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INTRODUCCIÓN A LA FILOSOFÍA (MÓDULO 1) ¿QUÉ ES LA FILOSOFÍA? Para Kant la filosofía es el acto de filosofar y, por lo mismo, se aprende filosofía filosofando, pero siempre salvando el derecho de la razón a examinar esos principios en sus propias fuentes y a refrendarlos o rechazarlos. Para Hegel, en cambio, la filosofía exige un contenido sobre el que poder ejercitarse. Por su parte, Gustavo Bueno, desde nuestro horizonte histórico sostiene que la disciplina filosófica instituida no podría menos que apoyarse sobre las mismas disciplinas del presente, para lo cual será preciso tener con ellas el mayor contacto posible, a fin de regresar críticamente hacia las ideas que atraviesan sus campos respectivos, preocupándose por seguir el sistema de esas mismas ideas. Sin llegar al extremo atribuido a Herder (según el cual el tipo de filosofía que se hace depende del tipo de hombre que se es), lo cierto es que la filosofía, como saber, goza de múltiples perspectivas. La filosofía es un saber crítico, un saber que busca cuestionar siempre sus propios fundamentos, no asumir un supuesto inamovible e incuestionable. La filosofía es crítica de las ideologías. Puede verse como un saber que siempre busca nuevas verdades, siguiendo métodos racionales y críticos. Sostener preguntas de modo razonado, abocarse a una actitud crítica respecto al mundo y sus saberes, buscar la verdad sin descanso sobre la base de una actitud de discusión argumentada, son rasgos esenciales de la tarea filosófica. La filosofía tiene una vocación de transformar, de cambiar, de hacer mejorar los estados del mundo y el ser humano. Es un saber humanístico. Sería una suerte de arte que garantiza la pluralidad de visiones del mundo desde el ámbito propio de cada una de ellas. La tarea combativa de la filosofía estriba aquí en sostener la llamada de la duda, apostando por resguardar la totalidad (del saber, del ser, etc.) de cierres y clausuras ideológicas, dogmáticas, etc. Por esto, la filosofía no es sólo un saber, sino un modo de vida: la aventura de sostener la llama del saber más allá de toda conclusión (amor por el saber: filo-sofía); la apertura de interrogantes que conducen a nuevos interrogantes en la pretensión de una respuesta fundamentada, así como también la búsqueda de coherencia entre el pensar y el ser, el decir y el hacer (coherencia socrática en el sentido de que el juicio propio sea autónomo y concilie las diversas voces que habitan los espacios públicos internos). Diversos son los modos de comprender las ramas de la filosofía. Para Costa y Divenosa son: Ética: encargada del análisis de la conducta moral. Antropología filosófica: busca esclarecer la esencia de lo humano. Gnoseología: análisis del conocimiento. Metafísica: análisis de la estructura de la realidad. Estética: análisis de las formas de belleza. Lógica: análisis del razonamiento. También, según el saber del que la filosofía se ocupe de modo genitivo, podemos hablar de filosofía política, filosofía del lenguaje, filosofía de las ciencias, filosofía de la educación, etc. Olivera ofrece otra división: Filosofía real o natural, que se divide en filosofía de la naturaleza (cosmología y psicología racional) y metafísica (ontología o doctrina del ser y gnoseología o doctrina del conocer). Filosofía moral, dividida en ética, filosofía del derecho y filosofía social. Filosofía racional, que contiene a la lógica. Antropología, estética, filosofía del arte, filosofía de la ciencia, etc. LOS PRIMEROS FILÓSOFOS La filosofía nace alrededor del siglo VI a.C. en un contexto geopolítico marcado por la necesidad de indagar en causas de los fenómenos del mundo natural, así como de organizar las prácticas humanas al respecto. Es decir, la filosofía irrumpe como logos (análisis racional) de la fisis (naturaleza) en la región de las colonias griegas del Asia Menor. Surge y compite con la explicación mitológica durante un amplio periodo de la historia. El nacimiento de la filosofía supuso el tránsito del mito al logos: de explicaciones basadas en consideraciones mitológicas a explicaciones que depuran los actos voluntarios buscando leyes que permitan entender la necesidad de los fenómenos. Lo que se conoce de los filósofos presocráticos (llamados así por ser previos a Sócrates la mayoría de ellos, pero también porque con Sócrates se da un giro en la reflexión filosófica) es a través de fuentes indirectas (Aristóteles, Diógenes Laercio, Teofrasto, etc.). Su reflexión cosmológica (busca el logos, la estructura racional de la fhysis/naturaleza, convertir a la naturaleza en cosmos u orden) inaugura un periodo del pensamiento humano en pugna con la explicación mitológica. Los filósofos presocráticos suelen agruparse en escuelas (entendidas como tradición de pensamiento que se conservaba bien por contacto directo entre discípulos o por incorporación del pensamiento de los maestros a través de terceros). Estas escuelas se difundieron por todo el mar Mediterráneo, desde Asia Menor hasta Italia. Estos filósofos buscaban el “arché”, el principio o razón primordial de la naturaleza; el cual había sido el origen, pero, a su vez, subsistía como razón organizadora de todo lo existente. Cada uno de estos filósofos encontró este principio en diversos elementos de la naturaleza y optó por apelar a un solo principio (monismo), a dos (dualismo), a varios (pluralismo) o a uno de carácter indefinido (apeiron). La meditación presocrática es así una meditación sobre los principios que operan para organizar el cosmos (la totalidad de lo existente) siguiendo reglas lógicas. Anaxímenes de Mileto (585 – 524 a.C.) consideraba que todas las cosas nacen mediante una cierta condensación y rarefacción posterior del aire. Empédocles de Agrigento (495 – 444 a.C.) consideraba que todo lo existente derivaba de la composición (amor) y la separación (odio) de los distintos elementos. Pitágoras de Samos (569 – 475 a.C.) sostenía que el universo poseía una música que resultaba de la combinación numérica y todo lo existente emergía mediante la combinación numérica. Leucipo (siglo V a.C.) y Demócrito (460 – 370 a.C.) llegaron a postular entidades inobservables, como los átomos, combinadas según reglas de movimiento y del azar como explicación de todo lo existente. Muchos buscaron el “arché” de la naturaleza en un principio material: Tales de Mileto (624 – 546 a.C.) consideró que el agua era tal principio. Anaxímenes de Mileto supuso que el aire era tal principio. Heráclito de Éfeso (544 – 484 a.C.) pensó que el fuego lo era. Anaximandro de Mileto (610 – 545 a.C.) partía de una mezcla indefinida (apeiron) e infinita de la que iban emergiendo los elementos y, mediante procesos lógicos de combinación o separación de estos, todo lo existente. Anaxágoras de Clazomene (500 – 428 a.C.) apeló a unos átomos lógicos (las homeomerías) que se combinaban siguiendo las leyes de una inteligencia ordenadora (nous) de carácter natural y físico, no antropomorfizada. Empédocles de Agrigento apelaba a principios materiales situando los cuatro elementos – aire, tierra, fuego y agua – en combinaciones mediante relaciones de amor u odio como origen de lo existente. Especial significación tiene la contraposición entre Heráclito (544 – 484 a.C.) y Parménides (540 – 470 a.C.). A Heráclito se le atribuye una concepción dinámica de la realidad, signada por el cambio permanente. Todo fluye, todo cambia. Los opuestos se combinan en el mismo logos. En cambio, para Parménides el ser es estático, inmutable, incorruptible (no tiene partes), perfecto. Llega a esta idea en un poema que describe cómo se le presentó una diosa y le ofrece dos caminos (métodos): uno que conduce al no-ser, a la apariencia; y otro que lleva hacia el ser, la verdad. LOS SOFISTAS Y SÓCRATES En el siglo V a.C. irrumpe un movimiento filosóficoen el mundo antiguo que condicionará el desarrollo posterior de la filosofía: el movimiento de los sofistas. Éste es esencial en el desenvolvimiento de la paideía (formación, educación en un sentido amplio) del mundo antiguo. Con los sofistas, la filosofía conoce un giro antropológico: la reflexión se vuelve desde la consideración de la naturaleza hacia la del ser humano. Los Sofistas Fueron los primeros en utilizar técnicas pedagógicas en sus clases. Iban de ciudad en ciudad impartiendo sus enseñanzas en diversas materias. De ahí su nombre, “sofía” = sabiduría; el sufijo “-tes” = que hace o dedicado a. Por lo tanto, sofistas = el que hace sabiduría, el que se dedica a la sabiduría. “Expertos en cosas sabias”. Ellos están muy ligados a los procesos de democratización que vive el mundo heleno desde el siglo VI a.C. en adelante. Con ello, la vida cívica se volvía más exigente y alcanzar los más altos honores exigía comportarse con acierto eubolia (saber aconsejarse bien). La utilidad práctica de sus enseñanzas, entonces, permitía a los sofistas cobrar por sus cursos y conferencias. Dado su carácter viajero, al enfrentarse a diversas costumbres, leyes (nomos) y cosmovisiones, los sofistas desarrollaron ideas relativistas. Frente a este relativismo se levanta la reflexión socrática y platónica. Ejemplos son Protágoras y Gorgias. A Protágoras de Abdera (481 – 411 a.C.) se le atribuye la doctrina relativista según la cual la verdad ha de valorarse conforme a la medida del ser humano. Esta concepción tiene dos grandes acepciones: 1- si tomamos hombre en el sentido colectivo (ser humano, tribu, etc.), estamos ante una suerte de relativismo cultural; 2- si tomamos hombre en el sentido individual, estaríamos ante una visión de tipo subjetivista. En cualquiera de los dos casos, el relativismo de Protágoras es expresión de la exigencia cívica de deconstrucción de las verdades cosmológicas y morales que sustentaban el orden social antiguo, y está, por lo mismo, en consonancia con los nuevos ideales democráticos. Gorgias de Leontini (483 – 385 a.C. aprox.) asevera que se puede mostrar la inexistencia de toda realidad, pues, además, aunque pudiéramos demostrar que algo existe, no podríamos decirlo o comunicarlo. Así, sitúa el problema del lenguaje en el centro de la indagación y el modo de relacionarse con el mundo del ser humano. Los sofistas fueron un modelo de pensamiento para las incipientes democracias griegas. El relativismo de sus posiciones y el desarrollo de las artes argumentativas son clave para entender los procesos de transformación sociocultural que vive el mundo heleno, que dan pie a la irrupción del gran periodo de ilustración griega durante los siglos V y IV a.C., periodo sin el cual no podríamos entender nuestro horizonte civilizatorio. Sócrates Sócrates de Atenas (469 – 399 a.C.) marca una revolución total en la historia del pensamiento. La gran revolución socrática es el descubrimiento de la subjetividad humana. La preocupación fundamental de Sócrates es la recomposición del lenguaje moral. La vida de la polis y la propia vida interior del sujeto exigen indagación sobre los términos morales, de modo tal que, en sus reflexiones, se encaminaban siempre a sostener posiciones de intelectualismo moral. Para esa posición, el mal no es sino fruto de la ignorancia humana. En Sócrates el saber es fundamentalmente saber ético. Se trata, no de un saber de contenidos, sino de un saber vinculado con el autoconocimiento y con la responsabilidad de hacerse cargo del mundo en el que se vive. Con Sócrates se descubre la verdad fundamental de la moralidad humana: es mayor mal cometer una injusticia que padecerla. La coherencia se convierte así en criterio y fuente de conducta y conciencia. Mayéutica El proceder de Sócrates se apoya en que la fuente del conocimiento reside en las propias competencias del razonamiento humano. Es preciso comenzar la indagación partiendo de la ignorancia, lo cual es la fuente fundamental del dictum socrático: “sólo sé que no sé nada”. La apuesta socrática es ayudar a que cada persona involucrada en el razonamiento dialógico pueda, desde sus propias competencias y conocimientos, alumbrar la verdad. A este arte le llama mayéutica. “CONÓCETE A TI MISMO” La máxima délfica es tomada por Sócrates para dar un giro a la problemática de la virtud. La virtud es conocimiento, pero un conocimiento que exige considerar las acciones y pensamientos propios a la luz de la excelencia: alcanzar cualquier virtud exige como paso previo conocerse a sí mismo. A la máxima hay que ponerla también en relación con la ironía socrática: “sólo sé que no sé nada”. Cuestionar el horizonte de sentido que envuelven los términos morales, pero siempre buscando anclar un nuevo horizonte que permita la reconstrucción de estos. El saber moral es una expresión del autoconocimiento. Conocerse a uno mismo como requisito para el conocimiento de la virtud para cada uno. La máxima “conócete a ti mismo” nos pone ante una paradojal situación: el saber acerca del mundo ha de ser resignificado por el saber acerca de uno mismo, pero de modo tal que en el proceso busquemos desenmascarar nuestros propios pre-juicios. El conocerse a sí mismo es una búsqueda indesligable de la investigación y el estar preocupado por la virtud. Esta es una tarea que nos ayuda al descubrimiento de nuestra persona subsistente en el tiempo. PLATÓN Y ARISTÓTELES La época clásica: Platón y Aristóteles La época clásica griega, los siglos V y IV a.C., especialmente en Atenas, es considerada como un periodo de ilustración por el brillo de sus producciones culturales. Entre ellas, hay dos grandes sistemas de pensamiento que marcarán el desarrollo futuro de la filosofía: el de Platón y el de su discípulo, Aristóteles. La condena a muerte de Sócrates (339 a.C.), su maestro amado, hizo a Platón desarrollar una visión pesimista de la democracia, que se traduce en la figura del filósofo que ajustician en el mito de la caverna. Fundará la Academia (387 a.C.) con la pretensión de desarrollar un programa educativo integral, del que pudieran salir los futuros componentes del Estado, pero con el tiempo especialmente dedicada a la investigación y enseñanza. La obra de Platón es una respuesta a la necesidad de superar las limitaciones de la polis. La época clásica asiste al nacimiento de dos grandes sistemas de pensamientos: el de Platón y el de Aristóteles. Entre ambos, pese a sus afinidades, emergen también diferencias que van a signar el posterior curso del pensamiento filosófico. Teoría del conocimiento y metafísica Aunque el de Platón (427 – 347 a.C.) sea un pensamiento menos sistemático que el de Aristóteles, se considera que existe un sistema filosófico en el sentido de abarcar diferentes ámbitos, estableciendo nexos entre ellos. En la morfología de los sistemas filosóficos, podemos contemplar como central el vínculo que en estos se establece entre la teoría del conocimiento y la metafísica (entre la gnoseología y la ontología). Este vínculo es: establecer lo real (y su contraparte, lo aparente) remite a considerar cómo se conoce (y su contraparte, se confunde) tal realidad. En cuanto a las diferencias entre el modelo platónico y el aristotélico, mientras para Platón la realidad son las ideas trascendentes, para Aristóteles la realidad es la sustancia de la naturaleza individual (compuesta de materia y forma). La sustancia tiene componentes genéricos (ideas) que permiten comprender lo real. En el caso aristotélico, son abstraídas de la realidad sensible e individual mediante un proceso psicológico y epistemológico complejo (experiencia); para Platón la intuición es esencial. Platón. Reminiscencia: hacia el mundo de las ideas Platón establece un claro dualismo entre el mundo sensible, sometido al cambio constante, y un mundo inteligible, eterno y perfecto.Este dualismo se replica en la concepción antropológica (un cuerpo cambiante y corruptible frente a un alma eterna y perfecta) y en su teoría del conocimiento: al mundo sensible se lo conoce mediante la opinión, mientras que al inteligible se lo conoce mediante la forma racional de conocimiento (episteme – doxa -). En su República, Platón utiliza la imagen de una línea que se divide en dos segmentos, que se vuelve a dividir en otros dos segmentos más para ilustrar las distintas formas de conocimiento. Estas avanzan desde el grado más bajo (en el extremo izquierdo de la línea) a la forma más perfecta (en el extremo derecho). Cada forma de conocimiento nos pone en presencia de una determinada región de la realidad: la doxa nos contacta con el mundo sensible, de las apariencias; la episteme, con el mundo inteligible, con la auténtica y plena realidad. A su vez, estos dos grandes tipos de conocimiento tienen en sus modulaciones. Para la doxa, la imaginación nos sitúa ante las imágenes (las sombras), la creencia de los seres del mundo sensible. Respecto a la ciencia: el conocimiento discursivo nos permite acceder al reino de los entes matemáticos. La nóesis (inteligencia, intuición intelectual) nos permitirá remontarnos desde los objetos matemáticos hacia los primeros principios: las ideas (cuyo culmen es la idea de bien, pasando primero por ideas como la de belleza). Para comprender cómo el alma puede acceder al mundo de las ideas, Platón considera que el alma es inmortal y, antes de caer encerrada en el cuerpo, ha estado en contacto con ese mundo de las ideas. De tal modo: aprender es recordar. Esta concepción es conocida como teoría de la reminiscencia o anamnesis (etimológicamente, recordar lo previo, lo que estaba antes o atrás). Para aunar el camino del conocimiento con el de la realidad, pero sumando los componentes ético-políticos que tiene el proceso de descubrir la realidad y la obligación ética de compartir con los demás hombres, liberándolos de la ilusión en la que viven atrapados, Platón cuenta el mito de la caverna. Aristóteles. Hilemorfismo de la sustancia: conocimiento como abstracción Aristóteles (384 – 322 a.C.) fue discípulo de Platón, con quien se formó en la academia. Con el tiempo formará su propia escuela, denominada Liceo (335 a.C.). Impartía sus lecciones paseando alrededor de un patio denominado perítpatos, por lo que su escuela se denominó peripatética. Aristóteles desarrolló un pensamiento muy sistemático, que abarcó prácticamente la totalidad de las ramas del saber científico de su época, por lo que, cuando se recupera su legado tras los primeros años de oscuridad cultural en occidente, será reconocido como EL filósofo. Aristóteles se mantiene muy crítico de la teoría de las ideas de Platón. Su ontología (teoría de la realidad) gira en torno del hilemorfismo: todo lo existente está compuesto de una materia (hylé, en griego) y una forma (morfé). La ontología de Aristóteles rechaza las ideas como formas separadas. Cada realidad singular y su esencia son una y la misma cosa; conocer una realidad singular es conocer su esencia. De modo que, incluso por inducción, ambas son una misma cosa. Todos los seres, incluido el ser humano, son compuestos de materia y forma. La forma establece elementos universalizables de los seres, pero la materia es el principio que individualiza la sustancia, de modo que no hay posibilidad de una realidad en la que la forma esté separada de la materia. Se sostiene así una concepción hilemórfica de la realidad, que replica en todos los ámbitos: el conocimiento funciona por reconocimiento de especies y géneros que definen las características necesarias de los seres y al tiempo los van especificando. En la ontología de Aristóteles el cambio es asumido. Todo ser se define por el par potencia – acto y por el cambio y el tiempo (paso de la potencia al acto). El cambio es actualización de la potencia. Ética y política También en la consideración de la ética y la política existen diferencias entre ambos autores. El dualismo antropológico de Platón (la oposición cuerpo y alma, siendo el cuerpo una cárcel para el alma) se traduce en una ética menos proclive al valor de lo sensible; en cambio, el hilemorfismo aristotélico permite asumir las pasiones en su dimensión constructiva. En lo político, ambos son críticos de la democracia: para Platón tiende a degradarse en tiranía al desordenarse los deseos humanos; para Aristóteles, en demagogia, atentando contra el buen ordenamiento de la república. Pero, mientras Platón busca un orden ideal que pueda implantarse en las diferentes realidades, Aristóteles considera que cada tipo de sociedad tendrá formas de gobierno que le son más propias. Platón. Del gobierno del alma al de la polis La teoría política de Platón cambió a lo largo de su vida. Mientras en La República hay una visión idealista, normativa y “revolucionaria” del fenómeno político, en Las Leyes, un Platón ya anciano manifiesta cierto escepticismo apelando al valor de las costumbres. En Platón la construcción política está íntimamente conectada con su consideración antropológica y psicológica (la teoría del alma), con implicaciones en la ética. Según él, el alma se compone de tres dimensiones (tres tipos de alma): el alma apetitiva, el alma volitiva (irascible), y el alma racional. Todos los seres humanos tienen estos tipos de alma, pero en algunos predomina más uno que otro. La virtud de la justicia emerge del buen ordenamiento social cuando en una sociedad se ha fomentado para cada grupo de personas la virtud (excelencia de la acción) que le es propia. En el modelo social propuesto por Platón, los niños y niñas han de ser orientados en función del tipo de alma que en ellos predomina, de tal modo que: - Aquellos en los que predomine el alma concupiscible (alma apetitiva) se han de orientar hacia el grupo de los productores, pues la pasión por la posesión es fuente de riqueza. Asimismo, Platón considera que hay que educar a los productores en la virtud de la templanza, para moderar los deseos. - Los que tengan una mayor propensión hacia el alma irascible podrán ser buenos guardianes, pero hay que educarlos en la virtud de la fortaleza, que permite reprimir la ira. - Cuando tienen mayor propensión hacia el alma racional, habrá que potenciarles la pasión por conocer y llevarlos a indagar en las últimas verdades. Por ello, ha de cultivarse en ellos la virtud de la sabiduría. De tal modo, para Platón la justicia resulta de la adecuada combinación de cada grupo social, educándolo en las virtudes correspondientes. Aristóteles. El hombre como animal, político En Aristóteles el alma opera en conjunción al cuerpo. Existen tres tipos de alma: la vegetativa (plantas), la sensitiva (animales) y la racional (ser humano). Por este motivo, el ejercicio de la razón será para el ser humano su excelencia, su virtud más propia (sin prejuicio de lo cual para Aristóteles todas estas almas están presentes en el ser humano, de modo que poder construir o edificar un carácter – ethos, en griego – exige contar con ello). Cada saber tiene su propio bien. Existen tres tipos de saberes: el productivo (técnico, cuyo bien es el objeto útil), el contemplativo (cuyo bien es el conocimiento teórico) y el práctico (cuyo bien es buena disposición del carácter – ética – o de la polis – política -). Aristóteles señala que las virtudes propias de conocimiento no son las mismas que las de la ética. Mientras las primeras son la excelencia en el ejercicio de la razón teórica, las virtudes éticas lo serán del ejercicio de la razón práctica. Esta razón es la prudencia, una suerte de arte de calcular el término medio (la virtud) entre dos extremos. Por eso, la ética ha de contar con las pasiones humanas, pues la buena organización del carácter, la enkrateia (el autogobierno o autodominio), supone ejercitar el arte de laprudencia, que es la madre de las virtudes, y ejercitarla es en sí una virtud. El bien humano, al que todos apetecemos, que es la felicidad (eudaimonía – buen destino, en griego), se obtiene mediante el ejercicio de la vida virtuosa. Aristóteles señala que, de la misma manera, también buscamos bienes comunes. El ser humano es un ser social por naturaleza, precisa de la comunidad y obtiene en ella goce y bienestar. Por esto, apuesta por el bien común, administrado por buenas leyes. Un bien común se encuentra en otros bienes cuando estos son dispuestos conforme al bien de la sociedad, a la eutaxia (equilibrio entre los diversos intereses y bienes particulares). En su obra política, Aristóteles realizará un análisis de las formas de gobierno y sus deformaciones, pero presta atención a la dimensión funcional. El bien común está relacionado con la eutaxia en la medida en que predomina el interés de la clase media, ya que si se favorece a uno de los extremos, se altera el orden y se producen revoluciones. Cada forma de gobierno (monarquía, aristocracia y república), en tanto atiende al bien común, es legítima. Para Aristóteles el bien común emerge del diseño institucional; cada sociedad, en función de sus disposiciones, tenderá hacia una u otra. (MÓDULO 2) FE Y RAZON: DE SAN AGUSTÍN A GUILLERMO OCCAM Cuando muere Alejandro Magno, se vive un periodo de inestabilidad política. Es el momento de dos grandes escuelas de pensamiento: epicureísmo y estoicismo. El helenismo supone una mutación especialmente profunda del concepto de hombre, así como del vínculo entre la ética y la política. Rota la tangente ática – punto en el que la linealidad de la existencia ética de la persona se toca con la circularidad de la polis, con la comunidad -, se modifica tanto el sentido de la política como el de la ética. Epicureísmo y estoicismo son dos paradigmas al respecto. Mientras Epicuro (341 – 270 a.C.) y sus seguidores defienden como ideal de vida la pequeña comunidad de amigos y el disfrute del placer siguiendo reglas de la prudencia para lograr la ataraxia (imperturbabilidad del alma ante los azares del destino natural, pero también político), el estoicismo (escuela fundada por Zenón de Citio en el 301 a.C.) considera que el ser humano está inserto en la vida política, pero no de modo cerrado a la comunidad local, sino en cuanto ciudadano del mundo, cosmopolites. En vez de la ataraxia, el estoicismo defiende la apatheia, la capacidad de sobreponerse a las pasiones y la obligación de asumir responsabilidades frente al mundo en que se vive. En ese contexto irrumpe el cristianismo primitivo que puede considerarse religión hebrea más filosofía griega. La sistematización de la teología cristiana es impensable sin las herramientas conceptuales que aporta la filosofía. Del estoicismo toma elementos importantes como la vocación cosmopolita, la noción de la igualdad sustancial del género humano, la consideración de que la naturaleza está regida por un logos de carácter cósmico y universal, la teoría del alma como responsable de las operaciones humanas, siendo el alma de la misma naturaleza que la razón cósmica, etc. Los primeros siglos de la consolidación doctrinal del cristianismo serán un intento por sistematizar y racionalizar la fe, ya que en el mundo griego las revelaciones no se daban mediante un cuerpo de doctrina que exigiera limitar el valor de la propia razón, ni se asumía la posibilidad de una creación a partir de la nada del mundo (de la nada, nada surge – ex nihilo, nihil sunt). El periodo filosófico de la hegemonía de la religiosidad monoteísta en Occidente hasta la época moderna es de constante tensión entre la fe y la razón. Si antes la filosofía era el saber más excelso, ahora será la teología la que ocupará ese lugar. De esta manera, la filosofía será únicamente ancilla teologiae (sierva de la teología). Posturas como las de Clemente de Alejandría (150 – 215 d.C.), Juan Damaceno (676 – 749 d.C.) u Orígenes (184 – 253 d.C.) fueron conciliadoras entre la fe y la razón. Otros, como Tertuliano (160 – 220 d.C.) consideraron que la autonomía de la religión exige considerarla superior a la razón, y a esta limitada respecto a ella. El gnosticismo (que adquiere relevancia durante el siglo II) considera que la salvación proviene del conocimiento. El arrianismo (seguidores de Arrio) intentó racionalizar la fe aplicando las categorías lógicas a las creencias religiosas. Agustín de Hipona (354 – 430): “Creo para entender”. Considerado uno de los padres de la Iglesia. Sus tratados teológicos, como el De trinitate, sirvieron para sentar las bases doctrinales sobre elementos tan centrales a la creencia cristiana como la santísima trinidad. En Las Confesiones, narra cómo se convierte al cristianismo, y cómo éste tiene una proyección en todos los ámbitos de su vida; allí señala in interiore homine hábitat veritas (en el interior del hombre habita la verdad). De ahí que no hay contradicción entre la fe y la razón: creo para entender, y entiendo para creer. La centralidad del pensamiento de Agustín se plasma también en su filosofía de la historia. Su obra La Ciudad de Dios es una exposición de la filosofía de la historia cristiana y del cristianismo político, en la que considera que la salvación no se obtiene por las obras: la gracia divina es un don y no puede ser comprada. La vida cívica aparece bajo la lógica de que la paz emerge del orden social, pero hay dos grandes ordenamientos: el orden terrenal, en el que la relación política es de subordinación al Emperador; y el orden espiritual, cuyo orden estriba en la Iglesia. Para el agustinismo político, el orden terrenal ha de estar subordinado al orden espiritual. La historia es para Agustín la realización terrenal del orden divino en la sociedad. Para esta ontología, claro reflejo del trinitarismo, la realidad está conformada por tres realidades fundamentales: Dios, alma y mundo. El esquema trinitario también se replica en la antropología, ya que para Agustín, el alma humana realiza tres operaciones: la memoria, el conocimiento y la voluntad. Tomás de Aquino (1225 – 1274): “Razón y preámbulos de la fe”. En el marco de la cristalización de las escuelas, hay que situar el origen de la escolástica o pensamiento de las escuelas. Adquiere relevancia la figura de Anselmo (1033 – 1109) de Aosta – por su lugar de nacimiento – o de Canterbury –donde fue obispo -, quien será autor de un argumento para demostrar la existencia de Dios que se conoce como argumento ontológico de San Anselmo. Este argumento postula que la idea de un ser absolutamente perfecto no puede disociarse de la existencia de tal ser. La obra de Anselmo visualiza una nueva función para la filosofía medieval. La máxima fidens quaerens intellectum (fe que busca entender) resume la posición de coordinación entre la fe y la razón que pretende Anselmo. El renacimiento urbano que se vive desde el siglo X hace necesaria la cristalización de instituciones encargadas de la formación de saberes, por lo que emergen las universidades por ampliación y sistematización de las escuelas catedralicias. Las universidades nacen con vocación racionalizadora y universalista. Se les otorgaba carácter de independencia respecto a los poderes civiles y, en muchas ocasiones, respecto a los religiosos también. Es preciso interpretar el pensamiento de Tomás de Aquino en relación con dos grandes referentes: Aristóteles y Averroes (comentador de Aristóteles). Para Aristóteles el mundo era eterno, el alma no es inmortal y el auténtico conocimiento es racional. Averroes ingenia una doctrina, conocida como la doble verdad, para hacer casar el pensamiento religioso con el aristotélico: lo que sostiene la religión es verdadero en el mundo de la fe, y lo que sostiene la ciencia y la filosofía lo es en el mundo de la razón. Considera que la verdad de la filosofía (para los sabios)es superior a la de la religión (para el pueblo). Tomás de Aquino armoniza la filosofía de Aristóteles con el pensamiento cristiano y sistematiza el cuerpo de saberes existentes conforme a la lógica del pensamiento de Aristóteles. A su vez, rechaza la visión de Averroes, sólo hay una verdad: la razón tiene la fundamental función de establecer los preámbulos de la fe. Con esto, considera que el razonamiento filosófico, siguiendo la luz natural de la razón humana, nos muestra que necesariamente ha de existir un ser que es primer motor inmóvil (1), primera causa eficiente (2), necesario y causa de los demás seres contingentes (3), el ser más perfecto que explica los grados de perfección en el universo (4), y el ser inteligente que gobierna todas las cosas (5). Éstas son las cinco vías para demostrar la existencia de Dios. Tomás de Aquino también adaptó el pensamiento ético-político de Aristóteles al universo medieval. Reconoce la independencia del poder político; interpreta la antropología aristotélica bajo formato cristiano, sosteniendo que el hombre es compuesto de materia y forma, pero el alma es claramente inmortal y creada por Dios; asume las nociones aristotélicas del ser social del hombre, así como su componente racional, la ética de la prudencia y la virtud, etc. Guillermo de Occam (1285 – 1347): autonomía de la razón y autonomía de la fe Con Occam irrumpen las primeras consideraciones epistemológicas, como anticipo de la modernidad. Su filosofía cuestiona las bases de la escolástica continental y lleva el análisis lógico al terreno de la teología. En su Tratado sobre los principios de la Teología, establece una serie de principios al efecto: Dios puede hacer todo lo que puede hacerse sin contradicción. No debe afirmarse una pluralidad sin necesidad. Este segundo principio, conocido como navaja de Occam o principio de economía, obliga a buscar la explicación más simple a los fenómenos, lo que en sí es una crítica a todo el edificio de la escolástica. En cuanto a su filosofía política, sostenía que la autoridad del emperador no deriva del papa, sino de Dios a través del pueblo y que la legitimidad del poder descansa en el consenso popular. La filosofía Occamista germina ideas que serán fundamentales en la posterior tradición empirista: - La teología racional es una ciencia imposible porque no cabe afirmación alguna sobre la naturaleza de Dios. No podemos conocer la naturaleza de Dios, y menos aún establecer distinciones en ella. - También se muestra escéptico respecto a la psicología racional. Apelando a su principio de economía, lo más que podemos hacer es postular la simplicidad de la persona humana. - Énfasis en la lógica. Asume una postura consonante con su individualismo ontológico, afirmando que los términos universales son solo nombres. La universalidad es una suposición lógica dada en función de la predicación de un nombre a una pluralidad de objetos. - Apuesta por la investigación de corte experimental e inductivo. MODERNIDAD: PROBLEMA GNOSEOLÓGICO Y PROBLEMA ÉTICO-POLÍTICO Con la modernidad emerge un nuevo “asunto”: la cuestión del sujeto como eje del pensamiento moderno. Aunque historiográficamente con la Revolución Francesa se inicia la Edad Contemporánea, desde el punto de vista filosófico y de la historia cultural se considera que la modernidad continúa hasta las transformaciones socioculturales, tecnológicas y económicas que inducen la emergencia del paradigma posmoderno. Con modernidad, desde el punto de vista sociológico y filosófico, se alude a un proceso profundo de reconfiguración del sentido de la acción que involucra temáticas como la emergencia de la subjetividad, la diferenciación de ámbitos de validez normativa (ciencia, arte, religión, derecho, etc.), la ruptura del bloque ciencia-filosofía y la proliferación de ciencias, el desencantamiento del mundo, etc. La proliferación de estudios parece señalar que estamos ante una nueva realidad sociocultural. La modernidad sería así un fenómeno que emerge por afinidad electiva de procesos como el descubrimiento de América, la revolución científica, la Reforma Protestante y el Renacimiento. Problema gnoseológico: racionalismo y empirismo Los campos científicos que se consolidad en la modernidad son la astronomía, la física, la matemática y las ciencias naturales, y serán cultivados por muchos de los filósofos de esta época. Los autores racionalistas (Descartes, Leibniz, Pascal, Spinoza) tomarán por lo común el modelo de conocimiento de las matemáticas. En cambio, los autores empiristas tomarán más como modelo las ciencias naturales y aplicadas. Descartes (1596 – 1650) se distancia del pensamiento escolástico y es uno de los primeros filósofos en escribir en francés. Su filosofía es considerada la principal expresión del nacimiento moderno de la subjetividad. Partiendo de una duda metódica, busca definir el saber. Sólo podemos sentar la verdad de las proposiciones de modo absoluto cuando dicha verdad no depende para nada del testimonio de los sentidos, incluso cuando podemos prescindir de la carga que el observador aporte. El conocimiento en general ha de proceder, así, siguiendo el modelo de las matemáticas. De hecho, para los autores racionalistas, las matemáticas – y la búsqueda de una mathesis universalis, una suerte de lenguaje matemático universal que sirva de lenguaje a todo tipo de saber – son la fuente más plena de conocimiento de la realidad. Esto se hace evidente en Leibniz (1646 – 1716), quien sentará, en su búsqueda de tal lenguaje, importantes áreas de las matemáticas como la teoría de las combinaciones, el análisis infinitesimal o la topología. También es importante en otros autores como Spinoza (1632 – 167), que escribe una Ética demostrada siguiendo el orden geométrico. Esta hegemonía del proceder matemático se aprecia también en el modo en que Descartes busca asegurar la validez de sus conocimientos partiendo de las primeras evidencias posibles. Las reglas que Descartes propone para el método (evidencia, análisis, síntesis y enumeración), son reglas de aplicación claras en el terreno de la matemática y de la geometría analítica. Aplicando estas reglas, Descartes concluye que existen tres tipos distintos de ideas de cuya sustancia no se puede dudar: Ideas innatas: aquellas como la idea de Dios, la del yo pensante o la de extensión, que no podemos extraer de la experiencia por su propia naturaleza, pero tampoco son ficciones, por lo que han de ser innatas. Ideas adventicias o de experiencias: las ideas de los objetos que remiten a objetos externos a nuestra mente y que podemos constatar con los sentidos. Ideas facticias: que no son posibles en los sentidos, pero que combinan elementos de ellos (Centauro). Las más evidentes son las innatas, a partir de las cuales Descartes pretende construir el edificio del saber. En lo tocante a la antropología la ética, Descartes desarrolló dos grandes concepciones, consonantes con su consideración del método. Respecto a la antropología, parte de la concepción del alma como idea innata y cuya existencia está garantizada, pero concibe que se relaciona con el cuerpo mediante la glándula pineal. Las pasiones del alma confunden, por lo cual la razón ha de dominar las pasiones para producir una acción coherente y tendente al bien e interés de la propia persona. En lo relacionado a su concepción ética, afirma también una moral provisional (unas reglas morales hasta que se pueda fundar dicha ética al modo de la metafísica, siguiendo las reglas del método) que invita al conformismo y a la moderación, a la firmeza en las decisiones, a una regla no estoica, y al cultivo de la razón y progreso en la verdad como método para conquistar las virtudes. La solución empirista al problema del conocimiento sostiene que todo lo que hay en el entendimiento sale de los sentidos. Entre los empiristasdestacan Hobbes (1588 – 1679), Locke (1632 – 1704) y Hume (1711 – 1776). El empirismo de Hume no sólo sitúa una epistemología sensualista (de los sentidos). En términos éticos sostiene que la razón es esclava de las pasiones y sólo puede obedecerlas. La conducta moral del ser humano se cimienta en el sentimiento de simpatía que el ser humano tiene, del cual derivan todas las distinciones y juicios morales por procesos diversos. Para Hume la fuente primaria de todo conocimiento son las impresiones, que son un tipo de percepciones que se caracterizan por su viveza, pues penetran en nuestros sentidos con mayor fuerza que las ideas, que son copias debilitadas de las impresiones. Así, las percepciones pueden ser directas (impresiones) o indirectas (ideas), y se subdividen en simples y complejas, como así también en de sensación y de reflexión. Hume considera que el pensamiento funciona por leyes de asociación. Estas son de asociación por semejanza o de asociación por contigüidad (espacial o temporal) o por casualidad. A partir de ello, Hume procede a desmontar las grandes ideas de la metafísica racionalista como las ideas de Dios, alma o sustancia. Así: - La idea de sustancia es resultado de la unión mediante la imaginación de una colección de ideas simples. - La idea de Dios, en cuanto ser absolutamente bondadoso, inteligente y sabio, emerge de la reflexión sobre nuestras operaciones mentales, de modo tal que las llevamos al infinito. - La idea de un yo pensante (alma) es una colección de impresiones en perpetuo movimiento a las que nuestra imaginación atribuye identidad, subsistencia y permanencia. Problema ético-político: las teorías del contrato y el Estado Si para los antiguos y para los medievales la comunidad política es natural y previa al individuo, la modernidad ve desarrollarse las teorías del contrato. Se trata de construcciones que apelan a una construcción hipotética en la que la autoridad y legitimidad del Estado no derivan ni de su razón natural de ser ni de fuente divina alguna. La visión que Hobbes establece del contrato se inscribe en el individualismo posesivo. Concibe que en el estado de naturaleza cada hombre tiene derecho a todo, pero, al ser limitados los recursos, y dada la igualdad de capacidades humanas, se avecina un estado de guerra entre las personas (dado que el hombre es una máquina de desear que no tiene límites), por lo que deciden establecer un contrato según el cual ceden parte de su libertad a cambio de seguridad, y les otorgan a un soberano potestades sobre sus personas que de otro modo no cederían. Así nace la sociedad política y se concede poder al soberano. Locke, condicionado, al igual que Hobbes, por las guerras civiles británicas (1642 – 1648), inaugura la tradición moderna del liberalismo político al establecer la hegemonía de la sociedad civil sobre el Estado, así como la idea de la división y control entre poderes. En la concepción de Locke, las personas se unen en contrato no por miedo, sino para que el gobierno facilite la conservación de la propiedad privada. Para garantizar la libertad y propiedad de todos los miembros de la sociedad civil, Locke establece un principio de división de poderes. El poder legislativo es el supremo poder; el poder ejecutivo actúa cumpliendo lo que el legislativo establece (el poder judicial es parte del ejecutivo); finalmente, está el poder federativo (establece alianzas, tratados, firma la paz, declara la guerra con personas externas a la comunidad). Rousseau (1712 – 1778) quiebra el ideal de progreso tan sustancial a la modernidad y, en especial, a la ilustración. Otorga primacía al sentimiento sobre la razón y diseñará todo un proyecto pedagógico orientado a tratar de restituir en condiciones de civilización las bondades del régimen natural perdido para siempre. En dicha construcción, los seres humanos en su estado natural viven pacíficamente del producto de su trabajo, y serán las inclemencias y las turbulencias atmosféricas principalmente las que les llevarán a establecer un contrato social. Al unirse en contrato, los seres humanos conforman una voluntad general que es una fuerza moral y no solo la sumatoria de voluntades. El ideal roussoniano es el de una democracia participativa con delegación de poder, pero control cívico. LA SÍNTESIS KANTIANA Immanuel Kant (1724 – 1804), cuya obra es una síntesis integradora y superadora de las filosofías previas, e inauguradora de amplias lecturas posteriores, realiza un intento sistemático por abarcar los grandes ámbitos del saber, obrar y desear humanos. Podemos contemplar su obra como girando en torno a las siguientes cuatro preguntas: ¿qué se puede saber? de lo que se ocupa la metafísica, la teoría del conocimiento. ¿qué se debe hacer? que será abordada por la ética. ¿qué me es dado esperar? ámbito de la filosofía de la religión, pero también de la filosofía de la historia. ¿qué es el hombre? temática no exclusiva, pero sí central en la antropología filosófica. Los límites de la razón y los límites de la experiencia La síntesis de empirismo en la experiencia y racionalismo es una de las claves del pensamiento kantiano. El proyecto kantiano es un proyecto crítico, busca analizar las condiciones de posibilidad del objeto estudiado. Sus tres grandes obras contienen esta finalidad: La Crítica de la Razón Pura busca establecer cuáles son las condiciones de posibilidad de la metafísica como ciencia, mediante el análisis de las condiciones de posibilidad del conocimiento científico; La Crítica de la Razón Práctica señala qué condiciones se han de dar para que podamos hablar de moralidad, lo que hace que la voluntad pueda querer el deber moral; finalmente, La Crítica del Juicio busca conocer las condiciones que hacen posible el juicio estético como juicio del gusto. El proyecto crítico kantiano busca, pues, indagar en las condiciones de posibilidad del conocer, querer y desear, median el análisis de las facultades humanas del conocer, el querer y el desear. Para acometer tal proyecto, Kant utiliza un giro copernicano: antes de centrarse en el modo en que el objeto incide en el sujeto, busca desentrañar qué estructuras de la subjetividad permiten que el objeto se constituya como objeto. En La Crítica de la Razón Pura, Kant busca determinar si la metafísica es posible como ciencia, y concluye que no lo es. Esto no implica que no sea necesaria, ya que los objetos de la metafísica (Dios, alma y mundo) no son objetos de experiencia posible, pero son considerados por Kant como ideas trascendentales, que orientan la razón en su uso teórico y en su uso práctico. Comprender este posicionamiento de Kant exige diferenciar entre conocer (situarse en los límites de la experiencia) y pensar (que puede sobrepasar esos límites). De tal modo, los objetos de la metafísica son objetos del pensar. En el proceso de conocimiento se involucran dos facultades: - La sensibilidad, como facultad de recibir sensaciones de los objetos. - El entendimiento, como facultad de producir conceptos. Kant busca un análisis trascendental centrado no en los objetos, sino en el modo de conocerlos, y dictamina que, para construirse un objeto como objeto de experiencia (fenómeno), se precisa que éste esté situado en un espacio y en un tiempo. Kant analizará cómo el espacio y el tiempo son formas puras de sensibilidad, es decir, formas previas a que el objeto se dé en la experiencia sin las que no podríamos configurar intuición alguna sobre los objetos. Para establecer los conceptos que el entendimiento aplica, Kant se guía por la forma del juicio, de modo que de los tipos de juicio se establecen las categorías o conceptos fundamentales que aplica el entendimiento para conformar unidad a las sensaciones. En el juego entre sensibilidad y entendimiento se producen los objetos del conocimiento. Los juicios pueden ser: - Según surelación con la experiencia o con la fundamentación: a priori o a posteriori - Según la relación que se establece entre predicado y sujeto: analíticos (la idea que expresa el predicado está contenida en la idea que expresa el sujeto) o sintéticos (la idea que expresa el predicado NO está contenida en la idea que expresa el sujeto, son juicios ampliativos). En todo proceso de conocimiento juegan dos elementos fundamentales: el fenómeno (constitución de un objeto como objeto de conocimiento) y el noúmeno o cosa en sí (suerte de “soporte” del fenómeno). El imperativo categórico como fuente de la moral El ser humano es miembro de dos mundos: el de la naturaleza, mundo fenoménico, sometido a las leyes de la causalidad, a la heteronimia; y el mundo noumenal, inteligible, mundo de la autonomía y la voluntad libre y racional. Mientras la Crítica de la Razón Pura destierra los objetos de la metafísica como objetos de conocimiento, la Crítica de la Razón Práctica los introduce como objetos de la razón en su uso práctico. La libertad es condición de la ley moral; la idea de Dios y de inmortalidad del alma, condiciones para la aplicación de la ley moral. Son postulados que la razón, en su uso práctico, introduce para aseverar la conducta moral del hombre. La ética kantiana es una ética deontológica (del deber), rigorista, y se apoya en condición de autonomía. Kant enlaza deber, imperativo categórico, libertad y autonomía como fuentes de la ética. Los imperativos categóricos ordenan desde la voluntad: sólo una voluntad libre puede mandar sobre sí misma de modo absoluto. Por esto, la libertad se realiza mediante el imperativo categórico. La ética kantiana es una ética deontológica, una ética que rechaza el utilitarismo, el teologismo, y el consecuencialismo: lo bueno lo es por su relación con el deber, no por sus consecuencias. Kant busca una ética formal, es decir, una ética que no haga residir el fundamento de la moral en bien alguno, sino en el bien supremo, que es la buena voluntad. Pero la voluntad es absolutamente buena cuando actúa incondicionalmente, cuando lo hace por el deber mismo. Kant da tres formulaciones del imperativo categórico: - “obra según la máxima que pueda hacer de sí al mismo tiempo una ley universal”. - “obra con respecto a todo ser racional de modo tal que él valga al mismo tiempo en tu máxima como fin en sí mismo”. - “obra según máximas de un miembro que legisla universalmente para un reino de los fines simplemente posible”. LA ILUSTRACIÓN Por “Ilustración” se entiende habitualmente el modo de pensamiento dominante en Europa durante el siglo XVIII, o bien entre la Revolución Inglesa (1688) y la Francesa (1789). Se puede considerar la Ilustración como el periodo de implantación de la mentalidad burguesa. La Ilustración Francesa está marcada por el proyecto de la Enciclopedia (1751 – 1765), conducida por Diderot y D’alembert, que buscaba servir a la instrucción popular. El proyecto enciclopédico comparte rasgos centrales con el movimiento ilustrado: sentido crítico; apuesta por la explicación racional y científica; voluntad pedagógica; intención universalista. La Ilustración Francesa ha tenido un especial sentido histórico, pues la Revolución Francesa incorporó muchos de sus ideales en su lema “Libertad, Igualdad y Fraternidad”. – Rousseau, Voltaire, Montesquieu, etc. La Ilustración Inglesa, con figuras como Hume o Newton, supuso una visión naturalista y la apuesta por la sistematización científica, con ideas empiristas muy presentes. La Ilustración Italiana se caracterizó por el estudio de los problemas políticos y jurídicos. La Ilustración Alemana se orientó hacia una visión sintética, apostando por la sistematización del cuerpo de saber filosófico (Wolff y Kant), incluso en terrenos como la estética (Baumgarten). La Ilustración Española se sostuvo como un fenómeno más cultural que político, dadas las condiciones del poder absoluto y antiliberal de los sectores del poder económico y político. La Ilustración en Latinoamérica merece una mención especial, pues de algún modo el pensamiento de los libertadores y los mismos procesos de independencia tuvieron en el continente un lugar de experimentación privilegiado. ¿Qué es Ilustración? Kant, en su escrito “¿Qué es la Ilustración?”, de 1784, la define como un proceso que no sólo está presente en el contexto histórico que tratamos, sino como una condición del pensar humano mismo. Destaca el énfasis puesto en el elemento práctico: servirse de la propia razón. El optimismo de unas capacidades presentes en el ser humano, así como la voluntad de sometes a juicio y examen crítico absolutamente todas las nociones y sistemas de ideas. Es, entonces, además de un período histórico, una apuesta ético-política cuyo sentido algunos autores reivindican para nuestro presente. Rasgos del pensamiento ilustrado A juicio de Falgueras, los elementos básicos del modo de pensamiento ilustrado son: el ideal de emancipación, la concepción utópica de la realidad, el uso metódico de la crítica y el pedagogismo. Kant definía la Ilustración (no refiriéndose al movimiento ilustrado sino a una cualidad humana) como emancipación intelecual – primer elemento. El segundo elemento es la concepción utópica de la realidad, que viene del siglo XVI. La novedad propia de los ilustrados es la aplicación directa de la utopía a la realidad, es decir, la concepción de la realidad como utopía. El tercer elemento básico es el uso metódico de la crítica, entendida como discernimiento que implica necesariamente el examen o consideración atenta de un asunto, y el posterior juicio que recoge y expresa lo discernido de acuerdo con los criterios de verdad-falsedad, bondad-maldad, belleza-fealdad, utilidad-daño, etc. El cuarto elemento básico es el pedagogismo, de “formación”. Aquí se produce una paradoja práctica del pensamiento ilustrado: la emancipación generalizada viene a coincidir con el pedagogismo más férreo. A estos rasgos de la Ilustración, pueden añadirse: Confianza humanista y fe en el progreso Actitud racionalista Voluntad de comunicación y publicidad Compromiso crítico Laicismo en la concepción del espacio público Posiciones deístas Consideración de la religión como religión natural Fortaleza de posiciones empiristas Reivindicación del valor y centralidad de las ciencias.
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