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LA CONTABILIDAD INTELECTUAL EN LA ERA DEL CONOCIMIENTO

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ÍNDICE
01. Introducción: ............................................................................................................................... 1
02. Fundamentos Epistemológicos de la ciencia contable: ........................................................................... 15
03. La contabilidad del conocimiento aproximaciones teóricas y metodológicas interdisciplinarias ............ 53
 3.1 El desarrollo de la contabilidad y los sistemas sociales humanos ................................................. 56
 3.2 La contabilidad del conocimiento aproximación a la medición contable del conocimiento: ........... 88
 3.3 Conclusiones
04. Auditoria contable del capital intelectual ................................................................................................. 129
05. Gestión del conocimiento ........................................................................................................................ 136
06. El contexto actual y la contabilidad ......................................................................................................... 142
07. Cambios paradigmaticos en el contador público para que pueda generar el capital intelectual ............. 147
08. Conclusiones ............................................................................................................................... 155
09. Bibliografia ............................................................................................................................... 155
CONTENIDO PÁG.
 INTRODUCCIÓN
 Vivimos en un mundo pletórico de datos, frases e íconos. La percepción que 
los seres humanos tenemos de nosotros mismos ha cambiado, en vista de que 
se ha modificado la apreciación que tenemos de nuestro entorno. Nuestra cir-
cunstancia no es más la del barrio o la ciudad en donde vivimos, ni siquiera la 
del país en donde radicamos. Nuestros horizontes son, al menos en apariencia, 
de carácter planetario.
 Eso no significa que estemos al tanto de todo lo que sucede en todo el mundo. 
Lo que ocurre es que entre los numerosos mensajes que recibimos todos los 
días, se encuentran muchos que provienen de latitudes tan diversas y tan leja-
nas que, a menudo, ni siquiera acertamos a identificar con claridad en dónde 
se encuentran los sitios de donde provienen tales informaciones. Por ello, se 
habla mucho de la Sociedad de la Información o de la Sociedad del Conoci-
miento. ¿Qué rasgos la definen la sociedad actual? ¿En qué aspectos resulta 
novedosa? ¿En qué medida puede cambiar la vida de nuestros países, nuestras 
organizaciones, de nosotros mismos, etc.? ¿Qué limitaciones tiene ese nuevo 
contexto? Son preguntas urgentes que requieren respuestas ingeniosas para 
proponer nuevas formas de actuar cotidiana y profesionalmente, de explicar 
tecnológica y científicamente y de comprender racional e históricamente a la 
sociedad contemporánea.
 Pero, por ahora a este nuevo contexto socioeconómico lo definen característi-
cas como las siguientes: Exuberancia. Disponemos de una apabullante y diver-
sa cantidad de datos. Se trata de un volumen de información tan profuso que 
es por sí mismo parte del escenario en donde nos desenvolvemos todos los 
días. Omnipresencia. Los nuevos instrumentos de información, o al menos sus 
contenidos, los encontramos por doquier, forman parte del escenario público 
contemporáneo (son en buena medida dicho escenario) y también de nuestra 
vida privada. Nuestros abuelos (o bisabuelos, según el rango generacional en 
el que estemos ubicados) fueron contemporáneos del surgimiento de la radio, 
se asombraron con las primeras transmisiones de acontecimientos internacio-
nales y tenían que esperar varios meses a que les llegara una carta del extran-
jero; para viajar de Barcelona a Nueva York lo más apropiado era tomar un 
buque en una travesía de varias semanas. La generación siguiente creció y 
conformó su imaginario cultural al lado de la televisión, que durante sus pri-
meras décadas era sólo en blanco y negro, se enteró con pasmo y gusto de los 
primeros viajes espaciales, conformó sus preferencias cinematográficas en la 
asistencia a la sala de cine delante de una pantalla que reflejaba la proyección 
de 35mm y ha transitado no sin asombro de la telefonía alámbrica y conven-
cional a la de carácter celular o móvil. Los jóvenes de hoy nacieron cuando la 
difusión de señales televisivas por satélite ya era una realidad, saben que se 
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puede cruzar el Atlántico en un vuelo de unas cuantas horas, han visto más 
cine en televisión y en video que en las salas tradicionales y no se asombran 
con la Internet porque han crecido junto a ella durante la última década: fre-
cuentan espacios de chat, emplean el correo electrónico y manejan programas 
de navegación en la red de redes con una habilidad literalmente innata. Esa es 
la Sociedad de la Información. Los medios de comunicación se han convertido 
en el espacio de interacción social por excelencia, lo cual implica mayores fa-
cilidades para el intercambio de preocupaciones e ideas pero, también, una 
riesgosa supeditación a los consorcios que tienen mayor influencia, particular-
mente en los medios de difusión abierta (o generalista, como les llaman en 
algunos sitios). Irradiación. La sociedad contemporánea también se distingue 
por la distancia hoy prácticamente ilimitada que alcanza el intercambio de 
mensajes. Las barreras geográficas se difuminan; las distancias físicas se vuel-
ven relativas al menos en comparación con el pasado reciente. Ya no tenemos 
que esperar varios meses para que una carta nuestra llegue de un país a otro. 
Ni siquiera debemos padecer las interrupciones de la telefonía convencional. 
Hoy en día basta con enviar un correo electrónico, o e-mail, para ponernos en 
contacto con alguien a quien incluso posiblemente no conocemos y en un país 
cuyas coordenadas tal vez tampoco identificamos del todo. Velocidad. La 
comunicación, salvo fallas técnicas, se ha vuelto instantánea. Ya no es preciso 
aguardar varios días, o aún más, para recibir la respuesta del destinatario de 
un mensaje nuestro e incluso existen mecanismos para entablar comunicación 
simultánea a precios mucho más bajos que los de la telefonía tradicional. Mul-
tilateralidad / Centralidad. Las capacidades técnicas de la comunicación con-
temporánea permiten que recibamos información de todas partes, aunque lo 
más frecuente es que la mayor parte de la información que circula por el 
mundo surja de unos cuantos sitios. En todos los países hay estaciones de te-
levisión y radio y en muchos de ellos, producción cinematográfica.. Sin embar-
go el contenido de las series y los filmes más conocidos en todo el mundo 
suele ser elaborado en las metrópolis culturales. Esa tendencia se mantiene en 
la Internet, en donde las páginas más visitadas son de origen estadounidense 
y, todavía, el país con más usuarios de la red de redes sigue siendo Estados 
Unidos. Interactividad / Unilateralidad. A diferencia de la comunicación con-
vencional (como la que ofrecen la televisión y la radio tradicionales) los nuevos 
instrumentos para propagar información permiten que sus usuarios sean no 
sólo consumidores, sino además productores de sus propios mensajes. En la 
Internet podemos conocer contenidos de toda índole y, junto con ello, contribuir 
nosotros mismos a incrementar el caudal de datos disponible en la red de redes. 
Sin embargo esa capacidad de la Internet sigue siendo poco utilizada. La gran 
mayoría de sus usuarios son consumidores pasivos de los contenidos que ya 
existen en la Internet. Desigualdad. La Sociedad de la Información ofrece tal 
abundancia de contenidos y tantas posibilidades para la educación y el inter-
cambio entre la gente de todo el mundo, que casi siempre es vista como reme-
dio a las muchas carencias que padece la humanidad. Numerososautores, 
especialmente los más conocidos promotores de la Internet, suelen tener visio-
nes fundamentalmente optimistas acerca de las capacidades igualitarias y li-
beradoras de la red de redes (por ejemplo Gates: 1995 y 1999 y Negroponte, 
1995). Sin embargo la Internet, igual que cualquier otro instrumento para la 
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propagación y el intercambio de información, no resuelve por sí sola los pro-
blemas del mundo. De hecho, ha sido casi inevitable que reproduzca algunas 
de las desigualdades más notables que hay en nuestros países. Mientras las 
naciones más industrializadas extienden el acceso a la red de redes entre por-
centajes cada vez más altos de sus ciudadanos, la Internet sigue siendo ajena 
a casi la totalidad de la gente en los países más pobres o incluso en zonas o 
entre segmentos de la población marginados aún en los países más desarrolla-
dos. Heterogeneidad. En los medios contemporáneos y particularmente en la 
Internet se duplican –y multiplican– actitudes, opiniones, pensamientos y cir-
cunstancias que están presentes en nuestras sociedades. Si en estas sociedades 
hay creatividad, inteligencia y arte, sin duda algo de eso se reflejará en los 
nuevos espacios de la Sociedad de la Información. Pero de la misma manera, 
puesto que en nuestras sociedades también tenemos prejuicios, abusos, inso-
lencias y crímenes, también esas actitudes y posiciones estarán expresadas en 
estos medios. Particularmente, la Internet se ha convertido en foro para mani-
festaciones de toda índole aunque con frecuencia otros medios exageran la 
existencia de contenidos de carácter agresivo o incómodo, según el punto de 
vista de quien los aprecie. Desorientación. La enorme y creciente cantidad de 
información a la que podemos tener acceso no sólo es oportunidad de desa-
rrollo social y personal. También y antes que nada, se ha convertido en desafío 
cotidiano y en motivo de agobio para quienes recibimos o podemos encontrar 
millares de noticias, símbolos, declaraciones, imágenes e incitaciones de casi 
cualquier índole a través de los medios y especialmente en la red de redes. Esa 
plétora de datos no es necesariamente fuente de enriquecimiento cultural, sino 
a veces de aturdimiento personal y colectivo. El empleo de los nuevos medios 
requiere destrezas que van más allá de la habilidad para abrir un programa o 
poner en marcha un equipo de cómputo. Se necesitan aprendizajes específicos 
para elegir entre aquello que nos resulta útil, y lo mucho de lo que podemos 
prescindir. Ciudadanía pasiva. La dispersión y abundancia de mensajes, la 
preponderancia de los contenidos de carácter comercial y particularmente 
propagados por grandes consorcios mediáticos y la ausencia de capacitación 
y reflexión suficientes sobre estos temas, suelen aunarse para que en la Socie-
dad de la Información el consumo prevalezca sobre la creatividad y el inter-
cambio mercantil sea más frecuente que el intercambio de conocimientos. No 
pretendemos que no haya intereses comerciales en los nuevos medios –al 
contrario, ellos suelen ser el motor principal para la expansión de la tecnología 
y de los contenidos–. Pero sí es pertinente señalar esa tendencia, que se ha 
sobrepuesto a los proyectos más altruistas que han pretendido que la Sociedad 
de la Información sea un nuevo estadio en el desarrollo cultural y en la huma-
nización misma de nuestras sociedades.
 La sociedad contemporánea es expresión de las realidades y capacidades de 
los medios de comunicación más nuevos, o renovados merced a los desarrollos 
tecnológicos que se consolidaron en la última década del siglo: la televisión, el 
almacenamiento de información, la propagación de video, sonido y textos, han 
podido comprimirse en soportes de almacenamiento como los discos compactos 
o a través de señales que no podrían conducir todos esos datos si no hubieran 
sido traducidos a formatos digitales. La digitalización de la información es el 
sustento de la nueva revolución informática. Su expresión hasta ahora más 
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compleja, aunque sin duda seguirá desarrollándose para quizá asumir nuevos 
formatos en el mediano plazo, es la Internet.
 Lo anterior hace posible entender a la globalización como una serie de procesos 
multidireccionales y no simplemente como la internacionalización de culturas y 
mensajes que solían estar apartados unos respecto de otros. Giddens recuerda 
cómo "la globalización presiona no sólo hacia arriba, sino también hacia abajo, 
creando nuevas presiones para la autonomía local". En Internet entre otras 
formas de intercambio surgen nuevos modos de solidaridad, desde las cadenas 
de mensajes hasta la coordinación de protestas o adhesiones respecto de las 
más diversas causas. Y también aparecen nuevas formas de aislamiento, tanto 
entre las personas como entre las naciones.
 Por otro lado, especialmente vista desde la perspectiva económica, tenemos la 
influencia del conocimiento en la sociedad contemporánea. La generación y 
utilización eficaz del conocimiento constituye un factor de desarrollo económico 
de importancia creciente. Sin embargo, la sola existencia del conocimiento no 
garantiza el cambio y la innovación de las organizaciones y de nuestros paí-
ses. La capacidad de una sociedad para incorporar la ciencia y la tecnología 
como factores dinámicos para su progreso depende de condiciones políticas, 
económicas y sociales que la ciencia misma no puede crear. La competitivi-
dad que se sustenta en la capacidad de generar y difundir el progreso técnico 
-competitividad estructural- se caracteriza como un fenómeno cuya emergen-
cia depende sistemáticamente de fenómenos de menor nivel que se generan 
como resultado del funcionamiento de los sistemas educativo, productivo, y de 
ciencia y tecnología, de las interrelaciones entre ellos, y de su interacción con 
el resto del sistema social. En este trabajo se profundiza en la caracterización 
de las condiciones estructurales que deben darse para la emergencia de la 
competitividad. Cuatro niveles de análisis de la estructura de la economía so-
cial -los niveles micro, meso, meta y macro- son considerados. La articulación 
orgánica y de orden estructural que debe darse entre los sistemas productivo, 
educativo, y de investigación y desarrollo se conceptualiza y “diseña” en el 
nivel meso, y se operacionaliza en el nivel micro. Las acciones conjuntas en 
los niveles meso y micro son posibles gracias a condiciones adecuadas en los 
niveles macro y meta. Para cada uno de los niveles considerados se requieren 
políticas y estrategias cuya operacionalización es necesaria para garantizar 
las relaciones de orden estructural que deben darse al interior de cada nivel, 
y entre niveles, en un esfuerzo por contribuir a la clarificación de la estructura 
organizacional requerida para viabilizar la innovación tecnológica y el cambio 
de nuestras organizaciones.
 Las economías más avanzadas basan su barrera de competitividad cada vez 
en mayor grado en la generación y utilización eficaz del conocimiento. La 
investigación científica y tecnológica, en su calidad de actividad generadora 
de conocimiento, es un componente esencial de la competitividad económica. 
Sin embargo, la aplicación social de este conocimiento depende de diversos 
aspectos y condiciones que ni la ciencia ni la tecnología por sí mismas pueden 
crear.
 La generación en un país de fuentes perdurables de ventaja comparativa en 
relación con otros países debe sustentarse en una estrategia de desarrollo ba-
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sada en conocimiento científico moderno, que visualice la participación en la 
dinamización de la frontera de la innovación como un elemento fundamental 
de dicha estrategia. Por lo tanto, debe fundamentarse sobre un conjunto de 
políticas que favorezcan el desarrollo de capacidades científico-tecnológicas 
endógenas,así como la inserción y asimilación de éstas de manera efectiva 
en la economía como elemento clave de fortalecimiento del sector productivo. 
Condiciones estructurales determinadas son necesarias para hacer esto posible.
 Tanto las exigencias económicas, tecnológicas y cognoscitivas de la nueva 
sociedad implica directamente el surgimiento de las comunidades nootrópicas. 
Esta comunidad requiere un análisis más detallado para comprender la nueva 
realidad social que está surgiendo y en las cuales actuarán las profesiones o 
disciplinas futuras.
 Se dice que cuanto más y mejor acceso tengamos a la información, seremos más 
sabios y más ricos. De hecho, a quienes es más probable que les suceda tal cosa 
es a quienes viven dentro de comunidades nootrópicas, esto es, comunidades 
orientadas a desarrollar procesos basados en el conocimiento o generadores 
de conocimiento, porque –una vez más conviene insistir en ello- lo esencial no 
es la información, sino la cantidad y clase de conocimiento que ésta contiene. 
Siempre que nos refiramos a procesos cognitivos, no a mera comunicación 
social, es preciso admitir la supremacía del conocimiento sobre la información.
 Hablemos de la noosfera, a la que subdividiré a efectos didácticos en tres es-
tructuras. Podemos asumir como una metáfora útil que todas las ideas, obras de 
arte, lenguas, ideologías, músicas, poemas, ecuaciones matemáticas, fórmulas 
químicas, teorías, datos registrados sobre la Naturaleza, diseños, textos, foto-
grafías, religiones, ritos, mitos, ..., constituyen la primera estructura noosférica: 
es el reservorio del conocimiento, el territorio universal de los productos de la 
inteligencia humana. Hagamos la hipótesis de que es aproximadamente factible 
contar con registros de todos los ítems de dicho reservorio.
 Bien mirado, el entorno artificial en el que viven los humanos es otra estruc-
tura de la noosfera, ya que sus elementos tangibles, siempre renovables, sean 
viviendas, muebles, iglesias, puentes, aviones, fábricas, redes eléctricas, carre-
teras, ordenadores, lentes de contacto, instrumentos musicales, sean procesos 
u organizaciones sociales, proceden de la aplicación del conocimiento. En 
particular, el instrumental técnico, científico e industrial forma la tecnosfera, 
un mundo de “paquetes” de conocimiento integrado, que es algo así como una 
proyección material de la noosfera.
 El conocimiento, con independencia de su campo de especialización y hacien-
do salvedad de cómo quede fijado en objetos materiales, se maneja, expresa, 
registra y difunde muy habitualmente por un grupo de signos, al que podemos 
llamar neutralmente información. Es por esa razón que la infotecnología, o 
tecnología de la información y de las comunicaciones, si se prefiere, juega un 
papel capital en el progreso del conocimiento y en el desarrollo de la tecnosfera, 
de la que forma parte.
 Por último, unas cuantas copias sueltas y personalizadas de algunas pequeñas 
parcelas de la noosfera-reservorio habitan en cada momento en la mente de cada 
ser humano, de modo que podría decirse que asintóticamente existe una copia 
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completa de la noosfera en la humanidad viva, sólo que fragmentada irregular-
mente en miles de millones de mentes. Es la tercera estructura. Armados con esos 
fragmentos, los humanos se organizan para acomodarse a su entorno social y 
ambiental o para transformarlo, contribuyendo en muchos casos a enriquecer la 
noosfera, cada día más frecuentemente, todo hay que decirlo, con fines lucrativos.
 De lo expuesto hasta aquí podemos resumir que la noosfera, esto es, los cono-
cimientos en sentido amplio, constituye un conjunto dinámico formado por tres 
estructuras: a) los registros del conocimiento (noosfera-reservorio); b) el entorno 
artificial producido por la aplicación del conocimiento (a destacar la noosfera-
tecnosfera); y c) las copias vivas, fragmentarias, especializadas y diminutas, 
que bullen activas en las mentes de los humanos, con las que éstos difícilmente 
pueden afrontar, solos, el crecimiento exponencial de los dos primeros, por lo 
demás en gran medida debido paradójicamente a la fragmentación sistemática 
del saber humano en currículos o especialidades. Dicho crecimiento, tanto en 
cuanto a su diversidad –llamémosla noodiversidad-, como en cuanto al número 
increíble de sus componentes y a la complejidad de muchos de ellos, lleva a 
la Humanidad actual a una era de complejidad y a nosotros a preguntarnos 
si los humanos sabrán compatibilizar su aportación continuada al desarrollo 
de la noosfera con una gestión adecuada de la complejidad resultante. Cabe 
subrayar a este respecto que los cambios potenciales secundarios a la explosión 
y aplicación sistemática del conocimiento desbordan largamente la capacidad 
humana individual de comprensión y asimilación.
 Hipotéticamente, la noosfera-reservorio está siempre más o menos disponi-
ble, prácticamente en régimen de autoservicio universal, para todos los seres 
humanos, pero lo cierto es que hay comunidades que, por libre elección de 
sus componentes, se han desarrollado más nootrópicamente que otras y hoy 
ostentan posiciones de liderazgo, cultivando además parcelas reservadas de 
la noosfera en provecho propio, cuyos productos venden a otras comunidades 
deficitarias. Han implementado resortes sociales, instrumentos políticos y ma-
teriales, recursos y sistemas “atractores” para incentivar y facilitar los procesos 
relacionados con el conocimiento, bien sea acceso a él, almacenaje, difusión, 
creación, debate, utilización: Bibliotecas, museos, infraestructuras técnicas, 
conservatorios musicales, teatros, campos deportivos, universidades, centros 
de saber, academias eruditas, laboratorios y centros de I + D, instituciones 
culturales, colegios profesionales, fundaciones, publicaciones, leyes, iniciativas 
institucionales, partidas presupuestarias, empresas que transforman conocimien-
to en valor, etcétera. Han comprendido que la noosfera es no sólo la fuente 
del desarrollo intelectual y cultural, sino que podía convertirse también en la 
principal fuente de riqueza individual y colectiva.
 Ahora, describamos lo anterior en clave antropológica. Según Arsuaga (El collar 
del neandertal), los humanos, a partir del Homo habilis, nos hemos especializado 
en la inteligencia, hemos creado “un sistema revolucionario de transmitir infor-
mación, el manejo de símbolos, el lenguaje articulado”. No sé lo que dirán los 
paleoantropólogos ante mi osadía, pero creo que el despliegue de esa capacidad 
(noos) está llevando a los humanos más evolucionados a agruparse y diferenciarse 
en comunidades de economía productiva basada en el cultivo de los campos del 
conocimiento, a la que podríamos llamar noocultura.
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 El conocimiento se cultiva, también se fabrica, como asimismo se fabrican 
las herramientas y técnicas para cultivarlo o fabricarlo, y con él se inventan 
y fabrican todos los artefactos que componen nuestro entorno artificial, igual 
que se crean instituciones, procedimientos y artes. Como cualquier ser vivo, 
el humano forma parte de la biosfera, pero con su inteligencia simbólica cons-
truye y reconstruye un mundo propio y aparte, la noosfera, poblado de seres 
tangibles –automóvil, lentillas– e intangibles –teoría, fórmula química, música, 
poema, sistema de numeración– en el que habita y con el que coevoluciona.
 El centro, ya no único pero sí último, de producción y explotación de la noosfera 
son las mentes humanas. La mente, al momento de nacer, no contiene nada de 
la noosfera, pero, si se conecta vital o socialmente a ésta, irá guardando algo 
de ella, copias personalizadas sin duda, mejores o peores. Los seres humanos 
aprenden de otros seres humanos por imitación o repitiendo acciones ya pro-
badas hasta conseguir ciertas destrezas. Sin embargo, los genuinos canales 
multiplicadores del conocimientohan sido los contenedores portables de in-
formación, especialmente el libro impreso. Las medidas de instrucción pública 
para difundir entre la población las artes de leer y escribir, y, luego, sucesivas 
disposiciones para aumentar una y otra vez sus niveles educativos, han hecho el 
resto. Ahora, cuando hemos estabilizado la noción de aprendizaje permanente, 
nos cuesta trabajo creer que en pleno siglo XV eran pocos los reyes y nobles 
que supieran leer y escribir.
 Así pues, en las sociedades desarrolladas actuales adquirir copias mentales 
de la noosfera se ha convertido en una necesidad individual permanente, y 
perentoria, al margen de que para muchos pueda ser circunstancialmente tam-
bién un placer. Bajo muy diversos grados, formas y categorías, las sociedades 
actuales son todas sociedades de conocimiento y sociedades de información, 
simplemente por una cuestión de evolución. Dado que sólo es operativo el 
conocimiento que se construye en la mente (o en alguno de sus derivados), el 
proceso individual –y por extensión el grupal o societario– de extraer conoci-
miento de la información noosférica deviene en dispositivo social básico.
 En el año 1991 se publicó en Claves de Razón Práctica un extenso artículo 
titulado “La sociedad informatizada: Apuntes para una patología de la técnica”, 
en el que, para analizar, entre otros, los efectos de la hiperinformación, dibujaba 
un flujograma básico de los procesos individuales cognoscitivos que transfor-
man la información que contiene conocimiento en conocimiento adquirido, y 
luego, en una fase posterior y disociada, aplican este conocimiento en algún 
tipo de acción. No deje el lector de observar que el análisis de entonces, incluía 
de modo explícito la acción. Con la perspectiva actual, y las reflexiones del 
presente, en conjunto podría constituir la base para un modelo general de los 
flujos de información y conocimiento en la “nueva” economía, también llamada 
economía del conocimiento o economía creativa.
 La relación conceptual de la información con el conocimiento es especial y 
confusa –Edgar Morin diría que es una relación de complementariedad, con-
currencia y antagonismo–, pero lo que quisimos resaltar es fundamentalmente 
su dependencia respecto del observador o receptor. Ya que antes hablábamos 
de libros, imaginemos, a título de ejemplo, que tomamos uno cualquiera que 
exponga un ensayo minucioso sobre los orígenes y evolución del universo físi-
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co. Desde el punto de vista de un observador neutral, ese libro es en primera 
aproximación sólo un extenso grupo de símbolos, que expresa de forma orde-
nada el saber de su autor y lo registra en la noosfera. Precisamente, su autor 
ha utilizado ciertas agrupaciones de signos, tales como palabras, fórmulas, 
imágenes y esquemas, para pulir, ordenar y codificar sus teorías y transmitir-
las a los demás. Pero, desde el punto de vista de la noosfera, entendida en su 
acepción de inventario del conocimiento de la Humanidad, ese ensayo es un 
registro informativo de conocimiento, y por ello lo computamos como conoci-
miento. Ahora bien, desde el punto de vista de un posible lector, ese ensayo se 
ve –más allá de sus códigos lingüísticos-, bien como un paquete de información 
incomprensible, si el lector es totalmente ignorante, bien como un paquete de 
información que parece contener un conocimiento interesante, merecedor del 
esfuerzo de estudiarlo, descodificarlo y asimilarlo. El segundo lector posee, de 
entrada, un nivel de conocimientos que lo capacita potencialmente para aplicar 
las claves que descodifican los significados de los conceptos que componen el 
conocimiento contenido en esa información y está dispuesto a hacer el esfuerzo 
para metabolizarla e incorporarla como conocimiento propio, adaptado a sus 
características intelectuales. Dicho sea como inciso, parte del conocimiento 
previo y del esfuerzo necesarios pueden incluir la traducción de otra lengua, 
hoy habitualmente el inglés, a la suya propia. Al final del esfuerzo, el lector se 
habrá convertido en poseedor, ciertamente no exclusivo, de una copia mental 
de un pedazo de conocimiento almacenado en la noosfera.
 Así, el proceso cognoscitivo puede proseguir y transformarse en recurso para la 
acción, y en general lo hace. Recurriendo posteriormente a otros conocimien-
tos ya adquiridos o acopiando otros nuevos si fueran necesarios y aportando 
más esfuerzo y resortes diversos disponibles, que podrían incluir cooperación 
con otros individuos, el sujeto considerado terminará desarrollando acciones 
con finalidades muy variadas, que, sin duda, dejan su huella en el mundo. Es 
corriente que tales acciones se repitan después una y otra vez sin necesidad de 
procesar nuevos conocimientos, de hecho en esto radica la eficacia.
 En el esquema descrito se recorre una secuencia general de etapas y elemen-
tos, que enumerativamente son: a) información/conocimiento procedente de la 
noosfera-reservorio; b) conocimientos previos y esfuerzo por parte del individuo; 
c) conocimiento adquirido, compuesto por una cierta “copia” mental de alguna 
parcela de la noosfera; d) más esfuerzo; y f) acción.
 Los resultados de este flujo de etapas y sus características dependerán del 
grado de conocimiento y del grado de esfuerzo involucrados en cada circuito 
personal, del número y agrupaciones de circuitos, y del tipo y variedad de ac-
ciones. Desde el punto de vista de una sociedad concreta, cuanto mayor y más 
variado sea el número de sus ciudadanos que desarrollen procesos cognoscitivos 
que requieran altos grados de conocimiento y esfuerzo, y cuanto mayor sea el 
número, volumen y calidad de comunidades enfocadas a un objetivo común, 
mayor será su nivel de nootropismo, y más intensiva será como sociedad del 
conocimiento. Un ejemplo de sociedad de conocimiento de baja intensidad, y por 
tanto una sociedad reproductora, imitativa, débilmente nootrópica, es aquella 
en que se realicen mayoritariamente procesos con conocimientos elementales y 
bajos esfuerzos, por mucha información que circule, como es el caso conocido 
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del consumo masivo de los medios de comunicación audiovisual, típicamente 
pasivos.
 Como corolario de lo dicho, se deduce la conveniencia de que las fuerzas 
sociales acuerden reforzar las siguientes pautas: Acceso fácil y universal a la 
información; mejora de los niveles de cualificación y educación; motivación 
y racionalización de los esfuerzos; estimulación de las iniciativas orientadas a 
integrar cuantos procesos cognoscitivos sean necesarios para acometer acciones 
colectivas superadoras de los efectos perniciosos producidos por la fragmen-
tación del conocimiento; canalización del mayor número posible de acciones 
hacia el enriquecimiento sistemático de las tres estructuras noosféricas.
 Antes, las comunidades vivían aisladas unas de otras durante años, durante 
siglos o siempre. Ahora, el mundo se ha transformado en un espacio social que 
se recorre informativamente en segundos y en un espacio físico que se cubre 
en horas (o en segundos). Fuerzas económicas, técnicas y políticas de un poder 
antes desconocido gobiernan los flujos que modifican los estados de ese mundo 
y de sus habitantes. En medio de las turbulencias y de tanta complejidad, los 
cerebros humanos operan imprevisiblemente regidos por una mezcla misteriosa 
de racionalidad y animalidad. La constitución de comunidades nootrópicas 
y el despliegue progresivo de la noocultura no garantizan la práctica de la 
justicia, la virtud, la solidaridad o la sabiduría. De hecho, la fragmentación 
del conocimiento, que conduce invariablemente a la superespecialización, es, 
en primera instancia, sinónimo de ignorancia. Es seguro que de ese juego de 
fuerzas surgirá un nuevo orden.
 Hasta aquí la concepción filosófica, antropológica y sociológica de la sociedad 
contemporánea, llamada sociedaddel conocimiento, que sustenta teóricamente, 
y fácticamente, las investigaciones que agrupan este compendio de trabajos 
de investigación denominado LA CONTABILIDAD EN LA SOCIEDAD DEL 
CONOCIMIENTO. Investigaciones Icodeanas. Tomo I. Las Investigaciones Ico-
deanas se publican con la finalidad de compartir los logros teóricos del Instituto 
Contabilidad y Desarrollo (ICODE) y se incluyen los trabajos más significativos 
y relevantes de sus investigadores.
 El tomo I de estas investigaciones incluye cuatro trabajos a saber: FUNDAMEN-
TOS EPISTEMOLÓGICOS DE LA CIENCIA CONTABLE. Bases del Programa 
de Investigación Icodeana, del Prof. Zósimo De la Cruz Sullca. Aquí se plantea 
que cada disciplina científica tiene su objeto de estudio y métodos específicos 
para producir y aceptar conocimientos. Lo que se diga y cómo se diga, así 
como la manera peculiar de proceder para generar y aceptar conocimientos, 
todo esto, son cuestiones peculiarmente científicas, y cada disciplina desarrolla 
sus propios procedimientos, sus propios métodos. Pero algo común a todas 
las disciplinas es que deben delimitar cierto campo de estudio y proceder de 
esta cierta manera para obtener conocimiento acerca de su campo de estudio, 
par lo cual siempre es necesario contar con ciertos recursos metodológicos y 
instrumentos teóricos estructuradas en la Epistemología.
 Seguir un método significa tener un procedimiento sistemático para proponer 
hipótesis o teorías que pretenden ofrecer conocimiento del mundo y para aceptar 
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o rechazar esas hipótesis o esas teorías como genuino o auténtico conocimiento 
del mundo.
 Cualquiera que sean las reglas metodológicas, y cualquiera que sea su rango 
de generalidad o especificidad, las reglas existen y se supone que los científicos 
deben seguirlas si quieren obtener determinados fines.
 Ahora bien, los métodos de las ciencias, aun si los entendemos en el sentido 
estrecho como conjunto de reglas que en su totalidad expresan un procedi-
miento para obtener ciertos fines, presuponen otros dos tipos de elementos 
fundamentales, a saber, las creencias y conocimientos previos, por una parte, 
y valores, por otra.
 Una idea central, cada vez más aceptada en la epistemología contemporánea, 
es que los fines y los valores de la investigación científica no siempre han sido 
los mismos. Los fines y los valores de la investigación científica no están fijos 
ni son inmutables. Así como las creencias y los conocimientos sustantivos que 
producen las ciencias han cambiado a los largo de la historia, también han 
cambiado los fines los valores en función de los cuales se desarrolla la investi-
gación científico.
 La realidad actual, en el ámbito contable se caracteriza por los intentos de ela-
boración de una estructura teórica que unifique la contabilidad en un intento 
integrador de las distintas subáreas
 contables específicas, en vez de un conjunto de convenciones defectuosamente 
conectadas. Este fenómeno no surge por el azar, sino es consecuencia lógica 
de todo un proceso histórico.
 La ciencia es el conjunto de conocimientos científicos estructurados como un 
sistema hipotético deductivo, es decir, conocimientos objetivos, verdaderos, 
universales y necesarios, comunicables. Esto es ciencia auténtica. La única 
manera o estrategia de desarrollar a la contabilidad es convertirla en ciencia 
contable auténtica. No discutiendo en qué normas nos ponemos de acuerdo, 
sino fundamentando cuales de los supuestos son científicos. La implicación 
inmediata de tal salida es la exigencia de realizar investigaciones científicas en 
contabilidad, por un lado, y, por otro lado, realizar investigaciones metateóricas 
que permitan la construcción o reconstrucción de la ciencia contable.
 Lo anterior implica un trabajo de investigación metateórica sobre los fundamen-
tos epistemológicos de la ciencia contable auténtica, que no ha sido discutida 
con seriedad en la comunidad académica internacional contable, pues todavía 
se adolece de la formación rigurosa que exige ésta tarea en el ámbito epistemo-
lógico. Los eventos académicos internacionales están dedicados con prioridad 
a temas o áreas que implican la labor profesional del contador en cada nuevo 
entorno socioeconómico mundial. Pero la discusión teórica y epistemológica 
está casi abandonada.
 El segundo trabajo titulado APROXIMACIONES TEÓRICAS Y METODLÓGI-
CAS INTERDISCIPLINARIAS A LA CONTABILIDAD DEL CONOCIMIENTO 
del CPC. Jesús Capcha Carbajal, sostiene que con la irrupción y desarrollo de 
las nuevas tecnologías se están produciendo una serie de cambios estructu-
rales, a nivel económico, laboral, social, educativo, político, de relaciones. En 
Staff de la reviSta actualidad empreSarial
INSTITUTO PACÍFICO 11
definitiva, se está configurando la emergencia de una nueva forma de entender 
la cultura y la realidad socioeconómica. En esta coyuntura, la información y el 
conocimiento aparecen como los elementos clave, aglutinadores, estructuradores 
de este tipo de sociedad.
 En este contexto, la Contabilidad del Conocimiento es una técnica, en emer-
gencia, que permite la descripción mensurable del conocimiento, como entidad 
biplanar: la estructura creencial y de la estructura mental, relevante y adecuado 
que posee una organización para el cumplimiento de sus fines y objetivos. La 
estructura creencial se manifiesta en forma de un complejo cognitivo que está 
constituido por los datos, la información y el saber. Y la estructura mental se 
manifiesta en forma de proceso cognitivo que está constituido por los estados, 
los acontecimientos y los hechos cognitivos. Ambas estructuras constituyen una 
base del conocimiento y ésta para ser gestionada deberá ser medida. Dicha 
medición, cuando se trata de los sistemas artificiales como las organizaciones 
o empresas es deseable que sea contable si queremos identificar la eficiencia o 
ineficiencia de tal conocimiento o funcionamiento empresarial.
 Cómo hacer factible dicha medición es la tarea de la contabilidad del co-
nocimiento. La medición de la estructura creencial y mental sólo es posible 
mediante la jerarquización de los conocimientos y el análisis de los niveles de 
conocimiento. El resultado de la aplicación de la jerarquización y nivelación 
permiten describir y explicar el proceso y el complejo cognitivos, en algún ele-
mento de aquellos. Y esto permite establecer los indicadores más significativas 
del conocimiento en cuestión. La descripción de la metodología y del proyecto 
metrológico de la contabilidad del conocimiento se realiza en términos se-
miaxiomático o informalmente axiomáticos. Lo anterior es viable si analizamos 
el funcionamiento de la contabilidad del conocimiento a través de la teoría de 
la inteligencia híbrida.
 Por otro lado, debemos dejar constancia que la propuesta se nutre de muchas 
investigaciones, entre los más importantes tenemos el Proyecto Meritum y el 
Modelo Intellectus. Por eso, hacemos una presentación resumida de sus pro-
puestas y luego mostrar nuestras diferencias tanto metodológicas, conceptuales 
y epistemológicas (teóricas).
 La tercera investigación denominada AUDITORIA CONTABLE DEL CAPI-
TAL INTELECTUAL. Fundamentos y Metodología del CPC Víctor de la Cruz 
Cerrón plantea la tesis de que si aceptamos que el objetivo de las empresas es 
la creación de valor para el accionista, deberíamos evaluar a partir de dicha 
hipótesis la utilidad de la información financiera y no financiera presentada por 
una organización a los usuarios de la misma.
 Las críticas que las distintas disciplinas de la administración han venido rea-
lizando a las prácticas contables desde hace varias décadas, por no cumplir a 
cabalidad con el objetivo señalado, se han profundizado en el último lustro, a 
partir de la aceptación que estamos viviendo una transición hacia una nueva 
economía global basada en el conocimiento.
 Los criterios para construir riqueza, parafraseandoa Lester Thurow, están cambian-
do. La gestión de los activos intangibles se ha convertido en la principal fuente 
de competitividad de las empresas y de los países. La creación y desarrollo de 
LA CONTABILIDAD INTELECTUAL EN LA ERA DEL CONOCIMIENTO
12 REVISTA ACTUALIDAD EMPRESARIAL
los activos intangibles (marcas, patentes, investigación y desarrollo, carteras de 
clientes, conocimientos y su gestión en la empresa, procesos, etc.) se ha convertido 
en la principal fuente creadora de valor para las compañías. Capital Intelectual se 
le ha denominado a este proceso de crear y desarrollar activos intangibles.
 ¿Cuál es el problema? Dice L.Thurow: El conocimiento es la nueva base de la 
riqueza. Nunca lo había sido. En el pasado, cuando los capitalistas hablaban 
de su riqueza se referían a las fábricas, a los equipamientos y a los recursos 
naturales que poseían. En el futuro, cuando los capitalistas hablen de su riqueza 
estarán refiriéndose al control que poseen sobre el conocimiento. Si se habla de 
“poseer” capital, equipamientos o recursos naturales, el concepto de “posesión” 
(tener un activo desde nuestra perspectiva contable) es claro.
 En este marco, las asignaciones de recursos en la economía entre las distin-
tas empresas, regiones y países, empiezan a basarse en conceptos y criterios 
que difieren del pasado. Difieren en contenido y en velocidad. Tenemos más 
información disponible, pero menos tiempo para decidir. Los riesgos y las 
oportunidades aumentan exponencialmente y viajan a la velocidad de la luz. 
En este contexto, los informes financieros, siguen jugando un papel crucial en la 
asignación de recursos en la economía. Su adaptación a las nuevas demandas y 
su comprensión por todos los agentes intervinientes, adquiere una importancia 
crucial.
 ¿Estamos los contadores preparados para responder a estos retos o tienen razón 
los profesionales de otras disciplinas al decirnos que hemos perdido el tren de la 
nueva economía? Frente a esta problemática estamos todos preocupados, pues 
depende de nosotros salir a derrotar el problema con alternativas ingeniosas.
 Finalmente tenemos la investigación titulada EL CONTADOR COMO GENE-
RADOR DE CAPITAL INTELECTUAL, del CPC. Hernán Capcha Carbajal. 
El contexto actual esta caracterizado por la aceleración del cambio, que se 
ha constituido en el motor del desarrollo científico y tecnológico, esto se hace 
patente en el nuevo entorno digital de los negocios, en estas condiciones las 
empresas deben aprender a adaptarse a los continuos cambios y que las clases 
de organización de antaño son las que menos probabilidades tienen de dominar 
el mañana, el nuevo entorno también significa nuevos requerimientos y para 
satisfacerlos la administración moderna debe lograr que los elementos inter-
dependientes busquen el logro de la EXCELENCIA TOTAL, en este contexto 
es cuando mas se hacen notar las debilidades y limitaciones del actual modelo 
contable, diseñado para las empresas de siglos anteriores, especialmente por-
que son históricas y no permiten valorar los activos intangibles lo cual impide 
gestionar el capital intelectual, asimismo los riegos a los cuales se enfrenta la 
empresa no son revelados por los estados contables, esto se origina en la deca-
dencia del marco conceptual o teórico vigente es decir el paradigma contable 
de utilidad (se orienta a brindar la mayor utilidad posible a la toma de decisio-
nes), debemos mencionar los otros dos paradigmas anteriores al mencionado 
tales como el paradigma del beneficio económico ( que tiene como objetivo 
el conocer la realidad económica) y anterior a éste el paradigma de registro o 
legalista con el cual se inicio la contabilidad formalmente( el objetivo principal 
era suministrar datos al propietario sobre su situación acreedora y deudora). A 
todo lo mencionado debemos precisar las implicancias de desarrollar un nuevo 
Staff de la reviSta actualidad empreSarial
INSTITUTO PACÍFICO 13
modelo contable, se debe evaluar las carencias detectadas en prácticas actual-
mente vigentes y las dificultades que tienen los destinatarios de la información 
contable y proponer caminos para superarlos, esto supone una reconsideración 
al marco conceptual vigente, una evaluación a las normas contables a aplicar, 
el replanteo del concepto de valor y la identificación de las nuevas necesidades 
del entorno empresarial y profesional.
 En este panorama cómo el contador publico puede realizar cambios y tomar 
acciones que le permitan participar de manera decisiva en la generación del 
capital de su cliente, y para ello el propio contador debe empezar por desarrollar 
su capital intelectual, medirlo y luego gestionarlo, para ello planteamos que 
la herramienta del BSC aplicado al Contador publico como individuo tendrá 
como efecto positivo una mejora en la generación de capital intelectual en sus 
clientes. Para ello el contador publico debe cumplir actividades generadoras 
de capital intelectual mediante su incursión en el desempeño profesional en 
otras áreas afines y de actualidad, para ello el contador al igual que las em-
presas deben prepararse y desarrollarse en ambientes competitivos, asimismo 
debemos mencionar que en el XXIV CIC Uruguay 2001se planteo el proyecto 
COGNITOR que equivale a un administrador de capital intelectual. El BSC 
decíamos que se presta como herramienta de medición del capital intelectual 
del contador por cuanto se puede aplicar en las cuatro perspectivas teniendo 
presente que la perspectiva financiera se refiere en este caso a la satisfacción de 
necesidades en el ámbito profesional, social, familiar y personal. La perspecti-
va del cliente en el que se identifican los segmentos de clientes y de mercado, 
también se encuentra la perspectiva del proceso interno y la de formación y 
crecimiento que implica el hábito de la educación continua, el compromiso por 
el auto desarrollo y la motivación.
 En síntesis la temática del presente volumen de las investigaciones icodeanas 
abarca desde la epistemología hasta la formación, desde la teoría hasta las 
propuestas técnicas. Esta forma de percibir nuestro trabajo investigativo es 
el resultado de una filosofía sistémica y rigorista que busca en todo el bagaje 
cultural de humanidad alguna intuición que repercuta en el avance científico 
de la contabilidad contemporánea, ello implica una actitud científica de no 
exclusión de las reflexiones.
 Para finalizar esta Introducción, he de manifestar, a nombre de todos los inves-
tigadores del Instituto Contabilidad y Desarrollo, nuestra gratitud a cuantos nos 
han estimulado, directa o indirectamente, a llevar a cabo las investigaciones, la 
evaluación y la redacción de la presente obra con sus sugerencias, objeciones 
y consejos. En primer lugar, a los intelectuales de la comunidad epistemoló-
gica, especialmente a Mario Bunge (Universidad Mc Gill, Canadá), Stephen 
French (Universidad de Leeds, Inglaterra), Rom Harré (Universidad de Oxford, 
Inglaterra), Jesús Mosterín (Universidad de Barcelona, España), Luis Villoro y 
León Olivé (Universidad Nacional Autónoma de México), Juan Abugattas Abu-
gattas, Luis Piscoya Hermoza, Arsenio Guzmán Jorquera y Holger Saavedra 
(Universidad Nacional Mayor de San Marcos), Miguel Giusti, Ciro Alegría y 
Pablo Quintanilla (Pontificia Universidad Católica del Perú), David Sobrerilla 
(Universidad de Lima), Francisco Miró Quesada Cantuarias (Sociedad Peruana 
de Filosofía) quienes nos han hecho llegar valiosas indicaciones. En segundo 
LA CONTABILIDAD INTELECTUAL EN LA ERA DEL CONOCIMIENTO
14 REVISTA ACTUALIDAD EMPRESARIAL
lugar, agradecemos a los académicos del área contable, especialmente a CPA 
Leonardo Rodríguez (Cuba en el exilio), CPA Enrique Zamorano García (Mé-
xico), CPA Víctor Abreú Páez (Rep. Dominicana), Jorge Tua Pereda (España), 
CPA Guillermo León Martínez Pino y Rafael Franco (Colombia), Juan Carlos 
Viegas y María del Carmen Rodríguez de Ramírez (Argentina), Víctor Vargas 
Calderón y Oscar Pajuelo Ramírez (Perú) y muchoscompatriotas de la comu-
nidad contable.
 Con la esperanza de que seguiremos recibiendo las sugerencias y críticas de 
nuestros lectores ponemos a consideración de la comunidad académica contable 
nacional e internacional el presente esfuerzo intelectual colectivo.
Staff de la reviSta actualidad empreSarial
INSTITUTO PACÍFICO 15
Prof. Zósimo DE LA CRUZ SULLCA
Director de Investigaciones del ICODE
FUNDAMENTOS EPISTEMOLÓGICOS DE LA CIENCIA CONTABLE 
Bases Histórico-Conceptuales del Programa de Investigación 
Icodeana
Prof. ZÓSIMO DE LA CRUZ S.
SPE-UNMSM/INTERCIENCIAS-PERÚ
Director de Investigaciones del ICODE
zdelacruzfil@hotmail.com
1. Introducción.
 Puede concebirse la filosofía en general como una actividad reflexiva de segun-
do nivel respecto de actividades reflexivas de primer nivel, es decir, de ciertos 
modos conceptualmente articulados con que los seres humanos se enfrentan a 
la realidad. La filosofía tiene entonces como objeto de estudio esas reflexiones 
previas; trata de analizarlas, interpretarlas, fundamentarlas, criticarlas, e incluso 
a veces mejorarlas. Así, el modo religioso de enfrentarse a la realidad da lugar 
a la filosofía de la religión; el modo moral, a la filosofía de la moral (o ética); el 
modo artístico, a la filosofía del arte (o estética), etc.
 Uno de los modos más efectivos, sorprendentes y “revolucionarios” de enfren-
tarse a la realidad ha sido (al menos en los últimos cuatro siglos) el modo cien-
tífico. Por ello no es de extrañar que la filosofía de la ciencia (o epistemología) 
ocupe un lugar preeminente en la filosofía actual. Dada la innegable influencia 
que ejerce la ciencia en nuestra cultura, es difícil negar la perentoriedad de una 
reflexión filosófica sobre ella. A tal reflexión la denominamos “filosofía de la 
ciencia”.
 Es conveniente en este punto hacer una aclaración terminológica, de trasfondo 
metodológico. Entenderemos aquí por “ciencia” el conjunto de las disciplinas 
teóricas conocidas usualmente como “ciencias empíricas o factuales”, es decir, 
aquellas disciplinas que tienen por objeto hechos directa o indirectamente 
contrastables por la experiencia sensorial humana. Este rótulo incluye en con-
secuencia tanto las llamadas “ciencias naturales”, las “ciencias sociales” como 
las llamadas “ciencias socionaturales”. De hecho, el punto de vista metodológico 
general desde el cual se ha configurado nuestra exposición es el de que no 
existe un “abismo ontológico” infranqueable entre los objetos de estudio de 
esos tres grupos de disciplinas ni entre la naturaleza de sus conceptos, teorías 
y métodos respectivos. Por supuesto que pueden detectarse diferencias meto-
dológicas importantes entre la física y la economía, pongamos por caso; pero 
es difícil argüir que ellas han de ser necesariamente más profundas o radicales 
que las que se dan entre la física y la etología, por un lado, o la economía y la 
teoría literaria, por otro. Es más, hoy día proliferan las áreas disciplinarias con 
respecto a las cuales ni siquiera sus propios especialistas concuerdan en adju-
LA CONTABILIDAD INTELECTUAL EN LA ERA DEL CONOCIMIENTO
16 REVISTA ACTUALIDAD EMPRESARIAL
dicarlas al campo de las ciencias naturales o al de las sociales; la psicología, la 
lingüística y la geografía (por mencionar sólo algunos ejemplos) se encuentran 
claramente en esta situación. Así, pues, cuando hablamos aquí de filosofía de 
la ciencia, nos referimos a la reflexión filosófica sobre las ciencias naturales, 
sociales e “intermedias”.
 La ciencia es un fenómeno cultural relativamente reciente en la historia de la 
humanidad, al menos en comparación con otros modos de reflexión como el 
religioso o el moral. Incluso tomando un punto de vista laxo, es difícil identificar 
claros ejemplos de ciencias empíricas antes del periodo helenístico, y aun allí 
cum grano salis. Pero muchos más reciente, naturalmente, es la toma de con-
ciencia de que, con el surgimiento de las ciencias empíricas, se había producido 
un hecho cultural esencialmente nuevo. Sólo entonces pudo concebirse una 
filosofía de la ciencia en sentido estricto. Esta toma de conciencia filosófica no 
se produjo sino hasta fines del siglo XVIII. Quizá pueda considerarse a Kant 
como el primer filósofo en quien podemos detectar algo parecido a la filosofía 
de la ciencia en el sentido actual. Sin embargo, la filosofía de la ciencia de 
Kant (esencialmente filosofía de la mecánica) se halla aún inextricablemente 
ligada a cuestiones más tradicionales de teoría del conocimiento y metafísica. 
Es en el siglo XIX cuando aparecen autores más concentrada y específicamente 
dedicados a nuestra disciplina: Comte, Wheeler, Mill, Mach, Poincaré, Duhem 
fueron probablemente los más influyentes.
 Ahora bien, tan sólo en el sigo XX alcanza la filosofía de la ciencia su madurez 
metodológica y llega a institucionalizarse como disciplina relativamente autó-
noma. Para ello fue crucial que la reflexión filosófica sobre la ciencia pudiera 
disponer de las herramientas conceptuales que había forjado la generación in-
mediatamente anterior: la lógica formal, la teoría de conjuntos y, más en general, 
los métodos semánticos de la filosofía analítica. Para ello fueron decisivos los 
trabajos de Frege y Russell, principalmente. De esta confluencia de vectores (los 
intereses epistemológicos de los autores decimonónicos mencionados por un 
lado, y nuevos métodos analítico-formales, por otro) surgió el primer enfoque 
específico y autoconsciente de la filosofía de la ciencia en su etapa de eclosión 
(en la década de 1920-1930): el positivismo lógico (empirismo lógico, en un 
sentido más lato) del Círculo de Viena y grupos emparentados, como la Es-
cuela de Berlín, la Escuela de Varsovia y diversas figuras aisladas en los países 
anglosajones y escandinavos. Probablemente, hoy en día ningún filósofo de la 
ciencia acepte los postulados específicos del positivismo lógico; sin embargo, 
es innegable que el desarrollo posterior de la filosofía de la ciencia, e incluso 
gran parte de la temática abordada y de los métodos utilizados actualmente, 
presuponen los planteamientos originados en dicho movimiento.
 Es un tópico afirmar que en la filosofía, a diferencia de las ciencias, no puede 
hablarse de progreso. Como todo tópico, éste es o trivial o falso. Si por “progre-
so” se entiende la mera acumulación lineal de juicios que, una vez establecidos, 
nunca más son sujetos a examen crítico o revisión, entonces manifiestamente 
es cierto que no hay progreso en filosofía, pero entonces tampoco lo hay en 
ninguna ciencia ni en ninguna otra área de la cultura. En cambio, si por progreso 
entendemos el proceso por el cual se alcanzan perspectivas más complejas y 
diferenciadas, que por su propia diferenciación hacen imposible una “vuelta 
Staff de la reviSta actualidad empreSarial
INSTITUTO PACÍFICO 17
atrás”, así como un amplio consenso sobre lo más valiosos de los resultados 
obtenidos hasta la fecha, entonces está claro que hay progreso en filosofía, y muy 
en particular en filosofía de la ciencia. Dejando a un lado el caso de la lógica 
(de la que puede discutirse si forma parte o no de la filosofía), la filosofía de la 
ciencia es el área de la filosofía que más progresos tangibles e incuestionables 
ha hecho en lo que va de siglo. No sólo se trata de que se ha alcanzado una 
perspectiva mucho mejor articulada sobre la ciencia que la visión estimulante 
y prometedora, pero primitivamente ingenua, que propugnaba el positivismo 
lógico; se trata también de que pueden reseñarse una serie de resultados 
concretos sobre lo que hay en la disciplina el mismo tipo de consenso que es 
característico de las disciplinas científicas añejas (a saber, resultados sobre los 
cuales “ya no se discute”). Mencionemos sólo algunos: una tipología precisa y 
diferenciada de los diversos conceptos científico, que supera en mucho el bur-
do par cualitativo/cuantitativo; la demostración efectiva de que los conceptos 
teóricos no pueden reducirse a losobservacionales; el abandono definitivo del 
principio de verificabilidad para las leyes científicas; la determinación exacta 
de la naturaleza del método axiomático, de las diversas formas que éste puede 
adoptar y su aplicación concreta a innumerables teorías científicas particulares; 
la introducción de distintos modos de metrizar conceptos científicos (superan-
do, entre otras cosas, la idea primitiva de que sólo las magnitudes extensivas 
pueden metrizarse); el abandono tanto de la concepción “cumulativista” como 
de la “falsacionista” en el análisis diacrónico de la ciencia.
2. Sobre la crisis de la filosofía de la ciencia en el siglo XX.
 El origen del debate sobre las relaciones entre la Historia de la Ciencia y la Filosofía 
de la Ciencia se sitúa normalmente en la publicación de la obra de Thomas S. Kuhn 
La estructura de las revoluciones científicas (1962), aunque algunas críticas recibi-
das en los cincuenta por la concepción de la ciencia heredada del empirismo lógico 
ya estaban basadas en la constatación de un cierto desajuste entre la estructura de 
la ciencia tal como la describían los filósofos tradicionales y la práctica real de los 
científicos en la historia, además de otras razones epistemológicas. En todo caso, 
con o sin precedentes, el éxito de la obrita de Kuhn consiguió que la relevancia 
de la Historia de la Ciencia en el planteamiento y la respuesta de los problemas 
filosóficos, metodológicos o epistemológicos fuera algo que, unos años después, 
se aceptaba casi fuera de toda duda. Así, de acuerdo a una poderosa tradición 
expositiva que, por lo que alcanzo a saber, se remonta a la introducción escrita 
por Frederick Suppe al libro La estructura de las teorías científicas, en la Filosofía 
de la Ciencia (o al menos en su dominante versión anglosajona, aunque sus prin-
cipales líderes eran autores de origen germano emigrados en los años treinta) 
había existido entre los años cuarenta y los sesenta un notable consenso sobre 
la naturaleza básicamente formal de la disciplina, emparentada sobre todo con la 
lógica y la metamatemática; Suppe, siguiendo a Putnam, denominó “Concepción 
Heredada” (received view) a la síntesis de los principios básicos establecidos en 
este consenso.
 Estos principios incluían, desde el punto de vista de la metodología de trabajo 
de los filósofos de la ciencia, la idea de que las teorías científicas debían recons-
truirse en un lenguaje formalizado que sirviera como herramienta básica para 
LA CONTABILIDAD INTELECTUAL EN LA ERA DEL CONOCIMIENTO
18 REVISTA ACTUALIDAD EMPRESARIAL
los posteriores estudios epistemológicos, con lo que una de las principales tareas 
del filósofo sería la de expresar el contenido de las teorías con absoluta claridad, 
y esto significaba en la práctica fabricar una versión de las teorías científicas a 
la que pudieran ser aplicadas las técnicas desarrolladas desde finales del XIX 
para el análisis formal de los sistemas lógicos axiomáticos. Otro principio meto-
dológico fundamental de la “Concepción Heredada” era la distinción absoluta 
entre lo que Reichenbach denominó “contexto de descubrimiento” y “contexto 
de justificación”, respectivamente, afirmándose además que sólo el segundo de 
estos contextos era relevante para la Filosofía de la Ciencia. Finalmente, esta 
concepción tradicional también afirmaba que debía existir algún criterio de tipo 
lógico que permitiera distinguir el conocimiento verdaderamente científico de 
las afirmaciones pseudo-científicas.
 Con respecto a los principios sustantivos de la “Concepción Heredada” sobre 
la estructura de la ciencia, los más importantes se referían a la necesidad de 
distinguir dos vocabularios en el lenguaje de las teorías (correspondientes a 
los términos observacionales y a los teóricos), al análisis del valor epistémico 
de las teorías basado en la relación de confirmación (que podía estudiarse en 
términos cualitativos, al estilo de Hempel, o cuantitativos, al estilo de la lógica 
inductiva de Carnap), y a la idea de que el desarrollo de las ciencias madu-
ras procede fundamentalmente mediante la reducción de las teorías exitosas 
antiguas a teorías nuevas más amplias y precisas. De la distinción entre los 
términos observacionales y los teóricos se derivaba a su vez una clasificación 
de los enunciados científicos en regularidades empíricas, leyes teóricas y reglas 
de correspondencia, así como una tesis sobre la interpretación semántica de 
cada uno de ambos tipos de términos: mientras que los observacionales re-
cibirían una interpretación completa directamente a través de la experiencia, 
los teóricos sólo recibirían una interpretación empírica parcial, a través de las 
reglas de correspondencia.
 A modo de síntesis podemos afirmar que la concepción derivada del empirismo 
lógico basaba su análisis de la ciencia en tres grandes dicotomías conceptuales: 
la distinción entre enunciados analíticos y sintéticos (digamos, entre forma y 
contenido dentro de las expresiones lingüísticas), la distinción entre conceptos 
observacionales y teóricos, y la distinción entre enunciados positivos (descrip-
ciones) y normativos (justificaciones). Estas tres distinciones se presuponían 
como absolutas, válidas para todo contexto histórico, y conducentes siempre 
a los mismos resultados independientemente de cuándo, dónde y por quién 
fuera aplicadas.
 Siempre según de acuerdo a la tradición expositiva de la moderna historia de 
la Filosofía de la Ciencia, este gran consenso se habría roto bruscamente con 
la aparición de la obra de Kuhn, que habría substituido aquel marco de análisis 
de las teorías científicas por otra concepción de acuerdo con la cual lo más 
importante son las pautas del desarrollo histórico de la ciencia, pautas que sólo 
pueden comprenderse debidamente usando categorías históricas, sociológicas 
y psicológicas. El principal debate de la filosofía de la ciencia a partir de la 
segunda mitad de los sesenta se habría centrado, entonces, en la cuestión de 
qué categorías de este tipo serían las más apropiadas para describir o explicar 
el desarrollo de la ciencia. Por citar sólo cuatro de las propuestas más famosas, 
Staff de la reviSta actualidad empreSarial
INSTITUTO PACÍFICO 19
estas categorías podían ser las de Kuhn (“paradigmas”, “ciencia normal”, “revo-
luciones”, “cambio de Gestalt”...), las de Laudan (“tradición de investigación”, 
“problemas empíricos”, “problemas conceptuales”...), las de Lakatos (“programas 
de investigación”, “núcleo firme”, “cinturón protector”, “heurística”, “cambios 
de problemática”...) o las de los seguidores de Sneed y Stegmüller (“red teóri-
ca”, “evolución teórica”, “reducción aproximativa”....). Estas cuatro propuestas 
vendrían a ser otras tantas variantes del tipo de concepciones de la ciencia 
que habrían resultado de la “Revolución Historicista”, ordenadas de menor a 
mayor grado de formalización. Mi inclusión de la concepción estructuralista 
o “no enunciativa” sneediana entre estos cuatro ejemplos tiene, obviamente, 
la intención de mostrar que lo más importante de dicha “Revolución” no 
habría sido, en particular, el abandono de las herramientas típicas del lógico 
matemático y su sustitución por las del historiador, sino el cambio del centro 
de interés, entre los filósofos de la ciencia, desde la estructura de las teorías 
hacia su dinámica. Se puede argumentar que en el caso de la “concepción no-
enunciativa”, el aspecto esencial seguía siendo el análisis de la estructura de 
las teorías, y que la insistencia de autores como Stegmüller y Moulines en los 
aspectos dinámicos de la ciencia se debía, más que a otra cosa, al intento de 
hacer aceptable este “nuevo patrón de reconstrucción” a una relativa mayoría 
de filósofos convencidos por los argumentos historicistas de Kuhn. Pero, sea 
dicha insistencia el resultado de una argucia retórica o de un interés filosófico 
auténtico, lo más importante sería, para la tradición expositiva a la que me estoy 
refiriendo, que ambas posibilidades demostraríanla existencia de un cambio 
radical de intereses dentro de la comunidad de los filósofos de la ciencia.
 De todas formas, la influencia de Kuhn se habría dejado notar especialmente 
en el surgimiento de los que podríamos denominar “enfoques sociologistas 
radicales”, que, sobre todo a partir de la constitución del llamado “Programa 
Fuerte en la sociología del conocimiento”, han intentado llevar hasta sus últimas 
consecuencias la intuición de que, para entender la ciencia, lo más relevante 
es explicar de qué manera influyen el contexto histórico, la estructura social 
de las comunidades científicas, y los intereses personales y colectivos, en las 
decisiones de los investigadores. Aunque estos enfoques no están ni mucho 
menos despreocupados por entender el contenido y la estructura de las teorías 
científicas, lo que más les interesa de ambas cosas es encontrar en cualquiera 
de ellas indicios de “influencias sociales”, y, por lo tanto, el mero análisis formal 
se considera como una herramienta bastante ineficaz.
 Por otro lado, la “Concepción Heredada” como una especie de paradigma (en 
sentido cuasi-kuhniano), que dominara la disciplina casi de manera hegemónica, 
no resiste el paso del tiempo. Dado lo reducido de la población de filósofos de 
la ciencia en los años cuarenta y cincuenta, los “críticos” del empirismo lógico 
y de sus seguidores distaban mucho de ser una minoría marginal, y, además, 
fuera de los Estados Unidos llegaban a ser una abrumadora mayoría. Piénse-
se, por ejemplo, en la influencia de Karl Popper en Gran Bretaña y de Gaston 
Bachelard en Francia. Por otro lado, desde la publicación de las primeras obras 
“americanas” de Carnap y Reichenbach, que distaron de lograr un consenso 
inmediato en los Estados Unidos (por entonces dominado filosóficamente por el 
pragmatismo), hasta la aparición de La estructura de las revoluciones científicas, 
pasaron escasamente veinticinco años, mientras que desde la publicación de 
LA CONTABILIDAD INTELECTUAL EN LA ERA DEL CONOCIMIENTO
20 REVISTA ACTUALIDAD EMPRESARIAL
esta obra hasta nuestros días han transcurrido casi cuarenta, y en esta segun-
da etapa ha habido corrientes que, además de tener un número apreciable de 
seguidores, han perdurado tanto como lo pudo hacer el empirismo lógico. Esto 
nos permite sospechar que el período de posible hegemonía de la “Concepción 
Heredada” no es realmente una etapa de consenso seguida por una “crisis” que 
a su vez da comienzo a una bifurcación en la disciplina, sino que, en mi opinión, 
las cosas se describen mejor diciendo que en ningún momento ha existido una 
tradición hegemónica en la Filosofía de la Ciencia del siglo XX, sino que siempre 
han coexistido vigorosos enfoques muy diferentes y contrapuestos, aunque con 
el aumento del número de especialistas ha habido una tendencia creciente al 
aumento de la diversidad de enfoques. Agrupar todos estos enfoques alrededor 
de la influencia que sobre ellos haya podido tener la “Revolución Historicista” 
no deja de ser una clasificación artificial, excesivamente simplificada; en par-
ticular, porque, como señala Giere,
 “aunque en los noventa existen muy pocos filósofos de la ciencia que se iden-
tificarían a sí mismos como empiristas lógicos, la mayoría aún se ocupa de 
temas y emplea métodos de análisis que son históricamente continuos con los 
del empirismo lógico”.
 Entre estos temas y métodos de análisis podemos citar la teoría de la confirma-
ción bayesiana y sus alternativas, la teoría de la medición, la naturaleza de las 
explicaciones científicas, la estructura de las teorías, la reducción interteórica, 
la naturaleza y función de las leyes y los modelos, los problemas del realismo y 
de la verosimilitud, el análisis de la causalidad, etcétera, además de los nume-
rosos problemas conceptuales derivados de muchas teorías científicas reales, 
cuestiones todas ellas que podían caer plenamente bajo los intereses de los 
representantes de la “Concepción Heredada” y que pueden ser discutidas, y de 
hecho lo son muy a menudo, con pocos miramientos hacia los problemas his-
tóricos, aunque sin compartir dogmáticamente los presupuestos del empirismo 
lógico. Giere también indica que difícilmente podemos interpretar la revolución 
kuhniana como una invitación a “volver a tener en cuenta la ciencia real”, en vez 
de las pretendidas caricaturas de la ciencia que aparecerían en las discusiones 
sobre la confirmación de las leyes y el significado de los términos teóricos de la 
“Concepción Heredada”, pues los creadores del empirismo lógico (aunque tal 
vez no tanto sus primeros discípulos americanos) no sólo estaban perfectamente 
al tanto de “la ciencia real”, siendo muchos de ellos profesores de física en la 
universidad germana de entreguerras, sino que el principal estímulo filosófico 
a lo largo de la vida de estos autores fue el de crear una teoría de la ciencia 
que estuviese a la altura de las dos grandes teorías físicas desarrolladas en las 
primeras décadas del siglo: la mecánica relativista y la mecánica cuántica. Si 
hubo una mayor “atención a la ciencia real” a partir de la revolución kuhniana, 
esto ha de entenderse más bien como un aumento de la importancia de los 
estudios históricos, psicológicos y sociológicos en la Filosofía de la Ciencia, algo 
que no ha venido a sustituir, ni mucho menos, a la lista de cuestiones ofrecida 
al principio de este párrafo, sino que simplemente se ha añadido al conjunto de 
temas que han pasado a ser objeto legítimo de estudio en nuestra disciplina, y 
ampliando así el número de posibles enfoques utilizados en el análisis de estos 
temas.
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 Por otro lado, la mayor parte de estos asuntos habían sido ya estudiados muy 
intensamente por parte de otras tradiciones de investigación sobre la ciencia 
distintas del empirismo lógico. No sólo se trata de que el enfoque historicista 
de Kuhn y otros autores hubiera tenido algunos “precursores” notables, como 
Ludwig Fleck, o de que la relatividad de los enunciados observacionales hubiera 
sido asumida desde muy pronto por algunos notables defensores del positivismo 
lógico, como Otto Neurath, sino que este mismo positivismo lógico era hasta 
cierto punto en la Europa Central de entreguerras una corriente filosófica mar-
ginal, y otras corrientes más dominantes, como la fenomenología de Edmund 
Husserl y Max Scheler, la sociología del conocimiento de Karl Mannheim y el 
neokantismo de Ernst Cassirer, la teoría “psicoanalítica” de la ciencia de Gaston 
Bachelard en Francia, o el pragmatismo de John Dewey en los Estados Unidos, 
todas ellas habían asumido en mayor o menor medida la esencial relatividad 
del conocimiento científico con respecto a las condiciones culturales, sociales 
o económicas de cada época, si bien esta asunción se había llevado a cabo 
más a partir de una posturas filosóficas determinadas que mediante un estudio 
sistemático de la historia de la ciencia. Dentro de este contexto, el empirismo 
lógico tuvo la suerte de ganar la adhesión de la mayor parte de los filósofos de 
la ciencia de Estados Unidos inmediatamente después de la Segunda Guerra 
Mundial, pero ni mucho menos puede llegar a considerarse como una “ortodo-
xia” temporal en la historia de la Filosofía de la Ciencia. Así, una representación 
gráfica medianamente realista de dicha historia en la segunda mitad del siglo 
XX sería, por lo tanto, mucho más confusa que la que se muestra en la figura 
1, pues contendría numerosos enfoques más o menos relacionados entre sí, y 
tan mezclados en algunos puntos que sería difícil reconocerlos como escuelas 
autónomas.
3. La historia de la ciencia y la filosofía de la ciencia sobre el desa-
rrollo de la ciencia. una visión panorámica
 Sea como sea, el hecho es que desde los años sesenta hubo un creciente interés 
por la Historia entre los filósofos de la ciencia, si bien la pretendida “Revuelta 
Historicista”, más que dar un cambio completo de rumbo a los intereses,proble-
mas y perspectivas de la disciplina, se limitó a introducir en ella nuevos temas y 
nuevos enfoques sin eliminar los que ya existían, aunque afectándolos en mayor 
o menor medida. Entre los problemas más importantes que se suscitaron debido 
a este creciente interés podemos señalar el de la objetividad del conocimiento 
científico, el del progreso de la ciencia y el de su racionalidad, cualidades que 
casi todos los filósofos de la ciencia, tanto fuera como dentro del empirismo 
lógico, habían dado por sentadas anteriormente, y que ahora se convirtieron en 
cuestiones de intensa disputa. El análisis de estos problemas hacía más razonable 
el uso de argumentos derivados de la historia de la ciencia (bien que entre otras 
clases de argumentos), y por este motivo se suscitó desde finales de los sesenta 
una literatura más o menos voluminosa sobre “las relaciones entre la Historia 
de la Ciencia y la Filosofía de la Ciencia”. A continuación resumiré algunas de 
las posiciones más importantes sostenidas a lo largo de dicho debate.
 Una de las primeras obras en las que se experimentó el choque entre la Historia 
de la Ciencia y la Filosofía de la Ciencia fue el libro de Joseph Agassi titulado 
LA CONTABILIDAD INTELECTUAL EN LA ERA DEL CONOCIMIENTO
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Towards an Historiography of Science (1963). En ese libro, el conocido discípulo 
de Popper criticaba la mayor parte de las obras de historia de la ciencia enton-
ces existentes por estar basadas, desde su punto de vista, en imágenes falsas 
del método científico, como eran el inductivismo y el convencionalismo. Esto 
supone que los trabajos de los historiadores de la ciencia cometerán un doble 
error: por una parte, al imaginar (equivocadamente) que los grandes científicos 
del pasado han seguido uno de esos dos métodos, no acertarán a reconstruir 
el proceso del desarrollo del conocimiento tal como realmente sucedió (por 
ejemplo, tenderán a ignorar, por no ser capaces de percibir su importancia, las 
continuas disputas metodológicas entre los científicos); por otra parte, al inten-
tar emplear esas mismas (y defectuosas) metodologías como historiadores, no 
conseguirán elaborar teorías verdaderamente interesantes y exitosas sobre la 
historia de la ciencia. Agassi, en cambio, intenta utilizar la hipótesis de que los 
científicos han seguido más o menos la metodología falsacionista, en el sentido 
de que sus experimentos y observaciones no fueron realizados como una mera 
búsqueda de hechos, sino como contrastaciones de teorías, y afirma que, con 
esta metodología, es posible porducir investigaciones historiográficas mucho 
más relevantes. Un curioso paralelismo entre la obra de Agassi y la de Kuhn es 
que, mientras esta última hizo que muchos filósofos de la ciencia considerasen 
importante la Historia, la primera intentaba demostrar que los historiadores de 
la ciencia debían emplear de un modo consciente los resultados de la Metodo-
logía.
 La obra de Agassi fue duramente criticada en el libro del historiador Maurice 
Finocchiaro, History of Science as Explanation (1973). Su argumento parte de la 
distinción entre dos tipos de obras en Historia de la Ciencia, a saber, las descrip-
tivas y las explicativas. Las primeras se limitan a acumular hechos relevantes, sin 
pretender ofrecer interpretaciones muy profundas de los mismos, y su función 
principal es la de servir como fuente de referencias. Las segundas, en cambio, 
intentan explicar por qué los científicos del pasado actuaron como lo hicieron. 
El primer tipo de obras no necesitaría estar basado en ninguna concepción filo-
sófica; las del segundo tipo, en cambio, habrán de basarse principios a partir de 
los cuales generar las explicaciones. Finocciaro argumenta que muchos de estos 
principios difícilmente se encontrarán en las teorías metodológicas mencionadas 
por Agassi, todas las cuales se ocupan más del “contexto de justificación” que del 
“contexto de descubrimiento”, que es el que centra la antención del historiador. 
Por ejemplo, el esquema popperiano de “conjeturas y refutaciones” no es tanto 
una estructura lógica en la mente de los científicos reales de la historia, sino una 
estructura en la mente del filósofo, que en ocasiones puede confundir más que 
iluminar los hechos históricos. Además, incluso cuando ciertos principios de una 
metodología son útiles para explicar la conducta y las creencias de un científico, 
eso no implica que los principios de otra metodología rival no puedan ser igual 
de útiles en otros casos, con lo que el historiador no debe elegir entre las diversas 
metodologías, sino que puede y debe utilizarlas todas. Finocchiaro afirma inclu-
so que el conocimiento de la ciencia contemporánea, y no sólo el de la filosofía 
actual de la ciencia, puede llegar a ser perjudicial para el historiador, pues este 
conocimiento (al estar por lo general mucho mejor justificado que el de épocas 
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anteriores) puede impedirnos entender los verdaderos procesos de razonamiento 
de los científicos del pasado.
 En su contribución al simposio del que surgió el ya citado e influyente libro La 
estructura de las teorías científicas, editado por Suppe, el conocido historiador 
de la ciencia I. B. Cohen criticaba el uso que los filósofos suelen hacer de los 
ejemplos históricos, en parte por extrapolar categorías científicas y metodo-
lógicas actuales al pensamiento de los científicos de otras épocas, y en parte 
por no estar lo suficientemente preocupados de determinar si esos ejemplos 
son realmente correctos desde el punto de vista histórico. Por otro lado, “los 
filósofos”, afirma, “se sirven de la historia para dotar a sus afirmaciones de 
contenido empírico, o al menos para encontrar ejemplos en el mundo de la 
ciencia (tal y como se la ha practicado de hecho) que sirvan para ilustrar una 
tesis propia o para refutar alguna opuesta”; y añade que “es evidente que para 
este objetivo resulta más útil la historia verdadera que la falsa”. En cambio, el 
historiador no tiene este tipo de prejuicios filosóficos a la hora de realizar sus 
investigaciones, y él se ocupa de averiguar, en la medida de lo posible, qué 
era lo que realmente pensaban los científicos del pasado, o qué influencias 
recibieron y ejercieron de hecho, sin preocuparse, por lo general, de establecer 
tesis generales sobre el proceso de investigación científica. Además, aunque 
no niega que la Filosofía de la Ciencia puede aportar conceptos útiles para 
el historiador, Cohen no piensa que la mayor parte de los historiadores de 
la ciencia se vayan a beneficiar mucho si dedican una parte de su esfuerzo a 
convertirse en expertos en Metodología, pues la mayor parte de la literatura 
de dicha disciplina existente hasta finales de los sesenta era muy difícilmente 
aplicable de forma directa a la investigación histórica. Además, muchos casos 
en los que obras de Historia de la Ciencia han sido elaboradas desde ciertos 
presupuestos filosóficos muestran que, al rechazarse o pasar totalmente de moda 
las filosofías que las iluminaron, resulte “difícil, si no imposible, leer esas obras 
hoy con algún provecho”. En general, para comprender el pensamiento de un 
científico, sería mucho más importante estar al corriente de la filosofía general 
y la filosofía de la ciencia de su época que estar familiarizado con la filosofía 
de la ciencia contemporánea. Por contra, en su comentario a este artículo de 
Cohen, Peter Achinstein indicaba que difícilmente puede un historiador averi-
guar qué tipo de razonamientos hicieron los científicos del pasado si no tiene 
unas nociones claras, proporcionadas básicamente por la filosofía de la ciencia, 
de cuáles son los tipos posibles de razonamiento científico y lo ignora casi todo 
sobre la validez y aplicabilidad de cada uno.
 Posiblemente la contribución más relevante a la literatura sobre las relaciones 
entre la Historia y la Filosofía de la Ciencia fue el artículo de Imre Lakatos

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