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ENTRE LA ANTORCHA Y LA ESVÁSTICA.
FRANCO EN LA ENCRUCIJADA DE LA
SEGUNDA GUERRA MUNDIAL
Emilio Sáenz-Francés 
Madrid, Actas, 1006 págs.
Si hay un tema en que resulte difícil
hacer aportaciones nuevas, ese es el de la
Segunda Guerra Mundial. Que sepamos, no
hay cuestión que haya suscitado entre los
contemporaneístas tantas monografías, bien
generales o bien sobre alguna etapa o aspecto
concreto. Y probablemente continúa siendo
el tema que más interés despierta entre los
aficionados a la historia, tanto en número de
lectores como en incursiones negro sobre
blanco. Por ello, los historiadores que se espe-
cializan en el estudio de esta trágica y apasio-
nante etapa se enfrentan a la doble dificultad
de procesar y sintetizar todo este caudal de
conocimiento y, al tiempo, de hallar nuevas
fuentes originales que permitan, sino redes-
cubrimientos, al menos valiosas reinterpretaciones con las que mati-
zar las tesis que se han ido consagrando año a año.
La cuestión de la política exterior española durante aquellos
años no escapa a esta percepción. Las monografías y estudios de
Payne, Tusell, Portero, Rodao, Thomas, Luis Suárez, Espadas Burgos
o Cortada, las biografías de Franco de Cieva, Preston o Bachaud
entre otras, y el conjunto de trabajos coeditados hace más de veinte
años por García Delgado y Tuñón de Lara, o los algo más recientes
codirigidos por Stanley Payne y Delia Contreras dan una idea de lo
mucho que se ha avanzado en el conocimiento de la diplomacia del
primer franquismo. De hecho, a la altura del 2010 puede decirse que
esta cuestión es bien conocida y, en términos generales, no suscita
tesis contrapuestas o debates tan acerados como en décadas atrás. Al
menos, no tantas como las que actualmente se siguen planteando
sobre otros periodos.
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No obstante, que aún resultan posibles aproximaciones novedo-
sas y bien trabadas sobre el tema es algo que corrobora el trabajo de
Emilio Sáenz-Francés. Entre la antorcha y la esvástica es, acaso, la apor-
tación más importante que sobre España y la Segunda Guerra Mun-
dial se ha realizado en los últimos años. De sus muchas virtudes des-
taca una especialmente reseñable: la capacidad de Sáenz-Francés de
combinar los deberes que impone la ciencia histórica (la amplitud y
diversidad de las fuentes —incluidas las de archivos británicos y nor-
teamericanos—, su adecuado tratamiento, la claridad expositiva y, a la
vez, la complejidad argumentativa —necesaria para captar los muchos
matices de un contexto como aquél, tan dinámico, y además fiel
reflejo de la objetividad con que el autor lo aborda—) con un texto
ameno, muy bien escrito, que hace del libro un atractivo reclamo para
los no especialistas.
La Segunda Guerra Mundial fue sin duda una papeleta compli-
cada para la diplomacia española. A buen seguro los vencedores de la
Guerra Civil hubieran preferido un contexto menos turbulento para
propiciar, sobre todo, la recuperación económica del país. Dentro del
periodo, Sáenz-Francés aborda los años decisivos de 1942 y 1943.
Esta percepción sobre lo “decisivo” de esta etapa no es caprichosa. Por
el contrario, responde a la percepción de que en esos años se produjo
un notable viraje en la orientación de la política exterior española.
Viraje no pendular, nada brusco, pero claro, perceptible y forzado por
el devenir de la guerra y por la presión de los contendientes. Viraje
que implica cambio, sí, pero inserto en una línea bastante coherente
que duró hasta prácticamente el último año de la contienda. Ésta se
definió entre 1939 y 1945 por el deseo de la dictadura franquista de
no implicarse abiertamente en el conflicto, de no entrar en la guerra,
pero observando una inclinación permanente por uno de los belige-
rantes, las potencias del Eje. Teniendo en cuenta que el régimen esta-
blecido en España era aún una coalición insolidaria y deficientemente
ensamblada de grupos políticos distintos (católicos, monárquicos,
falangistas), con una visión divergente de lo que tenía que ser la polí-
tica internacional, esa relativa coherencia sólo pudo ser posible al aca-
bar Franco imponiendo, aunque no sin tensiones, sus puntos de vista.
De hecho, así lo destaca con acierto Sáenz-Francés: para el autor
resulta necesario “prestar especial atención a la propia figura de ese
dirigente… individualizándolo como una fuerza muy a tener en
cuenta y que, en distintos momentos, resultó fundamental a la hora
de determinar la evolución del Régimen” (p. 42). R
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Evidentemente, como puede observarse en la síntesis del primer
capítulo del libro, desde la finalización de la Guerra Civil, la diplo-
macia española se orientó hacia una estrecha relación con Italia. Esto
no podía ser extraño, por cuanto el régimen fascista había sido el que
había ayudado al bando nacional de una manera más continuada. Y
hasta cierto punto generosa, como lo demostraban la abundancia de
hombres y material desplegada por los italianos,
que suministraron a Franco lo mejor de su arse-
nal, y la relativa magnanimidad de Mussolini en
la negociación de las deudas contraídas por el
bando nacional. Y sin duda esto explica la acti-
tud prudente y expectante observada por
Franco hasta la derrota de Francia. Esto, y la
diplomacia maquiavélica de la Alemania nazi,
en exceso volcada sobre sus propios intereses.
Hasta tal punto es así que las consignas ideoló-
gicas aparecían harto borrosas y, desde luego,
totalmente subordinadas a las consideraciones
estratégicas de Hitler. El pacto germano-sovié-
tico era difícilmente conciliable con el cumpli-
miento del Antikomintern, y no digamos su
consecuencia más brutal: el reparto entre Ale-
mania y la URSS de una Polonia anticomunista. Si añadimos a esto
el desprecio que Hitler había mostrado hacia los intereses del bando
franquista, desatando la famosa crisis de los Sudetes en 1938 que
estuvo a punto de adelantar la Guerra Mundial, y descubrimientos
mucho más recientes, como la venta encubierta de un cierto número
de armas a la España republicana por parte de los nazis1, resultan poco
razonables las ilusiones que Franco y, sobre todo, su entorno más
falangista se hacían acerca del papel de España en el “nuevo orden”
patrocinado por los alemanes. Máxime cuando quienes podían apo-
yar los intereses de la dictadura franquista, los italianos, competían
con España por las colonias francesas del norte de África y, además,
pronto acabarían quedando en posición subordinada frente a Berlín
después del desastre militar que sufrieron en Grecia y Libia.
De hecho, durante los primeros compases de la política interna-
cional de Franco, ésta pareció contraponerse radicalmente a la ale-
mana. A partir del sugerente análisis de Sáenz-Francés, el lector puede
tener la impresión de que Madrid, al contrario que Berlín, primó más
las consideraciones ideológicas que las puramente estratégicas. Aten-
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“Entre la antorcha
y la esvástica
es, acaso, la
aportación más
importante que
sobre España y la
Segunda Guerra
Mundial se ha
realizado en los
últimos años.”
diendo a la geografía y a la economía, estas últimas hubieran exigido
no sólo una rápida normalización de las relaciones con Gran Bretaña
y Francia, con mucha más celeridad que la adoptada en los meses cen-
trales de 1939, sino una relación lo más amistosa posible. Entre la
espada de Hitler y la pared de Stalin, Londres y París deseaban además
patrocinar una política de apaciguamiento y, a partir de la destrucción
del estado checoslovaco en marzo de 1939, de aislamiento diplomático
de Alemania. En este contexto, ambos países estaban dispuestos a
hacer lo posible para mejorar las relaciones con el nuevo régimen espa-
ñol y, de hecho, partieron varias ofertas en este sentido. 
Desde luego, como la reconstrucción económica de España
dependía mucho más de los suministros de ambos países que de Ale-
mania, hubiera parecido más coherente que Franco actuara en conse-
cuencia. Algunos dirigentesfalangistas insistían en que el régimen
español sólo podría sobrevivir con desembarazo en un “nuevo orden
europeo” patrocinado por los países con un sistema político similar.
Sin embargo, el hecho de que la diplomacia británica y francesa aca-
bara concibiendo la Guerra Civil como un asunto interno de los espa-
ñoles y de que otras dictaduras, como Portugal, tuvieran relaciones
normales con Londres y París, parecían desmentir tal aserción. En el
caso concreto de Francia no está de más recordar que la postura “pro-
rrepublicana” de su gobierno de izquierdas había sido consecuencia de
una actuación coyuntural y unilateral del Frente Popular —coalición
que acabó por pulverizarse en 1938— y no algo consensuado con la
oposición conservadora.
Todas estas consideraciones son ociosas porque, como ya ha
demostrado la historiografía y sintetiza bien Sáenz-Francés, Franco pre-
firió bascular entre 1940 y 1941 del lado del Eje. Y no era sólo la ame-
nazadora presencia de los alemanes en la frontera pirenaica, aunque no
cabe duda que ésta restó margen de maniobra a la diplomacia española.
Al contrario, el cultivo de la amistad alemana, el planteamiento de rei-
vindicaciones territoriales como consecuencia de una posible entrada
en la guerra al lado del Eje y, más aún, la interpretación que dio España
a su status de “no beligerancia”, privilegiando las relaciones comerciales
con Alemania y sirviendo de importante base logística y propagandís-
tica para los países del Eje, fueron hechos que mostraban una afinidad
ideológica sentida y una alineación voluntaria con Berlín y Roma. La
invasión de la URSS no hizo sino aumentar esta afinidad: España fue,
con la División Azul, el único país “neutral” que envió un contingente
de tropas a un frente de la Segunda Guerra Mundial.R
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No obstante, sí que es posible apreciar que Franco, secundado por
el cada vez más influyente Carrero, dejó de participar de los optimis-
mos de otros dirigentes sobre una rápida victoria alemana al observar
que Gran Bretaña no fue doblegada. La invasión de la URSS y, sobre
todo, la entrada de Estados Unidos en la guerra
fueron los factores que le dieron a ésta una
dimensión verdaderamente mundial. De modo
que la tesis de un conflicto largo fue ganando
adeptos y, desde luego, un militar como Franco
no podía dejar de apreciarlo. Aquí reside lo
valioso de la obra de Sáenz-Francés: 1942 es el
año del enfriamiento de los entusiasmos, de la
equidistancia imperfecta aún favorable a Alema-
nia pero cada vez menos complaciente. Un
asunto interno, los sucesos de Begoña (una agre-
sión de falangistas a carlistas con muertos y heri-
dos), sirvió a Franco para consolidar una línea
exterior más prudente sustituyendo a Serrano
Súñer por Jordana y, al tiempo, quitarse de en
medio un posible rival dentro del Ejército, el
demasiado independiente general Varela. No es
que Franco se hubiera convertido de pronto en
aliadófilo: simplemente no estaba dispuesto a arriesgar su régimen vin-
culándose de manera estrecha a una Alemania que retrasaba paulati-
namente el día de la victoria. Esta tendencia, que ya contaba con un
valedor tan tenaz como Jordana, se afianzó cuando los aliados occi-
dentales consiguieron su primer gran triunfo: barrer a los alemanes del
norte de África.
Pero Sáenz-Francés no se limita a clarificar los diversos momen-
tos de la diplomacia española y a correlacionarlos con los jalones de la
política interna (los diversos equilibrios que Franco tuvo que hacer
entre falangistas y monárquicos) y externa (las diferentes alternativas
que ofrecía la marcha de la guerra), aún cuando éste es uno de los
mayores méritos del libro. El autor hace una intrahistoria de las rela-
ciones diplomáticas que resulta esencial para comprender cómo se arti-
culó la política de alemanes y aliados hacia España. El funcionamiento
de las diversas embajadas en Madrid y los grupos de presión que, sobre
todo en la alemana, operaban de forma paralela a la diplomacia oficial
resulta otra de las grandes aportaciones, pues hasta ahora sólo se habían
abordado de una forma fragmentaria. La utilización verdaderamente
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“Aquí reside lo
valioso de la obra
de Sáenz-Francés:
1942 es el año del
enfriamiento de los
entusiasmos, de la
equidistancia
imperfecta aún
favorable a
Alemania pero
cada vez menos
complaciente.”
magistral, por qué no decirlo, de una fuente tan valiosa como los dia-
rios del embajador von Moltke, que sustituyó al desgastado Stohrer
(amigo íntimo de Serrano Súñer), le sirve al autor para este propósito.
Pero es más. La corta misión de Moltke —murió a los tres meses de ser
nombrado embajador— es fundamental para comprender la intensi-
dad del viraje español hacia una relación menos subordinada y com-
placiente con el III Reich. Ejemplo de esto fue la difícil negociación
que tiene lugar entre ambos países para clarificar de una vez por todas
las relaciones comerciales, en las que España había actuado grosso modo
como un suministrador de materias primas (entre ellas, el valioso wol-
framio) con escasas contrapartidas estratégicas. Las más importantes, el
armamento y también el apoyo técnico para la industria española
(sobre todo la militar), no había llegado a conseguirse en ningún
momento anterior a 1943. 
Un último aspecto no menos valioso del libro es que clarifica las
diversas etapas de las relaciones entre un país amigo del Eje como
España y los aliados, y hace perceptible la política del “palo y la zana-
horia” aplicada por Londres y Washington. En ella, destaca la política
de fingida cordialidad aliada en los momentos previos y de ejecución
de la operación Antorcha (la toma del norte de África) y, más tarde, el
endurecimiento de las relaciones, sobre todo a partir de la conferencia
de Québec. Esto era síntoma de que España iba perdiendo importan-
cia estratégica en la planificación militar de los aliados occidentales
conforme las líneas alemanas retrocedían, primero por el sur y después
por el oeste. Iniciativas españolas como el Bloque Ibérico con Portugal,
en realidad un pacto nada ambicioso desde un punto de vista militar,
y el intento de formar una conjunción de países católicos para promo-
ver una paz negociada, constituirían fiascos que, por el momento, no
alterarían en nada el rechazo cada vez más patente de Londres y Was-
hington hacia la dictadura franquista. Habría que esperar varios años,
con la Guerra Fría por medio, para que España acabara borrando el
estigma de amigo y colaborador del Eje.
ROBERTO VILLA GARCÍA
1 Heiberg, M. y Pelt, M. (2005): Los negocios de la guerra: armas nazis para la República española,
Barcelona, Crítica.
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