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Acceso_a_la_literatura_espanola_contempora_Guillermo_Lain_Corona

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Acceso	a	la	literatura	española
contemporánea.
Panorama	y	comentario
GUILLERMO	LAÍN	CORONA
UNIVERSIDAD	NACIONAL	DE	EDUCACIÓN	A
DISTANCIA
ACCESO	A	LA	LITERATURA	ESPAÑOLA	CONTEMPORÁNEA.
PANORAMA	Y	COMENTARIO
Quedan	rigurosamente	prohibidas,	sin	la
autorización	escrita	de	los	titulares	del
Copyright,	bajo	las	sanciones	establecidas
en	las	leyes,	la	reproducción	total	o
parcial	de	esta	obra	por	cualquier	medio
o	procedimiento,	comprendidos	la	reprografía
y	el	tratamiento	informático,	y	la	distribución
de	ejemplares	de	ella	mediante	alquiler
o	préstamo	públicos.
©	Universidad	Nacional	de	Educación	a	Distancia
Madrid	2019
www.uned.es/publicaciones
©	Guillermo	Laín	Corona
ISBN	electrónico:	978-84-362-7528-5
Edición	digital	(epub):	agosto	de	2019
Aquí	podrá	encontrar	información	adicional	y	actualizada	de	esta	publicación.
http://www.uned.es/publicaciones
http://portal.uned.es/portal/page?_pageid=93,70583305&_dad=portal&_schema=PORTAL
A	mi	hermano	Iñaki,	como	un	amigo.
A	mi	amigo	Fran,	como	un	hermano.
Porque	a	ambos	les	fascina
la	educación,	y	que	hablemos	de	ella
bajo	el	sol	malagueño	de	unas	cañas.
Presentación
La	 literatura,	 como	 cualquier	 manifestación	 artística,	 es,	 ante	 todo,	 una
actividad	recreativa.	Al	leer	una	novela,	escuchar	un	poema	o	asistir	a	una	obra	de
teatro,	 podemos	 aprender	 cosas	 útiles,	 reflexionar	 sobre	 la	 vida,	 incluso
indignarnos	 por	 injusticias	 sociales,	 pero,	 en	 última	 instancia,	 buscamos	 una
experiencia	estética,	igual	que	cuando	vemos	una	película.	Dado	que	la	literatura
es	 una	 actividad	 humana	 valiosa	 y	 milenaria,	 existe	 la	 necesidad	 de	 estudiarla,
como	manera	de	preservarla	del	paso	del	 tiempo.	Además,	estudiando	 literatura,
podemos	 comprender	 mejor	 los	 textos	 que	 leemos,	 y,	 solo	 comprendiéndolos,
podemos	disfrutarlos.
Ahora	bien,	cuando	un	entretenimiento	se	convierte	en	materia	de	estudio,	a
menudo	 nos	 parece	 que	 es	 algo	 frío,	 carente	 de	 interés	 e	 incluso	 aburrido.	 El
desarrollo	 de	 videojuegos,	 por	 ejemplo,	 podría	 estudiarse	 en	 un	 grado	 de
ingeniería	informática,	invirtiendo	un	esfuerzo	muy	lejano	a	la	experiencia	lúdica
que	buscamos	al	encender	una	videoconsola.	Por	eso,	 se	hace	preciso	encontrar
maneras	 de	 enseñar	 la	 literatura	 sin	 echar	 por	 tierra	 el	 placer	 de	 la	 lectura,
especialmente	entre	los	lectores	de	a	pie	que	no	van	a	dedicarse	a	la	filología.
Esto	es	lo	que	se	persigue	aquí:	presentar	la	literatura	con	suficientes	cualidades
para	 su	 estudio,	 pero	 desde	 una	 perspectiva	 divulgativa,	 cercana	 y,	 en	 última
instancia,	accesible,	como	indica	el	 título	mismo	del	 libro.	Por	eso,	 se	 incluyen,
entre	 otras	 cosas,	 curiosidades	 y	 fragmentos	 literarios	 que	 entretendrán	 al	 lector
mientras	aprende.	O	sea,	este	 libro	es	una	puerta	de	acceso	para	estudiar	y,	 a	 la
vez,	disfrutar	de	la	literatura.	Docere	et	delectare;	aprender	y	deleitarse.
Concretamente,	 el	 libro	 va	 dirigido	 a	 esas	 personas	 que,	 por	 los	 vaivenes
intempestivos	 de	 la	 vida,	 dejaron	 los	 estudios	 en	 cierto	 momento,	 pero	 han
decidido	con	arrojo	 retomarlos	después	de	un	 tiempo,	 acaso	con	vistas	 a	 iniciar
una	carrera	universitaria.	Este	es,	pues,	un	manual	de	literatura	para	el	camino	de
acceso	a	la	universidad	de	mayores	de	25	años,	pero	también	puede	ser	de	utilidad
para	 el	 bachillerato,	 en	 cuyo	 caso	 habrá	 que	 adaptarlo	 a	 los	 correspondientes
planes	de	estudio.
Como	 se	 trata	 de	 ofrecer	 un	 panorama	 accesible	 de	 la	 literatura,	 se	 ha
restringido	 la	materia	 a	 los	 aspectos	más	 cercanos	para	 los	potenciales	 lectores	 y
estudiantes.	En	este	sentido,	se	ha	considerado	que	lo	contemporáneo	resulta	más
atractivo	que	lo	antiguo.	Sin	embargo,	el	concepto	de	lo	contemporáneo	es	muy
flexible,	ya	que	cambia	 inexorablemente	con	el	paso	del	 tiempo.	Dicho	de	otra
forma:	 lo	 que	 hoy	 es	 contemporáneo	 dejará	 de	 serlo	 dentro	 de	 cincuenta	 o	 de
cien	 años.	 Teniendo	 esta	 variable	 en	 mente,	 aquí	 se	 ha	 acotado	 la	 literatura
contemporánea	al	período	del	siglo	XX	y	lo	que	va	del	XXI.	Además,	el	libro	se
centra	en	España,	ya	que	es	la	literatura	que	más	ha	de	sonarles	a	quienes	se	han
criado	en	este	país.	Así,	aunque	no	lo	parezca	de	entrada,	estudiando	este	manual
se	hará	evidente	cuánta	actualidad	tienen	aún	en	nuestro	presente	hechos	como	la
crisis	del	98,	o	la	poesía	de	Antonio	Machado.
Para	 entender	 y,	 por	 extensión,	 disfrutar	 de	 un	 texto	 literario,	 no	 solo	 es
necesario	 conocer	 la	 historia	 en	 que	 se	 escribió,	 sino	 también	 ejercitar	 la
comprensión	 lectora	 de	 cada	 persona.	 Tradicionalmente,	 este	 ejercicio	 se	 ha
hecho	 a	 través	 del	 comentario	 de	 texto.	Así,	 además	 del	 repaso	 histórico	 de	 la
literatura	 española	 desde	 1898,	 en	 la	 última	 parte	 de	 este	 libro	 se	 ofrecen
estrategias	de	análisis	textual	y	explicaciones	sobre	figuras	retóricas.
Valga	añadir	que	los	contenidos	de	este	manual	son	heterodoxos.	Como	no	se
ha	querido	 abrumar	 con	exceso	de	datos,	no	ha	 cabido	 todo,	 y	ni	 siquiera	 está
todo	 lo	 más	 importante,	 sino	 solo	 una	 selección.	 A	 su	 vez,	 esta	 se	 aleja	 en
ocasiones	de	los	cánones	tradicionales.	Por	un	lado,	se	incluyen	autores	y	obras	no
habituales	en	otros	manuales,	precisamente	porque	pueden	resultar	más	atractivos
a	los	lectores.	Por	otro,	se	ha	hecho	hueco	a	las	mujeres,	que	hasta	ahora	han	sido
injustamente	 olvidadas	 en	 la	 historia	 de	 la	 literatura.	No	 es	menos	 significativo
que,	dentro	de	los	inevitables	límites	de	espacio,	se	han	incorporado	referencias	a
las	 literaturas	 en	 las	 lenguas	 cooficiales	 de	 España,	 para	 reflejar	 la	 variedad
lingüística	del	país,	si	bien	hay	que	tener	en	cuenta	que	el	manual	se	centra	en	la
literatura	en	castellano.
Queda	 así	 explicada	 la	 naturaleza	 y	 estructura	 de	 este	 Acceso	 a	 la	 literatura
española	contemporánea.	Panorama	y	comentario.	Se	trata,	en	resumen,	de	un	intento
de	 acercar	 la	 literatura	 a	 los	 lectores	 de	 a	 pie,	 compaginando	 su	 estudio	 con	 el
placer	de	 leer	y	poniendo	especial	atención	al	curso	de	 literatura	de	Acceso	a	 la
Universidad	de	Mayores	de	25	años.
Tema	1
1898-1939.
Larga	marcha	hacia	la	guerra
Aunque	 la	 fecha	 de	 1898	 se	 usa	 aquí	 como	 punto	 de	 partida	 de	 la	 historia
literaria	que	se	va	a	estudiar	en	este	libro,	hay	que	tomarla	con	cuidado.	Por	un
lado,	 da	 nombre	 a	 la	 generación	 del	 98	—Unamuno,	 Baroja,	Machado,	 entre
otros—,	 pero	 esto	 no	 supone	 que	 se	 haya	 terminado	 el	 realismo	 anterior;	 de
hecho,	Benito	Pérez	Galdós,	el	novelista	realista	más	importante	de	España,	siguió
escribiendo	 hasta	 su	 muerte	 en	 1920	 y	 fue	 conocido	 y	 admirado	 por	 algunos
escritores	del	98.	Por	otro	lado,	1898	no	coincide	ni	con	el	último	año	del	siglo
XIX,	 ni	 con	 el	 primero	 del	 siglo	XX,	 lo	 que	 indica	 que	 la	 división	 entre	 dos
épocas	 no	 es	 redonda,	 ni	 depende	 simplemente	 de	 un	 número,	 sino	 de	 otros
factores	complejos;	en	este	caso,	se	trata	del	año	en	que	España	perdió	las	últimas
colonias	de	ultramar	—Cuba,	Puerto	Rico	y	Filipinas—,	con	la	consiguiente	crisis
que	produjo	en	el	país.	Además,	un	acontecimiento	de	este	tipo	no	permite	hacer
borrón	y	cuenta	nueva	con	lo	anterior.	Es	decir,	los	sucesos	de	1898	sirven	para
delimitar	un	periodo,	pero	esa	fecha	es	el	resultado	de	un	pasado	anterior	y	sienta
las	bases	de	lo	que	viene	después.
Todo	esto	es	pertinente	en	relación	con	la	Guerra	Civil,	uno	de	los	episodios
más	 trágicos	 de	 la	 historia	 reciente	 de	 España,	 que	 sigue	 tan	 presente	 en	 la
sociedad	y	política	actuales.	En	2019	era	todavía	un	debate	candente,	a	tenor	de	la
exhumación	del	cadáver	del	dictador	Francisco	Franco,	enterrado	desde	1975	en
el	Valle	de	los	Caídos,	el	monumento	que	se	construyó	durante	los	años	40	y	50
con	mano	de	obra	de	prisioneros	de	guerra	y	que	pretendía	ser	un	homenaje	a	los
fallecidos	de	la	Guerra	Civil.	Por	su	parte,	aun	cuando	este	conflicto	bélicoestalló
en	1936,	los	factores	detonantes	no	fueron	solo	las	trifulcas	políticas,	económicas	y
sociales	de	 los	años	 inmediatamente	anteriores,	 sino	que	hay	que	considerar	una
cadena	de	acontecimientos	que	se	remontan	a	principios	del	 siglo	XIX.	Por	eso,
los	 años	 de	 1898-1939	 quedan	 definidos	 en	 este	 libro	 como	 una	 larga	marcha
hacia	la	guerra,	parafraseando	el	título	de	la	novela	del	célebre	escritor	valenciano
Rafael	Chirbes,	La	larga	marcha	(1996),	en	la	que	se	cuentan	las	historias	de	varias
familias,	desde	la	Guerra	Civil	hasta	la	actual	democracia.
1.	DEL	ANTIGUO	RÉGIMEN	AL	ESTADO	MODERNO
La	Revolución	Francesa	(1789),	además	de	poner	a	Europa	patas	arriba,	dio	pie
al	paulatino	desmoronamiento	del	Antiguo	Régimen.	En	este	sistema,	la	sociedad
estaba	dividida	en	estamentos	—nobleza,	clero	y	pueblo	llano—,	que	eran,	como
su	nombre	indica,	compartimentos	estancos,	es	decir,	inamovibles,	de	modo	que
el	 individuo	 pertenecía	 a	 uno	 de	 ellos	 por	 nacimiento,	 sin	 opción	 de	 cambio.
Según	 este	 organigrama,	 el	 poder,	 por	 imperativo	 divino,	 estaba	 en	manos	 del
Monarca,	 quien	 lo	 delegaba	 en	 la	 nobleza,	 para	 los	 asuntos	 terrenales,	 y	 en	 el
clero,	para	las	cuestiones	de	Dios,	quedando	el	pueblo	a	expensas	de	las	decisiones
de	los	anteriores.
Con	 la	 Revolución	 Francesa,	 se	 da	 paso	 al	 Estado	 moderno,	 sobre	 los
principios	 del	 liberalismo.	 En	 vez	 de	 súbditos,	 los	 individuos	 pasan	 a	 ser
ciudadanos	con	derechos	y	se	agrupan	en	nuevas	clases	sociales,	como	la	burguesía
y	el	proletariado,	en	el	marco	de	la	llamada	revolución	industrial,	que	desbanca	a
la	 anterior	 economía	 agrícola	 y	 ganadera,	 dominada	 por	 nobleza	 y	 clero.	 Esta
industrialización	 tiene	 su	 eje	 central	 en	 las	 ciudades,	 de	 ahí	 el	 nombre	 de	 la
burguesía	 (de	 burgo,	 que	 significa	 «ciudad»).	Mientras	 se	 consolida	 la	 burguesía
como	la	clase	económica	que	desarrolla	y	gestiona	la	industria,	nace	y	se	expande
la	clase	obrera,	que	trabaja	en	las	fábricas.
Las	clases	sociales,	a	diferencia	de	los	estamentos,	son	abiertas,	y	se	presupone
que	se	puede	ascender	de	una	a	otra	de	acuerdo	con	los	principios	de	esfuerzo	y
mérito,	bajo	 la	premisa	de	 la	 libertad	individual.	Todo	esto	atenta	drásticamente
contra	los	privilegios	de	la	nobleza	y	el	clero,	y	socaba	el	concepto	mismo	de	la
Monarquía:	si	ya	no	se	pertenece	a	los	grupos	de	poder	por	nacimiento	de	manera
inamovible,	entonces	el	poder	deben	detentarlo	los	individuos	más	valiosos.	Para
garantizar	 este	 principio,	 el	 Estado	 moderno	 abre	 la	 puerta	 a	 la	 división	 de
poderes,	para	evitar	la	tiranía	y	defender	los	derechos	individuales,	y	reivindica	el
laicismo,	en	el	sentido	de	separar	la	religión	del	poder	político,	para	acabar	con	el
apoyo	divino	del	Monarca.
Aunque	el	impacto	de	la	Revolución	Francesa	fue	amplio,	el	Estado	moderno
no	se	impuso	de	golpe	ni	de	manera	completa	desde	el	principio,	sino	que	hubo
una	sucesión	de	avances	y	retrocesos,	en	tensión	con	los	partidarios	del	Antiguo
Régimen.	A	lo	largo	del	siglo	XIX,	fueron	necesarias	varias	revoluciones,	que	en
Europa	se	agrupan	en	tres	oleadas,	en	torno	a	1820,	1830	y	1848.	Estas	reciben	el
nombre	de	 revoluciones	 liberales	burguesas,	porque	 se	basaron	en	 los	principios
del	 liberalismo	 bajo	 el	 liderazgo	 de	 la	 burguesía.	 En	 la	 historia	 de	 estas
revoluciones,	 sus	 propios	 impulsores	 propiciaron	 retrocesos.	 Así,	 Napoleón
Bonaparte,	que	fue	un	actor	fundamental	en	la	Revolución	Francesa	y	contribuyó
a	 la	 instauración	 de	 la	 república	 en	 Francia,	 terminó	 por	 restaurar	 el	 sistema
monárquico	 del	 Antiguo	 Régimen,	 proclamándose	 a	 sí	 mismo	 emperador	 y
consolidando	toda	una	dinastía	de	regentes	con	el	apellido	Bonaparte.
El	 liderazgo	detentado	por	 la	burguesía	en	 las	 revoluciones	del	 siglo	XIX	 fue
aprovechado	 en	 beneficio	 propio,	 desatendiendo	 las	 necesidades	 de	 la	 clase
obrera,	 cada	 vez	 más	 amplia	 y	 empobrecida,	 conforme	 se	 desarrollaba	 la
industrialización	en	ciudades	cada	vez	más	grandes.	De	hecho,	fueron	frecuentes
las	alianzas	e	incluso	matrimonios	de	conveniencia	entre	la	burguesía	más	rica,	o
alta	burguesía,	deseosa	de	alcanzar	prestigio	 social,	con	 la	nobleza,	necesitada	de
dinero,	 por	 la	 incapacidad	 para	 adaptarse	 al	 nuevo	modelo	 económico	 de	 tipo
industrial.	 Por	 eso,	 surgieron	 los	 movimientos	 obreros,	 como	 el	 socialismo	 de
Karl	Marx	y	Friedrich	Engels	o	el	anarquismo	de	Mijaíl	Bakunin,	que	proponían
políticas	 para	 hacer	 llegar	 los	 logros	 alcanzados	 por	 la	 burguesía	 hasta	 el
proletariado,	e,	incluso,	encontrar	formas	de	organización	social	con	mayor	grado
de	igualdad	y	justicia,	distintas	tanto	del	Antiguo	Régimen,	como	del	liberalismo.
En	todo	este	proceso	de	desarticulación	del	Antiguo	Régimen,	por	vía	liberal
o	proletaria,	fue	clave	la	consolidación	de	la	democracia,	que,	como	herramienta
de	organización	política,	permitía	extender	el	poder	entre	espectros	cada	vez	más
amplios	de	la	sociedad,	a	través	del	sufragio,	es	decir,	el	voto.	Aunque	en	el	siglo
XIX	el	voto	estaba	restringido	enormemente	en	Europa,	hacia	principios	del	siglo
XX	 ya	 se	había	 consolidado	 el	 sufragio	universal ,	 primero	de	manera	parcial	 (a
todos	 los	 hombres	 mayores	 de	 edad)	 y,	 luego,	 de	 manera	 plena	 (a	 hombres	 y
mujeres).
El	sufragio	universal	en	Europa
Finlandia	 fue	 el	 primer	 país	 europeo	 en	 aprobar	 el	 sufragio	 universal	 pleno,	 en	 1906.
Francia,	por	efecto	de	la	revolución	de	1789,	fue	un	país	pionero	en	el	sufragio	universal
masculino	 (1792),	 si	 bien	 el	 sufragio	 universal	 pleno	 no	 se	 aprobó	 hasta	 1944,	 en	 los
estertores	 de	 la	 II	 Guerra	 Mundial.	 En	 Reino	 Unido,	 cuyo	 sistema	 de	 representación
parlamentaria	 es	 anterior	 a	 la	Revolución	 Francesa,	 el	 sufragio	 universal	 de	 hombres	 y
mujeres	llegó	en	1928.	Por	lo	que	respecta	a	España,	hubo	un	primer	intento	de	sufragio
universal	masculino	en	1869,	 si	bien	no	 se	 consolidó	hasta	1890,	y	 el	 sufragio	universal
pleno	 se	 aprobó	 en	 1933,	 durante	 la	 II	 República,	 pero	 toda	 forma	 de	 voto	 quedó
suspendida	poco	después,	durante	el	franquismo,	hasta	1975.
La	 Revolución	 Rusa	 de	 1917,	 con	 la	 implantación	 del	 comunismo,	 puede
considerarse	 una	 culminación	 del	 proceso	 de	 desmembración	 del	 Antiguo
Régimen,	 a	 pesar	 de	 los	 problemas	 que	 posteriormente	 generaría.	 Del	 mismo
modo,	 la	 I	Guerra	Mundial,	 siendo	un	conflicto	muy	complejo	propulsado	por
una	 gran	 cantidad	 de	 factores,	 en	 buena	 medida	 es	 el	 resultado	 del	
desmoronamiento	del	Antiguo	Régimen 	 en	 Europa.	 No	 en	 balde,	 la
Revolución	Rusa	 tuvo	 lugar	durante	 la	 I	Guerra	Mundial,	y,	 tras	 los	casi	cinco
años	de	enfrentamiento	bélico,	se	produjeron	cambios	importantes	en	la	sociedad,
propios	 del	 Estado	 moderno,	 como	 la	 incorporación	 de	 la	 mujer	 al	 mercado
laboral.
La	serie	de	televisión	Downton	Abbey
La	 serie	 británica	 de	 televisión	 Downton	 Abbey,	 emitida	 entre	 2010	 y	 2015,	 fue	 un
fenómeno	cultural,	con	índices	de	audiencia	de	más	de	veinte	millones	de	espectadores	en
el	Reino	Unido,	según	el	periódico	The	Mirror,	y	con	éxito	parecido	en	otros	países.	A
lo	 largo	 de	 seis	 temporadas,	 se	 relata	 la	 vida	 de	 una	 familia	 aristocrática	 a	 partir	 del
hundimiento	 del	 Titanic	 (14	 y	 15	 de	 abril	 de	 1912),	 mostrando	 el	 fin	 del	 Antiguo
Régimen	y,	en	particular,	el	papel	que	tuvo	en	ello	la	I	Guerra	Mundial.
España	 no	 fue	 ajena	 a	 esta	 transformación,	 que	 sirve	 para	 explicar	 algunas
interpretaciones	 erróneas	 de	 la	 historia.	A	 pesar	 de	 su	 nombre,	 la	Guerra	 de	 la
Independencia	 (1808-1814)	 —tan	 bien	 retratada	 por	 Francisco	 de	 Goya	 en
cuadros,	como	El	2	de	mayo	en	Madrid	y	Los	fusilamientos	del	3	de	mayo	 (1814)—
no	fue	una	guerra	de	España	contra	Francia	para	acabar	con	un	enemigo	invasor
externo.	 Ciertamente,	 Napoleón	 aprovechó	 la	 inestabilidad	 de	 la	 casa	 real
españoladurante	 el	 reinado	 de	 Carlos	 IV	 para	 invadir	 España.	 Sin	 embargo,
Napoleón	en	buena	medida	buscaba	imponer	en	España	(y	otras	partes	de	Europa,
como	Italia)	los	valores	liberales	y	un	ejercicio	de	modernización	necesario	para	el
país.	 Por	 eso,	 en	 España	 los	 llamados	 afrancesados	 apoyaron	 a	 Napoleón.
Paralelamente,	hubo	otros	intelectuales	de	carácter	liberal	que	prefirieron	llevar	a
cabo	 la	 construcción	 del	 Estado	 moderno	 sin	 la	 intervención	 francesa,
organizándose,	para	ello,	durante	la	Guerra	de	la	Independencia,	en	las	Cortes	de
Cádiz,	 de	 las	 que	 salió	 la	 primera	 Constitución	 nacional	 en	 1812,	 conocida
popularmente	como	la	Pepa,	porque	fue	aprobada	el	día	de	San	José.	Por	último,
en	 España	 estaba	 el	 grupo	 no	 poco	 numeroso	 de	 partidarios	 del	 Antiguo
Régimen,	opuesto	tanto	a	Napoleón,	como	a	las	pretensiones	de	los	liberales	de
Cádiz.	 Desde	 este	 punto	 de	 vista,	 la	 Guerra	 de	 la	 Independencia	 debe
considerarse,	 en	 realidad,	 una	 guerra	 civil,	 que	 enfrentó	 a	 tres	 bandos	 de
españoles.
Desde	entonces,	el	 siglo	XIX	en	España,	como	en	Europa,	 se	caracterizó	por
un	proceso	de	avances	y	retrocesos	en	la	construcción	del	Estado	moderno.	Así,
hubo	 revoluciones	 semejantes	 a	 las	 europeas,	 destacando	 La	 Gloriosa	 en	 1868.
Tras	 un	 período	 de	 gran	 inestabilidad,	 que	 supuso	 la	 expulsión	 de	 la	 dinastía
borbónica	y	requirió	coronar	durante	escaso	tiempo	a	un	monarca	extranjero	—
Amadeo	 I	 de	 Saboya	 (1871-1873)—,	 esta	 revolución	 terminó	 con	 la
proclamación	de	la	I	República,	de	duración	aún	más	corta	(1873-1874).
Como	 contrapunto	 de	 los	 avances	 que	 llegaron	mediante	 estas	 revoluciones,
►	Los	fusilamientos	del	3	de	mayo	(1814),	de	Francisco	de	Goya.
cabe	hablar	de	las	guerras	carlistas.	El	reinado	de	Fernando	VII	tras	la	Guerra	de	la
Independencia	 fue	 tiránico	y	cruel,	provocando	varias	generaciones	de	exiliados
en	el	extranjero.	Sin	embargo,	poco	a	poco	el	rey	se	vio	obligado	a	ceder	ante	las
reivindicaciones	liberales.	Por	eso,	el	príncipe	Carlos,	hermano	de	Fernando	VII,
se	confabuló	para	hacerse	con	el	 trono,	argumentando	que	él	podría	derrocar	el
giro	liberal	y	reforzar	la	monarquía	absoluta	y	los	valores	del	Antiguo	Régimen.
Para	 evitarlo,	 Fernando	 VII	 cambió	 la	 ley	 de	 sucesión,	 permitiendo	 que	 las
mujeres	pudieran	ser	reinas	en	España	y	garantizando	con	ello	que	su	hija	Isabel
pudiera	 heredar	 la	 corona.	 A	 la	 muerte	 de	 Fernando	 VII,	 el	 príncipe	 Carlos,
alegando	que	ese	cambio	en	los	principios	de	sucesión	atentaba	contra	la	legalidad
y,	más	aún,	contra	las	disposiciones	divinas	sobre	la	Monarquía,	se	consideró	a	sí
mismo	 el	 rey	 legítimo	 de	 España,	 provocando	 un	 cisma	 de	 consecuencias
abismales.
Isabel	 II	 logró	 ser	 reconocida	 como	 reina	 de	 España,	 lo	 que	 garantizó	 el
mantenimiento	 del	 proyecto	 de	 Estado	 moderno,	 a	 pesar	 de	 sus	 muchas
limitaciones.	 Por	 su	 parte,	 el	 príncipe	Carlos	 inició	 una	 dura	 oposición,	 que	 se
perpetuó	 durante	 muchos	 años	 y	 con	 diferentes	 herederos,	 dando	 lugar	 al
carlismo,	que	reunía	a	los	férreos	defensores	del	Antiguo	Régimen,	bajo	el	lema
de	 «Dios,	 Patria,	 Fueros	 y	Rey».	 Por	 su	 enfrentamiento	 al	 Estado	moderno,	 se
produjeron	 tres	 larguísimas	 guerras	 carlistas	 (1833-1840,	 1846-1849	 y	 1872-
1876).	Si	bien	es	verdad	que	se	concentraron	en	 los	 territorios	del	noreste	de	 la
Península,	 sin	 extenderse	 al	 resto	 de	España,	 se	 trató	 de	 guerras	 civiles,	 porque
enfrentaban	a	una	parte	de	la	sociedad	contra	la	otra.
La	 construcción	 del	 Estado	 moderno	 en	 España,	 por	 tanto,	 fue	 muy
problemática,	y	 la	estructura	institucional	siempre	estuvo	muy	debilitada.	Aparte
de	 los	 envites	 carlistas,	 dentro	 del	 Estado	 moderno	 español	 hubo	 divisiones
cruentas,	 entre	 los	 partidos	 liberales	 conservadores	 (o,	 simplemente,
conservadores)	y	los	partidos	liberales	progresistas	(o,	simplemente,	liberales),	con
especial	relevancia	de	dos	políticos:	el	conservador	Antonio	Cánovas	del	Castillo
y	el	liberal	Práxedes	Sagasta.	Además,	la	cada	vez	más	bochornosa	situación	de	las
clases	 obreras	 fue	 abriendo	 paso	 a	 partidos	 de	 izquierda	 proletaria,	 con	 la
fundación	del	Partido	Socialista	Obrero	Español	 en	1879,	de	 la	mano	de	Pablo
Iglesias,	fiel	a	la	ideología	marxista.	Esto	hacía	que	la	actividad	política	fuera	muy
virulenta,	y,	por	ejemplo,	Cánovas	del	Castillo	murió	asesinado	en	1897,	en	un
atentado	perpetrado	por	el	anarquista	italiano	Michele	Angiolillo.
2.	EL	DESASTRE	DEL	98	Y	LA	CRISIS	DE	LA	RESTAURACIÓN
El	escaso	éxito	de	la	I	República	se	resolvió	con	la	restauración	de	la	dinastía
borbónica	en	1874,	lo	que	se	conoce,	por	antonomasia,	como	la	Restauración	y
que	logró	uno	de	los	periodos	de	mayor	estabilidad	política	y	social,	después	de
años	de	guerras	y	conflictos.	El	artífice	de	 la	nueva	arquitectura	 institucional	no
fue	 el	 nuevo	 rey,	 Alfonso	 XII,	 sino	 Antonio	 Cánovas	 del	 Castillo,	 líder	 del
Partido	Conservador,	 con	 el	 apoyo,	 a	 pesar	 de	 ser	 rivales,	 de	 Práxedes	 Sagasta,
líder	del	Partido	Liberal.	Tras	la	aprobación	de	una	nueva	Constitución	en	1876,
se	 consolidó	 la	 división	 de	 poderes	 —Legislativo,	 Ejecutivo	 y	 Judicial—,	 el
sistema	de	dos	cámaras	—Parlamento	y	Senado—	y	un	método	electoral	estable,
todo	 lo	cual	 se	mantuvo	hasta	1931.	Ahora	bien,	 esta	 estabilidad,	 aunque	 larga,
fue	muy	relativa,	porque	no	hizo	sino	esconder	los	problemas	heredados,	a	veces
mediante	estrategias	que	los	agravaron,	o	bien	porque	generó	otros	nuevos.
Lo	 que	más	 duramente	 golpeó	 los	 pilares	 de	 la	Restauración	 fue	 el	 llamado
desastre	del	98.	Desde	finales	del	siglo	XV,	España	había	construido	un	imperio	en
el	 que	 «nunca	 se	 pone	 el	 sol»,	 según	 cita	 atribuida	 a	 Felipe	 II	 en	 siglo	 XVI,
partiendo	de	la	idea	de	que	sus	tierras	se	extendían	de	punta	a	punta	del	globo,	de
América	a	Asia.	Durante	siglos,	por	tanto,	España	fue	una	gran	potencia,	pero,	de
repente,	 en	 1898,	 se	 hizo	 evidente	 que	 era	 un	 país	muy	 a	 la	 cola	 del	mundo.
Estados	Unidos,	interesada	en	comerciar	con	el	azúcar	de	Cuba	sin	los	aranceles
que	imponía	España,	ofreció	comprar	la	isla.	Los	políticos	españoles,	confiados	en
su	 pasado	 imperial,	 se	 negaron,	 y	 fueron	 a	 una	 guerra	 que	 España	 perdió	 por
goleada,	con	la	consecuencia	de	que	pasó	a	manos	de	EE	UU,	no	solo	Cuba,	sino
también	Puerto	Rico	y	Filipinas,	 sin	 la	 compensación	económica	originalmente
ofrecida.
Aunque	la	pérdida	de	las	colonias	fue	un	acontecimiento	dramático	y	tuvo,	por
ello,	un	enorme	peso	simbólico,	no	era	más	que	la	punta	del	iceberg	de	una	crisis
con	muchos	 frentes	 abiertos.	 Durante	 el	 primer	 tercio	 del	 siglo	XX,	 España	 se
enfrentó	a	otros	conflictos	bélicos	internacionales,	entre	los	que	destacó	la	Guerra
del	Rif	o	Segunda	Guerra	de	Marruecos	(1911-1927).	Además	de	los	estragos	que
una	 guerra	 tan	 larga	 pudo	 tener	 en	 la	 moral	 nacional,	 era	 especialmente
problemática	la	situación	por	la	cual	las	clases	desfavorecidas	se	veían	obligadas	a
servir	en	el	ejército,	mientras	las	clases	adineradas	se	libraban	del	servicio	militar.
Esta	 situación	 fue	el	desencadenante	de	 la	Semana	Trágica	en	Barcelona	y	otras
partes	de	Cataluña	en	1909:	una	sucesión	de	protestas	populares	y	sindicales	que
terminó	con	la	muerte	de	decenas	de	personas	y	cientos	de	heridos.	Asimismo,	a
principios	de	siglo	las	dificultades	económicas	eran	especialmente	virulentas	entre
las	 clases	 desfavorecidas,	 lo	 que	 provocó,	 por	 ejemplo,	 una	 turbulenta	 huelga
general	revolucionaria	en	1917.
Por	su	parte,	 la	estabilidad	institucional	 lograda	por	el	 sistema	electoral	estaba
marcada	 por	 la	 corrupción.	 La	 Restauración	 había	 conseguido	 la	 paz	 política
mediante	el	turnismo	político:	la	alternancia	en	el	Gobierno	entre	los	dos	principales
partidos	—Conservador	 y	 Liberal—,	 en	 períodos	más	 o	menos	 equivalentes	 de
tiempo.	Sin	embargo,	para	ello,las	elecciones,	 aunque	 se	 regían	por	una	 ley	de
sufragio	 libre	y	bastante	amplio	—todavía	no	universal—,	en	 la	práctica	estaban
manipuladas:	 los	 partidos	 acordaban	 de	 antemano	 quién	 debía	 ganar	 en	 cada
convocatoria	 y	 aplicaban	 luego	 diversas	 tácticas	 para	 amañar	 los	 resultados.	 La
consecuencia	 de	 este	 sistema	 fue	 la	 creación	 de	 una	 red	 clientelar	 de	 favores	 y
corrupción,	que	fue	minando	la	moral	de	la	población,	hastiada	de	coacciones	y
de	 no	 ver	 resultados	 en	 sus	 vidas	 cotidianas.	 Era	 inevitable,	 por	 tanto,	 que,
conforme	avanzaba	el	siglo	XX,	el	bipartidismo	original	 se	 fuera	resquebrajando,
dando	acceso	en	las	Cortes	a	partidos	que	ponían	en	cuestión	el	régimen	político
de	 1876,	 como	 republicanos	 y	 socialistas.	 La	 indignación	 que	 causó	 en	 este
sistema	 se	 reflejó	 en	 un	 libro	 fundamental	 de	 Joaquín	 Costa,	
Oligarquía	y	caciquismo (1901) .
Pucherazos	y	caciques
Se	 llama	 pucherazos	 a	 los	 diversos	 tipos	 de	 manipulaciones	 de	 los	 resultados	 electorales
durante	 la	época	de	la	Restauración,	como,	por	ejemplo,	hacer	votar	a	 los	muertos.	Por
extensión,	hoy	se	sigue	llamando	así	a	este	tipo	de	prácticas,	si	bien	están	prohibidas	por	la
ley.	Durante	la	Restauración,	un	método	frecuente,	que	es	precisamente	en	el	que	se	basa
el	 nombre	 de	 pucherazo,	 consistía	 en	 guardar	 papeletas	 de	 votación	 en	 pucheros,
añadiéndolos	 o	 sustrayéndolos	 de	 las	 urnas	 electorales	 a	 conveniencia	 del	 resultado
deseado.	Este	 tipo	de	métodos	 eran	no	violentos.	Más	 agresivas	 eran	 las	manipulaciones
por	coacción	a	los	electores,	ejercidas	a	través	de	los	caciques.	Los	caciques	eran	los	líderes
políticos	 de	 las	 provincias	 y,	 por	 lo	 general,	 terratenientes	 ricos	 de	 los	 que	 dependían
contratos	y	puestos	de	trabajo;	de	este	modo,	podían	forzar	el	voto	de	las	gentes,	según	las
órdenes	recibidas	de	sus	respectivos	partidos.
A	todo	esto,	hay	que	añadir	 las	 repercusiones	de	 I	Guerra	Mundial.	Aunque
España	fue	neutral	y	no	intervino,	el	debate	ideológico	se	hizo	notar,	dividiendo	a
la	 sociedad	 entre,	 por	 un	 lado,	 los	 partidarios	 de	 las	 llamadas	 potencias	 aliadas
(aliadófilos),	lideradas	por	Francia,	Reino	Unido,	Rusia	y,	al	final,	EE	UU,	y,	por
otro,	 quienes	 apoyaban	 al	 Imperio	 alemán,	 Austria-Hungría	 e	 Italia
(germanófilos).	 En	 el	 fondo,	 este	 debate	 en	 España	 era	 una	 continuación	 del
proceso	de	desmembración	del	Antiguo	Régimen,	reduciendo	los	tres	bandos	de
la	Guerra	 de	 la	 Independencia	 (afrancesados,liberales	 y	 reaccionarios)	 a	 dos:	 los
aliadófilos,	que,	siguiendo	los	modelos	 francés	y	anglosajón,	estaban	del	 lado	del
Estado	moderno,	 frente	 a	 los	 germanófilos,	 que,	 añorantes	 del	 antiguo	 imperio
español,	veían	en	lo	alemán	el	resurgir	de	los	valores	del	Antiguo	Régimen.	Esta
polarización	 afectó	 enormemente	 a	 la	 paz	 social,	 si	 bien	 la	 intelectualidad	 fue
mayoritariamente	aliadófila.
La	historia	se	repite
La	historia	 siempre	 sirve	para	comprender	el	presente,	y,	 salvando	 las	diferencias	propias
del	paso	del	 tiempo,	esto	a	veces	produce	 la	 sensación	de	que	 todo	se	 repite.	El	 sistema
político,	económico	y	social	a	principios	del	siglo	XX	era	el	resultado	de	una	constitución
de	finales	del	XIX	(1876),	mientras	que	hoy,	en	el	siglo	XXI,	la	democracia	se	basa	en	una
constitución	de	 finales	 del	 siglo	XX	 (1978).	Entonces,	 la	 corrupción	 política	 asociada	 al
establishment	constitucional	se	llamaba	oligarquía	y	caciquismo,	mientras	que	hoy	se	habla
de	casta.	Como	consecuencia	del	sentimiento	popular	de	hastío	ante	la	corrupción,	los	dos
partidos	 (Liberal	 y	 Conservador)	 que	 dominaban	 el	 panorama	 político	 a	 principios	 del
siglo	XX	fueron	perdiendo	poder	ante	el	nacimiento	o	desarrollo	de	otros,	especialmente
el	PSOE	de	Pablo	Iglesias	(de	carácter	obrero),	el	Partido	Radical	de	Alejandro	Leroux	(de
carácter	 liberal	 reformista)	 y	 la	 Falange	 (extrema	 derecha).	 En	 la	 actualidad,	 los	 dos
principales	 partidos	 son	 PSOE	 y	 Partido	 Popular,	 que,	 a	 partir	 de	 la	 década	 de	 2010,
empezaron	 a	 ver	 mermado	 su	 poder	 ante	 nuevas	 formaciones,	 como	 Vox	 (extrema
derecha),	Ciudadanos	(de	carácter	liberal	reformista)	y	Podemos	(heredero	de	la	izquierda
obrera	 y	 fundado,	 para	 mayor	 casualidad,	 por	 un	 político	 que	 se	 llama	 también	 Pablo
Iglesias).
3.	LA	DICTADURA	DE	PRIMO	DE	RIVERA	Y	LOS	NACIONALISMOS	PERIFÉRICOS
A	pesar	de	 la	división	conflictiva	entre	aliadófilos	y	germanófilos,	 la	I	Guerra
Mundial	 trajo	 a	 España	 cosas	 positivas.	 Gracias	 a	 su	 neutralidad,	 España	 pudo
comerciar	 con	 los	 países	 en	 conflicto,	 lo	 que	 repercutió	 en	 cierta	 mejora
económica.	 Al	 terminar	 la	 guerra,	 en	 Europa	 y	 América	 se	 vivió	 un	 ciclo
económico	boyante,	que	también	se	hizo	notar	en	España.	Esto	repercutió	en	el
desarrollo	de	las	ciudades,	que	cambiaron	su	topografía	con	el	metro	y	el	tranvía,
y	 se	 dio	 pie	 a	 un	 tipo	 de	 vida	 distendida,	 con	 gustos	 estéticos	 modernos	 y
refinados,	que	permite	hablar	de	la	década	posterior	a	la	I	Guerra	Mundial	como
los	 felices	años	20 .	En	España,	este	período	coincide	con	el	fin	de	la	Guerra	del
Rif,	 lo	 que	 contribuyó	 a	 aplacar	 el	 descontento	 social	 derivado	 de	 las	 levas	 de
soldados.	Sin	embargo,	los	problemas	seguían	arreciando.
En	el	 siglo	XIX,	 el	nacionalismo	 se	desarrolló	en	 toda	Europa,	 al	 amparo	del
Romanticismo,	 como	 una	 estrategia	 para	 la	 construcción	 del	 Estado	moderno:
frente	 a	 la	 legitimación	 divina	 del	 poder	 del	monarca,	 la	 nación	 otorgaba	 a	 los
ciudadanos	 derechos	 en	 virtud	 de	 una	 historia,	 una	 lengua	 y	 una	 cultura.	 Esta
idea,	 que	 sirvió	 para	 consolidar	 los	 Estados-nación	 europeos,	 a	 finales	 del	 siglo
XIX	 es	 asumida	 por	 territorios	 más	 pequeños,	 dando	 lugar	 a	 reivindicaciones
identitarias	 y,	 en	 ocasiones,	 separatistas.	 En	 España,	 fueron	 tres	 los	 territorios
donde	la	llama	nacionalista	ardió	con	más	fuerza:	País	Vasco,	Cataluña	y	Galicia.
Esto	 dio	 lugar	 a	 movimientos	 culturales	 de	 carácter,	 en	 buena	 medida,
neorromántico,	 como	 la	 Renaixença	 en	 Cataluña,	 pero,	 a	 comienzos	 del
siglo	XX,	entraban	en	juego	otros	factores	que	repercutieron	en	el	terreno	político
y	económico,	convirtiéndose	en	motivo	de	inestabilidad.
Felices	años	20
Los	felices	años	20	han	dejado	para	la	posteridad	imágenes	icónicas.	Como	símbolo	de	la
bonanza	 económica,	 en	 EEUU	 la	 fábrica	 de	 Henry	 Ford	 consiguió	 revolucionar	 la
industria	 del	 automóvil	 mediante	 la	 producción	 en	 serie,	 de	 modo	 que	 este	 medio	 de
transporte	se	extendió	por	las	ciudades,	contribuyendo	a	la	transformación	de	la	topografía
urbana.	Además,	el	impacto	de	los	felices	20	se	notó	mucho	en	el	tiempo	libre.	Surgieron
modas	 de	 decoración	 y	 ropa	 populares,	 siendo	 particularmente	 icónica	 la	 imagen	 de	 la
mujer	sin	sombrero,	con	pelo	a	lo	garçon	y	que	fuma	en	boquilla	larga,	que,	por	lo	demás,
constituía	 un	 desafío	 al	modelo	 tradicional	 femenino.	 Proliferaron,	 también,	 las	 salas	 de
espectáculos	 y	 fiestas,	 como	 el	 cabaret,	 que	 ha	 sido	 retratado	 en	 obras	 literarias	 y
cinematográficas.	El	Moulin	Rouge,	que	abrió	sus	puertas	en	1889,	sigue	hoy	en	activo	en
París	y	ha	inspirado,	por	ejemplo,	la	película	del	mismo	nombre	de	Baz	Luhrmann	(2001),
con	Nicole	Kidman	y	Ewan	McGregor.	En	1972,	el	film	Cabaret	(1972),	de	Bob	Fosse,	se
ambientaba,	precisamente,	en	la	Alemania	de	los	años	20.
Como	ocurrió	con	otras	cuestiones,	este	problema	pasó	a	ser	fagocitado	dentro
del	proceso	de	construcción	del	Estado	moderno.	Por	un	lado,	los	herederos	del
Antiguo	Régimen	o	defensores	de	los	valores	asociados	al	mismo	veían	en	estos
movimientos	 nacionalistas	 periféricos	 un	 atentado	 contra	 la	 integridad	 del
territorio	matriz	del	antiguo	 imperio	español	en	 la	Península	 ibérica.	En	el	otro
lado,	 en	 cambio,	 se	 debatía	 sobre	 cómo	 adecuar	 dentro	 de	 la	 arquitecturaterritorial	 del	 nuevo	 Estado	 unas	 pretensiones	 políticas	 que	 podían	 resultar
contrarias	a	 la	modernidad,	 toda	vez	que,	por	ejemplo,	el	nacionalismo	vasco	se
basaba	en	la	defensa	de	los	fueros	medievales,	los	mismos	del	lema	carlista.
Así	las	cosas,	sale	a	relucir	la	figura	de	Miguel	Primo	de	Rivera.	Este	militar	de
Jerez	de	 la	Frontera	 estuvo	 al	 frente	de	 la	 campaña	del	Rif	 entre	1924	y	1927,
cosechando	 grandes	 éxitos,	 que	 le	 hicieron	 ganarse	 la	 admiración	 de	 espectros
amplios	de	la	sociedad.	Al	acabar	su	estancia	en	Marruecos,	desarrolló	un	discurso
muy	 exitoso	 para	 superar	 lo	 que	 se	 presentaba	 como	 una	 crisis	 ininterrumpida
desde	el	desastre	del	98,	agravada	por	el	conflicto	territorial	con	Cataluña.	Primo
de	Rivera	 pretendía	 hacer	 de	 su	 discurso	 algo	 apolítico,	 basado	 supuestamente
solo	 en	 el	 regeneracionismo:	 acabar	 con	 la	 corrupción	 de	 la	 oligarquía	 y	 el
caciquismo,	 e	 implementar	 medidas	 económicas	 que	 robustecieran	 al	 país	 y
beneficiaran	a	todas	las	clases	sociales,	especialmente	las	empobrecidas.	Por	eso,	y
debido	a	que	el	parlamento	estaba	cada	vez	más	fragmentado	por	la	presencia	de
nuevas	 fuerzas	políticas,	muchas	de	ellas	antimonárquicas,	el	 rey	Alfonso	XIII	 le
dio	autorización	para	dar	un	golpe	de	Estado	en	1923	e	imponer	una	dictadura,
pretendidamente	 provisional,	 hasta	 acabar	 con	 la	 corrupción,	 fortalecer	 la
economía	y	garantizar	la	unidad	del	país.
En	 realidad,	 los	 valores	 de	 Primo	 de	 Rivera	 eran	 herederos	 del	 Antiguo
Régimen,	 como	 demuestra	 el	 lema	 adoptado,	 de	 resonancias	 carlistas:	 «Patria,
Religión	y	Monarquía».	Con	todo,	por	el	cariz	regeneracionista,	Primo	de	Rivera
fue	 recibido	 en	 principio	 positivamente,	 tanto	 por	 la	 sociedad	 en	 su	 conjunto,
como	por	los	intelectuales	y	políticos	que	eran	partidarios	de	la	modernización	del
país.	 De	 hecho,	 en	 esa	 época,	 marcada	 por	 un	 profundo	 intervencionismo
económico,	 tuvieron	 lugar	hitos	 importantes,	 como	 la	 creación	de	 la	 gasolinera
CAMPSA	 en	 1927,	 con	 la	 que	 se	 nacionalizó	 y	monopolizó	 la	 producción	 de
petróleo	en	España	(de	ahí	el	acrónimo:	Compañía	Arrendataria	del	Monopolio
de	 Petróleos	 Sociedad	 Anónima).	 Sin	 embargo,	 las	 medidas	 adoptadas	 no
terminaron	de	alcanzar	 los	 logros	prometidos,	ni	en	 temas	de	corrupción,	ni	en
economía,	 ni	 en	 las	 regiones	 periféricas	 como	 Cataluña,	 y	 hubo	 episodios	 de
represión	de	gran	 impacto	social,	como	el	destierro	de	Miguel	de	Unamuno	en
1924,	 por	 sus	 críticas	 al	 régimen.	Al	 final,	 la	 sociedad	 se	 volvió	 en	 contra	 y	 se
responsabilizó	al	rey	por	haber	permitido,	en	primer	lugar,	el	golpe	de	Estado.	A
la	vez,	se	cernió	sobre	Occidente	una	cruenta	crisis	económica,	tras	el	 crac	del	29
.
El	crac	del	29
Después	 de	 una	 década	 de	 felices	 años	 20,	 en	 los	 que	 la	 economía	 creció
exponencialmente,	el	jueves	29	de	octubre	de	1929,	la	Bolsa	de	Nueva	York,	tras	años	de
especulación	 financiera,	 pero	 de	 manera	 completamente	 inesperada,	 cayó	 en	 picado,
provocando	 una	 tremenda	 crisis,	 que	 contaminó	 a	 prácticamente	 todos	 los	 países
occidentales	en	América	y	Europa,	con	consecuencias	no	poco	menos	serias	en	el	resto	del
mundo.	 Ese	 jueves,	 las	 pérdidas	 derivadas	 de	 la	 bajada	 de	 acciones	 fueron	 tan
pronunciadas,	con	resultados	especialmente	graves	en	la	banca	y	en	los	ahorros	de	cientos
de	miles	de	familias,	que	provocó	una	demoledora	cadena	de	suicidios	entre	corredores	de
bolsa,	banqueros	e	inversores	de	varia	índole;	desde	entonces,	se	conoce	ese	día	como	el
Jueves	Negro.	Se	pusieron	así	las	bases	para	una	crisis	económica	que	se	conoce	como	La
Gran	Depresión.	De	nuevo,	las	similitudes	con	el	presente	son	llamativas,	ya	que,	tras	una
década	de	bonanza	económica,	la	caída	del	banco	Lehman	Brothers	en	2008,	aunque	no
provocó	escenas	de	suicidios,	dio	pie	a	La	Gran	Recesión,	una	crisis	cuyo	nombre	se	hace
eco	de	la	del	29.
Debido	a	este	malestar,	y	buscando	recuperar	el	apoyo	popular,	el	rey	forzó	el
exilio	 de	 Primo	 de	 Rivera	 en	 1930,	 y	 hubo	 un	 periodo	 transitorio	 que	 se
resolvió,	inesperadamente,	en	las	elecciones	municipales	de	abril	de	1931.	Aunque
no	 tenían	 más	 propósito	 que	 elegir	 la	 representación	 política	 en	 los
ayuntamientos,	estas	elecciones	las	ganó	en	una	extensa	parte	del	país	la	coalición
republicano-socialistas,	 marcadamente	 antimonárquica.	 El	 rey,	 consciente	 del
rechazo	mayoritario,	huyó	de	España,	y	se	proclamó	la	II	República	el	14	de	abril
de	1931.
4.	LAS	(FALSAS)	DOS	ESPAÑAS:	DE	LA	II	REPÚBLICA	A	LA	GUERRA	CIVIL
El	 proceso	 descrito	 en	 estas	 páginas	 desde	 la	 Guerra	 de	 la	 Independencia,
además	 de	 la	 desmembración	 del	 Antiguo	Régimen	 y	 construcción	 del	 Estado
moderno,	muestra	una	serie	de	tensiones	entre	los	distintos	actores	involucrados.
Tradicionalmente,	 se	 ha	 simplificado	 este	 conflicto	 en	 dos	 bandos,	 como	 hizo
Antonio	Machado	en	su	famosa	copla	del	«Españolito»,	usando	la	imagen	de	dos
Españas	en	lucha:	una	antigua,	que	está	por	desaparecer	—y,	por	eso,	muere—,	y
una	moderna,	 que	 está	 despertando	—y,	 por	 eso,	 bosteza—;	 en	medio	 está	 el
españolito,	o	ciudadano	de	a	pie,	que	solo	quiere	vivir:
Ya	hay	un	español	que	quiere
vivir	y	a	vivir	empieza,
entre	una	España	que	muere
y	otra	España	que	bosteza.
Españolito	que	vienes
al	mundo,	te	guarde	Dios.
Una	de	las	dos	Españas
ha	de	helarte	el	corazón.
Vistos	 los	 acontecimientos,	 esta	 imagen	dual	 tiene	mucho	de	verdad,	porque
pone	de	manifiesto	el	debate	entre	la	España	heredera	del	Antiguo	Régimen	y	la
España	 partidaria	 de	 las	 nuevas	 estructuras	 de	 Estado.	 Para	 cuando	 llega	 la	 II
República,	 esta	 división	 se	 ha	 consolidado	 ideológicamente	 como	
derecha	e	izquierda .	 Ahora	 bien,	 aunque	 estas	 etiquetas	 parecen	 reforzar	 la
polarización,	 la	 realidad	era	mucho	más	compleja	y	 la	división	 tajante	entre	dos
Españas	no	era	del	todo	acertada.
Cada	uno	de	los	dos	presuntos	bandos	contenía	dentro	de	sí	una	gran	variedad
de	 matices.	 En	 la	 izquierda,	 no	 solo	 estaban	 los	 grupos	 obreros	 (socialistas,
comunistas,	 anarquistas…),	 como	 esta	 etiqueta	 tiende	 hoy	 a	 sugerir,	 sino	 que
entonces	incluía,	entre	otros	muchos,	a	los	liberales	y	afrancesados	del	siglo	XIX,
reconvertidos	en	diferentes	partidos,	 a	veces	monárquicos,	 a	veces	 republicanos,
pero,	 en	 todo	 caso,	 burgueses	 y,	 por	 tanto,	 partidarios	 de	 una	 economía
capitalista.	 En	 la	 derecha,	 la	 amalgama	 no	 era	 menos	 complicada,	 con	 algunos
liberales	 conservadores	 del	 XIX,	 carlistas	 profundamente	 antiliberales,
monárquicos	tradicionalistas	no	carlistas,	 los	herederos	de	Primo	de	Rivera	y	los
nuevos	partidos	 revolucionarios	de	derechas,	como	 la	Falange,	 fundada	por	 José
Antonio	Primo	de	Rivera,	hijo	del	anterior	dictador.
Los	conceptos	de	derecha	e	izquierda	en	política
La	derecha	y	 la	 izquierda	 como	nociones	políticas	 tienen	un	origen	curioso.	Durante	 la
Revolución	 Francesa	 de	 1789,	 los	 representantes	 de	 la	 sociedad	 se	 constituyeron	 en	 la
Asamblea	 Nacional;	 allí,	 los	 partidarios	 del	 Antiguo	 Régimen	 —nobleza	 y	 clero—	 se
sentaron	a	 la	derecha,	mientras	que	a	 la	 izquierda	 se	colocaron	 los	defensores	del	Estado
moderno	—la	gente	del	vulgo	y	el	burgo,	o	burguesía—.
Esta	 diversidad	 hacía	 que	 la	 II	 República	 fuera	 difícilmente	 gobernable,	 de
modo	 que	 los	 períodos	 políticos	 fueron	 poco	 estables	 y	 era	 preciso	 convocar
elecciones	con	frecuencia.	Por	eso,	los	partidos,	a	pesar	de	sus	diferencias,	unieron
esfuerzos	para	alcanzar	el	poder.	Esto	consolidó	 la	 imagen	de	 las	dos	Españas	en
torno	a	dos	coaliciones:	por	la	izquierda,	el	Frente	Popular,	y,	por	la	derecha,	la
CEDA	 (Confederación	 Española	 de	 Derechas	 Autónomas).	 Las	 tensiones
producidas	 por	 este	 enfrentamiento	 y	 por	 los	 problemas	 económicos	 y	 sociales
(heredados	y	nuevos)	fueron	en	aumento,	con	recurrentes	episodiosde	violencia.
Tras	 la	 victoria	 del	 Frente	 Popular	 en	 las	 elecciones	 generales	 de	 febrero	 de
1936,	ciertos	sectores	del	ejército,	vinculados	a	la	misma	derecha	de	la	que	había
surgido	Primo	de	Rivera,	 se	organizaron	para	acabar	 ilegítimamente	con	 lo	que
consideraban	una	situación	imposible	y	de	valores	inaceptables.	Así,	el	18	de	julio
de	1936	 se	produjo	el	golpe	de	Estado	del	general	Francisco	Franco,	que	había
desarrollado	su	carrera	en	la	misma	Guerra	del	Rif	que	Primo	de	Rivera.	En	este
atentado	contra	el	orden	democrático,	participaron	también	otros	militares,	como
los	 generales	 Emilio	 Mola,	 José	 Sanjurjo	 y	 Gonzalo	 Queipo	 de	 Llano.
Comenzaba,	así,	la	que	se	conoce,	por	antonomasia,	como	Guerra	Civil	española.
Sin	embargo,	como	se	ha	querido	mostrar	en	estas	páginas,	esta	no	fue	sino	una
más	 de	 las	 guerras	 civiles	 que	 se	 venían	 produciendo	 desde	 principios	 del	 siglo
XIX	en	el	traumático	proceso	de	construcción	del	Estado	moderno	en	España.
Fue,	 eso	 sí,	 la	 guerra	 civil	 más	 encarnizada.	 Fue,	 además,	 la	 primera	 guerra
mediática	 del	 mundo,	 es	 decir,	 una	 guerra	 fotografiada	 por	 los	 medios	 de
comunicación	internacionales,	que	por	primera	vez	mostraban	de	manera	gráfica
en	 los	 periódicos	 horrores	 bélicos	 de	 enorme	 e	 impactante	 brutalidad.	 Y	 tuvo
también	esta	guerra	el	altavoz	de	intelectuales,	escritores	y	artistas	de	gran	impacto
mediático,	como	el	norteamericano	Ernest	Hemingway	—con	su	novela	Por	quién
doblan	 las	 campanas	 (1940)—,	 el	 británico	 George	 Orwell	 —a	 través	 de	 su
Homenaje	a	Cataluña	(1938)—	y	el	malagueño	Pablo	Picasso	—que	se	hizo	eco	de
la	 masacre	 de	 Guernica	 en	 el	 famoso	 cuadro	 homónimo	 (1937)—.	 Tuvo	 un
impacto	especialmente	 fuerte	en	 la	opinión	pública	 internacional	el	 asesinato	de
Federico	 García	 Lorca,	 quien,	 para	 1936,	 era	 un	 escritor	 de	 fama	mundial.	 La
Guerra	Civil	española	fue,	para	más	inri,	la	antesala	y	escenario	de	prácticas	de	la	II
Guerra	Mundial.	Hitler	llevaba	implantando	el	nazismo	en	Alemania	desde	1933.
►	Guernica	(1937),	de	Pablo	Picasso.
Tema	2
La	Edad	de	Plata
de	la	cultura	española
1.	MODERNIDAD	Y	MODERNISMO	EN	LA	EDAD	DE	PLATA
A	pesar	de	la	inestabilidad	política,	social	y	económica	que	azota	a	España	en	el
primer	 tercio	del	 siglo	XX,	 los	 años	 de	 1898	 a	 1939	 constituyen	 el	 período	 de
mayor	 y	mejor	 actividad	 cultural	 y,	 en	 concreto,	 literaria,	 después	 del	 Siglo	 de
Oro.	Por	eso,	se	considera	que	es	la	Edad	de	Plata	de	la	cultura	española,	como
manera	de	reconocer	el	esplendor	de	ambas	épocas,	en	orden	de	 importancia,	a
través	de	la	metáfora	de	los	metales	preciosos.
Se	ha	 sugerido	 a	 veces	 que	 las	 situaciones	 de	 crisis	 constituyen	un	 excelente
caldo	de	cultivo	para	el	desarrollo	de	la	cultura.	Sea	o	no	verdad,	lo	cierto	es	que
Siglo	 de	Oro	 y	 Edad	 de	 Plata	 estuvieron	marcados	 por	 la	 crisis;	 de	 hecho,	 en
buena	medida,	 se	 trata	de	 la	misma	crisis.	Tras	 la	conquista	de	América,	España
fue	 apuntalando	 poco	 a	 poco	 un	 vasto	 imperio	 que	 la	 convirtió	 en	 la	 primera
potencia	mundial	a	lo	largo	del	siglo	XVI.	En	el	siglo	XVII,	aunque	mantuvo	ese
poder,	 lo	 hizo	 casi	 por	 inercia,	 ya	 que	 empezaban	 a	 notarse	 grietas	 en	 sus
cimientos.	Américo	Castro,	eminente	historiador	cercano	a	la	generación	del	98,
lo	explicó	de	manera	gráfica:	 en	época	de	Felipe	 II,	España	era	un	gigante	con
pies	de	barro,	porque	 su	enormidad	 se	desmoronaba	en	guerras	constantes,	para
intentar	mantener	unido	el	imperio,	y	las	riquezas	del	oro	y	la	plata	saqueadas	de
América	se	malgastaban	inútilmente.	En	cierto	sentido,	pues,	la	pérdida	de	Cuba,
Puerto	Rico	y	Filipinas	en	1898	fue	 la	culminación	de	una	debacle	del	 imperio
que	estaba	ya	latente	en	su	época	de	mayor	esplendor.
Por	 eso,	 el	 florecimiento	 de	 la	 cultura	 en	 la	 Edad	 de	 Plata	 parte	 de	 la
recuperación	 de	 la	 tradición	 anterior,	 especialmente	 el	 Siglo	 de	 Oro	 y,	 en	 no
menor	medida,	 la	 Edad	Media.	 Ramón	Menéndez	 Pidal,	 eminente	 historiador
cercano	a	la	generación	del	98,	abordó	por	primera	vez	el	estudio	académico	del
Poema	del	Mío	Cid.	Miguel	de	Unamuno	y	José	Ortega	y	Gasset	se	interesaron	en
Don	 Quijote	 y	 Sancho	 como	 símbolos	 de	 España,	 en	 obras	 como,
respectivamente,	Vida	 de	 Don	 Quijote	 y	 Sancho	 (1904)	 y	Meditaciones	 del	 Quijote
(1914).	Por	su	parte,	la	generación	de	1927	debe	su	nombre	al	tercer	centenario
de	la	muerte	del	poeta	barroco	Luis	de	Góngora,	que	había	tenido	lugar	en	1627.
Junto	con	esta	mirada	al	pasado,	los	autores	experimentaron	rompedoramente
con	 el	 arte,	 en	 línea	 con	 el	 resto	 de	Europa	 y	América.	Unamuno,	 con	Niebla
(1914),	 dio	paso	 a	un	 tipo	de	novela	 en	España	 tan	nueva,	 que	 requirió	de	un
nombre	propio:	nivola.	Ortega	ofreció	una	sofisticada	teoría	de	la	literatura	y	arte
de	vanguardia	 en	La	 deshumanización	 del	 arte	 e	 ideas	 sobre	 la	 novela	 (1925).	Y	 los
escritores	del	27	fueron	los	principales	representantes	de	la	literatura	de	vanguardia
en	España,	junto	con	Picasso,	Dalí	y	Buñuel	en	pintura	y	cine.
El	interés	por	encontrar	unas	ideas	y	un	arte	nuevos	echó	fuertes	raíces,	no	solo
en	 España,	 sino	 en	 toda	 Europa	 y	 América,	 provocando	 una	 fiebre	 de
modernidad:	una	búsqueda	constante	que	vino	a	entronizar	lo	 moderno 	como	la
meta	por	antonomasia	y	la	palabra	más	reivindicada.	Por	un	lado,	la	modernidad
es	una	reacción	contra	el	positivismo	del	siglo	XIX,	que	confiaba	en	la	capacidad
de	 la	 ciencia	 y	 la	 razón	 para	 el	 progreso.	 Así,	 se	 pasa	 a	 reivindicar	 el
irracionalismo:	la	comprensión	del	mundo	y	del	arte	como	fenómenos	subjetivos,
basados	en	los	sentimientos	y	en	el	caos.	Esto	es	lo	que	se	esconde,	por	ejemplo,
en	 los	 recovecos	 del	 subconsciente,	 según	 el	 concepto	 acuñado	 por	 Sigmund
Freud	 para	 el	 Psicoanálisis.	 Junto	 a	 este	 pensador,	 fueron	 también	 influyentes
Nietzsche	y	Schopenhauer	en	la	filosofía,	la	ciencia	y	el	arte.
Fiebre	de	lo	moderno
Al	 igual	que	en	 lo	 tocante	a	 la	crisis	política,	 social	y	económica,	puede	establecerse	un
paralelismo	cultural	entre	el	primer	tercio	del	siglo	XX	y	los	comienzos	del	siglo	XXI.	En
torno	a	la	Gran	Depresión	de	2008,	la	expresión	ser	un	moderno	solía	aplicarse	a	la	estética
hípster,	 epitomizada	 en	 la	 ropa	 vintage.	 Algo	 parecido	 señalaba	 en	 su	 época	 Manuel
Machado	en	 su	 ensayo	 «Los	poetas	 de	hoy»,	 describiendo	 la	disparidad	de	opiniones	 en
torno	al	modernismo:	«Para	este	el	modernismo	es	la	cabellera	de	Valle-Inclán,	para	aquel
los	 cuplés	 del	 Salón	Rouge,	 para	 el	 otro	 los	 cigarrillos	 turcos,	 y	 para	 el	 de	más	 allá	 los
muebles	de	Lisárraga».	Estos	rasgos	se	pueden	extrapolar	a	los	gustos	hípsters,	si,	en	su	lugar,
se	pone	una	barba	frondosa,	la	música	indie,	el	tabaco	de	liar	y	los	muebles	de	Ikea.
La	modernidad	se	definía,	asimismo,	mediante	el	concepto	de	arte	por	el	arte.
Desde	 el	 Romanticismo,	 el	 artista	 había	 ido	 depurando	 esta	 idea,	 como	 una
reivindicación	para	crear	en	libertad	y	permitir	que	el	genio	pudiera	desarrollar	su
obra	 de	 acuerdo	 con	 su	 propio	 criterio,	 sin	 tener	 que	 seguir	 los	 patrones	 de	 la
imitación,	ni	responder	a	fines	utilitarios.	La	pintura,	ajena	a	la	copia	de	lo	que	ve
el	 ojo,	 se	 fue	 desvinculando	 de	 lo	 figurativo,	 primando	 el	 color	 y	 la	 forma.	 Se
pasó,	así,	de	La	noche	estrellada	(1889),	de	Vincent	Van	Gogh,	en	la	que	la	escena
pintada	pierde	interés	en	favor	de	las	sensaciones	que	transmiten	los	colores,	a	 la
abstracción,	 que	 empezó	 a	 nacer	 con	 Vasili	 Kandinsky,	 con	 obras	 como
Composición	VII(1913).	Asimismo,	el	arte	comenzó	a	disfrutarse	como	un	 juego,
un	pasatiempo	 sin	 trascendencia,	ni	 compromiso	político,	o	que	habla,	 sin	más,
del	 arte	 mismo.	 Por	 eso,	 el	 arte	 se	 caracterizó	 por	 la	 experimentación	 y	 la
irreverencia,	así	como	por	el	ataque	a	las	convenciones	heredadas	de	la	sociedad
burguesa	del	siglo	XIX.
Desde	 este	 punto	 devista,	 se	 puede	 definir	 el	 modernismo,	 en	 un	 sentido
amplio,	como	el	movimiento	cultural	en	América	y	Europa	que	va	desde	finales
del	 siglo	XIX	 a	 la	 II	Guerra	Mundial,	 que	 se	 caracteriza	 por	 la	 exaltación	de	 la
modernidad,	 pero	 sin	 renunciar	 a	 una	 revisión	 del	 pasado,	 y	 que	 tiene	 por
estandarte	el	arte	por	el	arte,	el	 irracionalismo,	 la	rebeldía	y	 la	experimentación.
Dentro	de	este	marco,	se	desarrollaron	corrientes	diferentes,	pero	que	compartían
esta	misma	aspiración	de	modernidad,	desde	el	decadentismo	de	Oscar	Wilde	en
Reino	Unido	al	futurismo	de	Marinetti	y	el	resto	de	-ismos	de	las	vanguardias.	O
sea,	el	modernismo	sería	el	marco	común	a	un	conjunto	de	submovimientos.
Hay	 que	 distinguir	 esta	 noción	 de	 modernismo	 respecto	 del	 modernismo
hispánico.	 También	 en	 España	 se	 da	 el	 marco	 general	 del	 modernismo,	 que
coincide	con	los	años	de	la	Edad	de	Plata,	desde	finales	del	siglo	XIX	a	la	Guerra
Civil	 (1936-1939).	 El	 modernismo	 hispánico	 es	 el	 primero	 de	 los
submovimientos	 dentro	 de	 ese	 marco.	 Es	 decir,	 aunque	 comparten	 el	 mismo
►	La	noche	estrellada	(1889),	de	Vincent	Van	Gogh.			
nombre,	el	modernismo	hispánico	es	solo	una	corriente	dentro	del	modernismo
general	 de	 toda	Europa	 y	América.	El	modernismo	hispánico	 tiene	unos	 rasgos
particulares,	 que	 se	 verán	 en	 el	 siguiente	 epígrafe,	 pero	 comparte	 con	 el
modernismo	general	el	ansia	de	modernidad	desde	la	revisión	del	pasado.	Tras	el
modernismo	 hispánico,	 dentro	 del	marco	 general	 del	modernismo	 europeo,	 en
España	 germinan	 otros	 submovimientos,	 desde	 la	 generación	 del	 98	 a	 la
generación	del	27.
2.	FIN	DE	SIGLO	Y	MODERNISMO	HISPÁNICO
La	chispa	de	modernidad	empezó	a	prender	en	Europa	a	finales	del	siglo	XIX.
Aproximadamente	desde	los	años	1880	y	hasta	comienzos	del	siglo	XX,	artistas	e
intelectuales	 comenzaron	 a	 romper	 con	 el	 realismo	 y	 positivismo	 anteriores:
frente	al	análisis	científico	y	copia	de	la	realidad	visible,	se	buscaron	otras	formas
de	 entender	 el	mundo	 y	 se	 atacaron	 las	 convenciones	 sociales	 y	 estéticas	 de	 la
burguesía.	 El	 arte	 y	 la	 literatura	 de	 este	 período,	 que	 se	 ajustaban	 a	 estos
principios,	se	conocen	por	antonomasia	como	Fin	de	Siglo.	Así,	el	espíritu	de	Fin
de	 Siglo	 y	 los	movimientos	 asociados	 constituyen	 la	 primera	manifestación	 del
modernismo,	en	el	sentido	amplio	que	afecta	a	toda	Europa	y	América.
Como	parte	que	es	de	este	modernismo	general,	el	Fin	de	Siglo	también	busca
lo	moderno	en	la	recuperación	y	revisión	del	pasado.	En	particular,	se	rescata	el
pasado	medieval	y	aristocrático,	idealizándolo	como	una	época	de	valores	nobles	y
sublimes,	frente	a	una	sociedad	burguesa,	que	se	menosprecia	como	burda	y	poco
refinada,	 porque	 se	 centra	 en	 el	 utilitarismo	 antiestético	 de	 la	 industria	 y	 el
comercio.	Considerando	 la	 crisis	 en	 la	 que	 estaba	 sumida	 la	 aristocracia	 en	 ese
momento,	 no	 es	 sorprendente	 que	 el	 Fin	 de	 Siglo	 ensalce	 la	 decadencia	 y	 la
precariedad	 como	 signos	 de	 grandeza,	 tanto	 humana	 como	 estética.	 Asimismo,
heredando	una	visión	 romántica,	 se	considera	que	 la	genialidad	del	 artista	no	es
comprendida	por	la	sociedad	y,	por	eso,	el	artista	está	condenado	a	ser	atacado	y
vivir	en	la	miseria.	De	entre	la	visión	irracionalista	del	modernismo	en	general,	el
Fin	de	Siglo	presta	especial	 atención	a	Nietzsche	y	 a	Schopenhauer,	porque	 sus
filosofías	ofrecen	una	imagen	del	artista	de	este	tipo.
Una	de	las	estéticas	de	Fin	de	Siglo	más	característica	es	la	del	decadentismo,
que	exalta	el	individuo,	frente	a	las	convenciones	sociales,	y,	por	ello,	reivindica
los	 comportamientos	 de	 rechazo	 y	 protesta,	 a	 veces	 violentos	 y	 con	 frecuencia
usando	una	apariencia	excéntrica.	Tal	vez	el	 autor	más	 representativo	 fue	Oscar
Wilde	 (1854-1900),	 cuya	pose	aristocrática	y	excentricidades	escandalizaron	a	 la
opinión	 pública	 británica,	 y,	 finalmente,	 su	 homosexualidad,	 entonces
marcadamente	contraria	a	la	moral	establecida,	le	valió	la	cárcel.	Como	estandarte
de	 la	 estética	 decadente,	 está	 la	 bohemia :	 una	 concepción	 de	 la	 vida	 y	 el	 arte
basada	en	 la	marginación	 social,	que	casi	es	 indistinguible	de	 la	 indigencia.	Para
esta	estética,	 la	ciudad	se	convierte	en	un	lugar	privilegiado,	y,	en	particular,	 los
espacios	 del	 hampa,	 por	 los	 que	 el	 bohemio	 suele	 transitar	 por	 las	 noches,
acompañado	 de	 alcohol	y	drogas .	 En	 España,	 uno	 de	 los	 bohemios	 más
característicos	fue	el	escritor	y	periodista	Alejandro	Sawa	(1862-1909).
Procedencia	de	la	palabra	bohemia
La	palabra	bohemia	aparece	por	primera	vez	en	Scènes	de	la	Vie	de	Bohème	(1847-1849),	de
Henri	Murger.	 En	 Francia,	 se	 llamaba	 despectivamente	 bohemios	 a	 los	 gitanos,	 porque
procedían	 entonces	 en	gran	medida	de	Bohemia,	una	de	 las	 tres	 regiones	históricas	 que
integran	 la	República	Checa.	Con	 ese	 insulto,	 se	hacía	 alusión	 al	 aspecto	descuidado,	 a
menudo	poco	higiénico,	propio	de	indigentes,	así	como	a	una	actitud	antisocial	e,	incluso,
criminal	atribuida	a	los	gitanos.	Por	estas	connotaciones,	pasó	a	denominarse	bohemios	a
los	artistas	decadentes	de	Fin	de	Siglo.
La	absenta	del	Moulin	Rouge
En	la	película	Moulin	Rouge	(2001),	de	Baz	Luhrmann,	protagonizada	por	Ian	McGregor	y
Nicole	 Kidman,	 se	 ofrece	 un	 magnífico	 retrato	 del	 ambiente	 decadentista	 de	 París,	 en
torno	al	cabaret	del	mismo	nombre.	Uno	de	 los	personajes	que	 frecuentan	el	 local	es	el
famoso	 pintor	 bohemio	Henri	 de	Toulouse-Lautrec	 (1864-1901).	Con	 él,	 un	 grupo	de
artistas	 trabaja	 en	 el	 montaje	 de	 una	 obra	 de	 teatro	 musical,	 bajo	 el	 lema	 de	 «verdad,
belleza,	libertad	y	amor»,	palabras	que	expresan	el	compromiso	de	la	estética	Fin	de	Siglo
con	 el	 arte	 por	 el	 arte.	 Los	 artistas,	 que	 se	 mueven	 en	 un	 ambiente	 decadente	 de
contrabando	de	prostitutas,	se	inspiran	tomando	absenta,	una	bebida	alcohólica	de	elevada
graduación,	a	 la	que	se	 le	suponían	efectos	alucinógenos.	Por	eso,	sufren	el	desprecio	de
una	 sociedad	 aparentemente	 decente,	 encarnada	 por	 el	 duque,	 que	 es,	 sin	 embargo,	 el
verdadero	villano,	mientras	que	los	artistas,	en	el	fondo,	tienen	un	noble	corazón,	a	pesar
de	su	comportamiento	excéntrico.
Otros	movimientos	de	Fin	de	Siglo,	cercanos	a	estas	ideas,	se	desarrollaron	por
Europa,	por	las	mismas	fechas.	En	Inglaterra,	destacó	el	prerrafaelismo,	llamado
así	porque	pretendía	rescatar	la	forma	de	arte	medieval	inmediatamente	anterior	al
pintor	 renacentista	Rafael	 de	Urbino.	 Por	 eso,	 las	 obras	 más	 representativas	 se
dieron	 en	 pintura,	 con	 cuadros	 exuberantes	 y	 decoración	 floral,	 como	 en	 el
►	Portada	original	de	Azul...	(1888),
de	Rubén	Dario.
famoso	óleo	sobre	lienzo	de	Ofelia	(1851-1852),	del	pintor	británico	John	Everett
Millais.	En	Francia,	el	parnasianismo	buscó	 la	 sublimidad	del	pasado,	no	en	 la
Edad	Media	 europea,	 sino	 en	 las	 culturas	 antiguas	 de	Grecia,	China	o	 la	 India,
haciendo	de	lo	exótico	la	base	de	la	renovación	del	arte.	De	todos,	el	movimiento
francés	 más	 importante	 del	 Fin	 de	 Siglo	 fue	 el	 simbolismo,	 que	 perseguía
explicar	la	realidad	con	un	mecanismo	completamente	irracional:	encarnar	en	una
imagen	—o	símbolo—	significados	profundos	de	la	intimidad,	la	existencia	del	ser
humano	 o	 de	 la	 realidad.	 Los	 autores	más	 representativos	 de	 estas	 dos	 escuelas
fueron	Paul	Verlaine	(1844-1896)	y,	sobre	todo,	Charles	Baudelaire	(1821-1867),
con	su	célebre	poemario	Las	flores	del	mal.
2.1.	El	modernismo	hispánico:	Rubén	Darío
Como	 ya	 se	 ha	 explicado,	 el	 Fin	 de	 Siglo	 y	 los	 movimientos	 asociados
constituyen	 la	 primera	manifestación	del	modernismo	en	 su	 sentido	 amplio.	En
España	 y	 América	 Latina,	 el	 espíritu	 de	 Fin	 de	 Siglo	 cuajó	 con	 el	 nombre	 de
modernismo,	pero	no	deben	confundirse.	El	modernismo	es,	en	general,	el	marco
que	va	desde	Fin	de	Siglo	hasta	la	II	Guerra	Mundial,	englobando	en	todaEuropa
y	América	a	todos	los	movimientos	artísticos	europeos	que	buscan	la	modernidad,
con	 el	 estandarte	 del	 arte	 por	 el	 arte.	 Dentro	 de	 ese	 marco,	 el	 modernismo
hispánico	se	refiere	en	particular	a	la	manera	en	que	se	desarrolló	la	estética	de	Fin
de	Siglo	en	España	y	América	Latina	hasta	1920,	aproximadamente.
En	 España,	 Salvador	 Rueda	 (1857-
1933),	 de	 origen	 malagueño,	 se	 arrogó	 la
paternidad	 del	 modernismo	 hispánico	 en
poesía.	Sin	embargo,	a	pesar	de	los	muchos
méritos	 que	 sin	 duda	 tiene	 su	 poesía,	 la
historiografía	 literaria	 está	 de	 acuerdo	 en
que	 fue	 Rubén	 Darío	 el	 verdadero
precursor	del	modernismo	hispánico,	y,	en
todo	 caso,	 fue	 el	 que	más	 influencia	 tuvo
en	 la	 posteridad,	 convirtiéndose	 en	 una
figura	universal.
Rubén	Darío	(1857-1933),	de	origen	nicaragüense,	pasó	gran	parte	de	su	vida
entre	Francia	y	España,	y	fue	embajador	de	su	país	en	Madrid.	En	París	se	empapó
del	ambiente	de	Fin	de	Siglo	y,	en	particular,	de	la	poesía	parnasiana	y	simbolista.
Así,	el	modernismo	hispánico	se	consolidó	en	sus	manos	como	una	literatura	que
recogía	 lo	 más	 destacado	 de	 aquellas	 corrientes.	 Gracias	 a	 él,	 el	 modernismo
hispánico	se	relaciona,	en	literatura,	con	una	serie	de	tópicos	temáticos,	desde	la
recurrencia	del	color	azul,	por	uno	de	sus	libros	más	importantes	(Azul…,	1888),
a	 la	 presencia	de	 animales	de	 connotaciones	mitológicas,	 como	el	 cisne	—cuyo
color	blanco	se	asocia	al	marfil,	mediante	el	adjetivo	ebúrneo—,	y	lugares	exóticos,
como	la	India.	Son	muy	ilustrativos	dos	poemas.	En	«Sonatina»,	Rubén	Darío	nos
cuenta	el	cuento	de	una	princesa	lejana,	con	abundancia	de	sinestesias:
La	princesa	está	triste...	¿qué	tendrá	la	princesa?
Los	suspiros	se	escapan	de	su	boca	de	fresa,
que	ha	perdido	la	risa,	que	ha	perdido	el	color.
La	princesa	está	pálida	en	su	silla	de	oro,
está	mudo	el	teclado	de	su	clave	sonoro;
y	en	un	vaso,	olvidada,	se	desmaya	una	flor.
Años	 más	 tarde,	 en	 un	 poema	 de	Cantos	 de	 vida	 y	 esperanza	 (1905),	 Darío
rememora	las	características	de	su	poesía	de	juventud,	en	sus	libros	Azul…	(1888)
y	Prosas	profanas	 (1896).	Los	 siguientes	versos,	por	 tanto,	 sirven	para	 resumir	 los
rasgos	 del	 modernismo	 hispánico.	 En	 línea	 con	 lo	 que	 se	 ha	 explicado,	 cabe
destacar,	entre	otras	cosas,	cómo	lo	moderno	se	inspira	en	el	pasado,	la	influencia
de	Verlaine	y	la	presencia	de	la	ciudad	y	del	cisne:
Yo	soy	aquel	que	ayer	no	más	decía
el	verso	azul	y	la	canción	profana,
en	cuya	noche	un	ruiseñor	había
que	era	alondra	de	luz	por	la	mañana.
El	dueño	fui	de	mi	jardín	de	sueño,
lleno	de	rosas	y	de	cisnes	vagos;
el	dueño	de	las	tórtolas,	el	dueño
de	góndolas	y	liras	en	los	lagos;
y	muy	siglo	diez	y	ocho	y	muy	antiguo
y	muy	moderno;	audaz,	cosmopolita;
con	Hugo	fuerte	y	con	Verlaine	ambiguo,
y	una	sed	de	ilusiones	infinita.
2.2.	Ramón	M.ª	del	Valle-Inclán
Aunque	 la	obra	de	Ramón	M.ª	del	Valle-Inclán	 (1866-1936)	 se	 suele	 incluir
en	 la	 nómina	 de	 autores	 de	 la	 generación	 del	 98,	 porque	 compartió	 con	 ellos
vivencias	 y	 preocupaciones,	 especialmente	 en	 lo	 concerniente	 a	 los	 males	 de
España,	 su	 tipo	 de	 vida	 bohemia	 y	 el	 estilo	 de	 su	 literatura,	 cercano	 al
parnasianismo	 y	 a	Rubén	Darío,	 permiten	 hablar	 de	 él	 como	 representante	 del
modernismo	hispánico.	En	todo	caso,	la	etiqueta	que	se	le	ponga	no	es	relevante,
porque,	 como	 se	 explicará	 en	 el	 siguiente	 apartado,	 modernismo	 hispánico	 y
generación	del	98	son	dos	manifestaciones	hermanas	en	España,	dentro	del	marco
del	modernismo	en	su	sentido	amplio	por	toda	Europa	y	América.
Oriundo	de	Galicia,	 donde	 también	murió,	 su	nombre	 real	 fue	Ramón	 José
Simón	Valle	Peña.	Hijo	de	una	familia	de	raigambre	carlista,	su	trayectoria	vital	y
política	sigue	causando	desconcierto.	De	una	parte,	está	su	rechazo	a	la	sociedad
burguesa	 y	 exaltación	 de	 los	 valores	 aristocráticos,	 tal	 vez	 por	 convicciones
ideológicas	 reaccionarias,	 o	 bien	 por	 la	 pose	 literaria	 tomada	 del	 decadentismo
bohemio.	De	otra,	está	el	agitador	y	transgresor,	descontento	con	la	sociedad	que
le	rodea.	En	todo	caso,	hizo	de	su	persona	un	espectáculo	público,	a	la	manera,	en
cierto	modo,	de	Oscar	Wilde.	Fueron	sonados	algunos	episodios,	en	uno	de	 los
cuales	perdió	un	 brazo .
El	brazo	de	Valle-Inclán
Reivindicando	 en	 el	 siglo	XX	 la	 práctica	medieval	 del	 duelo	de	honor,	Valle-Inclán	 se
enfrentó	al	periodista	Manuel	Bueno,	en	el	afamado	Café	Nuevo	de	la	Montaña,	en	plena
Puerta	del	Sol.	Valle-Inclán	se	armó	con	una	botella	rota	de	cristal.	Bueno	le	golpeó	con
un	bastón	en	la	muñeca.	Valle-Inclán	tuvo	la	mala	suerte	de	que	se	le	clavó	el	gemelo	del
puño	de	 la	camisa,	y	esto	 le	provocó	una	gangrena	que	requirió	amputarle	el	antebrazo.
Desde	 entonces,	 la	 imagen	 de	Valle-Inclán,	 con	 su	 larga	 barba,	melena,	 anteojos	 y	 una
manga	hueca	en	la	chaqueta,	es	uno	de	los	iconos	de	la	bohemia.
Sus	 comienzos	 en	 la	 literatura	 fueron	difíciles	 y,	 además,	 versátiles,	habiendo
desempeñado	de	joven	papeles	en	obras	de	teatro	de	Benito	Pérez	Galdós.	Con	el
tiempo,	se	convirtió	en	uno	de	los	escritores	más	importantes	de	su	época	y	fue
muy	prolífico,	abarcando	prácticamente	todos	los	géneros:	novela,	poesía,	teatro,
cuento,	 ensayo	 y	 periodismo.	 A	 pesar	 de	 esta	 abundancia,	 vivió	 pobremente,
porque	 consumía	 todos	 sus	 ingresos	 en	 prácticas	 variopintas.	Ávido	 de	 conocer
mundo,	viajó	por	diferentes	países.	En	México,	escribió	la	novela	Tirano	Banderas
(1926),	que	narra	la	caída	del	dictador	sudamericano	Santos	Banderas,	en	la	región
ficticia	de	Santa	Fe	de	Tierra.	Hay	quienes	consideran	que	esta	obra	inaugura	un
género	 clave	 de	 la	 literatura	 hispanoamericana,	 la	 novela	 de	 dictador,
posteriormente	 cultivada	 hasta	 la	 saciedad,	 incluyendo	 tres	 premios	 Nobel:	 El
►	Ramón	María	del	Valle-Inclán.
señor	 Presidente	 (1946),	 del	 guatemalteco	 Miguel	 Ángel	 Asturias;	 El	 otoño	 del
patriarca	 (1975),	 del	 colombiano	 Gabriel	 García	 Márquez,	 y	 La	 fiesta	 del	 chivo
(2000),	de	Mario	Vargas	Llosa.
La	 trayectoria	 literaria	 de	 Valle-Inclán
puede	 resumirse	 en	 dos	 etapas.	 De	 joven,
desarrolla	 una	 literatura	 plenamente
modernista,	 caracterizada	 por	 la	 evasión
hacia	 mundos	 ideales	 del	 pasado	 o	 lugares
exóticos.	 De	 este	 período	 son	 las	 Sonatas,
cuatro	 novelas	 cortas	 que,	 en	 sintonía	 con
los	 tópicos	 del	 modernismo	 hispánico,	 se
titulan	en	homenaje	a	la	música	(la	sonata	es
una	 composición	musical	 del	 Barroco)	 y	 a
las	 estaciones	 del	 año.	 Cada	 estación
representa	 las	 edades	 de	 su	 protagonista,	 si
bien	 las	novelas	no	fueron	publicadas	en	el
orden	 lógico	 de	 primavera	 (juventud),
verano	 (primera	madurez),	 otoño	 (segunda
madurez)	e	invierno	(vejez),	sino	de	este	modo:	Sonata	de	otoño	(1902),	Sonata	de
estío	 (1903),	Sonata	 de	 primavera	 (1904)	 y	Sonata	 de	 invierno	 (1905).	 Las	 novelas,
ubicadas	 en	 ambientes	 refinados	 y	 exóticos,	 cuentan	 los	 lances	 amorosos	 de
Bradomín,	un	marqués	que,	en	sus	viajes	por	el	mundo,	va	conquistando	mujeres,
solo	 por	 el	 placer	 de	 poseerlas,	 para	 luego	 abandonarlas,	 como	 un	 donjuán
contemporáneo.	 Escritas	 entre	 1908	 y	 1909,	 también	 destaca	 en	 esta	 etapa	 una
trilogía	 de	 novelas	 carlistas,	 rememorando	 episodios	 de	 un	 pasado	 que	 Valle-
Inclán	presenta	como	glorioso	y	heroico:	La	cruzada	de	la	causa,	El	resplandor	de	la
hoguera	y	Gerifaltes	de	antaño.
Para	estos	años,	Valle-Inclán	ya	ha	escrito	mucho	teatro,	y	avanza	poco	a	poco
hacia	 su	 estilo	 más	 característico,	 alejado	 del	 modernismo:	 el	 esperpento,	 que
constituye	su	segunda	época.	Este	concepto	lo	describe	el	propio	Valle-Inclán	en
su	 famosa	 obra	 de	 teatro	 Luces	 de	 bohemia	 (1924),	 subtitulada,	 precisamente,
esperpento.	 Aquí,	 se	 cuenta	 la	 historia	 de	Max	 Estrella,	 un	 poeta	 ridículo	 y	 sin
talento,	durante	veinticuatro	horas	de	lances	con	personajes	pintorescos,	al	final	de
loscuales	 muere.	 Por	 un	 lado,	 esta	 obra	 de	 teatro	 supone	 una	 sátira	 del
modernismo	 de	 juventud,	 y,	 de	 hecho,	 Max	 Estrella	 es	 una	 caricatura	 de
Alejandro	Sawa,	el	famoso	bohemio,	que	fue	amigo	de	Valle-Inclán.	Por	otro,	la
sátira	y	la	caricatura	se	producen	a	partir	de	los	rasgos	propios	del	esperpento,	que
son	dos:
—	 Distanciamiento.	 El	 autor	 adopta	 un	 punto	 de	 vista	 lejano	 y	 con
superioridad,	como	si	 fuera	un	dios	riéndose	de	 los	mortales	desde	 los
cielos:	 el	 autor	 no	 se	 siente	 implicado	 y,	 por	 tanto,	 tiene	 derecho	 a
mofarse	de	los	seres	inferiores.
—	 Deformación.	 La	 mofa	 se	 realiza	 mediante	 la	 caricatura	 grotesca	 de
personajes	 (degradados	 como	 animales	 o	 como	 objetos)	 y	 de
situaciones,	 mediante	 el	 absurdo.	 En	 efecto,	 Luces	 de	 bohemia	 es	 una
tragedia	absurda,	porque	la	difícil	situación	de	Max	Estrella,	sin	apenas
medios	 para	 subsistir,	 se	 resuelve	 a	 lo	 largo	 de	 escenas	 sin	 sentido	 y
alocadas,	que	hacen	de	su	muerte	algo	risible,	cuando	debería	 ser	algo
espeluznante.
El	esperpento	queda	descrito	en	Luces	de	bohemia	por	uno	de	sus	personajes,	a
través	 de	 la	 metáfora	 de	 los	 espejos	 cóncavos,	 y	 muestra	 que,	 por	 debajo	 del
aparente	 absurdo,	 subyace	 una	 crítica	 profunda	 de	 la	 crisis	 de	 España	 y	 de	 la
idiosincrasia	de	ser	español,	lo	cual	es	uno	de	los	rasgos	que	acercan	a	Valle-Inclán
a	la	generación	del	98:
Los	héroes	clásicos	reflejados	en	los	espejos	cóncavos	dan	el	Esperpento.	El
sentido	 trágico	 de	 la	 vida	 española	 sólo	 puede	 darse	 con	 una	 estética
sistemáticamente	 deformada.	 […]	 Las	 imágenes	 más	 bellas	 en	 un	 espejo
cóncavo	son	absurdas.	[...]	La	deformación	deja	de	serlo	cuando	está	sujeta	a
una	matemática	perfecta.	Mi	estética	actual	es	transformar	con	matemática	de
espejo	cóncavo	las	normas	clásicas.
2.3.	El	modernismo	hispánico	en	Cataluña
El	arte	y	la	literatura	en	España	se	desarrolla,	obviamente,	en	los	territorios	que
tienen	lenguas	propias,	además	del	castellano.	En	lo	que	al	modernismo	hispánico
se	 refiere,	 destaca	 Cataluña,	 gracias	 a	 la	 arquitectura	 de	 Antoni	 Gaudí	 (1852-
1926).	Gaudí	plasma	en	sus	edificios	colorido	y	musicalidad,	e	 incorpora	 formas
exóticas,	tomadas	de	países	lejanos,	la	Edad	Media	o	la	Antigüedad	grecolatina.	En
la	 Villa	 Quijano,	 conocida	 como	 El	 Capricho	 (Comillas,	 1883-1885),	 Gaudí
ofrece	una	reelaboración	del	mito	clásico
del	 girasol,	 con	 paredes	 decoradas	 con	 notas	 musicales.	 En	 la	 Casa	 Botines	 de
León	(1891-1892),	por	su	parte,	reformula	el	concepto	de	castillo	medieval.	Pero,
sin	duda,	sus	obras	más	importantes	están	en	Barcelona:	La	Pedrera	(1906-1910),
el	parque	Güell	(1900-1914)	y	La	Sagrada	Familia	(en	construcción	todavía,	desde
1882).
En	literatura,	sobresale	la	figura	de	Joan	Maragall	(1860-1911).	Además	de	la
calidad	 de	 su	 obra	 poética,	 Maragall	 contribuyó	 decisivamente	 al	 debate	 de	 la
estructuración	territorial	de	España,	proponiendo,	como	solución	a	los	conflictos
nacionalistas,	 un	 ideal	 ibérico,	 de	 unión,	 dentro	 de	 la	 diversidad,	 de	 todas	 las
regiones	 de	 la	 Península,	 incluyendo	 Portugal,	 formando	 un	 estado	 de	 corte
federal.
3.	LA	CUESTIÓN	DE	LAS	GENERACIONES
Aún	 dentro	 del	 marco	 del	 modernismo	 en	 su	 sentido	 amplio,	 tras	 el
modernismo	hispánico	se	ha	divido	tradicionalmente	la	literatura	española	en	tres
generaciones:	98,	14	y	27.	Es	una	división	perfectamente	válida	desde	el	punto	de
vista	 de	 las	 edades	 de	 los	 componentes	 según	 avanzan	 los	 años,	 pero	 tiene	 dos
problemas.
Uno	 está	 relacionado,	 a	 su	 vez,	 con	 el	 problema	 del	 modernismo	 y	 el
modernismo	 hispánico.	 No	 es	 solo	 que,	 por	 su	 nombre,	 se	 confundan
modernismo,	 en	 su	 sentido	 general,	 y	 modernismo	 hispánico,	 sino	 que,	 al
delimitar	 como	generación	 a	 los	 escritores	 del	 98,	 parece	 que	 estos	 escriben	de
espaldas	 al	 modernismo	 hispánico.	 Nada	 más	 lejos	 de	 la	 realidad.	 Ya	 se	 ha
mencionado	que	Valle-Inclán,	siendo	uno	de	los	representantes	más	característicos
del	modernismo	hispánico,	pertenece	también	a	la	generación	del	98,	por	edad	y
porque	 comparte	 con	 Unamuno,	 Baroja,	 etc.,	 vivencias	 e	 intereses,	 entre	 los
cuales	 destaca	 la	 preocupación	 por	 España.	 Algo	 parecido	 puede	 decirse	 de
Antonio	Machado,	como	se	verá	más	adelante.	Para	solucionar	este	problema,	es
preciso	 ordenar	 la	 cuestión	 de	 las	 generaciones	 en	 el	 marco	 general	 del
modernismo.
Dentro	 del	 modernismo	 en	 su	 sentido	 amplio,	 en	 España	 el	 Fin	 de	 Siglo
europeo	 se	 manifiesta	 a	 través	 de	 dos	 actitudes	 muy	 semejantes:	 modernismo
hispánico	y	generación	del	98.	Del	mismo	modo	que	en	Francia	el	Fin	de	Siglo
da	movimientos	cercanos	—decadentismo,	bohemia,	simbolismo,	parnasianismo,
etc.—,	modernismo	 hispánico	 y	 generación	 del	 98	 son	 dos	 caras	 de	 la	 misma
moneda.	 Y,	 al	 igual	 que	 el	 Fin	 de	 Siglo	 es	 la	 primera	 manifestación	 del
modernismo	 en	 general	 en	 Europa	 y	 América,	 modernismo	 hispánico	 y	 98
constituyen	 la	 primera	manifestación	 del	modernismo	 en	 su	 sentido	 amplio	 en
España.	 Por	 eso,	 modernismo	 hispánico	 y	 98	 comparten	 el	 rasgo	 común	 de
búsqueda	 de	 la	 modernidad.	 Además,	 aunque	 pueden	 establecerse	 algunas
diferencias,	 comparten	 muchos	 rasgos;	 por	 ejemplo,	 el	 irracionalismo,	 que	 es
importante	 en	 el	 modernismo	 en	 general	 y	 en	 el	 modernismo	 hispánico	 en
particular,	también	es	fundamental	en	el	98.
El	 otro	 problema	 tiene	 que	 ver	 con	 el	 concepto	 mismo	 de	 generación.
Tradicionalmente,	se	ha	considerado	que	una	generación	literaria	existe	cuando	se
dan	rasgos	como	los	siguientes	(todos	o	la	mayoría	de	ellos):
—	 Proximidad	 en	 las	 edades	 de	 nacimiento	 de	 los	 escritores:	 no	 puede
haber	más	de	quince	años	de	diferencia	entre	el	más	veterano	y	el	más
joven.	 Consecuentemente,	 entre	 generación	 y	 generación	 debe	 darse
una	distancia	de	al	menos	quince	años.
—	Anquilosamiento	de	la	generación	anterior.
—	Formación	intelectual	y	evolución	semejante
—	Convivencia	 de	 experiencias	—personales	 e	 intelectuales—,	 cercanas
en	el	tiempo	y	el	espacio.
—	Un	hecho	destacado	que	une	a	los	componentes.
—	Existencia	de	un	líder	generacional.
—	Rasgos	literarios	comunes.
Estas	características	hacen	aguas	al	poco	de	ser	analizadas,	como	se	va	a	ver	a
continuación	 en	 cada	 una	 de	 las	 generaciones.	 Ahora	 bien,	 a	 pesar	 de	 estas
limitaciones,	 es	preciso	conocerlas,	 así	 como	 los	 rasgos	que	 las	definen,	por	dos
razones.	 Por	 un	 lado,	 las	 etiquetas	 de	 generación	 del	 98,	 14	 y	 27	 están	 ya	 tan
consolidadas	y	han	sido	tan	usadas,	que	carecería	de	sentido	descartarlas.	Por	otro,
estas	etiquetas	sirven	para	entender	mejor	la	historia,	ya	que	permiten	establecer	el
tipo	 de	 divisiones	 en	 el	 tiempo	 que	 son	 necesarias	 para	 poder	 ordenar	 el
conocimiento.
Tema	3
La	generación	del	98
1.	RASGOS	DE	LA	GENERACIÓN	DEL	98
La	 generación	 del	 98	 agrupa	 a	 aquellos	 escritores	 e	 intelectuales	 que
reaccionaron	ante	la	crisis	vivida	en	España	tras	la	pérdida	de	Cuba,	Puerto	Rico
y	 Filipinas.	 El	 desastre	 del	 98	 es,	 pues,	 el	 hecho	 histórico	 que	 une	 a	 esta
generación,	 ya	 que	 provocó	 en	 sus	 componentes	 una	 actitud	 de	 revisión	 del
concepto	 de	 España	 y	 de	 crítica	 al	 país	 y	 sus	 instituciones.	 Los	 principales
escritores	que	tradicionalmente	se	han	mencionado	como	parte	de	esta	generación
son:	Miguel	de	Unamuno,	Pío	Baroja,	José	Martínez	Ruiz	(Azorín),	Ramón	M.ª
del	Valle-Inclán	y	Antonio	Machado.
La	 generación	 empezó	 a	 tomar	 forma	 a	 partir	 de	 un	manifiesto	 firmado	 en
1901	 por	 Pío	 Baroja,	 José	 Martínez	 Ruiz	 (que	 todavía	 no	 había	 adoptado	 el
seudónimo	de	Azorín)	y	Ramiro	de	Maeztu.	Fue	el	llamado	Grupo	de	los	Tres,	al
que	 se	 incorporaron	 posteriormente	 los	 otros	 autores.	 Ahora	 bien,	 los	 rasgos
generacionales	de	este	grupo	de	escritores	soncuestionables.
—	El	manifiesto	 fundacional	no	 lo	 suscribieron	 todos	 los	miembros	que
después	 formarían	 la	 generación	 del	 98;	 Unamuno,	 incluso,	 se	 negó
expresamente	a	firmarlo.
—	Además,	 el	manifiesto	 es	 posterior	 al	 desastre	 del	 98.	De	hecho,	 hay
documentos	que	atestiguan	que	Azorín,	a	quien	se	considera	la	persona
que	 acuñó	 la	 etiqueta	 de	 generación	 del	 98,	 empezó	 hablando	 al
principio	 de	 generación	 del	 96,	 y	 solo	 cuando	 alguien	 le	 llamó	 la
atención	 sobre	 lo	 idóneo	 que	 sería	 aprovecharse	 de	 la	 pérdida	 de	 las
colonias,	 cambió	 la	 fecha	 de	 referencia.	 En	 este	 sentido,	 el	 evento
generacional	se	adopta	de	manera	meramente	tacticista	y	retrospectiva.
—	En	toda	generación,	es	difícil	determinar	a	un	líder,	pero	hoy	por	hoy
la	 crítica	 parece	 coincidir	 en	 que	 el	 autor	 de	 mayor	 personalidad	 e
impulso	 del	 98	 fue	 Miguel	 de	 Unamuno…,	 que,	 sin	 embargo,	 no
participó	 en	 el	 manifiesto	 fundacional	 de	 los	 Tres.	 En	 todo	 caso,
podrían	 considerarse	 otros	 líderes,	 como	Ángel	Ganivet,	 cuyo	 ensayo
Idearium	español	 (1897)	 fue	 pionero	 en	 el	 análisis	 de	 los	 problemas	 de
España,	antes	incluso	del	desastre	del	98,	y	fue	muy	influyente	en	todos
los	escritores	de	la	generación.
—	 La	 generación	 anterior,	 que	 era	 la	 realista,	 no	 estaba	 anquilosada:
Benito	 Pérez	 Galdós	 siguió	 escribiendo	 hasta	 1920,	 y	 algunos	 de	 los
miembros	del	98	fueron	admiradores	suyos.
—	Si	los	componentes	del	98	tuvieron	una	formación	común,	esta	estuvo
basada	en	el	autodidactismo,	porque	todos	renegaron	de	la	universidad
como	 lugar	 de	 aprendizaje,	 al	 considerar	 que	 era	 una	 institución
anquilosada	y	corrupta.	Esto	supone	que	cada	uno	se	formó	a	su	manera,
si	 bien	 es	 cierto	 que	 coincidieron	 en	 algunos	 referentes,	 como
Nietzsche	y	Schopenhauer.
—	Compartieron,	efectivamente,	experiencias,	 siendo	 la	primera	de	 ellas
el	Manifiesto	 de	 los	 Tres;	 posteriormente,	 colaboraron	 en	 las	mismas
revistas	 y	 periódicos,	 como	 ABC,	 Germinal,	 Electra	 y	Helios.	 Fueron
muy	significativos	dos	momentos.	En	1901,	coincidieron	en	defender	a
Benito	Pérez	Galdós	por	la	representación	de	su	obra	de	teatro	Electra,
frente	a	las	duras	críticas	que	recibió	de	los	sectores	reaccionarios	de	la
sociedad	a	causa	de	su	mensaje	anticlerical.	Luego,	en	1904,	protestaron
por	la	concesión	del	Premio	Nobel	a	José	Echegaray,	por	considerarlo
un	autor	mediocre	y	 argumentando	que	el	 galardón	debería	habérsele
concedido,	 precisamente,	 a	 Galdós.	 Sin	 embargo,	 durante	 mucho
tiempo	 los	 autores	 estuvieron	 separados:	 Unamuno,	 por	 Bilbao	 y
Salamanca;	 Machado,	 en	 Castilla	 y	 Andalucía;	 Azorín	 por	 tierras	 de
Levante,	etc.
►
Unamuno,
Baroja,
Maeztu,
Azorín,
Valle-
Inclán	y	A.
Machado
—	Evolucionaron,	además,	por	caminos	distintos.	En	el	Manifiesto	de	los
Tres,	Maeztu	tenía	adscripción	socialista,	pero,	con	la	Guerra	Civil,	se
convirtió	 al	 franquismo	más	 reaccionario,	mientras	 que,	 por	 ejemplo,
Unamuno,	antes	de	morir,	se	enfrentó	duramente	al	golpe	de	Estado	de
Franco,	desde	postulados	liberales,	y	Machado	murió	en	el	exilio,	como
ferviente	partidario	de	la	II	República.
—	 Por	 lo	 que	 respecta	 a	 las	 fechas	 de	 nacimiento,	 al	 ser	 un	 dato	 en
principio	objetivo,	no	debería	plantear	problemas,	pero	 los	hay,	 sobre
todo	 cuando	 se	 trata	 de	 calcular	 los	 quince	 años	 que	 supuestamente
deben	 mediar	 entre	 generación	 y	 generación.	 Por	 ejemplo,	 Gabriel
Miró	(nacido	en	1879)	se	lleva	con	Unamuno	(1874)	justo	quince	años,
y	con	Pío	Baroja	(1872),	siete;	sin	embargo,	Miró	suele	ser	adscrito	a	la
generación	del	14.
Queda	aparte	la	cuestión	de	los	rasgos	literarios	comunes,	por	su	complejidad.
Como	parte	del	modernismo	en	sentido	amplio,	todos	los	autores	comparten	una
búsqueda	por	lo	moderno	a	través	del	pasado;	en	particular,	la	generación	del	98,
preocupada	 por	 la	 crisis	 de	 Estado	 tras	 la	 pérdida	 de	 las	 colonias,	 convirtió	 a
España	 en	 su	 tema	 predilecto:	 los	 males	 del	 presente,	 su	 pasado	 imperial	 y	 su
identidad.	 Por	 su	 cercanía	 al	 modernismo	 hispánico,	 hay	 en	 el	 98	 elementos
propios	del	Fin	de	Siglo,	como	cierta	actitud	decadentista.	De	hecho,	algunas	de
en	el	sello
de	Correos
del
centenario
de	la
Generación
del	98
(1998).
las	 revistas	 en	 las	 que	 escribieron	 los	 autores	 noventayochistas,	 como	 Helios,
acogieron	 también	a	escritores	plenamente	modernistas.	Por	 su	parte,	Machado,
aunque	adscrito	al	98,	es	 también	uno	de	 los	principales	poetas	del	modernismo
español,	por	su	uso	excepcional	del	simbolismo	y	con	influencia	clara	de	Rubén
Darío,	de	quien	fue	un	amigo	muy	cercano.
Hay,	empero,	algunos	rasgos	que	son	particularmente	noventayochistas,	como
el	pesimismo	y	la	abulia,	heredados	de	filósofos	como	Nietzsche	y	Schopenhauer,
y	su	focalización	de	España	en	Castilla;	por	eso,	abunda	el	lenguaje	del	terruño,	es
decir,	 de	 las	 comarcas	 y	 tierras	 de	 la	 zona.	 Los	 autores	 del	 98	 estuvieron
especialmente	preocupados	por	los	problemas	políticos,	sociales	y	económicos	de
España,	 tras	 la	crisis	de	 las	colonias;	en	concreto,	atacaron	 la	corrupción	política
de	la	Restauración,	en	línea	con	el	espíritu	regeneracionista	de	Joaquín	Costa,	en
su	libro	Oligarquía	y	caciquismo	(1901).
Por	último,	está	el	problema	de	los	miembros.	Al	aplicar	la	etiqueta	del	98,	se
suelen	excluir	muchos	nombres,	a	menudo	sin	mala	intención,	sino	solo	porque
sería	imposible	recopilar	toda	la	información,	o	bien	por	criterios	de	vario	tipo,	si,
por	 ejemplo,	nos	 limitamos,	 como	aquí,	 a	hablar	del	 98	 literario.	 Sin	 embargo,
esta	 generación	 fue	 mucho	 más	 que	 literaria,	 e	 incluyó	 a	 pintores	 (Ignacio
Zuloaga),	músicos	(Isaac	Albéniz)	y	filólogos	(Ramón	Menéndez	Pidal).	Además,
se	 suele	 olvidar	 a	 otros	 escritores	 que	 hoy	 se	 consideran	 menores.	 Jacinto
Benavente	 escribió	 un	 teatro	 burgués	 algo	 convencional,	 que,	 por	 ello,
actualmente,	se	valora	poco,	pero	que	le	mereció	el	Premio	Nobel	de	Literatura
en	1922.	Es	llamativa	la	exclusión	de	 Manuel	Machado ,	aun	siendo	hermano	de
Antonio	y	poeta	como	él;	en	este	caso,	puede	deberse	a	que	Manuel	cultivó	un
estilo	más	marcadamente	cercano	al	modernismo	de	Rubén	Darío	y,	por	tanto,	se
percibió	más	lejos	de	la	reflexión	noventayochesca	en	torno	a	España.
Borges,	sobre	los	hermanos	Machado
Frente	 a	 la	 percepción	 generalizada,	 para	 el	 insigne	 poeta	 argentino	 Jorge	 Luis	 Borges,
Manuel	era	el	mejor	poeta	de	los	hermanos	Machado.	Parece	ser	que,	en	una	entrevista	en
España,	le	preguntaron	en	una	ocasión	por	su	opinión	sobre	Antonio	Machado,	y	Borges
respondió:	«¡Ah,	no	sabía	que	Manuel	tuviera	un	hermano!».
2.	MIGUEL	DE	UNAMUNO
Nacido	en	Bilbao	en	1864,	se	crió	en	el	seno	de	una	familia	burguesa	de	clase
media,	de	la	que	heredó	una	amplia	formación	humanística	y	unas	convicciones
políticas	liberales.	Con	el	prestigio	de	Catedrático	de	Griego	en	la	Universidad	de
Salamanca	y,	 luego,	 rector	de	esta	misma	 institución,	Unamuno	se	convirtió	en
un	 intelectual	 cuya	 voz	 era	 ampliamente	 escuchada	 en	 sociedad	 a	 través	 de	 los
periódicos.
Desencantado	 con	 la	 situación	 de	 España,	 especialmente	 por	 la	 corrupción
política	de	la	Restauración,	fue	crítico	con	todo.	Por	su	oposición	al	régimen	de
Primo	 de	 Rivera,	 fue	 destituido	 de	 su	 puesto	 de	 rector	 y	 desterrado	 a
Fuerteventura,	desde	donde	 se	 exilió	 a	París;	 a	 su	vuelta	 a	España,	 fue	 recibido
con	ovaciones	multitudinarias.	Tal	vez	por	su	constante	espíritu	crítico,	Unamuno
viró	 ideológicamente,	 conforme	 se	 iba	 desengañando	 de	 las	 diferentes	 posturas.
Del	 liberalismo	de	 su	 familia	 y	 de	 su	 infancia,	 pasó	 a	militar	 en	 el	 PSOE,	 y	 se
presentó	a	 las	elecciones	municipales	del	12	de	abril	de	1931	como	candidato	a
concejal	del	Ayuntamiento	de	Salamanca	en	las	listas	de	la	coalición	republicano-
socialista.	Sin	embargo,	ante	los	problemas	de	España	y	a	causa	de	los	desacuerdos

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