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El_psicoanalista_y_sus_teorias

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Resumen
La relación del analista con las teorías
psicoanalíticas se caracteriza con demasiada
frecuencia por una adhesión ideológica a la
política de las instituciones o bien es utilizada, de
forma individual, como un mecanismo de defensa
frente a lo desconocido. Esta ideologización de las
teorías dificulta el desarrollo del psicoanálisis
como ciencia empírica y entorpece la utilización
del método psicoanalítico en la práctica clínica. 
La confrontación de las diferentes aportaciones
teóricas y la integración yoica de éstas en el saber
del clínico ayudan a crear las condiciones que
sustentan la práctica psicoanalítica.
El psicoanalista y sus teorías
La actual multiplicidad de teorías dentro del
psicoanálisis puede enriquecer o empobrecer
nuestra ciencia según el uso que el analista haga de
ellas. Son tantas y tan diversas las hipótesis
explicativas de un mismo fenómeno que orientarse
en el universo psicoanalítico es siempre una tarea
complicada. Pero en este trabajo nuestro interés no
es centrarnos en el pluralismo teórico ni en los
diferentes modelos de analistas según cada uno de
sus principales referentes teóricos, sino que
pretendemos entender la relación del psicoanalista
con la teoría. Para ello veremos este vínculo en los
distintos contextos en los que creemos se manifiesta
más claramente: en la formación, en la clínica y en
el contexto multiteórico e interdisciplinar.
Antes, tomaremos una cita de Freud (1923) con
cuyo contenido nos sentimos plenamente
identificados y en la que se define el psicoanálisis
como ciencia empírica, inacabada, poco apta para
ideas explicativas totalizadoras:
El psicoanálisis no es un sistema como los
filosóficos, que parten de algunos conceptos básicos
definidos con precisión y procuran apresar con ellos
el universo todo, tras lo cual ya no resta espacio para
nuevos descubrimientos y mejores intelecciones.
Mas bien adhiere a los hechos de su campo de
trabajo, procura resolver los problemas inmediatos de
la observación, sigue tanteando en la experiencia,
siempre inacabado y siempre dispuesto a corregir o
variar sus doctrinas. Lo mismo que la química o la
física, soporta que sus conceptos máximos no sean
claros, que sus premisas sean provisionales, y espera
del trabajo futuro su mejor precisión.
(Freud, 1923, p. 249)
Esta posición contrasta con la de muchos
analistas, que dan a las teorías psicoanalíticas de
autores posfreudianos el valor de explicaciones
absolutas que vienen a sustituir de forma total las
nociones previamente observadas y descritas por
otros autores. Las nuevas aportaciones no se
integran en un cuerpo teórico psicoanalítico en el
que lo nuevo amplía el campo del conocimiento,
sino que lo substituye casi totalmente. A veces,
determinadas escuelas promueven las enseñanzas de
autores como Lacan y Klein, principalmente,
dejando de lado que son desarrollos de la base
teórica freudiana. Contradicen así lo que estos
mismos autores proclaman, alejándose de las teorías
fundacionales y sembrando el desconcierto entre los
principiantes. Si pretendemos —al hilo de su
fundador— que el psicoanálisis sea una ciencia
además de una terapia, ese camino es, cuando
menos, confuso.
¿Por qué esa necesidad de que las teorías
psicoanalíticas se conviertan en ideas susceptibles
de ser ideologías o verdades absolutas? ¿Qué es una
teoría? Para Ferrater Mora (1965), el significado
primario del vocablo teoría es contemplación.
Podemos definir la teoría como una visión
inteligible o una contemplación racional.
Actualmente se entiende por teoría una construcción
intelectual que aparece como resultado del trabajo
filosófico o científico (o de ambos). Ferrater Mora
sigue la definición de teoría científica elaborada por
Braithwaite en 1953. Según él, «una teoría científica
es un sistema deductivo en el que ciertas
consecuencias observables se siguen de la
El psicoanalista y sus teorías
Alberto Grinberg
Anna Segura Fontova
conjunción de hechos observados con la serie de las
hipótesis fundamentales del sistema».
El Diccionario de la lengua española de la Real
Academia Española (1992) da tres acepciones del
término teoría:
1. Conocimiento especulativo considerado con
independencia de toda aplicación.
2. Serie de leyes que sirven para relacionar
determinado orden de fenómenos.
3. Hipótesis cuyas consecuencias se aplican a toda
una ciencia o a parte muy importante de la misma.
Según estas definiciones, parece difícil que una
teoría se pueda convertir en una idea dogmática, en
una verdad absoluta, y aún mucho menos que pueda
utilizarse al modo de una ideología.
Pero, ¿qué es una ideología? Sin entrar en la
discusión filosófica sobre la noción de ideología
como ocultación y revelación de la realidad social,1
el diccionario de la Real Academia Española da dos
acepciones:
1. Doctrina filosófica centrada en el estudio de las ideas.
2. Conjunto de ideas fundamentales que caracteriza
el pensamiento de una persona, colectivo o época, de
un movimiento cultural, religioso o político.
Esta segunda definición encaja bien con lo que
anteriormente decíamos sucede con las teorías
psicoanalíticas: se convierten en ideas
fundamentales que caracterizan el pensamiento de
una persona o de un grupo. Desde luego que una
teoría es una idea, un concepto, pero siempre es
provisional, ampliable, modificable y, sobre todo, 
en el caso del psicoanálisis, confrontable con la
observación clínica. Las teorías fundamentan el
pensamiento de un cuerpo teórico, de una ciencia,
pero no de una persona o de un colectivo, y mucho
menos deberían caracterizarlo. El carácter de un
pensamiento tiene que ver sobre todo con la
identidad y los ideales (políticos, religiosos y, en
general, de pertenencia) que lo conforman.
Es obvio que la formación, la profesión y las
diferentes escuelas ofrecen, además de teorías,
pertenencia e identidad: se es psicólogo o psiquiatra
y, además, se es psicoanalista, humanista,
conductista, etc. Y, como segundo apellido, se es
lacaniano o freudiano, kleiniano… por citar los más
comunes. Pero esa relación con la teoría que hace
que el clínico deba aferrarse a una pertenencia
teórica como seña de identidad, ¿no estará
indicando una posición todavía infantil del
psicoanálisis que impide su desarrollo científico?2
El psicoanálisis se diferencia de otras disciplinas
con objetivos afines, entre otras cosas, en el hecho
de que es más que una terapia y más que una
ciencia. El método psicoanalítico está asociado con
la revelación de la verdad sobre uno mismo y eso
puede tener algo de religioso, místico, y
seguramente influye en la relación que el terapeuta
tiene con las teorías psicoanalíticas.
Además, el psicoanálisis tiene algo de político
en tanto que produce en el analizando un cambio en
su posición de sujeto frente a sí mismo y frente a los
demás. Los ideales psicoanalíticos influyen en la
sociedad al igual que ésta nos influye como sujetos
sociales. A veces esta particularidad de nuestra
ciencia puede hacer que para algunos grupos
psicoanalíticos la defensa de las teorías o de la
praxis se convierta en una militancia política en la
que habría que defender al psicoanálisis, o a alguna
de sus orientaciones, de su hipotética desaparición.
El contexto de la formación
Adquirir los conocimientos teórico clínicos
suficientes para sentirse identificado con la función
de psicoanalista o psicoterapeuta psicoanalítico3 no
es sencillo. Acercarse al pensamiento y sufrimiento
de otro ser humano teniendo como único
instrumento el propio psiquismo es un notable reto
personal y casi una opción vocacional.
Se entiende que el analista en su formación sufra
todo un proceso de cambio personal que va más allá
de lo profesional. Recordemos que la triada
formativa incluye, junto a la adquisición de
elementos teóricos y destrezas técnicas, el
conocimiento propio a través del análisis personal.
Tal vez esto constituya una de las singularidades de
la capacitación como analista que la diferencia de
cualquier otra experiencia formativa profesional o
científica. Es evidente que lo deseablees que los
tres pilares formativos (análisis personal,
supervisión y seminarios teórico-técnicos) se
complementen y enriquezcan recíprocamente, y que
el resultado sea una adecuada integración de lo
estudiado con lo vivido emocionalmente y una
predisposición a seguir investigando y, por lo tanto,
cuestionando. Cuando esto ocurre, el analista
consigue hacer suyas las teorías, es decir,
repensarlas a partir de su propia experiencia, y en
este caso lo teórico se convierte para el clínico 
en algo semejante a la buena amistad: te acompaña en
lo cotidiano y te socorre en los momentos difíciles.
A propósito de esta integración, Fanny Schutt
(2000) dice:
21
22
No es necesario agotar una perspectiva teórica para ir
abordando otras, y lo que se hace indispensable es ir
confrontándolas entre sí y con nuestras experiencias,
para ir construyendo nuestro soporte teórico, que no
debe ser el reflejo clónico de una teoría producida
por la mente de un solo autor, por más genial y
fascinante que nos parezca, sino la elaboración
ineludiblemente personal de nuestras lecturas, de
nuestros pensamientos y de nuestro trabajo.
Pero, ¿por qué es tan frecuente entre los
psicoanalistas el ideologismo, el pensamiento
partidista y excluyente de los otros?
Podemos apuntar diferentes causas, pero quizás
es más importante en estos momentos detectar esta
realidad y hacerla egodistónica para no seguir
repitiendo, clonando, al decir de Fanny Schutt, e
impidiendo el crecimiento de una ciencia que está,
por otro lado, muy viva.
Si pensamos en la posible etiología de esta
dificultad, deberíamos reflexionar sobre el medio en
el que crecen los terapeutas. De los tres pilares de la
formación, el análisis personal es, como decíamos,
el elemento específico y absolutamente necesario de
nuestra formación profesional, pero supone un
estado especial del sujeto, que es paciente, alumno y
terapeuta a la vez. Los referentes teóricos del propio
analista, las transferencias no disueltas o
indisolubles, la situación regresiva del proceso
terapéutico, etc., todo esto genera una base sui
generis sobre la que se asentarán el conocimiento, la
comprensión y la elección de teorías.
Además, cuando la formación del futuro analista
se realiza en una institución, a lo antes dicho se le
añadirán fenómenos específicos: vínculos
endogámicos, presión grupal, posiciones de poder,
etc. Todo esto se agrava en aquellas instituciones de
pensamiento único que ofrecen identidades
profesionales cerradas y excluyentes. Es natural que
cuando el psicoanálisis didáctico, la formación
teórica y la supervisión se den obligatoriamente
bajo la misma línea teórica el candidato tenga pocas
posibilidades de cuestionamiento personal. Esto
puede conducir a reaseguramientos miméticos y
adhesiones dogmáticas y, en definitiva, a convertir
las teorías en ideologías.
Otra particularidad de nuestro método de
estudio, ya sea en las instituciones o fuera de ellas,
es la lectura en grupo de los textos de los distintos
autores, párrafo a párrafo, intentando entender lo
que dice y, a veces no dice, el autor. Esta práctica
recuerda a las lecturas bíblicas, religiosas, que se
acercan más al aprendizaje de doctrinas que al de
teorías científicas. Sin embargo, aunque resulte
extraño a colegas de otras disciplinas, parece
necesario estudiar de esta manera porque ayuda a
elaborar conflictos frente a la movilización personal
promovida por los textos psicoanalíticos, y permite
asimilar conceptos y teorías altamente complejos.
Además, el contacto emocional con los
conflictos propios y ajenos, que despierta tantas
ansiedades, puede llevar al principiante a sentir la
necesidad de tener convicciones frente a lo que
sucede en las sesiones y buscar reasegurarse en los
apellidos de las distintas escuelas teóricas.
El contexto clínico
Como es sabido, poner en marcha el método
psicoanalítico requiere una serie de condiciones
técnicas que permitan, entre otras cosas, la
asociación lo más libre posible del paciente y la
atención lo más flotante posible del terapeuta. 
En definitiva, se trata de conseguir una
comunicación de inconsciente a inconsciente que
permita acercarse al funcionamiento psíquico del
paciente e inicie el proceso terapéutico, las
transferencias, etc.
¿Para qué nos sirven las teorías en la sesión? 
La «atención flotante» de Freud, el «sin memoria ni
deseo» de Bion, etc. apuntan a una relación
terapéutica en la que los conocimientos teóricos
están integrados en el yo preconsciente del analista
y le son evocados por el discurso del paciente. Pero
estas condiciones ideales del encuadre analítico
interno son mucho más difíciles de conseguir que
las del externo. Al ser un ideal, las aproximaciones
al mismo ya son positivas. Sin embargo, con
frecuencia se producen rigideces en el encuadre
externo y aplicaciones con calzador de la teoría que
denotan en el analista una relación patológica con lo
teórico-técnico.
Mario Jaite (1998, p. 41) nos advierte de estos
peligros:
[…] cuando la teoría en lugar de ser una antorcha que
ilumina una cueva oscura la transformamos en el
objeto preferencial de nuestras cavilaciones, en un
cuerpo conceptual ávido de confirmación.
El paciente y su discurso adquieren el carácter de
objeto aleatorio al servicio de una teoría-pulsión que
busca el placer, satisfacerse.
Un vínculo idealizado, persecutorio o
confusional con la teoría o con las instituciones y/o
los individuos que la sostienen llevará a las
creencias, los sometimientos y la anulación de la
propia capacidad de pensar, percibir e intuir
clínicamente y, por lo tanto, a la mala praxis.
En el otro extremo, una relación negadora de la
importancia del saber psicoanalítico acumulado en
el analista producirá una idealización del don
intuitivo del terapeuta o del propio terapeuta como
tal y potenciará el misticismo y la omnipotencia de
su palabra.
A este propósito, Piera Alaugnier (1984, p. 19)
señala:
El encuentro entre el sujeto y el analista no es el
equivalente a no sé qué experiencia de goce inefable,
ni la repetición de un encuentro inaugural entre el yo
y el otro; y de igual modo, la emoción que en
nosostros puede producir lo que se nos da a oír, a
pensar, a ver, no es, salvo momentos particulares,
equivalente a la que podemos vivenciar con la lectura
o la escucha de una obra poética. En el ejercicio de
nuestro arte no somos poetas en procura de
inspiración, y tampoco experimentadores puros que
observarán y decodificarán el discurso de unos
cobayos humanos.
En cualquier caso, es de sentido común afirmar
que la teoría debería estar al servicio de la clínica, 
y ésta, fundamentar la teoría en un intercambio útil y 
enriquecedor para ambas. Es necesario poder pasar
de lo particular a lo universal y viceversa, sin perder
la capacidad de cuestionar conceptos y modelos
teóricos que no se ajustan a la práctica clínica.
Bernardi (1999b, p. 426) se pregunta cómo
evitar que la teoría aplaste a la clínica, permitiendo a
la vez que los conceptos teóricos aporten
inteligibilidad al campo teórico, y nos da una
posible respuesta:
En primer lugar, no perdiendo contacto con las
fantasías-teoría iniciales, es decir, con los niveles de
conceptualización más próximos a la experiencia y
por tanto menos saturados. […] Para avanzar en el
cotejo de hipótesis alternativas necesitamos
reconvertir las teorías abstractas al tipo de
experiencia que estuvo en su origen (y que no
siempre estas teorías revelan con claridad) y dejar
que distintas formas de ver reorganicen el campo
desde distinto ángulo y muestren si traen un
enriquecimiento o un empobrecimiento a la
compresión del material.
Se trata, a nuestro juicio, de un comentario lleno
de sentido común y también de un gran sentido
clínico, que revela un uso de las teorías flexible y
creativo, al servicio de la indagación y el
descubrimiento. Bernardi nos propone que el
analista conozca las diferentes teorías y aprenda a
relativizar su valor explicativo de la realidad y a
contrastarlas con el hecho clínico. También
recomienda acercarse al punto de observación que
originóla explicación teórica.
Esta posibilidad nos parece útil para después de
la sesión, para la reflexión posterior, pero durante el
acto analítico, idealmente, la teoría sólo debería
aparecer en la mente del analista como una
evocación producto de la interacción con el
paciente. Para ello es necesario que los
conocimientos teóricos, como decíamos en el
apartado anterior, se hayan integrado en el saber del
analista como clínico y como sujeto. Cuanto más se
sabe en todos los aspectos menos riesgos se corren
de que uno de los saberes, el teórico, aplaste al
conocimiento clínico y mucho menos al saber
acerca de uno mismo.
Seguramente habría que explicar qué
entendemos por integración de los saberes.
Podemos desarrollar este concepto basándonos en la
adecuada relación intrapsíquica del analista con sus
instancias ideales y el superyó, que le protegería de
la omnipotencia o impotencia frente a lo
desconocido. Pero quizás sea más claro pensar que
el resultado de ese proceso de integración es la
posición ingenua y abierta ante lo que se nos da a
oír, ver y percibir, que ya Platón recomendaba y que,
afortunadamente, también es frecuente en muchos
analistas de todas las escuelas teóricas.
Es evidente que la interacción de los distintos
conceptos teóricos del analista con el discurso del
paciente es un tema complejo que desborda el
objetivo de este trabajo. Queda aquí someramente
anunciado. Con todo, nos gustaría recordar en este
punto las decisivas recomendaciones de Bion 
(1966, p. 118) acerca del uso de modelos, que, más
flexibles que las teorías, facilitan, precisamente, el
establecimiento de una correspondencia entre el
pensamiento del paciente y las teorías
psicoanalíticas conocidas: «El modelo pone de
relieve dos grupos de ideas, las relacionadas con el
material del paciente y las relacionadas con el
cuerpo de la teoría psicoanalítica». Desde el punto
de vista metodológico, la ventaja de utilizar
modelos es que permiten en la práctica hacer frente
a una gran diversidad de situaciones sin la necesidad
de crear nuevas teorías ad hoc ni reformular las
conocidas. Desde el punto de vista clínico, el
beneficio es expresado por Bion (1966, p. 119) muy
gráficamente del siguiente modo:
La ventaja […] de la construcción de modelos es que
el analista tiene un gran campo para convencerse a sí
mismo, y por lo tanto a su paciente, de que son los
23
problemas de éste como hombre o mujer real los que
están siendo examinados, y no simplemente
supuestos mecanismos mentales de un maniquí.
En este apartado nos ha interesado sobre todo
subrayar las dificultades del terapeuta con las
teorías y la necesidad de hacerlas suyas, no tanto en
un sentido de propiedad o pertenencia, sino más
bien de familiaridad. Como dice Kohut (1984, 
p. 109) las teorías «deben ser las auxiliares del
observador, no sus amos».
En el contexto multiteórico 
e interdisciplinar
A partir de las teorías que lo fundaron, el
psicoanálisis ha ido desarrollando distintos
enfoques teóricos. Algunos aportan descubrimientos
teórico-clínicos que suman o sustituyen
parcialmente los conocimientos anteriores y otros
ofrecen alternativas más globales de difícil
integración en un cuerpo teórico común (pensando
siempre en una integración que tiene en cuenta y
respeta la diversidad).
En general, buena parte de las teorías
psicoanalíticas son altamente especulativas, no tanto
por lo que proponen —si recordamos la definición
de teoría, ésta es siempre una hipótesis—, sino 
por el poco interés que a veces mostramos en
confrontarlas con otras teorías psicoanalíticas que
explican lo mismo (y no digamos con otras ciencias
afines) y con la experiencia clínica propia o la de
otros colegas. Nos parece que esto contribuye a que
las teorías se conviertan en ideas opinables y, por lo
tanto, fácilmente manipulables.
La coexistencia de diferentes marcos
referenciales requiere un especial interés por la
confrontación, ya que sin ella las nuevas
aportaciones, en lugar de enriquecer el psicoanálisis,
apuntan a la dispersión y al empobrecimiento de los
conocimientos que ya deberían haberse consolidado
e integrado en una base compartida por todos los
psicoanalistas.
En este sentido, Widlöcher (2000) dice:
[…] la diversidad de las escuelas y los debates que
suscita son sin embargo una fuente importante de
vitalidad. Una profundización real de nuestros
métodos se debe a este pluralismo teórico. Pues
quisiera mostrar que la confrontación de los modelos
teóricos es sin duda la vía más fructuosa de que
disponemos actualmente para desarrollar y afinar
nuestras prácticas.
Así pues, de acuerdo con Widlöcher(2000), nos
parece que la exclusión de las otras escuelas, ya sea
invalidándolas o simplemente desconociéndolas,
dificulta el desarrollo y la coherencia interna del
psicoanálisis.
Las distintas escuelas, en vez de fomentar la
confrontación teórica, tienden a ofrecer respuestas
globales y se alejan del espíritu abierto e
investigador que es aconsejable a una ciencia tan
joven y tan difícil de contrastar como la nuestra.
Volvemos a citar a Freud (1916, p. 315) para
apoyar nuestra opinión.
En el cultivo de la ciencia hay un expediente 
muy socorrido: se escoge una parte de la verdad, 
se la sitúa en el lugar del todo y, en aras de ella, 
se pone en entredicho todo lo demás, que no es
menos verdadero. Por este camino ya se han
escindido del movimiento psicoanalítico varias
orientaciones…
Tal vez una de las razones para rechazar lo
diferente es la dificultad humana para tolerar lo que
de incompleto, parcial y relativo tiene nuestra parte
de verdad que las ideas de los otros ponen de
manifiesto.
Así pues, la situación actual multiteórica crea 
un campo complejo en el que se superponen
diferentes conflictos. En lo que se podría llamar 
el frente interno, tendríamos la existencia de
diferentes escuelas psicoanalíticas basadas en
esquemas referenciales o modelos teóricos
aparentemente tan disímiles que muchos los ven
como una amenaza a la unidad misma del
psicoanálisis. En lo que podríamos denominar frente
externo, encontramos las difíciles relaciones del
psicoanálisis con otras disciplinas y ciencias
cercanas y, en un sentido más amplio, con la ciencia
en general.
La diversidad —para muchos la
fragmentación— del psicoanálisis actual es un tema
candente. Fue abordado por Wallerstein (1988) en el
Congreso de la IPA de 1987 con un trabajo titulado
precisamente ¿Un psicoanálisis o muchos? Este
autor parece decantarse por considerar que, en un
sentido teórico, hay muchos psicoanálisis y que es
en otro plano, el de la práctica, donde se reconoce su
unidad como disciplina.
Pero la información acumulada por el analista
hace difícil, a veces, saber qué marco teórico está
actuando en nosotros cuando trabajamos
clínicamente y si es el mismo que utilizamos para
dar cuenta de la experiencia. Como dice Bernardi
(1999a):
24
De hecho no hay consenso acerca de en qué medida
nuestras diversas teorías son entre sí coincidentes,
contradictorias, complementarias, o se sitúan en una
relación de inconmensurabilidad. Pero es posible que
un análisis puramente lógico no sea suficiente, por
cuanto es necesario tener en cuenta el modo en el que
las teorías están en la mente de cada analista y el
modo en el que se hacen presentes en la interacción
con el paciente. Bernardi (1991a,1991b).4 Las
«teorías implícitas» (Sandler) con las que el analista
realmente opera tienden a diferir de las teorías
oficiales o explícitas.
Mucho se ha escrito, y con razón, acerca de las
dificultades específicas del psicoanálisis, como
disciplina y como práctica, para contrastar sus
resultados; por la naturaleza de su objeto de estudio
y por la complejidad de la situación analítica, que es
su fuente principal de datos.
Sin embargo, estos obstáculos en muchas
ocasiones parecen haberse convertido en una suerte
de licencia para la especulación que exime de
cumplir ciertas normas metodológicas comunes a
todas las ciencias. Esta cuestión es especialmente
relevante porque afecta no solamente a la
comunicación entre psicoanalistas,sino también al
diálogo interdisciplinar. Es verdad que nuestra
disciplina tiene características específicas, pero el
lema el psicoanálisis es diferente no puede
esgrimirse como bandera de un aislacionismo de
negativas consecuencias.
En cualquier caso, el contacto del psicoanálisis
con otras ciencias es inevitable y ninguna
interacción es inerte, es decir, que se producen o
pueden producirse modificaciones o evoluciones
fruto del intercambio.
Este contacto suscita interrogantes y lleva a
muchos psicoanalistas a preguntarse si sus
afirmaciones teóricas son hipótesis científicas
susceptibles de ser consideradas verdaderas o falsas,
o son, como dice Wallerstein (1988), metáforas de
elección o, como señala Armengol (1994),
simplemente opiniones.
Esta evidente diversidad en la consideración de
las teorías psicoanalíticas puede terminar resultando
insalvable si compromete la posibilidad de
comunicación entre los psicoanalistas. La
complejidad no puede evitarse, pero sí ciertos
elementos de confusión. Creemos que para
entendernos es fundamental que sepamos en cada
momento de qué estamos hablando, en qué nivel
situamos nuestra afirmación y a qué ámbito
queremos hacerla extensiva. Esto es, que
diferenciemos cuando estamos usando metáforas o
teorías, cuando nos movemos en el nivel de la teoría
clínica o de la metapsicología. Si explicitamos el
vértice desde el cual hacemos un enunciado,
acotamos su uso y de esta manera prevenimos
contra su abuso. Bion (1966) sugiere muy
lúcidamente la utilización de modelos como forma
de evitar la proliferación de nuevas teorías.
Creemos que se evitarían muchos malos
entendidos y muchas discusiones estériles si
fuéramos capaces de aclarar cuándo estamos usando
un modelo porque nos resulta útil para entender o
describir una realidad y cuándo intentamos formular
una teoría en un mayor nivel de abstracción y
generalización.
Al acabar este artículo nos damos cuenta de que
muchos interrogantes se han quedado en el tintero:
¿qué es lo que hace que abracemos un determinado
pensamiento científico?, ¿cuál es el punto óptimo
entre el apasionamiento y el escepticismo por lo que
nos dicen las teorías?, ¿hasta dónde es positivo
creérselas? Seguramente, cada uno tendrá su propia
respuesta.
Alberto Grinberg
Av. República Argentina, 177, 5º4ª
08023 Barcelona
E-mail: algrin@meridian.es
Anna Segura Fontova
C. París, 205, 2º2ª
08008 Barcelona
E-mail: annasegura@retemail.es
Notas
1. Para los interesados en el tema, hay una discusión muy rica
en el Diccionario de Filosofía de Ferrater Mora.
2. Sin entrar a discutir aquí la relación del psicoanálisis con el
método científico.
3. En este trabajo vamos a usar ambos conceptos como
sinónimos.
4. En la versión en línea de este artículo, aunque dentro del
texto Bernardi cita dos obras de sí mismo (1991a y 1991b), en la
lista final de referencias bibliográficas sólo consta: BERNARDI,
R. (1991). «Plurality of theories in Psychoanalysis: Bases for a
comparative study». 37th IPA Congress. Buenos Aires. [In
press: Int. J. Psychoa.]
Bibliografía
ARMENGOL, R. (1994). El pensamiento de Sócrates y el
psicoanálisis de Freud. Barcelona: Paidós y Fundació Vidal i
Barraquer.
25
AULAGNIER, P. (1984). El aprendiz de historiador y el maestro-
brujo. Buenos Aires: Amorrortu.
BERNARDI, R.(1999a). «Malestar en el psicoanálisis: los
desafíos pendientes». [en línea]. Aperturas psicoanalíticas, 
nº 1, abril 1999. <http://www.aperturas.org/> [Publicación
original: Revista Uruguaya de Psicoanálisis (Montevideo,
Uruguay), 1992, nº 76, p. 15-28.].
—(1999b). «La clínica psicoanalítica y el diálogo intra e
interdisciplinario». Psicoanálisis. APdeBA, vol. XXI, Nº 3,
p. 417-429.
BION, W. (1966). Aprendiendo de la experiencia. Buenos Aires:
Paidós.
FERRATER MORA, J. (1965). Diccionario de Filosofía. Buenos
Aires: Editorial Sudamericana. Tomo II.
FREUD, S. (1916). 22ª Conferencia de introducción al
psicoanálisis. En: Obras completas (O.C.). Buenos Aires:
Amorrortu Editores (AE). 1979. Tomo XVI.
—(1923). Psicoanálisis. En: O.C., AE. 1979. Tomo XVIII.
JAITE, M. (1998). «Variaciones sobre un tema de Procrustes».
Revista Intercambios, papeles de psicoanálisis [Barcelona],
octubre 1998, nº 1, p. 41-42.
KOHUT, H. (1984). ¿Cómo cura el análisis? Buenos Aires:
Paidós.
REAL ACADEMIA ESPAÑOLA. (1992). Diccionario de la lengua
española.
SCHUTT, F. (2000). «Formación terminable e interminable». 
En: ACTAS Segundo Coloquio Interdisciplinar.
Transformaciones. Psicoanálisis y Sociedad. [En prensa: iPsi,
Centre d’atenció, docència i investigació en Salut Mental
(Barcelona)].
WALLERSTEIN, R.S. (1988). «¿Un psicoanálisis o muchos?». 
En: Libro anual de psicoanálisis. Londres-Lima: Ediciones
Psicoanalíticas Imago SRL.
WIDLÖCHER, D. (2000). «¿Qué ha sido de las vías del
psicoanálisis?». En: ACTAS Segundo Coloquio
Interdisciplinar. Transformaciones. Psicoanálisis y Sociedad.
[En prensa: iPsi, Centre d’atenció, docència i investigació en
Salut Mental (Barcelona)].
26

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