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Los inicios de la radio en torno al Centenario
OSCAR BOSETTI: “Algunas observaciones sobre el nacimiento y posterior
desarrollo de la radiodifusión argentina”
Todo parece indicar que la
radiotelefonía se inauguró en las vísperas de la
navidad de 1906. Desde un laboratorio
ubicado en el Estado de Massachussetts, el
pionero canadiense Fessenden leyó un relato
del nacimiento de Cristo, reprodujo un violín
y, luego, un largo disco de George Händel, todo
lo cual fue captado apenas por unos pocos
buques que navegaban frente a la costa de
Nueva Inglaterra, en Estados Unidos.
Esta primera emisión fue posible gracias
a la telegrafía sin hilos desarrollada en 1896.
En 1901 ya se transmitían señales de radio a
través del Océano Atlántico. La idea de la
transmisión se le ocurrió a Fessenden mientras
trabajaba en la oficina de Meteorología de los
Estados Unidos.
Hacia 1906 la telegrafía sin hilos ya
constituía una red extendida de comunicaciones
que servía a la expansión
económico-financiera de las grandes
potencias marítimas y era aplicada también a
los dictados de la ingeniería bélica. Pero
pronto el ingeniero ruso Sarnoff imaginó una
forma económicamente rentable donde la
radiodifusión podía ser utilizada como medio
de comunicación masiva para las familias.
Así es que Sarnoff propuso
confeccionar inmediatamente un aparato con
forma de una “simple caja de música” con
varias longitudes de onda factibles de ser
captadas con sólo accionar un botón. A partir
de aquí se abrió una etapa de experimentación
que, en la Argentina, fue realizada por el
ingeniero Teodoro Bellocq que en 1913 recibió
del Ministerio de Marina la primera licencia
para operar como radioaficionado particular.
Al anochecer del 27 de agosto de 1920,
Enrique Telémaco Susini, Luis Romero
Carranza y Miguel Mujica, entre otros,
instalaron en la azotea de un edificio un
rudimentario equipo transmisor que difundió la
representación de la ópera Parsifal, de Wagner,
programa por los empresarios del Teatro
Coliseo. Por eso se los llamó “los locos de la
azotea”. Dispersos por diferentes sitios de la
Ciudad de Buenos Aires, una veintena de
aficionados a la radiotelefonía captaron la
señal.
Hasta finales de 1922, las emisiones de
LOR Radio Argentina fueron las únicas que
podían receptarse en el dial de la Capital
Federal. Pero el 6 de diciembre de ese año
apareció LOX Radio Cultura, desde el Hotel
Plaza, financiada por avisos comerciales. Al
día siguiente apareció la señal LOZ Radio Sud
América subvencionada por un grupo de
comerciantes de dedicados a la actividad
radioeléctrica. Un día después se inauguró TCR
Radio Brusa, cuyas ondas eran emitidas desde
una modesta sala en la avenida Corrientes
2037.
Así es que comienza a conformarse el
sistema de Broadcastings en nuestro país. El
14 de septiembre de 1923, la TFF Grand
Splendid, fundada en cuatro meses antes,
transmitió el “Combate del Siglo”: la pelea
entre Luis Ángel Firpo (“El Toro Salvaje de las
Pampas”) y el norteamericano Jack Dempsey
(“El Matador de Manassa”). Con esa
transmisión quedó inaugurado un nuevo rol
emisor hasta entonces insospechado: la
transmisión de programas deportivos.
El 22 de abril de 1924 se constituyó la
Asociación Argentina de Broadcasting que
reunió a fabricantes, importadores y
vendedores del ramo eléctrico. El 9 de julio de
ese año se inauguró LOY Radio Nacional,
tiempo después Radio Belgrano, que transmitía
desde una típica casa del barrio de Flores
(Boyacá 472). Pero el 1º de febrero de 1927 le
vende la licencia a Jaime Yankelevich, con
quien la radio ingresaría en una nueva etapa
asentada en el show y el entretenimiento
popular.
Dos años antes, se había creado LOZ
Broadcasting La Nación, la primera radio en
pertenecer a un medio gráfico (el diario La
Nación). Por eso más tarde pasaría a
denominarse Radio Mitre, haciendo honor al
fundador de dicho matutino. Paradójicamente,
en la década del ’90 pasaría a las manos del
grupo Clarín, importante consorcio
“multimedia”.
Recién el 23 de mayo de 1927 el estado
fundó la primera emisora de su propiedad:
LOS Broadcasting Municipal que, en sus
inicios, difundía óperas desde el Teatro Colón y
algunas publicidades comerciales. Dos años
más tarde se reglamentó el funcionamiento de
las estaciones radioeléctricas. En 1933 se dictó
el Reglamento de Radiocomunicaciones.
En 1951 se creó el Instituto Superior
de Enseñanza Radiofónica (ISER). Dos años
más tarde, el Congreso promulgó la primera
Ley de Radiodifusión. En 1972 se promulgó la
Ley Nacional de Telecomunicaciones que,
entre otras cosas, creaba el Comité Federal de
Radiodisfusión (COMFER). En 1981 los
militares reglamentaron la Ley de
Radiodifusión. En 1989 se aprobó la Ley de
Reforma del Estado que puso en marcha un
proceso de privatizaciones del espectro radial y
televisivo.
BEATRIZ SARLO: “La radio, el cine, la televisión: comunicación a distancia” y
“Médicos, curanderos y videntes”.
A partir de 1923, las fotos de los
pioneros del Broadcasting que publicaba la
revista Radio Cultura comenzaron a ser
reemplazadas por escenas familiares. Es que
había llegado el tiempo en que, para buena
parte de los radioaficionados, la radio ya era
más un pasatiempo que un hobby. Fueron los
primeros oyentes de radio. Miles de radios en
las salas de estar fueron marcando el comienzo
de una nueva etapa en la que la técnica quedó
en manos de las broadcastings.
Es que, por dicha época, la radio
realizaba la fantasía donde lo técnico y lo
maravilloso se encuentran en un punto en que
una antena permitía escuchar un sinfín de
cosas. Allí residía el propio potencial de la
radio como dispositivo técnico: en su
carácter fantástico que materializa hipótesis
consideradas hasta entonces ficcionales y
maravillosas.
La aparición de la radio como medio se
inscribe en el continuum
fonografía-radio-cine-TV, que a su vez se
inserta en la dimensión maravillosa
(aurática) de la tecnología. Es que el cine
sonoro que floreció en la década del ’20
materializó la fantasía de la teletransmisión
de imágenes, sonidos y sentimientos.
Así es que con el cine se instaló una
relación de consumo altamente
mitologizante. Desde sus inicios se creó una
industria y un mundo de espectadores que se
relacionaron con la técnica sólo de modo
imaginario. De esta forma se fue creando un
nuevo discurso que intentó explicar viejas
obsesiones de la cultura tradicional haciendo
uso de estos nuevos mitos.
Ya no había razón para negar que todo
podía ser posible: la comunicación con el más
allá, la vida después de la muerte, la eterna
juventud. Eran los temas que la literatura
popular (Arlt) y la ciencia de la época
retomarían. Ser moderno en ciencia era aceptar
fenómenos que se producen aunque no puedan
explicarse.

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