Logo Studenta

GILLE,_BERTRAND_Introducción_a_la_Historia_de_las_Técnicas_OCR_por

¡Este material tiene más páginas!

Vista previa del material en texto

ganzl912
Introducción a la historia 
de las técnicas
Bertrand Gille
Prólogo de
Santiago Riera i Tuébols
Crítica/Marcombo
Barcelona
ganzl912
Quedan rigurosamente prohibidas, sin la autorización escrita de los titulares 
del copyright, bajo las sanciones establecidas en las leyes, la reproducción total 
o pardal de esta obra por cualquier medio o procedimiento*, comprendidos 
la reprografía y el tratamiento informático, y la distribución de ejemplares 
de ella mediante alquiler 0 préstamo públicos.
Titulo original:
PROLÉOOMÉN ES Á UN E H1STOIRF DES TECHN1QUES, 
de Histoire dea Tecnigues, Gallito ard, París
Traducción castellana de 
JOSÉ MANUEL GARCÍA DE LA MORA
Diseño de la colección: Batalló 
© 1978: Éditions Gallimard
© L999 de la traducción castellana para España y América: 
EDITORIAL CRÍTICA, Barcelona 
ISBN: 84-7423-942-7 (por Editorial Crítica)
ISBN: 84-267-1205-3 (por Marcomba S.A.)
Deposito legal: B. 15.999-1999 
Impieso en España
1999 -rtUROPE, S.L, Lima, 3 bis, 08030 Barcelona
cultura Libre
Prólogo
Cuando, a mediados de la década de los setenta, leí la obra titulada Tecnología medieval y cambio social de Lynn 
White,1 se abrió un campo de insospechadas perspectivas en 
mis estudios e investigaciones históricas. A pesar de que el 
autor trata diversos temas pertenecientes a la historia de las 
técnicas, el estudio sobre la llegada del estribo a Europa y su 
relación con la aparición de un nuevo sistema socioeconómi­
co, el feudalismo, centró de inmediato mi interés.
White empezaba rindiendo un tributo de gratitud a Marc 
Bloch, «el cerebro más original entre los medievalístas de 
nuestro siglo», y a Lefebvre des Noéttes por sus estudios so­
bre la utilización de la energía animal. Dos historiadores cita­
dos también por Bertrand Gille en los «Prolegómenos», cuya 
traducción ofrecemos hoy al estudioso, de su excelente obra 
Histoire des techniques2
1. L. White, Tecnología medieval y cambio social, Paidós, Buenos Aires, 
1973.
2. B. Gille, Histoire des techniques, Gallímard, París, 1978, pp. 1-118.
8 Introducción a la historia de las técnicas
Pero, lo que más me llamó la atención en la obra de Whi- 
te fue su conclusión general, extraída después del estudio de 
la introducción del estribo, la herradura y la silla en Occiden­
te, conclusión que le hace escribir que «las necesidades de la 
nueva modalidad de guerra que el estribo hizo posible halla­
ron expresión en una nueva forma de sociedad europea occi­
dental, dominada por una aristocracia de guerreros a quienes 
se concedían tierras para que pudiesen combatir con un esti­
lo nuevo y altamente especializado». White se mueve en el te­
rreno del determinismo técnico.
No puede negarse que la obra de White es importante; en­
tre otras cosas porque pone sobre la mesa definitivamente lo 
que Marc Bloch y Lucien Febvre, con su grandeza y perspec­
tiva histórica, ya habían hecho en 1935 a través de los inolvi­
dables Annales: llamar la atención de los historiadores sobre 
la importancia de la historia de las técnicas. El libro de White 
venía a decirnos, yendo más allá de la polémica que generó 
sobre el determinismo, que las técnicas —quizá debiéramos 
escribir la técnica— se encuentran en el mismo meollo del 
complejo tejido histórico, al lado de la economía, las ciencias 
y la política, e immersas en la sociedad. Es decir, sometidas a 
todas las fuerzas que actúan en su seno, de tal manera que su 
historia forma parte de la historia de las sociedades.
A partir de entonces, la historia de la técnica3 ha venido
3. El lector observará que. a pesar de los matices expresados más adelan­
te en el texto, usamos preferentemente la expresión «historia de la técnica» o 
«de las técnicas» sin planteamos la posibilidad de hablar de la historia de la tec­
nología. Nuestra decisión es debida a que nos hemos querido mantener fieles a 
la terminología de B. Gille. Creemos interesante añadir que los autores trance-
Prólogo 9
siendo objeto de una atención progresiva por parte de técni­
cos e historiadores. Sin que esto quiera decir que no hubiese 
habido antes meritorios intentos de adentrarse en este cam­
po, como por ejemplo lo hizo Mumford con su prodigiosa 
obra Técnica y civilización, publicada en 1934,4 pero que con­
serva suficientes valores de actualidad como para poder ser 
recomendada a quienes aún hoy no la hayan leído.
Naturalmente, Bertrand Gille recoge en su obra, entre 
otros, todos estos antecedentes. Comprende que la Historia, 
con mayúscula, es un tejido en el que hay urdimbres de dife­
rente color y tramas de diversos grosores, un tejido en el que 
el profesional se mueve con dificultad; sin embargo, recono­
ciéndole tal dificultad, se abstiene de incidir en la historia li­
neal de causas y efectos, la más sencilla, la que ofreciendo ex­
plicaciones de todo tergiversa el devenir de las civilizaciones.
Ahora bien, si abandonamos la explicación lineal, la sen­
cilla, si creemos que la historia es un complejo tejido de inte­
rrelaciones mutuas en el que los acontecimientos son difícil­
mente interpretables, supuesto que admitan interpretación, 
entonces el profesional consciente pide, exige, la aplicación 
de una metodología rigurosa. Gille entendió perfectamente 
esta necesidad y, apoyándose en los precedentes explícita­
mente citados en los «Prolegómenos», decidió sentar las ba­
ses usan preferentemente en sus estudios la palabra technique en lugar de tech- 
nologie.mientras que en los autores de habla inglesa sucede al revés. Queda cla­
ro, pues, por estas y otras razones obvias, que en el debate conceptual realizado 
han tenido un papel relevante los filólogos.
4. L. Mumford, Thecnics and Civilization, Harcourt Braee & World Inc; la 
traducción castellana data de 1971; Técnica y civilización, Alianza Editorial, 
(AUn° 11), Madrid, 1934.
8 Introducción a la historia de las técnicas
Pero, lo que más me llamó la atención en la obra de Whi- 
te fue su conclusión general, extraída después del estudio de 
la introducción del estribo, la herradura y la silla en Occiden­
te, conclusión que le hace escribir que «las necesidades de la 
nueva modalidad de guerra que el estribo hizo posible halla­
ron expresión en una nueva forma de sociedad europea occi­
dental, dominada por una aristocracia de guerreros a quienes 
se concedían tierras para que pudiesen combatir con un esti­
lo nuevo y altamente especializado». White se mueve en el te­
rreno del determinismo técnico.
No puede negarse que la obra de White es importante; en­
tre otras cosas porque pone sobre la mesa definitivamente lo 
que Marc Bloch y Lucien Febvre, con su grandeza y perspec­
tiva histórica, ya habían hecho en 1935 a través de los inolvi­
dables Annales: llamar la atención de los historiadores sobre 
la importancia de la historia de las técnicas. El libro de White 
venía a decimos, yendo más allá de la polémica que generó 
sobre el determinismo, que las técnicas —quizá debiéramos 
escribir la técnica— se encuentran en el mismo meollo del 
complejo tejido histórico, al lado de la economía, las ciencias 
y la política, e immersas en la sociedad. Es decir, sometidas a 
todas las fuerzas que actúan en su seno, de tal manera que su 
historia forma parte de la historia de las sociedades.
A partir de entonces, la historia de la técnica3 ha venido
3. El lector observará que, a pesar de Los matices expresados más adelan­
te *n el texto, usamos preferentemente la expresión «historia de la técnica» o 
«de las técnicas» sin plantearnos la posibilidad de hablar de la historia de la tec­
nología. Nuestra decisión es debida a que nos hemos querido mantener fieles a 
la terminología de B. Gille. Creemos interesante añadir que los autores trance-
Prólogo 9
siendo objeto de una atención progresiva por parte de técni­
cos e historiadores. Sin que esto quiera decir que no hubiese 
habido antes meritorios intentos de adentrarse en este cam­
po, como por ejemplo lo hizo Mumford con su prodigiosa 
obra Técnica y civilización, publicada en 1934,4 pero que con­serva suficientes valores de actualidad como para poder ser 
recomendada a quienes aún hoy no la hayan leído.
Naturalmente, Bertrand Gille recoge en su obra, entre 
otros, todos estos antecedentes. Comprende que la Historia, 
con mayúscula, es un tejido en el que hay urdimbres de dife­
rente color y tramas de diversos grosores, un tejido en el que 
el profesional se mueve con dificultad; sin embargo, recono­
ciéndole tal dificultad, se abstiene de incidir en la historia li­
neal de causas y efectos, la más sencilla, la que ofreciendo ex­
plicaciones de todo tergiversa el devenir de las civilizaciones.
Ahora bien, si abandonamos la explicación lineal, la sen­
cilla, si creemos que la historia es un complejo tejido de inte­
rrelaciones mutuas en el que los acontecimientos son difícil­
mente interpretables, supuesto que admitan interpretación, 
entonces el profesional consciente pide, exige, la aplicación 
de una metodología rigurosa. Gille entendió perfectamente 
esta necesidad y, apoyándose en los precedentes explícita­
mente citados en los «Prolegómenos», decidió sentar las ba­
ses usan preferentemente en sus estudios la palabra technique en lugar de tech 
nalogie, mientras que en los autores de habla inglesa sucede al revés. Queda cla­
ro, pues, por estas y otras razones obvias, que en el debate conceptual realizado 
han tenido un papel relevante los filólogos.
4. L. Mumford, Thecnics and Civilization, Harcourt Brace & World Inc; la 
traducción castellana data de 1971: Técnica y civilización, Alianza Editorial, 
(AU n.“ 11), Madiid, 1934.
10 Introducción a la historia de las técnicas
ses metodológicas necesarias y esperadas. Elaboró así el con­
cepto de «sistema técnico» y, por extensión, de sistema eco­
nómico, científico, social, político, etc., sistemas que, al rela­
cionarse e influirse mutuamente, configuran un estado histó­
rico concreto: se trata del sistema total o, quizás con más 
humildad, global.
Ciertamente la noción de sistema técnico, al que nos refe­
riremos en particular, no es sencilla, e incluso me atrevería a 
decir que, en algunos puntos, es oscura. El mismo autor lo re­
conoce. Pero es lo bastante sugestiva como para construir, 
sobre sus cimientos, una metodología que Gille no duda en
y
aplicar, con éxito, a algunos casos concretos. El creía que la 
suya era una metodología capaz de atraer la atención y el in­
terés de otros historiadores. No fue así del todo, y aún hoy 
disponemos de pocas armas más que las que él nos propor­
cionó.
( No es este el lugar apropiado para precisar las ideas de 
Bertrand Gille, que, por otra parte, el lector encontrará en las 
páginas que siguen a este prólogo; pero sí conviene dejar 
constancia de que dondequiera que se ha aplicado la meto­
dología de Gille, ha dado fructíferos resultados. Sin ir más le­
jos, nosotros la hemos aplicado en el estudio de la construc­
ción de máquinas de vapor marinas y en el de las locomotoras 
de vapor fabricadas por la importante empresa catalana La 
Maquinista Terrestre y Marítima, y nos ha sido de gran utili­
dad.5 Puede que tal metodología no sea apropiada para cons-
5. Referente a las máquinas de vapor marinas, véase S. Riera i Tuébols, 
Deis velen ais vapors, Associació d’Enginyers Industriáis de Catalunya, Barce-
Prólogo 11
truir la historia total de que hablaban Bloch y Febvre en los 
Annales, una historia que acaso no sea más que una utopía, 
pero sí que es útil para descubrir las interrelaciones a que an­
tes nos referíamos, las que constituyen el meollo de la histo­
ria; o, por lo menos, algunas de ellas.
En la actualidad, la situación ha cambiado. El progreso es 
siempre cambio; sin cambio no hay historia; lo que fue válido 
hace cincuenta años hoy es, en el mejor de los casos, discuti­
ble. Nos explicaremos.
Desde la Antigüedad hasta el siglo xix cabe hablar de 
techne, de técnicas, ciencia aplicada y tecnología. En cuanto a 
la ciencia moderna, desde su aparición en los siglos xvi y xvn 
—nos referimos a la ciencia experimental, que llevará poste­
riormente al positivismo decimonónico—, después de sufrir 
el desgajamiento de la ciencia aplicada, que tiene lugar con la 
aparición de los laboratorios industriales en Alemania, se cir­
cunscribe al ámbito de la ciencia pura o básica. Mas, al con­
cluirse ahora el milenio, nos encontramos con que la evolu­
ción que nos ocupa ha llegado a un extremo impensable 
décadas antes; hoy se hace difícil hablar de ciencia y/o de tec­
nología como conceptos diferenciados: se prefiere usar la de­
nominación de «tecnociencia» para evidenciar el hecho de su 
fusión. Por otra parte, cuando podía hablarse de ciencia, téc­
nica y tecnología, el cambio (técnico, científico o tecnológico) 
era medible; hoy, en la actual coyuntura, realizada la unión de
lona, 1993; por lo que hace a las locomotoras: & Riera iTuébols, Qmn el vapor 
movía els trens, Associació d’Enginyers Industriáis de Catalunya, Barcelona, 
1998.
12 Introducción a la historia de las técnicas
que hablábamos, el cambio es tan rápido que no sólo afecta a 
la percepción de la realidad, sino que condiciona la reacción 
de la sociedad. Se trata de la diferencia entre la discontinui­
dad y la continuidad.
Nada tiene, pues, de extraño que, actualmente, el concep­
to de «sistema técnico» de B. Gille genere dudas y suscite in­
terrogantes.
Así pues, nos preguntamos: ¿admite el concepto en cues­
tión un cambio tan trepidante como el que vivimos? ¿Puede 
existir, en las condiciones actuales, una respuesta suficiente­
mente rápida para crear un nuevo sistema como réplica al 
cambio? ¿Hay que admitir que la metodología de Gille per­
mite hablar de sistemas técnicos en continua sustitución? ¿No 
supondría ello una contradicción al concepto mismo de «sis­
tema técnico»?
Veamos un ejemplo: el ferrocarril. Basado éste en la ener­
gía del carbón, forma indiscutiblemente parte del sistema téc­
nico que corresponde a la primera fase de la Revolución in­
dustrial. En el sistema técnico de la segunda fase, las nuevas 
fuentes energéticas son la electricidad y los motores de com­
bustión interna. Se presentan, además, alternativas al ferroca­
rril: el transporte por carretera, usando los motores de com­
bustión interna, y el aéreo, que encuentra, por fin, el motor 
ligero adecuado. Durante un tiempo se prevé la muerte del 
ferrocarril; pero este sistema de transporte se adapta a las 
fuentes energéticas nuevas (aparecen las locomotoras eléctri­
cas y diésel), y no sólo persiste, sino que, a las puertas del si­
glo xxi podemos constatar que está ganando terreno a sus ri­
vales en el sector del transporte.
Prólogo 13
No es ajeno a tal adaptación el que irrumpa en el escena­
rio un factor de importancia hoy tan decisiva como es el de la 
protección del medio ambiente.
En fin, nuestra pregunta es la siguiente: a partir de la re­
volución tecnocientífica de las últimas décadas ¿constituirán 
la adaptación al cambio y la diversidad (o la adaptación a la 
diversidad) la esencia del progreso? O bien ¿podremos seguir 
hablando de «sistemas técnicos» como antaño?
Nuestras dudas en ningún modo pretenden marcar nue­
vos caminos en la metodología de la historia de la técnica. 
Simplemente, si antes hemos puesto de realce la intención de 
Bertrand Gille, la de requerir la atención de los historiadores 
de este campo sobre la necesidad de perfeccionar la metodo­
logía al uso, ahora se trata de dar con una metodología que 
sea útil y factible para el estudio de la actual evolución tec­
nocientífica. La de Gille lo ha sido hasta la actualidad. ¿Sigue 
siéndolo a partir de hoy? En caso negativo, ¿qué tipo de mo­
dificaciones requiere?
Considero oportuno recordar un caso que puede ser ilus­
trativo: el de la arqueología industrial, temática nueva naci­
da en Europa en la segunda mitad de siglo y llegada a Espa­
ña a comienzos de la década de los ochenta. Hoy día se ha 
convertido en una especie de pozo denominado «Patrimo­
nio», donde se encuentra de todo: desde actuaciones políticas 
destinadas a la caza de votos,hasta torpes reconstrucciones 
cuyo fin es la atracción de turistas incultos. Pero la posibilidad 
de convertir la arqueología industrial en una materia científi­
ca se perdió en el momento mismo en que se excluyó el im­
prescindible debate metodológico: sin metodología y centra-
14 Introducción a la historia de las técnicas
da en inconexas actuaciones particulares al vaivén de los aza­
res de la política, la arqueología industrial perdió su oportu­
nidad.
Pero volvamos al tema principal de este prólogo.
El planteamiento metodológico que Gille establece a par­
tir del concepto de «sistema técnico» nos presenta a los his­
toriadores muchos interrogantes, entre los cuales no es el me­
nor el del determinismo tecnológico. Es decir: ¿existe, entre 
los sistemas que configuran el llamado sistema global (cons­
tituido por los sistemas económico, técnico, social, político, 
científico, etc.), uno que se imponga al resto, en el sentido de 
que su evolución influya directa e irremediablemente en la de 
los demás? Dicho de otra manera: ¿existe algún determinis­
mo concreto en la historia?
Puede ser útil centrar la discusión en tom o al determinis­
mo tecnológico e intentar extraer de ella alguna conclusión 
general.
Incluso entre los historiadores partidarios de aceptar el 
determinismo tecnológico duro, según el cual es la tecnología 
la que marca la pauta del desarrollo histórico, encontramos 
siempre algún reparo. Pocos son quienes lo aceptan sin más. 
Hemos visto un caso paradigmático, el de Lynn White. Pero 
hasta Robert Heilbroner, el historiador de la economía que 
defiende un tipo de determinismo económico concreto, lo 
hace con reservas, y aunque acepta que «el cambio tecnológi­
co impone ciertas características sociales y políticas en la so­
ciedad en que se encuentra», no niega que existe una influen­
cia real de las fuerzas sociopolíticas sobre la tecnología. 
Thomas P. Hughes, que también se siente muy atraído por la
Prólogo 15
polémica determinista, centra su punto de vista sobre un nue­
vo concepto, el de impulso económico, que sitúa «entre los 
extremos del determinismo tecnológico y el constructivismo 
social». Además muestra que los sistemas más jóvenes, en el 
sentido de hallarse immersos en las etapas iniciales de la 
industrialización, son más sensibles a las influencias de los 
factores socioeconómicos y políticos que los sistemas más 
avanzados, los cuales responden más acusadamente al reque­
rimiento del impulso tecnológico/’
En realidad, las posiciones de los historiadores pueden si­
tuarse a lo largo de un segmento cuyos extremos son el de­
terminismo tecnológico (a la derecha) y el constructivismo 
social (a la izquierda); el centro correspondería a lo que lla­
mamos determinismo blando: se trata de la posición que con­
sidera la historia como un tejido, como una intcrrelación 
mutua: la tecnología influye sobre, y es influida por. los com­
plejos sociales, económicos, políticos, científicos, etc.6 7
Es un tema, el del determinismo. poco considerado aún y 
exiguamente estudiado, que en los últimos tiempos ha gene­
rado consideraciones escasamente reflexionadas y que mere­
cería de suyo una atención preferente de los sociólogos, eco­
nomistas e historiadores, en especial de los de las técnicas, 
que atendiesen casos particulares y estudiasen países concre­
tos antes de enunciar teorías (que la mayor parte de las veces 
se nos antojan postulados) precipitadas.
6, i: P Hugue.s. «El impulso tecnológico», en M. R. Smith v L. Marx. His­
toria >• determinismo tecnológico. Alianza Editorial. Madrid. 1996.
7. Véase M. R. Smith y L. Marx. op. at.. pavsim.
16 Introducción a la historia de las técnicas
Por lo que toca al tema de la herencia schumpeteriana de 
los conceptos de invención, innovación y difusión, ya Rosen- 
berg nos advertía en 19768 9 que Schumpeter incidía en exceso 
sobre la etapa de la innovación, con menoscabo de la inven­
ción y de la difusión; de esta manera, Rosenberg se adelanta­
ba a muchos en el convencimiento de que las relaciones en­
tre las tres etapas, en especial la existente entre las dos 
primeras, la invención y la innovación, son extremadamente 
sutiles.
Sobre este punto hay que reconocer que los análisis de 
Bertrand Gille son muy finos. Considera él las nociones de 
progreso científico y crecimiento económico y establece dos 
series: progreso científico-invención-innovación, y, por otro 
lado, invención-innovación-crecimiento económico.
En el primer caso existe una racionalidad (científica) en 
el proceso, aunque sólo esté presente en el ambiente: es el 
caso de la máquina de vapor, tradicionalmente considerada 
ajena a la ciencia. En esto Gille concuerda con Alian Ihom p- 
son,y creemos que muy acertadamente.10 Sin desarrollo cien-
8. N. Rosenberg, Tecnología y Economía, Gustavo Gilí, Barcelona, 1979. 
Por lo que hace referencia a la herencia schumpeteriana, pp. 79 ss. Este libro, ex­
celente, foima parte de una colección titulada «Tecnología y Sociedad» que 
pastí por las librerías sin pena ni gloria: un notable esfuerzo editorial que no 
tuvo el final que merecía,
9. A, Thompson, La dinámica de la Revolución industrial. Oikos-tau. Bar­
celona, 1976. En este excelente libro, 'Ihompson nos habla de las bases estable­
cidas por la ciencia, útiles en el desarrollo de la Revolución industrial; del esta­
blecimiento del método científico, aprovechable en el dominio de la técnica, y 
del ambiente científico que reinaba en Inglaterra a finales del siglo xvm. En el 
casq de la máquina de vapor, el autor nos relata los encuentros de J. Watt con 
el profesor Black, que a la sazón estudiaba los cambios de estado del agua,
10. Véase S. Riera, Deis velen ais vapors, cap. II.
Prólogo 17
tífico, no puede haber progreso. Se trata de una situación ca­
racterística en la aparición de cualquier sistema técnico, como 
ocurría, por ejemplo, en los inicios de la Revolución indus­
trial. En estos momentos, dice Gille, la técnica actúa de mo­
tor.
En el segundo caso, es decir, en la secuencia invención-in­
novación-crecimiento económico, la presión se origina en las 
necesidades que genera la economía, siendo un caso caracte­
rístico de las etapas de consolidación y desarrollo de los sis­
temas técnicos.
Por lo tanto, viene a decirnos Gille, tejido, sí; interrelacio­
nes, sí; pero, añade, cabe distinguir, según la coyuntura, qué e s . 
lo que funciona como motor. Y nos explica que la técnica y la 
economía se relevan en este liderazgo.
Ello explicaría, en parte, que algunos historiadores de la 
economía, olvidando la complejidad inherente al momento 
histórico, sometan, no sólo el devenir tecnológico, sino tam­
bién otras actividades de las sociedades, al exclusivo dominio 
de la economía. Claro está, y hay que dejar constancia de ello, 
que otros historiadores del crecimiento económico saben co­
locar en su debido lugar la materia en que son maestros, 
como hace, por ejemplo, en su excelente obra, Joel Mokyr.11
Las consideraciones anteriores nos traen a colación otros 
temas también tratados —cómo no— por Gille: ¿quién ha de 
escribir la historia de la técnica? y, si tanto hablamos de in­
vención, ¿cuáles son las características del inventor?
11. J. Mokyr, La palanca de la riqueza. Creatividad tecnológica y progreso 
económico, Alianza Editorial, Madrid, 1993.
18 Introducción a la historia de las técnicas
Empecemos por la primera. Hoy día se da por supuesto, 
en el contexto de la especialización de todas las ciencias, in­
cluidas las sociales, que la situación perfecta es la que corres­
ponde al trabajo pluridisciplinar coordinado. Ninguna obje­
ción, si no fuera porque la experiencia nos demuestra la 
dificultad de tales colaboraciones; con demasiada frecuencia 
el estudio se convierte en un agregado de diferentes visiones 
del tema tratado. El trabajo en equipo, como también pode­
mos denominarlo, exige una formación previa, difícilmente 
detectable hoy día. Sería necesaria, por lo menos en nuestro 
país, la aparición de una pedagogía específicaque nos aden­
trara en los dominios de la interdisciplinariedad proporcio­
nándonos no sólo las herramientas adecuadas sino también la 
mentalidad precisa.
No hay que olvidar que la técnica, como la ciencia, exige 
especialización y saberes concretos, algunos de los cuales no 
son asequibles a la mayoría de los mortales, entre otras razo­
nes porque hasta hace bien poco nunca se había insistido 
en que la adquisición de conocimientos científicos y técnicos 
es indispensable para cualquier ciudadano del siglo xx. Con 
lo cual no queremos decir sino lo que apuntaba Febvre: 
¿quién ha de hacer la historia de la técnica, si para ello se ne­
cesitan saberes especializados? Dejando la pluridisciplinarie- 
dad como una esperanza para tiempos futuros, no se nos an­
tojan más que dos soluciones: el técnico profesional y/o el 
historiador.
Si la historia que nos concierne la escribe el técnico pro­
fesional, se obtendrá entonces una historia intemalista, apta 
sólo para técnicos. Si la escribe el historiador formado en una
Prólogo 19
universidad de humanidades, dicho historiador podrá decir 
algo sobre el devenir histórico de la técnica siempre que —y 
sólo cuando— haya tenido la precaución de acercarse técni­
camente al tema. En este segundo supuesto, escribirá una his­
toria externalista. En cualquiera de los casos, se hace difícil 
profundizar en los temas. Claro está que existe una solución 
ideal: que el historiador reúna las dos formaciones, la técnica 
y la humanística; pero esto es difícil, laborioso, caro, y exige 
una dedicación al estudio excesivamente prolongada para la 
mayoría.
En suma, estamos ante el enigmático problema, plantea­
do por Snow, de las dos culturas. Un problema con total vi­
gencia en el momento de cambiar de siglo y de milenio, y al 
cual se han aplicado hasta ahora remedios insuficientes. 
(Nuestra solución, aunque de difícil aplicación y en el decir 
de algunos utópica,12 se decantaría por la opción de un saber 
integral científico y humanístico.) En definitiva, se trata de un 
reto que Lucien Febvre ya había intuido:
La historia se hace con documentos escritos, sin duda. 
Cuando existen. Pero se puede hacer, debe hacerse, sin docu­
mentos escritos si no existen. ... Con palabras. Con signos. 
Con paisajes y tejas. Con las formas de los campos y las malas 
hierbas. Con los eclipses de luna y la manera de uncir los bue-
12. C. P. Snow. Las dos culturas y un segundo enfoque, Afianza Editorial, 
Madrid, 1977. S. Riera i TUébols. Mis enllá de la cultura tecnocientífica, Edicions 
62, Barcelona, 1994, en especial el capitulo 4, donde se pone de manifiesto la di­
ficultad de encontrar una salida a esta difícil situación y se apuntan algunas so­
luciones y experiencias.
20 Introducción a la historia de las técnicas
yes. Con el examen de las piedras por los geólogos y el análi­
sis de las espadas de metal por los químicos.13
El otro tema, al que aludíamos más arriba y al que quere­
mos dedicar algunas líneas, es el que hace referencia al acto 
de la invención y a los inventores.
Durante mucho tiempo, las pocas historias de la técnica 
existentes se limitaban a enumerar series de inventores a los 
que un buen día se les había encendido una lucecita —sin sa­
berse cómo ni quién la había alumbrado—, cuyas vidas se re­
lataban minuciosamente y en donde la historia, la leyenda y 
la fantasía se mezclaban sin reglas ni distinción. En contra­
partida, los estudios actuales tienden a hacer hincapié en una 
continuidad que sorprendería enormemente a los autores de 
las hagiografías a que nos acabamos de referir. Ello es debi­
do sin duda al descubrimiento de la repetidamente citada in­
terrelación entre sistemas; pero, también, a que recientemen­
te ha aparecido en el panorama histórico una corriente que 
sostiene la tesis evolucionista de la historia de las técnicas, 
una evolución parecida —salvadas las distancias— a la evolu­
ción biológica. Dicho de otro modo: la historia de las técnicas 
se asemejaría a un árbol con numerosas ramas, de algunas de 
las cuales salen otras que presentan —o no— nuevos brotes. 
En última instancia, ¿significa este modelo evolutivo que los 
brotes nacen al azar? ¿O son las presiones sociales o de la 
economía, la ciencia, la política, e incluso religiosas o psíqui­
cas, las que gobiernan este «azar»?
13. L. Febvre, Combáis pour l'Histoire.A. Colín, París, 1953, p. 428.
Prólogo 21
He aquí un nuevo tema de estudio que, sin ninguna duda, 
la obra de Gille puede iluminar. Y añadiría: aunque no solu­
cionar. Porque un interés concreto subyace en la totalidad de 
este prólogo: mostrar que la finalidad de la obra que el lector 
tiene entre manos no es otra que inducir al estudio, a la re­
flexión. Muy acertadamente huye Gille de soluciones concre­
tas, de recetas exhaustivas; sin embargo nos dice, con gran lu­
cidez, eso sí, que la historia de la técnica, esta rama olvidada 
de la historia, merece, exige, el estudio científico y metodoló­
gico que ha de colocarla donde la misma historia la reclama. 
Y que el camino para conseguirlo es arduo.
Cuando, en la década de los ochenta, proponíamos la tra­
ducción de la Histoire des techniques, pensábamos inicialmen­
te en la totalidad de la obra. No obstante, una obra tan ex­
tensa (más de 1.600 páginas en la edición francesa) suponía 
evidentes riesgos editoriales. Recientemente, el Institut de 
Tecnoética y las editoriales Crítica y Marcombo creyeron 
que, si bien no era aconsejable traducir la obra entera, sí que 
era factible presentar a los lectores de habla castellana los 
«Prolegómenos», puesto que es ahí donde el autor expone los 
principios metodológicos que luego aplica en su prolija histo­
ria.
Fue entonces, tomada la decisión, cuando me pidieron 
que prologase este libro como importante fracción del con­
junto de la obra original. Acepté, agradeciendo por supuesto 
el ofrecimiento, convencido de que, al cabo de veinte años de 
haber sido editada la obra de Gille, los citados «Prolegóme­
nos», que hoy se publican con el titulo de Introducción a la 
Jiistoria de las técnicas, seguían teniendo un interés indiscuti-
22 Introducción a la historia de las técnicas
ble, mientras que otras secciones de la Histoire habían perdi­
do parte, sólo parte, de su atractivo inicial, en especial si se 
considera lo lentamente que, en su día, se preparó la edición 
francesa (durante más de diez años según confiesa el mismo 
Gille en el prefacio), así como la aparición de estudios, artícu­
los y libros sobre la historia de la técnica, la cual, con lentitud 
pero con seguridad, y en gran parte debido a Gille, entre 
otros, iba ocupando el lugar que le corresponde en el gran li­
bro de la historia.
Sin embargo, ni habría que decirlo, con esta decisión se 
pierde la ocasión de ofrecer a los lectores interesados y a los 
estudiosos la aplicación de la metodología a las diversas eta­
pas de la historia de las técnicas realizada por el mismo autor. 
Quizás algún día podamos leer en castellano la segunda par­
te de la Histoire, centrada de modo específico en el desarro­
llo de la técnica, titulada «Técnicas y civilizaciones». De mo­
mento, el lector o bien deberá acceder a la obra original o 
bien efectuar él mismo las aplicaciones de los conceptos leí­
dos en esta versión castellana, parcial, que tiene entre manos.
En cambio, la tercera parte de la Histoire des techniques, 
«Técnicas y ciencias», no tenía tanto interés y, además, adole­
cía de un envejecimiento mayor. Por una parte, hay que dejar 
constancia de que, al considerar las relaciones de la técnica 
con la economía, la geografía, la ciencia, la lengua, la socie­
dad, el derecho y la política, así como al disertar sobre el con­
cepto de conocimiento técnico, Gille, ante la imposibilidad de 
tratar personalmente todos estos aspectos, buscó la colabora­
ción de otros autores; Jean Parent, André Fel, Franqois Russo 
y Bernard Quemada, con lo que la obra, si bien gana en di­
Prólogo 23
versidad de enfoques, pierde homogeneidad (un hecho im­
portantesi se atiende a la esencia de la Histoire y a la perso­
nalidad de su autor). A ello hay que añadir, que se trata de 
temas que, por su interés no sólo técnico sino también socio­
lógico y esencialmente histórico, han sido objeto de atención, 
en los últimos años, por parte de las ciencias sociales, que han 
aportado gran variedad de nuevos y originales planteamien­
tos y han enriquecido notablemente la visión global.
Quisiera, de paso, protestar contra la inercia de nuestro 
ambiente cultural, que no se decide a abordar, más que al 
cabo de veinte años, la traducción de obras como la de Gille, 
que habría convenido hacer antes asequibles a una mayor 
masa de lectores que la que pueda leerla en el idioma origi­
nal. En tan dilatado lapso de tiempo, es indudable, como ya 
hemos apuntado anteriormente, que nuevas aportaciones han 
restado parte de interés a la obra. Con todo, debemos con­
gratularnos de que, por fin, se corrija una situación que sólo 
podía proporcionamos desprestigio. Los «Prolegómenos», 
esta Introducción a la historia de las técnicas, y con ellos el 
concepto de sistema técnico, son ahora realidad y están al al­
cance de todos los estudiosos e interesados gracias a la deci­
sión tomada per el Instituí de Tecnoética y las editoriales arri­
ba citadas. También queremos celebrar, con este libro que el 
lector tiene en sus manos, el inicio de una colección destina­
da a llenar algunos de los numerosos huecos existentes en la 
bibliografía tecnicocientífica de nuestro país.
Cerremos este prólogo recordando que otras obras de 
Bertrand Gille han merecido diversa suerte. Les mécaniciens 
grecs fue traducida en 1985 con el título La cultura técnica en
Grecia;u pero una obra tan fundamental como Les ingénieurs 
de la Renaissance15 no tiene aún, que sepamos, traducción cas­
tellana.
En definitiva, esperamos que con este volumen, que inau­
gura una colección en la que se han puesto muchas esperan­
zas, nazca el interés por este autor francés, B. Gille, al que no 
dudo en considerar uno de los colosos contemporáneos 
una historia tan injustamente olvidada como es la historia 
la técnica.
24 Introducción a ¡a historia de las técnicas
Sa n tia g o R ie r a i T u e b o i^
Barcelona, enero de 1999
14. B. Gille, Les mécaniciens grecs, Éditions du Scuil, París, 1980; la tra­
ducción castellana cambia el título: La cultura técnica en Grecia, Ediciones Juan 
Granica, Barcelona, 1965.
15. B. Gille, Les ingénieurs de la Renaissance, Hermann, París, 1964.
8*
 
8“
Introducción
a la historia de las técnicas
Todavía en 1935pudo Lucien Febvre escribir:«la Historia de las técnicas es una de esas muchas disciplinas que es­
tán del todo por crear, o poco menos». Algunos años antes se 
había publicado una obra que marcó fecha: planteaba un pro­
blema particular, el del atalaje y el caballo de montar, y lo re­
lacionaba con uno de los grandes cambios históricos, la desa­
parición de la esclavitud. Por muy discutidas que fuesen luego 
las ideas del comandante Lefebvre des Noéttes, su libro pare­
cía haber abierto una vía nueva, perspectivas y explicaciones 
inéditas.
Si, de pronto, en 1935, los Armales de L. Febvre y M. Bloch 
parecían no ya haber descubierto la historia de las técnicas, 
sino hacer notar a la vez su interés y lo poco que atraía la 
atención de los historiadores, sin embargo, no se ha de creer 
que hubiese sido completamente descuidada hasta entonces. 
Pero, por su propia naturaleza, la historia de las técnicas se si­
tuaba fuera de las grandes corrientes históricas. Tan difícil le 
ha resultado a la historia como a las técnicas mismas inte­
28 Introducción a la historia de las técnicas
grarse en la teoría económica general, para no poner más que 
un ejemplo. Lucien Febvre advertía muy bien que había aquí, 
en cierto modo, un conflicto de competencias. «Historia téc­
nica de las técnicas, obra de técnicos necesariamente, so pena 
de errores graves, de forzadas confusiones, de total descono­
cimiento de las condiciones generales de una fabricación.» 
Pero añadía inmediatamente estas precisiones: «mas obra de 
técnicos que no se encierren ni en su época ni en su territorio 
y que sean, por tanto, capaces no sólo de comprender y de 
describir, sino también de reconstruir un utillaje antiguo 
como arqueólogos exactos e ingeniosos y de interpretar tex­
tos como historiadores sagaces». Seguramente ahí estaba el 
quid de la cuestión: aliar diversos tipos de conocimientos, uti­
lizar metodologías diferentes.
No es, pues, de extrañar que los historiadores tuviesen al­
gún temor a meterse en un campo que desconocían casi del 
todo. Los técnicos, por su parte, se interesaban poco por unas 
técnicas ya desaparecidas, y, cuando las abordaban, lo hacían 
con una mentalidad que a menudo sólo tenía lejanas relacio­
nes con la historia. En consecuencia, unos escribieron una his­
toria de la que las técnicas estaban completamente ausentes, 
y los otros se dedicaron a investigaciones puramente técnicas 
en las que la historia no era más que simple cronología. «La 
actividad técnica no puede aislarse de las demás actividades 
humanas», advertía también Lucien Febvre. La síntesis era 
menos necesaria que la concordancia. En una explicación his­
tórica global era indispensable hacer intervenir a las técnicas. 
Es curioso constatar que, cuando lo económico empiece a 
aparecer en esas explicaciones globales de las que había esta-
Introducción a la historia de las técnicas 29
do tanto tiempo ausente, las técnicas seguirán manteniéndo­
se aparte, por el hecho mismo de aquella lenta y difícil inte­
gración de las técnicas a la teoría económica general que se­
ñalamos hace un momento.
Muchas eran las dificultades. Ante todo, en el seno mismo 
de la historia de las técnicas. Había que evitar una parcela­
ción necesaria al comienzo, cuando se trataba de exponer los 
hechos, pero que podría llevar en seguida a que cada historia 
de una determinada técnica se cerrase sobre sí misma. Era in­
dispensable, después, reintegrar esta historia de las técnicas 
en un conjunto histórico, muy abierto ya éste a la economía, 
a la demografía, a la historia de las ciencias o de las ideas, 
como también a la historia de los sucesos, cuyos efectos dis­
tan mucho de ser menospreciables. Y he aquí ya esbozado 
nuestro plan. Pero antes de ir al núcleo de nuestro asunto, y 
dado que la tentativa es sin duda relativamente inédita, con­
viene tomar algunas precauciones. Son precisamente tales 
precauciones las que van a constituir la esencia misma de esta 
larga introducción.
No es inútil, creemos, bosquejar un rápido cuadro de la 
historia de las técnicas. Veremos así desarrollarse, con sus ri­
quezas pero sobre todo con sus lagunas, una disciplina que ac­
tualmente ha adquirido ya derecho de ciudadanía.
La obra más antigua de historia de las técnicas es, a buen 
seguro, la del alemán Beckmann, Beitrage zur Geschichte der 
Erfindungen, publicada en Leipzig entre 1780 y 1805. Como 
lo indica claramente su título, se trata de una historia de los 
inventos, es decir, de una de aquellas parcelaciones históricas 
a que aludimos arriba. Lo mismo ocurre, más o menos, con la
30 Introducción a la historia de las técnicas
obra casi contemporánea de J. H. M. Poppe, Geschichte der 
Technologie seit der Wiederherstellung der Wissenschaften bis 
an das Ende des 18° Jahrhunderts, cuyos tres volúmenes se 
publicaron en Góttingen entre 1807 y 1811. Pero esta última 
obra tenía no obstante en cuenta, por un lado, una noción to­
davía poco clara de sistema técnico y, por otro, algunos gran­
des hechos históricos.
Hay que esperar a mediados del siglo xix para ver cómo 
la historia de las técnicas cobra cierto impulso y se va inte­
grando, con dificultad aún, en otras investigaciones. Es el mo­
mento en que las técnicas se imponen a la atención de todos, 
aproximadamente durante la época del Segundo Imperio. 
Adóptanse por entonces varias actitudes. La primera es tratar 
de responder precisamente al interés que mucha genteem­
pieza a mostrar por las técnicas. Era necesario, por tanto, em­
prender una tarea de divulgación. Divulgar las técnicas exis­
tentes, sí, pero también hacer ver la amplitud de los progresos 
logrados. A este propósito han de mencionarse en concreto 
los volúmenes de L. Figuier, Les Merveilles de ['industrie, pa­
ralelamente a Les Merveilles de la Science, obras que, hoy to­
davía, no deben ser despreciadas. La exposición se hace en 
ellas sector por sector; pero los datos no están completamen­
te separados de un cierto contexto histórico.
La segunda actitud respondía al deseo de ciertos técnicos 
de conocer la historia de su propia técnica. Algunos autores 
de manuales técnicos no temieron dedicar unas cuantas pági­
nas a la historia de tal o cual técnica. Citemos el grueso Ma­
nual de metalurgia, del inglés Percy, que no sólo proporciona 
indicaciones sobre la historia de las técnicas metalúrgicas de
Introducción a la historia de las técnicas 31
Occidente, sino también sobre las técnicas de varios países 
exóticos.
La tercera actitud representa ya una atención más pro­
piamente histórica. Reúnense arqueólogos y técnicos para re­
construir algunas técnicas antiguas. En medio de una búsque­
da que va adquiriendo cierta amplitud, pueden distinguirse 
dos tipos de trabajos: el primero es el de los relativos a la re­
construcción de las técnicas militares antiguas. Se sabe que su 
instigador fue, probablemente, Napoleón III en persona: ¿no 
comenzó él estas investigaciones con anterioridad a 1848, 
mientras estuvo prisionero en el castillo de Ham? Luego, a 
demanda del emperador, el coronel Favé emprendió varios 
trabajos sobre la historia de la artillería y reconstruyó ciertas 
armas que sirvieron para realizar ensayos. Así se elaboraba 
un método que después, aunque con algún retraso, se ha vuel­
to a seguir eficazmente. El segundo tipo de trabajos tuvo su 
origen en una necesidad. Desde que se inició la restauración 
a gran escala de monumentos históricos, convenía mucho dar 
de nuevo con las técnicas antiguas, únicas capaces de devol­
ver a aquellos monumentos su aspecto genuino. Conocidos 
son de todo el mundo los esfuerzos realizados a este respec­
to por Viollet-le-Duc, cuyos diccionarios de arquitectura o de 
mobiliario constituyen todavía hoy una fuente interesante 
para los historiadores de las técnicas.
La última actitud apuntaba más lejos aún. De lo que en 
realidad se trataba era de integrar las técnicas en unas expli­
caciones globales. Sabida es la especial atención que ha pres­
tado Marx a las técnicas como importante elemento de su 
teoría; así, no es de extrañar que para la parte histórica de sus
32 Introducción a la historia de las técnicas
trabajos recurriese a la historia de las técnicas tal como podía 
hallarla escrita en su tiempo. Por lo demás, en aquella época, 
algunos economistas estaban empezando igualmente a hacer 
intervenir el progreso técnico en su teoría general.
Desde entonces, la historia de las técnicas estuvo ya en 
cierto modo lanzada. Desde los últimos decenios del siglo xix 
aparecen obras de las que nos servimos todavía hoy. Versan 
en general sobre técnicas particulares. Citemos el libro de L. 
Beck sobre las técnicas siderúrgicas, el de Thurston sobre la 
historia de la máquina de vapor, el de Th. Beck sobre la cons­
trucción de las máquinas Paralelamente son estudiados, pu­
blicados, traducidos los autores de tratados técnicos, sobre 
todo los de la Antigüedad: las investigaciones de Berthelot 
sobre los alquimistas y sobre ciertos técnicos, así como los tra­
bajos, ya numerosos antes del final del siglo, sobre los mecá­
nicos griegos de la escuela de Alejandría, son, entre otros mu­
chos, buena prueba de lo que venimos diciendo. Los estudios 
de Th. H. Martin sobre la vida y las obras de Herón de Ale­
jandría datan, por lo demás, de 1854. En algunos dominios se 
llega, inclusive, a hacer exposiciones más generales: así, en 
1897, A. Espinas publicaba su libro sobre Les Origines de la 
technologie
El movimiento se fortalece en los primeros años del si­
glo xx. Es entonces cuando se cae en la cuenta del inesti­
mable valor que tienen los objetos antiguos y las recons­
trucciones. Se crean, no sin cierto chovinismo, los primeros 
«museos de historia de las técnicas. El Science Museum había 
sido creado en Londres, en 1857, para gloria de la ciencia y 
la técnica británicas. El Deutsches Museum de Munich se
Introducción a la historia de las técnicas 33
constituye en 1906. La tradicional historia de las técnicas, 
por sectores, a menudo también historia de los inventos, pro­
sigue su carrera. Se publican los primeros diccionarios his­
tóricos de las técnicas, como son el de Blümner en lo con­
cerniente a las técnicas de la Antigüedad clásica y el de 
Feldhaus para las técnicas de la Antigüedad, de la Edad Me­
dia y del período moderno.
El hecho de mayor importancia es, sin duda, una primera 
forma de integrarse la historia de las técnicas en una explica­
ción histórica general. La publicación, en 1906, de la tesis de 
Mantoux sobre la Revolución industrial inglesa del siglo xviii 
señala ciertamente un giro importante en la historia de las 
técnicas. Deberían seguirle las investigaciones de Ballot sobre 
la introducción del maquinismo en la industria francesa, trá­
gicamente interrumpidas durante la Gran Guerra y que no 
verían la luz pública hasta 1922. Las técnicas de la época clá­
sica iban a ser patrimonio de los investigadores franceses e in­
gleses, mientras los alemanes penetraban en el campo de las 
técnicas antiguas y medievales.
Después de la primera guerra mundial, la historia de las 
técnicas parece haberse abandonado a un cierta lasitud. Sólo 
en los años treinta recobra su vigor. La obra de Usher sobre 
los inventos mecánicos, publicada en 1929, y la del coman­
dante Lefebvre des Noéttes sobre el atalaje y el caballo de 
montar, volvieron a dar a la vez un lustre y una amplitud in­
negables a la historia de las técnicas. En 1935, los Annales de 
M. Bloch y L. Febvre, dedicando todo un número a la historia 
de las técnicas, evidenciaron el mucho interés que debía pres­
társele. Precisando los objetivos y esbozando las dimensiones
34 Introducción a la historia de las técnicas
de la temática por estudiar, los Annales animaban a los histo­
riadores a seguir una senda ya bastante abierta. Antes de la 
segunda guerra mundial, la historia de las técnicas presenta­
ba ya el aspecto que continúa teniendo hoy. La historia de la 
máquina de vapor, del inglés Dickinson, publicada en 1939, y 
la historia de la construcción en madera en Ruán, del coman­
dante Quenedey, son dos buenos ejemplos de metodología, 
diferentes el uno del otro, adaptado cada uno a su dominio. 
Por el mismo tiempo, se iban fundando nuevos museos y sur­
gían centros de investigación, como el de Viena, en 1931, y el 
de la Universidad de París, en 1932.
Conviene, con todo, hacer notar lo desorganizado de 
aquellas investigaciones, su carácter parcial y sus tendencias a 
menudo de escasos vuelos. Cierto que algunos técnicos dan 
prueba de un auténtico sentido histórico, pero en cambio los 
historiadores se preocupan poco de ponerse a estudiar las 
técnicas, temiendo abordar unos problemas en los que se 
sienten un tanto perdidos. Los nexos entre las competencias 
se realizan mal o no se realizan en absoluto.
Después de la segunda guerra mundial, la historia de las 
técnicas está ya definitivamente constituida como disciplina. 
Sin embargo, aún no ha alcanzado un equilibrio perfecto: sub­
sisten divergencias en cuanto al modo de concebirla. Aquí es 
de rigor una primera constatación: los museos y los centros en 
que se estudia la historia de las técnicas se han multiplicado, 
a veces hasta con una cierta exuberancia.
La historia de las técnicas permanece aislada. Todavía es 
más bien cosa de «científicos». No ha logrado introducirse 
en los congresos internacionales de historia, ni siquiera en
Introducción a la historia de las técnicas 35
los recientes congresosinternacionales de historia económi­
ca. Pero es sintomático que, en el seno del Comité francés 
de los trabajos históricos y científicos, las diversas secciones 
de este organismo hayan constituido una comisión común 
de historia de las ciencias y de las técnicas. Una reciente 
obra húngara sobre la metalurgia está firmada por un inge­
niero, un metalógrafo, un arqueólogo y un historiador. No 
parece que sea imposible hacer pasar al plano institucional 
ensayos parecidos.
Las últimas obras generales de historia de las técnicas 
muestran otras lagunas que, por lo demás, ya hemos señalado. 
Pero a este respecto se plantea un problema difícil de resol­
ver. Es indudable que nos falta, ante todo, una historia técni­
ca de las técnicas, como decía Lucien Febvre. Y no puede ne­
garse el interés de las monografías, de esas monografías 
técnicas que exponen los detalles de un procedimiento, la gé­
nesis de un invento. De la acumulación de tales trabajos na­
cerá un verdadero conocimiento de la historia de las técnicas. 
Sólo que este conocimiento habría que ampliarlo. En primer 
lugar, dentro inclusive del mundo técnico. En la génesis del 
invento debe hacerse intervenir igualmente a la personalidad 
del inventor y la génesis de la idea. Al logro de un invento le 
han precedido muchas veces, por una parte, esperanzas, que 
suponen un inventario de las posibilidades puramente técni­
cas, y, por otra parte, y volveremos sobre ello, una necesidad 
que puede adoptar diversas formas. Trátase, luego, de com­
prender el momento en que aparece el invento y de com­
prender también a la persona que lo hace realidad. Yendo 
más lejos aún, el éxito del invento, es decir, la innovación
36 Introducción a la historia de las técnicas
—pues ¿en qué consiste la auténtica técnica si no es en su 
aplicación concreta?— supone una estructura social, econó­
mica, institucional y política, sin la cual es casi imposible com­
prenderlo. En mi opinión, todas esas obras recientes se con­
centran, con miras demasiado estrechas, en la exclusiva 
consideración de su objeto propio. Ciertamente no son inúti­
les, pero sí incompletas.
Tal era nuestro proyecto. No se trataba de recuperar en 
sus detalles una historia verdaderamente técnica de las técni­
cas, lo que a los historiadores les gustaría sin duda hacer por 
lo atractiva que resulta toda investigación un poco esotérica. 
Lo que en esencia hemos querido realizar nosotros es esa in­
serción del mundo técnico en la historia general. Las impor­
tantes lagunas de nuestros conocimientos y la existencia de 
una historia más contada que explicada constituían unos obs­
táculos. Nos ha parecido oportuno construir, muy modesta­
mente, lo que los economistas llaman un «modelo», que no­
sotros nos inclinaríamos a definir más bien como un esquema 
explicativo. Para ello, había que precisar unos cuantos con­
ceptos sobre los cuales seria indispensable ponerse de acuer­
do, y hacer que interviniesen todas las variables de las que es 
difícil decir, a fin de cuentas, si son exógenas o endógenas, y, 
en fin, había que tomar conciencia de los nexos y alianzas que 
se crean en todo este conjunto. De allí que se halle, a conti­
nuación, un detenido estudio sobre tal esquema explicativo. 
Ni que decir tiene que es sólo provisional y que en modo al- 
guno pretende ser inmutable.
En la medida en que el problema había sido abordado de 
otros modos, nos ha parecido útil dedicar algunas páginas a
Introducción a la historia de las técnicas 37
las fuentes de que disponemos, a la manera de presentarse las 
mismas y a la crítica de 1 a que debían ser objeto. Al final una 
bibliografía muy general, simplificada, sólo orientadora, nos 
permitirá no ir repitiendo aquí los títulos de las obras de re­
ferencia.
Conceptos y metodología
inguna ciencia ni disciplina merecerían estos nombres si
no dispusiesen de los medios conceptuales y metodoló­
gicos necesarios para todo análisis. No le extrañe, pues, al lec­
tor que una parte importante de nuestra larga introducción 
esté dedicada a tales aspectos del problema.
Conviene analizar las técnicas como objeto de ciencia. 
Apenas sería posible hacerlo, ni siquiera y sobre todo de una 
forma global, si no se contara previamente, no sólo con un 
lenguaje apropiado, sino también con unos modelos basados 
en conceptos precisos. Estos modelos procuran responder a 
una realidad simultáneamente en el plano estático, el de las 
estructuras y los sistemas, y en un plano dinámico al que lla­
mamos «progreso técnico». Es lo que nosotros vamos a tratar 
de hacer, después de muchos otros, cada uno de los cuales ha 
aportado su piedra para construir el edificio.
Parece un tanto inútil repasar aquí las nociones de siste­
ma y de estructura, siendo tan abundante la literatura relati­
va a ellas. Ciertamente subsisten aún bastantes incertidum-
40 Introducción a la historia de las técnicas
bres sobre el contenido de estas dos nociones, que se aplican 
a dominios muy diferentes unos de otros. Hemos creído, sin 
embargo, interesante insistir un poco sobre ellas en un domi­
nio acerca del cual no se ha hecho ningún estudio de conjun­
to con este enfoque. Según se ha dicho a propósito de la eco­
nomía política, su introducción «parece ser el único medio 
que la ciencia ha encontrado hasta ahora para echar un puen­
te entre dos clases de investigaciones demasiado a menudo 
separadas, cuales son la investigación histórica y el análisis 
teórico». Y este paso parece tanto más deseable darlo aquí 
cuanto que, al ser la historia de las técnicas una disciplina to­
davía joven, es indispensable proveerla desde el comienzo 
de unos conceptos bien definidos, algunos de los cuales son 
ya, por lo demás, objeto de controversias, y dotarla también 
de un riguroso método de investigación. Precisemos, con 
todo, que, a falta de estudios en profundidad, nos veremos 
obligados a mantenernos al nivel de las grandes líneas direc­
trices y a no adornar nuestro discurso sino con muy raros 
ejemplos.
La tarea se presenta difícil ya desde el comienzo. Nótese 
que el término mismo de técnica es empleado lo más fre­
cuentemente en plural: hay técnicas textiles como las hay si­
derúrgicas. Hasta en los casos más sencillos, como por ejem­
plo en la técnica del fabricante de zuecos, se advierte en 
seguida que esta técnica consta de cierto número de opera­
ciones que requieren el empleo de distintos útiles. ¿Qué decir 
entonces de «la» técnica del cerrajero tal como nos la descri­
ben Mathurin Jousse a principios del siglo x v i i o Duhamel du 
Monceau a mediados del xvm? Estas dudas manifiestan a las
Conceptos y metodología 41
claras lo casi imposible que es comprender de un modo sim­
ple el objeto de nuestra investigación. Es, en efecto, muy raro 
que una técnica se reduzca a una acción unitaria. E incluso en 
este caso entra forzosamente en juego la pareja materia-ener­
gía, cuyos dos elementos están vinculados entre sí precisa­
mente por el acto técnico, el cual casi siempre necesita un so­
porte. En la fase más elemental, y aun tratándose de las 
técnicas más primitivas, se da una combinación técnica, lo 
que, en las técnicas más complejas, podrá llamarse un conjun­
to técnico. El soporte es, en la fase más simple, un útil o un 
procedimiento. A batir un árbol supone la materia prima, la 
materia apropiada para el uso que de ella se quiera hacer 
—finalidad del acto técnico—, una energía y lo que se ha con­
venido en llamar instrumento o instrumentos, el hacha, la sie­
rra, cordeles, cuñas y mazos, etc.
A partir de estas pocas observaciones, nos es ya posible 
discernir varias nociones importantes. Y es que, de hecho, las 
combinaciones técnicas son de diversa naturaleza y pueden, 
por tanto, ser estudiadas según varios puntos de vista.
Así, en la parte inferior de la escala podríamos hablar de 
estructuras, aunque este término sea bastante ambiguo. Tráta­
se de una combinación unitaria. Y cabe distinguir entre es­
tructuras elementales, como las del útil, y estructuras de mon­
taje,como las de la máquina. Pongamos, para explicarnos 
mejor, algunos ejemplos.
A. Leroi-Gourhan ha hecho ver que, aun en los actos ele­
mentales, se pueden distinguir unas estructuras. Ocurre así en 
el acto de cortar por percusión. En él pueden darse tres vías 
o procedimientos diferentes:
42 Introducción a la historia de las técnicas
a) Rajar la madera apretando contra ella el cuchillo; el 
resultado será un corte preciso pero poco enérgico.
b) Golpearla a bote suelto: como el de la podadera, el 
del hacha del leñador, el de la azuela del carpintero. Resulta­
do: corte impreciso, pero enérgico.
c) Golpear la madera accionando con un percutor com­
puesto, como puede serlo el escoplo con el martillo o el mazo, 
que reúne las ventajas de los otros dos procedimientos, lo que 
llamó Bachelard la «fuerza administrada».
Habría que añadir el trabajo con la sierra, algo diferente 
de la tercera de las modalidades que acabamos de distinguir, 
pues se trata de un instrumento mucho más complejo, consis­
tente en una serie de cuchillas dispuestas de tal forma que el 
corte logrado con ellas sea preciso y la fuerza utilizada pueda 
ser de una cierta potencia, superior a la del simple cuchillo.
Se ha dado también el nombre de estructuras a otros com­
plejos que, a pesar de esta complejidad, no representan más 
que un acto técnico unitario. Tomemos el ejemplo que pone 
J.-L. Maunoury: «Los rasgos definitorios de los motores tér­
micos se pueden dividir en dos niveles. En tanto que motores, 
tienen en común una función, que es la de crear trabajo; en 
tanto que máquinas térmicas, tienen en común el principio de 
funcionamiento, que es utilizar el calor proveniente de la 
combustión de determinados cuerpos». Partiendo de esta de­
finición, Maunoury trata de hacer evidentes las correspon­
dientes estructuras elementales «cuya combinación explica 
los distintos tipos de motores térmicos». Distingue primero 
dos series de estructuras: «estructuras trabajo» y «estructuras
Conceptos y metodología 43
calor». Todo se resume en el cuadro 1, que lo hará más com­
prensible que un largo discurso:
C u a d r o 1
Grupo Subgrupo Tipoestructural estructural
Modo de trabajo Acción
Trabajo
del fluido motor Reacción
Rotativo
Movimiento creado
Alternativo
Modo de obtención Combustión
Calor
del calor Fisión
Lugar de obtención Interno
del calor Externo
F u e n t e : Maunoury, La Genése des innovations, París, 1968.
Es el ejemplo perfecto de una estructura de montaje. El 
autor que acabamos de citar ha llegado a la conclusión que 
hay que distinguir unos grupos y unos subgrupos estructura-
44 Introducción a la historia de las técnicas
les. Ciertamente cabría perfeccionar el modelo que se nos 
propone: la naturaleza del combustible y sus condiciones de 
empleo, que llevan a la necesidad de elementos anejos (car­
burador, chispa eléctrica). Cabe igualmente explicitar ciertas 
fórmulas y considerar la estructura misma del convertidor de 
energía: cilindro y pistón que, por medio de un sistema biela- 
manivela, puede proporcionar un movimiento rotatorio, rue­
das con aletas, etc.
Mucho habría que decir aún sobre las estructuras de los 
útiles, según el gesto técnico en que participen, según la ma­
teria sobre la que hayan de actuar, según el material de que 
estén hechos, según incluso las tradiciones de su forma y di­
mensiones. No pondremos más que dos ejemplos de ello, a la 
escala más simple.
Hace poco, Charles Frémont, en un estudio sobre la sie­
rra, hizo patente toda la variedad de sus tipos. Pasemos por 
alto la distinción entre sierras de bronce y sierras de hierro o 
de acero, que es evidente de por sí. Este autor había distin­
guido entre: a) la sierra en forma de cuchillo o serrucho; b) la 
sierra larga y de doble mango para que dos serradores la 
muevan de lado a lado;c) la sierra en arco; d) la sierra en cua­
dro; e) la sierra circular o de disco;/) la sierra de cinta.
Reproducimos aquí (figura 1) algunos de los dibujos de 
podadera que figuran en el catálogo de un fabricante de 
este instrumento. En dicho catálogo, y para este solo utensi­
lio, hay 106 modelos de podadera con nombres de naturale­
za toponímica; esto, naturalmente, sólo para Francia. Tales 
variedades corresponden a la vez, claro está, a las distintas 
tradiciones locales y a los diferentes modos de usarse el
Conceptos y metodología 45
K 5 
? Q
oji
I
2
■aXJ
S.&
íj c5
■ 2■3
■b .a
o *2
S w
dJi
1
nS
I
1
-o
oCn
cq t»;
oCu
tí C
. 2 ’S
1 £■¥ 2
2 4í 
■8-3
■s ao .D. bj
■ji o
S £
3X ci«3̂ U 
a* o_5> 'o
1 1o E
3 2
w "2
o 2 e a
Si tí
5 i/
46 Introducción a la historia de las técnicas
utensilio, según el tipo de trabajo y según la vegetación do­
minante.
Habría que hacer estudios sistemáticos acerca de todos 
los útiles para conseguir unos análisis lo más finos posible. 
El mismo catálogo que acabamos de citar contiene análogas 
imágenes de hachas, de hoces y hasta de los perfiles de las ho­
jas de hoces y guadañas. Unos repertorios de utillajes serían 
ciertamente bienvenidos, como lo son las colecciones de catá­
logos antiguos y los inventarios de utensilios conservados en 
los museos. Se han hecho ya algunos estudios, en el más pri­
mitivo estadio técnico, concretamente por A. Leroi-Gourhan, 
sobre los tipos de útiles o de instrumentos utilizados para una 
operación dada.
La segunda noción que quisiéramos establecer es la de 
«conjunto técnico». Aquí pasamos a una fase diferente. En 
efecto, hay técnicas complejas que requieren no lo que podría 
llamarse una técnica unitaria, sino técnicas confluyentes cuyo 
conjunto o combinación concurre a que se dé un acto técnico 
bien definido. Hemos tomado como ejemplo la fabricación de 
la fundición, de la que el esquema adjunto muestra toda la 
complejidad: problemas de energía, problema de los compo­
nentes —mineral, combustible, insuflado de aire—, problema 
del instrumental mismo: el alto homo y sus propios elemen­
tos constitutivos (armazón, capas refractarias, formas). Tráta­
se aquí de un conjunto cada parte del cual es indispensable 
para que se obtenga el resultado pretendido (véase la ñgura 3 
en p. 49). Fácil sería aducir otros ejemplos en la industria quí­
mica, según combinaciones de diferente tipo.
Los conjuntos técnicos son, en general, mejor conocidos
Conceptos y metodología 47
9 r
2. Las diferentes fases de la fabricación de un zueco en Cusa (Doubs).
porque la investigación tecnológica se ha interesado mucho 
más por ellos. Todos los manuales de tecnología nos propor­
cionan esquemas de los mismos muy aprovechables para el 
historiador.
La última noción podría ser la de «fila» o línea técnica. Las 
líneas técnicas las constituyen series de conjuntos técnicos 
destinados a proporcionar el producto deseado, cuya fabrica­
ción se realiza, a menudo, en varias etapas sucesivas.
El primer ejemplo, uno de los más sencillos, lo tenemos en 
la fabricación del zueco de madera, tal cual ha sido analizada 
por los investigadores que trabajan para el Museo de Artes y 
Tradiciones Populares (figura 2). La imagen que damos de
48 Introducción a la historia de las técnicas
ella no representa más que una parte de esta fabricación: pue­
den verse ahí seis operaciones sucesivas, en las que se utilizan 
tres útiles o herramientas diferentes.
Es, como bien se ve, una serie. Para el moldeado inicial, 
que antes se hacía a golpe de hacha, se utiliza ahora un ins­
trumento, el martinete hidráulico, a cuyos martillo y yunque 
se les ha ido adaptando, con empalmes sistemáticos, diferen­
tes útiles.
Se puede complicar este esquema tomando un producto 
más elaborado (figura 3).
De la fundición se puede ir bajando al hierro o al acero, y 
de ahí a la fuerza destinada a dar a la pieza su forma definiti­
va. Hay, pues, todo un escalonamiento de las más diversas téc­
nicas que concurren a que funcione debidamente el comple­
jo técnico que es la línea o «fila». Así sucede, por ejemplo, en 
la industria textil, en la que pueden distinguirse: a) produc­
ción de la materiaprima (de origen animal, vegetal o sintéti­
co); b) preparación de esa materia para hacerla utilizable (la­
vaje, enfriamiento, desengrasado); c) hilatura; d) tejido; e) 
sucesivos aprestos, susceptibles por lo demás de integrarse a 
diferentes niveles de la fabricación (batanado, tundido, tinte, 
blanqueamiento, etc.).
El estudio que acabamos de hacer sigue, salvo en el caso 
de los complejos o conjuntos, una línea vertical. Pero tam­
bién puede concebirse que se haga siguiendo líneas horizon­
tales. Es decir, que una misma estructura técnica puede 
servir para varias líneas distintas. Así ocurre, por ejemplo, 
tratándose de los útiles, y nosotros hemos observado que 
entonces un útil, de estructura dada, puede ir tomando for-
Conceptos y metodología 49
APORTACIÓN de c o m b u s t ib l e 
Hulla 
Calidad 
Cantidad
APORTACIÓN DE FUNDENTE
APORTACIÓN DE MINERAL 
Extracción
3, Un complejo técnico: el alto homo.
mas, o, más en general, aspectos diversos. Es lo que sucede, 
para poner ejemplos simples, con el (o los) martillo(s) y con 
la (o las) tenaza(s). A un nivel más complejo pasa lo mismo. 
La estructura cilindro-pistón, que se utiliza, ya lo hemos 
dicho, en los motores térmicos, es utilizada también en las
50 Introducción a la his toria de las técnicas
bombas aspirantes e impelentes y hasta en el más humilde 
mechero.
Un conjunto técnico, una línea técnica, no pueden funcio­
nar normalmente á no cumplen cierto número de condicio­
nes. A grandes rasgos, estas condiciones, en la medida en que 
se limita uno estrictamente al dominio técnico —ya volvere­
mos en seguida sobre esta restricción—, atañen necesaria­
mente a cualidades y cantidades. Las interferencias entre cua­
lidades y cantidades son, por lo demás, muy numerosas. Ante 
todo entre las cualidades: el trabajar con una materia dada re­
quiere útiles de una cualidad igualmente determinada. Pero 
la producción de determinadas cantidades puede, asimismo, 
exigir unas cualidades precisas de los medios de producción. 
Menos marcada, la influencia de la cantidad en la cualidad es 
sin embargo notoria en gran número de casos.
Yendo más adelante, llegamos al momento en que se es­
tablecen vínculos o alianzas, no sólo siguiendo un proceso li­
neal, sino también con retornos o al sesgo. Entonces, cada uno 
de los componentes de un conjunto técnico tiene necesidad, 
para su propio funcionamiento, de uno o de unos cuantos 
productos del conjunto. Esta relación es evidente en el ámbi­
to de los materiales: si la siderurgia utiliza la máquina de va­
por, ésta necesita un metal cada vez más resistente para so­
portar las altas presiones además del recalentamiento. Esta 
relación se da, aunque no tan evidente, en muchos otros do­
minios. En el esquema de producción de hierro fundido, que 
acabamos de dar, se ve en seguida que la fundición y el hie­
rro son necesarios en cada uno de los subconjuntos. Se po­
drían multiplicar los ejemplos, complicar los esquemas, intro-
Conceptos y metodología 51
(luciendo, pongamos por caso, las técnicas del transporte y 
evocando, como acabamos de hacerlo líneas atrás, el proble­
ma de la energía. Hay casos en los que son muy estrechas las 
recíprocas relaciones de los subconjuntos entre sí y con el 
conjunto global: citemos el de la industria química. Hay otros 
en los que esas relaciones son mucho más vagas, más impre­
cisas, y, en definitiva, relativamente escasas: citemos el caso de 
la industria textil.
Equivale ello a decir que, en el límite y por lo general, to­
das las técnicas son, en diferentes grados, dependientes unas 
de otras, y que entre ellas ha de haber necesariamente una 
cierta coherencia: el conjunto de todas las coherencias que a 
distintos niveles se dan entre todas las estructuras de todos 
los conjuntos y de todas las líneas compone lo que se puede 
llamar un «sistema técnico» (figura 4). Y las uniones o ligazo­
nes internas, que aseguran la vida de estos sistemas técnicos, 
son cada vez más numerosas a medida que se avanza en el 
tiempo, a medida que las técnicas se van haciendo más y más 
complejas. Tales vinculaciones sólo se pueden establecer y re­
sultar eficaces cuando el conjunto de las técnicas ha alcanza­
do un común nivel, aunque también, marginalmente, si el ni­
vel de algunas de ellas, más independientes respecto a las 
otras, permanece por debajo o por encima del nivel general, 
siendo naturalmente la segunda de estas dos hipótesis más fa­
vorable que la primera.
Obtenido el equilibrio, es viable el sistema técnico. Los 
aficionados a los jalonamientos cronológicos pueden, pues, 
definir así bastantes sistemas técnicos que se han ido suce­
diendo en el transcurso de los siglos, y analizarlos, esto es, ir
52 Introducción a b historia de las técnicas
Transportes marfo'mos Transportes terrestres
a vapor 1736-1772 
en hierro 1787
jó Máquina de vapor 
. 1712 • 1769 - 1Z8Z
P /
Hierro - material 
Fundidor al coque 1735 
Acero 1750 
Hierro pudelado y laminado 1783
Railes y puntales
\
<s
Cugnot 1769
Trevithick 1792 
locomotoras
Ferrocarriles
Huía
Combustible
Construcción
Puentes 1772 
Pilares 1780 
Armazones 1786
Máquina herramientas 
1772 • 1799
<Trñ
Texies 
Kay 1733 
Hargreaves 1765 
Arkwrigtvt 1767 
Crompton 1782 
Caitwright1789
4. Esquema simplificado del sistema técnico de la primera mitad del si­
glo xix.
Conceptos y metodología 53
más allá de las monografías particulares sobre cada técnica, 
precisar los nexos entre técnicas, su naturaleza y las exigen­
cias que suponen.
De hecho, las investigaciones con este enfoque son aún 
muy incompletas e inseguras y la mayoría de los cuadros que 
han sido presentados nos parecen especialmente insuficien­
tes. En su obra Técnica y civilización, Lewis Mumford, si­
guiendo a otros autores, había no ya esbozado bien una des­
cripción de los sistemas técnicos, sino presentado unos grandes 
períodos definidos con bastante confusión: fase eotécnica, 
fase paleotécnica y fase neotécnica. «Si cada una de estas fa­
ses representa a grandes rasgos un período de la historia hu­
mana, caracterízase más aún por el hecho de que forma un 
complejo tecnológico.» El problema estaba así certeramente 
captado. «Cada fase tiene sus orígenes en ciertas regiones 
bien delimitadas y tiende a emplear determinados recursos y 
materias primas especiales; cada una tiene sus medios especí­
ficos de generar y de utilizar la energía, y sus formas particu­
lares de producción. Casi cada parte de un complejo técnico 
(término empleado aquí en un sentido diferente del que le 
hemos dado nosotros más arriba) tiende a hacer resaltar y a 
simbolizar, en el interior mismo del complejo, series enteras 
de relaciones.» Y, para distinguir estas diversas fases, evocaba 
Mumford las que se podría llamar técnicas dominantes que, 
precisamente por su universal importancia, ejercerían un 
efecto de atracción o arrastre sobre las demás. «La fase eo­
técnica es un complejo formado por el agua y la madera, la 
fase paleotécnica un complejo formado por el carbón y el hie­
rro, la fase neotécnica un complejo formado por la electrici-
54 Introducción a la historia de las técnicas
dad y las aleaciones.» La idea era, ciertamente, interesante, 
pero esta enumeración de los que aquí llamamos sistemas 
técnicos nos parece muy insuficiente, y la definición de cada 
uno de ellos bastante imprecisa y arbitraria, por más que el 
autor haya matizado su pensamiento aludiendo a los inevita­
bles encabalgamientos entre los sistemas.
Un análisis más preciso y la toma en consideración de ele­
mentos más numerosos permitirían establecer una cronología 
más ajustada, sin limitarse a esas tres grandes divisiones de la 
historia de las técnicas. Lo cual es tanto más necesario cuan­
to que no hay que aislar a las técnicas de las demás activida­
des humanas, sin las que aquéllas resultarían incomprensibles. 
Parece, por lo tanto, indispensable que confrontemos ahora 
los sistemas técnicos y los sistemas de otra especie y que di­
señemos, a grandes líneas,un esbozo de los nexos que los 
unen.
Es natural que los economistas, en la medida en que se 
preocupaban, dentro de su propio campo, por los sistemas y 
las estructuras —volveremos varias veces sobre ello—, se ha­
yan interesado por este problema. Sin embargo, no parece 
que hayan hecho avanzar gran cosa la investigación. A. Mar- 
chal, siguiendo en parte The Theory o f Economic Growth de 
A. Lewis, distingue las fases de la evolución técnica no tanto 
con visión estrictamente técnica como a través de la idea que 
en diferentes épocas se ha ido teniendo de la técnica. La ver­
dad es que era este un rodeo fácil para introducir la técnica 
en el pensamiento económico. Se halla ahí, pues, una mezcla 
de diversas nociones, no de concepciones generales por las 
que pueda llegarse a definir un sistema técnico. En las socie-
Conceptos y metodología 55
dades analfabetas, las realizaciones técnicas se situarían poco 
más o menos al mismo nivel: «Los mismos instrumentos, las 
mismas técnicas de talla y pulimentación de la piedra, los mis­
mos procedimientos metalúrgicos, los mismos métodos de 
cultivo y de irrigación, las mismas astucias para la caza, se 
vuelven a encontrar en poblaciones separadas por continen­
tes y por milenios».
Después, el conocimiento de la escritura y, con ella, el de­
sarrollo de las matemáticas y la acumulación del saber serían 
«lo que distingue a las sociedades técnicamente arcaicas de 
las sociedades técnicamente primitivas». Marcha! pone toda­
vía a la Edad Media entre las sociedades técnicamente arcai­
cas. «[La E. M.] se distingue de la sociedad moderna en el 
sentido de que un pequeño grupo de hombres privilegiados 
gozan allí del tiempo libre o del asueto necesario para dedi­
carse al pensamiento abstracto e incluso a la experimenta­
ción, pero sin miras prácticas. Las realizaciones técnicas son 
obra entonces de artesanos hábiles pero casi del todo iletra­
dos, que van mejorando sus métodos a base de tanteos empí­
ricos.» Del Renacimiento dice simplemente que marcó la lle­
gada de la curiosidad y del espíritu experimental, así como su 
propagación por las otras capas sociales. Desde el siglo x v i i a 
los comienzos del xix, muchos de los inventos revolucionarios 
se habrían debido a hombres de oficio, que sucedieron con 
frecuencia a los sabios aficionados. «El siglo xx, por el con­
trario, señala el paso a la concepción del especialista y del téc­
nico profesionales y de plena dedicación, que trabajan en 
equipo, en ocasiones por cuenta de grandes empresas pero 
más a menudo a cargo del gobierno.» Aquí también lo insufi-
56 Introducción a la historia de las técnicas
dente del análisis, los viejos tópicos históricos caros a los eco­
nomistas y las lamentables confusiones impiden que, pese a la 
aparición de algunas buenas ideas, aceptemos esta manera de 
dividir la historia.
Realmente el análisis económico, por muy estructural que 
sea, neutraliza casi por completo el hecho técnico o no lo 
aborda sino en ciertos aspectos, como lo hiciera Adam Smith 
con la división del trabajo. El único autor que le ha otorgado 
un lugar de preferencia quizá sea Marx, que le daba con ra­
zón mucha importancia y le dedicó largos desarrollos. Sólo al 
nivel de la dinámica de los sistemas y de las estructuras ha ha­
bido que insertar en él una «variable» técnica. Aunque los 
fundadores de la escuela clásica inglesa, incluido Marx, tuvie­
ran la intuición de esas relaciones recíprocas entre los diver­
sos sistemas y de su coherencia y su compatibilidad, ha sido 
durante mucho tiempo difícil y sigue siéndolo todavía el inte­
grar la técnica en una explicación económica global, o, para 
decirlo mejor, más que integrar, aproximar los dos órdenes de 
actividades. Si la finalidad esencial de cada disciplina es hacer 
girar el mundo alrededor de ella, la economía política debe­
ría tener el cuidado de no despreciar la técnica. Lo mismo 
que el historiador de las técnicas tiene el deber de no despre­
ciar las «fuerzas» vecinas.
Por consiguiente, todos los economistas hacen alusión, si 
bien en general de la manera más discreta posible, a las es­
tructuras técnicas. Marchal escribe, con cierta flojedad, que 
«el sistema económico se caracteriza por un particular arre­
glo de diversos tipos de estructuras», entre ellas naturalmen­
te las estructuras técnicas. Para Fran^ois Perroux, ya más pre-
Conceptos y metodología 57
ciso, «el sistema económico es la combinación de un aparato 
técnico, un aparato de relaciones jurídico-sociales y un móvil 
económico fundamental». La importancia de las estructuras 
técnicas le parecía, por ende, un elemento fundamental, esen­
cial, del «sistema económico».
Lo que aún no se ha tratado nunca de establecer de ma­
nera detallada y completa es el sistema de las relaciones que 
se dan entre técnica y economía, versando preferentemente 
las investigaciones actuales sobre la dinámica de estos dos ti­
pos de sistemas. Acciones recíprocas, por descontado. Johan 
Ackermann comprendía bien la técnica al enumerarla entre 
las «fuerzas autónomas» o «motrices», y aunque sus sucesores 
redujeron el número de ellas, mantuvieron no obstante a la 
técnica entre esas «fuerzas dominantes» que provocan la evo­
lución de los sistemas.
La época actual abunda en muestras de lo mucho que in­
fluyen los sistemas técnicos en los sistemas económicos. Pero 
no nos engañemos. La expresión «fuerzas autónomas» em­
pleada por Ackermann tal vez permita ver mejor en qué con­
siste el problema. Es evidente que hay interacción entre los 
dos órdenes de sistemas, que nunca hay ahí unas fuerzas per­
fectamente autónomas o unas fuerzas perfectamente induci­
das. Dimensión de las empresas, costes de producción e in­
versiones dependen estrechamente del nivel técnico. Dicho 
de otro modo, trátase de determinar, lo que es más importan­
te que los sentidos de dominación, unas reglas de la coheren­
cia entre sistema económico y sistema técnico, aun sin que se 
pueda determinar de antemano si hay o no unas vías obliga­
torias. Sería en efecto útil, para las diversas épocas, comparar
58 Introducción a la historia de las técnicas
los dos mundos de la economía y de la técnica. Machine á va- 
peur et capitalisme se titula la reciente obra de Payen, en la 
que sigue a muchos otros autores que hacen de la máquina 
de vapor el símbolo del capitalismo moderno, pues ha habido 
diferentes formas de capitalismo. Si la imagen no es total­
mente representativa de la realidad, tuvo por lo menos la 
ventaja de orientar a las mentes hacia el camino, apenas se­
guido todavía, de una profunda y fecunda investigación. Sería 
menester analizar las recíprocas exigencias de los sistemas 
técnicos y los sistemas económicos respecto a sí mismos. No 
deja de haber quienes piensan que los sistemas técnicos fue­
ron siempre más exigentes y apremiantes que los sistemas 
económicos.
Inversamente, una técnica debe insertarse en un sistema 
de precios, en una organización de la producción, a falta de lo 
cual carecerá de interés económico, siendo esta su finalidad 
propia. Sabido es, inclusive, que, en el límite, las técnicas arte­
sanales han podido subsistir gracias a una demanda especial. 
Donde la técnica se impone o se ve rechazada es en el mer­
cado y en el cálculo de los márgenes de beneficio. En el ám­
bito mundial o, al menos, en el de un cierto internacionalismo, 
algunas medidas autoritarias pueden contribuir al manteni­
miento de técnicas que caducarían en un mercado libre.
En realidad, la cuestión se plantea sobre todo en una 
perspectiva dinámica; en la medida en que se impone una 
evolución, es cosa admitida, para emplear expresiones mo­
dernas, que no hay más que una sola modalidad de desarro­
llo. En la medida en que el sistema técnico impone al sistema 
económico una evolución que éste no es, momentáneamente
Conceptos y metodología 59
o no, capaz de soportar, sí que puede haber otras soluciones. 
Al capitalismo liberal, modelo del Occidente europeo, puede 
sustituirle un capitalismo de estado,

Continuar navegando