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Análisis de la obra literaria María Jesús Para este análisis he escogido la novela María Jesús del escritor ecuatoriano Medardo Ángel Silva. Analizaremos el contexto histórico y la construcción de este relato. María Jesús empieza a ser publicada por entregas en las páginas de El Telégrafo, diario al que entra a trabajar Medardo como editor, además se enmarca en la transición entre romanticismo y modernismo. Llamaremos a este narrador, voz lírica. ¿Por qué?, porque a pesar de estar estructurada a manera de relato, la voz de quien nos los cuenta tiene las características de un poeta. La lírica es la carta de presentación del personaje masculino. Básicamente es la forma en que él habla y en que transmite su observación. La narrativa no pierde su objetivo, sigue siendo el arte de contar cómo se desenvuelven los acontecimientos a lo largo de la novela con una mirada plagada de subjetividad. Subjetividad que hace que dentro de la narración encontremos los profundos estados de ánimo del narrador, recreación de ambientes, y remembranza del pasado. Es por eso que yo creo que al fusionarse ambos géneros se logra definir la personalidad de este poeta. Así es, como anteriormente dije, el personaje del poeta tiene una personalidad y el autor no sólo se conforma con tildarlo de poeta, sino que ha usado su genialidad para contar una historia. La novela se divide en diez capítulos bien marcados y una dedicatoria. En cada uno de los capítulos podemos ver que tiene una intensión diferente, y cada uno nos muestra esta mixtura que mostraban los modernistas en cuanto a la experimentación entre los límites del romanticismo y los de su corriente. La semántica de cada capítulo es variopinta. En el primero se nos muestra a un hombre triste que vuelve al campo y lo dibuja como una tierra de paz y gozo en comparación con lo tumultuoso de la ciudad, que da malos hombres. Éste nos muestra al campo no como un mero pretexto ornamental sino que la intención deviene en mostrarnos una escenografía con actores activos y fuertemente construidos: gente de corazón amplio, de buenos procederes, etc. En el segundo capítulo la voz nos sigue diciendo la bienaventuranza de estar en el campo y compartirlo con gente de espíritu noble y alegre. La voz lírica se muestra al mismo nivel e incluso se esconde el puesto importante que ostenta en la ciudad. En la tercera parte se da a la presentación de esta hermosa mujer, de la que la voz narrativa queda enamorada. Es decir que, el hablante de la historia empieza a relatarnos con más intensidad. La lírica deja de ser un pretexto para dibujar el paisaje y las costumbres del pueblo para concentrarse en una interpelada. Nos cuenta la triste y gloriosa historia de su familia y nos da pista de cómo es la niña. Finalmente la voz narrativa nos dice desde su interioridad que se está enamorando de María Jesús: – ¿Cómo te llamas? –le pregunté. – ¿No se acuerda, señor no se acuerda de María Jesús? – ¡Oh, sí: María Jesús, sí! ¡Qué crecida! ¿Sabes? Estás bonita. María Jesús sonrió.1 El cuarto capítulo se desenvuelve con más cercanía entre los dos personajes. El mundo se reduce para que nos enfoquemos como es el tratamiento del amor desde el punto de vista del narrador; podemos ver una escena nocturna cargada de un amor reprimido y de una melancólica tristeza. Se nos dice que este protagonista narrador está en la sala mientras le llegan partituras para piano y el en una arrebato místico comienza a tocar una nocturna y al terminar ve a su amada llorando y le pregunta que le sucede, esto como una demostración de que las almas todas las almas son sensibles a la belleza y a la emotividad de las artes, en este caso la de la, música. – ¿Qué tienes?... Y ella volviendo a mí los ojos, rebosantes de infinito, me acarició con su negra mirada: –No sé... es que esa música hace dar una penita –dijo, y se inclinó llorando.2 Hasta ahí la pareja no tiene ningún problema para evitar consumar su amor. María Jesús muere al caer de un barranco al querer “alcanzar las estrellas”. Sin duda alguna, esta escena es impactante porque hasta la estrofa IX parece que el amor se desenvuelve con naturalidad. El incidente de la muerte de María Jesús, si bien es Felipe Soriano Moncayo 2Do Bachillerato determinante para que el narrador retome ese carácter romántico de “sufrir por amor”, más bien le da un estado de paz y a través de un “envío” expresa todo lo que sufrió por amor y ahora sufre. En cuanto la significación podemos ver que a lo largo del cuento se nos dan metáforas, que sugieren imágenes elaboradas, algo que es propio del romanticismo. En la primera parte podemos ver como se personifica a ese campo nocturno; si bien es de noche, es una noche donde la naturaleza es benevolente... Y la voz dulcificada por el viento que arrulla el platanal y rige el cabeceo de las palmas, se hundirá en el silencio nocturno como una queja de pájaro herido y rodará como una lágrima sobre el rostro de la noche azul y dorada...3 El texto se verá dominado por esta intención bucólica en donde el campo trae alegrías en el alma; pues está lleno de gente buena y sencilla. También trae el amor en la figura de María Jesús. Además vemos como los protagonistas se dejan llevar por sus sentimientos. Pero también podemos ver rasgos modernitas en la obra de Silva.es modernista por que se nos presenta esta escena bucólica ideal, una imagen para nada real del campo ecuatoriano; es una imagen exotista que busque en el lector una sensación de escapismo de querer ir a este idílico jardín. Si bien es un cuento de campo el lenguaje es manejo de una manera muy cultista “Clarín del gallo anunciador del alba; sonrisa de oro del sol sobre el mugido, patriarcal del buey en cándida evocación betlemita”4 como vemos en esta cita, el lenguaje está cerca al cultismo. Y el cultismo no solo se ve en el lenguaje sino también en los referentes, como lo veremos a continuación “Acababan de traerme un encargo de piezas de mis autores favoritos: Grieg, Chopin, Brahms, dulces aliviadores de mis nostalgias juveniles.”5 es que se manejan todo tipo de referentes y la ambientación elitista ya que vemos al protagonista tocando un piano de cola en la sala de la casa de hacienda. El arte está muy vinculado ya que existen tanto referentes de instrumentos como de composiciones como se puede ver en la cita anterior. Medardo ya esboza características de las vanguardias pues como veremos en la siguiente nota existe una especie de flujo de conciencia: No sé qué embriaguez de mi propia emoción me poseía y mi misma torpeza ejecutante, vencida por arrebato inspirado, hallaba extrañas pulsaciones y desconocidos acentos para interpretar, la melancolía desoladora del poeta del clavicordio.6 María Jesús es un relato con poder narrativo que ofrece los datos descriptivos, pero con una voz lírica inquieta y majestuosa que no se detiene en una mirada panorámica sino que trata de pintar siempre sus estados de ánimos, el amor, la tristeza; los tópicos se ven transformados y parecen pertenecer a un mundo aparte; siempre con esta visión de nocturnidad y la muerte a cada paso. Presentando el campo como en una égloga, como una especie de nocturno locus amenus. Felipe Soriano Moncayo 2Do Bachillerato María Jesús (Breve novela campesina) (1918) Escrita Medardo Ángel Silva Dedicatoria A José Eduardo Molestina Amigo: Tengo el alma como un búcaro lleno de florecillas de nuestros campos; de ellas tomo la que es más querida: una violeta color de ojera, regada por el llanto de una emoción inolvidable. Acéptala. Y cuando vuelva a su reino mi espíritu desterrado en el mundo, deshoje sus pétalos y aspire en ellos el doloroso perfume de mi recuerdo. Medardo Ángel –I– Vuelvo a vosotros –campos de mi tierra– malherido del alma, huyendo al tumulto de la ciudad en que viven los malos hombres que nos hacen desconfiadosy las malas mujeres que nos hacen tristes. En una curva de mi camino detengo el paso doloroso para evocaros, tierra de promisión digna de las dulces cañas de la égloga. A esta hora crepuscular en que os evoco, estaréis, húmedas campiñas olorosas a yerba buena y alfalfa, goteada de rocío preparando vuestras maravillosas escenografías de ocaso, para el rojo drama del poniente: la decapitación del rey solar tras la guillotina de los cerros. Y luego, cuando baja la noche su telón de seda estrellada y huele a mango y tamarindo la brisa suave de plumones de garza, y trasciende su dulzura el chirimoyo y se evaporan los floridos naranjos, tú, solemne. campo del anochecer, estarás atento al músico río que habla, con voz enronquecida de cangagua, sibilinas palabras y a la flauta del sapo que estrena, plateado de luna, su levita verde y al violín que rasca el grillo que hospedan los gamalotes y al pito del chaguiz burlón. Acaso irá, bordeando la vega, un peón que canta una de esas canciones, sencillas y tristes que hablan de amores, de besos, de sangre. Y la voz dulcificada por el viento que arrulla el platanal y rige el cabeceo de las palmas, se hundirá en el silencio nocturno como una queja de pájaro herido y rodará como una lágrima sobre el rostro de la noche azul y dorada... ¡Bendita, verde tierra, que fuiste caricia para mis ojos y reposorio y balsámico aceite para mi corazón! Dame la ingenua paz del espíritu, la santa sencillez del alma, la claridad de tus albas que sonrosan los cielos del color de las mejillas adolescentes, la transparencia de tu río que se enrosca a manera de musculoso brazo y te oprime, besándote. Y que, un día, retorne a ti, cuando esté mi cuerpo maduro para la eterna cosecha, y me lleven a dormir el largo sueño en el herboso cementerio del pueblo; y que de mi carne dolorida brote, después, un ramo alegre de florecillas de los campos, en cuyos cálices beban las gotitas del cielo, las irisadas mariposas campesinas y los agrestes pájaros... –II– Como una garza, albeaba en la verdura de las palmas y el oro bruñido de los anchos platanales, la casa de la hacienda. Era en un recodo del río donde el agua tenía apariencias de ondulado surá verde, a la sombra tembladora de las ramas. Como un beso de bienvenida oreó mi rostro el viento de campesino aroma; las rejeras reboneaban copiando en sus grandes ojos húmedos, la calma de los campos y, viéndolas, comprendí el sonante verso de Carducci: «il divino dei pian silenzo verde». Al saltar me rodearon los curtidos rostros de los peones familiares; eran viejos amigos y más de uno me llevó en el arzón de su montura; cuando yo era un niño y tenía ojos alegres como estrellas de mayo y una risa tan sonora como un cascabel; y no era un melancólico. Cordial, vino a mí don Simón, el mayordomo: ¡Pero este hombre! –decíame, sonriendo, el bonachón; y, en secreto: «Sé que escribe en los periódicos»... Y yo incliné la cabeza, confundida, en confesión de mi falta... Felipe Soriano Moncayo 2Do Bachillerato –III– Clarín del gallo anunciador del alba; sonrisa de oro del sol sobre el mugido, patriarcal del buey en cándida evocación betlemita; dulzor acariciante de la brisa mañanera; y las perlas del agua sobre el raso verdeante de la campiña; y la flauta del azulejo que cantaba, balanceándose en retorcido algarrobo; y los hombres rudos, con el machete en la cintura, en raudos potros de alegres relinchos; y la leche de azulada espuma tibia, olorosa a maternales ubres de la rejera que se acababa de ordeñar; y el gemido obstinado del ternerito que pedía su lactación; y la mórbida, la cebosa blancura, con estrías de oro, del suche que decoraba mi ventana; ¡y el sentir del alma como un nido de pájaros...! ¡Oh, mañanas divinas del campo, en la primavera...! Como me saludaran despierto a esta hora temprana, alguien llamó a mi puerta. Era una mocita morena, bien garrida; traíame oloroso desayuno y diome los buenos días con voz musical de fresca resonancia. – ¿Cómo te llamas? –le pregunté. – ¿No se acuerda, señor no se acuerda de María Jesús? – ¡Oh, sí: María Jesús, sí! ¡Qué crecida! ¿sabes? Estás bonita. María Jesús sonrió. Y recordaba: esta María Jesús tenía una historia; era hija de un revolucionario, un montonero bravo como un tigre y una señorita primogénita de rico hacendado. Un día murió la madre –veinticinco años, trenzas rubias, ojos tristes, frente lunar y empalidecida de una enfermedad ignorada– . . una noche murió el padre, luchando en la maraña palúdica, luchando contra los hombres del gobierno –o su gente– quemó la hacienda, destrozó los sembríos y mató las reses que no pudo pillar: había hecho justicia. María Jesús tenía entonces 15 años, lindos como quince rosas; los ojos negros de mirar hondo y triste; la tez morena de manzana madura y el pelo azuleante de lo negro, y la boca sensual del progenitor audaz y bravo, y los senos duros como frutos verdes, estrujados en el vestido blanco, limpísimo... Y esta sed de amor, esta fiebre maldita que se consume sin tregua, que arde inextinguible, hoguera alimentada por mi propio corazón, hizo inclinar mi alma sobre el cristal diáfano de su alma cándida; y pregúntele, ya temblando la voz con el divino –con el mil veces sabido y deseado– temblor de la pasión recién nacida: –Y tú ¿me recuerdas?... –IV– Tras el bosque dormido la Noche avanzaba, extendiendo sobre los campos silenciosos la sombra de sus grandes alas azules, salpicadas de astros. En la antigua sala, que tuvo en pretéritos días, rurales elegancias, el viejo Pleyel cubría un rectángulo. Acababan de traerme un encargo de piezas de mis autores favoritos: Grieg, Chopin, Brahms, dulces aliviadores de mis nostalgias juveniles. María Jesús, con un enorme ramo de flores, entró luciendo su fresca sonrisa y su moño lila y sus ojos húmedos siempre, como un cielo estrellado de otoño, tras la lluvia. En el viejo vaso de porcelana azul –donde un mandarín, bajo minúsculo cerezo florido, muequeaba con bizarra actitud decapitante, en kimono de oro y negro– las Flores temblaban como estremecidas aún de dolor de haber abandonado sus ramas. Por la ventana una llovizna de ópalo diluido se venía del campo, y María Jesús anunció: – ¡La luna!... Y la cola felpuda del gato señaló el rostro empolvado de la reina fantasma que adelantaba arrastrando la túnica de algodón de una rizada nube. Carraspeó, afuera, el grillo, y un azulejo probó su flautín en dos largos trémolos... Yo sentía en mi alma un dulce peso de lágrimas y emoción contenida. Como un ensayo pulsé en la bemol y a la presión del índice la cuerda se quejó en largo suspiro metálico... Era un divinoNocturno Op. 9 del celeste mago de Polonia. No sé qué embriaguez de mi propia emoción me poseía y mi misma torpeza ejecutante, vencida por arrebato inspirado, hallaba extrañas pulsaciones y desconocidos acentos Para interpretar, la melancolía desoladora del poeta del clavicordio. La noche estrellada sobre los campos ahítos de silencio... la luna, desnuda como una blanca emperatriz, divina de impureza, en el triclinio azul del profundo cielo..., y aquel perfume de naranjos en flores... y aquel pájaro burlesco, trasnochador, cantante, que retornaba al nido silbando el leitmotiv de su agreste ópera... y aquel piano antiguo, evocador de pretéritas sonoridades, rozado por unos dedos trémulos y aquel Nocturno de encanto que vence toda expresión verbal, en una noche, en el campo, ¡bajo la luna! Felipe Soriano Moncayo 2Do Bachillerato Terminado el poema, estremecido de no sé qué sueños, volvime hacia mi dulce amiga: yacía en la penumbra violeta de la sala, cerca del balcón, y la luna le hacía un halo de santa, y su gracia leve sugería vírgenes empalidecidas de Boticcelli o Burne Jones; o bien aquella Beata Beatrix del extático prerrafaelita inglés Dante Gabriel Rossetti; Y sus manos de rosa transparentecubrían su rostro inclinado en un escorzo de llanto y su cuerpo temblaba como una gran magnolia movida por el viento. Interroguela tímido: – ¿Qué tienes?... Y ella volviendo a mí los ojos, rebosantes de infinito, me acarició con su negra mirada: –No sé... es que esa música hace dar una penita –dijo, y se inclinó llorando. Guayaquil, enero de 1918 Felipe Soriano Moncayo 2Do Bachillerato
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