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20 Resumen La relación del analista con las teorías psicoanalíticas se caracteriza con demasiada frecuencia por una adhesión ideológica a la política de las instituciones o bien es utilizada, de forma individual, como un mecanismo de defensa frente a lo desconocido. Esta ideologización de las teorías dificulta el desarrollo del psicoanálisis como ciencia empírica y entorpece la utilización del método psicoanalítico en la práctica clínica. La confrontación de las diferentes aportaciones teóricas y la integración yoica de éstas en el saber del clínico ayudan a crear las condiciones que sustentan la práctica psicoanalítica. El psicoanalista y sus teorías La actual multiplicidad de teorías dentro del psicoanálisis puede enriquecer o empobrecer nuestra ciencia según el uso que el analista haga de ellas. Son tantas y tan diversas las hipótesis explicativas de un mismo fenómeno que orientarse en el universo psicoanalítico es siempre una tarea complicada. Pero en este trabajo nuestro interés no es centrarnos en el pluralismo teórico ni en los diferentes modelos de analistas según cada uno de sus principales referentes teóricos, sino que pretendemos entender la relación del psicoanalista con la teoría. Para ello veremos este vínculo en los distintos contextos en los que creemos se manifiesta más claramente: en la formación, en la clínica y en el contexto multiteórico e interdisciplinar. Antes, tomaremos una cita de Freud (1923) con cuyo contenido nos sentimos plenamente identificados y en la que se define el psicoanálisis como ciencia empírica, inacabada, poco apta para ideas explicativas totalizadoras: El psicoanálisis no es un sistema como los filosóficos, que parten de algunos conceptos básicos definidos con precisión y procuran apresar con ellos el universo todo, tras lo cual ya no resta espacio para nuevos descubrimientos y mejores intelecciones. Mas bien adhiere a los hechos de su campo de trabajo, procura resolver los problemas inmediatos de la observación, sigue tanteando en la experiencia, siempre inacabado y siempre dispuesto a corregir o variar sus doctrinas. Lo mismo que la química o la física, soporta que sus conceptos máximos no sean claros, que sus premisas sean provisionales, y espera del trabajo futuro su mejor precisión. (Freud, 1923, p. 249) Esta posición contrasta con la de muchos analistas, que dan a las teorías psicoanalíticas de autores posfreudianos el valor de explicaciones absolutas que vienen a sustituir de forma total las nociones previamente observadas y descritas por otros autores. Las nuevas aportaciones no se integran en un cuerpo teórico psicoanalítico en el que lo nuevo amplía el campo del conocimiento, sino que lo substituye casi totalmente. A veces, determinadas escuelas promueven las enseñanzas de autores como Lacan y Klein, principalmente, dejando de lado que son desarrollos de la base teórica freudiana. Contradicen así lo que estos mismos autores proclaman, alejándose de las teorías fundacionales y sembrando el desconcierto entre los principiantes. Si pretendemos —al hilo de su fundador— que el psicoanálisis sea una ciencia además de una terapia, ese camino es, cuando menos, confuso. ¿Por qué esa necesidad de que las teorías psicoanalíticas se conviertan en ideas susceptibles de ser ideologías o verdades absolutas? ¿Qué es una teoría? Para Ferrater Mora (1965), el significado primario del vocablo teoría es contemplación. Podemos definir la teoría como una visión inteligible o una contemplación racional. Actualmente se entiende por teoría una construcción intelectual que aparece como resultado del trabajo filosófico o científico (o de ambos). Ferrater Mora sigue la definición de teoría científica elaborada por Braithwaite en 1953. Según él, «una teoría científica es un sistema deductivo en el que ciertas consecuencias observables se siguen de la El psicoanalista y sus teorías Alberto Grinberg Anna Segura Fontova conjunción de hechos observados con la serie de las hipótesis fundamentales del sistema». El Diccionario de la lengua española de la Real Academia Española (1992) da tres acepciones del término teoría: 1. Conocimiento especulativo considerado con independencia de toda aplicación. 2. Serie de leyes que sirven para relacionar determinado orden de fenómenos. 3. Hipótesis cuyas consecuencias se aplican a toda una ciencia o a parte muy importante de la misma. Según estas definiciones, parece difícil que una teoría se pueda convertir en una idea dogmática, en una verdad absoluta, y aún mucho menos que pueda utilizarse al modo de una ideología. Pero, ¿qué es una ideología? Sin entrar en la discusión filosófica sobre la noción de ideología como ocultación y revelación de la realidad social,1 el diccionario de la Real Academia Española da dos acepciones: 1. Doctrina filosófica centrada en el estudio de las ideas. 2. Conjunto de ideas fundamentales que caracteriza el pensamiento de una persona, colectivo o época, de un movimiento cultural, religioso o político. Esta segunda definición encaja bien con lo que anteriormente decíamos sucede con las teorías psicoanalíticas: se convierten en ideas fundamentales que caracterizan el pensamiento de una persona o de un grupo. Desde luego que una teoría es una idea, un concepto, pero siempre es provisional, ampliable, modificable y, sobre todo, en el caso del psicoanálisis, confrontable con la observación clínica. Las teorías fundamentan el pensamiento de un cuerpo teórico, de una ciencia, pero no de una persona o de un colectivo, y mucho menos deberían caracterizarlo. El carácter de un pensamiento tiene que ver sobre todo con la identidad y los ideales (políticos, religiosos y, en general, de pertenencia) que lo conforman. Es obvio que la formación, la profesión y las diferentes escuelas ofrecen, además de teorías, pertenencia e identidad: se es psicólogo o psiquiatra y, además, se es psicoanalista, humanista, conductista, etc. Y, como segundo apellido, se es lacaniano o freudiano, kleiniano… por citar los más comunes. Pero esa relación con la teoría que hace que el clínico deba aferrarse a una pertenencia teórica como seña de identidad, ¿no estará indicando una posición todavía infantil del psicoanálisis que impide su desarrollo científico?2 El psicoanálisis se diferencia de otras disciplinas con objetivos afines, entre otras cosas, en el hecho de que es más que una terapia y más que una ciencia. El método psicoanalítico está asociado con la revelación de la verdad sobre uno mismo y eso puede tener algo de religioso, místico, y seguramente influye en la relación que el terapeuta tiene con las teorías psicoanalíticas. Además, el psicoanálisis tiene algo de político en tanto que produce en el analizando un cambio en su posición de sujeto frente a sí mismo y frente a los demás. Los ideales psicoanalíticos influyen en la sociedad al igual que ésta nos influye como sujetos sociales. A veces esta particularidad de nuestra ciencia puede hacer que para algunos grupos psicoanalíticos la defensa de las teorías o de la praxis se convierta en una militancia política en la que habría que defender al psicoanálisis, o a alguna de sus orientaciones, de su hipotética desaparición. El contexto de la formación Adquirir los conocimientos teórico clínicos suficientes para sentirse identificado con la función de psicoanalista o psicoterapeuta psicoanalítico3 no es sencillo. Acercarse al pensamiento y sufrimiento de otro ser humano teniendo como único instrumento el propio psiquismo es un notable reto personal y casi una opción vocacional. Se entiende que el analista en su formación sufra todo un proceso de cambio personal que va más allá de lo profesional. Recordemos que la triada formativa incluye, junto a la adquisición de elementos teóricos y destrezas técnicas, el conocimiento propio a través del análisis personal. Tal vez esto constituya una de las singularidades de la capacitación como analista que la diferencia de cualquier otra experiencia formativa profesional o científica. Es evidente que lo deseablees que los tres pilares formativos (análisis personal, supervisión y seminarios teórico-técnicos) se complementen y enriquezcan recíprocamente, y que el resultado sea una adecuada integración de lo estudiado con lo vivido emocionalmente y una predisposición a seguir investigando y, por lo tanto, cuestionando. Cuando esto ocurre, el analista consigue hacer suyas las teorías, es decir, repensarlas a partir de su propia experiencia, y en este caso lo teórico se convierte para el clínico en algo semejante a la buena amistad: te acompaña en lo cotidiano y te socorre en los momentos difíciles. A propósito de esta integración, Fanny Schutt (2000) dice: 21 22 No es necesario agotar una perspectiva teórica para ir abordando otras, y lo que se hace indispensable es ir confrontándolas entre sí y con nuestras experiencias, para ir construyendo nuestro soporte teórico, que no debe ser el reflejo clónico de una teoría producida por la mente de un solo autor, por más genial y fascinante que nos parezca, sino la elaboración ineludiblemente personal de nuestras lecturas, de nuestros pensamientos y de nuestro trabajo. Pero, ¿por qué es tan frecuente entre los psicoanalistas el ideologismo, el pensamiento partidista y excluyente de los otros? Podemos apuntar diferentes causas, pero quizás es más importante en estos momentos detectar esta realidad y hacerla egodistónica para no seguir repitiendo, clonando, al decir de Fanny Schutt, e impidiendo el crecimiento de una ciencia que está, por otro lado, muy viva. Si pensamos en la posible etiología de esta dificultad, deberíamos reflexionar sobre el medio en el que crecen los terapeutas. De los tres pilares de la formación, el análisis personal es, como decíamos, el elemento específico y absolutamente necesario de nuestra formación profesional, pero supone un estado especial del sujeto, que es paciente, alumno y terapeuta a la vez. Los referentes teóricos del propio analista, las transferencias no disueltas o indisolubles, la situación regresiva del proceso terapéutico, etc., todo esto genera una base sui generis sobre la que se asentarán el conocimiento, la comprensión y la elección de teorías. Además, cuando la formación del futuro analista se realiza en una institución, a lo antes dicho se le añadirán fenómenos específicos: vínculos endogámicos, presión grupal, posiciones de poder, etc. Todo esto se agrava en aquellas instituciones de pensamiento único que ofrecen identidades profesionales cerradas y excluyentes. Es natural que cuando el psicoanálisis didáctico, la formación teórica y la supervisión se den obligatoriamente bajo la misma línea teórica el candidato tenga pocas posibilidades de cuestionamiento personal. Esto puede conducir a reaseguramientos miméticos y adhesiones dogmáticas y, en definitiva, a convertir las teorías en ideologías. Otra particularidad de nuestro método de estudio, ya sea en las instituciones o fuera de ellas, es la lectura en grupo de los textos de los distintos autores, párrafo a párrafo, intentando entender lo que dice y, a veces no dice, el autor. Esta práctica recuerda a las lecturas bíblicas, religiosas, que se acercan más al aprendizaje de doctrinas que al de teorías científicas. Sin embargo, aunque resulte extraño a colegas de otras disciplinas, parece necesario estudiar de esta manera porque ayuda a elaborar conflictos frente a la movilización personal promovida por los textos psicoanalíticos, y permite asimilar conceptos y teorías altamente complejos. Además, el contacto emocional con los conflictos propios y ajenos, que despierta tantas ansiedades, puede llevar al principiante a sentir la necesidad de tener convicciones frente a lo que sucede en las sesiones y buscar reasegurarse en los apellidos de las distintas escuelas teóricas. El contexto clínico Como es sabido, poner en marcha el método psicoanalítico requiere una serie de condiciones técnicas que permitan, entre otras cosas, la asociación lo más libre posible del paciente y la atención lo más flotante posible del terapeuta. En definitiva, se trata de conseguir una comunicación de inconsciente a inconsciente que permita acercarse al funcionamiento psíquico del paciente e inicie el proceso terapéutico, las transferencias, etc. ¿Para qué nos sirven las teorías en la sesión? La «atención flotante» de Freud, el «sin memoria ni deseo» de Bion, etc. apuntan a una relación terapéutica en la que los conocimientos teóricos están integrados en el yo preconsciente del analista y le son evocados por el discurso del paciente. Pero estas condiciones ideales del encuadre analítico interno son mucho más difíciles de conseguir que las del externo. Al ser un ideal, las aproximaciones al mismo ya son positivas. Sin embargo, con frecuencia se producen rigideces en el encuadre externo y aplicaciones con calzador de la teoría que denotan en el analista una relación patológica con lo teórico-técnico. Mario Jaite (1998, p. 41) nos advierte de estos peligros: […] cuando la teoría en lugar de ser una antorcha que ilumina una cueva oscura la transformamos en el objeto preferencial de nuestras cavilaciones, en un cuerpo conceptual ávido de confirmación. El paciente y su discurso adquieren el carácter de objeto aleatorio al servicio de una teoría-pulsión que busca el placer, satisfacerse. Un vínculo idealizado, persecutorio o confusional con la teoría o con las instituciones y/o los individuos que la sostienen llevará a las creencias, los sometimientos y la anulación de la propia capacidad de pensar, percibir e intuir clínicamente y, por lo tanto, a la mala praxis. En el otro extremo, una relación negadora de la importancia del saber psicoanalítico acumulado en el analista producirá una idealización del don intuitivo del terapeuta o del propio terapeuta como tal y potenciará el misticismo y la omnipotencia de su palabra. A este propósito, Piera Alaugnier (1984, p. 19) señala: El encuentro entre el sujeto y el analista no es el equivalente a no sé qué experiencia de goce inefable, ni la repetición de un encuentro inaugural entre el yo y el otro; y de igual modo, la emoción que en nosostros puede producir lo que se nos da a oír, a pensar, a ver, no es, salvo momentos particulares, equivalente a la que podemos vivenciar con la lectura o la escucha de una obra poética. En el ejercicio de nuestro arte no somos poetas en procura de inspiración, y tampoco experimentadores puros que observarán y decodificarán el discurso de unos cobayos humanos. En cualquier caso, es de sentido común afirmar que la teoría debería estar al servicio de la clínica, y ésta, fundamentar la teoría en un intercambio útil y enriquecedor para ambas. Es necesario poder pasar de lo particular a lo universal y viceversa, sin perder la capacidad de cuestionar conceptos y modelos teóricos que no se ajustan a la práctica clínica. Bernardi (1999b, p. 426) se pregunta cómo evitar que la teoría aplaste a la clínica, permitiendo a la vez que los conceptos teóricos aporten inteligibilidad al campo teórico, y nos da una posible respuesta: En primer lugar, no perdiendo contacto con las fantasías-teoría iniciales, es decir, con los niveles de conceptualización más próximos a la experiencia y por tanto menos saturados. […] Para avanzar en el cotejo de hipótesis alternativas necesitamos reconvertir las teorías abstractas al tipo de experiencia que estuvo en su origen (y que no siempre estas teorías revelan con claridad) y dejar que distintas formas de ver reorganicen el campo desde distinto ángulo y muestren si traen un enriquecimiento o un empobrecimiento a la compresión del material. Se trata, a nuestro juicio, de un comentario lleno de sentido común y también de un gran sentido clínico, que revela un uso de las teorías flexible y creativo, al servicio de la indagación y el descubrimiento. Bernardi nos propone que el analista conozca las diferentes teorías y aprenda a relativizar su valor explicativo de la realidad y a contrastarlas con el hecho clínico. También recomienda acercarse al punto de observación que originóla explicación teórica. Esta posibilidad nos parece útil para después de la sesión, para la reflexión posterior, pero durante el acto analítico, idealmente, la teoría sólo debería aparecer en la mente del analista como una evocación producto de la interacción con el paciente. Para ello es necesario que los conocimientos teóricos, como decíamos en el apartado anterior, se hayan integrado en el saber del analista como clínico y como sujeto. Cuanto más se sabe en todos los aspectos menos riesgos se corren de que uno de los saberes, el teórico, aplaste al conocimiento clínico y mucho menos al saber acerca de uno mismo. Seguramente habría que explicar qué entendemos por integración de los saberes. Podemos desarrollar este concepto basándonos en la adecuada relación intrapsíquica del analista con sus instancias ideales y el superyó, que le protegería de la omnipotencia o impotencia frente a lo desconocido. Pero quizás sea más claro pensar que el resultado de ese proceso de integración es la posición ingenua y abierta ante lo que se nos da a oír, ver y percibir, que ya Platón recomendaba y que, afortunadamente, también es frecuente en muchos analistas de todas las escuelas teóricas. Es evidente que la interacción de los distintos conceptos teóricos del analista con el discurso del paciente es un tema complejo que desborda el objetivo de este trabajo. Queda aquí someramente anunciado. Con todo, nos gustaría recordar en este punto las decisivas recomendaciones de Bion (1966, p. 118) acerca del uso de modelos, que, más flexibles que las teorías, facilitan, precisamente, el establecimiento de una correspondencia entre el pensamiento del paciente y las teorías psicoanalíticas conocidas: «El modelo pone de relieve dos grupos de ideas, las relacionadas con el material del paciente y las relacionadas con el cuerpo de la teoría psicoanalítica». Desde el punto de vista metodológico, la ventaja de utilizar modelos es que permiten en la práctica hacer frente a una gran diversidad de situaciones sin la necesidad de crear nuevas teorías ad hoc ni reformular las conocidas. Desde el punto de vista clínico, el beneficio es expresado por Bion (1966, p. 119) muy gráficamente del siguiente modo: La ventaja […] de la construcción de modelos es que el analista tiene un gran campo para convencerse a sí mismo, y por lo tanto a su paciente, de que son los 23 problemas de éste como hombre o mujer real los que están siendo examinados, y no simplemente supuestos mecanismos mentales de un maniquí. En este apartado nos ha interesado sobre todo subrayar las dificultades del terapeuta con las teorías y la necesidad de hacerlas suyas, no tanto en un sentido de propiedad o pertenencia, sino más bien de familiaridad. Como dice Kohut (1984, p. 109) las teorías «deben ser las auxiliares del observador, no sus amos». En el contexto multiteórico e interdisciplinar A partir de las teorías que lo fundaron, el psicoanálisis ha ido desarrollando distintos enfoques teóricos. Algunos aportan descubrimientos teórico-clínicos que suman o sustituyen parcialmente los conocimientos anteriores y otros ofrecen alternativas más globales de difícil integración en un cuerpo teórico común (pensando siempre en una integración que tiene en cuenta y respeta la diversidad). En general, buena parte de las teorías psicoanalíticas son altamente especulativas, no tanto por lo que proponen —si recordamos la definición de teoría, ésta es siempre una hipótesis—, sino por el poco interés que a veces mostramos en confrontarlas con otras teorías psicoanalíticas que explican lo mismo (y no digamos con otras ciencias afines) y con la experiencia clínica propia o la de otros colegas. Nos parece que esto contribuye a que las teorías se conviertan en ideas opinables y, por lo tanto, fácilmente manipulables. La coexistencia de diferentes marcos referenciales requiere un especial interés por la confrontación, ya que sin ella las nuevas aportaciones, en lugar de enriquecer el psicoanálisis, apuntan a la dispersión y al empobrecimiento de los conocimientos que ya deberían haberse consolidado e integrado en una base compartida por todos los psicoanalistas. En este sentido, Widlöcher (2000) dice: […] la diversidad de las escuelas y los debates que suscita son sin embargo una fuente importante de vitalidad. Una profundización real de nuestros métodos se debe a este pluralismo teórico. Pues quisiera mostrar que la confrontación de los modelos teóricos es sin duda la vía más fructuosa de que disponemos actualmente para desarrollar y afinar nuestras prácticas. Así pues, de acuerdo con Widlöcher(2000), nos parece que la exclusión de las otras escuelas, ya sea invalidándolas o simplemente desconociéndolas, dificulta el desarrollo y la coherencia interna del psicoanálisis. Las distintas escuelas, en vez de fomentar la confrontación teórica, tienden a ofrecer respuestas globales y se alejan del espíritu abierto e investigador que es aconsejable a una ciencia tan joven y tan difícil de contrastar como la nuestra. Volvemos a citar a Freud (1916, p. 315) para apoyar nuestra opinión. En el cultivo de la ciencia hay un expediente muy socorrido: se escoge una parte de la verdad, se la sitúa en el lugar del todo y, en aras de ella, se pone en entredicho todo lo demás, que no es menos verdadero. Por este camino ya se han escindido del movimiento psicoanalítico varias orientaciones… Tal vez una de las razones para rechazar lo diferente es la dificultad humana para tolerar lo que de incompleto, parcial y relativo tiene nuestra parte de verdad que las ideas de los otros ponen de manifiesto. Así pues, la situación actual multiteórica crea un campo complejo en el que se superponen diferentes conflictos. En lo que se podría llamar el frente interno, tendríamos la existencia de diferentes escuelas psicoanalíticas basadas en esquemas referenciales o modelos teóricos aparentemente tan disímiles que muchos los ven como una amenaza a la unidad misma del psicoanálisis. En lo que podríamos denominar frente externo, encontramos las difíciles relaciones del psicoanálisis con otras disciplinas y ciencias cercanas y, en un sentido más amplio, con la ciencia en general. La diversidad —para muchos la fragmentación— del psicoanálisis actual es un tema candente. Fue abordado por Wallerstein (1988) en el Congreso de la IPA de 1987 con un trabajo titulado precisamente ¿Un psicoanálisis o muchos? Este autor parece decantarse por considerar que, en un sentido teórico, hay muchos psicoanálisis y que es en otro plano, el de la práctica, donde se reconoce su unidad como disciplina. Pero la información acumulada por el analista hace difícil, a veces, saber qué marco teórico está actuando en nosotros cuando trabajamos clínicamente y si es el mismo que utilizamos para dar cuenta de la experiencia. Como dice Bernardi (1999a): 24 De hecho no hay consenso acerca de en qué medida nuestras diversas teorías son entre sí coincidentes, contradictorias, complementarias, o se sitúan en una relación de inconmensurabilidad. Pero es posible que un análisis puramente lógico no sea suficiente, por cuanto es necesario tener en cuenta el modo en el que las teorías están en la mente de cada analista y el modo en el que se hacen presentes en la interacción con el paciente. Bernardi (1991a,1991b).4 Las «teorías implícitas» (Sandler) con las que el analista realmente opera tienden a diferir de las teorías oficiales o explícitas. Mucho se ha escrito, y con razón, acerca de las dificultades específicas del psicoanálisis, como disciplina y como práctica, para contrastar sus resultados; por la naturaleza de su objeto de estudio y por la complejidad de la situación analítica, que es su fuente principal de datos. Sin embargo, estos obstáculos en muchas ocasiones parecen haberse convertido en una suerte de licencia para la especulación que exime de cumplir ciertas normas metodológicas comunes a todas las ciencias. Esta cuestión es especialmente relevante porque afecta no solamente a la comunicación entre psicoanalistas,sino también al diálogo interdisciplinar. Es verdad que nuestra disciplina tiene características específicas, pero el lema el psicoanálisis es diferente no puede esgrimirse como bandera de un aislacionismo de negativas consecuencias. En cualquier caso, el contacto del psicoanálisis con otras ciencias es inevitable y ninguna interacción es inerte, es decir, que se producen o pueden producirse modificaciones o evoluciones fruto del intercambio. Este contacto suscita interrogantes y lleva a muchos psicoanalistas a preguntarse si sus afirmaciones teóricas son hipótesis científicas susceptibles de ser consideradas verdaderas o falsas, o son, como dice Wallerstein (1988), metáforas de elección o, como señala Armengol (1994), simplemente opiniones. Esta evidente diversidad en la consideración de las teorías psicoanalíticas puede terminar resultando insalvable si compromete la posibilidad de comunicación entre los psicoanalistas. La complejidad no puede evitarse, pero sí ciertos elementos de confusión. Creemos que para entendernos es fundamental que sepamos en cada momento de qué estamos hablando, en qué nivel situamos nuestra afirmación y a qué ámbito queremos hacerla extensiva. Esto es, que diferenciemos cuando estamos usando metáforas o teorías, cuando nos movemos en el nivel de la teoría clínica o de la metapsicología. Si explicitamos el vértice desde el cual hacemos un enunciado, acotamos su uso y de esta manera prevenimos contra su abuso. Bion (1966) sugiere muy lúcidamente la utilización de modelos como forma de evitar la proliferación de nuevas teorías. Creemos que se evitarían muchos malos entendidos y muchas discusiones estériles si fuéramos capaces de aclarar cuándo estamos usando un modelo porque nos resulta útil para entender o describir una realidad y cuándo intentamos formular una teoría en un mayor nivel de abstracción y generalización. Al acabar este artículo nos damos cuenta de que muchos interrogantes se han quedado en el tintero: ¿qué es lo que hace que abracemos un determinado pensamiento científico?, ¿cuál es el punto óptimo entre el apasionamiento y el escepticismo por lo que nos dicen las teorías?, ¿hasta dónde es positivo creérselas? Seguramente, cada uno tendrá su propia respuesta. Alberto Grinberg Av. República Argentina, 177, 5º4ª 08023 Barcelona E-mail: algrin@meridian.es Anna Segura Fontova C. París, 205, 2º2ª 08008 Barcelona E-mail: annasegura@retemail.es Notas 1. Para los interesados en el tema, hay una discusión muy rica en el Diccionario de Filosofía de Ferrater Mora. 2. Sin entrar a discutir aquí la relación del psicoanálisis con el método científico. 3. En este trabajo vamos a usar ambos conceptos como sinónimos. 4. En la versión en línea de este artículo, aunque dentro del texto Bernardi cita dos obras de sí mismo (1991a y 1991b), en la lista final de referencias bibliográficas sólo consta: BERNARDI, R. (1991). «Plurality of theories in Psychoanalysis: Bases for a comparative study». 37th IPA Congress. Buenos Aires. [In press: Int. J. Psychoa.] Bibliografía ARMENGOL, R. (1994). El pensamiento de Sócrates y el psicoanálisis de Freud. Barcelona: Paidós y Fundació Vidal i Barraquer. 25 AULAGNIER, P. (1984). El aprendiz de historiador y el maestro- brujo. Buenos Aires: Amorrortu. BERNARDI, R.(1999a). «Malestar en el psicoanálisis: los desafíos pendientes». [en línea]. Aperturas psicoanalíticas, nº 1, abril 1999. <http://www.aperturas.org/> [Publicación original: Revista Uruguaya de Psicoanálisis (Montevideo, Uruguay), 1992, nº 76, p. 15-28.]. —(1999b). «La clínica psicoanalítica y el diálogo intra e interdisciplinario». Psicoanálisis. APdeBA, vol. XXI, Nº 3, p. 417-429. BION, W. (1966). Aprendiendo de la experiencia. Buenos Aires: Paidós. FERRATER MORA, J. (1965). Diccionario de Filosofía. Buenos Aires: Editorial Sudamericana. Tomo II. FREUD, S. (1916). 22ª Conferencia de introducción al psicoanálisis. En: Obras completas (O.C.). Buenos Aires: Amorrortu Editores (AE). 1979. Tomo XVI. —(1923). Psicoanálisis. En: O.C., AE. 1979. Tomo XVIII. JAITE, M. (1998). «Variaciones sobre un tema de Procrustes». 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