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Acceso a la literatura española contemporánea. Panorama y comentario GUILLERMO LAÍN CORONA UNIVERSIDAD NACIONAL DE EDUCACIÓN A DISTANCIA ACCESO A LA LITERATURA ESPAÑOLA CONTEMPORÁNEA. PANORAMA Y COMENTARIO Quedan rigurosamente prohibidas, sin la autorización escrita de los titulares del Copyright, bajo las sanciones establecidas en las leyes, la reproducción total o parcial de esta obra por cualquier medio o procedimiento, comprendidos la reprografía y el tratamiento informático, y la distribución de ejemplares de ella mediante alquiler o préstamo públicos. © Universidad Nacional de Educación a Distancia Madrid 2019 www.uned.es/publicaciones © Guillermo Laín Corona ISBN electrónico: 978-84-362-7528-5 Edición digital (epub): agosto de 2019 Aquí podrá encontrar información adicional y actualizada de esta publicación. http://www.uned.es/publicaciones http://portal.uned.es/portal/page?_pageid=93,70583305&_dad=portal&_schema=PORTAL A mi hermano Iñaki, como un amigo. A mi amigo Fran, como un hermano. Porque a ambos les fascina la educación, y que hablemos de ella bajo el sol malagueño de unas cañas. Presentación La literatura, como cualquier manifestación artística, es, ante todo, una actividad recreativa. Al leer una novela, escuchar un poema o asistir a una obra de teatro, podemos aprender cosas útiles, reflexionar sobre la vida, incluso indignarnos por injusticias sociales, pero, en última instancia, buscamos una experiencia estética, igual que cuando vemos una película. Dado que la literatura es una actividad humana valiosa y milenaria, existe la necesidad de estudiarla, como manera de preservarla del paso del tiempo. Además, estudiando literatura, podemos comprender mejor los textos que leemos, y, solo comprendiéndolos, podemos disfrutarlos. Ahora bien, cuando un entretenimiento se convierte en materia de estudio, a menudo nos parece que es algo frío, carente de interés e incluso aburrido. El desarrollo de videojuegos, por ejemplo, podría estudiarse en un grado de ingeniería informática, invirtiendo un esfuerzo muy lejano a la experiencia lúdica que buscamos al encender una videoconsola. Por eso, se hace preciso encontrar maneras de enseñar la literatura sin echar por tierra el placer de la lectura, especialmente entre los lectores de a pie que no van a dedicarse a la filología. Esto es lo que se persigue aquí: presentar la literatura con suficientes cualidades para su estudio, pero desde una perspectiva divulgativa, cercana y, en última instancia, accesible, como indica el título mismo del libro. Por eso, se incluyen, entre otras cosas, curiosidades y fragmentos literarios que entretendrán al lector mientras aprende. O sea, este libro es una puerta de acceso para estudiar y, a la vez, disfrutar de la literatura. Docere et delectare; aprender y deleitarse. Concretamente, el libro va dirigido a esas personas que, por los vaivenes intempestivos de la vida, dejaron los estudios en cierto momento, pero han decidido con arrojo retomarlos después de un tiempo, acaso con vistas a iniciar una carrera universitaria. Este es, pues, un manual de literatura para el camino de acceso a la universidad de mayores de 25 años, pero también puede ser de utilidad para el bachillerato, en cuyo caso habrá que adaptarlo a los correspondientes planes de estudio. Como se trata de ofrecer un panorama accesible de la literatura, se ha restringido la materia a los aspectos más cercanos para los potenciales lectores y estudiantes. En este sentido, se ha considerado que lo contemporáneo resulta más atractivo que lo antiguo. Sin embargo, el concepto de lo contemporáneo es muy flexible, ya que cambia inexorablemente con el paso del tiempo. Dicho de otra forma: lo que hoy es contemporáneo dejará de serlo dentro de cincuenta o de cien años. Teniendo esta variable en mente, aquí se ha acotado la literatura contemporánea al período del siglo XX y lo que va del XXI. Además, el libro se centra en España, ya que es la literatura que más ha de sonarles a quienes se han criado en este país. Así, aunque no lo parezca de entrada, estudiando este manual se hará evidente cuánta actualidad tienen aún en nuestro presente hechos como la crisis del 98, o la poesía de Antonio Machado. Para entender y, por extensión, disfrutar de un texto literario, no solo es necesario conocer la historia en que se escribió, sino también ejercitar la comprensión lectora de cada persona. Tradicionalmente, este ejercicio se ha hecho a través del comentario de texto. Así, además del repaso histórico de la literatura española desde 1898, en la última parte de este libro se ofrecen estrategias de análisis textual y explicaciones sobre figuras retóricas. Valga añadir que los contenidos de este manual son heterodoxos. Como no se ha querido abrumar con exceso de datos, no ha cabido todo, y ni siquiera está todo lo más importante, sino solo una selección. A su vez, esta se aleja en ocasiones de los cánones tradicionales. Por un lado, se incluyen autores y obras no habituales en otros manuales, precisamente porque pueden resultar más atractivos a los lectores. Por otro, se ha hecho hueco a las mujeres, que hasta ahora han sido injustamente olvidadas en la historia de la literatura. No es menos significativo que, dentro de los inevitables límites de espacio, se han incorporado referencias a las literaturas en las lenguas cooficiales de España, para reflejar la variedad lingüística del país, si bien hay que tener en cuenta que el manual se centra en la literatura en castellano. Queda así explicada la naturaleza y estructura de este Acceso a la literatura española contemporánea. Panorama y comentario. Se trata, en resumen, de un intento de acercar la literatura a los lectores de a pie, compaginando su estudio con el placer de leer y poniendo especial atención al curso de literatura de Acceso a la Universidad de Mayores de 25 años. Tema 1 1898-1939. Larga marcha hacia la guerra Aunque la fecha de 1898 se usa aquí como punto de partida de la historia literaria que se va a estudiar en este libro, hay que tomarla con cuidado. Por un lado, da nombre a la generación del 98 —Unamuno, Baroja, Machado, entre otros—, pero esto no supone que se haya terminado el realismo anterior; de hecho, Benito Pérez Galdós, el novelista realista más importante de España, siguió escribiendo hasta su muerte en 1920 y fue conocido y admirado por algunos escritores del 98. Por otro lado, 1898 no coincide ni con el último año del siglo XIX, ni con el primero del siglo XX, lo que indica que la división entre dos épocas no es redonda, ni depende simplemente de un número, sino de otros factores complejos; en este caso, se trata del año en que España perdió las últimas colonias de ultramar —Cuba, Puerto Rico y Filipinas—, con la consiguiente crisis que produjo en el país. Además, un acontecimiento de este tipo no permite hacer borrón y cuenta nueva con lo anterior. Es decir, los sucesos de 1898 sirven para delimitar un periodo, pero esa fecha es el resultado de un pasado anterior y sienta las bases de lo que viene después. Todo esto es pertinente en relación con la Guerra Civil, uno de los episodios más trágicos de la historia reciente de España, que sigue tan presente en la sociedad y política actuales. En 2019 era todavía un debate candente, a tenor de la exhumación del cadáver del dictador Francisco Franco, enterrado desde 1975 en el Valle de los Caídos, el monumento que se construyó durante los años 40 y 50 con mano de obra de prisioneros de guerra y que pretendía ser un homenaje a los fallecidos de la Guerra Civil. Por su parte, aun cuando este conflicto bélicoestalló en 1936, los factores detonantes no fueron solo las trifulcas políticas, económicas y sociales de los años inmediatamente anteriores, sino que hay que considerar una cadena de acontecimientos que se remontan a principios del siglo XIX. Por eso, los años de 1898-1939 quedan definidos en este libro como una larga marcha hacia la guerra, parafraseando el título de la novela del célebre escritor valenciano Rafael Chirbes, La larga marcha (1996), en la que se cuentan las historias de varias familias, desde la Guerra Civil hasta la actual democracia. 1. DEL ANTIGUO RÉGIMEN AL ESTADO MODERNO La Revolución Francesa (1789), además de poner a Europa patas arriba, dio pie al paulatino desmoronamiento del Antiguo Régimen. En este sistema, la sociedad estaba dividida en estamentos —nobleza, clero y pueblo llano—, que eran, como su nombre indica, compartimentos estancos, es decir, inamovibles, de modo que el individuo pertenecía a uno de ellos por nacimiento, sin opción de cambio. Según este organigrama, el poder, por imperativo divino, estaba en manos del Monarca, quien lo delegaba en la nobleza, para los asuntos terrenales, y en el clero, para las cuestiones de Dios, quedando el pueblo a expensas de las decisiones de los anteriores. Con la Revolución Francesa, se da paso al Estado moderno, sobre los principios del liberalismo. En vez de súbditos, los individuos pasan a ser ciudadanos con derechos y se agrupan en nuevas clases sociales, como la burguesía y el proletariado, en el marco de la llamada revolución industrial, que desbanca a la anterior economía agrícola y ganadera, dominada por nobleza y clero. Esta industrialización tiene su eje central en las ciudades, de ahí el nombre de la burguesía (de burgo, que significa «ciudad»). Mientras se consolida la burguesía como la clase económica que desarrolla y gestiona la industria, nace y se expande la clase obrera, que trabaja en las fábricas. Las clases sociales, a diferencia de los estamentos, son abiertas, y se presupone que se puede ascender de una a otra de acuerdo con los principios de esfuerzo y mérito, bajo la premisa de la libertad individual. Todo esto atenta drásticamente contra los privilegios de la nobleza y el clero, y socaba el concepto mismo de la Monarquía: si ya no se pertenece a los grupos de poder por nacimiento de manera inamovible, entonces el poder deben detentarlo los individuos más valiosos. Para garantizar este principio, el Estado moderno abre la puerta a la división de poderes, para evitar la tiranía y defender los derechos individuales, y reivindica el laicismo, en el sentido de separar la religión del poder político, para acabar con el apoyo divino del Monarca. Aunque el impacto de la Revolución Francesa fue amplio, el Estado moderno no se impuso de golpe ni de manera completa desde el principio, sino que hubo una sucesión de avances y retrocesos, en tensión con los partidarios del Antiguo Régimen. A lo largo del siglo XIX, fueron necesarias varias revoluciones, que en Europa se agrupan en tres oleadas, en torno a 1820, 1830 y 1848. Estas reciben el nombre de revoluciones liberales burguesas, porque se basaron en los principios del liberalismo bajo el liderazgo de la burguesía. En la historia de estas revoluciones, sus propios impulsores propiciaron retrocesos. Así, Napoleón Bonaparte, que fue un actor fundamental en la Revolución Francesa y contribuyó a la instauración de la república en Francia, terminó por restaurar el sistema monárquico del Antiguo Régimen, proclamándose a sí mismo emperador y consolidando toda una dinastía de regentes con el apellido Bonaparte. El liderazgo detentado por la burguesía en las revoluciones del siglo XIX fue aprovechado en beneficio propio, desatendiendo las necesidades de la clase obrera, cada vez más amplia y empobrecida, conforme se desarrollaba la industrialización en ciudades cada vez más grandes. De hecho, fueron frecuentes las alianzas e incluso matrimonios de conveniencia entre la burguesía más rica, o alta burguesía, deseosa de alcanzar prestigio social, con la nobleza, necesitada de dinero, por la incapacidad para adaptarse al nuevo modelo económico de tipo industrial. Por eso, surgieron los movimientos obreros, como el socialismo de Karl Marx y Friedrich Engels o el anarquismo de Mijaíl Bakunin, que proponían políticas para hacer llegar los logros alcanzados por la burguesía hasta el proletariado, e, incluso, encontrar formas de organización social con mayor grado de igualdad y justicia, distintas tanto del Antiguo Régimen, como del liberalismo. En todo este proceso de desarticulación del Antiguo Régimen, por vía liberal o proletaria, fue clave la consolidación de la democracia, que, como herramienta de organización política, permitía extender el poder entre espectros cada vez más amplios de la sociedad, a través del sufragio, es decir, el voto. Aunque en el siglo XIX el voto estaba restringido enormemente en Europa, hacia principios del siglo XX ya se había consolidado el sufragio universal , primero de manera parcial (a todos los hombres mayores de edad) y, luego, de manera plena (a hombres y mujeres). El sufragio universal en Europa Finlandia fue el primer país europeo en aprobar el sufragio universal pleno, en 1906. Francia, por efecto de la revolución de 1789, fue un país pionero en el sufragio universal masculino (1792), si bien el sufragio universal pleno no se aprobó hasta 1944, en los estertores de la II Guerra Mundial. En Reino Unido, cuyo sistema de representación parlamentaria es anterior a la Revolución Francesa, el sufragio universal de hombres y mujeres llegó en 1928. Por lo que respecta a España, hubo un primer intento de sufragio universal masculino en 1869, si bien no se consolidó hasta 1890, y el sufragio universal pleno se aprobó en 1933, durante la II República, pero toda forma de voto quedó suspendida poco después, durante el franquismo, hasta 1975. La Revolución Rusa de 1917, con la implantación del comunismo, puede considerarse una culminación del proceso de desmembración del Antiguo Régimen, a pesar de los problemas que posteriormente generaría. Del mismo modo, la I Guerra Mundial, siendo un conflicto muy complejo propulsado por una gran cantidad de factores, en buena medida es el resultado del desmoronamiento del Antiguo Régimen en Europa. No en balde, la Revolución Rusa tuvo lugar durante la I Guerra Mundial, y, tras los casi cinco años de enfrentamiento bélico, se produjeron cambios importantes en la sociedad, propios del Estado moderno, como la incorporación de la mujer al mercado laboral. La serie de televisión Downton Abbey La serie británica de televisión Downton Abbey, emitida entre 2010 y 2015, fue un fenómeno cultural, con índices de audiencia de más de veinte millones de espectadores en el Reino Unido, según el periódico The Mirror, y con éxito parecido en otros países. A lo largo de seis temporadas, se relata la vida de una familia aristocrática a partir del hundimiento del Titanic (14 y 15 de abril de 1912), mostrando el fin del Antiguo Régimen y, en particular, el papel que tuvo en ello la I Guerra Mundial. España no fue ajena a esta transformación, que sirve para explicar algunas interpretaciones erróneas de la historia. A pesar de su nombre, la Guerra de la Independencia (1808-1814) —tan bien retratada por Francisco de Goya en cuadros, como El 2 de mayo en Madrid y Los fusilamientos del 3 de mayo (1814)— no fue una guerra de España contra Francia para acabar con un enemigo invasor externo. Ciertamente, Napoleón aprovechó la inestabilidad de la casa real españoladurante el reinado de Carlos IV para invadir España. Sin embargo, Napoleón en buena medida buscaba imponer en España (y otras partes de Europa, como Italia) los valores liberales y un ejercicio de modernización necesario para el país. Por eso, en España los llamados afrancesados apoyaron a Napoleón. Paralelamente, hubo otros intelectuales de carácter liberal que prefirieron llevar a cabo la construcción del Estado moderno sin la intervención francesa, organizándose, para ello, durante la Guerra de la Independencia, en las Cortes de Cádiz, de las que salió la primera Constitución nacional en 1812, conocida popularmente como la Pepa, porque fue aprobada el día de San José. Por último, en España estaba el grupo no poco numeroso de partidarios del Antiguo Régimen, opuesto tanto a Napoleón, como a las pretensiones de los liberales de Cádiz. Desde este punto de vista, la Guerra de la Independencia debe considerarse, en realidad, una guerra civil, que enfrentó a tres bandos de españoles. Desde entonces, el siglo XIX en España, como en Europa, se caracterizó por un proceso de avances y retrocesos en la construcción del Estado moderno. Así, hubo revoluciones semejantes a las europeas, destacando La Gloriosa en 1868. Tras un período de gran inestabilidad, que supuso la expulsión de la dinastía borbónica y requirió coronar durante escaso tiempo a un monarca extranjero — Amadeo I de Saboya (1871-1873)—, esta revolución terminó con la proclamación de la I República, de duración aún más corta (1873-1874). Como contrapunto de los avances que llegaron mediante estas revoluciones, ► Los fusilamientos del 3 de mayo (1814), de Francisco de Goya. cabe hablar de las guerras carlistas. El reinado de Fernando VII tras la Guerra de la Independencia fue tiránico y cruel, provocando varias generaciones de exiliados en el extranjero. Sin embargo, poco a poco el rey se vio obligado a ceder ante las reivindicaciones liberales. Por eso, el príncipe Carlos, hermano de Fernando VII, se confabuló para hacerse con el trono, argumentando que él podría derrocar el giro liberal y reforzar la monarquía absoluta y los valores del Antiguo Régimen. Para evitarlo, Fernando VII cambió la ley de sucesión, permitiendo que las mujeres pudieran ser reinas en España y garantizando con ello que su hija Isabel pudiera heredar la corona. A la muerte de Fernando VII, el príncipe Carlos, alegando que ese cambio en los principios de sucesión atentaba contra la legalidad y, más aún, contra las disposiciones divinas sobre la Monarquía, se consideró a sí mismo el rey legítimo de España, provocando un cisma de consecuencias abismales. Isabel II logró ser reconocida como reina de España, lo que garantizó el mantenimiento del proyecto de Estado moderno, a pesar de sus muchas limitaciones. Por su parte, el príncipe Carlos inició una dura oposición, que se perpetuó durante muchos años y con diferentes herederos, dando lugar al carlismo, que reunía a los férreos defensores del Antiguo Régimen, bajo el lema de «Dios, Patria, Fueros y Rey». Por su enfrentamiento al Estado moderno, se produjeron tres larguísimas guerras carlistas (1833-1840, 1846-1849 y 1872- 1876). Si bien es verdad que se concentraron en los territorios del noreste de la Península, sin extenderse al resto de España, se trató de guerras civiles, porque enfrentaban a una parte de la sociedad contra la otra. La construcción del Estado moderno en España, por tanto, fue muy problemática, y la estructura institucional siempre estuvo muy debilitada. Aparte de los envites carlistas, dentro del Estado moderno español hubo divisiones cruentas, entre los partidos liberales conservadores (o, simplemente, conservadores) y los partidos liberales progresistas (o, simplemente, liberales), con especial relevancia de dos políticos: el conservador Antonio Cánovas del Castillo y el liberal Práxedes Sagasta. Además, la cada vez más bochornosa situación de las clases obreras fue abriendo paso a partidos de izquierda proletaria, con la fundación del Partido Socialista Obrero Español en 1879, de la mano de Pablo Iglesias, fiel a la ideología marxista. Esto hacía que la actividad política fuera muy virulenta, y, por ejemplo, Cánovas del Castillo murió asesinado en 1897, en un atentado perpetrado por el anarquista italiano Michele Angiolillo. 2. EL DESASTRE DEL 98 Y LA CRISIS DE LA RESTAURACIÓN El escaso éxito de la I República se resolvió con la restauración de la dinastía borbónica en 1874, lo que se conoce, por antonomasia, como la Restauración y que logró uno de los periodos de mayor estabilidad política y social, después de años de guerras y conflictos. El artífice de la nueva arquitectura institucional no fue el nuevo rey, Alfonso XII, sino Antonio Cánovas del Castillo, líder del Partido Conservador, con el apoyo, a pesar de ser rivales, de Práxedes Sagasta, líder del Partido Liberal. Tras la aprobación de una nueva Constitución en 1876, se consolidó la división de poderes —Legislativo, Ejecutivo y Judicial—, el sistema de dos cámaras —Parlamento y Senado— y un método electoral estable, todo lo cual se mantuvo hasta 1931. Ahora bien, esta estabilidad, aunque larga, fue muy relativa, porque no hizo sino esconder los problemas heredados, a veces mediante estrategias que los agravaron, o bien porque generó otros nuevos. Lo que más duramente golpeó los pilares de la Restauración fue el llamado desastre del 98. Desde finales del siglo XV, España había construido un imperio en el que «nunca se pone el sol», según cita atribuida a Felipe II en siglo XVI, partiendo de la idea de que sus tierras se extendían de punta a punta del globo, de América a Asia. Durante siglos, por tanto, España fue una gran potencia, pero, de repente, en 1898, se hizo evidente que era un país muy a la cola del mundo. Estados Unidos, interesada en comerciar con el azúcar de Cuba sin los aranceles que imponía España, ofreció comprar la isla. Los políticos españoles, confiados en su pasado imperial, se negaron, y fueron a una guerra que España perdió por goleada, con la consecuencia de que pasó a manos de EE UU, no solo Cuba, sino también Puerto Rico y Filipinas, sin la compensación económica originalmente ofrecida. Aunque la pérdida de las colonias fue un acontecimiento dramático y tuvo, por ello, un enorme peso simbólico, no era más que la punta del iceberg de una crisis con muchos frentes abiertos. Durante el primer tercio del siglo XX, España se enfrentó a otros conflictos bélicos internacionales, entre los que destacó la Guerra del Rif o Segunda Guerra de Marruecos (1911-1927). Además de los estragos que una guerra tan larga pudo tener en la moral nacional, era especialmente problemática la situación por la cual las clases desfavorecidas se veían obligadas a servir en el ejército, mientras las clases adineradas se libraban del servicio militar. Esta situación fue el desencadenante de la Semana Trágica en Barcelona y otras partes de Cataluña en 1909: una sucesión de protestas populares y sindicales que terminó con la muerte de decenas de personas y cientos de heridos. Asimismo, a principios de siglo las dificultades económicas eran especialmente virulentas entre las clases desfavorecidas, lo que provocó, por ejemplo, una turbulenta huelga general revolucionaria en 1917. Por su parte, la estabilidad institucional lograda por el sistema electoral estaba marcada por la corrupción. La Restauración había conseguido la paz política mediante el turnismo político: la alternancia en el Gobierno entre los dos principales partidos —Conservador y Liberal—, en períodos más o menos equivalentes de tiempo. Sin embargo, para ello,las elecciones, aunque se regían por una ley de sufragio libre y bastante amplio —todavía no universal—, en la práctica estaban manipuladas: los partidos acordaban de antemano quién debía ganar en cada convocatoria y aplicaban luego diversas tácticas para amañar los resultados. La consecuencia de este sistema fue la creación de una red clientelar de favores y corrupción, que fue minando la moral de la población, hastiada de coacciones y de no ver resultados en sus vidas cotidianas. Era inevitable, por tanto, que, conforme avanzaba el siglo XX, el bipartidismo original se fuera resquebrajando, dando acceso en las Cortes a partidos que ponían en cuestión el régimen político de 1876, como republicanos y socialistas. La indignación que causó en este sistema se reflejó en un libro fundamental de Joaquín Costa, Oligarquía y caciquismo (1901) . Pucherazos y caciques Se llama pucherazos a los diversos tipos de manipulaciones de los resultados electorales durante la época de la Restauración, como, por ejemplo, hacer votar a los muertos. Por extensión, hoy se sigue llamando así a este tipo de prácticas, si bien están prohibidas por la ley. Durante la Restauración, un método frecuente, que es precisamente en el que se basa el nombre de pucherazo, consistía en guardar papeletas de votación en pucheros, añadiéndolos o sustrayéndolos de las urnas electorales a conveniencia del resultado deseado. Este tipo de métodos eran no violentos. Más agresivas eran las manipulaciones por coacción a los electores, ejercidas a través de los caciques. Los caciques eran los líderes políticos de las provincias y, por lo general, terratenientes ricos de los que dependían contratos y puestos de trabajo; de este modo, podían forzar el voto de las gentes, según las órdenes recibidas de sus respectivos partidos. A todo esto, hay que añadir las repercusiones de I Guerra Mundial. Aunque España fue neutral y no intervino, el debate ideológico se hizo notar, dividiendo a la sociedad entre, por un lado, los partidarios de las llamadas potencias aliadas (aliadófilos), lideradas por Francia, Reino Unido, Rusia y, al final, EE UU, y, por otro, quienes apoyaban al Imperio alemán, Austria-Hungría e Italia (germanófilos). En el fondo, este debate en España era una continuación del proceso de desmembración del Antiguo Régimen, reduciendo los tres bandos de la Guerra de la Independencia (afrancesados,liberales y reaccionarios) a dos: los aliadófilos, que, siguiendo los modelos francés y anglosajón, estaban del lado del Estado moderno, frente a los germanófilos, que, añorantes del antiguo imperio español, veían en lo alemán el resurgir de los valores del Antiguo Régimen. Esta polarización afectó enormemente a la paz social, si bien la intelectualidad fue mayoritariamente aliadófila. La historia se repite La historia siempre sirve para comprender el presente, y, salvando las diferencias propias del paso del tiempo, esto a veces produce la sensación de que todo se repite. El sistema político, económico y social a principios del siglo XX era el resultado de una constitución de finales del XIX (1876), mientras que hoy, en el siglo XXI, la democracia se basa en una constitución de finales del siglo XX (1978). Entonces, la corrupción política asociada al establishment constitucional se llamaba oligarquía y caciquismo, mientras que hoy se habla de casta. Como consecuencia del sentimiento popular de hastío ante la corrupción, los dos partidos (Liberal y Conservador) que dominaban el panorama político a principios del siglo XX fueron perdiendo poder ante el nacimiento o desarrollo de otros, especialmente el PSOE de Pablo Iglesias (de carácter obrero), el Partido Radical de Alejandro Leroux (de carácter liberal reformista) y la Falange (extrema derecha). En la actualidad, los dos principales partidos son PSOE y Partido Popular, que, a partir de la década de 2010, empezaron a ver mermado su poder ante nuevas formaciones, como Vox (extrema derecha), Ciudadanos (de carácter liberal reformista) y Podemos (heredero de la izquierda obrera y fundado, para mayor casualidad, por un político que se llama también Pablo Iglesias). 3. LA DICTADURA DE PRIMO DE RIVERA Y LOS NACIONALISMOS PERIFÉRICOS A pesar de la división conflictiva entre aliadófilos y germanófilos, la I Guerra Mundial trajo a España cosas positivas. Gracias a su neutralidad, España pudo comerciar con los países en conflicto, lo que repercutió en cierta mejora económica. Al terminar la guerra, en Europa y América se vivió un ciclo económico boyante, que también se hizo notar en España. Esto repercutió en el desarrollo de las ciudades, que cambiaron su topografía con el metro y el tranvía, y se dio pie a un tipo de vida distendida, con gustos estéticos modernos y refinados, que permite hablar de la década posterior a la I Guerra Mundial como los felices años 20 . En España, este período coincide con el fin de la Guerra del Rif, lo que contribuyó a aplacar el descontento social derivado de las levas de soldados. Sin embargo, los problemas seguían arreciando. En el siglo XIX, el nacionalismo se desarrolló en toda Europa, al amparo del Romanticismo, como una estrategia para la construcción del Estado moderno: frente a la legitimación divina del poder del monarca, la nación otorgaba a los ciudadanos derechos en virtud de una historia, una lengua y una cultura. Esta idea, que sirvió para consolidar los Estados-nación europeos, a finales del siglo XIX es asumida por territorios más pequeños, dando lugar a reivindicaciones identitarias y, en ocasiones, separatistas. En España, fueron tres los territorios donde la llama nacionalista ardió con más fuerza: País Vasco, Cataluña y Galicia. Esto dio lugar a movimientos culturales de carácter, en buena medida, neorromántico, como la Renaixença en Cataluña, pero, a comienzos del siglo XX, entraban en juego otros factores que repercutieron en el terreno político y económico, convirtiéndose en motivo de inestabilidad. Felices años 20 Los felices años 20 han dejado para la posteridad imágenes icónicas. Como símbolo de la bonanza económica, en EEUU la fábrica de Henry Ford consiguió revolucionar la industria del automóvil mediante la producción en serie, de modo que este medio de transporte se extendió por las ciudades, contribuyendo a la transformación de la topografía urbana. Además, el impacto de los felices 20 se notó mucho en el tiempo libre. Surgieron modas de decoración y ropa populares, siendo particularmente icónica la imagen de la mujer sin sombrero, con pelo a lo garçon y que fuma en boquilla larga, que, por lo demás, constituía un desafío al modelo tradicional femenino. Proliferaron, también, las salas de espectáculos y fiestas, como el cabaret, que ha sido retratado en obras literarias y cinematográficas. El Moulin Rouge, que abrió sus puertas en 1889, sigue hoy en activo en París y ha inspirado, por ejemplo, la película del mismo nombre de Baz Luhrmann (2001), con Nicole Kidman y Ewan McGregor. En 1972, el film Cabaret (1972), de Bob Fosse, se ambientaba, precisamente, en la Alemania de los años 20. Como ocurrió con otras cuestiones, este problema pasó a ser fagocitado dentro del proceso de construcción del Estado moderno. Por un lado, los herederos del Antiguo Régimen o defensores de los valores asociados al mismo veían en estos movimientos nacionalistas periféricos un atentado contra la integridad del territorio matriz del antiguo imperio español en la Península ibérica. En el otro lado, en cambio, se debatía sobre cómo adecuar dentro de la arquitecturaterritorial del nuevo Estado unas pretensiones políticas que podían resultar contrarias a la modernidad, toda vez que, por ejemplo, el nacionalismo vasco se basaba en la defensa de los fueros medievales, los mismos del lema carlista. Así las cosas, sale a relucir la figura de Miguel Primo de Rivera. Este militar de Jerez de la Frontera estuvo al frente de la campaña del Rif entre 1924 y 1927, cosechando grandes éxitos, que le hicieron ganarse la admiración de espectros amplios de la sociedad. Al acabar su estancia en Marruecos, desarrolló un discurso muy exitoso para superar lo que se presentaba como una crisis ininterrumpida desde el desastre del 98, agravada por el conflicto territorial con Cataluña. Primo de Rivera pretendía hacer de su discurso algo apolítico, basado supuestamente solo en el regeneracionismo: acabar con la corrupción de la oligarquía y el caciquismo, e implementar medidas económicas que robustecieran al país y beneficiaran a todas las clases sociales, especialmente las empobrecidas. Por eso, y debido a que el parlamento estaba cada vez más fragmentado por la presencia de nuevas fuerzas políticas, muchas de ellas antimonárquicas, el rey Alfonso XIII le dio autorización para dar un golpe de Estado en 1923 e imponer una dictadura, pretendidamente provisional, hasta acabar con la corrupción, fortalecer la economía y garantizar la unidad del país. En realidad, los valores de Primo de Rivera eran herederos del Antiguo Régimen, como demuestra el lema adoptado, de resonancias carlistas: «Patria, Religión y Monarquía». Con todo, por el cariz regeneracionista, Primo de Rivera fue recibido en principio positivamente, tanto por la sociedad en su conjunto, como por los intelectuales y políticos que eran partidarios de la modernización del país. De hecho, en esa época, marcada por un profundo intervencionismo económico, tuvieron lugar hitos importantes, como la creación de la gasolinera CAMPSA en 1927, con la que se nacionalizó y monopolizó la producción de petróleo en España (de ahí el acrónimo: Compañía Arrendataria del Monopolio de Petróleos Sociedad Anónima). Sin embargo, las medidas adoptadas no terminaron de alcanzar los logros prometidos, ni en temas de corrupción, ni en economía, ni en las regiones periféricas como Cataluña, y hubo episodios de represión de gran impacto social, como el destierro de Miguel de Unamuno en 1924, por sus críticas al régimen. Al final, la sociedad se volvió en contra y se responsabilizó al rey por haber permitido, en primer lugar, el golpe de Estado. A la vez, se cernió sobre Occidente una cruenta crisis económica, tras el crac del 29 . El crac del 29 Después de una década de felices años 20, en los que la economía creció exponencialmente, el jueves 29 de octubre de 1929, la Bolsa de Nueva York, tras años de especulación financiera, pero de manera completamente inesperada, cayó en picado, provocando una tremenda crisis, que contaminó a prácticamente todos los países occidentales en América y Europa, con consecuencias no poco menos serias en el resto del mundo. Ese jueves, las pérdidas derivadas de la bajada de acciones fueron tan pronunciadas, con resultados especialmente graves en la banca y en los ahorros de cientos de miles de familias, que provocó una demoledora cadena de suicidios entre corredores de bolsa, banqueros e inversores de varia índole; desde entonces, se conoce ese día como el Jueves Negro. Se pusieron así las bases para una crisis económica que se conoce como La Gran Depresión. De nuevo, las similitudes con el presente son llamativas, ya que, tras una década de bonanza económica, la caída del banco Lehman Brothers en 2008, aunque no provocó escenas de suicidios, dio pie a La Gran Recesión, una crisis cuyo nombre se hace eco de la del 29. Debido a este malestar, y buscando recuperar el apoyo popular, el rey forzó el exilio de Primo de Rivera en 1930, y hubo un periodo transitorio que se resolvió, inesperadamente, en las elecciones municipales de abril de 1931. Aunque no tenían más propósito que elegir la representación política en los ayuntamientos, estas elecciones las ganó en una extensa parte del país la coalición republicano-socialistas, marcadamente antimonárquica. El rey, consciente del rechazo mayoritario, huyó de España, y se proclamó la II República el 14 de abril de 1931. 4. LAS (FALSAS) DOS ESPAÑAS: DE LA II REPÚBLICA A LA GUERRA CIVIL El proceso descrito en estas páginas desde la Guerra de la Independencia, además de la desmembración del Antiguo Régimen y construcción del Estado moderno, muestra una serie de tensiones entre los distintos actores involucrados. Tradicionalmente, se ha simplificado este conflicto en dos bandos, como hizo Antonio Machado en su famosa copla del «Españolito», usando la imagen de dos Españas en lucha: una antigua, que está por desaparecer —y, por eso, muere—, y una moderna, que está despertando —y, por eso, bosteza—; en medio está el españolito, o ciudadano de a pie, que solo quiere vivir: Ya hay un español que quiere vivir y a vivir empieza, entre una España que muere y otra España que bosteza. Españolito que vienes al mundo, te guarde Dios. Una de las dos Españas ha de helarte el corazón. Vistos los acontecimientos, esta imagen dual tiene mucho de verdad, porque pone de manifiesto el debate entre la España heredera del Antiguo Régimen y la España partidaria de las nuevas estructuras de Estado. Para cuando llega la II República, esta división se ha consolidado ideológicamente como derecha e izquierda . Ahora bien, aunque estas etiquetas parecen reforzar la polarización, la realidad era mucho más compleja y la división tajante entre dos Españas no era del todo acertada. Cada uno de los dos presuntos bandos contenía dentro de sí una gran variedad de matices. En la izquierda, no solo estaban los grupos obreros (socialistas, comunistas, anarquistas…), como esta etiqueta tiende hoy a sugerir, sino que entonces incluía, entre otros muchos, a los liberales y afrancesados del siglo XIX, reconvertidos en diferentes partidos, a veces monárquicos, a veces republicanos, pero, en todo caso, burgueses y, por tanto, partidarios de una economía capitalista. En la derecha, la amalgama no era menos complicada, con algunos liberales conservadores del XIX, carlistas profundamente antiliberales, monárquicos tradicionalistas no carlistas, los herederos de Primo de Rivera y los nuevos partidos revolucionarios de derechas, como la Falange, fundada por José Antonio Primo de Rivera, hijo del anterior dictador. Los conceptos de derecha e izquierda en política La derecha y la izquierda como nociones políticas tienen un origen curioso. Durante la Revolución Francesa de 1789, los representantes de la sociedad se constituyeron en la Asamblea Nacional; allí, los partidarios del Antiguo Régimen —nobleza y clero— se sentaron a la derecha, mientras que a la izquierda se colocaron los defensores del Estado moderno —la gente del vulgo y el burgo, o burguesía—. Esta diversidad hacía que la II República fuera difícilmente gobernable, de modo que los períodos políticos fueron poco estables y era preciso convocar elecciones con frecuencia. Por eso, los partidos, a pesar de sus diferencias, unieron esfuerzos para alcanzar el poder. Esto consolidó la imagen de las dos Españas en torno a dos coaliciones: por la izquierda, el Frente Popular, y, por la derecha, la CEDA (Confederación Española de Derechas Autónomas). Las tensiones producidas por este enfrentamiento y por los problemas económicos y sociales (heredados y nuevos) fueron en aumento, con recurrentes episodiosde violencia. Tras la victoria del Frente Popular en las elecciones generales de febrero de 1936, ciertos sectores del ejército, vinculados a la misma derecha de la que había surgido Primo de Rivera, se organizaron para acabar ilegítimamente con lo que consideraban una situación imposible y de valores inaceptables. Así, el 18 de julio de 1936 se produjo el golpe de Estado del general Francisco Franco, que había desarrollado su carrera en la misma Guerra del Rif que Primo de Rivera. En este atentado contra el orden democrático, participaron también otros militares, como los generales Emilio Mola, José Sanjurjo y Gonzalo Queipo de Llano. Comenzaba, así, la que se conoce, por antonomasia, como Guerra Civil española. Sin embargo, como se ha querido mostrar en estas páginas, esta no fue sino una más de las guerras civiles que se venían produciendo desde principios del siglo XIX en el traumático proceso de construcción del Estado moderno en España. Fue, eso sí, la guerra civil más encarnizada. Fue, además, la primera guerra mediática del mundo, es decir, una guerra fotografiada por los medios de comunicación internacionales, que por primera vez mostraban de manera gráfica en los periódicos horrores bélicos de enorme e impactante brutalidad. Y tuvo también esta guerra el altavoz de intelectuales, escritores y artistas de gran impacto mediático, como el norteamericano Ernest Hemingway —con su novela Por quién doblan las campanas (1940)—, el británico George Orwell —a través de su Homenaje a Cataluña (1938)— y el malagueño Pablo Picasso —que se hizo eco de la masacre de Guernica en el famoso cuadro homónimo (1937)—. Tuvo un impacto especialmente fuerte en la opinión pública internacional el asesinato de Federico García Lorca, quien, para 1936, era un escritor de fama mundial. La Guerra Civil española fue, para más inri, la antesala y escenario de prácticas de la II Guerra Mundial. Hitler llevaba implantando el nazismo en Alemania desde 1933. ► Guernica (1937), de Pablo Picasso. Tema 2 La Edad de Plata de la cultura española 1. MODERNIDAD Y MODERNISMO EN LA EDAD DE PLATA A pesar de la inestabilidad política, social y económica que azota a España en el primer tercio del siglo XX, los años de 1898 a 1939 constituyen el período de mayor y mejor actividad cultural y, en concreto, literaria, después del Siglo de Oro. Por eso, se considera que es la Edad de Plata de la cultura española, como manera de reconocer el esplendor de ambas épocas, en orden de importancia, a través de la metáfora de los metales preciosos. Se ha sugerido a veces que las situaciones de crisis constituyen un excelente caldo de cultivo para el desarrollo de la cultura. Sea o no verdad, lo cierto es que Siglo de Oro y Edad de Plata estuvieron marcados por la crisis; de hecho, en buena medida, se trata de la misma crisis. Tras la conquista de América, España fue apuntalando poco a poco un vasto imperio que la convirtió en la primera potencia mundial a lo largo del siglo XVI. En el siglo XVII, aunque mantuvo ese poder, lo hizo casi por inercia, ya que empezaban a notarse grietas en sus cimientos. Américo Castro, eminente historiador cercano a la generación del 98, lo explicó de manera gráfica: en época de Felipe II, España era un gigante con pies de barro, porque su enormidad se desmoronaba en guerras constantes, para intentar mantener unido el imperio, y las riquezas del oro y la plata saqueadas de América se malgastaban inútilmente. En cierto sentido, pues, la pérdida de Cuba, Puerto Rico y Filipinas en 1898 fue la culminación de una debacle del imperio que estaba ya latente en su época de mayor esplendor. Por eso, el florecimiento de la cultura en la Edad de Plata parte de la recuperación de la tradición anterior, especialmente el Siglo de Oro y, en no menor medida, la Edad Media. Ramón Menéndez Pidal, eminente historiador cercano a la generación del 98, abordó por primera vez el estudio académico del Poema del Mío Cid. Miguel de Unamuno y José Ortega y Gasset se interesaron en Don Quijote y Sancho como símbolos de España, en obras como, respectivamente, Vida de Don Quijote y Sancho (1904) y Meditaciones del Quijote (1914). Por su parte, la generación de 1927 debe su nombre al tercer centenario de la muerte del poeta barroco Luis de Góngora, que había tenido lugar en 1627. Junto con esta mirada al pasado, los autores experimentaron rompedoramente con el arte, en línea con el resto de Europa y América. Unamuno, con Niebla (1914), dio paso a un tipo de novela en España tan nueva, que requirió de un nombre propio: nivola. Ortega ofreció una sofisticada teoría de la literatura y arte de vanguardia en La deshumanización del arte e ideas sobre la novela (1925). Y los escritores del 27 fueron los principales representantes de la literatura de vanguardia en España, junto con Picasso, Dalí y Buñuel en pintura y cine. El interés por encontrar unas ideas y un arte nuevos echó fuertes raíces, no solo en España, sino en toda Europa y América, provocando una fiebre de modernidad: una búsqueda constante que vino a entronizar lo moderno como la meta por antonomasia y la palabra más reivindicada. Por un lado, la modernidad es una reacción contra el positivismo del siglo XIX, que confiaba en la capacidad de la ciencia y la razón para el progreso. Así, se pasa a reivindicar el irracionalismo: la comprensión del mundo y del arte como fenómenos subjetivos, basados en los sentimientos y en el caos. Esto es lo que se esconde, por ejemplo, en los recovecos del subconsciente, según el concepto acuñado por Sigmund Freud para el Psicoanálisis. Junto a este pensador, fueron también influyentes Nietzsche y Schopenhauer en la filosofía, la ciencia y el arte. Fiebre de lo moderno Al igual que en lo tocante a la crisis política, social y económica, puede establecerse un paralelismo cultural entre el primer tercio del siglo XX y los comienzos del siglo XXI. En torno a la Gran Depresión de 2008, la expresión ser un moderno solía aplicarse a la estética hípster, epitomizada en la ropa vintage. Algo parecido señalaba en su época Manuel Machado en su ensayo «Los poetas de hoy», describiendo la disparidad de opiniones en torno al modernismo: «Para este el modernismo es la cabellera de Valle-Inclán, para aquel los cuplés del Salón Rouge, para el otro los cigarrillos turcos, y para el de más allá los muebles de Lisárraga». Estos rasgos se pueden extrapolar a los gustos hípsters, si, en su lugar, se pone una barba frondosa, la música indie, el tabaco de liar y los muebles de Ikea. La modernidad se definía, asimismo, mediante el concepto de arte por el arte. Desde el Romanticismo, el artista había ido depurando esta idea, como una reivindicación para crear en libertad y permitir que el genio pudiera desarrollar su obra de acuerdo con su propio criterio, sin tener que seguir los patrones de la imitación, ni responder a fines utilitarios. La pintura, ajena a la copia de lo que ve el ojo, se fue desvinculando de lo figurativo, primando el color y la forma. Se pasó, así, de La noche estrellada (1889), de Vincent Van Gogh, en la que la escena pintada pierde interés en favor de las sensaciones que transmiten los colores, a la abstracción, que empezó a nacer con Vasili Kandinsky, con obras como Composición VII(1913). Asimismo, el arte comenzó a disfrutarse como un juego, un pasatiempo sin trascendencia, ni compromiso político, o que habla, sin más, del arte mismo. Por eso, el arte se caracterizó por la experimentación y la irreverencia, así como por el ataque a las convenciones heredadas de la sociedad burguesa del siglo XIX. Desde este punto devista, se puede definir el modernismo, en un sentido amplio, como el movimiento cultural en América y Europa que va desde finales del siglo XIX a la II Guerra Mundial, que se caracteriza por la exaltación de la modernidad, pero sin renunciar a una revisión del pasado, y que tiene por estandarte el arte por el arte, el irracionalismo, la rebeldía y la experimentación. Dentro de este marco, se desarrollaron corrientes diferentes, pero que compartían esta misma aspiración de modernidad, desde el decadentismo de Oscar Wilde en Reino Unido al futurismo de Marinetti y el resto de -ismos de las vanguardias. O sea, el modernismo sería el marco común a un conjunto de submovimientos. Hay que distinguir esta noción de modernismo respecto del modernismo hispánico. También en España se da el marco general del modernismo, que coincide con los años de la Edad de Plata, desde finales del siglo XIX a la Guerra Civil (1936-1939). El modernismo hispánico es el primero de los submovimientos dentro de ese marco. Es decir, aunque comparten el mismo ► La noche estrellada (1889), de Vincent Van Gogh. nombre, el modernismo hispánico es solo una corriente dentro del modernismo general de toda Europa y América. El modernismo hispánico tiene unos rasgos particulares, que se verán en el siguiente epígrafe, pero comparte con el modernismo general el ansia de modernidad desde la revisión del pasado. Tras el modernismo hispánico, dentro del marco general del modernismo europeo, en España germinan otros submovimientos, desde la generación del 98 a la generación del 27. 2. FIN DE SIGLO Y MODERNISMO HISPÁNICO La chispa de modernidad empezó a prender en Europa a finales del siglo XIX. Aproximadamente desde los años 1880 y hasta comienzos del siglo XX, artistas e intelectuales comenzaron a romper con el realismo y positivismo anteriores: frente al análisis científico y copia de la realidad visible, se buscaron otras formas de entender el mundo y se atacaron las convenciones sociales y estéticas de la burguesía. El arte y la literatura de este período, que se ajustaban a estos principios, se conocen por antonomasia como Fin de Siglo. Así, el espíritu de Fin de Siglo y los movimientos asociados constituyen la primera manifestación del modernismo, en el sentido amplio que afecta a toda Europa y América. Como parte que es de este modernismo general, el Fin de Siglo también busca lo moderno en la recuperación y revisión del pasado. En particular, se rescata el pasado medieval y aristocrático, idealizándolo como una época de valores nobles y sublimes, frente a una sociedad burguesa, que se menosprecia como burda y poco refinada, porque se centra en el utilitarismo antiestético de la industria y el comercio. Considerando la crisis en la que estaba sumida la aristocracia en ese momento, no es sorprendente que el Fin de Siglo ensalce la decadencia y la precariedad como signos de grandeza, tanto humana como estética. Asimismo, heredando una visión romántica, se considera que la genialidad del artista no es comprendida por la sociedad y, por eso, el artista está condenado a ser atacado y vivir en la miseria. De entre la visión irracionalista del modernismo en general, el Fin de Siglo presta especial atención a Nietzsche y a Schopenhauer, porque sus filosofías ofrecen una imagen del artista de este tipo. Una de las estéticas de Fin de Siglo más característica es la del decadentismo, que exalta el individuo, frente a las convenciones sociales, y, por ello, reivindica los comportamientos de rechazo y protesta, a veces violentos y con frecuencia usando una apariencia excéntrica. Tal vez el autor más representativo fue Oscar Wilde (1854-1900), cuya pose aristocrática y excentricidades escandalizaron a la opinión pública británica, y, finalmente, su homosexualidad, entonces marcadamente contraria a la moral establecida, le valió la cárcel. Como estandarte de la estética decadente, está la bohemia : una concepción de la vida y el arte basada en la marginación social, que casi es indistinguible de la indigencia. Para esta estética, la ciudad se convierte en un lugar privilegiado, y, en particular, los espacios del hampa, por los que el bohemio suele transitar por las noches, acompañado de alcohol y drogas . En España, uno de los bohemios más característicos fue el escritor y periodista Alejandro Sawa (1862-1909). Procedencia de la palabra bohemia La palabra bohemia aparece por primera vez en Scènes de la Vie de Bohème (1847-1849), de Henri Murger. En Francia, se llamaba despectivamente bohemios a los gitanos, porque procedían entonces en gran medida de Bohemia, una de las tres regiones históricas que integran la República Checa. Con ese insulto, se hacía alusión al aspecto descuidado, a menudo poco higiénico, propio de indigentes, así como a una actitud antisocial e, incluso, criminal atribuida a los gitanos. Por estas connotaciones, pasó a denominarse bohemios a los artistas decadentes de Fin de Siglo. La absenta del Moulin Rouge En la película Moulin Rouge (2001), de Baz Luhrmann, protagonizada por Ian McGregor y Nicole Kidman, se ofrece un magnífico retrato del ambiente decadentista de París, en torno al cabaret del mismo nombre. Uno de los personajes que frecuentan el local es el famoso pintor bohemio Henri de Toulouse-Lautrec (1864-1901). Con él, un grupo de artistas trabaja en el montaje de una obra de teatro musical, bajo el lema de «verdad, belleza, libertad y amor», palabras que expresan el compromiso de la estética Fin de Siglo con el arte por el arte. Los artistas, que se mueven en un ambiente decadente de contrabando de prostitutas, se inspiran tomando absenta, una bebida alcohólica de elevada graduación, a la que se le suponían efectos alucinógenos. Por eso, sufren el desprecio de una sociedad aparentemente decente, encarnada por el duque, que es, sin embargo, el verdadero villano, mientras que los artistas, en el fondo, tienen un noble corazón, a pesar de su comportamiento excéntrico. Otros movimientos de Fin de Siglo, cercanos a estas ideas, se desarrollaron por Europa, por las mismas fechas. En Inglaterra, destacó el prerrafaelismo, llamado así porque pretendía rescatar la forma de arte medieval inmediatamente anterior al pintor renacentista Rafael de Urbino. Por eso, las obras más representativas se dieron en pintura, con cuadros exuberantes y decoración floral, como en el ► Portada original de Azul... (1888), de Rubén Dario. famoso óleo sobre lienzo de Ofelia (1851-1852), del pintor británico John Everett Millais. En Francia, el parnasianismo buscó la sublimidad del pasado, no en la Edad Media europea, sino en las culturas antiguas de Grecia, China o la India, haciendo de lo exótico la base de la renovación del arte. De todos, el movimiento francés más importante del Fin de Siglo fue el simbolismo, que perseguía explicar la realidad con un mecanismo completamente irracional: encarnar en una imagen —o símbolo— significados profundos de la intimidad, la existencia del ser humano o de la realidad. Los autores más representativos de estas dos escuelas fueron Paul Verlaine (1844-1896) y, sobre todo, Charles Baudelaire (1821-1867), con su célebre poemario Las flores del mal. 2.1. El modernismo hispánico: Rubén Darío Como ya se ha explicado, el Fin de Siglo y los movimientos asociados constituyen la primera manifestación del modernismo en su sentido amplio. En España y América Latina, el espíritu de Fin de Siglo cuajó con el nombre de modernismo, pero no deben confundirse. El modernismo es, en general, el marco que va desde Fin de Siglo hasta la II Guerra Mundial, englobando en todaEuropa y América a todos los movimientos artísticos europeos que buscan la modernidad, con el estandarte del arte por el arte. Dentro de ese marco, el modernismo hispánico se refiere en particular a la manera en que se desarrolló la estética de Fin de Siglo en España y América Latina hasta 1920, aproximadamente. En España, Salvador Rueda (1857- 1933), de origen malagueño, se arrogó la paternidad del modernismo hispánico en poesía. Sin embargo, a pesar de los muchos méritos que sin duda tiene su poesía, la historiografía literaria está de acuerdo en que fue Rubén Darío el verdadero precursor del modernismo hispánico, y, en todo caso, fue el que más influencia tuvo en la posteridad, convirtiéndose en una figura universal. Rubén Darío (1857-1933), de origen nicaragüense, pasó gran parte de su vida entre Francia y España, y fue embajador de su país en Madrid. En París se empapó del ambiente de Fin de Siglo y, en particular, de la poesía parnasiana y simbolista. Así, el modernismo hispánico se consolidó en sus manos como una literatura que recogía lo más destacado de aquellas corrientes. Gracias a él, el modernismo hispánico se relaciona, en literatura, con una serie de tópicos temáticos, desde la recurrencia del color azul, por uno de sus libros más importantes (Azul…, 1888), a la presencia de animales de connotaciones mitológicas, como el cisne —cuyo color blanco se asocia al marfil, mediante el adjetivo ebúrneo—, y lugares exóticos, como la India. Son muy ilustrativos dos poemas. En «Sonatina», Rubén Darío nos cuenta el cuento de una princesa lejana, con abundancia de sinestesias: La princesa está triste... ¿qué tendrá la princesa? Los suspiros se escapan de su boca de fresa, que ha perdido la risa, que ha perdido el color. La princesa está pálida en su silla de oro, está mudo el teclado de su clave sonoro; y en un vaso, olvidada, se desmaya una flor. Años más tarde, en un poema de Cantos de vida y esperanza (1905), Darío rememora las características de su poesía de juventud, en sus libros Azul… (1888) y Prosas profanas (1896). Los siguientes versos, por tanto, sirven para resumir los rasgos del modernismo hispánico. En línea con lo que se ha explicado, cabe destacar, entre otras cosas, cómo lo moderno se inspira en el pasado, la influencia de Verlaine y la presencia de la ciudad y del cisne: Yo soy aquel que ayer no más decía el verso azul y la canción profana, en cuya noche un ruiseñor había que era alondra de luz por la mañana. El dueño fui de mi jardín de sueño, lleno de rosas y de cisnes vagos; el dueño de las tórtolas, el dueño de góndolas y liras en los lagos; y muy siglo diez y ocho y muy antiguo y muy moderno; audaz, cosmopolita; con Hugo fuerte y con Verlaine ambiguo, y una sed de ilusiones infinita. 2.2. Ramón M.ª del Valle-Inclán Aunque la obra de Ramón M.ª del Valle-Inclán (1866-1936) se suele incluir en la nómina de autores de la generación del 98, porque compartió con ellos vivencias y preocupaciones, especialmente en lo concerniente a los males de España, su tipo de vida bohemia y el estilo de su literatura, cercano al parnasianismo y a Rubén Darío, permiten hablar de él como representante del modernismo hispánico. En todo caso, la etiqueta que se le ponga no es relevante, porque, como se explicará en el siguiente apartado, modernismo hispánico y generación del 98 son dos manifestaciones hermanas en España, dentro del marco del modernismo en su sentido amplio por toda Europa y América. Oriundo de Galicia, donde también murió, su nombre real fue Ramón José Simón Valle Peña. Hijo de una familia de raigambre carlista, su trayectoria vital y política sigue causando desconcierto. De una parte, está su rechazo a la sociedad burguesa y exaltación de los valores aristocráticos, tal vez por convicciones ideológicas reaccionarias, o bien por la pose literaria tomada del decadentismo bohemio. De otra, está el agitador y transgresor, descontento con la sociedad que le rodea. En todo caso, hizo de su persona un espectáculo público, a la manera, en cierto modo, de Oscar Wilde. Fueron sonados algunos episodios, en uno de los cuales perdió un brazo . El brazo de Valle-Inclán Reivindicando en el siglo XX la práctica medieval del duelo de honor, Valle-Inclán se enfrentó al periodista Manuel Bueno, en el afamado Café Nuevo de la Montaña, en plena Puerta del Sol. Valle-Inclán se armó con una botella rota de cristal. Bueno le golpeó con un bastón en la muñeca. Valle-Inclán tuvo la mala suerte de que se le clavó el gemelo del puño de la camisa, y esto le provocó una gangrena que requirió amputarle el antebrazo. Desde entonces, la imagen de Valle-Inclán, con su larga barba, melena, anteojos y una manga hueca en la chaqueta, es uno de los iconos de la bohemia. Sus comienzos en la literatura fueron difíciles y, además, versátiles, habiendo desempeñado de joven papeles en obras de teatro de Benito Pérez Galdós. Con el tiempo, se convirtió en uno de los escritores más importantes de su época y fue muy prolífico, abarcando prácticamente todos los géneros: novela, poesía, teatro, cuento, ensayo y periodismo. A pesar de esta abundancia, vivió pobremente, porque consumía todos sus ingresos en prácticas variopintas. Ávido de conocer mundo, viajó por diferentes países. En México, escribió la novela Tirano Banderas (1926), que narra la caída del dictador sudamericano Santos Banderas, en la región ficticia de Santa Fe de Tierra. Hay quienes consideran que esta obra inaugura un género clave de la literatura hispanoamericana, la novela de dictador, posteriormente cultivada hasta la saciedad, incluyendo tres premios Nobel: El ► Ramón María del Valle-Inclán. señor Presidente (1946), del guatemalteco Miguel Ángel Asturias; El otoño del patriarca (1975), del colombiano Gabriel García Márquez, y La fiesta del chivo (2000), de Mario Vargas Llosa. La trayectoria literaria de Valle-Inclán puede resumirse en dos etapas. De joven, desarrolla una literatura plenamente modernista, caracterizada por la evasión hacia mundos ideales del pasado o lugares exóticos. De este período son las Sonatas, cuatro novelas cortas que, en sintonía con los tópicos del modernismo hispánico, se titulan en homenaje a la música (la sonata es una composición musical del Barroco) y a las estaciones del año. Cada estación representa las edades de su protagonista, si bien las novelas no fueron publicadas en el orden lógico de primavera (juventud), verano (primera madurez), otoño (segunda madurez) e invierno (vejez), sino de este modo: Sonata de otoño (1902), Sonata de estío (1903), Sonata de primavera (1904) y Sonata de invierno (1905). Las novelas, ubicadas en ambientes refinados y exóticos, cuentan los lances amorosos de Bradomín, un marqués que, en sus viajes por el mundo, va conquistando mujeres, solo por el placer de poseerlas, para luego abandonarlas, como un donjuán contemporáneo. Escritas entre 1908 y 1909, también destaca en esta etapa una trilogía de novelas carlistas, rememorando episodios de un pasado que Valle- Inclán presenta como glorioso y heroico: La cruzada de la causa, El resplandor de la hoguera y Gerifaltes de antaño. Para estos años, Valle-Inclán ya ha escrito mucho teatro, y avanza poco a poco hacia su estilo más característico, alejado del modernismo: el esperpento, que constituye su segunda época. Este concepto lo describe el propio Valle-Inclán en su famosa obra de teatro Luces de bohemia (1924), subtitulada, precisamente, esperpento. Aquí, se cuenta la historia de Max Estrella, un poeta ridículo y sin talento, durante veinticuatro horas de lances con personajes pintorescos, al final de loscuales muere. Por un lado, esta obra de teatro supone una sátira del modernismo de juventud, y, de hecho, Max Estrella es una caricatura de Alejandro Sawa, el famoso bohemio, que fue amigo de Valle-Inclán. Por otro, la sátira y la caricatura se producen a partir de los rasgos propios del esperpento, que son dos: — Distanciamiento. El autor adopta un punto de vista lejano y con superioridad, como si fuera un dios riéndose de los mortales desde los cielos: el autor no se siente implicado y, por tanto, tiene derecho a mofarse de los seres inferiores. — Deformación. La mofa se realiza mediante la caricatura grotesca de personajes (degradados como animales o como objetos) y de situaciones, mediante el absurdo. En efecto, Luces de bohemia es una tragedia absurda, porque la difícil situación de Max Estrella, sin apenas medios para subsistir, se resuelve a lo largo de escenas sin sentido y alocadas, que hacen de su muerte algo risible, cuando debería ser algo espeluznante. El esperpento queda descrito en Luces de bohemia por uno de sus personajes, a través de la metáfora de los espejos cóncavos, y muestra que, por debajo del aparente absurdo, subyace una crítica profunda de la crisis de España y de la idiosincrasia de ser español, lo cual es uno de los rasgos que acercan a Valle-Inclán a la generación del 98: Los héroes clásicos reflejados en los espejos cóncavos dan el Esperpento. El sentido trágico de la vida española sólo puede darse con una estética sistemáticamente deformada. […] Las imágenes más bellas en un espejo cóncavo son absurdas. [...] La deformación deja de serlo cuando está sujeta a una matemática perfecta. Mi estética actual es transformar con matemática de espejo cóncavo las normas clásicas. 2.3. El modernismo hispánico en Cataluña El arte y la literatura en España se desarrolla, obviamente, en los territorios que tienen lenguas propias, además del castellano. En lo que al modernismo hispánico se refiere, destaca Cataluña, gracias a la arquitectura de Antoni Gaudí (1852- 1926). Gaudí plasma en sus edificios colorido y musicalidad, e incorpora formas exóticas, tomadas de países lejanos, la Edad Media o la Antigüedad grecolatina. En la Villa Quijano, conocida como El Capricho (Comillas, 1883-1885), Gaudí ofrece una reelaboración del mito clásico del girasol, con paredes decoradas con notas musicales. En la Casa Botines de León (1891-1892), por su parte, reformula el concepto de castillo medieval. Pero, sin duda, sus obras más importantes están en Barcelona: La Pedrera (1906-1910), el parque Güell (1900-1914) y La Sagrada Familia (en construcción todavía, desde 1882). En literatura, sobresale la figura de Joan Maragall (1860-1911). Además de la calidad de su obra poética, Maragall contribuyó decisivamente al debate de la estructuración territorial de España, proponiendo, como solución a los conflictos nacionalistas, un ideal ibérico, de unión, dentro de la diversidad, de todas las regiones de la Península, incluyendo Portugal, formando un estado de corte federal. 3. LA CUESTIÓN DE LAS GENERACIONES Aún dentro del marco del modernismo en su sentido amplio, tras el modernismo hispánico se ha divido tradicionalmente la literatura española en tres generaciones: 98, 14 y 27. Es una división perfectamente válida desde el punto de vista de las edades de los componentes según avanzan los años, pero tiene dos problemas. Uno está relacionado, a su vez, con el problema del modernismo y el modernismo hispánico. No es solo que, por su nombre, se confundan modernismo, en su sentido general, y modernismo hispánico, sino que, al delimitar como generación a los escritores del 98, parece que estos escriben de espaldas al modernismo hispánico. Nada más lejos de la realidad. Ya se ha mencionado que Valle-Inclán, siendo uno de los representantes más característicos del modernismo hispánico, pertenece también a la generación del 98, por edad y porque comparte con Unamuno, Baroja, etc., vivencias e intereses, entre los cuales destaca la preocupación por España. Algo parecido puede decirse de Antonio Machado, como se verá más adelante. Para solucionar este problema, es preciso ordenar la cuestión de las generaciones en el marco general del modernismo. Dentro del modernismo en su sentido amplio, en España el Fin de Siglo europeo se manifiesta a través de dos actitudes muy semejantes: modernismo hispánico y generación del 98. Del mismo modo que en Francia el Fin de Siglo da movimientos cercanos —decadentismo, bohemia, simbolismo, parnasianismo, etc.—, modernismo hispánico y generación del 98 son dos caras de la misma moneda. Y, al igual que el Fin de Siglo es la primera manifestación del modernismo en general en Europa y América, modernismo hispánico y 98 constituyen la primera manifestación del modernismo en su sentido amplio en España. Por eso, modernismo hispánico y 98 comparten el rasgo común de búsqueda de la modernidad. Además, aunque pueden establecerse algunas diferencias, comparten muchos rasgos; por ejemplo, el irracionalismo, que es importante en el modernismo en general y en el modernismo hispánico en particular, también es fundamental en el 98. El otro problema tiene que ver con el concepto mismo de generación. Tradicionalmente, se ha considerado que una generación literaria existe cuando se dan rasgos como los siguientes (todos o la mayoría de ellos): — Proximidad en las edades de nacimiento de los escritores: no puede haber más de quince años de diferencia entre el más veterano y el más joven. Consecuentemente, entre generación y generación debe darse una distancia de al menos quince años. — Anquilosamiento de la generación anterior. — Formación intelectual y evolución semejante — Convivencia de experiencias —personales e intelectuales—, cercanas en el tiempo y el espacio. — Un hecho destacado que une a los componentes. — Existencia de un líder generacional. — Rasgos literarios comunes. Estas características hacen aguas al poco de ser analizadas, como se va a ver a continuación en cada una de las generaciones. Ahora bien, a pesar de estas limitaciones, es preciso conocerlas, así como los rasgos que las definen, por dos razones. Por un lado, las etiquetas de generación del 98, 14 y 27 están ya tan consolidadas y han sido tan usadas, que carecería de sentido descartarlas. Por otro, estas etiquetas sirven para entender mejor la historia, ya que permiten establecer el tipo de divisiones en el tiempo que son necesarias para poder ordenar el conocimiento. Tema 3 La generación del 98 1. RASGOS DE LA GENERACIÓN DEL 98 La generación del 98 agrupa a aquellos escritores e intelectuales que reaccionaron ante la crisis vivida en España tras la pérdida de Cuba, Puerto Rico y Filipinas. El desastre del 98 es, pues, el hecho histórico que une a esta generación, ya que provocó en sus componentes una actitud de revisión del concepto de España y de crítica al país y sus instituciones. Los principales escritores que tradicionalmente se han mencionado como parte de esta generación son: Miguel de Unamuno, Pío Baroja, José Martínez Ruiz (Azorín), Ramón M.ª del Valle-Inclán y Antonio Machado. La generación empezó a tomar forma a partir de un manifiesto firmado en 1901 por Pío Baroja, José Martínez Ruiz (que todavía no había adoptado el seudónimo de Azorín) y Ramiro de Maeztu. Fue el llamado Grupo de los Tres, al que se incorporaron posteriormente los otros autores. Ahora bien, los rasgos generacionales de este grupo de escritores soncuestionables. — El manifiesto fundacional no lo suscribieron todos los miembros que después formarían la generación del 98; Unamuno, incluso, se negó expresamente a firmarlo. — Además, el manifiesto es posterior al desastre del 98. De hecho, hay documentos que atestiguan que Azorín, a quien se considera la persona que acuñó la etiqueta de generación del 98, empezó hablando al principio de generación del 96, y solo cuando alguien le llamó la atención sobre lo idóneo que sería aprovecharse de la pérdida de las colonias, cambió la fecha de referencia. En este sentido, el evento generacional se adopta de manera meramente tacticista y retrospectiva. — En toda generación, es difícil determinar a un líder, pero hoy por hoy la crítica parece coincidir en que el autor de mayor personalidad e impulso del 98 fue Miguel de Unamuno…, que, sin embargo, no participó en el manifiesto fundacional de los Tres. En todo caso, podrían considerarse otros líderes, como Ángel Ganivet, cuyo ensayo Idearium español (1897) fue pionero en el análisis de los problemas de España, antes incluso del desastre del 98, y fue muy influyente en todos los escritores de la generación. — La generación anterior, que era la realista, no estaba anquilosada: Benito Pérez Galdós siguió escribiendo hasta 1920, y algunos de los miembros del 98 fueron admiradores suyos. — Si los componentes del 98 tuvieron una formación común, esta estuvo basada en el autodidactismo, porque todos renegaron de la universidad como lugar de aprendizaje, al considerar que era una institución anquilosada y corrupta. Esto supone que cada uno se formó a su manera, si bien es cierto que coincidieron en algunos referentes, como Nietzsche y Schopenhauer. — Compartieron, efectivamente, experiencias, siendo la primera de ellas el Manifiesto de los Tres; posteriormente, colaboraron en las mismas revistas y periódicos, como ABC, Germinal, Electra y Helios. Fueron muy significativos dos momentos. En 1901, coincidieron en defender a Benito Pérez Galdós por la representación de su obra de teatro Electra, frente a las duras críticas que recibió de los sectores reaccionarios de la sociedad a causa de su mensaje anticlerical. Luego, en 1904, protestaron por la concesión del Premio Nobel a José Echegaray, por considerarlo un autor mediocre y argumentando que el galardón debería habérsele concedido, precisamente, a Galdós. Sin embargo, durante mucho tiempo los autores estuvieron separados: Unamuno, por Bilbao y Salamanca; Machado, en Castilla y Andalucía; Azorín por tierras de Levante, etc. ► Unamuno, Baroja, Maeztu, Azorín, Valle- Inclán y A. Machado — Evolucionaron, además, por caminos distintos. En el Manifiesto de los Tres, Maeztu tenía adscripción socialista, pero, con la Guerra Civil, se convirtió al franquismo más reaccionario, mientras que, por ejemplo, Unamuno, antes de morir, se enfrentó duramente al golpe de Estado de Franco, desde postulados liberales, y Machado murió en el exilio, como ferviente partidario de la II República. — Por lo que respecta a las fechas de nacimiento, al ser un dato en principio objetivo, no debería plantear problemas, pero los hay, sobre todo cuando se trata de calcular los quince años que supuestamente deben mediar entre generación y generación. Por ejemplo, Gabriel Miró (nacido en 1879) se lleva con Unamuno (1874) justo quince años, y con Pío Baroja (1872), siete; sin embargo, Miró suele ser adscrito a la generación del 14. Queda aparte la cuestión de los rasgos literarios comunes, por su complejidad. Como parte del modernismo en sentido amplio, todos los autores comparten una búsqueda por lo moderno a través del pasado; en particular, la generación del 98, preocupada por la crisis de Estado tras la pérdida de las colonias, convirtió a España en su tema predilecto: los males del presente, su pasado imperial y su identidad. Por su cercanía al modernismo hispánico, hay en el 98 elementos propios del Fin de Siglo, como cierta actitud decadentista. De hecho, algunas de en el sello de Correos del centenario de la Generación del 98 (1998). las revistas en las que escribieron los autores noventayochistas, como Helios, acogieron también a escritores plenamente modernistas. Por su parte, Machado, aunque adscrito al 98, es también uno de los principales poetas del modernismo español, por su uso excepcional del simbolismo y con influencia clara de Rubén Darío, de quien fue un amigo muy cercano. Hay, empero, algunos rasgos que son particularmente noventayochistas, como el pesimismo y la abulia, heredados de filósofos como Nietzsche y Schopenhauer, y su focalización de España en Castilla; por eso, abunda el lenguaje del terruño, es decir, de las comarcas y tierras de la zona. Los autores del 98 estuvieron especialmente preocupados por los problemas políticos, sociales y económicos de España, tras la crisis de las colonias; en concreto, atacaron la corrupción política de la Restauración, en línea con el espíritu regeneracionista de Joaquín Costa, en su libro Oligarquía y caciquismo (1901). Por último, está el problema de los miembros. Al aplicar la etiqueta del 98, se suelen excluir muchos nombres, a menudo sin mala intención, sino solo porque sería imposible recopilar toda la información, o bien por criterios de vario tipo, si, por ejemplo, nos limitamos, como aquí, a hablar del 98 literario. Sin embargo, esta generación fue mucho más que literaria, e incluyó a pintores (Ignacio Zuloaga), músicos (Isaac Albéniz) y filólogos (Ramón Menéndez Pidal). Además, se suele olvidar a otros escritores que hoy se consideran menores. Jacinto Benavente escribió un teatro burgués algo convencional, que, por ello, actualmente, se valora poco, pero que le mereció el Premio Nobel de Literatura en 1922. Es llamativa la exclusión de Manuel Machado , aun siendo hermano de Antonio y poeta como él; en este caso, puede deberse a que Manuel cultivó un estilo más marcadamente cercano al modernismo de Rubén Darío y, por tanto, se percibió más lejos de la reflexión noventayochesca en torno a España. Borges, sobre los hermanos Machado Frente a la percepción generalizada, para el insigne poeta argentino Jorge Luis Borges, Manuel era el mejor poeta de los hermanos Machado. Parece ser que, en una entrevista en España, le preguntaron en una ocasión por su opinión sobre Antonio Machado, y Borges respondió: «¡Ah, no sabía que Manuel tuviera un hermano!». 2. MIGUEL DE UNAMUNO Nacido en Bilbao en 1864, se crió en el seno de una familia burguesa de clase media, de la que heredó una amplia formación humanística y unas convicciones políticas liberales. Con el prestigio de Catedrático de Griego en la Universidad de Salamanca y, luego, rector de esta misma institución, Unamuno se convirtió en un intelectual cuya voz era ampliamente escuchada en sociedad a través de los periódicos. Desencantado con la situación de España, especialmente por la corrupción política de la Restauración, fue crítico con todo. Por su oposición al régimen de Primo de Rivera, fue destituido de su puesto de rector y desterrado a Fuerteventura, desde donde se exilió a París; a su vuelta a España, fue recibido con ovaciones multitudinarias. Tal vez por su constante espíritu crítico, Unamuno viró ideológicamente, conforme se iba desengañando de las diferentes posturas. Del liberalismo de su familia y de su infancia, pasó a militar en el PSOE, y se presentó a las elecciones municipales del 12 de abril de 1931 como candidato a concejal del Ayuntamiento de Salamanca en las listas de la coalición republicano- socialista. Sin embargo, ante los problemas de España y a causa de los desacuerdos
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