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MÓNICA BULNES PUERTA
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NO MÁS VÍCTIMAS
Cómo fortalecer el carácter de los niños para prevenir el
abuso
3
Bulnes Puerta, Mónica
Cómo fortalecer el carácter de los niños para prevenir el abuso. - 1a ed. - Buenos Aires : Planeta, 2014.
E-Book.
ISBN 978-950-49-3366-3
1. Psicología. I. Título
CDD 150
Este libro no podrá ser reproducido, total ni parcialmente, sin el previo permiso escrito del editor. Todos los
derechos reservados.
© 2013, Mónica Bulnes Puerta
Diagramación y corrección de estilo: Antonio Leiva Diseño de portada: Djalma Orellana Fotografía de portada:
Getty Images
Derechos exclusivos de edición en castellano reservados para todo el mundo:
©2013, Editorial Planeta Chilena S.A.
Avda. 11 de Septiembre 2353, 16° piso. Santiago, Chile.
1a edición: marzo de 2013
Inscripción N° 226.214
ISBN 978-956-247-685-0
eISBN 978-956-247-701-7
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ÍNDICE
1. Mantener la calma
2. ¿Qué es el abuso?
3. El bullying
El perfil del agresor
Los efectos del bullying
4. El abuso sexual
¿Qué constituye un abuso sexual?
El perfil de un pedófilo
5. Ser víctima, ¿se nace o se hace?
6. Características en casa que promueven el abuso
Disciplina extremadamente dura
Permisividad
Falta de involucramiento
Abuso en casa
7. Fortaleciendo el carácter de los hijos
Los primeros años
Infancia
Adolescencia
8. ¿Y la autoestima?
9. Analizando la sala cuna, el jardín o colegio: señales de alerta
10. Qué hacer si mi hijo es víctima de bullying
Primer paso: la investigación
Segundo paso: las primeras medidas
Tercer paso: otras medidas
Cuarto paso: medidas extremas
11. Qué hacer si mi hijo sufrió abuso sexual
12. Mirando hacia el futuro
Agradecimientos
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1. Mantener la calma
Tener hijos implica, entre muchas otras cosas, un cierto grado de constante ansiedad.
Criar es, en mi opinión, la tarea más desafiante que existe, en especial porque no hay una
sola manera correcta de actuar: lo que le funciona a un papá no necesariamente le sirve a
otro. Hay tantas estrategias distintas como estilos de familias, y lo que está en juego aquí
es la persona misma. Nuestra labor tiene como objetivo formar un adulto responsable e
íntegro, un buen ciudadano, esposo y padre, que sea capaz de construirse un destino
trascendente y feliz. ¡Escalar el monte Everest empieza a verse como un día de campo!
Cuando se trata de educar y proteger a los hijos, no podemos ignorar el tamaño de la
tarea que tenemos enfrente. ¿Es una contradicción pensar que podemos calmarnos? No,
al contrario; sin duda, con serenidad prepararemos mejor a los hijos para la vida. El
escenario opuesto consistiría en definir estrategias de educación o protección en un
estado de ansiedad, aprensión o miedo. ¡Seguramente se tomarían muy malas decisiones!
Entonces, permíteme hacer algunos comentarios que pueden ayudarte a reducir tu
angustia formativa.
Me he encontrado, a lo largo de mi carrera profesional, con que a muchos papás les
preocupa equivocarse al aplicar algún tipo de disciplina. Temen ser demasiado severos o
excesivamente permisivos y «traumar» al hijo con los resultados de su acción educativa.
Pero considera lo siguiente: si eres sincero, tienes que reconocer que de alguna manera
tus propios papás en algo se equivocaron durante tu crianza, sencillamente porque nadie
es perfecto. Todos nos hemos equivocado. Estoy segura de que alguna inseguridad,
«trauma» o manía que tienes ahora es resultado de algo que hicieron -o dejaron de
hacer- tus papás, aun con las mejores intenciones. Es posible que sea una característica
que no te encanta de ti mismo, pero aquí estás, trabajando, cumpliendo con tus
responsabilidades, haciendo familia. Es decir, pudiste salir adelante a pesar de lo que
hayan hecho ellos durante tu infancia.
De esta manera, si tú llegaste a la vida adulta con algunas particularidades producto
de lo vivido en tu niñez, y estás saliendo adelante, entonces relájate. Seguramente te
encargarás de hacer lo mismo con tus hijos; es decir, los dejarás con algún desperfecto
que los acompañará para siempre, y por el que tendrán que trabajar para hacerse mejores
hombres y mujeres, pero sobrevivirán. De hecho, es gracias a esas dificultades que se
harán más fuertes y serán capaces de manejar la vida. Entonces, que no sea el miedo a
traumarlos o algo semejante lo que te impida darles la mejor formación posible, que
incluye exigencias, castigos, llamadas de atención y/o evitar rescatarlos. Haz lo que
tengas que hacer a pesar de tu aprensión.
Lo anterior se refiere a una crianza en donde solo ocurra lo natural y esperado en el
contexto de una familia. Si desafortunadamente ustedes se enfrentan a un evento
traumático, como lo puede ser el abuso infantil (físico, sexual, psicológico o de cualquier
otro tipo), entonces -aunque sé que costará mucho más trabajo- también se vuelve
indispensable mantener la mayor tranquilidad posible, porque tu hijo necesita a sus
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padres listos para la decisión y la acción. Él debe encontrar en ustedes un lugar seguro,
estable y confiable en donde apoyarse para superar este momento y hacerse de las
herramientas que requiere, con el fin de que esta experiencia no se vuelva un obstáculo
para su desarrollo ni la construcción de una vida feliz.
Pese a que las ventajas de mantener la calma son evidentes, quisiera mencionar las
más importantes, para después darte algunas sugerencias sobre cómo alcanzar un mayor
estado de tranquilidad cuando malas noticias hayan llegado a tu vida. Espero que la
lectura de los siguientes párrafos te motive a hacer el esfuerzo que se necesita para
lograrlo.
Las personas que se mantienen tranquilas suelen ser más agradables y están de
mejor humor. Educar y proteger a un hijo requiere del apoyo y participación no
solo de tu pareja, sino de la comunidad entera: toda la familia, los profesores,
especialistas, etc. El ser amable y accesible permite que la gente se sienta motivada
a acercarse a ti y a ayudar en la medida de sus capacidades. Estar alterado y/o de
malas ganas aleja a tus potenciales sistemas de apoyo en un momento crucial.
La serenidad promueve el optimismo. Necesitas ser positivo, especialmente cuando
estás enfrentando una situación difícil, pues ello te permite tener la esperanza de
vivir tiempos mejores. Cuando mantienes una actitud positiva, aumentas tu
confianza en que este momento pasará y que las cosas estarán mejor en el futuro.
La paz se contagia. Nuestro estado de ánimo se transmite hacia los demás,
permitiendo que quienes nos rodean también reaccionen con más calma. Por el
contrario, cuando estamos alterados los demás se intranquilizan. Un estado que -
especialmente para el hijo que ha sufrido algún abuso- es muy perjudicial.
Somos más efectivos y capaces de analizar la situación y de evaluar las alternativas
de acción cuando no estamos nerviosos.
El impacto de la tranquilidad en la salud es enorme: duermes mejor, tienes una
relación más sana con la comida, mayor libido, menor presión arterial y un ritmo
cardiaco más estable. En general, te sientes más descansado y con una mejor
calidad de vida y, en consecuencia, con un estado físico más capacitado para
enfrentar dificultades.
La ansiedad no promueve una buena comunicación. La calma te permite ver las
cosas con más claridad y con un enfoque más amplio hacia los objetivos a alcanzar
y las estrategias para lograrlos. Hay una mayor capacidad para estructurar un plan
de acción cuando estás tranquilo.
Tu tranquilidad es el primer paso, tanto para criar a un hijo fuerte que sea capaz de
enfrentar las dificultades como para ayudarlo a superar eficientemente el abuso que haya
sufrido.
Muy bien. Te he convencido (espero). Estás motivado para tratar de tranquilizarte, a
pesar de las circunstancias que estás enfrentando. Pero ahora te preguntas: «¿Cómo
logro calmarme?». Te sugiero algunas ideas.
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Conocimiento
Cada uno de nosotros responde de distinta manera al estrés y, por este motivo, es
necesario que aprendas a identificar cuáles son las reacciones físicas que provocan
tensión a tu cuerpo.
Observa cómo se sienten tus músculosy otros órganos internos. ¿Están contraídos?
¿Sientes el estómago cerrado? ¿Tienes acidez estomacal?
Analiza tu respiración. ¿Está agitada? ¿Sientes que te falta aire?
De las siguientes categorías, ¿cuál te describiría mejor?:
- Estresado extrovertido: estás enojado, impaciente y alterado.
- Estresado introvertido: te deprimes, guardas silencio y evitas el contacto con los
demás.
- Paralizado: estás indeciso, no logras nada de lo que planeas y te sientes confuso.
Dependiendo de la categoría que mejor te describa, se necesitará una manera
diferente para alcanzar la tranquilidad. Saber cómo reaccionas tú específicamente te
ayudará a descifrar qué hacer para lograr calmarte.
Técnica
Hay disciplinas especialmente diseñadas para la relajación, como el yoga o la
meditación consciente. Puedes aprender los principios básicos de estos métodos en la
comodidad de tu propia casa (¡internet permite hacer maravillas!) o puedes inscribirte en
una clase para que te los enseñen.
Sentidos
El nerviosismo activa sistemas neurológicos en tu cerebro que alteran tu estado físico.
La principal causante es la presencia de la hormona del estrés: el cortisol. Sin embargo,
hoy sabemos que el cerebro no es un órgano rígido, sino uno plástico que puede
modificarse con sencillos «ejercicios mentales». Uno de ellos, que además abarca toda la
extensión de tu cuerpo, consiste en estimular tus sentidos.
Vista. Coloca en un sitio accesible y que veas con frecuencia la imagen de un lugar
que te parezca plácido y ameno, o una fotografía de tus seres queridos. Vístete de
colores alegres. Sal a caminar y localiza escenas agradables a tu alrededor. Disfruta de la
naturaleza y, si puedes, tráela al interior de tu casa, poniendo algunas flores o una linda
planta en una zona muy visible.
Olfato. Las velas aromáticas o los inciensos activan este sentido e invitan a disfrutar
de la esencia. Sal y huele algunas rosas u otro tipo de flor, o camina hacia un campo
abierto y deléitate con el aire libre. Rocía tu perfume favorito en tu cuerpo.
Oído. Es muy conocido el efecto calmante de la música. Escuchar una pieza
relajante es siempre beneficioso, aunque también lo es bailar al ritmo de tus canciones
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favoritas. Canta, sin importar si eres afinado o no. Compra un CD con sonidos de la
naturaleza, como el del mar, el trinar de los pájaros o el canto de los grillos; o consigue
una pequeña fuente que te permita escuchar el constante correr del agua (es sabido que
tiene grandes efectos relajantes). Cuelga campanas o adornos de viento fuera de alguna
ventana de tu casa.
Gusto. La ansiedad produce hambre, y cuando enfrentamos alguna dificultad
solemos comer compulsivamente, ya que la saciedad (estar con el estómago lleno) nos
hace sentir satisfechos, contentos. La subida de azúcar que ocasiona ingerir alimentos
nos anima y nos pone de mejor humor. Desafortunadamente, una vez procesada la
comida, el estado de ánimo se precipita y la angustia e intranquilidad vuelven con más
fuerza. Además, el haber comido en exceso produce problemas de peso. Por eso es
necesario vigilar cómo manejamos nuestra alimentación en estas ocasiones. Sin embargo,
disfrutar lentamente de algún platillo que nos gusta, saboreando cada bocado y alargando
cada segundo, ayuda a tranquilizarnos y previene una mala relación con la comida. La
velocidad con la que comes determina el grado de placer que le darás al momento. Así
que tómate tu tiempo, ya sea para saborear una pequeña pieza de chocolate oscuro como
para disfrutar una ensalada verde. Se ha demostrado que estos dos tipos de alimentos
tienen efectos muy beneficiosos en el estado del ánimo.
Tacto. Enfocarte en lo que tu cuerpo está sintiendo ayuda a relajarte. Así que
envuélvete en una cobija y goza el instante. Acaricia a tu perro o gato y concéntrate en la
sensación suave de su piel. Y con este sentido se da mejor la oportunidad de fortalecer
los vínculos con quienes amamos: pídele a tu pareja que te haga un masaje en el cuello o
tú dáselo a él o ella. Abraza a tus hijos. Al pasar cerca de alguno de tus seres queridos,
hazle un cariño casual (revuélvele el pelo, acaricia su espalda o toca su brazo). Tocar es
la expresión física de la conexión que tienes con cada uno de los miembros de la familia.
Aprovecha esta técnica de relajación al máximo, ya que te traerá hermosos momentos de
unión y paz interior con los tuyos.
El sentido del humor (el más importante). Siempre me gusta añadirlo, pues
generalmente no es considerado en la lista de los sentidos corporales y me parece el más
fundamental, en especial cuando se trata de obtener la calma: el sentido del humor.
Como ya es bien sabido, todo en la vida es actitud. Y la mejor manera de darle un giro a
la perspectiva que tenemos de las cosas es con la risa. La risa alivia. La risa acerca. La
risa relaja. Todos los días debe estar presente en tu hogar. Esta debería ser una prioridad
y un deber en cada familia. El día de hoy te nombro a ti el responsable de lograrlo.
¿Cómo? La respuesta es sencilla: como se te ocurra. A veces, bailando frente a los hijos
(nada les parece más cómico que ver a sus «ancianos» padres tratar de seguir el ritmo de
una canción moderna); otras, contando un chiste, incluso los más malos provocan una
pequeña sonrisa («Ayer me robaron todas mis sillas... no saben cómo me siento»). El
sentido del humor se vuelve una herramienta vital para los que están pasando por
momentos difíciles, tristes y complicados, ya que demuestra que hay esperanzas de
volver a sentirse bien. De que, incluso esto, pasará.
Movimiento. Finalmente, tengo que pedirte que te muevas. La depresión suele
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provocar un desgano y una inmovilidad que solo profundiza el sentimiento de
desesperación y tristeza. Es en movimiento que se activan los centros neurológicos del
bienestar, secretando las hormonas que nos reaniman y nos ayudan a recuperar energía,
a sentirnos más fuertes y, por lo tanto, mejor capacitados para enfrentar lo que la vida
tenga preparado para nosotros. Da la vuelta a la manzana. Prefiere las escaleras antes
que el elevador. Si manejas, no te estaciones cerca del lugar al que vas, obligándote a
caminar un poco más. Baila, solo o con alguien de la familia. Disfruta sentirte libre y
capaz de moverte a voluntad. Al final comprobarás que una sensación agradable
recorrerá tu cuerpo, ayudándote a recuperar la calma.
Sé que si eres un padre de familia preocupado por la buena formación de tus hijos,
ya vives con cierto grado de ansiedad. Costos del oficio, podríamos decir. Pero este nivel
de aprensión y nerviosismo debe mantenerse siempre bajo tu dominio para que puedas,
efectivamente, prepararlos para la vida. Lo mismo sucede si, desgraciadamente, tu
pequeño ha sufrido algún tipo de abuso. La calma te dará mayor poder de resolución, y
al mismo tiempo te convertirás para él en un puerto de seguridad, en una fuente de
fortaleza y protección clave para poder superar esta experiencia traumática.
Entonces, antes de seguir leyendo este libro tómate un par de días para practicar
estas ideas y ponerte en un estado de mayor tranquilidad. Después entraremos a fondo
en el tema que nos ocupa.
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2. ¿Qué es el abuso?
Antes de empezar a hablar sobre cómo educar a tu hijo para que se reduzcan las
probabilidades de ser víctima de un abuso, tenemos que saber en qué consiste, así como
las características de todos sus involucrados: el blanco del ataque, el perpetrador, los
cómplices y cualquier otra persona que tenga un impacto directo en la manera en que se
desarrollan las circuntancias.
Lamentablemente, el abuso ha existido desde el principio de la humanidad. Tenemos
que reconocer con tristeza que esto parece ser parte inherente no solo de las personas,
sino de la naturaleza en general. Sabemos que el pez grande se come al pequeño o que
los animales salvajes se alimentan de los miembros más jóvenes, viejos y/o débiles de la
manada. Y aquí es donde reside la fundamental importancia de entregar a los hijos las
herramientas necesarias para convertirse en individuos fuertes y,por lo tanto, no ser
víctimas potenciales de los «depredadores humanos».
Pero debemos tener cuidado porque no todo lo que parece abuso lo es. La
información que nos llega es tanta y proviene de lugares tan distintos, que se vuelve
confuso delimitar si lo que le está pasando a nuestro hijo debería alarmarnos o si es solo
parte de una infancia y adolescencia normales. Porque si nos equivocamos y
reaccionamos de forma desproporcionada ante una situación, especialmente una que
involucra a los niños, les causaremos un daño que puede ser difícil de manejar después.
Así que lo primero que hay que hacer es describir sus distintas expresiones y las
características que lo acompañan, para poder entonces determinar si lo que está
sucediendo en la casa constituye un abuso o no.
El Diccionario de la Real Academia Española define el abuso como el uso malo,
excesivo, injusto, impropio o indebido de algo o alguien. Como casi todo lo que involucra
a la persona, este es un proceso complejo en el que intervienen muchos factores. Uno
importante a señalar es que la víctima nunca está en completo ejercicio de su voluntad, a
pesar de que en algunas situaciones (por ejemplo, en el caso de abuso sexual o en el de
por coerción) es un activo partícipe. En el transcurso de este libro trataremos
exclusivamente dos tipos de abuso infantil: el bullying y el abuso sexual, concentrándonos
en las estrategias formativas a aplicar en la educación de los hijos y en cómo estas
constituyen una eficiente medida para evitar estos crímenes.
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3. El bullying
Un día como cualquier otro, tu hijo regresa del colegio y te vuelve a contar algún
episodio en donde, una vez más, el mismo niño de siempre y su grupo de seguidores lo
han molestado. Atando cabos, te das cuenta de que estos no son acontecimientos
aislados, sino que por ya bastante tiempo él te ha comentado, unas veces más alterado
que otras, incidentes similares.
También puede ser que nunca te haya dicho nada y que, sencillamente, tú percibiste
que se ha ido «apagando»: no solo ya no va a la escuela con gusto, sino que con
frecuencia expresa lo mucho que le molesta asistir todos los días. Es más, has notado que
ha tenido que faltar por distintos problemas digestivos o por dolores de cabeza que
aparecen sin motivo aparente. Algo está sucediendo y, al investigar, descubres que tu hijo
es víctima de bullying desde hace tiempo.
O, por el contrario, un día recibes una llamada telefónica de un padre de familia o del
colegio al que acude tu hijo quejándose contigo del comportamiento agresivo que
presenta tu niño contra uno de sus compañeros. Te piden que intervengas para detener
esta conducta y, aunque nunca pensaste que llegaría a tanto, en el fondo no te sorprende
del todo lo que está ocurriendo. Conoces a tu hijo y sabes que es capaz de hacer algo así.
Al recibir este tipo de noticia, los padres de la víctima experimentan diversos
sentimientos, como, por ejemplo, el dolor por el sufrimiento de su hijo, el miedo por su
bienestar, una enorme frustración por no haberlo detectado a tiempo y por no poder
detenerlo inmediatamente, una gran rabia con la institución educativa que no ha sabido
proteger a quien tiene a su cuidado, e ira contra el agresor y sus padres por no educar de
forma adecuada a su hijo. Por su parte, los papás del niño que hace bullying reaccionan
de distinta manera: unos minimizan lo sucedido culpando a las circunstancias o a otras
personas, otros actúan con violencia en defensa de su hijo o castigan severamente al
agresor, y algunos tratan de atender el problema desde la raíz.
Las mamás suelen conversar en extenso sobre el asunto con los hijos agredidos,
sugiriéndoles tácticas verbales o de evasión para detener el bullying: «Cuando te moleste,
avísale a tu profesora», o: «No te acerques adonde está quien te molesta», por ejemplo.
Los papás, en cambio, ofrecen estrategias más físicas, especialmente si se trata de sus
hijos varones: «¡Defiéndete!», le dicen al niño. «¡Golpéalo y verás como deja de
molestarte!». Obviamente, si la respuesta fuera tan sencilla no existiría la agresión
sistemática. El tema tiene varios aspectos que complican la situación y espero que, al
revisarlos conmigo, entiendas mejor qué está pasando y qué hacer para resolverlo.
Lo primero a recordar es que la agresión es parte de la naturaleza humana. Es una
característica indispensable para nuestra supervivencia como especie y todos la
expresamos de alguna forma en determinados momentos. Por ejemplo, la competitividad,
la ambición, el sobreponerse a las dificultades, la asertividad y muchas otras más son
conductas o atributos que contienen algún grado de agresividad. Como cualquiera de los
elementos que componen nuestra personalidad, podemos canalizar esta emoción de
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manera productiva (que construya, que nos ayude a ser mejores personas y a alcanzar la
felicidad) o destructiva (transformándola en violencia).
Nuestra labor como padres de familia consiste en enseñar a nuestro hijo la forma
apropiada de expresar esta y cualquier otra emoción. Así, cuando a los dos años nuestro
pequeño muerde a otro niño para quitarle un juguete, le decimos un firme «¡no!», se lo
quitamos y lo distraemos con algo distinto. Así aprenderá desde temprana edad que no
obtendrá lo que desea lastimando o agrediendo.
Porque debemos recordar que ellos son niños y es normal que sean inmaduros e
impulsivos, ya que recién están aprendiendo la manera adecuada de comportarse y de
reaccionar. Durante la infancia y la adolescencia se equivocarán muchas veces, serán
crueles, harán y dirán cosas de las que se arrepentirán y también lamentarán haber
callado o no actuado cuando lo mejor era hacerlo. De hecho, esta lucha interna y este
aprendizaje nos acompañan durante toda la vida.
Por esta razón, el golpear, el realizar una gran pataleta en la que se ponga violento o
el decir palabras hirientes por un lapso corto de tiempo, no lo convierte en un agresor; es
solo un joven que tiene todavía mucho que aprender sobre autocontrol.
Un niño se convierte en alguien que hace bullying cuando por más de dos semanas
consecutivas agrede de distintas maneras a otra persona, generalmente de su misma edad
o menor. Es decir, cuando presenta un claro patrón de conducta violenta.
La agresividad no distingue sexos. Hombres y mujeres pueden molestar o ser
molestados por igual. Lo que difiere es la forma en que se expresa esta agresión:
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Para ambos, el bullying puede ser:
Físico: golpear, patear, provocar tropiezos, pellizcar, empujar, dañar la propiedad
de la víctima.
Verbal: poner apodos ofensivos, insultar, decir groserías, burlarse, amenazar,
expresar comentarios homofóbicos, racistas o clasistas, acosar psicológicamente.
Encubierto: mentir, empezar chismes, esparcir rumores, realizar gestos o señas
negativas y/o burlonas, imitar de manera grosera, hacer bromas humillantes,
promoviendo la exclusión de la víctima, dañar la reputación o la integración social
de una persona.
Cibernético: acosar con mensajes en el celular, crear un sitio difamatorio en
internet, impedir que alguien forme parte de una página en una red social.
A este último se le denomina ciberbullying y es el más reciente de todos, pues surgió
hace solo un par de años con el nacimiento de las redes sociales.
En la mayoría de los casos, el agresor y su grupo utilizan una combinación de todas
estas técnicas para hacerle la vida insoportable al niño que están atacando. Más adelante
hablaremos del efecto que tiene el bullying tanto para el agresor como para el individuo
agredido.
El perfil del agresor
Básicamente, el agresor es un niño muy enojado. La manera en que él exprese la
rabia que está sintiendo dependerá tanto de su personalidad como de su historia
particular. Sin embargo, después de numerosas investigaciones se ha determinado que
quienes hacen bullying poseen en general las siguientes características:
Son impulsivos, enojones, dominantes, impacientes y se molestan intensamente
cuando no se salen con la suya.
Les falta empatia. Les cuesta mucho trabajo «ponerseen los zapatos» de otra
persona.
Se frustran con facilidad. No saben perder. No aceptan que las cosas no les resulten
a la primera.
Tienen dificultad para acatar las reglas. El objetivo es lograr sus propósitos y se
comportan siguiendo la idea de que «el fin justifica los medios».
Poseen una opinión positiva de la violencia, e incluso cuando se refieren a ella lo
hacen con admiración.
Aunque no sucede en todos los casos, pueden ser físicamente más fuertes que los
demás niños de su edad.
Si a esto le sumamos la necesidad de pertenecer a un grupo, su anhelo por ser
popular y el sentimiento de rabia que ya habíamos mencionado, tenemos la fórmula
perfecta para que el bullying ocurra. Tu hijo se ha convertido en un «depredador»; una
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persona que busca robarle violentamente la tranquilidad a otra.
Los agresores suelen ser juzgados muy severamente. Visto desde afuera parecieran
ser los villanos de la historia, pero la verdad es que son personas que están sufriendo
mucho. Si tu hijo es el agresor significa que tiene problemas y necesita de tu ayuda
urgentemente.
Por lo general, la primera reacción, tanto de los padres como de la institución
educativa, es la de castigar al niño que ha atacado a otro. Sin embargo, mientras no
trabajes junto a él para determinar las causas de la violencia, la conducta continuará. Y,
lo que es peor, seguirá escalando hasta que sientas que el problema se sale de control.
Estoy convencida de que el 95% de la mala conducta de los hijos la provocamos los
padres. Es en base a las estrategias que aplicamos en la casa lo que construye que un hijo
haga o deje de hacer algo inadecuado. Para explicarme mejor voy a dar un ejemplo:
Imagina que tu pequeño de tres años, diez minutos antes de cenar, te pide una galleta.
Obviamente, tú se la niegas porque no quieres estropear su apetito. Él empieza a insistir:
«¡Quiero galleta, quiero galleta, quiero galleta!». Cansada de que te persiga gritando
detrás de ti, le das la galleta («¡Con tal de que se calle!»). En ese momento el niño
aprendió que le tomó diecisiete «¡quiero galleta!» lograr lo que quería. Tu respuesta a su
demanda aseguró que al día siguiente repitiera el mismo método para obtener otra galleta
y, poco a poco, todo lo demás que quisiera conseguir.
Es en la casa, dentro del ambiente familiar, donde se aprende la manera de pedir,
discutir, enojarse, mostrar el cariño, elegir pareja, superar obstáculos, etc. De ese tamaño
es la influencia que los padres y la crianza tienen en todos nosotros, nuestra vida y la
capacidad de construirnos un destino feliz.
Por esta razón, se han detectado ciertos factores familiares que incrementan la
probabilidad de que un niño, con las características de personalidad antes mencionadas,
muestre conductas agresivas. Estos son:
Falta de calidez e involucramiento de los padres. Son familias en donde la
expresión de afecto es limitada. Los padres están ocupados en su trabajo, se
preocupan de que la casa esté ordenada y limpia, y supervisan que los niños
cumplan con su tarea, se bañen, se alimenten, etc., pero sin tener una relación
cercana y cariñosa entre sus miembros.
Padres demasiado permisivos. Son aquellos que imponen muchas reglas en la
casa, pero cuando estos límites se rompen no hay consecuencias. Los hijos tienen
pocos castigos por su conducta y, de tenerlos, no se mantienen por mucho tiempo,
pues los papás no son consistentes.
Falta de supervisión. Son padres que explican las reglas que hay que seguir en la
familia, pero no revisan que se cumplan. Los hijos rápidamente aprenden que
pueden hacer lo que quieran, pues en realidad no pasa nada si no realizan lo que
sus papás les solicitan.
Disciplina extremadamente dura. Lo opuesto a los puntos anteriores también
origina conductas agresivas en los hijos. El resentimiento que provoca un
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autoritarismo inflexible suele ser muy grande. Esta técnica disciplinaria puede incluir
castigo físico (golpes, violencia), lo que enseña al niño a reaccionar de la misma
manera cuando se frustra o molesta.
Bullyingen la familia. Aunque parezca asombroso, es frecuente que los padres
inciten situaciones de bullying: permiten los comentarios humillantes y burlones
entre los hermanos, y acosan o agreden constantemente al hijo, el que, finalmente,
aprende a comportarse igual en otros escenarios, como el colegio, el trabajo o la
familia que tenga cuando sea adulto.
El ambiente familiar es clave en la formación de los hijos. El entorno que el niño
tenga en la casa es determinante y, sumado a su personalidad e historia específica, puede
ser el factor distintivo que lo convierta -o no- en víctima o agresor.
Creo firmemente que los papás somos en gran medida los responsables de la manera
en que los hijos se comportan, por lo menos, hasta que llegan a la adolescencia. La
firmeza con que se establecen los límites, la consistencia para aplicarlos o el estilo general
de disciplina que se sigue en el hogar favorecerán o entorpecerán el desarrollo del
autocontrol de sus impulsos, la expresión adecuada de sus emociones, el respeto y la
consideración por los demás, etc.
¿Cómo puedes ayudar a tu hijo si él es el agresor?
Aquí algunas ideas:
Mantener la calma. Definitivamente no hagas nada si estás alterado. La rabia, la
intensa tristeza o la decepción solo te harán tomar malas decisiones. Si es necesario
espera un par de días para hablar con tu niño. De esta manera serás más efectivo y
aumentarás la probabilidad de ser escuchado por él en la conversación.
Reconocer la rabia. Este es un paso difícil de tratar con tu pequeño, pero no
imposible. El objetivo es ayudarle a entender y a aceptar que algo lo está molestando
seriamente, y que su conducta es solo la expresión de su enojo. Puede llevarte varias
conversaciones lograr esta meta. No lo agobies ni te agotes con una extensa charla. Hazlo
poco a poco y recuerda: este es un proceso emocional que, si nos tomamos el tiempo y
lo enseñamos adecuadamente, provocará cambios positivos que permanecerán hasta su
vida adulta. Siempre que hables con él, hazle saber que el bullying es una conducta
inapropiada que no se acepta en casa. Explícale que todos tenemos que aprender formas
adecuadas de desahogar las frustraciones, y que el bullying no es una de ellas.
Identificar la raíz. En este proceso, él y tú vais a tener que enfrentar momentos
difíciles, ya que deben encontrar la verdadera razón por la que tu hijo está enojado. Por
incómodo y doloroso que sea, es importante que sean sinceros. A veces incluso es
necesario darle una disculpa por lo que hubiera podido ser tu responsabilidad. ¿A qué me
refiero? Digamos que, después de hablar, por fin él confiesa que está muy triste y
frustrado porque te has divorciado. Independientemente de las razones de tu separación,
sanarás muchas heridas si reconoces su dolor y le pides disculpas por todos los
problemas e inconvenientes que este rompimiento familiar le ha causado. ¡Imagínate lo
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beneficioso que será para tu hijo el poder hablar con confianza de algo que le ha sido
muy difícil de procesar!
El comportamiento de los niños es su lenguaje. Es su forma de expresar lo que
sienten. Si tu hijo se siente bien, tranquilo y feliz, notarás que cumple con lo esperado en
la casa y que es accesible y participativo. En cambio, si algo le asusta, le duele o le
molesta, en general el sentimiento que aflora en primera instancia es la rabia. ¿Por qué?
Básicamente porque la ira nos hace sentir más fuertes y en control que el llanto o la
desesperanza. Si, por ejemplo, un perro se asusta o está lastimado, gruñirá, se levantarán
los pelos de su lomo y mostrará los dientes. Tiene que demostrarle a su enemigo que él
es más feroz, ¡a pesar de que está aterrado! Bueno, pues lo mismo hacemos nosotros:
¿Estoy triste? Me muestro molesta e impaciente. ¿Me siento asustada? Me enojo. ¿Me
lastimaron? Expreso rabia contra el infractor; la ira es casi siempre nuestra primera
reacción.
Un niño se porta mal básicamente por cuatro razones fundamentales:
Atención. Con frecuencia provocada por la competenciaentre los hermanos o por el
alejamiento emocional de los padres. Con tal de ser visto, es capaz de portarse mal y
causar preocupación.
Lucha de poder. Quiere salirse con la suya: siempre trata de presionar a los adultos
que están a su alrededor (padres, profesores, etc.) con el fin de flexibilizar las reglas para
obtener ventaja.
Venganza. Su conducta parece decir: «Ustedes (mamá y/o papá) me hicieron enojar,
¡pues ahora verán cómo los molesto yo!». Su mal comportamiento es un castigo a sus
padres por algo que hicieron y con lo que el hijo no estuvo de acuerdo.
Insuficiencia. Son niños con baja autoestima. No se sienten capaces de lograr lo que
se les pide y fallan constantemente cuando los adultos les solicitan algo.
Es por esto que, antes de reaccionar inmediatamente a la mala conducta, debes tener
un momento de reflexión para traducir su comportamiento: ¿qué me está queriendo decir
con su forma de actuar?
Adecuada expresión. La verdad es que está permitido enojarse. Si algo no ocurre
como lo planeamos, un proyecto se frustra o tenemos un mal día, ¿por qué no sentirnos
mal? Lo que no es correcto es ser grosero o, peor aún, violento. Lo esperado es que
nosotros como adultos, cuando nos molestemos, lo manejemos adecuadamente. Lo
mismo hay que enseñarle al hijo. En lugar de decirle: «¡Y no quiero que te enojes!», o:
«¡Quita esa cara!», démosle la oportunidad de expresar lo que siente de una manera sana
para que en el futuro no se meta en problemas, pueda conservar un trabajo, mantener
una buena relación de pareja y, en general, establecer favorables vínculos interpersonales
en su vida.
Entonces, en este punto, la estrategia consiste en enseñarle cómo puede enojarse, de
acuerdo a los lineamientos de tu casa. Por ejemplo, le puedes decir que si algo le molesta
17
está permitido tener mala cara, o irse a su cuarto sin cenar si no tiene ganas de convivir
en familia, pero lo que no debe hacer por ningún motivo es golpear, maldecir, faltar el
respeto, etc.
Ahora, por otro lado, es necesario ayudarle a sacar toda esa energía negativa que
tiene dentro. El ejercicio siempre es bueno a cualquier edad y momento, pero cuando se
dan casos de rabia contenida es especialmente importante buscar algún deporte donde
pueda desahogarse de forma adecuada. En particular, yo sugiero el kick boxing o
cualquier disciplina oriental, como karate o taekwondo, pues al practicarlo el niño se
siente capaz de controlar sus impulsos y sabe que, cuando el sentimiento lo rebase,
tendrá una forma de canalizarlo que lo hará sentirse mejor sin meterse en problemas.
Atención constructiva. Un niño que agrede es un niño que sufre, que tiene
problemas y lo está pasando mal. Ahora más que nunca te necesita cerca. Sé que el
primer impulso como padres es llamarle la atención e incluso castigarlo, pero la verdad es
que, aunque es fundamental que no apruebes la violencia en ninguna circunstancia, solo
podrá aprender a expresar apropiadamente emociones intensas si tiene una relación
cercana con sus papás.
Más adelante te ofreceré algunas sugerencias de cómo proporcionar a los hijos una
atención que lo forme como un adulto capaz de construirse una buena vida, y que pueda
establecer y conservar relaciones interpersonales positivas.
Los efectos del bullying
La verdad es que el bullying, como cualquier otro tipo de abuso, impacta a todos los
involucrados: al niño agredido, al agresor, sus familias, sus compañeros y al colegio. No
obstante, es evidente que son los protagonistas -los niños- quienes se llevan las peores
secuelas por haber vivido un episodio de violencia.
Tanto para el que comete la agresión como para la víctima, los efectos del bullying se
establecen en su carácter, es decir, se convierten en la forma de ser, en las características
que serán parte de la personalidad del niño, lo que influirá en su manera de reaccionar y
de ver la vida en la adultez. Curiosamente, ambos comparten los mismos resultados,
aunque estos pueden expresarse de distinta manera. Así, podemos enumerar las
siguientes consecuencias por haber hecho o recibido bullying durante la infancia y/o
adolescencia:
Bajo desempeño escolar. Si bien no sucede en todos los casos, con frecuencia
existe una directa correlación entre la aparición de las agresiones en los niños y una
disminución en sus notas. En algunas ocasiones, los alumnos con malos resultados
académicos atacan a los que les va bien, y en otras se da justo lo opuesto: los que
tienen buenas calificaciones se sienten con la justificación de atacar a quienes no
rinden igual. Sea una u otra situación, es indiscutible que, después de un tiempo de
haber sido acosado física y psicológicamente por uno o varios de sus compañeros,
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el niño empieza a ver mermado su rendimiento. ¿La razón? el organismo se enfoca
en mantenerse alerta ante posibles ataques, y la concentración académica se ve
perjudicada.
Ansiedad. El agresor es un niño que siente mucha rabia y, en el intento por aplacar
este sentimiento, puede verse afectado por altos niveles de ansiedad, emoción
evidente y lógica para el que sufre de bullying.
Rechazo al colegio. Ninguno de los involucrados, ya sea por su pobre desempeño
escolar o por ser el lugar donde se meten en problemas -uno los provoca y el otro
los sufre-, desea asistir al establecimiento educacional. El estudiante perjudicado
trata de evadirlo mediante malestares físicos, como dolores de estómago o de
cabeza.
Soledad. La víctima se siente sola, producto del aprovechamiento de su agresor.
Cuando este hecho se une al acoso psicológico, en el que parte de la rutina es la de
no permitir que el niño se integre a alguno de los grupos de amigos, esta sensación
de soledad se incrementa. En algunas ocasiones, una vez que el colegio ha tomado
las medidas necesarias para resolver una situación de bullying, el que agrede es
rechazado por el grupo y también pasa tiempo aislado. Pese a que esto es una
lógica consecuencia de sus acciones, el proceso de resolución debería incluir la
reintegración de ambos niños al entorno escolar.
Baja autoestima. El agresor sabe que su conducta no es la adecuada y, por este
motivo, no tiene un buen concepto de sí mismo. Solo en casos en donde su familia
de origen considere la violencia como una manera válida de comportarse (y
créanme, muchas así lo hacen), el niño se sentirá orgulloso de maltratar a otro. La
mayoría de las veces, afortunadamente, esto no es así. Tiene conciencia de la
gravedad de sus acciones y debido a ello cae en un círculo vicioso, en el que su
baja autoestima le hace creer que no es capaz de mejorar su comportamiento. Si la
violencia no se trata de detener, esta irá escalando hasta que sea muy complicado
para que el niño encuentre su valor como persona. Por otro lado, este se siente
débil frente al compañero que lo lastima, sabe que es una víctima y se siente
incapaz de detener esta situación y, en consecuencia, también puede llegar a tener
una opinión negativa de sí mismo.
Poca o distorsionada asertividad. El abusado siente que no puede cambiar sus
circunstancias, por lo que deja de intentar participar en actividades escolares,
eventos sociales, etc. El agresor, en cambio, cree que su actuar es un camino
admisible para lograr sus objetivos de aceptación, popularidad, poder o desahogo.
Problemas de salud. El niño que es agredido padece dolencias, como dolores de
cabeza, de estómago o trastornos de sueño. La sintomatología psicosomática es
evidente cuando una persona se enfrenta diariamente a situaciones de estrés. El
control médico ayudará a que el pequeño se sienta mejor, pero el alivio completo
solo se obtendrá cuando se resuelva la raíz del problema: el bullying.
Dificultad para establecer o mantener relaciones interpersonales sanas. Si una
persona por gran parte de su infancia y adolescencia ha atacado a otros, lo más
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probable es que adopte en su vida adulta esa misma forma de actuar. En palabras
más sencillas: se acostumbra a reaccionar con violencia y busca relaciones en las
que pueda dominar y mantener el control. Por otra parte,el niño atacado se vuelve
desconfiado y crea vínculos en los que solo desea protección (y no ser «un igual»,
un par). Responde frecuentemente a la defensiva porque espera -como sucedió
cuando pequeño con sus compañeros de colegio- el ataque de su pareja.
Pensamientos o intenciones suicidas. El bullying sistemático y permanente
produce serias depresiones. Si se sufre abuso en la infancia, cuando todavía el
organismo está en formación, el cerebro hace las conexiones neurológicas
específicas que en esta condición se transforma en la adultez en una depresión
clínica, llegando a provocar pensamientos o intentos suicidas u homicidas hacia el
agresor, como se ha visto en algunos casos.
Violencia intrafamiliar. Las características que conforman el cuadro de una mujer
golpeada (o de un hombre, aunque en menor número) se establecen desde la
primera infancia. Las experiencias iniciales, tanto de los agresores como de los que
se dejan agredir, son cruciales: a menos que se tomen serias y consistentes medidas
para evitarlo, los niños que hacen bullying y sus víctimas mantendrán estos mismos
roles por el resto de sus vidas. El impacto del bullying no termina cuando
resolvemos la situación problemática en el colegio. Puede continuar durante años e,
incluso, décadas. De ahí la fundamental importancia de educar bien a los hijos y de
promover ambientes familiares que eviten los escenarios de violencia.
Crimen. Los niños agresores son más propensos a cometer un crimen violento
cuando adultos, en comparación con los que no hicieron bullying durante su
infancia.
Como pueden ver, las consecuencias no son menores y perduran por mucho tiempo.
Tu trabajo como padre o madre es ser cercano, persistente y efectivo. Esto es
indispensable para que tu hijo crezca con una buena cantidad de herramientas que le
permitan ser un adulto emocionalmente sano y perfectamente capaz de tener una vida
feliz. Más adelante te ofreceré algunas ideas de cómo lograrlo. Antes te invito a explorar
otro tipo de abuso al que puede estar expuesto tu hijo: el abuso sexual. Aprenderás a
detectar señales importantes que te ayudarán a prevenirlo y, si ya sufrió esta terrible
experiencia, espero que el contenido te sirva para manejarlo mejor.
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4. El abuso sexual
Para que el abuso sexual ocurra se deben confabular muchos factores, entre ellos que
haya un criminal. Sin embargo, también entra en juego la personalidad del niño, el estilo
de su familia, su crianza y las ocasiones en las que se da la oportunidad de que el abuso
suceda.
Nos sorprendería saber en cuántos casos este se conocía, y el niño tuvo que sufrir,
además de esta tragedia, la traición de quienes debían protegerlo. En otras tantas,
sencillamente no supieron leer las señales hasta que ya fue evidente el menoscabo hecho
al pequeño. En cualquiera de sus formas, el daño es devastador y, mal manejado, es
permanente. Por eso es fundamental conocer por lo menos lo básico sobre el tema. Así,
los padres estarán listos para la acción si fuera necesario.
¿Qué constituye un abuso sexual?
Aunque lo mejor es analizar caso por caso, pues las generalizaciones suelen omitir
detalles importantes a considerar, para determinar si es un abuso o no, muchos
especialistas establecen una diferencia de cuatro años de edad entre los participantes de la
actividad sexual. Se dice que cuando les separan menos se trata solo de experimentación,
aunque, repito, se deben examinar las particularidades de cada situación.
También, el abuso sexual incluye actividades en donde hay contacto físico y otras en
las que no lo hay.
En las que existe contacto se incluyen:
Tocar los genitales o las partes íntimas de un niño.
Obligar al niño a tocar los genitales de otra persona, a participar en juegos o a tener
relaciones de tipo sexual al poner objetos o partes del cuerpo como los dedos, la
lengua o el pene dentro de la vagina, boca o ano.
En cambio, entre las actividades en las que no hay contacto físico están:
Mostrar a un niño deliberadamente los genitales de un adulto.
Fotografiar a un niño en poses sexuales.
Hacer que un niño vea o escuche actos sexuales, o mostrarle pornografía.
Observar de manera inapropiada mientras un niño se desviste o va al baño.
Las primeras expresiones pedófilas pueden ocurrir desde tan temprano como la
adolescencia. Esta desviación no espera la vida adulta para mostrarse. Ahora,
ahondaremos un poco más en las características de este depredador.
El perfil de un pedófilo
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Lo primero a comentar es que todos los abusadores sexuales infantiles son pedófilos,
pero no todos los pedófilos son abusadores sexuales.
De acuerdo a los especialistas, la pedofilia es un desorden psicológico en el que un
adulto tiene fantasías o realiza actividades de tipo sexual con menores de edad, ya sean
del mismo sexo o del opuesto.
Algunos autores han querido hacer una distinción entre el pedófilo (persona que
siente una intensa atracción erótica hacia menores, pero que no actúa) y el abusador
infantil (quien en efecto comete el delito). Este último siempre es un pedófilo y es por
eso que, una vez detectada la pedofilia, debe enfrentarse con extrema vigilancia por la
amenaza que representa.
Un pedófilo puede ser cualquier persona, sin importar su sexo, nivel de educación
académica, estatus socioeconómico, lugar en la comunidad o profesión. Aunque tienen
características específicas, su aspecto y comportamiento cotidiano no los diferencian de
manera llamativa del resto de la población, lo que los hace particularmente peligrosos.
En general, los pedófilos comparten los siguientes rasgos:
La gran mayoría -más del 70%- es gente adulta.
Ocurre en mayor número de casos en hombres.
Tienden a ser solteros y de pocos amigos.
Si tienen pareja, esta reporta poca actividad sexual entre ellos.
Suelen ser brillantes (inteligencia muy superior al promedio), impulsivos,
cuidadosos con su apariencia personal y poco violentos.
Optan por un perfil específico de víctima: algunos se sienten atraídos por niños
muy pequeños; otros prefieren preadolescentes; hay quienes eligen solo varones, o
con determinadas propiedades físicas, etc.
Expresan sin dificultad sus sentimientos. Son afectuosos y agradables, lo que les
permite ganarse la confianza de la familia del niño que les gusta, facilitando su
acceso a la vida cotidiana de su potencial víctima.
Son empáticos y divertidos, por lo que los niños a su alrededor se sienten
acompañados y entretenidos.
Son expertos manipuladores y adquieren una postura protectora hacia los niños,
ocultando su enferma obsesión por ellos.
Suelen acercarse a menores cuyas circunstancias podrían hacerlos vulnerables; por
ejemplo, a niños con madres o padres solteros.
Son asiduos a la pornografía infantil.
Inician sus actos pedófilos al principio de la adolescencia, pocos años después de
los primeros cambios físicos propios de la pubertad.
Alrededor del 40% de los pedófilos fue víctima de abuso sexual durante su infancia.
Sabemos que la herencia genética juega un papel fundamental en nuestra estructura
cerebral, pero también las experiencias de nuestra vida, en especial las de la infancia y
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temprana adolescencia, van «cableando» nuestro cerebro de una manera específica,
promoviendo que reaccionemos de una determinada forma y no de otra. De este modo,
el pedófilo, dependiendo de lo que a él mismo le haya sucedido, se sentirá atraído por los
niños desde sus primeros años, y por eso estoy convencida de que no hay terapia
psicológica que pueda corregir su desviación. Lo único que podemos hacer es aprender a
detectar sus características o descubrir sus primeras acciones delictivas, para mantenerlo
definitivamente alejado de cualquier contacto infantil por el resto de su vida.
Como padres, sin embargo, podemos hacer algo más. Aunque en las siguientes
páginas hablaré de diversas estrategias educativas que le permitirán a tu hijo fortalecer su
carácter y así tener más herramientas de defensa y protección personal, ahora quiero
abordar el tema de la formación en la sexualidad y la afectividad.
Numerosospadres de familia me indican lo incómodo que les resulta hablar de esto
con sus hijos. Otros me confiesan que no saben a qué edad empezar o cómo hacerlo. En
esta época, en la que nuestros niños tienen un rápido y fácil acceso a todo tipo de
información, es indispensable que reciban de sus padres lo que no encontrarán tan
fácilmente entre amigos o medios de comunicación: un contexto.
Solo tú tendrás la oportunidad, durante el transcurso de la vida de tu hijo, de decirle
cuándo y de qué manera son apropiadas las relaciones sexuales. Conforme vaya
creciendo, en momentos distintos y de formas diferentes, podrás explicarle sobre la sana
expresión de la afectividad, de tal manera que desde muy temprana edad sepa detectar
cuando algo no está bien.
La educación sexual no se trata sobre:
El origen de la vida de los seres que habitan el planeta.
La gestación en el vientre materno.
El nacimiento de una persona.
La menstruación y sus respectivos cuidados.
El control o la promoción de una determinada conducta sexual.
Las relaciones sexuales, sus técnicas, enfermedades vinculadas, etc.
En cambio, una adecuada formación en sexualidad promueve:
Una autoestima positiva basada en un sano concepto de sí mismo.
El cuidado y el respeto personal.
Una buena comunicación.
Relaciones afectivas estables y duraderas.
Una toma de decisiones inteligentes y conscientes.
El desarrollo de la capacidad para establecer un plan personal de vida que le
permita al individuo tener un futuro feliz.
Como puedes ver, el área de la sexualidad abarca gran parte de lo que significa ser
una persona. Y una adecuada comunicación y formación en este tema le permitirá a tu
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hijo cuidarse mejor y le enseñará a tener un mayor respeto de sí mismo y de los demás.
Aprovecha las diferentes etapas de su desarrollo para irle hablando de los variados
aspectos que involucra, de manera que el diálogo sea abierto y natural desde su más
temprana edad.
A continuación te señalo algunas consideraciones a tener en cuenta dependiendo de la
edad de tu hijo.
Desde su nacimiento hasta los seis años él tendrá muy poca capacidad de medir el
peligro, por lo que deberás decirle que:
- No se vaya con extraños.
- No acepte dulces o regalos de desconocidos.
Por supuesto, con esto no basta, ya que el 90% de los abusadores es alguien que los
niños conocen y en quien confían, por lo que tenemos que tomar medidas más
específicas:
Dile que cuando un adulto les diga «no le cuentes a nadie», él o ella debe contarle a
todos. Puedes inventarle que esto es un juego que tienen los mayores (haz mucho
hincapié en lo divertido que nos parece a todos el que un niño cuente lo que un
adulto le pidió callar; y, por supuesto, ten mucho cuidado sobre lo que digas frente
a tu hijo si no quieres que lo repita).
Explícale que nadie puede tocar sus partes íntimas. Una buena manera de ilustrarlo
es diciéndole que nadie tiene permiso para ver lo que cubre el traje de baño.
Aclárale que nadie puede obligarlo a tocar las partes íntimas de otra persona.
Enséñale que si algo así ocurre, sin importar lo que diga el otro (amenazas
incluidas), lo cuente.
Como en todas las demás interacciones con tu hijo, díselo de manera afectuosa y
natural, pero también seria. Y repíteselo con regularidad. Después de varias sesiones de
instrucción, él logrará internalizar toda esta información y será capaz de usarla en un
momento dado.
Desde los seis a los ocho años es el rango de edad en donde hay mayor número de
víctimas de pedofilia. Por lo tanto, en esta etapa las conversaciones formativas
sobre sexualidad son fundamentales desde dos frentes:
- Recordarle que no es correcto que toquen las partes íntimas de su cuerpo, y que
si esto ocurre debe informarle a adultos responsables.
- Hacerle que conteste preguntas del tipo:
 ¿Qué harías si es alguien que conoces y quieres?
 ¿A quién se lo dirías?
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 ¿Qué harías si un extraño te ofrece algo a cambio de acariciarte?, ¿y si es
alguien que te cae bien?
 ¿Qué harías si alguien te amenaza con lastimar a tus papás si no te vas con él o
ella?
Durante el resto del desarrollo de tu hijo, además de sumar a su formación estrategias
de fortalecimiento del carácter, lo ideal es ir reforzando estos conceptos.
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5. Ser víctima, ¿se nace o se hace?
Nadie desea que su hijo sea lastimado. ¡Cómo nos duele cuando lo vemos sufrir por
un romance que termina! Es mucho más intenso aún cuando se convierte en objeto de
tortura, crueldad y/o maltrato. Queriéndolo como lo hacemos, lo único que nos interesa
es alejarlo lo antes posible del potencial depredador. Nuestras estrategias se concentran
en analizar el exterior, en lo que rodea al niño, para idear la manera de protegerlo y evitar
que lo dañen.
Por supuesto, hay muchas situaciones en las que puedes ser una «víctima
circunstancial». Por ejemplo, si estás en el banco en el momento de un asalto o si,
sencillamente, un rayo te cae encima, sufrirás las consecuencias de lo que te sucedió solo
por estar en el lugar y momento equivocados. Pero, en muchos otros casos, tratas de
cuidar cada uno de los detalles para que tu hijo no padezca ningún mal. Así, llamas a los
padres del amigo que lo invitó a dormir para verificar que todo esté en orden o procuras
no estar en sitios inadecuados para niños en horas imprudentes.
Si has visto en televisión documentales sobre la vida animal, habrás notado que
cuando la leona sale a cazar no persigue a los miembros jóvenes y fuertes de la manada.
De alguna manera, logra localizar al cachorro, al enfermo o al viejo, y a ese lo convierte
en su presa. Sabe distinguir para poder alimentarse ese día.
Estoy convencida de que algo similar sucede con las personas. Todos «emitimos»
señales distintas que otros pueden leer, indicando características específicas sobre nuestra
personalidad. Si un hombre controlador va a un bar, sabrá identificar cuáles son las
mujeres más dóciles y fáciles de manejar, e irá tras alguna de ellas. Sería absurdo que se
acercara a una que también fuera controladora, pues a él le costaría mucho trabajo tener
el mando en la relación, que finalmente es lo que está buscando.
Estas conductas, gestos y expresiones que permiten a la gente conocer parte de
nuestra personalidad suelen ser inconscientes. Puedes pasar años emparejándote con
personas con las mismas características, preguntándote por qué te pasa esto a ti. De
hecho, en mi consulta muchas veces he escuchado cosas como: «¡Siempre termino
saliendo con celosos patológicos y no entiendo por qué!».
Tu hijo, de la misma manera, entrega señales de su carácter: su comportamiento,
tanto en el colegio como fuera de él, expresa quién es, y los agresores, abusadores,
aprovechados e incluso los criminales del mundo sabrán identificar si es o no una de sus
víctimas potenciales.
Pero no he respondido la pregunta que titula este capítulo: ser víctima, ¿se nace o se
hace? En el caso de la «circunstancial» sabemos que esta surge por el contexto. Es su
presencia en un lugar y momento determinado lo que finalmente le perjudica. En cambio,
de toda una sala de clases el agresor selecciona a un niño en particular para lastimar. A
pesar de que muchos pequeños tengan las características físicas y la edad que atraen a un
abusador sexual, este elegirá solo a quien detecte que puede seducir. Y estas señales son
una combinación entre la personalidad de tu hijo y la manera en que fue criado. En este
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sentido, entonces, la víctima nace (temperamento), pero también se hace (crianza).
Hay rasgos con los que se nace y cada persona tendrá esas particularidades hasta el
día de su muerte. Sin embargo, como padre de familia puedes enseñarle a tu hijo a
conocerse mejor para que él pueda identificar sus fortalezas y debilidades, manejarlas
para lograr sus objetivos, y -siguiendo con el tema de este libro- aprender a protegerse.
Por otro lado, con tu estrategia educativa tu pequeño puede ir fortaleciendo su carácter
para que sepa defenderse sin ser violento; mostrar seguridad y confianza en sí mismo sin
ser prepotente; tener una vida dignay valiosa, resguardándose de los abusadores del
mundo, y construir una vida buena y feliz.
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6. Características en casa que promueven el abuso
Lo primero que tengo que aclarar es que no existe una estrategia educativa, sea esta
buena o mala, que garantice un resultado. Por esta razón, educar a un hijo es un
verdadero arte. La personalidad del niño, la de sus padres, el tipo de interacción de la
pareja, la relación padre/madre/hijo, el vínculo con sus hermanos en caso de tenerlos, el
número de hijo que ocupa y cualquier otro detalle de su vida influyen en el futuro adulto.
En otras palabras, todo afecta. Sin embargo, en las últimas décadas se ha estudiado la
familia y se ha recabado información suficiente para entender un poco más lo que sucede
en la casa, determinando algunas tácticas que los padres pueden promover para incidir en
ciertas conductas o actitudes.
Dependiendo de la personalidad del hijo y de las circunstancias específicas de la
familia, estas características tienen el potencial de funcionar de dos maneras distintas:
pueden promover que el niño asuma el rol de víctima (sufriendo bullying u otro tipo de
atropello) o el papel de abusador.
Disciplina extremadamente dura
Los que me conocen saben que yo estoy a favor de la firmeza en la educación de los
hijos. Creo que a ellos les beneficia la estructura en forma de rutinas, tradiciones y
hábitos que fomenten las virtudes y las buenas costumbres, pero para eso se requiere de
un criterio que permita cierta flexibilidad en la estrategia. Ahondaré en este tema más
adelante.
Basados en los estilos de generaciones pasadas, todavía hay muchos que creen, por
ejemplo, en la disciplina del golpe: los manotazos y las nalgadas son recursos frecuentes
para «hacer entender» al niño. En casos extremos, papás realmente frustrados (y, siendo
mamá, sé que a veces este sentimiento es intenso y recurrente) jalan el pelo, pellizcan y
hasta llegan a utilizar instrumentos que proporcionan más dolor, como cinturones,
cucharones de madera, entre otros.
Después de un buen golpe, un niño puede obedecer. Por eso, los que practican esta
técnica disciplinaria afirman que funciona. ¡Claro que lo hace, pero en lo inmediato! Si a
mí me golpearan cada vez que hiciera algo, seguramente yo también lo dejaría de hacer;
por lo menos, frente a quien me hace daño. Es decir, con cada manotazo o nalgada se
empieza a formar, desde la más tierna edad, a una persona que ocultará sus acciones
(buenas y malas) a sus papás.
La obediencia se da por miedo, por supuesto. Instintivamente nos alejamos de lo que
nos asusta, creando una brecha -en este caso- entre los padres y el hijo. El temor y la
frustración de saber que hay grandes probabilidades de ser lastimado producen
resentimiento en los niños, fuente de venganza infantil, que asume la forma de mal
comportamiento, bajo desempeño escolar, «olvidos» de las instrucciones recibidas por
parte de sus padres, y muchas otras más.
Un niño que ha sido criado con reglas inflexibles, golpes, violencia verbal,
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humillaciones y otros maltratos puede asumir dos roles:
Agresor. Necesita desahogar la rabia que siente a causa de los castigos que sufre y
busca desquitarse con seres más débiles que él, como hermanos menores,
compañeros de escuela, mascotas o amigos.
Víctima. Está acostumbrado a ser maltratado. Incluso puede llegar a pensar que se
lo merece (¡sus papás se lo dejan claro en toda oportunidad!). No le sorprende que
le hagan bullying, pues es, a sus ojos, lo esperado para personas como él.
La estrategia del abusador sexual es proporcionarle cariño y protección a un niño que
se siente desprotegido. ¿Quién mejor que el hijo de un padre duro, violento e inflexible?
La costumbre a someterse, incluso cuando su intuición le indica que algo no está bien,
deja vulnerable al pequeño ante cualquier pedófilo.
Permisividad
Como todo en la vida, los extremos son malos. Así como no es bueno ser
excesivamente controlador y rígido en la educación de los hijos, tampoco lo es ser
demasiado relajado y flexible en las reglas.
Una de las más eficaces armas que tendrá tu hijo para manejarse de forma adecuada
en su vida adulta será el autocontrol. Esta es una cualidad que le tomará adquirir
prácticamente toda su vida infantil y adolescente. Es un proceso largo que para lograrse
requiere de la persistencia y constancia de los padres.
He encontrado que la permisividad en la casa ocurre por:
Comodidad. Es más fácil ceder a las insistencias del hijo para ahorrarnos la
discusión o pataleta. Siempre lo he dicho: es más sencillo ser un mal papá que uno
bueno, pues el mantener firme un castigo o no ceder a lo que el niño quiere en
medio de un berrinche les demanda a los padres mucho más. Darle de inmediato lo
que pide, ahorrándose todo el drama de la pataleta, es mucho más sencillo, pero
evidentemente constituye un daño formativo que mostrará consecuencias negativas
en un futuro próximo.
Necesidad de aceptación. Para todos es importante que los hijos nos quieran. De
hecho, para lograr nuestros objetivos formativos es necesario tener una relación
cercana con ellos. Sin embargo, ser papá no es un concurso de popularidad.
Muchas veces debemos decir que no, sabiendo que no les simpatizaremos por
varios días. Los que quieren ser amigos de sus hijos, los que esperan ser «buena
onda» frente a ellos y sus amigos o los que tienen miedo de caerles mal, tenderán a
permitir situaciones inadecuadas o a no imponer un castigo bien merecido.
Falta de tiempo. Esta es una circunstancia frecuente en nuestra época. Sin
embargo, criar niños implica dedicación. Requiere no sentirse agotado y superado
por la vida. Si descubres que tu trabajo y otras actividades diarias te dejan tan
cansado que dices que sí a todo lo que te piden los niños, si permites que no
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cumplan con las reglas de la casa, si te impacientas inmediatamente, por favor,
detente. Tómate unos minutos de una tarde para sentarte a hacer una lista de todo
lo que haces durante la semana. Incluso las tareas más pequeñas, pero que de todas
maneras absorben parte de tu tiempo. Después, analiza: ¿cuáles puedes hacer con
menos frecuencia o de otra forma?, ¿cuáles puedes delegar?, ¿cuáles puedes dejar
de realizar definitivamente? Siempre hay cosas que podemos eliminar: no pasa nada
si planchas tres veces por semana en lugar de cuatro. Es mucho más importante
que tengas una vida familiar tranquila y agradable, que el asegurarte que no quede
nada pendiente en la oficina por revisar, ¿no crees?
Los niños envidian a sus amigos cuyos papás les dan permiso para todo lo que
solicitan («¡Qué buena onda es tu papá! ¡No te da hora de llegada a la casa!»). Pero he
encontrado que los hijos perciben este hecho como una falta de preocupación hacia ellos,
lo que merma su autoconfianza, ya que se sienten inseguros al no tener una estructura
firme que los contenga. Esta incertidumbre se incorpora a su carácter, expresando una
vulnerabilidad que puede ser fácilmente detectada por cualquier tipo de abusador.
Falta de involucramiento
No solo basta saber que ya comieron, que no están pasando frío o que cumplieron
con la tarea. Formar a un hijo requiere de conocerlo y compartir cercanamente su vida.
De nuevo el tiempo aparece como una necesidad fundamental en la familia, pues, no
importa qué tan ocupado te encuentres, estoy segura de que tienes diez minutos para
conectar con tu hijo. Permíteme darte algunas sugerencias. Hoy en día los niños saben
mucho de tecnología. Recorta alguna noticia que aparezca en un diario sobre lo último en
celulares o una nueva e interesante aplicación, y conversa con él al respecto. Siéntate a
su lado cuando esté viendo la televisión, y muéstrate interesado en el programa.
Pregúntale y aprende sobre sus puntos de vista. Como ves, estas actividades no exigen
de mucho tiempo y las recompensas son enormes. Actualmente hay niños que están muy
solos durante el día, ¡incluso cuando los papás se encuentran en casa! Es en estos
espacios que puedes transmitir -en forma de charla informal, y no como un aburridosermón- los valores que son importantes para ti y que de nadie más podrá recibir tu hijo
de esa manera. ¡No pierdas esta oportunidad!
Además, cuando estás presente en la vida de tu niño y la relación es cercana, la
supervisión se incrementa. No solo sabes dónde está y qué está haciendo, sino que sabes
por lo que está pasando y conoces a las personas que lo rodean. Esto te permitirá
identificar más fácilmente los peligros potenciales que pudieran surgir en su camino.
Sé que hay hijos conversadores y afectivos, y otros más introvertidos y, por lo tanto,
poco comunicativos. Para muchos padres, el contacto con estos últimos se complica
porque sencillamente sienten que «no los dejan entrar».
Te puedo asegurar que los hijos nos escuchan. Aun cuando tienen cara de hartazgo o
contestan con monosílabos, nos están oyendo. Pareciera ser que está en su «descripción
de puesto» el mostrarse desinteresados a lo que los papás tienen que decir, especialmente
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a partir de la pubertad. Sin embargo, las lecciones, las ideas y los valores se van
quedando en sus mentes, y son procesados poco a poco hasta elegir los que serán sus
propios principios y creencias en la vida adulta. Más adelante te daré algunas ideas para
que la comunicación con tu hijo sea más efectiva, con el fin de que puedas acercar tu
relación, incluso con los más callados.
Abuso en casa
Se ha descubierto que en muchas ocasiones los abusadores tienen o han tenido
experiencias similares a las que les provocan a sus víctimas. Es decir, no sería extraño
encontrar que el niño que agrede a otros en el colegio sufre bullying en su casa. Por lo
menos uno de sus padres le habla despectivamente, se burla de él o lo agrede. O todas
las anteriores. Es un patrón de conducta que se aprende y se replica a lo largo de su vida,
en todos los ambientes y relaciones. Él interactuará con su pareja, sus compañeros de
trabajo, sus amigos y luego con sus hijos de la misma forma como lo hicieron con él,
construyendo un círculo vicioso que trasciende a varias generaciones.
De igual manera, los pedófilos con frecuencia reportan que ellos mismos fueron
víctimas de abuso sexual por parte de familiares o conocidos. Así, desde pequeños
aprendieron patrones enfermos de conducta entre personas de su mismo o distinto sexo.
Su propia experiencia infantil traumática los hiper-sexualizó, eligiendo esta expresión
incluso en situaciones que ellos saben que son inapropiadas, inmorales e ilegales.
Los hijos absorben todo lo que está a su alrededor, incluso cuando crees que no te
están viendo. Perciben las tensiones de un ambiente violento dentro de la casa y tu estrés
por el trabajo o tu situación económica. Notan tu depresión y hasta tu frustración por no
tener la vida que te habías imaginado. De la misma manera son capaces de percibir la
alegría, el sentido del humor y la tranquilidad, aun cuando no les digas expresamente lo
que sientes.
El comportamiento de tu hijo dependerá de tu estado de ánimo y su primera reacción
se reflejará en su conducta: de manera inmediata, se portará mejor o peor de acuerdo a
los sentimientos que prevalezcan en el hogar. Los enojos y tristezas, aun cuando no sean
dirigidos hacia él, le provocarán ansiedad y se sentirá inseguro. Vivir permanentemente
en un hogar con problemas causará que con los años se vuelvan abusadores o víctimas,
de acuerdo al rol que elijan (inconscientemente) para sí mismos.
Aunque ambos sexos pueden volverse muy agresivos, los niños tienen mayor
probabilidad de ser violentos, mientras que las niñas tienden a volverse crónicamente
depresivas.
La extensión de tu influencia en tus hijos no se limita al tiempo que pasas físicamente
con ellos. Tu impacto llega a constituir el ambiente en el que cada miembro de tu familia
convive y tu disposición será clave para lograr tener un hogar que verdaderamente les
proporcione las herramientas para salir adelante.
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7. Fortaleciendo el carácter de los hijos
A partir de los cinco o seis años (¡a veces incluso antes!), tu hijo puede ser capaz de
cuidarse de ser abusado por desconocidos o familiares. La capacidad de defenderse es
algo que se va desarrollando desde la primera infancia y, curiosamente, el proceso no
siempre involucra tener las famosas advertencias de todo padre, como «no hables con
extraños» o «no le abras la puerta a quien no conoces».
Como lo expliqué anteriormente, una persona emite señales que expresan
características de su personalidad. Su comportamiento, gestos y maneras dan indicios de
quién es, y todos los que la rodeamos somos capaces de interpretar estas pistas de su
carácter, algunas veces consciente y otras inconscientemente.
Así como en la naturaleza cada depredador elige a su presa, la misma mecánica
ocurre entre la raza humana: el controlador buscará al débil, al adicto, al dependiente,
etc. En cambio, una persona emocionalmente sana, fuerte y positiva estará más
preparada para elegir a alguien igual que él o ella.
Entonces, nuestro trabajo consiste en preparar lo mejor posible, en la medida de
nuestras capacidades, a nuestros hijos para que sean individuos de carácter fuerte. Pero
no confundamos los términos. Carácter fuerte no significa tener un hijo gritón, grosero,
demandante y violento. Muchos padres usan este concepto para describir a un niño con
estas características y no podrían estar más equivocados. Un hijo que de manera burda y
ordinaria hace demandas inapropiadas, y rompe en pataletas incontrolables cuando no se
cumplen sus deseos, sencillamente es un maleducado.
El carácter es el marco de valores, la calidad de los principios, la forma de pensar,
actuar o sentir de una persona. Un individuo de carácter fuerte es alguien que:
Se respeta a sí mismo y a los demás.
Es responsable.
Se mantiene firme al defender sus principios.
Es solidario y ayuda al necesitado.
Toma buenas decisiones.
Es honesto, leal y justo.
Es buen ciudadano.
En fin, es una persona con un fuerte sentido ético. Como ves, alguien completamente
opuesto a lo descrito en el párrafo anterior.
¿Deseas que tu hijo tenga estas características cuando llegue a la vida adulta? Pues
para lograrlo necesitas empezar a trabajar desde el día en que tu hijo llega a tu casa por
primera vez.
No te preocupes si lees esto cuando no es un recién nacido o ¡incluso si es
adolescente! Nunca es tarde para enseñar una nueva lección a través de una estrategia
distinta a la que habías utilizado anteriormente.
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Los primeros años
El vínculo inicial entre padres e hijos impacta en la calidad de la relación que tendrán
conforme pasen los años. Esto no quiere decir que la determine, sino que es un factor
influyente en la misma. Antes de indicar las actividades que propician la adquisición de
virtudes para fortalecer el carácter del niño, quiero recalcar que el tiempo que pases con
él es lo que te permitirá formarlo adecuadamente. Además, los hábitos que establezcas
desde el principio se instalarán con mayor facilidad en la casa, y para tu hijo y para ti el
llevarse bien se dará de manera natural.
Con niños pequeños -desde el nacimiento hasta los tres años- lo ideal es centrarse en
la rutina y el orden. Aunque sus aptitudes verbales son escasas, ellos tienen una alta
capacidad de comprensión. Tu tono al hablar y la manera en que interactúes con tu hijo
marcarán la diferencia y esto irá estableciendo un determinado estilo en la relación.
Trata de mantener horarios fijos de comida y de dormir, ya que las rutinas y los
rituales (hacer las mismas cosas en el mismo orden) les proporciona seguridad. Además,
los hijos responden rápida y tranquilamente cuando aprenden las acciones que deben
seguir a determinada hora, y cuando saben lo que se espera de ellos.
Son muy pequeños y, por lo tanto, los juegos son la manera ideal para hacerles
entender el mundo. Las actividades que tienen que realizar las harán mejor si están
dentro de un contexto lúdico. ¿Tiene que lavarse los dientes? Háganlo juntos al ritmo de
una canción. ¿Debe recoger sus juguetes? Coloca una canasta y traten de meterlos desde
ciertadistancia, y el que enceste más gana (sé un poco más lenta para que sea él quien
recoja la mayoría. No solo para que gane y el juego le resulte atractivo, sino para que
aprenda a hacerse responsable de ordenar sus cosas). Estoy consciente de que hacerlo de
esta manera toma más tiempo, pero tiene la gran ventaja de enseñarle lecciones
importantes dentro de un ambiente agradable, incrementando la probabilidad de que esté
más motivado a obedecerte porque se está divirtiendo.
¿Qué relación tiene todo esto con el abuso? Construir un lugar tranquilo y una
atmósfera segura, en donde el respeto y el amor sean la natural y cotidiana convivencia,
irá forjando en tu hijo la confianza en sí mismo que requiere para aprender a cuidarse y
defender sus derechos y creencias.
Infancia
En esta etapa, tu activa participación será clave. Lo dije antes y lo vuelvo a
mencionar: los padres somos responsables del 95% de la conducta de los hijos. Tú serás
quien le enseñe comportamientos adecuados a lo largo de su desarrollo o, por el
contrario, quien promueva la indisciplina, el desorden y/o la irresponsabilidad.
Pero ¿por qué alguien educaría mal a un hijo conscientemente? La mayoría de las
veces, porque los queremos muchísimo y nos dejamos convencer por sus tiernos y
dulces ojos o por su vocecita infantil. Muchas otras, porque no se nos ocurre una manera
diferente de hacerlo (así lo hicieron nuestros padres o nosotros mismos éramos
demasiado jóvenes, por ejemplo). Otras veces, porque malentendemos el amor y
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creemos que, al hacer todo por ellos o incluso al permitirles que «se salgan con la suya»,
les estamos demostrando nuestro cariño. Las menos, espero, es porque estamos
demasiado cansados para lidiar con ellos o no nos interesa formar a un hijo, sino que
queremos «quitárnoslo de encima» lo más rápido posible.
Aunque identificar el por qué actuaste de esa manera es importante para mejorar la
relación con tu hijo y para conocerte mejor (parte fundamental del crecimiento personal),
te puedo asegurar que finalmente el resultado es el mismo: dentro de pocos años tendrás
a un niño desobediente y conflictivo y, si no haces algo al respecto, tus problemas con él
se intensificarán, en especial al inicio de la adolescencia.
Las estrategias formativas para los padres no son complicadas. Se practican con las
pequeñas y cotidianas tareas que constituyen la vida familiar. Incluso será
contraproducente si eres formal, serio y ceremonioso al educar a tus hijos. Lo más
conveniente es la simplicidad, la actitud positiva, la persistencia y la consistencia en las
tácticas educativas.
Al comienzo de esta etapa -entre los cuatro y los seis años-, el juego sigue siendo tu
mejor «arma» para lograr que tu hijo cumpla con sus responsabilidades. Sin embargo, a
medida que va creciendo debe haber una transición: de realizar sus deberes jugando a
hacerlos porque es su obligación.
A pesar de que suena como algo serio, especialmente porque se va dejando de lado el
juego y se empieza a hablar de responsabilidades, es importante insistir en que esto debe
realizarse en un ambiente alegre y positivo.
Trata de sonreír con frecuencia. Si hablas sonriendo notarás que tu tono de voz se
suaviza y serás más paciente (tu sonrisa genera una respuesta neurológica que promueve
estas actitudes).
Todos los días debería haber risa en tu casa. La risa alivia, relaja, une. Si no se te
ocurre cómo hacerlo, te sugiero que compres un libro de chistes. Los hay en todas las
librerías a muy bajo costo. Casi siempre estos son malísimos, y ahí reside su gracia. Si
todas las noches a la hora de la comida le cuentas a tu familia algo como:
«Escena I: un hombre lavando la letra O.
Escena II: un hombre lavando la letra O.
Escena III: un hombre lavando la letra O.
¿Cómo se llamó la obra?
¡Las Olimpiadas!».
Provocarás, al menos, una sonrisa en los que te escuchen, incluso si critican la
calidad de tu broma. Invita a los demás a contar un mal chiste cada noche y verás cómo
el ambiente familiar se transforma en algo más agradable y distendido.
Una manera de fomentar una disciplina firme pero accesible consiste en dar opciones.
Hace muchos años leí que un estudio americano afirmaba que en promedio los
padres les damos a los hijos 467 órdenes al día. Desconozco la autenticidad científica de
este resultado, pero siendo madre de tres hijos (ahora jóvenes adultos) puedo imaginarme
que esta cifra no sea tan desacertada. Solo tienes que pensar en lo que le dices a tu niño
desde que amanece: «despierta», «baja los codos de la mesa», «no hables así», «haz tu
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tarea», «lávate los dientes», «da las gracias». ¡Uf, algunos días incluso superamos esa
marca!
Ante esta inundación de mandatos, al niño no le queda más remedio que encontrar la
manera de rebelarse. A los dos años es simpático observar cómo nuestro hijo aprende a
usar la palabra «no». La repite incesantemente (deja de ser simpático en un momento
dado), y la reitera hasta en situaciones en las que su intención es decir lo contrario:
recuerdo una vez que le ofrecí una paleta a mi pequeño. Él contestó con un rotundo
«¡no!», tomó la paleta y se la metió a la boca.
Es parte de toda infancia y adolescencia el tratar de escabullirse de estas órdenes e
instrucciones. Pues bien, dar opciones es la mejor manera de lograr la colaboración. Te
doy un ejemplo. Supongamos que es el cumpleaños de la abuela y que habrá una reunión
familiar para celebrarla. Quieres que tu hijo vaya bien vestido, y no con sus habituales
pantalones desgastados que sabes son sus favoritos. Obligarlo a ponerse lo que tú decidas
acabará en una acalorada discusión.
Para evitarte este desenlace te sugiero que elijas tres diferentes tenidas. Trata de
incorporar algún artículo que sepas que le guste (una camisa, un par de zapatos o
cualquier otra prenda). Cuando tengas desplegadas sobre su cama estas tres opciones, le
dices: «Para el cumpleaños de tu abuela necesito que vayas bien vestido. Aquí tienes tres
posibilidades, tú elige la que quieras». Y agrega: «Yo prefiero esta». Dependiendo de su
personalidad, tu hijo escogerá la que más te guste o cualquiera de las otras dos en el caso
que desee oponerse a tu instrucción. Lo importante es que, finalmente, irá vestido con
algo que tú apruebas.
Mediante esta estrategia estás asegurando varias cosas:
Te está obedeciendo sin necesidad de que haya confrontación.
Le estás enseñando a decidir. En este ejemplo concreto, para definir su vestimenta
tiene que analizar las opciones, compararlas con su gusto personal y elegir la que
más le guste.
Dentro de un ambiente controlado (al darle solo tres opciones le estás «rayando la
chancha»), tu hijo percibe que tiene poder de decisión. Cuando un niño siente que
se mueve con cierta libertad dentro del contexto familiar, disminuye la rebeldía y
aumenta su disposición a colaborar.
¡Observa cuánto ha aprendido en una sola acción!
Un niño al que se le enseña a analizar y tomar decisiones; que sabe que su opinión
cuenta en casa y, dentro de todo este contexto, que es supervisado y contenido, está
fortaleciendo su carácter, a la vez que disminuyen las probabilidades de que se convierta
en una víctima en el presente o el futuro.
Adolescencia
Las estrategias que te sugiero no deben detenerse al ir creciendo tu hijo. Las rutinas y
ceremonias, las opciones, el ambiente divertido y relajado deben ser parte integral de su
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formación. De acuerdo a su desarrollo y la evolución que vaya teniendo a través de los
años, incorpora cada una de estas ideas para darle las herramientas necesarias. No solo
para defenderse de los abusadores del mundo, sino también para poder construirse un
buen futuro.
Como te podrás imaginar, la adolescencia requiere de más firmeza en las reglas de la
casa. Estas deben ser pocas, pero no negociables. El agobiar al hijo con un reglamento
interminable hará imposible la convivencia y se enfrentará contigo a cada paso.
Con el fin de que tu hijo sienta que tiene libertad, otórgale espacios de movimiento.
Es decir, dale responsabilidades, pero con la

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