquiera de los otros tres». La fragancia del incienso era muy débil. Tenía un olor dulce tan tenue que pensé que me lo podía estar imaginando. Era evidentemente distinto del bambú, pero no podía afirmar si era uno de los otros dos o el que no habíamos probado. Repetí los mismos gestos tres veces: cerré los ojos, me concentré, aspiré, giré la cara a la derecha y espiré. Aun así, no conseguí captar ni una imagen. Sin saber claramente la respuesta, escribí pino en mi papel y lo puse en la bandeja que había traído un ayudante del organizador de aquel encuentro. La escribiente pasó todas nuestras respuestas a las hojas grandes. Finalmente, la anfitriona anunció la respuesta correcta: se trataba del i-no-hatsuharu, el incienso desconocido. Solo tres personas acertaron, y cada una de ellas recibió una hoja grande de la escribiente como premio. Se elevaron voces en las que se entremezclaban la alegría, la admiración por los 46 ganadores, suspiros de desilusión y risas, pero todos los presentes teníamos la cara radiante. Reflexioné sobre mi postura y concluí que estuve muy distraída. Tenía demasiadas ganas de acertar y no escuché bien el incienso. Es decir, mi corazón no estaba totalmente dedicado al kōboku y, por eso, había mucho ruido en mi cabeza. De repente, escuché la voz de la anfitriona: —Se llenó el incienso. 47 CAPÍTULO 2 KADŌ LA ESTÉTICA IMPERFECTA DE LAS FLORES Cuando empecé, no podía imaginar que el kadō —el arte tradicional del arreglo floral, más conocido como ikebana— iba a engancharme tanto. Han pasado más de seis meses desde que comencé a aprender ikebana. Hoy en día, si paso dos semanas sin ir a clase, me siento inquieta, casi como si fuera una adicta. El momento en el que me enfrento en silencio a las flores, pensando solo en ellas para decidir cómo colocarlas, es como agua para mi corazón, reseco debido al estrés del día a día. Ahora entiendo por qué se considera que el ikebana es un remedio terapéutico e incluso, últimamente, un tratamiento psicológico. Últimamente, el ikebana está llamando la atención como tratamiento psicológico. Se le llama terapia de ikebana. Según Eiko Hamasaki, la subdirectora de la Sociedad de Terapia de Ikebana, este tratamiento es efectivo no solo para los ancianos con demencia, sino también para los familiares que los cuidan porque mitiga su estrés; y para niños, porque aumenta su 48 autoestima, ya que las flores les transmiten seguridad, esperanza y cariño. Así son las tijeras que se utilizan en el ikebana. Esta terapia ha sido probada en más de treinta mil personas y se han verificado muchos efectos positivos. Por ejemplo, practicando el ikebana, una anciana que se quejaba de la espalda y siempre estaba de mal humor se olvidó del dolor y dejó de estar enfadada; y un anciano violento consiguió calmarse. La subdirectora Hamasaki, que es psicóloga y la maestra de la escuela Honnōji de kadō, considera que el uso de las tijeras y la concentración a la hora de colocar las flores o de fijarse en su aroma y su apariencia estimulan el cerebro. DEJAR VIVIR A LAS FLORES 49 La palabra ikebana está formada, en japonés, por los ideogramas ikeru —‘dar vida’, con el sentido de «arreglar algo para que siga vivo»— y hana (pronunciado bana), ‘flor’. En japonés no se utilizan las palabras meter o colocar para referirse al arreglo floral, sino que nos referimos a este arte como dejar vivir a las flores. En el ikebana se ve a las flores como a seres vivos, más que como a objetos materiales, y su ciclo vital se compara con la vida humana. Un humano empieza como un bebé, crece hasta la edad adulta, envejece y muere; una flor comienza su vida como un brote, florece, se marchita y muere. De esta manera, este arte tradicional muestra el principio de mutabilidad del mundo del que habla el budismo: nada permanece eternamente. Me gustan las flores. Me alegran con su hermosa apariencia y su fragancia; me acompañan y me consuelan cuando estoy triste. Pero, hasta ahora, no me había interesado por nada que tuviera que ver con el ikebana porque, durante mucho tiempo, fue considerado un aprendizaje para las mujeres antes del matrimonio. De hecho, este tipo de enseñanza se llama hanayome shugyou, es decir, ‘adiestramiento de la novia’. Junto con la cocina, la limpieza y la ceremonia del té, muchas mujeres aprendían el ikebana como parte de su preparación para convertirse en buenas amas de casa. Es difícil encontrar alguna mujer a mi alrededor que no sepa ikebana. Estoy convencida de que mi rechazo hacia él estaba basado en que creía que su aprendizaje estaba destinado a formar amas de casa, todo lo contrario de la profesional que yo quería ser. Aunque, afortunadamente, esa denominación ha caído en desuso en el Japón actual —donde los trabajos domésticos ya no son solo cosa de mujeres—, nunca se me había pasado por la cabeza instruirme en el ikebana. Aún lo asociaba a la imagen de una mujer dócil. Sin embargo, mi opinión cambió completamente cuando leí una entrevista a Senkō Ikenobō, futura iemoto de la familia Ikenobō, fundadora de la escuela de arreglo floral. 50 El ikebana se expresa mediante la vida de las flores, y quienes lo practican son conscientes en todo momento de la vida y de la muerte. Por ello, fortalece la capacidad de conectar a las personas entre sí.[3] MAESTROS DEL IKEBANA Senkō Ikenobō (cuyo nombre de pila es Yuki, aunque use su nombre budista) es la cabeza de la cuadragésima sexta generación de la familia Ikenobō. Cuando llegue el momento, se convertirá en la primera mujer iemoto —o maestra principal— de esta escuela del kadō en sus casi seiscientos años de historia. Por tradición, el iemoto de Ikenobō es el monje principal del temploChoho-ji, construido en el año 587 en Kioto y más conocido como Rokkaku-dō por la forma hexagonal del templo (rokkaku significa ‘hexágono’). En su origen, el apellido Ikenobō proviene de un monje que vivía en una cabaña (bō) situada junto al estanque (ike) del templo. El iemoto de esta familia siempre lleva en su nombre la letra Sen, como el actual maestro de la cuadragésima quinta generación, Sen’ei Ikenobō. Algunos nombres se han repetido y, por ejemplo, la maestra designada es la cuarta persona que se llama Senkō. Lo que decía me impresionó e hizo que abriera los ojos. Nunca había pensado que el ikebana tuviera una filosofía tan profunda y, gracias a aquella entrevista, descubrí que no se trataba solo de realizar arreglos florales. 51 LAS DIVINIDADES QUE HABITAN EN LOS ÁRBOLES Desde tiempos inmemoriales, existía en Japón un tipo de animismo que profesaba la creencia de que las divinidades se encontraban en los árboles, especialmente en los de hoja perenne y puntiaguda. Esta creencia se mantiene todavía hoy en día: en los santuarios sintoístas hay árboles sagrados, los go- shinboku, término que puede traducirse como ‘árbol divino’; en los rituales religiosos se usan ramas de sakaki (Cleyera japonica); se colocan kadomatsu, pinos y bambús ornamentales en el portal para recibir al dios del Año Nuevo; y se utilizan ramas de melocotonero, acebo o cálamo aromático como decoración en los festivales de las distintas estaciones para alejar a los espíritus malignos. En la actualidad, la gente disfruta de las fiestas bajo los cerezos en flor comiendo, bebiendo y emborrachándose. Pero muchas personas desconocen el origen de esta costumbre, que era un ritual religioso para pedir una buena cosecha, pues se pensaba que el dios del arroz bajaba a los cerezos. Se dice que esta costumbre de ver las plantas como representantes de espíritus divinos ha cambiado la visión que los japoneses tienen de ellas, y que por eso las relacionan con el ciclo de la vida humana a través del ikebana. La costumbre de arreglar las flores se introdujo con la llegada del budismo en el siglo VI. Las flores son, junto al incienso y las velas, uno de los tres artículos presentes en cualquier ritual del budismo. Aunque inicialmente decoraban solo los espacios religiosos, con el paso del tiempo los aristócratas empezaron a utilizarlas en sus residencias y, más tarde, los samuráis las incorporaron también a su vida diaria. 52 En el siglo XIV, el aprecio por las flores estaba muy arraigado entre unos y otros. Incluso realizaban unas celebraciones, las tōka, literalmente ‘combates florales’, en las que competían con flores y floreros que importaban de China. En aquel momento, quienes se encargaban de las flores para las casas de personas de alcurnia —como el emperador, los generales y otros señores feudales— eran los monjes budistas. El estilo de sus arreglos era muy rígido, se consideraba formal y se utilizaba especialmente para las grandes ocasiones, como el día en el que las tropas marchaban a la batalla o cuando se celebraba la mayoría de edad de un hijo. Entre esos monjes artistas destacó especialmente Senkei Ikenobō, del templo budista Choho-ji, cuyas composiciones le valieron fama de gran maestro en la segunda mitad del siglo XV. Senkei definió, gradualmente, las reglas y formas de arreglar las flores. Su descendiente, Senno, estableció el kadō a mediados del siglo XVI. Con el nacimiento del kadō, el arreglo floral pasó de mero adorno a convertirse en un arte filosófico. Desde entonces, los samuráis y comerciantes adinerados aprendieron el ikebana y este se convirtió en una cultura refinada para hombres. Sin embargo, hacia la mitad del siglo XIX, la Restauración Meiji cambió completamente el sistema social con la introducción de la cultura de Occidente. Los samuráis desaparecieron y se empezó a menospreciar la cultura tradicional, de manera que el mundo del ikebana decayó durante algún tiempo. 53 Profesor Manabu Noda. UN ARTE PARA LAS MUJERES En el siglo XX nacieron nuevas escuelas de ikebana, con nuevos estilos influidos por los arreglos occidentales, lo que atrajo a nuevos practicantes, sobre todo mujeres. Desde ese momento se convirtió en un arte principalmente femenino que, hasta hace poco, cualquier buena esposa debía aprender antes de casarse. Hoy, son muchos los iemoto varones, no solo de Ikenobō, sino de otras escuelas de ikebana. También me sorprendió que la mayoría de los profesores del Instituto Central de Formación de Ikenobō, donde se estudian los niveles superiores, fueran hombres. Uno de ellos, Manabu Noda, de sesenta años, me explicó que él mismo pensaba que el ikebana era para las mujeres, aunque su abuelo y su padre ya fueron profesores de este arte. —Cuando era pequeño, en el colegio no quería revelar cuál era la ocupación de mi padre —me dijo mostrándose un poco 54 avergonzado—, así que decía que tenía una floristería en vez de decir que era profesor de ikebana. El profesor Noda jugaba al fútbol americano y al béisbol cuando era estudiante, y quería ser profesor de inglés. Pero como su tía vivía enfrente de su escuela de secundaria, empezó a aprender ikebana y le gustó. También su experiencia de estudiar en Estados Unidos le ayudó a observar la cultura japonesa desde fuera. Y todo ello lo llevó a seguir el mismo camino que su padre. —Al final, cogí las tijeras en vez del bate de béisbol —comentó con una sonrisa. LAS ESCUELAS DE IKEBANA Debido a que Ikenobō estableció el kadō, frecuentemente se dice que la historia del ikebana es la historia de Ikenobō. Aun así, durante los últimos cinco siglos se han creado y ramificado otras escuelas, y en el presente ya hay más de trescientas. De hecho, las practicantes del ikebana a quienes pregunté por sus escuelas acudían todas a una distinta. No obstante, las mayores son Ikenobō, Sogetsu-ryū y Ohara-ryū (el sufijo -ryū, que significa ‘escuela’, no se adjunta a la primera por ser la que dio origen al kadō, y se le llama iemoto del kadō, que significa ‘la cabeza del ikebana’). Cada escuela tiene su propio estilo y color, las variedades son ilimitadas, y muchas de ellas se reconocen por su estilo solo con ver las composiciones florales: • La escuela Sogetsu-ryū. Fundada por Sōfu Teshigawara (1900-1979), un artista de vanguardia de principios del siglo XX, tiene un estilo libre, desligado de las formas tradicionales y que se describe como un arte plástica, porque sus obras no solo incluyen flores, sino también otros objetos como papeles y metales. En ocasiones, sus arreglos se exhiben en escenarios al aire libre e incluso en lugares sin agua. • La escuela Ohara-ryū. Fue establecida en el siglo XIX por Unshin Ohara, discípulo de Ikenobō e inventor del estilo 55 moribana, representativo de la escuela, en el que las flores se apilan en un recipiente poco profundo. • La escuela Enshu-ryū. La inició Enshū Kobori, un maestro de la ceremonia del té, y el estilo por el que se la conoce resalta la belleza de las curvas dinámicas, fluidas y elegantes. Se requiere una técnica especial para torcer las ramas de esta forma, y su atractivo llamó mucho la atención en la Europa del siglo XIX. • La escuela Misho-ryū. Surgida a finales del siglo XVIII, su estilo es la fusión de la filosofía oriental con la teoría geométrica. Arregla las flores en forma de triángulo isósceles, mostrando el cielo, la persona y la tierra dentro del triángulo. LOS TRES PODERES DEL UNIVERSO Para casi todas las escuelas, la colocación de las flores se basa en la combinación del cielo, la tierra y el ser humano según el yin y el yang, los conceptos taoístas que representan la dualidad de toda la creación del universo, como la mujer y el hombre, la oscuridad y la luz, la fuerza centrífuga y la centrípeta... En el kadō, el yin es la parte de las plantas que está a la sombra, mientras que el yang es la que está al sol. Esta idea quiere decir que el cielo, la tierra y el ser humano son los tres poderes del universo. La armonía de todos ellos supone el cuidado del mundo natural,
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