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Adicciones_y_alcoholismo

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Universidad de Buenos Aires 
Facultad de Psicología 
 
Psicología Evolutiva Adolescencia. 
Cátedra 1- José Barrionuevo 
 
 
 
 
ADICCIONES; DROGADICCIÓN Y ALCOHOLISMO 
 EN LA ADOLESCENCIA. 
 
 
 
 
 
 
José BARRIONUEVO 
 
 
marzo 2015 
 
 
 
 José BARRIONUEVO 
 
 
ADICCIONES; DROGADICCIÓN Y ALCOHOLISMO EN LA ADOLESCENCIA. 
 
Los términos toxicomanía, drogadependencia o drogadicción suelen ser 
utilizados habitualmente como sinónimos para referirse a un estado psicofísico 
causado por la interacción de un organismo vivo con un fármaco o una sustancia, 
caracterizado por la modificación del comportamiento y otras reacciones, 
generalmente a causa de un impulso irreprimible por consumir una droga en forma 
continua o periódica a fin de experimentar sus efectos psíquicos. 
 
Usualmente, el término adicción está vinculado al consumo de sustancias 
psicoactivas, pero se ha extendido a otras situaciones que no requieren del consumo 
de ninguna sustancia, como el juego (ludopatía), la compulsión a la búsqueda de sexo 
o el uso de internet, y ha estado sometido a múltiples discusiones a lo largo de los 
siglos XX y XXI, siendo objeto de variadas definiciones que reflejan, más bien, el 
estado de ánimo social y político más que una discusión netamente científica. 
 
Consignamos en primer lugar la perspectiva de la psiquiatría sobre la 
adicción a drogas: 
 
La O. M. S., Organización Mundial de la Salud, define a la drogadicción como 
el consumo repetido de una droga que lleva a un estado de intoxicación periódica o 
crónica1. Y respecto del término droga propone utilizarlo para referirse a: “cualquier 
sustancia que introducida en el organismo es capaz de modificar una o varias de sus 
funciones”2. 
 
El DSM-IV, Manual Diagnóstico y Estadístico de los Trastornos Mentales, 
citando la definición de “droga” que propone la OMS, agrega algunas consideraciones: 
“es toda sustancia que introducida en el organismo por cualquier mecanismo 
(ingestión, inhalación de gases, intramuscular, endovenosa, etc.) es capaz de actuar 
sobre el sistema nervioso central del consumidor, provocando un cambio en su 
comportamiento, ya sea una alteración física o intelectual o una modificación de su 
estado psíquico”3. 
 
 En la última versión del Manual anteriormente citado, el nuevo DSM 5, se 
dedica un capítulo para considerar los, así denominados, “Trastornos relacionados con 
sustancias y trastornos adictivos”, aclarando por qué no se utiliza el término “adicción”: 
 
“Obsérvese que la palabra adicción no se utiliza como término diagnóstico en 
esta clasificación, aunque sea de uso habitual en muchos países para describir 
problemas graves relacionados con el consumo compulsivo y habitual de 
 
1
 O. M. S. (Organización Mundial de la Salud): “Manual sobre dependencia de las drogas”. 
1975. 
2
 O. M. S. (Organización Mundial de la Salud): “Manual sobre dependencia de las drogas”. Op. 
cit. 
3
 DSM IV “Manual Diagnóstico y Estadístico de los Trastornos Mentales”. 4ª edición. Barcelona. 
1995. 
http://es.wikipedia.org/wiki/Ser_vivo
http://es.wikipedia.org/wiki/F%C3%A1rmaco
http://es.wikipedia.org/wiki/Ludopat%C3%ADa
http://es.wikipedia.org/wiki/Siglo_XX
http://es.wikipedia.org/wiki/Siglo_XXI
http://es.wikipedia.org/wiki/OMS
sustancias. Se utiliza la expresión más neutra trastorno por consumo de 
sustancias para describir el amplio abanico de un trastorno, desde un estado 
leve a uno grave de consumo compulsivo y continuamente recidivante. Algunos 
clínicos preferirían utilizar la palabra adicción para describir las presentaciones 
más extremas, pero esta palabra se ha omitido de la terminología oficial del 
diagnóstico de consumo de sustancias del DSM-5 a causa de su definición 
incierta y su posible connotación negativa” 
……………………………………………………………………………………………. 
“Los trastornos relacionados con sustancias se dividen en dos grupos: los 
trastornos por consumo de sustancias y los trastornos inducidos por 
sustancias. Las siguientes afecciones se pueden clasificar como inducidas por 
sustancias: intoxicación, abstinencia y otros trastornos mentales inducidos por 
una sustancia o medicamento (trastornos psicóticos, trastorno bipolar y 
trastornos relacionados, trastornos depresivos, trastornos de ansiedad, 
trastorno obsesivo compulsivo y trastornos relacionados, trastornos del dueño, 
disfunciones sexuales, síndrome confusional y trastornos neurocognitivos)”4 
 
En cuanto a las formas de consumo de drogas, suele diferenciarse entre uso, 
abuso y adicción: 
 
Uso: este término supone un contacto esporádico u ocasional con la droga, con 
consumo circunstancial y en ocasiones determinadas. 
Abuso: reiterado consumo de drogas, recurriendo el sujeto a cantidades y/o 
frecuencia “que superan en mucho a las iniciales”5. Discontínuo o no, el abuso suele 
ser considerado un riesgo en cuanto a la posibilidad de facilitar el traspaso de los 
límites que lo separan de la adicción propiamente dicha. 
Drogadicción: dependencia, compulsiva y constante, de una sustancia de la 
cuál el sujeto no puede prescindir, ocasionando trastornos en lo físico y en lo psíquico, 
constituyéndose el sujeto en peligro para sí y para los demás. 
 
Etimológicamente, del latín a-dictio: ‘no dicción’ o sin palabras, el término adicto 
se referiría a alguien que sigue ciegamente al líder, sin criticarlo ni decirle nada, sin 
cuestionamiento. Luego se llamó addictus a un ‘esclavo’ por deudas, de allí addictio: 
‘adjudicación, cesión al mejor postor, consagración, dedicación’. En esta oportunidad 
nos referiremos a la adicción a las drogas, dejando las adicciones a computadoras, 
jueguitos u otras varias para otra ocasión. 
 
 
Adicción a drogas: 
 
 El consumo de drogas es tan antiguo como la historia de la civilización, 
utilizándoselas con fines diversos tales como para aliviar momentos de pesar o de 
tristeza o depresión, para acompañar festejos o durante ceremonias religiosas. Son 
diversas las causas o “motivaciones” del consumo así como también la consolidación 
de la drogadicción propiamente dicha. La diversidad de factores intervinientes en la 
aparición y desarrollo de las adicciones permite considerarlas un problema 
multicausal, determinado no solo por factores biológicos y psicológicos sino también 
por razones sociales y culturales. Una gran variedad de elementos contribuyen a la 
comprensión de la situación: la pobreza, la exclusión social, la inseguridad, la 
distorsión de valores, las carencias afectivas y las presiones en el ámbito laboral -entre 
 
4
 “Asociación Americana de Psiquiatría. Guía de consulta de los criterios diagnósticos del DSM 
5. Arlington, V. A. Asociación Americana de Psiquiatría. 2014” 
5
 Gobbi, S.: “Adolescencia y adicción”. Homo Sapiens ediciones. Rosario. 1993. pag. 42 
http://es.wikipedia.org/wiki/Lat%C3%ADn
otros factores de riesgo- que incrementan la vulnerabilidad, tanto social como 
individual para el desarrollo de las adicciones. 
 
Respecto de los tipos de drogas hay clasificaciones varias, si bien de manera 
sencilla y sintéticamente se las puede ordenar de la siguiente manera: 
 
Legales: son usadas por un alto porcentaje de la población. Las más 
frecuentes son: tabaco, bebidas alcohólicas, fármacos, anabólicos y esteroides. Y 
entre ellos los ansiolíticos, o tranquilizantes menores, que disminuyen la ansiedad, 
mitigando estados de zozobra, inquietud o agitación son fármacos que ocupan 
primeros lugares de venta entre los medicamentos en general. Deben adquirirse con 
receta archivada, pero es sabido que muchos consiguen dichos psicofármacos sin 
prescripción médica en un consumo masivo e indiscriminado. 
 Ilegales: son aquellas sustancias cuyo consumo está prohibido por ley, y 
pueden dividirse en tres grupos: 
Narcóticos o depresores: adormecen los sentidos al actuar sobre el sistema 
nervioso central (como la marihuana, el opio y la morfina).Una intoxicación aguda con 
estas sustancias causa vómitos y disminución de la agudeza sensorial. La heroína o 
“droga heroica”, heredera directa de la morfina, es denominada así por los 
Laboratorios Bayer, donde fuera creada, por su potencia o “magníficas” propiedades 
en tanto es tres veces más potente que la morfina. Al ser consumida generalmente por 
inyección intravenosa, puede producir intensa sensación de tranquilidad o sedación, si 
bien también causa estados de excitación o euforia. 
Estimulantes: la más conocida de estas drogas es la cocaína. Da resistencia 
física, pero acelera el ritmo cardíaco, provoca parálisis muscular y dificultades 
respiratorias que pueden desembocar en un coma respiratorio. Las anfetaminas son 
un producto de laboratorio sintetizado originariamente en Alemania a fines de del siglo 
XIX cuyo efecto más importante es el aumento de la actividad psicomotora, y que 
fuera utilizado durante la Segunda Guerra Mundial para levantar el espíritu combativo 
y la moral de la tropa así como para eliminar el cansancio. 
Alucinógenos: el éxtasis es el más consumido entre los jóvenes. Su 
peligrosidad radica principalmente en que puede causar la muerte por deshidratación o 
paro respiratorio. Por su parte, el L.S.D. o ácido lisérgico, no tiene circulación o 
consumo de importancia en nuestro país, es un alcaloide derivado de un hongo que 
ataca el centeno, descubierto por el químico suizo Albert Hofman en 1943, y provoca 
mareo, excitación y visiones de formas y colores vivos y cambiantes. 
 
Las drogas han estado presentes desde los comienzos de la historia de la 
humanidad, aunque con el paso del tiempo hayan ido cambiando el tipo de sustancias 
y las formas de consumo. Hoy la problemática de las adicciones se presenta como un 
fenómeno complejo, dinámico, en evolución, con indicadores propios como el inicio del 
consumo a edades cada vez más tempranas, la aparición de nuevas sustancias en el 
mercado -generadoras de un deterioro físico y psíquico cada vez más rápido- y 
diferentes patrones de consumo. 
 
Es claro que en las definiciones anteriormente enunciadas (en Manuales 
Diagnóstico y Estadístico de los Trastornos Mentales IV y 5 que utiliza la psiquiatría) 
el concepto subyacente es que la droga es la que hace adicto a un sujeto, el consumo 
reiterado lo convierte en adicto, e incluso éste es nombrado con su nombre: 
“drogadicto”, remarcándose el poder de la droga que llega a ser considerado 
incontrolable o demoníaco, proponiéndose la siguiente relación: 
 
 DROGA SUJETO (drogadicto) 
 
Desde la perspectiva que propone el psicoanálisis la relación se invierte: es 
el sujeto quien construye a la droga como tal, le otorga valor de droga. No es el 
drogadicto quien, en tanto consume reiteradamente una sustancia queda dependiendo 
de ella por su acción, por los efectos que produce, sino que el sujeto le da estatuto o 
lugar de tal a determinada sustancia que se constituye en droga para sí, pero puede 
no ser droga para otros. La relación sería entonces: 
 
 SUJETO DROGA 
 
Así pues, no es droga cualquier sustancia, sino la que el sujeto define para sí 
como droga, otorgándosele importancia al sujeto en esta relación. 
 
Veamos las consideraciones sobre las adicciones de Freud y de Lacan, y 
de otros psicoanalistas que abordaron el tema. 
 
Es posible ubicar los inicios del estudio sobre las adicciones desde el 
psicoanálisis en los trabajos de Freud sobre la cocaína6, pues si bien sus 
investigaciones se encuentran ubicadas en el terreno de la medicina en cuanto a los 
efectos anestésicos de la droga, su autor propone consideraciones sobre la relación 
entre la cocaína y lo anímico que son importantes remarcar y recuperar para estudiar 
las relaciones existentes entre lo afectivo y la utilización de sustancias tóxicas. 
 
En “Uber coca” y en “Coca” (escritos en julio y diciembre de 1884 
respectivamente), Freud se ocupa de investigar los efectos en lo físico del cloruro de 
cocaína, en dosis comprendidas entre 0,05 y 0,10 gramos, que consistiría en alegría y 
euforia constantes. Estudia, en el primero y más conocido de sus trabajos acerca del 
tema, las referencias sobre la planta de coca en la mitología de los pueblos indígenas 
de Sudamérica, y dice sobre sus propiedades:“…sacia al hambriento, hace fuerte al 
débil y permite al desgraciado olvidar su tristeza”. Y al referirse a las circunstancias en 
las que el indígena aumenta la dosis ordinaria, dice: 
 
“Cuando tiene que realizar un viaje difícil, cuando toma a una mujer, o, 
en general, siempre que sus fuerzas tienen que hacer frente a una prueba que 
exige un rendimiento mayor de lo normal, el indio aumenta su dosis ordinaria”7. 
 
 Su último trabajo de una serie de cinco dedicados al tema es titulado “Anhelo y 
temor de la cocaína” (julio de 1887), en un escrito en el cual se manifiesta la decepción 
y el abandono de expectativas que había sostenido respecto de la utilización de la 
cocaína como anestésico local en primera instancia y luego aplicada al tratamiento de 
dolencias psicológicas. Respecto de la utilización de la cocaína en las curas de 
supresión de la morfina, la indicación de reemplazarla por morfina tuvo consecuencias 
negativas, produciendo graves síntomas físicos y psicológicos y de allí la decepción 
que da título al escrito. Describe Freud en él: 
 
“Los pacientes empezaron a apropiarse de la droga por su cuenta y se 
convirtieron en adictos a la cocaína como antes lo habían sido de la morfina... 
Pronto se supo que la cocaína utilizada de esta forma es más peligrosa que la 
morfina. En lugar de un lento marasmo se produce aquí una deteriorización 
física y moral rápida, unos estados alucinatorios con agitación similares al 
delirium tremens, una manía persecutoria crónica, que en mi experiencia se 
 
6
 Freud, S. (1884/87): “Escritos sobre la cocaína”. Editorial Anagrama. Barcelona. 1980. 
7
 Freud, S. (1884): “Über coca”, en “Estudios sobre la cocaína”. Op. cit. pag. 94. 
caracteriza por la alucinación de pequeños animales que se mueven por la piel, 
y la adicción a la cocaína en lugar de adicción a la morfina. Tales fueron los 
tristes resultados obtenidos al tratar de expulsar al demonio por medio de 
Belcebú”8. 
 
 Aunque decepcionado, continúa sosteniendo Freud la conveniencia del uso de 
la cocaína, entre otros, en casos de melancolía acompañada de mutismo, que con 
aplicaciones de inyecciones de cocaína tuvieron evolución favorable, consiguiéndose 
que las pacientes, ya que investigó en mujeres, con este tratamiento volvieran a 
hablar. 
 
 Este último escrito marca el cierre de la investigación realizada por Freud sobre 
los efectos anestésicos de la cocaína. Sin embargo, no deja de preocuparse por el 
tema de las adicciones, pudiéndose encontrar planteos varios a lo largo de su obra 
respecto de las mismas y acerca de la droga. Así pues, en carta dirigida a Fliess, de 
fecha 22 de diciembre de 1897, sugiere Freud: 
 
“Se me ha abierto la intelección de que la masturbación es el único gran 
hábito que cabe designar «adicción primordial», y las otras adicciones sólo 
cobran vida como sustitutos y relevos de aquella (el alcoholismo, morfinismo, 
tabaquismo, etc.)” 9 
 
Para entender la enigmática afirmación de Freud respecto de la relación 
adicciones - masturbación, recurrimos a otro escrito freudiano de años más tarde 
refiriéndose al onanismo. En “Contribuciones para un debate sobre el onanismo”, en 
primera instancia plantea la diferencia: 
1- onanismo del lactante (todos los quehaceres autoeróticos al servicio de la 
satisfacción, sexual), 
2- onanismo del niño (derivado directamente del primero y fijado a zonas erógenas 
definidas), y 
3- onanismo de la pubertad (a continuación del anterior o separado de aquél por la 
latencia), 
 
Y refiriéndose a los daños que puede ocasionar al sujeto la práctica 
masturbatoria, planteaque desde el psicoanálisis habría que otorgar importancia a la 
“fijación de metas sexuales infantiles” y la permanencia en el “infantilismo psíquico”, 
refiriéndose a los perjuicios que ocasionaría el onanismo después de la pubertad o 
proseguido fuera de tiempo con intensidad. De sostenerse inmodificable pese al paso 
del tiempo, posibilitaría consumar en la fantasía desarrollos sexuales o desenlaces 
que no constituirían progreso sino formaciones de compromiso dañinas. En tanto en la 
pubertad es el momento en que la masturbación asume la función de ejecutora de la 
fantasía, en “reino intermedio” entre la vida ajustada al principio del placer y la 
gobernada por el de realidad, lo peligroso es que se sostenga cierto prototipo psíquico 
por el cual se mantiene la ilusión de que no habría necesidad de modificar el mundo 
exterior para satisfacer exigencias pulsionales. 
 
Afirma Freud textualmente: 
 
“Este daño parece imponerse por tres caminos distintos: 
 
8
 Freud, S. (1887): “Anhelo y temor de la cocaína”, en “Estudios sobre la cocaína”. Op. cit. pag. 
217. 
9
 Freud, S.: “Fragmentos de la correspondencia con Fliess”. Carta 79. Obras completas. 
Amorrortu editores. pag. 314. 
a) Como un daño orgánico, ejercido a través de un mecanismo desconocido, 
debiendo tenerse en cuenta al respecto los criterios, tan a menudo 
mencionados aquí, de la frecuencia desmesurada y de la insuficiente 
satisfacción obtenida. 
b) Por el establecimiento de un prototipo psíquico, al no existir la necesidad de 
modificar el mundo exterior para satisfacer una profunda necesidad. 
c) Por la posibilidad de la fijación de fines sexuales infantiles y de la permanencia 
en el infantilismo psíquico. Con ello está dada la predisposición a la neurosis 
(…) recordemos cómo la masturbación permite realizar, en la fantasía, 
desarrollos y sublimaciones sexuales que no representan progresos, sino sólo 
nocivas formaciones transaccionales…”10 
 
 En la drogadicción habría desmentida de la castración. Y si sostenemos desde 
el psicoanálisis, como afirma Lacan, que la castración quiere decir que el goce debe 
ser rechazado “para que pueda ser alcanzado en la escala invertida de la Ley del 
deseo”11, quedaría el drogadicto aferrado a un goce imposible, sin poder realizar el 
pasaje de lo pulsional a lo deseante. De allí la fuerza de la definición freudiana de la 
adicción como sustituto de la masturbación en la cual hay goce con lo que la pulsión 
reclama del goce perdido. 
 
Refiriéndose al malestar en la cultura, Freud define a los tóxicos como “quita-
penas”12 que permitirían esquivar los límites que la realidad impone al sujeto, 
refugiándose en un mundo que ofrecería mejores condiciones de sensación, en 
una definición que parecería tener relación con las ideas planteadas en la carta 79 a 
Fliess a la que hacíamos referencia, como existencia de un estado expectante referido 
a la pretensión del reencuentro de un estado mítico, de fusión con el otro 
materno, proveedor incondicional de alimento y dador de alivio y protección, 
“sentimiento oceánico”, dice Freud. En las adicciones se mantendría vivo el anhelo, y 
la sustancia intoxicante vendría al punto de sostener la ilusión de que el reencuentro 
sería posible. Sostiene Freud en “El malestar en la cultura”: 
 
“...es que al fin todo sufrimiento es sólo sensación, no subsiste sino 
mientras lo sentimos, y sólo sentimos a consecuencia de ciertos dispositivos 
de nuestro organismo. El método más tosco, pero también más eficaz, para 
obtener ese influjo es el químico: la intoxicación... Bien se sabe que con los 
“quita-penas” es posible sustraerse en cualquier momento de la presión de la 
realidad y refugiarse en un mundo propio que ofrece mejores condiciones 
para la sensación”13. 
 
¿A qué penar se estaría refiriendo Freud en estas expresiones, en las que 
podemos recalcar el lazo adicciones-masturbación o adicciones-autoerotismo, sino al 
referido al dolor por la primordial pérdida del objeto? 
 
Lacan nos orienta en esta línea al referirse al tema de la carencia del objeto 
como el resorte mismo que une al sujeto con el mundo14, pues, como ya Freud lo 
afirmara, es a partir de la pérdida que el niño es capaz de representar, y, en tanto el 
 
10
 Freud, S. (1912): “Contribuciones para un debate sobre el onanismo”. Editorial B. Nueva. 
pag. 477. 
11
 Lacan, J. (1960): “Subversión del sujeto y dialéctica del deseo en el inconciente freudiano”. 
Escritos I. Siglo Veintiuno editores. pag. 338. 
12
 Freud, S. (1930): “El malestar en la cultura”. Obras completas. Amorrortu editores. 
13
 Freud, S. (1930): “El malestar en la cultura”. Obras completas. Amorrortu editores. Op. cit. 
pag. 78 
14
 Lacan, J.: “La relación de objeto”. Seminario 4. Editorial Paidós. 
reencuentro es imposible, el desplazamiento, la metonimia al decir de Lacan, hace que 
el objeto pueda ser reemplazado, manteniendo en este movimiento la ilusión de haber 
hecho posible el reencuentro y sabiendo del auto-engaño simultáneamente. 
 
En “Duelo y melancolía”15, Freud sostiene que el duelo se singulariza en lo 
anímico por una desazón profundamente dolida, una cancelación del interés por el 
mundo exterior, por la pérdida de la capacidad de amar y por la inhibición de toda 
productividad. Es posible pensar que el adicto se sostiene en una primera posición 
propuesta por Freud para el duelo, oponiéndose a reconocer la pérdida, apelando 
a una cancelación tóxica al problema de la castración. 
 
En la drogadicción, cada uno a su manera, el intento es fugar, vía acto de 
inyectarse o de beber, de ese duelo inacabado, eterno, permanente, para el cual no se 
encuentra otra salida, congelando la serie “cobardía moral de la tristeza” - “pecado 
mortal de la manía”, de la que nos hablara Lacan, en el circuito tristeza o depresión - 
acto de drogarse que propondríamos como peculiar en la modalidad tóxica aquí 
estudiada. Como drogadicto, desde el psicoanálisis, se designaría a un sujeto 
que ha entablado cierto lazo con una sustancia, droga, y él mismo supone que 
por proclamarse de tal manera, como autodefinición, o como carta de 
presentación, los demás podrían construir los atributos relativos a su ser. El 
aceptar definirse como tal lo ubica, en bruta o masiva identificación, en cierto 
lugar de no falta, y la droga le facilitaría poder sortear el problema de reconocer 
las diferencias, incluídas en éstas las sexuales, le evita tener que vérselas con los 
enigmas fundamentales: muerte y sexualidad, con la falta y con lo des-semejante. Por 
lo contrario, desde el psicoanálisis, no es sino con ésto con lo que el sujeto se enfrenta 
permanentemente y encuentra su ubicación en relación con el problema de la 
castración según modalidades diversas, buscando la causa de su ser en ese 
posicionarse ante los enigmas. 
 
En la misma línea de pensamiento desde el psicoanálisis podemos ubicar la 
definición de Lacan sobre la droga, en Jornadas sobre Cartels, en 1976, como aquello 
que permitiría “escapar al casamiento del niño con su pequeño pipí”16, reformulando 
desde su conceptualización la idea de Freud en cuanto al refugio autoerótico buscado 
en los efectos que provoca la droga como intento de desmentir el juicio relativo a la 
castración. 
 
En otro espacio en el cual se refiere al fumar como adicción, en el Seminario 20 
“Aun”, Lacan, en un punto en el cual se encuentra intentando diferenciar signo y 
significante, dice refiriéndose al significante: “...el significante se caracteriza por 
representar un sujeto para otro significante”17. Y acerca del signo propone: 
 
“Cada quien sabe que si ve humo en una isla desierta, se dirá de 
inmediato que con probabilidad hay allí alguien que sabe hacer fuego. Hasta 
nueva orden, ha de ser otro hombre. El signo no es pues signo de algo, es signo 
de un efecto que es lo que se supone como tal a partir del funcionamiento del 
significante”18Más adelante, en el mismo Seminario, refiriéndose al fumador sostiene: 
 
 
15
 Freud, S.: “Duelo y melancolía” Obras completas. Op. cit. 
16 Lacan, J. (1976): Palabras de Apertura a Jornadas de Cartels. 
17
 Lacan, J. (1972): Seminario 20 “Aun”. Bs. As. Editorial Paidós. pag. 63. 
18 Lacan, J. (1972): Seminario 20 “Aun”. Bs. As. Editorial Paidós. pag. 64. 
“El humo puede muy bien ser también signo del fumador. Aun más, lo 
es siempre, por esencia. No hay humo sino como signo del fumador”19. 
 
Así pues, éste, el fumador, quien porta - soporta el fumar como signo, 
supone que con el hacer humo los otros podrán deducir los atributos relativos a su ser 
o intenciones propias, sin necesidad de recurrir a la palabra, y de tal manera hace 
signo y, como signo, no estaría representado por un significante. Esto se ve con 
mucha claridad en la clínica con drogadependientes, cuando quienes acuden a 
consulta llevando a quien se droga le atribuyen a su práctica drogadicta una 
intencionalidad, intentando encontrar y dar explicaciones a dicha conducta 
“autodestructiva”. Llamativamente, en tales circunstancias, el drogadicto, en sus casos 
más graves, no dice estar sufriendo por lo que le pasa, sino que son los otros los que 
se inquietan o se angustian y construyen hipótesis explicativas. Así pues, el fumar, que 
el fumador porta y soporta como signo, no representa un interrogante para el sujeto. 
Habría en ello la suposición de poder ser reconocido en su deseo que sería leído según 
un sentido otorgado por los demás, especulándose con el deseo del Otro como 
completud de reconocimiento. Pues, como el mismo Lacan dijera en otro seminario, el 
dedicado al tema de la angustia20, un signo es comprensible por todos, y quien lo emite 
cuenta con que el otro le atribuirá una intencionalidad o un deseo supuestamente puesto 
en juego. 
 
La droga ofrece un goce por el cual puede llegar a perderse el sujeto como tal, el 
sujeto de la palabra, re-jerarquizándose la dimensión de la necesidad en la adicción a 
drogas propiamente dicha. Podríamos pensar que es posible hablar de un “sujeto del 
goce”, que porta “la solución” por medio de la cual obtiene un goce que no pasa 
por el Otro. Goce remite a algo que está más allá del principio del placer, en un exceso 
o exacerbación de la satisfacción que se encuentra con la pulsión de muerte, en la 
repetición, que evoca la búsqueda “loca” del objeto perdido, del tiempo mítico del 
suministro incondicional, sin falta alguna. 
 
 
Conceptos de otros autores desde el psicoanálisis: 
 
Un concepto que podemos tomar para entender el fundamento de las adicciones 
es el que propone Winnicott, en “Miedo al derrumbe”, al enunciar la expresión “Agonías 
primitivas”, para intentar dar cuenta de un estado de cosas impensable, que remitiría a 
otro en realidad ya sucedido: una agonía original pero que el sujeto teme ocurra en 
cualquier momento, como si fuera por vez primera, y que alude a una muerte que se 
prolonga agónicamente y no se puede saldar21. En las adicciones a drogas el intento es 
escapar a ese estado anímico mortífero o devastador. 
 
Siguiendo esta línea de pensamiento, podemos citar el aporte de Sylvie Le 
Poulichet, en “Toxicomanías y psicoanálisis”, quien propone considerar a las 
toxicomanías como: 
 
 “...dispositivos de autoconservación paradójica, que organizan de 
manera transitoria o crónica cierta respuesta a las cuestiones de la falta y de 
la pérdida, independientemente de que haya sobrevenido una muerte 
real”22 
 
19
 Lacan, J. (1972): Seminario 20 “Aun”, anteriormente cit. pag. 64. 
20
 Lacan, J.: “La angustia”. Seminario 10. Op. cit. 
21
 Winnicott, D.: “Miedo al derrumbe”, en “Exploraciones psicoanalíticas”. Editorial Paidós, 
Bs.As. 1991. 
22
 Le Poulichet, S.: “Toxicomanías y psicoanálisis” Amorrortu editores. Bs. As. 1990. pag. 140. 
 
y también como: “...medios de salir del vacío o encontrarle otra forma”. 
 
Es importante destacar, a partir de la cita propuesta, que hablar de vacío, de 
falta o de pérdida, no supone que haya acontecido una muerte real. Este equívoco de 
considerar que el duelo sólo se produciría puntualmente ante la muerte de un ser 
querido, o por alguna relación que se corta, puede llevar a que en la clínica se ponga 
atención en las entrevistas iniciales a la detección de un suceso traumático o de 
alguna circunstancia que accione el proceso para otorgar sentido al estado de ánimo 
enunciado de depresión devastadora o inmenso vacío. Desde el psicoanálisis 
sabemos que cada una de estas pérdidas sólo recrean aquella primordial pérdida de 
objeto, que deja al sujeto expectante, temeroso, o, al decir de Winnicott, en agónica 
espera de que algo ocurra cuando en realidad ya ocurrió23. 
 
 
Drogadicción como patología del acto: 
 
Desde el psicoanálisis es posible afirmar que la drogadicción propiamente 
dicha no constituiría síntoma como tal, sino que se encontraría prioritariamente 
en la dimensión de las patologías del acto. En la adicción a las drogas el duelo o la 
angustia son evitados, siendo el anularlos con sustancias diversas la maniobra 
a la cual el sujeto recurre ante la imposibilidad de su procesamiento psíquico, 
ante la desesperanza o la desesperación para las cuáles no se cuenta con 
recursos sólidos o se duda de que lo sean. 
 
Remitimos para ahondar en la temática de la angustia, y respecto del 
síntoma, a un libro propuesto en la bibliografía de la cátedra24 en el que se exponen, 
además de la teoría, fragmentos de materiales clínicos y reflexiones sobre los mismos. 
 
En las patologías del acto, incluyéndose entre las mismas a los intentos de 
suicidio, a anorexia y bulimia veras, a las drogadependencias propiamente dichas o 
adicción a drogas y a bebidas alcohólicas, o la impulsión o la tendencia a pasar al 
acto en cualquiera de sus dimensiones, es el recurso utilizado en forma prioritaria 
en tanto si bien el sujeto en estas problemáticas habita el lenguaje no puede apelar al 
mismo en ciertas circunstancias en las cuales un pánico sin nombre, sin palabras, o 
una intensa depresión, devastadora, hacen imposible todo procesamiento psíquico con 
riesgo consiguiente de quedar a merced del goce del Otro, como objeto. 
 
Desde la perspectiva planteada anteriormente en cuanto a la función de la 
palabra podríamos decir que en las patologías del acto el sistema protector o 
entramado de contención constituido por el lenguaje tiene puntos de debilidad o 
fallas, no alcanzando para impedir que el sujeto quede a merced del goce del 
Otro, no pudiendo hacer uso del lenguaje o no teniendo eficacia el mismo para 
ponerle límite a dicho goce. Así, podríamos considerar que la drogadicción sería una 
configuración clínica que se despliega o presenta en cualquiera de las estructuras 
freudianas (neurosis, perversiones o psicosis). 
 
 
Respecto de los conceptos de acto, o actuar, acting out y pasaje al acto, desde 
conceptualizaciones de Freud y de Lacan en otro espacio25, al que remitimos, 
considerábamos sus peculiaridades. 
 
23 Winnicott, D.: “Miedo al derrumbe”, en “Exploraciones psicoanalíticas”. Op. cit. 
24
 Barrionuevo, J. Compilador (2012). La angustia en la clínica con adolescentes. Editorial 
EUDEBA. 
 
Las patologías del acto se construyen como configuraciones clínicas o 
recursos destinados al intento de eludir la angustia desbordante o la intensa 
depresión que imposibilitan todo procesamiento psíquico, desdibujado el 
fantasma, acudiéndose a recursos que se encuentran en la gama del acto o del 
actuar, en un decir sin palabras que adquiere envergadura de repetición 
producido un cortocircuito en el pensar. En tal caso habría devaluación de la 
dimensión simbólica, y no se podría hablar de síntoma propiamente dicho, desde una 
perspectiva psicoanalítica. El acto, en cualquiera de sus formas, se encuentra por 
fuera de la dimensióndel lenguaje, buscando el sujeto por su intermedio un atajo o 
desvío que eluda la angustia que no ha podido ser tramitada por la vía del síntoma o 
procesada en el pensar. 
 
 
Drogadicción y alcoholismo en la adolescencia. 
 
Para referirnos al tema de las adicciones en la adolescencia propondría una 
primera diferenciación en cuanto al consumo de drogas y bebidas alcohólicas que 
puede presentarse en la adolescencia y la drogadicción o el alcoholismo propiamente 
dichos, remitiéndose a un libro en el cual se otorga mayor espacio a la misma26. 
 
La diferencia entre ambas posiciones se sostiene en la intención, inconciente, 
puesta en juego: 
 
-hacerlo por placer o buscando encontrar fuerzas cuando las propias flaquean, 
en búsqueda de sostén identificatorio, como primera posición. 
-o bien cuando se ubica a la sustancia en el intento de reforzar el esfuerzo 
desmentidor o renegatorio, patológico, ante la ley en sus diversas manifestaciones, en 
la otra. 
 
Desarrollemos esta diferencia. 
 
Las drogas pueden aparecer durante la adolescencia ante el replanteo de la 
posición subjetiva, cuando el trabajo de duelo o los desbordes de angustia se 
presentan como costosos o insalvables. Enfrentado a la estructura opositiva falo-
castración el sujeto en distintos momentos de su vida puede buscar atajos o eludir 
afectos desbordantes. Es entendible entonces que en caso de los adolescentes el 
apego a drogas se presente en relación con las dificultades inherentes a la tramitación 
de los duelos a los que diversos autores hicieran referencia repetidamente. 
 
Las sustancias intoxicantes vendrían al lugar de facilitar una sutura ante 
dificultades propias del esfuerzo identificatorio en ciertos sujetos y en 
determinadas situaciones de pérdida importantes; en este caso pensamos en la 
adolescencia: cuando se plantea la exigencia de tener que abandonar la 
seguridad del mundo endogámico de la infancia y ante el juicio que enuncia la 
posibilidad de muerte del padre, muerte de los padres de la infancia, 
combinatoria que lo enfrenta a la soledad y a la desprotección aterradoras. 
 
Podemos afirmar a grandes rasgos que lo que subyace a la problemática del 
consumo de drogas en su extremo de la adicción es una devastadora depresión o bien 
pánico o angustia desbordante, en un sujeto que no encuentra palabras para 
 
25
 Barrionuevo, J. (2011). Adolescencia y juventud. Editorial EUDEBA. 
26
 Barrionuevo, J. (2010). Drogadicción en la adolescencia. Gabas editorial. 
procesarlos, intensa depresión o sensación de tedio imposible de soportar, o bien 
pánico o desesperación, afectos distintos puestos en juego ante los cuales el sujeto 
puede recurrir a drogas como “la” solución. 
 
Nótese también que preferimos referirnos a “drogas”, evitando hablar de “la 
droga”, en tanto las diferentes sustancias pueden provocar sensaciones diversas: 
estimulando, tranquilizando o produciendo alucinaciones, inclinándose el sujeto por 
una u otra de acuerdo a la pretensión de lograr un estado de ánimo que no puede 
conseguir por medios propios. 
 
Definidas por Freud como “quita-penas”, las drogas facilitan al sujeto poder 
escapar al peso de la realidad, refugiándose en un “mundo que ofrece mejores 
condiciones de sensación”, buscando a través de la intoxicación que provoca la 
sustancia eludir o aliviar el dolor que el vivir supone. Así, en las toxicomanías o en la 
drogadicción propiamente dichas la pretensión es enfrentar o cuestionar imperativos 
categóricos que dicen de límites que la cultura impone a todo aquel que quiera 
pertenecer a ella, pero, fundamentalmente, supone un intento de desconocer la 
distancia entre el yo y el ideal y como consecuencia el juicio referido a la necesariedad 
del morir personal. Estamos hablando, digámoslo con otras palabras, de falta, de 
castración, ante lo cual irrumpe la angustia, el terror desbordante, o bien el sujeto se 
sume en amarga desazón, de lo cual se pretende “salir” apelándose al consumo de 
drogas al no poder procesar el afecto por medio del pensar, psíquicamente. 
 
El así llamado drogadicto no hace más que hablar de su cuerpo y de su 
práctica drogadicta cuando llega a consulta, generalmente llevado por familiares o 
amigos, no dejando espacio para la duda en tanto ésta enfrenta al vacío, al 
desconocimiento, erigiendo en su lugar la certeza del goce que le provee la sustancia 
elegida. Este es uno de los problemas que se enfrenta en la clínica, y que durante 
mucho tiempo hizo que se considerara imposible el tratamiento psicoterapéutico al 
estar en esta problemática renegado el valor de la palabra. Hoy proponemos desde el 
psicoanálisis no retroceder ante las drogadependencias y trabajar con el paciente en 
procura de la constitución del síntoma, es decir, algo que desde el discurso del sujeto 
suponga el reconocimiento de cierto sufrimiento y el propósito de interrogarse acerca 
de ello. 
 
Las bebidas alcohólicas, como otras drogas, se encuentran presentes desde 
tiempos inmemoriales en la historia de la humanidad. En el beber circunstancial en 
festividades varias o en simples reuniones de amigos el vino o la cerveza suelen 
oficiar de facilitadores del acercamiento entre quienes circula, al producir rebajamiento 
de la censura a través de sus efectos embriagadores. 
 
“Tomo para animarme...”, o, “...nada mejor que una buena birra para 
poder hablarle a una mina, me salen solas las palabras...”, 
 
son expresiones que suelen escucharse en algunos jóvenes al ser preguntados sobre 
por qué beben. 
 
“Con la pinta no alcanza, por eso cuando tomo tengo un verso bárbaro!!! 
y me gano todas las minas que quiero!!!”, decía otro adolescente. 
 
En muchas de estas frases hay referencias a obstáculos a salvar, pudiéndose 
pensar desde el psicoanálisis en la existencia de un esfuerzo identificatorio con aquel 
que se transformaría al beber. Beber para “animarse”, para “levantar el espíritu”, o que 
se llame a las bebidas alcohólicas de alta graduación: "espirituosas", son expresiones 
que merecen ser tenidas en cuenta y que remitirían a una pretendida “transformación” 
en un ánima o en un espíritu, en un “ser” que se encuentra más allá de lo humano, que 
puede traspasar todas las barreras que limita a un simple mortal. 
 
Respecto de qué se entiende por “espíritu”, para pensar en el poder que 
otorgan las “bebidas espirituosas”, encontramos consultando un diccionario de lengua 
castellana la siguiente acepción: “Ser inmaterial...”. “Don sobrenatural y gracia especial 
que suele dar Dios a algunas criaturas...” Y en cuanto al significado de “ánima”: “… del 
griego ánemos: soplo,… alma que pena en el purgatorio. Parte hueca y vana de 
algunas cosas” 
 
Podríamos proponer entonces, como primera aproximación, que las bebidas 
espirituosas tendrían desde esta perspectiva la "virtud" de dotar a quien bebe de las 
fuerzas necesarias para triunfar sobre los límites materiales, al darle “ánimo”. Esta 
operación supondría, desde lo inconciente, la pretensión de tener éxito en el esfuerzo 
por oponerse a la existencia de una realidad traumatizante o desquiciante, que 
cuestiona el propio sentimiento de sí, con la creación de un “doble” al que por 
proyección se adjudica la victoria sobre la muerte y a cuya imagen se supone poder 
transformarse al beber. Freud afirma que el doble sería una formación oriunda de 
épocas primordiales, y que implicaría una lógica del sentimiento yoico en que no 
habría deslinde neto del mundo exterior ni "del Otro", dice textualmente, y escribiendo 
Otro con mayúscula inicial, recurso de la duplicación para protegerse del 
aniquilamiento, como "enérgica desmentida del poder de la muerte" que hunde sus 
raíces en la concepción del animismo que se caracteriza por llenar el mundo de 
espíritus humanos, la omnipotencia del pensamiento y la técnica de la magia basada 
en ella.En su escrito “Lo ominoso”, Freud sostiene al respecto que estas últimas 
serían: "...creaciones todas con las que el narcisismo se protegiera ante el inequívoco 
veto de la realidad", 
 
Cuando se sostiene, por ejemplo, que el vino “anima”, o levanta el “espíritu”, la 
expresión se estaría refiriendo al anhelo de lograr nuevas fuerzas allí donde el deseo 
vacila, sosteniendo la representación de sí del sujeto acorde a un ánima, a un espíritu, 
a un otro de hablar fluído, de mejor talante, animoso, emprendedor y arriesgado, en 
una transformación que el líquido facilitaría con sus efectos. 
 
Hasta aquí, podríamos decir, es clara la relación de los jóvenes, y de los no tan 
jóvenes, con las bebidas alcohólicas como recurso buscado cuando el valor flaquea, 
pudiéndose pensar que en forma circunstancial, o incluso recurrente durante cierto 
tiempo, pueden ser buscadas como garantía supuesta de sostén identificatorio en el 
trabajo de procesamiento de duelos “adolescentes”. 
 
Por su parte, en el extremo del alcoholismo se marcaría el exceso en la 
pretensión de encontrar un reaseguro, vaso tras vaso, botella tras botella, ante la 
inevitabilidad con la que la muerte se presenta como límite para la propia existencia. 
La desconexión que sigue al exceso en la borrachera, y luego la depresión y la resaca, 
mostrarían en su secuencia lo fallido del intento y la eficacia del accionar de la pulsión 
de muerte en la búsqueda de la bebida nuevamente, en forma compulsiva. En el 
alcoholismo en sus casos más graves se caería como estado final en la borrachera en 
un estado estuporoso, con amnesia parcial o total de lo ocurrido, como expresión 
evidente de una retracción narcisista tras los intentos fallidos de fundirse 
amorosamente con los otros, con declaraciones pasionales, abrazos y besos. 
 
El “mamarse” o el “ponerse en pedo”, como se dice comunmente, tomando 
expresiones populares, marcaría el fracaso del intento desmentidor de la identificación 
con un doble supuesto en el beber “para darse ánimos”, y tras la manía muestra al 
sujeto borracho en un mortífero encierro gozoso y a expensas de accidentes por obra 
del accionar de la desestimación, que es defensa a la que se apela para abolir o no 
dar lugar al reconocimiento de los peligros que pueden poner en riesgo la propia vida. 
No sería en este caso búsqueda de lograr un sostén allí donde el sujeto siente que sus 
fuerzas están débiles, sino intento de borrarse del mundo, desconectarse. 
 
En el alcoholismo propiamente dicho se busca "nada", no se intenta reforzar 
sentimiento de sí, o identidad, sino la búsqueda es desaparecer. Hasta "ponerse en 
pedo" el sujeto no se detiene. La borrachera, el "mamarse", la peligrosa pérdida del 
control “cuando los litros te voltean", al decir de un adolescente en entrevista, marcan 
el fracaso del esfuerzo desmentidor de la identificación con el doble al que aludíamos 
en espacio anterior. Y podríamos decir que en el exceso del beber, en la borrachera, el 
sujeto queda arrojado o caído, como organismo, en un encierro autoerótico, 
"mamado", atrapado en el goce. 
 
La cuestión es desdramatizar el problema, aunque tampoco desentenderse del 
mismo, manteniéndolo en su justo lugar, tanto en el terreno del beber como en el tema 
de las drogas, porque suele confundirse el consumo con la adicción. Uno y otra: 
consumo o adicción vera o propiamente dicha están diciendo de una posición del 
sujeto respecto de la vida y de la muerte, o, como lo diríamos desde el psicoanálisis, 
en cuanto al límite, a la castración. Por cierto, sería algo más que una “conducta” más 
o menos peligrosa que “se debería intentar cambiar”, tal como puede sostenerse 
desde otra línea de pensamiento, pues lo que está en cuestión es el ser, el sentimiento 
de sí del sujeto, y un problema para el cual en los casos más graves no se resuelve ni 
con ortopedia o recursos mágicos, sino, desde el planteo psicoanalítico, con un 
sostenido trabajo clínico a través de la palabra para que en su discurrir el sujeto pueda 
ir descubriendo su propio deseo. 
 
Escribiendo sobre el amor Freud sostiene que algo en la naturaleza misma de 
la pulsión es desfavorable a la satisfacción plena; siempre falta un tanto para ser 
completa, lo cual genera y estimula una constante búsqueda de objeto a objeto en la 
vida amorosa de los hombres que hasta puede convertirse en "patología de la vida 
cotidiana". 
 
Pero lo que sucede en el amor, sugiere el creador del psicoanálisis, no ocurriría 
en el caso del bebedor que mantiene una fidelidad absoluta para con su objeto de 
amor, la bebida, con la cual construye una relación armoniosa, un modelo de 
"casamiento feliz" al decir de Freud, de perpetua y apasionada luna de miel. Sólo en 
los momentos de pasión el enamorado, así como el toxicómano bajo los efectos de la 
droga, tiene la ilusión de haber reencontrado el objeto perdido; vana pretensión. 
Luego, la vida diaria de relación le marca el auto-engaño y puede producir reacciones 
patológicas, y, así como el don Juan o la alegre casquivana, pasar de un partenaire a 
otro, de frustración en frustración después del inicial romance o del deslumbramiento, 
oponiéndose a reconocer que siempre algo falte para la felicidad total. 
 
El bebedor, por lo contrario, es fiel, porque su amor encuentra la respuesta 
siempre lista y satisfactoria en la bebida. Y es fiel porque supone haber encontrado "la 
solución", una solución intoxicante, un matrimonio feliz, sin desavenencias ni 
desencuentros, en fin: una respuesta que el tóxico procuraría al problema de la 
castración. 
 
Pero, ¿qué sucede en el caso de los adolescentes?, pues ese es en este 
espacio el tema propuesto, ¿pueden concretarse, paradójicamente, matrimonios 
precoces o bien apasionados noviazgos pasajeros en el contacto con las bebidas 
alcohólicas? 
 
Enfrentado a una encrucijada fundamental en la vida del sujeto que supone una 
fuerte conmoción estructural, el adolescente debe procesar el desasimiento de viejos 
lazos de amor, procurándose nuevos emblemas identificatorios para "ser", en un punto 
en el cual el fantasma vacila y la búsqueda de un lugar simbólico peculiar y diferente al 
del niño que ya no es, se convierte en ardua labor. La sensación de inermidad está 
presente en no pocos momentos, y los debilitados soportes identificatorios hacen que 
los duelos sean pesada carga en lo habitual. 
 
Entonces, también en la adolescencia, el lazo con la droga o con las bebidas 
alcohólicas puede ser noviazgo, uno de tantos, o instalarse como casamiento sin 
separación posible o con divorcio complicado. 
 
Noviazgo ocasional: intento de identificación con un doble en procura de 
entablar lazo social en el beber "para levantar el espíritu", "para "darse ánimos", o 
matrimonio feliz, estable y duradero: artimaña líquida fallida para esquivar la falta en el 
bebedor empedernido. Este último elegirá esta vía al no poder soportar no hallar 
satisfacción plena, sin resquicios. 
 
Muchos, la mayoría, coquetearán o se pondrán de novios con las bebidas 
alcohólicas para con su ayuda intentar acercarse al otro, porque es el amor lo que se 
pone en juego, o no, según venga de o se quede en el estómago, como dijera Lacan. 
 
 El dolor psíquico, intolerable, exigiría en ciertos sujetos, o en algunos sujetos 
en ciertas oportunidades, el intento de su cancelación, en un movimiento impulsivo 
que, en muchos casos, revitalizando la lógica de la necesidad, urgiría la incorporación 
del líquido en grandes cantidades cotidianamente, mientras que en otros sólo 
sustituiría la debilidad de un sostén identificatorio en determinado momento de su vida 
y ante ciertas circunstancias en que se pondrían en juego sus fuerzas sentidas como 
insuficientes. 
 
Es especialmente rico en este punto el desarrollo que Freud hace en el 
anteriormente citado escrito: "Sobre la más generalizada degradación de la vida 
amorosa", cuando después de definir la relación de los alcohólicos con la bebida dice 
que evocaríala armonía más pura, como un modelo de matrimonio feliz o dichoso, 
preguntándose luego por qué la relación del amante con su objeto sexual sería 
diferente. Líneas atrás encontramos un intento de respuesta a su interrogante al 
sostener que el fundamento del alcoholismo estaría dado por: "...una inhibición en la 
historia del desarrollo de la libido", aclarando en otro punto del citado trabajo que dicha 
inhibición estaría relacionada con: "...una fijación incestuosa no superada a la madre o 
a la hermana". No se daría pues, desde la lectura de Freud, en tales casos, el pasaje 
de la elección de objeto infantil primario a los nuevos objetos sexuales, trabajo 
especialmente importante, lo sabemos, para el sujeto adolescente en su camino hacia 
la exogamia. 
 
Ahora bien, en cuanto a la drogadicción, como planteábamos respecto del 
beber, unos porros o unas líneas no hacen a alguien drogadicto. Las drogas 
despiertan sensaciones varias: placenteras, tranquilizadoras, inquietantes, o pueden 
producir alucinaciones, y cada quien puede acercarse a ellas y consumirlas en 
diversas medidas, sin que la cantidad sea lo definitorio para pensar en la existencia de 
una adicción, pues el sujeto puede ser libre de hacerlo y de dejar de hacerlo en tanto 
la droga no sostenga su ser. Freud decía con toda claridad, en "El malestar en la 
cultura", que el hombre necesitaba de “lenitivos” para aliviar el dolor que el vivir 
supone. Se considera drogadependencia o drogadicción “vera” cuando el 
consumo de drogas está al servicio de reforzar la desmentida o la oposición a la 
ley en todas sus expresiones, que, decíamos tramos atrás, nos habla de una 
posición ultra-desafiante del sujeto ante la falta. 
 
Podríamos decir, recurriendo a conceptos que propone Lacan, que en la 
problemática de las patologías del acto, drogadicción y alcoholismo incluídos en 
ellas, habría un déficit importante en la función paterna, en el significante del 
Nombre del Padre, de dimensión o categoría diferente a su ausencia en las 
psicosis. En este caso el sujeto no posee sostén identificatorio suficientemente fuerte 
como para "bancarse" o soportar la angustia o la depresión. 
 
Es necesario remarcar o subrayar, además, que la clínica psicoanalítica, por 
supuesto incluída en ella la de las adicciones, toma en cuenta a cada sujeto, evitando 
generalizaciones empobrecedoras, siendo los conceptos que desarrollamos sólo 
instrumentos que nos permitirán entender cómo un consumo (incluso excesivo) puede 
presentarse ante situaciones denominadas “de crisis”, y mantenerse o desaparecer, 
según el caso, pasado cierto tiempo, sin consolidarse como drogadependencia, en 
algunos, o bien consolidarse como patología del acto, en otros. 
 
Desde el psicoanálisis se jerarquiza el discurso del sujeto que consulta, 
estando el profesional tratante, o el que recibe una consulta, atento al decir del 
paciente, y desde mi perspectiva, como psicoanalista, considero que en cuanto a ésta 
y a otras problemáticas es importante el intercambio entre profesionales de diversas 
disciplinas. En muchas ocasiones el trabajo del psicólogo, del psicoanalista, con 
profesionales de servicio social, nutricionistas, médicos toxicólogos, u otros, es 
imprescindible. Lo importante en el trabajo interdisciplinario es valorizar otras ópticas o 
lecturas del problema a resolver, reconociendo que la propia es sólo una de ellas. 
 
Para concluir, como síntesis posible, planteemos las diferencias hasta aquí 
enunciadas: 
 
* Hay casos en los cuales el consumo se inicia probando drogas, incitado 
muchas veces por el grupo de amigos, o bien recurriendo al tóxico en situaciones 
puntuales inmanejables circunstancialmente, o incluso consumiendo sólo por placer. 
No podríamos sostener que por el hecho de que haya consumo de drogas se pueda 
hablar de un “caso” de drogadependencia, en tanto en esta circunstancia la droga 
puede presentarse como refuerzo del sostén identificatorio durante un tiempo y luego 
es abandonada u ocupa un lugar accesorio según la elaboración en cada quien 
realizada. 
 
* El problema se plantea cuando el “ser drogadicto” se instala como carta de 
presentación con la que supone el otro debe poder construir los atributos relativos a su 
“ser”, y es “la” solución que se construye para, supuestamente, responder a los 
enigmas de la vida, a los límites o a la castración. Estaríamos en tan circunstancia en 
presencia de lo que denominábamos “patologías del acto”. En ellas el sujeto no 
soporta las diferencias y recurre la droga que las borra pues iguala a todos: 
“drogadictos”, “del palo”, y el sujeto se muestra poseedor de certeza, sin preguntas, 
porque las dudas, los interrogantes, angustian en tanto dicen de la falta, de la 
castración, de la muerte. Y a través del acto, del actuar, en alcoholismo o en 
drogadicción, así como en otras patologías del acto, se intenta eludir o borrar intensa 
angustia o desvastadora depresión. Se instala la creencia de ser dueño de un saber 
sin fisuras para el cual no son necesarias las palabras, perdiendo éstas valor de 
intercambio, aunque muchos piensan que existe diálogo en los grupos de drogadictos. 
En realidad, a la palabra los drogadependientes le atribuyen una cualidad especial: 
que permitiría la transmisión de pensamiento, suponiendo que, mágicamente, con una 
palabra se puede decir “todo”, conformándose de esta forma la jerga de los “drogones” 
con palabras-frases, algunas de cuyas expresiones son adoptadas por los jóvenes y 
luego se extienden en el uso popular. Freud decía en esta línea de pensamiento, en 
una carta a un colega, que los toxicómanos no podían abandonarse al juego de la 
palabra, en expresiones que podríamos enlazar a su definición de las drogas como 
“quita-penas” que permitirían construir un mundo optativo, desde la ilusión, en el cual 
refugiarse evitando la angustia. 
 
En la actualidad el problema de la drogadicción adquiere dimensión diferente a 
las de otros momentos histórico-socio-culturales, y el drogadicto se presenta como el 
mejor adaptado a las reglas del consumo. Es el “mejor alumno”, obediente, y por ello 
dependiente aunque suponga ser abanderado de la rebeldía. Y es dependiente no 
sólo ya de la droga, sino, fundamentalmente de un Otro social que le vende la 
posibilidad de logro de la inmediatez del goce, éxito individual y solitario, casi sin 
mayores esfuerzos, sólo con poder comprar u obtener y consumir una mercadería 
llamada “droga” que lo aloja en ese otro mundo de “ser drogadicto”. 
 
 
 
Bibliografía: 
 
Barrionuevo, J. (2010): “Drogadicción en la adolescencia”. Bs. As.: Gabas editorial. 
Barrionuevo, J. (2011). Adolescencia y juventud. Editorial EUDEBA. 
Barrionuevo, J. Compilador (2012). La angustia en la clínica con adolescentes. 
Editorial EUDEBA. 
Freud, S. (1884/87): “Escritos sobre la cocaína”. Editorial Anagrama. Barcelona. 1980. 
Freud, S. (1896): “Fragmentos de la correspondencia con Fliess”. Carta 79. Obras 
completas. Amorrortu editores. 
Freud, S. (1930): “El malestar en la cultura”. Obras completas. Amorrortu editores. 
Lacan, J. (1976): Palabras de Apertura a Jornadas de Cartels. 
Lacan, J. (1972): Seminario 20 “Aun”. Bs. As. Editorial Paidós. 
Le Poulichet, S. (1990): “Toxicomanías y psicoanálisis”. Bs. As.: Amorrortu editores. 
Bs. As. 1990. 
Winnicott, D. (1991): “Miedo al derrumbe”, en “Exploraciones psicoanalíticas”. Bs. As.: 
Editorial Paidós,

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