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La Psicología Positiva va a la Escuela Positive Psychology goes to School Bernardo Moreno Jiménez & Macarena Gálvez Herrer @ Universidad Autónoma de Madrid Resumen Se hace en este artículo una revisión histórica sobre el surgimiento del campo de la “Psicología Positiva”, de los aspectos que la caracterizan, y se propone la necesidad de abordar estos temas en el marco de estudio de los procesos de la personalidad. Al proponerse la psicología positiva como contexto de la “escuela saludable”, se supone que ésta se transforme en “escuela positiva”, formando para la vida feliz en la cotidianidad de las personas que la conforman y giran en torno a ella, abordando grandes asuntos teóricos y otros sencillos como la humildad, la compasión, la gratitud, el perdón y la prudencia, y de formar para la sabiduría, trascendiendo a su labor puramente instrumental de transmisión de conocimientos. La inteligencia social y el autocontrol se consideran los dos medios esenciales para el desarrollo de las virtudes y de las fortalezas inherentes a las metas de felicidad y sabiduría que se propone privilegiar en el medio escolar. La escuela es un escenario que también debe preparar a la persona para el afrontamiento de la adversidad, razón por la cual se incluye en este artículo el análisis de la resiliencia como un tema complementario a los otros temas propios de la psicología positiva. La inevitable sinergia entre escuela y psicología positiva constituye la principal conclusión del presente trabajo. Palabras claves: Psicología positiva, escuela saludable, felicidad, sabiduría, resiliencia. Abstract A historical review on the origins of the field of ‘Positive Psychology’ is presented in this paper, emphasizing its characteristic topics, and the need to address these topics is proposed in the framework of the study of personality processes. By proposing positive psychology as a context for ‘healthy school,’ it is argued that it should become a ‘positive school,’ educating for happy life in the everyday situations of the people composing it and living within it, and addressing broad theoretical issues as well as simple ones as humility, compassion, gratefulness, forgiveness, and prudence, and also by educating for wisdom, transcending thus a purely instrumental role of transmission of knowledge. Social intelligence and self-control are considered two essential means for the development of virtues and strengths necessary to the goals of happiness and wisdom that are proposed to be emphasized in schools. Schools should also educate their students for the coping to adversity, and for this reason the analysis of resilience is also included here as a complementary topic to those of positive psychology. The main conclusion of this paper is related to the unavoidable synergy between school and positive psychology. Keywords: Positive psychology, healthy school, happiness, wisdom, resilience. @ Departamento de Psicología Biológica y de la Salud, Madrid, España. E-mail: bernardo.moreno@uam.es. Recibido: 20/11/2009, Enviado a pares: 21/11/2009 & Aceptado: 28/02/2010 L a Psicología Positiva es un logro de madurez y desarrollo, también el resultado de una necesidad. Es indudable que la ansiedad y el estrés nos persiguen y necesitamos formulas, cuando no recetas, para tratar de mantenerlas a raya. Es verdad que la depresión y los trastornos de conducta hacen la vida difícil y resulta urgente y necesario evitar el sufrimiento de esos pacientes, pero además, es importante que aprendamos a vivir felices, capacitados para actuar con las competencias, habilidades, recursos que hacen la vida del día a día más fácil, cómoda, eficaz y satisfactoria. Si se acude a la vieja terminología de nuestros abuelos, sería muy conveniente aprender a saber vivir con las virtudes sobre las que está montada la vida diaria. La Psicología Positiva no es mucho más que eso, pero sólo con eso ya tiene un ancho mar que navegar. Aunque la Psicología Positiva es de siempre, ha estado presente desde los comienzos de la Psicología, su emergencia como paradigma de estudio científico surge con la nominación de Martin Seligman como presidente de la APA y la exposición de su programa: Seligman cerraba su discurso inaugural en Tipica, Boletín Electrónico de Salud Escolar Enero-Junio 2010, Volumen 6, Número 1 Enero-Junio 2010 © Tipica Vol. 6, No. 1. Descargado de: http://www.tipica.org 1998 diciendo que “hemos olvidado nuestro objetivo primigenio que es el de hacer mejor la vida de todas las personas, no solo de los enfermos mentales”. Muy pronto, el relanzamiento colectivo de la propuesta fue firmado por un pequeño grupo de investigadores reunidos en Akumal (Yucatán) con el objetivo de dar forma y crear un compromiso colectivo con la idea. Los investigadores Ken Sheldon, Barbara Fredrickson, Kevin Rathunde, Mihalyi Csikszentmihalyi y Jonh Haidt se comprometieron a establecer y desarrollar un programa que hiciera viable el desarrollo de la Psicología Positiva como ciencia rigurosa, al menos tan rigurosa como cualquier otro modelo de la psicología científica. Se creó así una Red de Psicología Positiva con centros en Pensilvanía (Diener), Chicago (Csikzentmihalyi) y otros lugares de la geografía americana. Actualmente se sigue manteniendo una reunión anual en Akumal, al amparo positivo del clima y la geografía del lugar. A nivel académico, la aceptación de la propuesta se confirmó con la aparición del número monográfico de American Psychologist de Enero del año 2000. Fue “la presentación en sociedad” del paradigma. Los contenidos del monográfico evidencian la amplitud y ambición del reto así como el horizonte del trabajo futuro. El tópico del bienestar y la felicidad se convierte en uno de los pivotes claves sobre el que va a girar el nuevo paradigma (Buss, 2000; Diener, 2000), junto a este tema, habilidades cognitivas como la sabiduría y la creatividad (Baltes y Staudinger, 2000, Simonton, 2000), recursos personales y emocionales como el optimismo (Peterson, 2000) , y competenciales en general (Taylor, Kemeny, Bower, Gruenewald, y Reed, 2000) se configuran como temas relevantes del nuevo enfoque. Muy poco tiempo después comenzaron a aparecer los grandes manuales que delimitaron y ampliaron con más precisión el camino a recorrer. El primero en abrir camino fue la monumental obra de compilación de Snyder y López (2002) “Handbook of Positive Psychology”, a la que siguió muy rápidamente el esfuerzo sistematizador de Peterson y Seligman (2004) “Character, strengths and virtues”. La obra de Csikszentmihalyi y Csikszentmihalyi, (2006) “A life worth living”, aparecida algo más tarde, muestra un enfoque más europeo y reflexivo y, finalmente, “`Positive Psychology” (Snyder y Lopez 2007), presenta una perspectiva más aplicada y ecléctica. En España, la obra reciente de Vazquez y Hervás (2008) “Psicología Positiva Aplicada” muestra algunas contribuciones en lengua española al paradigma. Como siempre, el nuevo enfoque no es homogéneo y presenta perspectivas diferentes, no siempre igualmente consistentes. Dos riesgos parecen especialmente amenazar la andadura de la Psicología Positiva: la carga teórica y especulativa sin suficiente contrastación empírica, y la conversión de la Psicología Positiva, exclusivamente, en una nueva colección de rasgos psicológicos positivos. La Psicología Positiva ha proporcionado un enfoque diferente y complementario y, con ello, se han abierto nuevas perspectivas. Algunos de los nuevos énfasis han quedado ya apuntados, pero quizás algunos de los nuevos frentes abiertos no habían sido suficientemente explicitados hasta ahora y son especialmente relevantes en el entorno escolar. Uno de ellos es el estudio de las habilidades cotidianas que facilitan el día a día y las interacciones personales, institucionales y la adaptación a la realidad. Hay múltiplesaspectos de la conducta y de la acción humana infantil y adulta que han merecido un escaso interés científico de la psicología y que sin embargo tienen su relevancia. En este sentido, la perspectiva de la Psicología Positiva no consiste sólo en el estudio de los grandes tópicos, sino también de los procesos cotidianos que facilitan la acción habitual. Algunos de ellos muy sencillos, como la humildad (Tagney, 2002), la compasión (Cassell, 2002), el perdón (McCollough y Witvliet (2002), la gratitud (Emmons, 2002) o la prudencia (Haslan, 2004). El reciente libro de Emmons (2008) “Gracias”, muestra la complejidad y la amplia interacción de procesos que hay detrás de la aparentemente sencilla conducta de la gratitud. No todos los elementos del lanzamiento programático han corrido la misma suerte. Así, por ejemplo, el modelo de la self- determination (Ryan y Deci, 2002; Schwartz (2002), apenas si ha tenido eco posterior dentro del paradigma a pesar de que la proactividad de la conducta, la capacidad de cambiar los contextos y de planificar la línea de acción humana es uno de los aspectos más positivos a estudiar. El trabajo de autores como Little (1983), Emmons (1997), o Cantor (1990) sobre las unidades de acción vital han mostrado algunos de los caminos que pueden seguirse. No sólo existen los estados óptimos de experiencia, sino algo más básico y fundamental que debe ser estudiado científicamente como es la capacidad para la acción humana libre, sus límites y contextos. En la mayoría de los trabajos de la Psicología Positiva ha predominado el estudio del aspecto particular; es una consecuencia del mismo método científico. Pero el estudio de los procesos positivos no puede dejar de lado enfoques más globales y abordar el conjunto de los mismos. Sin el estudio de la personalidad y sus procesos (Moreno-Jiménez, 2007), el enfoque de los aspectos positivos de la persona resulta claramente deficitario. Son diferentes los modelos parciales de personalidad que plantea esta perspectiva. El estudio de la personalidad resistente (Kobasa, 1979; Maddi, 2006), por ejemplo, formula un modelo conjunto de tres variables positivas: compromiso, control y reto (Moreno-Jiménez, Morett, Rodríguez y Morante, 2006). Concretamente, al hablar de la personalidad resistente Maddi (1988) distingue entre aprendizaje temprano y aprendizaje tardío. En el primero, la fuente de influencia fundamental son los padres y la escuela, ya que su acción influye en el aprendizaje de características directamente vinculadas a cada una de las dimensiones de la personalidad resistente. En el aprendizaje tardío se parte de la Enero-Junio 2010 © Tipica 211 hipótesis de que si la personalidad resistente se puede aprender en la niñez, también es susceptible de entrenamiento en la edad adulta, a pesar de que hábitos ya adquiridos dificulten este aprendizaje. Otro modelo, el de Sentido de la Coherencia (Antonovski, 1991), propone tres variables positivas cognitivas: comprensibilidad, manejabilidad y significación (Moreno, Alonso y Alvarez, 1997); ambos modelos son eslabones hacia una propuesta de personalidad positiva. Desde el paradigma de la Psicología Positiva una aproximación muy cautelosa es la de Caprara y Cervone (2007), centrada en el modelo sociocognitivo de Bandura. Un enfoque centrado en el desarrollo de la personalidad es el realizado por Dmitri Leontiev (2006). En cualquier caso, parece claro que una propuesta de Personalidad Positiva no puede consistir en un reflejo del modelo de rasgos pero en positivo. En el programa de la Psicología Positiva actual hay un espacio reservado a las instituciones saludables, especialmente en el ámbito de las organizaciones (Turner, Barling, y Zacharatos, 2002). Aunque también las instituciones escolares han sido tenidas en cuenta lo han sido en menor medida, a pesar de que es la escuela la ecología más adecuada para el desarrollo de los recursos y la personalidad positiva de los escolares y de los futuros adultos. Escuelas de felicidad y sabiduría La perspectiva más tradicional de la escuela la propone como un lugar para aprender a leer y escribir, para la adquisición de habilidades instrumentales y la obtención de la información que posteriormente se puede necesitar. Desde esta perspectiva, la escuela supone una ecología disciplinar y un contexto inevitablemente instrumental. Desde la Psicología Positiva, la escuela es el lugar, y el momento, para la fundamentación de los dos pivotes de la Psicología Positiva: la felicidad y la sabiduría. Es en la escuela donde hay que comenzar a ser felices y a ser sabios, es decir, la escuela, además de transmitir habilidades instrumentales, tiene como tarea básica la de enseñar a vivir, a ser felices y sabios en nuestra vida. Uno de los aspectos centrales y mas estudiados por la Psicología Positiva ha sido el Bienestar Subjetivo y la Felicidad. Ambos aspectos han sido habitualmente relegados cuando se ha reflexionado sobre la condición humana. La felicidad, el bienestar de la persona era incluso algo sospechoso a partir de una concepción religiosa pesimista de la vida que se ha mantenido durante siglos. Solo con la Ilustración, y la secularización correspondiente, la felicidad aparece como uno de los derechos de la persona. La “Historia de la felicidad” (Mc Mahon, 2005) muestra que su reivindicación es una conquista relativamente reciente. Su estudio científico por la psicología también tardó bastante en llegar. Probablemente, entre los primeros estudios sobre el tema están los de Bradburn (1969), y a la saga suya han ido apareciendo una larga lista de trabajos psicológicos sobre la felicidad (Argyle, 1992; Ellis, 2005, Fierro, 2000, Seligman, 2002). Pero ha sido sin duda el paradigma de la Psicología Positiva la lanzadera de la multiplicación de estudios sobre el Bienestar Subjetivo y la Felicidad. Obras muy recientes como las de Michael Eid y Randy Larsen “The science of subjective well-being” (2008), “Happiness” (Diener y Biswas-Diener, 2008) muestran el rigor y la amplitud con el que se asumido su estudio. La psicología puede y debe contribuir como ciencia a la felicidad de las personas. En este contexto, la escuela tiene una doble tarea en el área de la felicidad: debe ser un lugar feliz y un contexto para el aprendizaje de la felicidad futura. La escuela como lugar feliz. Una escuela feliz habitualmente es un lugar al que el niño quiere ir y estar, en el que se siente a gusto. Si se asume esta tarea, esta obligación, de forma rigurosa y estricta, eso significa que uno de los objetivos primordiales de la escuela es facilitar el bienestar de los niños, objetivo básico y central y no secundario. Generalmente este principio se acepta, se mantiene y se promueve en las escuelas infantiles en las que el aprendizaje de contenidos es secundario, pero se entra en una situación de conflicto cuando comienzan los periodos escolares marcados por un currículo académico que hay que adquirir. El currículo, la exigencia instrumental se impone sobre el bienestar y la conciliación de ambos aspectos resulta con frecuencia problemática y conflictiva. Aprender a ser feliz. La felicidad también se aprende (Ellis, 2000). Se aprende a ser feliz y a ser infeliz. Existen actitudes y planteamientos que pueden ser aprendidos. El tejido de la felicidad consta también de una malla de actos sencillos que la persona puede aprender e incorporar en su repertorio (Diener y Biswas-Diener, 2008). Parece lógico que ese sea uno de los objetivos centrales que deba tener la escuela a lo largo de todo su recorrido, desde la primaria a la universidad. Habitualmente no es así por razones históricas y de organización curricular. Quizás maestros, familias y sociedad en general, tampoco colaboremos adecuadamente para conseguir dicho objetivo. Históricamente, la escuela ha tenido más una función adaptativa y disciplinarque de desarrollo personal, no es extraño entonces sus dificultades para encontrar el contexto para la transmisión de habilidades no instrumentales. La sabiduría es otro de los pivotes del nuevo paradigma. Como tantos otros contenidos, no es nuevo, pero sí ha adquirido un énfasis renovado. Uno de estudios fundacionales proviene de Stanley Hall, el primer presidente de la American Psychological Association en 1992. Posteriormente el enfoque de Sternberg (1994) en el marco de sus estudios sobre la inteligencia relanzó el tema. En el marco de la Psicología Positiva ha adquirido un desarrollo importante en el llamado “Paradigma de Sabiduría de Berlin” (Baltes y Staudinger, 2000). El modelo presenta la Sabiduría con una serie de connotaciones importantes: 1. Representa un nivel superior de conocimiento Enero-Junio 2010 © Tipica Vol. 6, No. 1. Descargado de: http://www.tipica.org 212 2. Se refiere a cuestiones relevantes y críticas sobre el significado de la vida. 3. Supone un conocimiento sobre los límites de los saberes. 4. Es un conocimiento profundo, panorámico y equilibrado. 5. Supone una perfecta sinergia entre afecto y conocimiento. 6. Es un conocimiento que afecta a la propia felicidad y a la de otros. 7. Es difícil de alcanzar, fácil de reconocer. El “paradigma de Berlín” define la sabiduría como la maestría en el manejo de los significados y las conductas, por ello más que un tipo de conocimiento es considerado como un tipo de pragmática, uno de cuyos elementos más relevantes es el conocimiento de sus propios límites y de los elementos que lo condicionan. La sabiduría abarcaría el conocimiento acerca de la naturaleza humana, las relaciones interpersonales concretas y la vinculación a un sistema social que es simbólico. El logro de metas significativas y el desarrollo de un determinado estilo de vida serían igualmente elementos de la sabiduría. Frecuentemente se ha asociado sabiduría a ancianidad y maduración del saber. No es esa la sabiduría que las escuelas pueden transmitir, esa es una sabiduría que se adquiere en la vida. La posible sabiduría de los escolares no es la de “pequeños sabiondos”, sino todo lo contrario, la de quienes son cautos incluso con lo poco que pueden saber. La sabiduría como pragmática, y no como conjunto y excelencia de conocimientos, sería uno de los objetivos de la escuela a lo largo de todo su recorrido. La escuela debe transmitir conocimientos, enseñar a asimilarlos y capacitar para criticarlos y poder trascenderlos. La escuela no cumple sus funciones cuando se convierte en transmisión recitativa de información, las nuevas fuentes informáticas cumplen mejor con esas funciones. Es la capacidad de búsqueda, crítica y replanteamiento, de asimilación activa de los conocimientos lo que debe caracterizar la escuela. La sabiduría, la pragmática de la sabiduría, consiste en eso. Cuando en su esfuerzo de sistematización de la Psicología Positiva, Christopher Peterson y Martin Seligman (2004) exponen las fuerzas del carácter, se refieren en primer lugar a las que componen la sabiduría y el conocimiento. El tratamiento dado a la Sabiduría es el del desarrollo de una competencia consistente en la perspectiva, en el distanciamiento de lo conocido. Aprender a tener perspectiva de los propios conocimientos es uno de los ejes centrales de la sabiduría que tiene como tarea la escuela. Una de las muchas paradojas que pone de relieve la Psicología Positiva es que la escuela debe enseñar a dudar de lo que ella enseña. Fundamentando las virtudes diarias Uno de los meritos propios de la Psicología Positiva es que ha atendido y considerado una serie de aspectos y procesos psicológicos que nunca habían merecido atención directa y específica. Son aspectos que están tan imbricados en la vida cotidiana que parecen ajenos a su estudio científico, pero en realidad es a veces la interacción más cotidiana la que más necesita de un estudio riguroso y científico; todo tiene sus mecanismos, procesos y determinantes, establecer los del día a día es sin duda alguna una tarea prioritaria de la psicología. Algunas de estas cualidades ya han sido mencionadas: la humildad, la compasión, la gratitud, el perdón. Indudablemente la lista se haría inabarcable pues los aspectos positivos de la vida y la interacción humana afortunadamente son ilimitados, depende de perspectivas, de culturas y de contingencias. En este sentido el campo a recorrer es mucho, exactamente igual que en el terreno de las ciencias naturales. Peterson y Seligman (2004) han tratado de sistematizar el conjunto de recursos positivos de la persona, ambos autores hablan de “fuerzas” (strengths of caracter) para referirse a ellas. En el segundo capítulo de su obra básica de referencia han tratado de fundamentar los aspectos más generales de las mismas a lo largo de las culturas, las religiones y las diversas concepciones de la naturaleza humana, algo que ha sido efectuado previamente por otros autores (Trigg, 1999; Stevenson y Haberman, 1998). Aunque el método y el resultado son discutibles, con otra perspectiva hubieran sido otros, los autores acaban proponiendo seis “virtudes generales” que podrían encontrarse en todas las culturas. A su vez cada una de ellas se descompondría en las aludidas fuerzas o fortalezas. Las seis virtudes serían: Sabiduría y conocimiento, coraje, humanidad, justicia, templanza y trascendencia, ver figura 1. VIRTUDES Y FORTALEZAS (Peterson y Seligman, 2004) SABIDURI A CORAJE HUMANI DAD JUSTICIA TEMPLAN ZA TRANSCENDE NCIA Creatividad Curiosidad Apertura mental Deseo de aprender Perspectiva (Sabiduría) Valentía Persistencia Integridad Vitalidad Amor Amabilida d Inteligenci a social Ciudadanía Equidad Liderazgo Capacidad de perdón Humildad Prudencia Auto - regulación Capacidad estética Gratitud Esperanza Humor Espiritualidad Figura 1. Virtudes y fortalezas (Peterson y Seligman, 2004) Para los autores habría dos características que deberían requerir todas las fuerzas: que se puedan medir y que puedan ser susceptibles de desarrollo mediante aprendizaje, aspectos ambos que requieren matizaciones y desarrollos importantes. Resultado de este trabajo teórico y de sistematización los autores han desarrollado el VIA o Inventario de Fortalezas que consiste en una medida de autoinforme con 240 ítems. La Enero-Junio 2010 © Tipica 213 importancia y la exigencia del requerimiento de la medida se pueden comprender mejor cuando se presentan como la forma para poder contrastar hipótesis y efectuar el estudio empírico que caracteriza al método científico. La obra de Lopez y Snyder (2003) “Positive Psychological Assessment” muestra una perspectiva del desarrollo que la Psicología Positiva ya ha logrado en los constructos y en las medidas propuestas Sin duda alguna el cuadro merece múltiples consideraciones, no todas ellas elogiosas. Como por ejemplo la inclusión del humor en Trascendencia, o la ausencia de la autoestima como valor decisivo de la personalidad y de la identidad. Al modelo propuesto por los autores se le pueden hacer dos críticas sustantivas. La primera es que la propuesta efectuada opta por un modelo excesivamente racional de la persona, un modelo etnocéntrico: autocontrolado, activo, social y religioso. En segundo lugar, el modelo parece precipitado por lo prematuro, sólo cuatro años después de una primera formulación del paradigma. En segundo lugar, las fuerzas presentadas aparecen como una nueva colección de rasgos positivos, lo que entraña el riesgo de invitar a una psicología del rasgo, basada en correlaciones y redes nomotéticas, un enfoque que ha mostrado sus limitaciones intrínsecas en el estudio de la personalidad. Es indudable que el cuadro presentado tiene una clara aplicabilidad al ámbito escolar. Son especialmente lasescuelas los contextos más privilegiados para la adquisición y desarrollos de algunas de las fuerzas mencionadas. Por ejemplo, las escuelas, además de conocimientos específicos e instrumentales, tienen como tarea esencial desarrollar en los niños, en los escolares independientemente de su edad, el deseo y la capacidad para la aventura mental, la curiosidad por lo que no le han dicho, el desarrollo de la capacidad de aprender en general y la flexibilidad cognitiva suficiente para modular los planteamientos cognitivos iniciales a las llamadas y contraste que nos presenta la realidad. Si la escuela transmite, incluso con una alta eficacia, conocimientos instrumentales, pero fracasa en capacitar a los alumnos en estas capacidades, la evaluación final de la escuela no puede ser sino el suspenso claro. De las “fortalezas” señaladas por la propuesta del VIA hay dos que merecen una atención particular: la inteligencia social y el autocontrol. Hay, además, una ausencia, la autoestima, que debe compensarse y complementarse. Los autores proponen la inteligencia social como una fortaleza propia de la virtud de la humanidad, es decir de la capacidad para la convivencia. La capacitación para la convivencia, o si se quiere de forma todavía más explícita y marcada, la capacitación para la aceptación de la diversidad y el intercambio, debería ser una de las tareas básicas de la escuela en todos sus niveles. Los autores proponen y hablan explícitamente de “inteligencia social”, aunque en algunos contextos ha ganado una cierta popularidad hablar de “inteligencia emocional” al amparo del éxito editorial de Goleman (1996), obra que se fundamenta en el desarrollo de un trabajo previo de Salovey y Mayer (1990), “Emocional Intelligence”. No se puede comprender la aceptación y la venta que tuvo la obra de Goleman si no se la encuadra en un marco previo social y político. Socialmente el libro representaba la recuperación de la emoción como un aspecto largamente olvidado en occidente del desarrollo de la persona, fundamentalmente subordinado al aspecto intelectual. Políticamente representaba la idea de que la inteligencia, la formación, la clase social, la universidad, y otros factores clásicamente vinculados a una élite minoritaria, no lo eran todo, y que algo que se podía adquirir y desarrollar, como es la capacidad de escuchar de simpatizar y de comprender a otros, podía ser decisivo en el éxito social, económico y político (Mayer, Salovey y Caruso, 2000). Para la escuela, el mensaje consistía en que preparar para la vida, incluso preparar para el éxito en la vida, consistía en gran parte en aprender a convivir y a relacionarse. El libro de Goleman, más que una definición estricta de lo que es la inteligencia emocional, transmite la importancia que tienen las emociones en el mundo social e interpersonal. Goleman hace la siguiente categorización de los elementos que componen la inteligencia emocional: 1. El autoconocimiento de las propias emociones 2. La capacidad de controlar las propias emociones 3. La capacidad de motivarse a sí mismo 4. El reconocimiento de las emociones ajenas 5. El control de las relaciones Pero la importancia que tiene la Inteligencia social como “fortaleza” propia de la escuela de puede captar mejor desde el modelo desarrollado por Carolyn Saarni de “Competencia emocional”, un modelo desarrollado en el contexto de la Psicología del Desarrollo. Para Saarni, la “competencia emocional” se adquiere en el contexto social y escolar. Hay dos elementos en los que Saarni insiste, primero que es mejor hablar de destrezas, es decir de competencias que se adquieren en la interacción con un contexto específico. Segundo las destrezas, no deberían ser entendidas como habilidades de la persona, sino como habilidades interactivas. En este marco teórico, Saarni propone ocho destrezas que se adquieren a lo largo del desarrollo mediante un proceso de interacción. Puesto que se habla de destrezas emocionales, el tipo de interacción es eminentemente social e interpersonal. Lo que se aprende, se adquiere y se desarrollan son formas de actuar y de entenderse con otras personas y con medios sociales simbólicamente construidos. Saarni (2000) propone siete fases hasta la adolescencia en las que estas destrezas se ejercen y se adquieren. Las destrezas propuestas son las siguientes: 1. Conciencia del propio estado emocional. Incluye la capacidad para comprender que se pueden estar Enero-Junio 2010 © Tipica Vol. 6, No. 1. Descargado de: http://www.tipica.org 214 experimentando diferentes emociones, e incluso la capacidad de que están presentes aspectos inconscientes no manejados. 2. Capacidad para discernir los estados emocionales ajenos. Se fundamenta en indicadores situacionales culturalmente marcados 3. Destreza en el uso de los términos que transcriben las propias emociones. Supone capacidad para desarrollar guiones emocionales culturalmente determinados. 4. Capacidad para empatizar y simpatizar con las emociones de otros. 5. Destreza para comprender que los estados emocionales internos no se corresponden necesariamente con la expresión externa. 6. Destreza en afrontamiento de las emociones estresantes. Capacidad para el uso de estrategias de autorregulación emocional. 7. Conciencia de que las relaciones interpersonales suponen correspondencia. Conocimiento de que las relaciones humanas pueden ser simétricas o asimétricas. Capacidad para desarrollar unas y aceptar otras. La correspondencia supone simetría. 8. Autoeficacia emocional. Convicción de que se pueden llevar los sentimientos allí donde se quiere. Gran parte de estas capacidades y destrezas interactivas se adquieren en la interacción con los propios compañeros y pares en el ámbito escolar. Aunque el aprendizaje de la competencia emocional pueda tener otros contextos, como el familiar y más ampliamente el mismo marco social general, sin su aprendizaje específico en el contexto escolar su adquisición y desarrollo generalizado no es posible. Por otro lado, la carencia de dichas destrezas favorecerá la aparición de problemas escolares como el acoso (bulling) y la violencia en general en las aulas. Peterson y Seligman (2004) hablan del autocontrol como de una “fortaleza” propia de la virtud de la Templanza. Probablemente esta visión es correcta pero parcial. Si, al igual que estos autores, nos remitimos a los textos clásicos, las virtudes clásicas se englobaban en dos grupos: fortaleza y templanza. La fortaleza consistía en la capacidad de imponerse esfuerzos y la templanza en la capacidad para limitar y restringir el deseo. Ambos aspectos son esenciales del autocontrol. La capacidad de autorregulación supone tanto la capacidad para aplazar la respuesta, “la resistencia a la tentación”, como para imponerse una conducta, la autorregulación decremental e incremental. (Moreno- Jimenez, 2007). En este contexto, el autocontrol es una de las tareas básicas de la escuela. Históricamente, la escuela se origina en la necesidad de transmitir la capacidad para autorregularse además de aprender habilidades. Autorregularse para escuchar al maestro (templanza), autorregularse para llevar los deberes hechos (fortaleza) y en general autorregulación para el afán de las exigencias escolares y de la vida. Esta capacitación fomentará la resistencia a la frustración, elemento indispensable para un desarrollo sano (físico, mental y social) de la persona. En este contexto, una de las formas que el autocontrol puede adoptar es técnicamente la modificación de las conductas estrictamente problemáticas o conflictivas como es el consumo de drogas, adictivas o desadaptativas. El autocontrol, decremental e incremental, supone el aprendizaje de la capacidad del alumnos para imponerse metas y planificar la propia conducta, la autorregulación de forma general. El autocontrolde las formas más conflictivas que pueden aparecer en la escuela y con las que inevitablemente tiene que habérselas no es posible si el escolar no aprende las formas más suaves y generales de la autorregulación, la capacidad para ser proactivo en la propia conducta. Finalmente, aunque Peterson y Seligman (2004) no la mencionan en su cuadro, una de las características más positivas que pueden y deben adquirirse en la escuela es la autoestima. La autoestima tiene los requisitos que los mismos autores proponen para ser considerada como una “fortaleza”: se puede medir y se puede aprender y entrenar. La autoestima es actualmente un tópico en alza como se recoge en la obra editada por Kernis (2006) “Self-esteem. Issues and answers”. De hecho, los clásicos manuales de Psicología Positiva la incluyen en su teoría (Hewitt, 2000) y en su medida (Heatherton y Wyland, 2003). La autoestima, en sus aspectos más personales e instrumentales, aparece como un claro factor predictivo de la adaptabilidad de la persona, de su desarrollo, de su sociabilidad y de la misma capacidad de respuesta inmunitaria. La autoestima y su desarrollo es una de las tareas básicas de la escuela tanto por razones instrumentales, es la base de cualquier forma de autoeficacia, como personales, es el fundamento afectivo de la identidad. Aunque con todos los contextos y salvedades necesarias, el respeto del alumno es uno de los instrumentos escolares básicos. El desarrollo de la resiliencia infantil, el crecimiento postraumático Los aspectos de Psicología Positiva presentados pertenecen a la capacitación y potenciación psicología que la escuela debe efectuar en todos los escolares como parte de de su tarea fundamental. A todos y cada uno de ellos, pero en no pocos casos la escuela se encuentra con escolares con graves problemas, en contextos sociales desfavorecidos, rotos, y frecuentemente con las habituales mermas de secuelas en sus vidas incipientes. La capacitación del escolar, su potenciación se transforma entonces no en una transmisión de competencias, sino en un proceso de compensación de limitaciones y disfunciones ya existentes, en un proceso de recuperación mayor o menor. Lamentablemente, en América Latina, la situación no es extraña. En los últimos años, antes de la emergencia del nuevo paradigma, numerosos investigadores han insistido en la Enero-Junio 2010 © Tipica 215 capacidad de las personas para la recuperación y compensación psicológica a pesar de los problemas, a veces graves, que hayan podido sufrir. Los estudios ya clásicos de Werner y Smith (1982, 1992) probaron que a pesar de las condiciones degradantes, la mayoría de niños de ambientes desprotegidos evolucionaban de forma adaptativa. La capacidad de compensación y recuperación parece una de las características positivas de la persona humana, presente ya en la infancia. Los recientes hechos terroristas en Nueva York y Madrid prueban que las personas se recuperan de sus traumas de forma más rápida y completa que el supuesto mas generalizado asume (Perez Sales y Vazquez, 2003). Resiliencia no es lo mismo que Personalidad Positiva. La resiliencia consiste en la capacidad para restablecerse y recuperarse a pesar de los contratiempos vividos y sufridos; la personalidad positiva no supone necesariamente este contexto de adversidad. Ambos enfoques tienen una perspectiva global, singular y concreta, pero la resiliencia presupone una ecología adversa e insiste en los factores protectores, mientras que la personalidad positiva se centra en el funcionamiento proactivo, al margen de la contingencia adversa. Hay otra diferencia importante y es que la resiliencia trata de explicar la ausencia de factores negativos y la personalidad positiva los factores positivos. El estudio de la resiliencia tiene tres componentes que cada autor privilegia de una forma u otra: el estudio de los riesgos, el estudio de los factores protectores y el estudio de las características de la persona resiliente. Glantz y Johnson (1999) han recogido algunos de estos riesgos que pueden llevar a la persona, o al niño principalmente, a la pérdida del equilibrio, de la adaptación, del bienestar subjetivo y del desarrollo personal: la pobreza, la deprivación, la familia rota, el maltrato infantil o situaciones de desastre y desamparo. Lamentablemente, tales factores no suelen producirse de forma aislada, sino en paquetes y actuar acumulativamente, por lo que la predicción de conducta no suele ser positiva. Garmezy (1993), uno de los pioneros en el tema, considera que existen dos grandes tipos de factores protectores ante los riesgos: las características interpersonales de la familia y el apoyo social. Las relaciones interpersonales dentro de la familia, incluso en contextos de pobreza y deprivación, tienen un alto valor protector y desarrollo del sentimiento de valía personal. Las relaciones afectivas calurosas y autónomas, con los padres, o en general con los miembros de la familia, genera un sentimiento de protección personal incluso en contextos críticos. El apoyo social tiene igualmente un valor externo de accesibilidad a los pocos e insuficientes medios disponibles. El colegio, como marco de referencia indispensable en la infancia, los profesores, u otras instituciones, políticas, religiosas, deportivas o grupales, proporcionan un sentimiento de identidad social y colectiva y de manejo de recursos complementarios. Eso lleva a un tercer componente que es la competencia personal, el uso de recursos personales y de resolución de problemas. Tal como Rutter (1979), otro de los pioneros del tema proponía, la persona resiliente se caracteriza por un “sentimiento de auto-confianza, de creencia en la propia capacidad personal, y de habilidad para resolver problemas”. Es decir en una serie de variables personales que de alguna forma, pueden asimilarse a las propuestas de Erikson (1950) acerca de las cualidades básicas que hay que adquirir a lo largo del ciclo vital. Un tema de enorme importancia que los autores han tratado es cómo favorecer el desarrollo de tales capacidades en otros niños o personas adultas. Cabe destacar que en el modelo expuesto, uno de los factores de protección determinantes es el contexto formativo, el contexto propio de la escuela. El contexto escolar de aprendizaje, de apoyo, de autoexigencia es uno de los contextos-refugio que el escolar puede tener en todo tipo de crisis. El caldo de cultivo para que la escuela pueda fomentar la resiliencia es la confianza del escolar en la institución y sus personajes.. La resiliencia ha sido incluida como uno de los constructos y modelos de la Psicología Positiva, pero con no pocas cautelas. Peterson y Seligman (2004), en su obra básica de referencia la consideran como un constructo que puede descomponerse en los aspectos más analíticos propuestos por la Psicología Positiva. La resiliencia abordaría el problema globalmente, mientras que el nuevo modelo sería más analítico, y en este sentido más preciso. Probablemente, el autor que más ha unido Psicología Positiva y resiliencia ha sido Ann Masten (Masten y Reed, 2000; Yates y Masten 2004). Para Masten la resiliencia es el sistema de características que lleva a la práctica de la Psicología Positiva. Uno de los objetivos centrales de la Psicología Positiva es el cambio positivo, el desarrollo positivo y ambos son considerados por el autor como consecuencias de la resiliencia. La resiliencia sería la combinación ejecutiva de variables que llevan a un nuevo planteamiento y logro personal. Desde la perspectiva de Masten, resiliencia y Psicología Positiva son dos aspectos complementarios, pero es la resiliencia la que lleva al ejercicio de la Psicología Positiva. Un tema, vinculado tanto a la resiliencia como a la Psicología Positiva, es el crecimiento postraumático, el supuesto de que el trauma, el daño puedenser ocasiones y contextos para el desarrollo y el crecimiento personal. El trabajo de Bonnano en el American Psychologist (2004) “Loss, trauma and human resilience” ha sentado las bases teóricas de este planteamiento. Los trabajos posteriores de Calhoun y Tedeschi (2006) “Handbook of postraumatic growth”, y Joseph y Linley (2008) “Trauma, recovery and growth” han puesto las bases actuales del marco teórico y las líneas principales de estudio. Lamentablemente, en la vida real, la escuela no solo tiene que transmitir las letras, las técnicas y las artes, sino que tiene Enero-Junio 2010 © Tipica Vol. 6, No. 1. Descargado de: http://www.tipica.org 216 que tratar con el drama humano y con el trauma de los niños que crecen, en condiciones normales o adversas, pero tanto unos como otros expuestos a la aparición de la tragedia bajo la forma de la violencia, el maltrato, la violación, el abuso o cualquier otro tipo de traumas que pueden golpear el desarrollo infantil, como el asesinato o sencillamente la muerte de los padres. Ver figura 2 FACTORES DE RIESGO FACTORES DE PROTECCIÓN CONDUCTAS SALUDABLES FACTORES INTERPERSONALES FACTORES FORMATIVOS FACTORES INDIVIDUALES FACTORES DE PROTECCIÓN: CONFIANZA AUTONOMIA INICIATIVA IDENTIDAD INTIMIDAD GENERATIVIDAD INTEGRACIÓN MODELO DE RESILIENCIA Figura 2. Modelo de resilencia. La escuela lo es de una forma especial para estos niños no sólo capacitándoles para la resiliencia, sino utilizando las nuevas condiciones para potenciar nuevos desarrollos. Según el modelo presentado, no se trataría sólo de producir conductas adaptativas, sino conductas de desarrollo positivo a partir de contextos negativos. Una paradoja de la vida es que hay adversidades, menores y mayores, dramas incluidos, que sólo pueden superarse convirtiéndolas en ventajas. La escuela, y sus formadores, también tienen esa función. Las escuelas saludables En el programa inicial propuesto por Csiksenmihalyi y Seligman (2000) se incluía tres frentes principales: el estudio de las experiencias, de los rasgos y de las instituciones positivas. De forma general, un supuesto básico de la Psicología Positiva es que los contextos, organizaciones e instituciones, pueden ser factores para el desarrollo de las fuerzas personales. Las fuerzas personales tiene su historia y su sociología, y parte de esta ultima radica en los grupos humanos, formales e informales. Indudablemente, la escuela es uno de estos contextos, y sin embargo en el monográfico mencionado, en los 15 artículos dedicados al tema, las referencias a la escuela son mínimas. La literatura posterior ha salvado esta omisión, pero bien es cierto que la mayor parte de la atención la han merecido las instituciones laborales. La Psicología Positiva puede llevar a un replanteamiento de las escuelas y las escuelas pueden ofrecer la ecología apropiada para el desarrollo de la las fuerzas personales de los escolares. Desde esta perspectiva quizás podría hablarse de Escuelas Positivas o de forma más genérica Escuelas Saludables. Existe actualmente un amplio planteamiento acerca de las “organizaciones saludables” (Schuyler, 2004), organizaciones que mantienen su propia efectividad, excelencia y consecución de objetivos organizacionales al tiempo que fomentan la salud y el desarrollo de sus miembros. Sin embargo este enfoque no parece suficientemente clarificador de lo que deba ser una Escuela Positiva. Tampoco parece serlo el de “magnéticas”, término que ha aludido a la capacidad de ciertos hospitales para atraer e implicar a los profesionales. El enfoque se centra más en la capacidad del centro para motivar y obtener un alto rendimiento en los profesionales, al tiempo que evita una serie de problemas como el desgaste profesional, el estrés laboral y otros problemas laborales propios de los ambientes sanitarios. Aunque el planteamiento tiene su validez para la escuela y sus profesionales, probablemente no acierta en señalar el centro del problema, situado en el aprovechamiento y desarrollo de los escolares. Enero-Junio 2010 © Tipica 217 El concepto de Escuelas Positivas puede incluso ser reiterativo, pues toda escuela tiene que ser positiva en sus logros y desarrollos. Parece que una escuela no puede “no ser” positiva. La posible originalidad del enfoque de la Escuela Positiva está en su énfasis en la coordinación de tres objetivos complementarios: organizacional, profesional y escolar. Como organización, la Escuela Positiva se caracterizaría por la eficacia y eficiencia, profesionalmente por la motivación y satisfacción de sus maestros y escolarmente por el desarrollo instruccional y personal de los alumnos. Desde la perspectiva organizacional, una escuela tiene los mismos requisitos que cualquier otra organización (Katz y Kanh, 1966; Mintzberg, 1979). Parece importante aquí referirse a una cultura organizacional propia que confiera unidad a los objetivos, a las prácticas y las gentes que trabajan en la escuela. Sin eficacia no hay organización que valga, y eso incluye a la escuela a pesar de sus personajes especiales, los escolares. Pero la eficacia no puede ser exclusivamente contemplada en el plazo inmediato o corto, no sólo importa la eficacia para aprender a leer, sino a largo plazo, la de aprender a ser hombres o mujeres. Sin disminuir en nada la relevancia de la primera, quizás importe más la segunda. La implicación, satisfacción, motivación y desarrollo profesional y humano de los profesionales docentes es un pivote básico de las escuelas positivas. El fracaso humano y profesional de los maestros y sus colaboradores, es la primera amenaza que puede afectar a las escuelas saludables. El recurso humano es siempre el bien intangible de todas las organizaciones (Burke y Cooper, 2006), pero lo es especialmente en las escuelas. La presencia masiva de estresores escolares de todo tipo (Farber, 1991; Travers y Cooper, 1997), el desgaste profesional (Vandenberghe y Huberman,1997; Otero, 2006, Moreno, Arcenillas, Garrosa y González, 2000), y otros riesgos psicosociales, como la violencia, afectan al rendimiento y a la implicación del profesional de la educación. No solo se trata de remover los factores negativos, sino de desarrollar los positivos hasta conseguir que sean “magneticos”, que tengan una capacidad de atracción sobre los profesionales de la educación de forma que se sientan comprometidos y reconocidos. El término de “escuela saludable” encuentra toda su precisión cuando el centro de la atención son los escolares. El concepto de Escuela saludable probablemente sea incluso más preciso que el de Escuelas positivas. Aunque este último incluye un concepto de “positividad” amplio, el concepto no deja de tener un contexto de instrumentalidad, mientras que el de saludable parece hacer más hincapié en el progreso instrumental y también personal de los escolares. Las escuelas saludables se centran en la adquisición de las instrumentalidades que permiten y favorecen la integración y adaptación social y laboral del escolar, objetivo insoslayable de la escuela, y en el desarrollo de la persona. De alguna forma, el objetivo de ellas es que los escolares no dejen de serlo nunca, que siempre se sientan escolares, con ganas de aprender y progresar. El ambiente de seguridad, vinculación e identidad escolar es la base para la ciudadanía posterior. Es difícil sentirse miembros de una sociedad si no se han sentido previamente miembros de una escuela. Hay un aspecto que merece ser resaltado como elemento de desarrollo de las escuelas saludables, es el de confianza. La escuela se construye sobre la mutua confianza y reconocimiento y sobre ellas se asientan el rendimiento actual y la preparación para el futuro (Bryk y Schneider, 2002). La confianza se basa en la aceptación, valoración y reconocimiento del otro y de su rol. A partir de estedato puede darse la atención y el cuidado sobre los que se monta la actividad escolar. Sin este tipo de prácticas es muy difícil que pueda aparecer un elemento básico para el desarrollo que es el “apego escolar”, habitualmente uno de los posibles pilares de la resiliencia. No son pocos los que niños que han encontrado, en el caos de su ecología desorganizada, un amarre personal en su confianza en la escuela. Aprender a confiar (Watson y Ecken, 2003) es una de las bases sobre las que se monta toda posible socialización. La inevitable sinergia Parece claro que Psicología Positiva y la Escuela se necesitan y se quieren. En realidad, ha sido una historia de amor no oficial desde siempre. Si la Psicología Positiva quiere investigar y actuar sobre el desarrollo, la promoción y la prevención de la salud y el bienestar necesita hacerlo allí donde estos procesos están en plena efervescencia y actuación: la escuela. Por su parte, la Escuela necesita extender sus tareas más instrumentales a tareas más vitales y a hacerlo con rigor curricular. La historia de la educación está recorrida por intentos y logros en este sentido. Por citar alguno, los intentos de las escuelas de Summerhill en Europa, o los desarrollos escolares de Pablo Freire en Latinoamérica son indicios de una búsqueda perenne de ir más allá de una escuela burocrática e instrumental. El paradigma de Psicología Positiva quizás pueda aportar a la escuela lo que está intentando hacer en el marco de la psicología humanista: el rigor, el programa, la metodología, la experimentación, la contrastación de resultados. En definitiva, el método que convierte una buena intención en un programa riguroso. El mejor campo que puede encontrar la Psicología Positiva para algunos contenidos de su programa está en la Escuela. Una de las mejores formas que tiene la Escuela de obtener sus objetivos de siempre es aliarse con el paradigma de la Psicología Positiva. El beneficio será mutuo. Referencias Antonovsky, A. (1991). The structural sources of salutogenic stregths. 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