Logo Studenta

Adelanto-Piense-y-hagase-rico

¡Este material tiene más páginas!

Vista previa del material en texto

PIENSE Y HÁGASE RICO
Copyright © 2018 - Taller del Éxito - Napoleón Hill
Copyright © 2018 Reservados todos los derechos. Ninguna parte de esta pu-
blicación puede ser reproducida, distribuida o transmitida por ninguna forma o 
medio, incluyendo: fotocopiado, grabación o cualquier otro método electrónico o 
mecánico, sin la autorización previa por escrito del autor o editor, excepto en el 
caso de breves reseñas utilizadas en críticas literarias y ciertos usos no comerciales 
dispuestos por la Ley de Derechos de Autor.
Exclusión de responsabilidad y garantía: esta publicación ha sido diseñada para 
suministrar información fi dedigna y exacta con respecto al tema a tratar. Se vende 
bajo el entendimiento de que el editor no participa en suministrar asistencia legal, 
contable o de cualquier otra índole. Si se requiere consejería legal u otro tipo de 
asistencia, deberán contratarse los servicios competentes de un profesional.
Publicado por: 
Taller del Éxito, Inc.
1669 N.W. 144 Terrace, Suite 210 
Sunrise, Florida 33323
Estados Unidos
www.tallerdelexito.com
Editorial dedicada a la difusión de libros y audiolibros de desarrollo
y crecimiento personal, liderazgo y motivación.
Corrección de estilo: Ana Caicedo 
Diagramación y diseño de caratula: Carla Bórquez Carrillo
ISBN: 978-1-60738-489-2
Printed in Mexico
Impreso en México
18 19 20 21 22 R|MF 19 18 17 16 15
CONTENIDO
Prefacio
7
Introducción
Los pensamientos son cosas
17
Capítulo I
Deseo: Primer paso hacia la riqueza
33
Capítulo II
Fe: Paso segundo hacia la riqueza
51
Capítulo III
Autosugestión: Paso tercero hacia la riqueza
73
Capítulo IV
Conocimientos especializados: Paso cuarto hacia la riqueza
81
Capítulo V
Imaginación: Paso quinto hacia la riqueza
97
Capítulo VI
Planeamiento organizado: Paso sexto hacia la riqueza
111
Capítulo VII
Decisión: Paso séptimo hacia la riqueza
157
Capítulo VIII
Persistencia: Paso octavo hacia la riqueza
171
Capítulo IX
Poder de la “mente maestra”: Paso noveno hacia la riqueza
191
Capítulo X
Misterio de transmutación sexual: Paso décimo hacia la riqueza
199
Capítulo XI
El subconsciente: Paso undécimo hacia la riqueza
223
Capítulo XII
El cerebro: Paso duodécimo hacia la riqueza
233
Capítulo XIII
El sexto sentido: Paso decimotercero hacia la riqueza
241
Capítulo XIV
Los seis fantasmas del miedo
251
7
 PREFACIO
E n cada una de las partes de este libro menciono el secreto que ha hecho la fortuna de cientos de hombres extraordinaria-
mente ricos, a quienes he analizado cuidadosamente durante un 
largo periodo de años.
Esto llegó a mi conocimiento a través de Andrew Carnegie 
hace más de medio siglo. Aquel encantador anciano escocés lo 
introdujo descuidadamente en mi cerebro cuando yo era un mu-
chacho. Después se reclinó en su sillón parpadeando alegremente 
y observándome con atención a fin de ver si yo poseía el suficiente 
raciocinio para comprender el significado de lo que acababa de 
decirme.
Cuando verificó que yo había asimilado la idea, me preguntó si 
estaría dispuesto a emplear veinte años o más de mi vida en pre-
pararme a fin de transmitir al mundo tal mensaje, a los hombres 
y mujeres que, sin la posesión de tal secreto, caminarían eterna-
mente a través de la vida fracasando. Prometí que lo haría, y con la 
cooperación del señor Carnegie he mantenido mi promesa.
El presente libro contiene un secreto puesto en práctica por 
miles de personas en casi todos los caminos de la vida. 
8
Piense y hágase rico
Fue idea del señor Carnegie; el que la fórmula mágica que le 
proporcionó a él una estupenda fortuna, debía colocarse al alcance 
de la gente que no dispone de tiempo para investigar cómo los 
hombres hacen dinero. Carnegie también tenía la esperanza de 
que yo pudiera probar y demostrar la seguridad de la fórmula me-
diante la experiencia de hombres y mujeres de todas clases. 
El señor Carnegie, consideraba que la fórmula debía enseñarse 
en las escuelas públicas y universidades, y expuso la opinión de 
que si se enseñaba y explicaba debidamente, revolucionaría todo 
el sistema de educación en tal forma que el tiempo transcurrido en 
la escuela podría reducirse a la mitad.
La experiencia con Charles M. Schwab, y otros jóvenes de ese 
estilo, convenció al señor Carnegie de que gran parte de lo que 
se enseña en las escuelas no tiene valor alguno en relación con el 
negocio de ganarse la vida o de acumular riquezas. Había llegado 
a esta decisión tras tener en su negocio a un joven tras otro, mu-
chos de ellos con poca educación, y al entrenarlos en el uso de esta 
fórmula, había desarrollado en ellos un liderazgo poco común. Es 
más, su entrenamiento hizo fortunas para cada uno de aquellos 
que siguieron sus instrucciones.
En el capítulo sobre la Fe, usted leerá la asombrosa historia de 
la organización de la United States Steel Corporation, y cómo se 
concibió y llevó a cabo por uno de los jóvenes con el cual el señor 
Carnegie demostró que su fórmula daría perfectos resultados “a 
todos cuantos la sigan”. Esta sencilla aplicación del secreto efec-
tuada por Charles M. Schwab, le proporcionó una enorme fortu-
na, tanto en dinero como en oportunidades; produjo seiscientos 
millones de dólares. 
 Todos estos eventos, bien conocidos por casi todas las personas 
que tuvieron amistad con el señor Carnegie, le darán una buena 
idea de lo que la lectura de esta obra puede otorgarle siempre y 
cuando usted “sepa lo que quiere”.
9
Napoleón Hill
El secreto pasó a manos de miles de hombres y mujeres que lo 
emplearon para su beneficio personal y como el señor Carnegie 
había proyectado que se realizara. Algunos de esos hombres y mu-
jeres hicieron grandes fortunas. Otros emplearon el secreto para 
conseguir la armonía en sus hogares. Un clérigo lo usó con tanta 
eficacia que le produjo unos ingresos superiores a los setenta y 
cinco mil dólares al año.
Arthur Nash, un sastre de Cincinati, usó su negocio, casi en 
plena bancarrota, como conejillo de Indias para probar la fórmu-
la. El negocio cobró nueva vida y proporcionó una gran fortuna a 
sus propietarios; cabe anotar que todavía es floreciente aun cuan-
do el señor Nash ya haya desaparecido. El experimento resultó un 
caso único, tanto que los periódicos y revistas se gastaron más de 
un millón de dólares en publicidad laudatoria. 
El secreto también pasó a manos de Stuart Austin Wier, de Da-
llas, Texas. Estaba tan dispuesto a seguir la fórmula, que abandonó 
su profesión y estudió leyes. ¿Tuvo éxito? La historia también se 
relata en este libro.
Compartí el secreto a Jennings Randolph, el día en que se gra-
duó de la universidad, y lo ha utilizado con tanto éxito que ahora 
está cumpliendo su tercer mandato como miembro del Congreso, 
con una excelente oportunidad de seguir utilizándolo hasta que 
quizá lo lleve a la Casa Blanca.
Esto sucedió en la época en que yo trabajaba como jefe de pu-
blicidad del proyecto de expansión para la Universidad La Salle. 
Cuando tal universidad no tenía más que el nombre, tuve el privi-
legio de ver a J. G. Chapline, presidente de la Universidad, echar 
mano de la fórmula con tanta eficacia, que hizo de La Salle una de 
las escuelas más extendidas por toda la nación.
El secreto a que me refiero se menciona no menos de cien veces 
en este libro.
10
Piense y hágase rico
No es nombrado directamente, ya que parece causar más efecto 
si simplemente se descubre y queda a la vista para que lo recojan 
aquellos que están preparados para buscarlo. A eso se debe que el 
señor Carnegie me lo fuera revelando de manera tan calmada y sin 
indicarme su nombre específico.
Si usted está dispuesto a emplearlo, lo reconocerá por lo menos 
una vez en cada capítulo. 
Me encantaría tener el privilegio de decirle a usted cómo lo 
conocerá si se halla dispuesto a recibirlo bien, pero ello le privaría 
de gran parte de los beneficios que obtendrá cuando hagael des-
cubrimiento por su propia cuenta.
Mientras escribía este libro, mi hijo, que entonces terminaba su 
último año de universidad, tomó el manuscrito del capítulo dos, 
lo leyó, y descubrió el secreto por sí mismo. Usó la información 
de forma tan efectiva, que obtuvo directamente un puesto de gran 
responsabilidad, con un sueldo inicial mayor que el que un hom-
bre promedio llega a ganar. Su historia se describe brevemente en 
el capitulo dos. Cuando lo lea, quizá se olvide de cualquier sen-
sación que pudo haber tenido al principio, de que quizá el libro 
“prometía demasiado”.
Si durante algún momento usted se ha desanimado, si ha te-
nido dificultades que vencer y casi le han arrancado el alma de 
cuajo, si usted ha luchado y fracasado, si siempre se ha visto en 
desventaja a causa de enfermedad o sufrimiento físico, la historia 
del descubrimiento de mi “hijo” y el uso de la fórmula Carnegie, 
acaso sean el oasis que se alce en ese desierto de la esperanza per-
dida que usted ha buscado tanto.
Este secreto, fue profusamente empleado por el Presidente Woo-
drow Wilson durante la Primera Guerra Mundial. Se transmitió a 
cada soldado que luchó en la guerra, cuidadosamente envuelto en la 
formación que recibieron antes de partir para el frente. El Presiden-
te Wilson me dijo personalmente que constituía un fuerte factor en 
la colecta de fondos que se necesitaban para la guerra.
11
Napoleón Hill
Hace más de veinte años, el Honorable Manuel L. Quezon (en-
tonces Comisionado Residente de las Islas Filipinas), fue inspirado 
por el secreto para conseguir la libertad de su pueblo. Así, ganó la 
libertad de las Filipinas, y es el primer presidente del estado libre.
Hay algo particular que rodea a este secreto y es que quienes lo 
adquieren una vez y lo utilizan se sienten a sí mismos literalmen-
te impulsados hacia el éxito. Si usted pone esto en duda, preste 
atención a los nombres de aquellos que lo han utilizado allí don-
dequiera que se mencionan. Compruebe usted mismo sus antece-
dentes y se convencerá.
¡No existe cosa semejante a dar algo por nada!
El secreto al cual me refiero no puede adquirirse sin un precio 
aun cuando este sea muy inferior a su valor. No podrá comprarse a 
ningún precio por aquellos que no lo busquen intencionadamente. 
No puede regalarse ni tampoco puede adquirirse con dinero, por la 
sencilla razón de que está formado de dos partes. Y una de ellas ya se 
halla en posesión de quienes están dispuestos a obtenerlo.
El secreto es útil para todos los que están dispuestos a recibirlo. 
La educación nada tiene que ver con ello. Muchísimo antes de que 
yo naciese, el secreto había encontrado su camino para ir a parar a 
manos de Thomas A. Edison, y él lo empleó tan inteligentemente, 
que se convirtió en el primer inventor del mundo entero aunque 
solo había ido a la escuela tres meses.
Posteriormente, el secreto pasó a Edwin C. Barnes, socio in-
dustrial del señor Edison. Él lo utilizó de manera tan efectiva que 
aunque únicamente ganaba entonces doce mil dólares al año, acu-
muló una gran fortuna y se retiró de los negocios activos siendo 
todavía joven. Esta historia la encontrará usted al principio del 
primer capítulo, le convencerá de que la riqueza no está fuera de 
su alcance, que usted todavía puede ser lo que desea ser, y que el 
dinero, la fama, el reconocimiento y la felicidad pueden pertene-
cer a todos cuantos se hallen dispuestos y decididos a posesionarse 
de ellos.
12
Piense y hágase rico
¿Que cómo sé yo todas estas cosas? Usted es quien debe obtener 
la respuesta antes de que termine este libro. Es posible que la en-
cuentre en el primer capítulo o incluso en la última página del libro.
En tanto realizaba esta tarea de veinte años de investigación que 
inicié a solicitud del señor Carnegie, dediqué mi atención a cien-
tos de hombres muy conocidos, muchos de los cuales admitieron 
que habían acumulado sus grandes fortunas mediante la ayuda del 
secreto de Carnegie. Entre estos hombres figuraban:
 î Henry Ford 
 î Dr. David Starr Jordan 
 î William Wrigley Jr. 
 î J. Odgen Armour 
 î John Wanamaker 
 î Arthur Brisbane
 î James J. Hill 
 î Woodrow Wilson
 î George S. Parker 
 î William Howard Taft
 î E. M. Statler 
 î Luther Burbank
 î Henry L. Doherty 
 î Edward W. Bok 
 î Cyrus H. K. Curtis 
 î Frank A. Munsey 
 î George Eastman 
 î Elbert H. Gary
 î Charles Schwab 
13
Napoleón Hill
 î Clarence Darrow
 î Harris F. Williams 
 î Dr. Alexander Graham Bell 
 î Dr. Frank Gunsaulus 
 î John H. Patterson
 î Daniel Willard 
 î Julius Rosenwald
 î King Gillette 
 î Stuart Austin Wier
 î Ralph A. Weeks 
 î F. W. Woolworth
 î Juez Daniel T. Wright 
 î Coronel Robert A. Dollar 
 î John D. Rockefeller 
 î Edward A. Filene 
 î Thomas A. Edison 
 î Edwin C. Barnes
 î Frank A. Vanderlip 
 î Arthur Nash 
 î Theodore Roosevelt 
 î Dr. Frank Crane
 î John W. Davis 
 î George M. Alexander
 î Elbert Hubbard 
 î J. G. Chapline
14
Piense y hágase rico
 î Wilbur Wright 
 î Senador Jennings Randolph 
 î William Jennings Bryan
Estos nombres representan únicamente una pequeña parte de 
los cientos de americanos bien conocidos cuyas conquistas, tanto 
financieras como de otro tipo, demuestran que quienes compren-
den y aplican el secreto de Carnegie logran una gran posición en 
su vida. No he conocido todavía a nadie que, deseando utilizar el 
secreto, no haya alcanzado un éxito notable en el terreno por él 
elegido. Tampoco he conocido nunca a ninguna persona que se 
haya distinguido en algún terreno o haya acumulado riquezas de 
cierta consideración y que no haya estado en posesión del secreto.
De estos dos hechos, saco la conclusión de que este secreto es 
más importante, como parte del conocimiento esencial para la 
autodeterminación, que cualquier ventaja que uno pueda tener 
mediante lo que popularmente se denomina “educación”.
A fin de cuentas, ¿qué es la educación? A esta pregunta también 
se responde con todo detalle. 
A medida que usted vaya leyendo estas páginas, el secreto al 
que me refiero saltará de cualquiera de ellas ante usted, ¡si está 
usted dispuesto a recibirlo! Tan pronto aparezca lo reconocerá in-
mediatamente. Si lo recibe en el primer capítulo, o en el último, 
deténgase un momento cuando se presente y vuelque un vaso, 
pues ese momento marcará el cambio más importante de su vida.
 También recuerde, a medida que vaya leyendo, el libro se re-
laciona con hechos concretos y no con la ficción, y su propósito 
es brindar una gran verdad universal a quienes están dispuestos a 
aprender lo que han de hacer y cómo hacerlo; y aquellos también 
experimentarán el necesario estímulo para comenzar.
Finalmente, para la preparación, antes de que comience a leer 
el primer capítulo, ¿puedo brindarle una breve sugerencia o más 
bien digamos “pista” mediante la cual se podrá reconocer el secre-
15
Napoleón Hill
to del señor Carnegie? Es esta: “Todo logro, toda riqueza ganada, 
ha tenido sus comienzos en una idea”. Si usted está preparado para 
acoger el secreto, ya posee usted la mitad, por lo tanto, reconocerá 
la otra mitad en el momento que llegue a su mente.
Napoleón Hill
17
 INTRODUCCIÓN
 Los pensamientos son cosas
E fectivamente, “los pensamientos son cosas” y muy podero-sas cuando están mezcladas con firmeza de propósito, per-
severancia y un deseo ardiente de traducir todo ello en riqueza 
u otros objetos materiales. Hace algún tiempo, Edwin C. Barnes 
descubrió cuan verdadero es que los hombres “meditan y se hacen 
ricos”. Su descubrimiento no se produjo repentinamente. Llegó 
poco a poco, comenzando con un ardiente deseo de llegar a ser 
socio del gran Edison.
Una de las características del anhelo de Barnes era la “determina-
ción”. Quería trabajar con Edison, y no “para” él. Observe usted cui-
dadosamente cómo convirtió en realidad sus deseos y comprenderá 
mucho más los principios queconducen a la riqueza.
Cuando este impulso de pensamientos estalló por primera vez 
en la mente de Barnes, no se encontraba en posición de actuar 
directamente. Había dos dificultades para ello. La primera era que 
no conocía personalmente a Edison, y la segunda, que carecía de 
dinero para costearse un billete de ferrocarril hasta East Orange, 
New Jersey.
Estos inconvenientes eran suficientemente fuertes como para 
desanimar a la mayoría de los hombres a llevar a la práctica su deseo. 
¡Pero sucedía que el de Barnes no era un deseo ordinario!
18
Piense y hágase rico
Él se presentó en el laboratorio de Edison y anunció lisa y llana-
mente que se había presentado allí para tomar parte en los nego-
cios del inventor. Al hablar, años más tarde del primer encuentro 
entre Barnes y Edison, este último dijo:
“Se hallaba de pie ante mí y tenía todo el aspecto de un vaga-
bundo corriente, pero había algo en la expresión de su rostro que 
daba la impresión de que estaba firmemente decidido a conseguir 
lo que buscaba. En mis relaciones con los hombres, a través de 
años de experiencia, yo había aprendido que cuando una persona 
realmente desea una cosa tan profundamente que está dispuesta a 
apostar todo su futuro contra una simple vuelta de la rueda para 
alcanzarla, es seguro que esa persona siempre gana. Le concedí la 
oportunidad que buscaba ‘porque vi que estaba decidido a resistir 
hasta alcanzar el éxito’”.
Los acontecimientos posteriores demostraron que no se había 
cometido ninguna equivocación.
La apariencia del joven no pudo haber sido lo que le dio la 
oportunidad de trabajar en el despacho de Edison, ya que tal as-
pecto estaba en contra de él totalmente. En realidad, fue lo que 
“meditaba”.
Barnes no fue socio de Edison, naturalmente, desde un princi-
pio. Consiguió entrar a trabajar en las oficinas del inventor ganan-
do un salario normal.
Pasaron los meses. Aparentemente nada importante sucedía 
para que Barnes se acercara a su ambicionado objetivo, al deseo 
que albergaba su mente como “propósito fundamental y defini-
tivo”. Pero sí estaba sucediendo algo importante en la mente de 
Barnes. Y la cosa era sencilla... Se intensificaba constantemente su 
deseo de llegar a ser socio de Edison.
Los sicólogos han dicho correctamente que “cuando uno está 
dispuesto a hacer una cosa, se nota hasta en su aspecto físico”. Bar-
19
Napoleón Hill
nes estaba dispuesto a ser un asociado de Edison, además, estaba 
decidido a mantener su idea hasta que lograse lo que buscaba.
Jamás se dijo: “Bueno, ¿y para qué? Imagino que algún día cam-
biaré de idea y me conformaré con un buen empleo de vendedor”; 
sino que se dijo: “Vine aquí para ser socio industrial de Edison y 
llegaré a serlo aunque me muera en el empeño”. ¡Lo deseaba con 
tal fuerza! ¡Cuan diferentes serían las historias que nos relatasen 
los hombres si adoptaran propósitos firmes y se ciñesen a tales 
propósitos hasta que llegaran a convertirse en una obsesión!
Es posible que el joven Barnes no lo supiera entonces, pero su 
testaruda determinación y su persistencia en ceñirse así a un solo 
deseo eran factores que estaban destinados a barrer toda oposición 
y concederle la oportunidad que estaba buscando.
 La oportunidad llegó por la puerta trasera
Cuando se dio la oportunidad, se manifestó en forma y en di-
rección diferentes a las que esperaba Barnes. Ese es precisamente 
uno de los trucos de la oportunidad. Tiene el hábito socarrón de 
deslizarse por la puerta trasera y a menudo llega disfrazada en for-
ma de desgracia o derrota temporal. Quizá esta sea la razón por la 
cual muchísimas personas fracasan en reconocerla.
El señor Edison, recién perfeccionaba un nuevo dispositivo 
para oficinas conocido en aquella época bajo el nombre de Má-
quina dictadora Edison. Sus vendedores no estaban muy entusias-
mados con la nueva máquina. No creían que se pudiera vender sin 
realizar grandes esfuerzos.
Barnes sabía que podía vender la Máquina dictadora Edison. Se 
lo sugirió al propio Edison y pronto tuvo su oportunidad. Vendió 
la máquina. En realidad, la vendió con tanto éxito, que Edison 
le firmó un contrato para distribuirla por toda la nación. Aparte 
de esta asociación comercial, Barnes se hizo rico en dinero, pero 
20
Piense y hágase rico
también hizo algo infinitamente más grande. Demostró que uno 
realmente puede “pensar y hacerse rico”.
No tengo datos para poder asegurar lo que produjo aquel deseo 
original de Barnes. Quizá le proporcionaría dos o tres millones de 
dólares, pero la cantidad, sea cual fuere, llega a ser insignificante 
cuando se compara con el valor que Barnes adquirió en la forma 
de un conocimiento definido de que “un intangible impulso del 
pensamiento puede traducirse en recompensas materiales” me-
diante la aplicación de principios conocidos.
Barnes literalmente “pensó” en sí mismo como socio de Edi-
son, pensó en sí mismo como poseedor de una enorme fortuna. 
No tenía nada para empezar, excepto la capacidad de saber lo que 
quería y la determinación de ceñirse a su deseo hasta conseguirlo.
El hombre que abandonó demasiado pronto
Una de las causas más frecuentes del fracaso es el hábito de 
“abandonar” cuando uno es derrotado temporalmente. Creo que 
todas las personas son culpables de esto en algún instante de su vida. 
Un tío de R.U. Darby se sintió envenenado por la “fiebre del 
oro” en la época en que esa “fiebre” se había extendido por toda la 
nación. Y así partió hacia el oeste simplemente con objeto de cavar 
y hacerse rico. Nunca había oído el dicho: “Se ha extraído mucho 
más oro de los pensamientos de los hombres que de la tierra”. Él 
registró una parcela de tierra y comenzó a trabajar con pico y pala.
Tras semanas de dura labor, fue recompensado con el descubri-
miento del brillante mineral. Necesitaba maquinaria para llevar el 
mineral a la superficie. Con toda calma, volvió a cubrir la mina, 
regresó a Williamsburg, Maryland, y comunicó a sus parientes y 
amigos el descubrimiento que había realizado. Entre todos reunie-
ron dinero para adquirir la maquinaria que se necesitaba e inme-
diatamente la enviaron por vía marítima. Darby y su tío volvieron 
a la mina para trabajar en ella.
21
Napoleón Hill
La primera vagoneta de mineral se extrajo por fin y se mandó 
a un fundidor. ¡Inmediatamente quedó demostrado que poseían 
una de las minas más ricas de Colorado! Unas cuantas vagonetas 
más aclararían las dudas. Luego llegarían los grandes beneficios.
Los taladros descendieron y las esperanzas de Darby y de su tío 
subieron. Entonces sucedió algo. ¡La veta de oro había desapare-
cido! Habían llegado al final del arco iris y el oro ya no estaba allí. 
Continuaron trabajando desesperadamente intentando encon-
trar de nuevo la veta de oro; pero sin el menor éxito.
Finalmente, decidieron abandonar la empresa.
Vendieron la maquinaria a un chatarrero por unos cientos de 
dólares y tomaron el tren de regreso a casa. El hombre que acaba-
ba de adquirir toda la maquinaria llamó a un ingeniero de minas 
para que estudiara aquella mina ya abandonada y realizara unos 
cálculos. El ingeniero informó que el proyecto había fracasado 
porque sus propietarios no estaban familiarizados con las “fallas 
geológicas”. Sus cálculos demostraban que la veta de oro tenía que 
encontrarse justamente a una distancia de tres pies de donde los 
Darby habían detenido su labor. ¡Y allí fue exactamente donde se 
volvió a encontrar la veta!
El hombre ganó millones de dólares con aquella mina porque 
tuvo la prudencia de solicitar consejo a un experto antes de aban-
donar la partida.
 Bastante tiempo después de que el señor Darby se recuperase de 
sus pérdidas muchas veces, fue cuando hizo el descubrimiento de 
que el deseo puede transformarse en oro. El descubrimiento llegó 
cuando se dedicó a vender pólizas de seguros de vida.
Recordando que había perdido una fortuna por haberse deteni-
do a trespies de distancia del oro, Darby aprovechó la experiencia 
en su nuevo trabajo diciéndose “Me detuve a tres pies del oro, 
pero jamás me detendré cuando los hombres digan que no ante la 
venta de una póliza”.
22
Piense y hágase rico
Darby se convirtió muy pronto en uno de los pocos hombres 
que vendían más de un millón de dólares en pólizas de seguros 
anualmente. Debía su “testarudez” a la lección que había aprendi-
do con su “debilidad” en el negocio minero.
Antes de que el éxito llegue en la vida de un hombre, es seguro 
que ha de encontrarse con muchas derrotas temporales y quizá 
hasta con algún fracaso de importancia. Cuando la derrota abru-
ma a un hombre, la actitud más lógica y más fácil es abandonar 
todo. Eso es exactamente lo que hacen la mayoría de los hombres.
Más de quinientos hombres de los de más éxito de Norteaméri-
ca han declarado al autor de este libro que su mayor éxito lo obtu-
vieron siempre al dar un paso más allá del punto de la derrota. El 
fracaso es un bromista que posee un agudo sentido de la ironía. Le 
divierte colocar zancadillas cuando uno está a punto de alcanzar 
el éxito.
La niña que dominó a un hombre
Poco tiempo después de que el señor Darby se hubiese licencia-
do en la “Universidad de golpes duros” y decidiera aprender con 
la experiencia lograda en el negocio minero, tuvo la buena suerte 
de estar presente en una ocasión que le demostró que el “no”, no 
significaría necesariamente no.
Una tarde estaba ayudando a su tío a moler trigo en un viejo 
molino. El tío era dueño de una granja grande en la que vivían 
cierto número de obreros agrícolas de raza negra. La puerta se 
abrió suavemente y entró una niñita negra, hija de un arrendata-
rio. La pequeña atravesó el umbral de la puerta y luego permane-
ció inmóvil.
 El tío alzó la cabeza, vio a la niña y le habló, de manera un 
tanto ruda:
—¿Qué es lo que quieres?— preguntó. Tímidamente, la 
niña respondió:
23
Napoleón Hill
—Mi mamá dice que me dé usted cincuenta centavos.
—Nada de eso— replicó el tío. Y ahora vete a casa.
—Sí, señor— murmuró la pequeña. Pero no se movió de su 
sitio.
El tío continuó en su trabajo, tan entretenido, que no prestó 
mucha atención a la pequeña, que aún no se había ido. Cuando 
volvió a alzar la cabeza y la vio allí, le gritó:
—¡Te dije que te fueras a casa! Ahora, vete... o te daré unos 
azotes.
La niña replicó:
—Sí, señor.
Pero no hizo el menor movimiento para marcharse.
El tío dejó caer al suelo un saco de grano que estaba a punto de 
verter en la tolva, asió una duela de barril y se acercó amenazado-
ramente a la niña, con una expresión en el rostro que denotaba su 
mal humor.
Darby contuvo la respiración. Estaba seguro de que iba a ser 
testigo de una brutalidad, porque sabía que su tío tenía un tempe-
ramento excesivamente fogoso.
Cuando el tío llegó donde se hallaba la pequeña, esta avanzó 
rápidamente un paso, le miró a los ojos y chilló con todas sus 
fuerzas:
—¡Mamá necesita esos cincuenta centavos!
El tío se detuvo, miró a la niña durante un minuto y lentamen-
te dejó la duela en el suelo, introdujo una mano en el bolsillo y 
extrajo medio dólar que entregó a la niña.
La pequeña tomó el dinero y lentamente retrocedió hasta la 
puerta sin apartar los ojos del hombre que acababa de conquistar, 
de vencer. Una vez que la niña se fue, el tío se sentó sobre un cajón 
y por una ventana miró a la lejanía durante más de diez minutos, 
24
Piense y hágase rico
silenciosamente. Estaba muy asombrado del vapuleo que acababa 
de recibir. 
El señor Darby también estaba reflexionando. Era la primera 
vez en su vida que había visto a una niña de raza negra, dominar 
deliberadamente a una persona adulta y blanca. ¿Cómo lo había 
hecho? ¿Qué es lo que le había ocurrido a su tío para que perdiese 
de repente su normal fiereza y se convirtiera en un manso cordero?
¿Qué extraño poder emanaba de aquella niña para adueñar-
se de la situación? Estas y muchas más preguntas pasaron por la 
mente de Darby, pero no encontró la respuesta hasta años más 
tarde cuando relató el hecho.
Cosa curiosa, la historia de esta experiencia poco corriente fue 
referida al autor de este libro en aquel viejo molino, en el mismo 
lugar donde el tío recibiera su vapuleo.
Mientras estábamos en aquel viejo y ya oxidado molino, el se-
ñor Darby repitió la historia de aquella conquista tan poco usual 
y terminó preguntando:
—¿Qué deduce usted de eso? ¿Qué extraño poder empleó 
aquella pequeña para vapulear a mi tío en forma tan com-
pleta?
La respuesta a esta pregunta se hallará en los principios que se 
exponen en este libro. La respuesta es total y completa. Contiene 
detalles e instrucciones suficientes para que cualquiera comprenda 
y utilice la misma fuerza a la que recurrió aquella niña.
Manténgase alerta y observará cuál fue exactamente la fuerza 
que acudió en ayuda de la niña. En el próximo capítulo lo verá. 
En algún lugar de este libro usted hallará una idea que estimulará 
sus cualidades receptivas y pondrá a su disposición y para su be-
neficio una fuerza idéntica e irresistible. Puede que usted repare 
en esta fuerza en el primer capítulo de esta obra o en cualquier 
otro. Puede llegar hasta usted en forma de una sencilla idea. O es 
posible que aparezca como un plan o un propósito. Y, ¡cómo no!, 
25
Napoleón Hill
es muy posible, asimismo, que le haga recordar sus pasadas expe-
riencias de fracaso o derrota y aflore a la superficie alguna lección 
mediante la cual pueda usted recuperar todo aquello que perdió 
en la derrota.
Al terminar de describir el señor Darby la energía desplegada 
por la niña, me hizo un relato completo de sus treinta años de ex-
periencia como agente de seguros y con toda sinceridad reconoció 
que su éxito en tal campo de trabajo se debía a la lección que había 
recibido de aquella niña.
El señor Darby dijo:
—Cada vez que un posible cliente trataba de despedirme sin 
comprarme, se me aparecía delante aquella pequeña con sus 
ojos brillantes por el desafío y me decía a mí mismo: “Tengo 
que vender esta póliza”. Y le aseguro a usted que el porcenta-
je más brillante de ventas que he hecho en todos estos años 
ha sido precisamente cuando los clientes dijeron, no.
Recordaba también su equivocación de haberse detenido a una 
distancia de tres pies del oro.
—Pero aquella experiencia —añadió— fue una auténtica 
bendición para mí. Siempre creí que el dicho de: “No hay 
mal que por bien no venga”, era algo muy auténtico. Aque-
lla experiencia me enseñó a insistir en persistir, aunque esto 
resulte una redundancia (y perdóneme), sin importar cuan 
dura fuese la empresa o un deseo, y era una lección que sin 
duda yo necesitaba aprender antes de que pudiese tener éxi-
to en algo.
Las experiencias del señor Darby eran sencillas; sin embargo eran 
la respuesta a su destino en la vida; por lo tanto, eran importantes 
para él, tanto como la propia vida. Él aprovechó estas dos dramáticas 
experiencias porque “las analizó” y vio que le brindaban una buena 
lección que aprender. Pero, ¿y el hombre que no tiene ni tiempo ni 
inclinación a analizar los fracasos para buscar conocimientos que le 
26
Piense y hágase rico
lleven al éxito? ¿Cómo y dónde ha de aprender el arte de convertir 
la derrota en escalones que lo enfrenten a la oportunidad? Este libro 
se escribió en respuesta a esas preguntas.
Con una profunda idea usted puede 
lograr el éxito
La respuesta a lo formulado anteriormente exige una descrip-
ción de trece principios, pero recuerde al leer que la respuesta que 
usted pueda estar buscando a tales preguntas formuladas sobre la 
extrañeza de la vida puede hallarse “en su propia mente”, a través 
de alguna idea, plan o propósito, el cual puede surgir en su cerebro 
al leer este libro.
Una buena idea, una idea que tenga profundidad, es todo cuan-
to uno necesita para alcanzar el éxito. Los principios que se descri-
ben en este librocontienen formas y medios de crear ideas útiles. 
Antes de seguir adelante en nuestra aproximación a la descrip-
ción de tales principios, creo que tiene usted perfecto derecho a 
esta importante sugerencia: cuando las riquezas comienzan a lle-
gar, lo hacen tan rápidamente, con tal abundancia, que uno se 
pregunta dónde han estado ocultas durante los últimos años.
Esta es, sin duda, una declaración asombrosa, mucho más 
cuando recordamos la creencia popular, la cual afirma que las ri-
quezas van a parar solamente a manos de aquellos que trabajan 
dura y largamente.
Cuando usted comience a meditar y a hacerse rico, observará 
que la riqueza empieza por un estado mental en el que prevalece 
la determinación de propósito, con muy poco trabajo o ninguno. 
Usted y todas las demás personas deben interesarse por saber cómo 
adquirir ese estado mental que atrae a las riquezas. He pasado veinte 
años investigando esto, porque deseaba saber “cómo los hombres 
ricos llegaban a tal estado mental”.
27
Napoleón Hill
Observe de cerca, tan pronto como domine los principios de 
esta filosofía y comience a seguir las instrucciones para aplicarlos. 
Su estado financiero comenzará a mejorar y todo cuanto toque 
se transformará en valores que redundarán en su propio beneficio. 
¿Imposible? ¡Nada de eso!
Una de las fragilidades de la humanidad es la usual familiaridad 
del hombre con la palabra imposible. El hombre conoce todas las 
reglas que no surtirán efecto. Conoce todas las cosas que no se 
pueden hacer. Este libro ha sido escrito para aquellos que buscan 
las reglas que han conducido al éxito a otros, y que están dispues-
tos a “apostarlo todo” por esas reglas.
El éxito lo obtienen aquellos que están seguros de él.
El fracaso abruma a aquellos que indiferentemente se dejan 
aplastar por el desfallecimiento.
Otra falla normal en mucha gente es la costumbre de medir to-
das las cosas y a todo el mundo por sus propias impresiones y creen-
cias. Algunas personas que lean esto creerán que no pueden meditar 
y hacerse ricas porque sus hábitos de pensamiento se han iniciado 
en la pobreza, deseos, miseria, fracasos y derrotas. 
Esas personas poco afortunadas me recuerdan a un prominente 
chino que llegó a América para instruirse con arreglo a las normas 
americanas. Muy pronto ingresó en la Universidad de Chicago. 
Un día, el presidente Harper encontró al citado joven oriental en 
los terrenos de juego de la universidad, se detuvo a charlar con él 
durante unos minutos y luego le preguntó qué era lo que más le 
había impresionado como característica más notable del pueblo 
americano.
Bien —replicó el estudiante—. La rara inclinación de sus 
ojos.
¡Sus ojos están desnivelados!
¿Qué decimos nosotros acerca de los chinos?
28
Piense y hágase rico
Nos negamos a creer aquello que no comprendemos. Estúpida-
mente creemos que nuestras propias limitaciones son la adecuada 
medida de la limitación. Seguro, los ojos de los orientales son sesga-
dos, oblicuos, porque no son iguales a los nuestros.
Lo quiero y lo conseguiré
En el instante en que Henry Ford decidió fabricar su famoso 
motor V-8, él optó por construir un dispositivo en el que fuesen 
fundidos los ocho cilindros en un bloque, y así dio instrucciones 
a sus ingenieros para que diseñaran tal motor. Efectivamente, se 
realizaron los planos, sobre el papel, claro está, pero los ingenieros 
convinieron al unísono en que era completamente imposible fun-
dir en una sola pieza un bloque con ocho cilindros.
Ford dijo:
—De todas formas, fabríquenlo.
—¡Pero si es imposible! —replicaron ellos.
—Adelante —ordenó Ford. Y dedíquense a esa labor hasta 
que logren el éxito, sin importar el tiempo que puedan tar-
dar.
Los ingenieros siguieron adelante. No les quedaba más reme-
dio que hacerlo así si deseaban seguir perteneciendo a la “Ford”. 
Transcurrieron seis meses y nada sucedió. Pasaron otros seis y la 
cosa seguía igual. Los ingenieros probaron todo plan posible para 
ejecutar las órdenes de Ford, pero no hacían más que tropezar con 
la palabra “¡Imposible!”
Al final de aquel año, Ford se reunió con todos sus ingenieros y 
de nuevo le informaron de que no había forma humana de llevar 
a cabo sus deseos.
 —Aun así —replicó Ford, les ruego que prosigan con sus 
esfuerzos. Quiero ese bloque y lo conseguiré.
29
Napoleón Hill
Le obedecieron, y entonces, como respondiendo al golpe de 
una varita mágica, se descubrió el secreto.
La fuerte determinación de Ford había vencido una vez más. 
Puede que la historia que antecede no se describa aquí con abso-
luta exactitud en cuanto se refiere al tiempo, pero sí es correcta 
su suma y substancia. Usted, que desea meditar y hacerse rico, 
deduzca de ella el secreto de los millones de Ford, si puede, natu-
ralmente hacerlo. No tendrá que buscar mucho, ni ir muy lejos 
para hacerlo así.
Henry Ford fue un hombre de éxito porque comprendió, “apli-
có” los principios del éxito. Uno de estos es el deseo, saber lo que 
uno quiere. Recuerde usted esta historia de Ford a medida que 
vaya leyendo y escoja las líneas en las que se ha descrito el secreto 
de sus maravillosos éxitos. Si puede usted hacer esto, si es capaz de 
colocar su dedo índice sobre el grupo particular de principios que 
hicieron rico a Ford, podrá igualar los logros de aquel hombre en 
todo campo para el que esté usted especialmente dotado.
Un poeta vio la verdad
Cuando el escritor Henley redactó las proféticas líneas: “Soy el 
dueño de mi destino y el capitán de mi alma”, debía habernos in-
formado que todos somos dueños de nuestros destinos y capitanes 
de nuestras almas porque tenemos el poder de dominar nuestros 
pensamientos.
Debió habernos dicho que nuestro cerebro se magnetiza con 
los pensamientos dominantes que sostenemos en la mente y que 
este magnetismo atrae a las fuerzas, a la gente, y a las circunstan-
cias de la vida que armonizan con la naturaleza de nuestros pen-
samientos.
También debió expresar que antes de poder acumular riquezas 
en gran abundancia, debemos magnetizar nuestras mentes con un 
intenso deseo hacia las riquezas, que debemos llegar a ser cons-
30
Piense y hágase rico
cientes monetariamente hasta que ese deseo por el dinero nos im-
pulse a establecer planes definidos para adquirirlo. 
Pero al ser poeta y no filósofo, Henley se contentó con estable-
cer una gran verdad en forma poética, dejando a sus seguidores 
que interpretasen el significado filosófico de sus líneas.
Poco a poco, la verdad ha ido apareciendo por sí sola hasta que se 
ha evidenciado que los principios descritos en este libro guardan el 
secreto del dominio sobre nuestro destino económico.
Ahora ya estamos preparados para examinar el primero de estos 
principios. Es necesario mantener el espíritu receptivo y recordar, 
a medida que se va leyendo, que no son invención de ningún 
hombre. Los principios han dado excelentes resultados a muchos 
hombres. Usted también puede utilizarlos en su propio beneficio.
Y descubrirá que es cosa fácil y no difícil hacerlo así.
Hace algún tiempo pronuncié el discurso de comienzo de cur-
so en el Salem College, Salem, de West Virginia. Enfaticé en el 
principio descrito en el siguiente capítulo y lo hice con tanta in-
tensidad que uno de los miembros de la promoción se lo apropió 
definitivamente e hizo de él parte de su filosofía personal. El jo-
ven llegó a ser miembro del Congreso y factor importante en la 
administración de Franklin D. Roosevelt. Me escribió una carta 
que establecía tan claramente su opinión sobre el principio del 
siguiente capítulo, que decidí publicar la misiva como introduc-
ción a tal capítulo. Le dará a usted una idea de la recompensa que 
puede esperar:
Mi querido Napoleón:
Mis servicios como miembro del Congreso me han 
proporcionado cierta perspicacia y comprensión de los 
problemas de hombres y mujeres, y así escribo estas líneas para 
brindar una sugerencia que espero puedaservir de ayuda a 
miles de personas meritorias.
31
Napoleón Hill
En el año 1922 usted pronunció un discurso de comienzo de 
curso en el Salem College, cuando yo era estudiante. En aquel 
discurso fijó usted en mi mente una idea que ha sido responsable 
de la oportunidad que ahora disfruto de servir a los habitantes 
de mi estado, y que asimismo será responsable de todo éxito que 
yo pueda alcanzar en mi carrera. 
Recuerdo como si aún fuese ayer la maravillosa descripción que 
usted hizo del método empleado por Henry Ford poseyendo en 
aquel entonces muy poca cultura, sin un dólar, sin amigos 
influyentes y sin embargo, elevándose en poco tiempo a gran 
altura. En tal ocasión decidí incluso antes de que usted 
terminara su discurso que algún día llegaría a ocupar un 
cargo de importancia fuesen cuales fueren las dificultades que 
tuviera que vencer.
Miles de jóvenes terminarán sus estudios en este año y dentro 
de los próximos años. Cada uno de ellos debe buscar el mensaje 
de estímulo práctico que yo recibí de usted. Querrán saber 
hacia dónde caminar, qué hacer, cómo empezar a vivir. Usted 
puede decírselo porque usted ha resuelto o ayuda a resolver los 
problemas de infinidad de personas.
Hay miles de personas en América hoy en día a quienes les 
gustaría saber cómo convertir sus ideas en dinero, y son personas 
que deben comenzar arañando el camino, sin financiación 
alguna y sin apoyo de ninguna clase.
Si hay alguien que puede ayudarlos, ese alguien es usted.
Si publica usted el libro, me gustaría poseer el primer ejemplar 
que salga de imprenta, personalmente autografiado por usted.
Con mis mejores deseos, sinceramente suyo:
Jennings Randolph.
 “Cualquier cosa que pueda concebir y creer la mente humana, 
podrá conseguirse”.
 
33
 CAPÍTULO I
 Deseo:
Primer paso hacia la riqueza
E n el momento en que Edwin C. Barnes se bajó del tren de mercancías en East Orange, New Jersey, hace más de cincuen-
ta años, acaso tendría toda la apariencia de un vagabundo, pero 
sus pensamientos eran los de un rey.
Cuando comenzaba el camino desde las vías del ferrocarril hasta 
las oficinas de Thomas A. Edison, su mente trabajaba febrilmente. Se 
observaba a sí mismo en presencia de Edison. Se escuchaba pidiendo 
una oportunidad al señor Edison para trocar en realidad la obsesión 
de su vida, el ardiente deseo de llegar a ser socio industrial del gran 
inventor. El deseo de Barnes no era una simple esperanza. Era un 
deseo fuerte, maduro, persistente, que avasallaba todo lo demás. Era 
algo muy definido y definitivo.
Pocos años después, Edwin C. Barnes se hallaba de nuevo en 
presencia de Edison y en el mismo despacho donde primera vez 
le conoció. Esta vez su deseo se había convertido en una realidad 
tangible. “Era socio industrial” de Edison. El sueño dominante de 
su vida era ya un hecho concreto.
Barnes tuvo éxito porque eligió una meta definida, determina-
da, precisa, y dedicó todas sus energías, toda su fuerza de voluntad 
y todo su esfuerzo a alcanzar aquella meta.
34
Piense y hágase rico
Pasaron cinco años antes de que se presentara la oportunidad 
que esperaba. Para todo el mundo, excepto para sí mismo, parecía 
ser solamente otro diente más en la rueda industrial de Edison, 
pero en su propia mente era socio de Edison cada minuto que 
pasaba y que había transcurrido desde el día en que comenzó a 
trabajar allí.
Este es un ejemplo muy notable de lo que puede el deseo. Bar-
nes llegó a la meta porque deseaba ser un asociado industrial de 
Edison mucho más que cualquier otra cosa. Él creó un plan me-
diante el cual pudiese llegar a su objetivo. Pero quemó todos los 
puentes que quedaban detrás de él. Barnes se ciñó a su deseo hasta 
que este llegó a convertirse en una verdadera obsesión, en el obje-
tivo principalísimo de su vida y finalmente, en un hecho concreto.
Cuando fue a East Orange no se dijo a sí mismo: “Intentaré 
que Edison me conceda un empleo cualquiera”, sino que se dijo: 
“Veré a Edison y le haré saber que he venido a ser socio suyo”.
Barnes no dijo: “Mantendré los ojos bien abiertos para aprove-
char cualquier otra oportunidad en el caso de que me falle lo que 
deseo en la organización de Edison”. Por el contrario, Barnes dijo: 
“Solo hay una cosa en el mundo que he decidido conseguir y es ser 
socio industrial de Thomas A. Edison.
Quemaré todos los puentes que quedan a mi espalda y apostaré 
todo mi futuro por lograr lo que tanto anhelo”.
No se dejó a sí mismo un posible camino de retirada. Tenía que 
ganar o perecer.
Y esta es la historia del éxito de Barnes.
Hace mucho tiempo, un gran guerrero se enfrentó a una situa-
ción que hizo necesario que tomara una decisión para asegurar el 
éxito en el campo de batalla. Estaba a punto de enviar a sus ejér-
citos contra un poderoso enemigo cuyas fuerzas eran muy supe-
riores a las suyas. Embarcó en naves a sus soldados y navegó hasta 
las costas del país enemigo, donde desembarcó tropas y equipo. 
35
Napoleón Hill
Luego dio la orden de que se quemaran las naves que les habían 
conducido hasta allí. Y dirigiéndose a sus hombres, poco antes de 
la primera batalla, les dijo:
—En este momento estáis viendo cómo arden nuestras na-
ves. Eso significa que no podremos abandonar estas costas 
vivos, a menos que venzamos. Ahora no tenemos elección... 
¡A vencer o a morir!
Y vencieron.
Cada persona que vence en una empresa debe ansiar quemar 
sus naves y cortar todos los caminos de retirada. Haciéndolo así 
puede uno mantener ese estado mental conocido como deseo ar-
diente de vencer, factor esencial a todo éxito. 
La mañana que siguió al gran incendio de Chicago, un grupo 
de comerciantes se hallaba en State Street contemplando las hu-
meantes ruinas de lo que antes fueran sus almacenes. Se reunieron 
en conferencia, y en el mismo lugar de los sucesos, para decidir si 
reconstruirían o abandonarían Chicago definitivamente a fin de 
iniciar sus negocios en otro sitio más prometedor del país. Llega-
ron todos a una decisión excepto uno... abandonar Chicago.
El comerciante que decidió quedarse y reconstruir señaló con 
un dedo los restos de su almacén y dijo:
—Caballeros, en este mismo lugar construiré el almacén más 
grande del mundo y siempre lo haré aun cuando se queme 
muchas veces.
Esto sucedió hace casi un siglo. Se construyó el almacén y allí 
está todavía hoy día como monumento a la fuerza mental de aquel 
hombre, a esa fuerza mental conocida como “ardiente deseo”.
La cosa más fácil para Marshall Field debía haber sido lo que 
hicieron sus demás colegas. Cuando las cosas se pusieron feas y el 
futuro parecía negro, los demás frenaron y partieron hacia donde 
las cosas les resultaran más fáciles.
36
Piense y hágase rico
Fíjese usted bien en esta diferencia que hubo entre Marshall 
Field y los otros comerciantes, porque es la misma diferencia que 
distingue prácticamente a los que tienen éxito en la vida, de los 
que fracasan.
Todo ser humano que alcanza la edad de la comprensión en 
cuanto se refiere al propósito del dinero, anhela este. Pero el an-
helo no trae las riquezas. Solamente se conseguirán cuando a ese 
deseo se le dé forma concreta hasta que se convierta en obsesión y 
se tracen planes y medios definidos para adquirir tales riquezas, y 
se actúe con persistencia, con una persistencia que no reconozca 
el fracaso.
Seis pasos que convierten en oro los deseos
La metodología mediante la cual el deseo de riquezas puede 
traducirse a su equivalente financiero consiste en llevar a cabo los 
siguientes seis pasos, definidos y prácticos:
1. Fije en su mente la cantidad exacta de dinero que desea. 
No es suficiente decir: “Quiero mucho dinero”. Sea exacto 
en cuanto se refiere a la cantidad. (Hay una razón sicológica 
respecto a esta exactitud, que se describirá en otro capítulo).
2. Determine exactamente lo que está dispuesto a dar a 
cambio del dinero que desea. (No existe cosa tal como algo 
por nada).3. Establezca una fecha definitiva en la que intente po-
seer el dinero que desea.
4. Forme un plan bien definido para realizar sus deseos y 
comience en seguida, esté preparado o no, a poner en prác-
tica su plan.
5. Escriba una declaración clara y concisa sobre la canti-
dad de dinero que piensa usted tener, exponga lo que trata 
de dar a cambio por ese dinero y describa claramente el plan 
mediante el cual lo acumulará.
37
Napoleón Hill
6. Lea su declaración escrita en voz alta dos veces al día, 
una antes de retirarse por la noche y otra después de levan-
tarse por la mañana. Al mismo tiempo que lee, vea, sienta y 
crea que ya está en posesión de ese dinero.
Es importante que siga usted las instrucciones descritas en esos 
seis pasos. Es especialmente importante que observe y siga las ins-
trucciones del párrafo sexto.
Puede que usted argumente que es “imposible” verse en pose-
sión de tal cantidad de dinero antes de poseerlo. Aquí es donde 
el “deseo ardiente” ha de acudir en su ayuda. Si realmente desea 
dinero con tanta fuerza que su deseo constituye una obsesión, no 
tendrá dificultad en convencerse a sí mismo de que lo obtendrá. 
La meta es desear dinero y decidirse de tal forma a tenerlo que 
llegue usted a convencerse de que lo conseguirá.
A los no iniciados que no han sido formados en los principios 
de trabajo de la mente humana, es posible que estas instrucciones 
se les antojen poco prácticas. Así pues, quizá sirva de ayuda a to-
dos los que dejan de reconocer la fuerza y verdad de los seis pasos 
el saber que esta información que ahora reciben fue facilitada por 
Andrew Carnegie, quien comenzó como peón en unos hornos de 
acero, pero se las arregló, a pesar de sus humildes comienzos, para 
hacer que estos principios le proporcionasen una fortuna superior 
a los cien millones de dólares.
También es probable que les sirva de ayuda el hecho de que 
estos seis pasos fueron cuidadosamente estudiados por el fallecido 
Thomas A. Edison, quien les dio su visto bueno no solo por ser 
esenciales para la acumulación de dinero, sino porque son la base 
del alcance de toda conquista.
Estos pasos no precisan de “trabajo duro”. No exigen ningún sa-
crificio. No requieren que uno aparezca ridículo o crédulo. Para apli-
carlos tampoco se precisa una gran cultura. Mas para que estos pasos 
tengan éxito en su aplicación, sí que se necesita suficiente “imagi-
nación”, una imaginación que dé lugar a ver y a comprender que 
38
Piense y hágase rico
la acumulación de dinero no puede dejarse al azar, a la suerte o a la 
casualidad. Es importante darse cuenta de que todos aquellos que han 
acumulado grandes fortunas, soñaron primero con ellas, albergaron 
esperanzas, las desearon fuertemente e hicieron proyectos “antes” de 
adquirir realmente el dinero.
Y ahora mismo, antes de seguir adelante, es conveniente que 
sepa que nunca podrá poseer riquezas en gran cantidad “a menos 
que” en usted nazca y se desarrolle un deseo ardiente hacia el di-
nero y que en realidad “crea” que lo llegará a poseer.
Los grandes sueños 
pueden convertirse en riquezas
Los que iniciamos este recorrido hacia la riqueza debemos sen-
tir estímulo mediante el conocimiento de que en este mundo al-
terado en que vivimos cada día se precisan nuevas ideas, nuevas 
formas de hacer las cosas, nuevos dirigentes, nuevas invenciones, 
nuevos métodos de enseñanza, nuevos procedimientos para los 
mercados, nuevos libros, nueva literatura, nuevas características 
para la televisión. En el fondo de esta demanda de cosas mejores 
y nuevas existe una cualidad que hay que poseer para vencer, y tal 
cualidad es la determinación de propósito, el conocimiento de lo 
que uno quiere y un ardiente deseo de poseerlo.
Quienes deseamos acumular riquezas debemos recordar que los 
auténticos dirigentes del mundo siempre han sido hombres que 
han dominado y encauzado, llevándolas a la práctica, a las fuerzas 
intangibles e invisibles de la oportunidad aún no nacida, y han 
convertido esas fuerzas (o impulsos del pensamiento) en rasca-
cielos, ciudades, fábricas, aviones, automóviles y toda forma de 
utilidad que hace la vida más agradable.
Al visualizar la adquisición de su parte de riqueza, no permita 
usted que alguien interfiera para despreciar al soñador. Para ganar 
las grandes apuestas en este mundo alterado, debe usted captar el 
39
Napoleón Hill
gran espíritu de los grandes pioneros del pasado cuyos sueños han 
dado a la civilización todo cuanto posee de valor, el espíritu que 
sirve de sangre vivificadora a nuestro propio país, tanto su opor-
tunidad como la mía para desarrollar y vender nuestros talentos.
Si lo que usted desea es correcto y “cree en ello”, ¡adelante y hága-
lo! Lleve a cabo su sueño y que nunca le importe lo que “ellos” digan 
si usted se tropieza con una derrota temporal, porque “ellos” ignoran 
que cada derrota trae consigo la semilla de un éxito equivalente.
Thomas Edison soñó con una lámpara que pudiese funcionar 
mediante la electricidad, llevó a la práctica su sueño, y a pesar de 
más de diez mil fracasos, se ciñó a él hasta que lo convirtió en rea-
lidad física. ¡Los soñadores prácticos jamás fracasan!
Whelan soñó con una cadena de almacenes de cigarros, trans-
formó su sueño en algo práctico y hoy día la Union Cigar Stores, 
ocupa algunos de los mejores lugares de América.
Los hermanos Wright soñaron con una máquina que pudiese 
volar. Hoy día todo el mundo puede ver que aquellos sueños eran 
sólidos.
Marconi soñó con un sistema para dominar y encauzar las in-
tangibles fuerzas del éter. La prueba de que no soñaba en vano la 
vemos hoy en cada aparato de radio y televisión que existe en el 
mundo. Puede que a usted le interese saber que los “amigos” de 
Marconi le encerraron y examinaron en un hospital para sicópatas 
cuando anunció que había descubierto el principio mediante el 
cual podía enviar mensajes por el aire sin necesidad de alambres u 
otros medios físicos y directos de comunicación. A los soñadores 
de hoy día les van mucho mejor las cosas.
El mundo de hoy está lleno de oportunidades que nunca cono-
cieron los soñadores del pasado.
 El punto de donde ha de partir todo soñador es un ardiente 
deseo que hay que hacer realidad a toda costa. Los sueños no na-
cen de la indiferencia, de la pereza o de la falta de ambición.
40
Piense y hágase rico
Recuerde que todos los que han alcanzado el éxito en la vida 
casi siempre tuvieron duros principios y atravesaron muy malos 
tiempos antes de “llegar”. El auténtico cambio en la vida de aque-
llos hombres de éxito usualmente llega en el momento de alguna 
crisis mediante la cual son presentados a su “otro yo”.
John Bunyan escribió El Progreso del peregrino, obra que figura 
entre los mejores libros ingleses, tras haber estado encerrado en la 
cárcel severamente castigado a causa de sus puntos de vista sobre 
religión.
D. Henry describió el gran genio que dormía en su cerebro 
después de haberse enfrentado con la desgracia y ser encerrado 
una celda de la prisión de Columbus, Ohio. Al verse obligado, a 
enfrentarse con su otro yo, y a emplear su imaginación, descubrió 
que era un gran autor en lugar de ser un pobre delincuente y fuera 
de la ley.
Charles Dickens comenzó pegando etiquetas en botes de cre-
ma para el calzado. La tragedia de su primer amor penetró tanto 
en las profundidades de su alma, que le convirtió en uno de los 
más grandes autores del mundo. Aquella tragedia produjo prime-
ro David Copperfield, y más tarde una sucesión de otras obras que 
hicieron de este mundo un lugar más rico y mejor para todo el que 
lee sus obras.
Helen Keller poco después de nacer quedó ciega, sorda y muda. 
A pesar de su desgracia, su nombre ha quedado escrito en la página 
de la historia de los grandes. Toda su vida fue una demostración 
tangible de que nadie es derrotado hasta que la derrota se acepta 
como una realidad.
Robert Burns era unmozo sin cultura alguna. Parecía estar apa-
drinado desde su nacimiento por la pobreza y hasta llegó a ser un 
borracho. Pero el mundo se convierte en un lugar mejor por haber 
vivido aquel hombre que arropó en poesía bellos pensamientos y 
así arrancó un espino y plantó una rosa en su lugar. 
41
Napoleón Hill
Burns era un humilde campesino sin estudios escolares de nin-
guna clase y cuya vida incluso fue desordenada. Pero llegó. Bee-
thoven era sordo y Milton estaba ciego, pero sus nombres perdu-
rarán mientras el mundo exista, porque soñaron y tradujeron sus 
sueños a una realidad concreta.
Existe una gran diferencia entre desear una cosa y estar en dis-
posición de recibirla. Nadie está dispuesto a tal recepción has-
ta que “cree” que puede hacerlo, que puede adquirirla. El estado 
mental debe ser creencia y no simple deseo o esperanza. Para la 
creencia es esencial una mente liberal y receptiva. Las denomina-
das mentes cerradas no inspiran fe, valor o creencia.
Recuerde usted que no se requiere realizar más para apuntar 
alto en la vida o para exigir abundancia y prosperidad que lo que 
se precisa realizar para aceptar la miseria y la pobreza. Un gran 
poeta ha expresado muy correctamente esta gran verdad universal 
en las líneas siguientes.
Pacté con la Vida por un penique, 
y la Vida no pagó más.
Sin embargo, mendigué por la noche 
cuando conté mi parco acopio.
Pues la Vida no es más que patrón 
que da lo que se le pide,
pero una vez se fija el salario,
¡oh!..., es preciso seguir adelante con el trabajo.
Trabajé por el jornal de un lacayo 
solo para aprender, acongojado,
que cualquier jornal que hubiese pedido a la Vida 
Ella me lo hubiese dado.
42
Piense y hágase rico
El deseo consigue lo “imposible”
Para dar un final adecuado a este capítulo, quiero presentar 
aquí a una de las personas más poco corrientes que he conocido. 
Le vi pocos minutos después de nacer. Vino al mundo sin la me-
nor señal física del sentido del oído, y el doctor admitió, cuando 
se le presionó para que diera su opinión sobre el caso, que la cria-
tura quizá fuese sorda y muda para toda su vida. 
Puse en duda y desafié la opinión del doctor. Tenía perfecto de-
recho a hacerlo así porque yo era el padre de aquel niño. También 
llegué a una decisión y tuve mi opinión, pero la expresé silencio-
samente, en el secreto de mi corazón.
Yo estaba seguro de que mi hijo tenía que oír y hablar. ¿Cómo? 
Estaba seguro de que tenía que haber alguna forma, algún camino 
y que tenía que encontrarlo. Y pensé entonces en las palabras del 
inmortal Emerson: “El curso que siguen todas las cosas tiende a 
enseñarnos lo que es la fe. Solo necesitamos obedecer. Hay un 
guía para cada uno de nosotros, y escuchando humildemente, oi-
remos la verdadera palabra”.
¿La verdadera palabra? Deseo. Más que nada en el mundo yo 
deseaba que mi hijo no fuese sordomudo. Y no abandoné tal deseo 
ni un segundo siquiera.
¿Qué podía hacer yo? De alguna manera tenía que transplantar a 
la mente de aquel niño mi ardiente deseo de hallar medios y formas 
de llevar el sonido a su cerebro sin la ayuda de un par de oídos.
Tan pronto el niño fuese lo suficientemente mayor como para 
cooperar, llenaría su mente con el ardiente deseo de oír, y lo haría 
de tal forma, con tanto anhelo, que la naturaleza, usando sus pro-
pios métodos, traduciría aquel anhelo en una realidad física.
Este proceso se desarrolló en mi propia mente, pero no hablé 
con nadie sobre ello. Cada día renovaba la promesa que me había 
hecho a mí mismo de que mi hijo no sería un sordomudo.
43
Napoleón Hill
A medida que crecía y comenzaba a darse cuenta de las cosas 
que le rodeaban, observamos que oía un poco. Al llegar a la edad 
en que la mayoría de los niños rompen a hablar, él no mostró la 
menor señal de hacerlo aun cuando comprendimos, por sus ac-
ciones, que podía oír ligeramente ciertos sonidos. ¡Eso era todo 
cuanto yo deseaba saber! Estaba convencido de que si el niño po-
día escuchar aunque fuese muy ligeramente, se podría desarrollar 
su capacidad auditiva mucho más. Luego sucedió algo que me 
infundió esperanzas. Y la cosa surgió de la fuente más inesperada.
Encontramos un camino
Compramos un fonógrafo. Cuando el niño escuchó la música 
por primera vez, se quedó extasiado e inmediatamente se apropió 
de la máquina. En una ocasión tocó el mismo disco durante casi 
dos horas, permaneciendo de pie ante el fonógrafo con los dientes 
clavados en el borde de la caja. El significado de este hábito no 
fue muy claro para nosotros hasta años más tarde, ya que no co-
nocíamos entonces las propiedades de conducción del sonido que 
poseían los huesos.
Poco después de que el niño se apropiase del fonógrafo, descu-
brí que podía oírme bien y claramente cuando yo hablaba con los 
labios apoyados en su hueso mastoides, en la base del cráneo.
Estando ya seguro de que el pequeño oía el sonido de mi voz 
con claridad, empecé a transferir a su mente el deseo de oír y hablar. 
Pronto descubrí también que al niño le encantaban los cuentos a la 
hora de irse a la cama, de forma que me puse a inventar historias 
con la intención de desarrollar en él la seguridad en sí mismo, la 
imaginación y un ardiente deseo de oír y ser normal.
Existía una historia en particular que yo adornaba con nuevas 
pinceladas cada vez que se la contaba. La historieta tenía la inten-
ción de hacerle pensar que su padecimiento no era en realidad una 
incapacidad física, sino más bien un gran valor. A pesar del hecho 
44
Piense y hágase rico
de que toda la filosofía que yo había asimilado claramente indica-
ba que la adversidad siempre trae consigo la semilla de una ventaja 
equivalente, debo confesar que por aquellos días yo no tenía la 
más ligera idea de “cómo” aquel padecimiento podía convertirse 
en un valor.
Cuando reviso hacia atrás y analizo la experiencia, veo que la fe 
que tenía mi hijo en mí tuvo mucho que ver con los asombrosos 
resultados obtenidos. No ponía en duda nada de lo que yo le de-
cía. Le inculqué la idea de que él poseía una ventaja clara sobre su 
hermano mayor, y se reflejaría por si sola en muchas formas. Por 
ejemplo, los profesores en la escuela observarían que no oía y, en 
consecuencia, mostrarían hacia él especial atención y le tratarían 
con extraordinaria amabilidad. Y así lo hicieron siempre. Tam-
bién le inculqué la idea de que cuando fuese lo suficientemente 
mayor para vender periódicos (su hermano mayor ya era un buen 
comerciante en tal terreno), él tendría una gran ventaja sobre su 
hermano por la sencilla razón de que la gente le pagaría un dinero 
extra por sus artículos de venta, razonando que era un muchacho 
trabajador y brillante a pesar del hecho de que carecía de oído.
Aproximadamente a los siete años de edad, dio la primera prueba 
de que nuestro método de programar su mente estaba dando frutos. 
Durante meses había estado solicitando el privilegio de vender pe-
riódicos, pero su madre no daba su consentimiento a tal proyecto.
Finalmente obró por su cuenta y riesgo. Una tarde, al quedarse 
solo en casa con los criados, trepó por la ventana de la cocina y se 
marchó. Pidió prestados seis centavos al zapatero de la vecindad, 
los invirtió en periódicos, los volvió a vender, invirtió de nuevo 
el capital, y así estuvo operando hasta última hora de la tarde. 
Después de hacer balance de su capital y devolver los seis centavos 
que había pedido prestados a su banquero, le quedó una ganancia 
líquida de cuarenta y dos centavos. Cuando nosotros llegamos a 
casa aquella noche, le encontramos profundamente dormido en 
su cama con el dinero bien encerrado en un puño.
45
Napoleón Hill
Su madre le abrió la mano, le quitó las monedas y lanzó una 
exclamación de asombro y angustia. Me parecía inadecuado llorar 
sobre la primera victoria de mi hijo. Mi reacción fue totalmente 
opuesta. Me eché a reír de buena gana porque ya estaba seguro de 
quemi empresa de inculcar en la mente del niño fe en sí mismo 
se había hecho realidad.
Su madre veía, en aquella primera aventura comercial, sola-
mente a un niño sordo que había salido a las calles arriesgando 
su vida para ganar dinero. Sin embargo, yo veía a un comerciante 
muy pequeño, pero ambicioso y seguro de sí mismo, una segu-
ridad que había aumentado en un ciento por ciento porque se 
había metido en negocios impulsado por su propia iniciativa y ha-
bía ganado. Aquello me complació mucho, porque vi que el niño 
acababa de dar muestras de una resolución que le acompañaría 
durante toda su vida.
El muchachito sordo, superó con éxito todos los grados de esco-
laridad, segunda enseñanza y universidad sin poder oír a sus pro-
fesores excepto cuando le gritaban fuerte y a cercana distancia. No 
asistió a una escuela para sordos. No le permitimos aprender el len-
guaje de signos. Estábamos decididos a que viviese una vida normal 
y alternase con niños normales, y nos mantuvimos en tal actitud 
aun cuando nos costó grandes discusiones con los profesores.
Cuando cursaba la secundaria, probó un dispositivo eléctrico 
para oír, pero sin resultado alguno.
Cuando transcurría su última semana en la universidad, suce-
dió algo que señaló el más importante cambio de su vida. Acaso 
debido a lo que parecía ser una mera casualidad, entró en posesión 
de otro dispositivo eléctrico para oír, que le habían enviado para 
que lo probase. Al principio se mostró lento en la prueba debido a 
la decepción últimamente sufrida con el otro aparato. Finalmen-
te, más o menos descuidadamente, se lo ajustó a la cabeza y ¡allí 
estaba!, como obedeciendo a un golpe de varita mágica, el deseo 
de oír que había experimentado toda su vida, acababa de hacerse 
46
Piense y hágase rico
realidad. Por primera vez en su existencia oía prácticamente tan 
bien como cualquier persona de oído normal.
Medio loco de alegría por aquel mundo cambiado que le ha-
bían proporcionado mediante el dispositivo eléctrico, corrió al 
teléfono para hablar con su madre y oyó la voz de esta perfecta-
mente. Al día siguiente oyó las voces de sus profesores en clase con 
toda claridad y por primera vez en su vida. Y también por primera 
vez en su vida podía conversar con otras personas libremente, sin 
necesidad de tener que hablar en voz alta. Ciertamente, acababa 
de entrar en posesión de un mundo cambiado.
El muchacho “sordo” ayuda a otros
Sin comprender del todo el significado de lo que había consegui-
do, pero intoxicado con la alegría de haber descubierto un nuevo 
mundo de sonido, redactó una carta al fabricante del audífono en 
la que entusiasmadamente describía su experiencia. Algo que ha-
bía en aquella carta hizo que la compañía le invitara a ir a Nueva 
York. Cuando llegó a la ciudad fue acompañado hasta la fábrica y 
mientras hablaba con el ingeniero jefe, refiriéndole muchas cosas de 
aquel mundo nuevo que había caído en sus manos, una idea, una 
inspiración, una corazonada, o llámese como se quiera, nació en su 
mente. Fue “este impulso de pensamiento” lo que convirtió su pa-
decimiento en un valor destinado a producir dividendos, tanto en 
dinero como en felicidad a miles de personas en el futuro. 
La suma y substancia de aquel impulso de pensamiento fue la 
siguiente: se le ocurrió que podía servir de ayuda a los millones de 
sordos que caminaban por la vida sin gozar del beneficio de un 
dispositivo mecánico para oír sí él hallaba la forma de referirles la 
historia de aquel “nuevo mundo”.
Se enfrascó todo un mes en una intensa investigación, a través 
de la cual estudió todo el sistema de ventas del fabricante de audí-
fonos, y creó medios y métodos de comunicarse con los sordos de 
47
Napoleón Hill
todo el mundo con el propósito de compartir con ellos su recien-
temente descubierto mundo. Cuando acabó tal labor, presentó el 
plan a la compañía e instantáneamente se le concedió un puesto 
en la misma para que convirtiera en realidad sus deseos.
Cuando comenzó a trabajar, el mucha cho podía soñar muy 
poco en que estaba destinado a llevar esperanzas y alivio práctico a 
miles de personas sordas que, sin su ayuda, hubiesen permanecido 
condenadas para siempre al mundo del silencio.
No me cabe la menor duda de que Blair hubiese sido un sor-
domudo toda su vida si su madre y yo no nos las hubiésemos 
arreglado para moldear su mente como lo hicimos.
Cuando le inculqué el deseo de oír, hablar y vivir como una 
persona normal, a este impulso acompañó alguna extraña influen-
cia que obligó a la naturaleza a convertirse en constructora de 
un puente, salvando así la distancia que separaba su cerebro del 
mundo exterior.
Ciertamente, un ardiente deseo dispone de tortuosos caminos 
para transformarse en su equivalente físico. Blair deseaba disfrutar 
de un oído normal. Ahora ya lo tiene. Había nacido con una des-
ventaja física apta para enviar a cualquiera, con un deseo menos 
definido, a la calle provisto de un platillo para pedir limosna.
La pequeña mentira piadosa que inculqué en su mente cuando 
aún era un niño, haciéndole creer que su padecimiento se conver-
tiría en un gran valor, se justificó plenamente. En verdad, no hay 
nada, ya sea correcto o erróneo, que la creencia, más un ardiente 
deseo, no pueda convertir en realidad. Estas cualidades están a la 
disposición de cualquiera. 
El deseo obra maravillas para un cantante
Un párrafo corto publicado en la prensa y relacionado con mada-
me Schumann-Heink, facilita una pista para descubrir el éxito mag-
nífico de esta mujer como cantante. Transcribo el párrafo porque su 
48
Piense y hágase rico
contenido no revela otra cosa que un ardiente deseo.
A principios de su carrera, madame Schumann-Heink visitó 
al director de la Ópera de Viena para que le probase la voz, pero 
el hombre no lo hizo. Después de lanzar una ojeada a aquella 
muchacha desgarbada y pobremente vestida, el director dijo no 
muy cortésmente: “Con esa cara y sin personalidad alguna, ¿cómo 
puede usted esperar tener éxito en el campo de la ópera? Querida 
muchacha, abandone la idea. Cómprese una máquina de coser y 
póngase a trabajar. Nunca será usted una cantante”.
La palabra nunca, es un lapso demasiado largo. El director de la 
Ópera de Viena sabía muchas cosas acerca de la técnica del canto, 
pero muy pocas sobre la fuerza del deseo cuando este alcanza las 
proporciones de una obsesión. Si hubiese sabido más cosas sobre 
esa fuerza, no habría cometido la equivocación de condenar al 
genio sin concederle una oportunidad.
Hace varios años uno de mis asociados comerciales cayó en-
fermo. A medida que fue pasando el tiempo, empeoró y final-
mente tuvo que ser trasladado al hospital a fin de practicarle una 
operación. El doctor le advirtió que había muy pocas esperanzas, 
o ninguna, de que volviese a verle vivo. Pero esta era solamente 
la opinión del doctor. No era la opinión del paciente. Muy poco 
antes de ser trasladado a la sala de operaciones, murmuró débil-
mente: “No se preocupe, jefe, estaré fuera de aquí dentro de unos 
días”. La enfermera me miró con cara de circunstancias. Pero el 
paciente salió bien de la operación. Después de que todo terminó, 
su médico me dijo: “Nada, a no ser el ardiente deseo de vivir, le ha 
salvado. Nunca hubiera salido bien de esto si no se hubiese negado 
a aceptar la posibilidad de una muerte”.
Creo en la fuerza del deseo apoyada por la fe, porque he sido 
testigo de cómo esta fuerza elevaba a muchos hombres desde sus 
humildes comienzos a puestos de poder y riqueza, he visto cómo 
esa fuerza robaba de la tumba a muchas víctimas, la he visto servir 
como medio por el cual los hombres volvían a ponerse en pie tras 
49
Napoleón Hill
haber sufrido cien diferentes derrotas y he visto también cómo esa 
misma fuerza proporcionaba a mi hijo una vida normal y feliz a 
pesar de que la naturaleza le había lanzado al mundo sin oído.
¿Cómo puede unoencaminar y dirigir esa fuerza del deseo?
Esto ha sido contestado en parte y seguirá contestándose a tra-
vés de los demás capítulos de este libro.
Mediante algún extraño y poderoso principio de “química 
mental” que jamás ha divulgado, la naturaleza arropa en el im-
pulso de un fuerte deseo “ese algo” que no reconoce la palabra 
“imposible” y no acepta tal realidad como fracaso.
<<
 /ASCII85EncodePages false
 /AllowTransparency false
 /AutoPositionEPSFiles true
 /AutoRotatePages /All
 /Binding /Left
 /CalGrayProfile (Dot Gain 20%)
 /CalRGBProfile (sRGB IEC61966-2.1)
 /CalCMYKProfile (U.S. Web Coated \050SWOP\051 v2)
 /sRGBProfile (sRGB IEC61966-2.1)
 /CannotEmbedFontPolicy /Warning
 /CompatibilityLevel 1.4
 /CompressObjects /Tags
 /CompressPages true
 /ConvertImagesToIndexed true
 /PassThroughJPEGImages true
 /CreateJobTicket false
 /DefaultRenderingIntent /Default
 /DetectBlends true
 /DetectCurves 0.0000
 /ColorConversionStrategy /CMYK
 /DoThumbnails false
 /EmbedAllFonts true
 /EmbedOpenType false
 /ParseICCProfilesInComments true
 /EmbedJobOptions true
 /DSCReportingLevel 0
 /EmitDSCWarnings false
 /EndPage -1
 /ImageMemory 1048576
 /LockDistillerParams false
 /MaxSubsetPct 100
 /Optimize true
 /OPM 1
 /ParseDSCComments true
 /ParseDSCCommentsForDocInfo true
 /PreserveCopyPage true
 /PreserveDICMYKValues true
 /PreserveEPSInfo true
 /PreserveFlatness false
 /PreserveHalftoneInfo false
 /PreserveOPIComments false
 /PreserveOverprintSettings true
 /StartPage 1
 /SubsetFonts true
 /TransferFunctionInfo /Apply
 /UCRandBGInfo /Preserve
 /UsePrologue false
 /ColorSettingsFile ()
 /AlwaysEmbed [ true
 ]
 /NeverEmbed [ true
 ]
 /AntiAliasColorImages false
 /CropColorImages false
 /ColorImageMinResolution 300
 /ColorImageMinResolutionPolicy /OK
 /DownsampleColorImages true
 /ColorImageDownsampleType /Bicubic
 /ColorImageResolution 600
 /ColorImageDepth -1
 /ColorImageMinDownsampleDepth 1
 /ColorImageDownsampleThreshold 1.00000
 /EncodeColorImages true
 /ColorImageFilter /FlateEncode
 /AutoFilterColorImages false
 /ColorImageAutoFilterStrategy /JPEG
 /ColorACSImageDict <<
 /QFactor 0.15
 /HSamples [1 1 1 1] /VSamples [1 1 1 1]
 >>
 /ColorImageDict <<
 /QFactor 0.15
 /HSamples [1 1 1 1] /VSamples [1 1 1 1]
 >>
 /JPEG2000ColorACSImageDict <<
 /TileWidth 256
 /TileHeight 256
 /Quality 30
 >>
 /JPEG2000ColorImageDict <<
 /TileWidth 256
 /TileHeight 256
 /Quality 30
 >>
 /AntiAliasGrayImages false
 /CropGrayImages false
 /GrayImageMinResolution 300
 /GrayImageMinResolutionPolicy /OK
 /DownsampleGrayImages true
 /GrayImageDownsampleType /Bicubic
 /GrayImageResolution 600
 /GrayImageDepth -1
 /GrayImageMinDownsampleDepth 2
 /GrayImageDownsampleThreshold 1.00000
 /EncodeGrayImages true
 /GrayImageFilter /FlateEncode
 /AutoFilterGrayImages false
 /GrayImageAutoFilterStrategy /JPEG
 /GrayACSImageDict <<
 /QFactor 0.15
 /HSamples [1 1 1 1] /VSamples [1 1 1 1]
 >>
 /GrayImageDict <<
 /QFactor 0.15
 /HSamples [1 1 1 1] /VSamples [1 1 1 1]
 >>
 /JPEG2000GrayACSImageDict <<
 /TileWidth 256
 /TileHeight 256
 /Quality 30
 >>
 /JPEG2000GrayImageDict <<
 /TileWidth 256
 /TileHeight 256
 /Quality 30
 >>
 /AntiAliasMonoImages false
 /CropMonoImages false
 /MonoImageMinResolution 1200
 /MonoImageMinResolutionPolicy /OK
 /DownsampleMonoImages false
 /MonoImageDownsampleType /None
 /MonoImageResolution 1200
 /MonoImageDepth -1
 /MonoImageDownsampleThreshold 1.50000
 /EncodeMonoImages true
 /MonoImageFilter /CCITTFaxEncode
 /MonoImageDict <<
 /K -1
 >>
 /AllowPSXObjects false
 /CheckCompliance [
 /None
 ]
 /PDFX1aCheck false
 /PDFX3Check false
 /PDFXCompliantPDFOnly false
 /PDFXNoTrimBoxError true
 /PDFXTrimBoxToMediaBoxOffset [
 0.00000
 0.00000
 0.00000
 0.00000
 ]
 /PDFXSetBleedBoxToMediaBox true
 /PDFXBleedBoxToTrimBoxOffset [
 0.00000
 0.00000
 0.00000
 0.00000
 ]
 /PDFXOutputIntentProfile ()
 /PDFXOutputConditionIdentifier ()
 /PDFXOutputCondition ()
 /PDFXRegistryName ()
 /PDFXTrapped /False
 /CreateJDFFile false
 /Description <<
 /ARA <FEFF06270633062A062E062F0645002006470630064700200627064406250639062F0627062F0627062A002006440625064606340627062100200648062B062706260642002000410064006F00620065002000500044004600200645062A0648062706410642062900200644064406370628062706390629002006300627062A002006270644062C0648062F0629002006270644063906270644064A06290020064506460020062E06440627064400200627064406370627062806390627062A00200627064406450643062A0628064A062900200623064800200623062C06470632062900200625062C06310627062100200627064406280631064806410627062A061B0020064A06450643064600200641062A062D00200648062B0627062606420020005000440046002006270644064506460634062306290020062806270633062A062E062F062706450020004100630072006F0062006100740020064800410064006F006200650020005200650061006400650072002006250635062F0627063100200035002E0030002006480627064406250635062F062706310627062A0020062706440623062D062F062B002E0020064506390020005000440046002F0041060C0020062706440631062C062706210020064506310627062C063906290020062F0644064A0644002006450633062A062E062F06450020004100630072006F006200610074061B0020064A06450643064600200641062A062D00200648062B0627062606420020005000440046002006270644064506460634062306290020062806270633062A062E062F062706450020004100630072006F0062006100740020064800410064006F006200650020005200650061006400650072002006250635062F0627063100200035002E0030002006480627064406250635062F062706310627062A0020062706440623062D062F062B002E>
 /BGR <FEFF04180437043f043e043b043704320430043904420435002004420435043704380020043d0430044104420440043e0439043a0438002c00200437043000200434043000200441044a0437043404300432043004420435002000410064006f00620065002000500044004600200434043e043a0443043c0435043d044204380020043704300020043a0430044704350441044204320435043d0020043f04350447043004420020043d04300020043d043004410442043e043b043d04380020043f04400438043d04420435044004380020043800200443044104420440043e043904410442043204300020043704300020043f04350447043004420020043d04300020043f0440043e0431043d04380020044004300437043f0435044704300442043a0438002e002000200421044a04370434043004340435043d043804420435002000500044004600200434043e043a0443043c0435043d044204380020043c043e0433043004420020043404300020044104350020043e0442043204300440044f0442002004410020004100630072006f00620061007400200438002000410064006f00620065002000520065006100640065007200200035002e00300020043800200441043b0435043404320430044904380020043204350440044104380438002e>
 /CHS <FEFF4f7f75288fd94e9b8bbe5b9a521b5efa7684002000500044004600206587686353ef901a8fc7684c976262535370673a548c002000700072006f006f00660065007200208fdb884c9ad88d2891cf62535370300260a853ef4ee54f7f75280020004100630072006f0062006100740020548c002000410064006f00620065002000520065006100640065007200200035002e003000204ee553ca66f49ad87248672c676562535f00521b5efa768400200050004400460020658768633002>
 /CHT <FEFF4f7f752890194e9b8a2d7f6e5efa7acb7684002000410064006f006200650020005000440046002065874ef653ef5728684c9762537088686a5f548c002000700072006f006f00660065007200204e0a73725f979ad854c18cea7684521753706548679c300260a853ef4ee54f7f75280020004100630072006f0062006100740020548c002000410064006f00620065002000520065006100640065007200200035002e003000204ee553ca66f49ad87248672c4f86958b555f5df25efa7acb76840020005000440046002065874ef63002>
 /CZE <FEFF005400610074006f0020006e006100730074006100760065006e00ed00200070006f0075017e0069006a007400650020006b0020007600790074007600e101590065006e00ed00200064006f006b0075006d0065006e0074016f002000410064006f006200650020005000440046002000700072006f0020006b00760061006c00690074006e00ed0020007400690073006b0020006e0061002000730074006f006c006e00ed006300680020007400690073006b00e10072006e00e100630068002000610020006e00e1007400690073006b006f007600fd006300680020007a0061015900ed007a0065006e00ed00630068002e002000200056007900740076006f01590065006e00e900200064006f006b0075006d0065006e007400790020005000440046002000620075006400650020006d006f017e006e00e90020006f007400650076015900ed007400200076002000700072006f006700720061006d0065006300680020004100630072006f00620061007400200061002000410064006f00620065002000520065006100640065007200200035002e0030002000610020006e006f0076011b006a016100ed00630068002e>

Continuar navegando