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Perspectivas Revista de Ciencias Sociales |No. 3 Enero-Junio 2017 ISSN 2525-1112, pp. 7-25 7 Estados Unidos y su comportamiento imperial: de George Washington a Donald Trump (1789-2017)1 The imperial behavior of the United States: from George Washington to Donald Trump (1789-2017) FRANCISCO CORIGLIANO Doctor en Historia (Universidad Torcuato Di Tella), Master en Relaciones Internacionales (FLACSO/Programa Argentina) y profesor de grado y posgrado en la FLACSO y las Universidades de Buenos Aires, San Andrés y Torcuato Di Tella. Correo electrónico: fcorigliano@udesa.edu.ar 1Este artículo es una versión ampliada de mi artículo “Estados Unidos y su comportamiento imperial: De George Washington a Barack Obama (1789-2009)”, revista Apócrifos, Buenos Aires, Centro de estudiantes de la Universidad Torcuato Di Tella (CEDIT), Edición Nº 3, Mayo 2009, pp. 14- 19. Resumen El objetivo de este trabajo es el de analizar el comportamiento imperial de los Estados Unidos, desde la asunción de George Washington como primer presidente de dicho país (1789) a la actual administración de Donald Trump. Este comportamiento ha tenido tanto momentos de expansión como de parálisis e incluso de contracción, en respuesta a diversos factores externos e internos de estímulo y de inhibición y a cambiantes percepciones de las amenazas reales o potenciales a la existencia misma de la nación estadounidense. Palabras clave Expansión imperial ─ Factores estimulantes ─ Factores inhibidores ─ Tradición liberal ─ Responsabilidad limitada ─ Política Exterior Abstract The aim of this work is to analyze the imperial behavior of the United States, from the assumption of George Washington as the first president of that country (1789) to the current administration of Donald Trump. This behavior has had as many moments of expansion as of paralysis and even contraction, in response to various external and internal factors of stimulation and inhibition and changing perceptions of actual or potential threats to the very existence of the American nation. Keywords Imperial expansion ─ Stimulating factors ─ Inhibiting factors ─ Liberal tradition ─ Limited responsibility ─ Foreign Policy Perspectivas Revista de Ciencias Sociales |No. 3 Enero-Junio 2017 ISSN 2525-1112, pp. 7-25 8 I. Factores de estímulo y factores inhibidores en el comportamiento imperial de los Estados Unidos Diversos factores de estímulo y de inhibición explican la alternancia de ciclos de expansión y de contracción en el comportamiento imperial de los Estados Unidos a lo largo de su prolongada historia. En la lista de los primeros hay que ubicar el rápido y sostenido crecimiento demográfico de la población estadounidense, fortificado por el adicional aporte de los inmigrantes procedentes del otro lado del Atlántico; el hambre de tierras motivado por el factor anterior y la existencia de naciones divididas, débiles y percibidas por los norteamericanos como “inferiores” a la “civilización angloamericana” (tales los casos, entre otros, de las tribus indígenas del Noroeste y Suroeste de América del Norte, y de las naciones mexicana y filipina); la sed de acceso a mercados por vía marítima (la cual constituyó una herencia que los estadounidenses recibieron de un “sistema marítimo” de alcance global desarrollado en los siglos XV y XVI por Portugal, en el XVII por Holanda y en el XVIII por Inglaterra); y un sentido de misión religiosa y a la vez civilizatoria que justificó, potenció y combinó entre sí los factores anteriormente mencionados y que le dio un toque mesiánico a dicho proceso expansivo imperial. Pero también hubo factores inhibidores de este comportamiento imperial. El primero de ellos, especialmente influyente durante los años del período colonial y los de la etapa independiente previa al estallido de la Guerra Civil en 1861, fue la amenaza que para la existencia cotidiana del nuevo Estado surgido en 1789 representó la presencia, en los cordones fronterizo noroeste y suroeste, de representantes gubernamental-militares de tres potencias europeas (Gran Bretaña, Francia y España, en ese orden de importancia) en constante interacción con actores no gubernamentales de dichos países (desde comerciantes y contrabandistas hasta sacerdotes) y con las naciones o tribus indígenas norteamericanas en torno al lucrativo comercio de pieles. Estos actores fronterizos ocupaban espacios intermedios o middle grounds, no controlados efectivamente por ninguna autoridad formal y que servían como espacios de lanzamiento y abastecimiento de las numerosas correrías de tribus indias hacia territorio estadounidense, como áreas de comercio ilegal de bienes, o como refugio de esclavos fugitivos que huían de sus dueños en el sur estadounidense. Por ejemplo, las correrías de los indios seminolas desde Florida hacia Georgia y Carolina del Sur, pusieron en peligro a las autoridades y a la seguridad de las poblaciones de estos estados del sur estadounidense hasta bien entrada la década de 1830. Otro ejemplo, mucho más tardío, del efecto desestabilizador de las incursiones procedentes de los espacios intermedios fronterizos fueron las protagonizadas por el caudillo mexicano Pancho Villa entre los años 1915 y 1917, cuyas fuerzas ingresaron a territorio norteamericano, en una provocativa respuesta a la toma del puerto de Veracruz por las fuerzas estadounidenses y al apoyo político otorgado por la administración demócrata de Woodrow Wilson a la facción liberal mexicana de Venustiano Carranza en su pugna con el gobierno de Victoriano Huerta y los poderes de caudillos locales como el mencionado Villa y Emiliano Zapata. Otro factor inhibidor del proceso de expansión imperial estadounidense fue la existencia de fuertes rivalidades regionales entre los estados del Norte ubicados en la costa atlántica y los) del Sur, alimentadas por diferencias de intereses económicos, pero también políticos, y en las cuales la cuestión de la Perspectivas Revista de Ciencias Sociales |No. 3 Enero-Junio 2017 ISSN 2525-1112, pp. 7-25 9 abolición o permanencia de la esclavitud fue un tema crucial de conflicto hasta que la Guerra Civil de la década de 1860 zanjó violentamente dicho debate en favor de los intereses del Norte. Un factor inhibidor adicional del impulso expansivo imperial, y que pesó mucho tanto en las décadas inmediatamente anteriores como en las inmediatamente posteriores al estallido de la Guerra Civil, fue la existencia de prejuicios étnico-culturales de los pobladores blancos estadounidenses tanto hacia los afroamericanos como hacia las naciones racialmente mestizas (mixed races). Dichos prejuicios retardaron y, a veces, incluso frustraron la anexión territorial de estas naciones como parte constitutiva de los Estados Unidos. El peso de este prejuicio en los círculos políticos estadounidenses pudo apreciarse, en el período anterior a la Guerra Civil, en las críticas de los voceros de los intereses del Norte a la anexión de Texas o la guerra con México, medidas impulsadas por los expansionistas sureños, interesados en reproducir territorialmente el sistema de plantación algodonero-esclavista a nuevas zonas geográficas. Asimismo, la persistencia de dicho prejuicio pudo apreciarse en el período posterior a la Guerra de Secesión, en el debate entre republicanos y demócratas durante la década de 1890 respecto de la anexión de Hawaii como Estado de la Unión y en el protagonizado por políticos y voceros de la sociedad civil en dicho decenio y los siguientes respecto del alcance y límites del dominio norteamericano en Filipinas y Puerto Rico. Entre los argumentos contrarios a la anexión o a la incorporación de estos territorios a la Unión estadounidense, ocupó un lugar de preferencia el temor a una licuación de la identidad culturalWASP -white, anglosaxon and protestant (blanca, anglosajona y protestante)-, fundadora de la identidad estadounidense, provocada por el posible mestizaje racial como fruto de la incorporación de esos territorios y poblaciones con “mixed races” -razas mestizas-. Por último, tal como advierte Dueck (2006) al definir a los Estados como un “cruzado renuente”, un factor inhibidor adicional del comportamiento imperial estadounidense está ligado a la presencia, en la cultura estratégica del país, de dos rasgos contradictorios entre sí. Por un lado, el apego a la tradición liberal. Por el otro, la inclinación a la responsabilidad limitada (limited liability) en compromisos estratégicos. La tradición liberal impulsa a los Estados Unidos a exportar los valores liberales de su país hacia el resto del mundo. Como aclara Dueck, una consecuencia obvia del peso de la tradición liberal en la política exterior estadounidense es la tentación de “reformar” a los enemigos no liberales y, por esta vía, la construcción de un orden mundial que refleje los valores liberales de los Estados Unidos. Ambiciosa esperanza que, no obstante, pronto se convierte en decepción ante la aparición de nuevos problemas y compromisos en las relaciones internacionales. A su vez, esta decepción o frustración ante la resistencia del orden mundial a abandonar las viejas reglas de la lucha y la competencia por el poder en favor de un sistema liberal de cooperación y seguridad colectiva tienta a los estadounidenses hacia la tendencia extrema opuesta a la de la cruzada liberal, la del retiro hacia una posición no intervencionista o relativamente aislacionista (relativamente, porque el aislamiento químicamente puro respecto del resto del mundo es una opción imposible de implementar en la práctica: si hubo un período que se acercó a ese extremo del aislamiento fue el breve período transcurrido entre 1807 y 1809, cuando el Perspectivas Revista de Ciencias Sociales |No. 3 Enero-Junio 2017 ISSN 2525-1112, pp. 7-25 10 gobierno de Thomas Jefferson intentó, a través de la inútil y costosa Ley del Embargo, sustraer al comercio exterior de su nación de la guerra entre los dos colosos europeos en pugna entre 1793 y 1815: la Francia de Napoleón Bonaparte y la Inglaterra reina de los mares). La mencionada oscilación entre impulso de cruzada reformista e impulso de retiro de los asuntos mundiales, presente en el componente liberal de la cultura estadounidense, se potencia por la existencia de otro rasgo cultural: el apego por la responsabilidad limitada. Es decir, la tentación quijotesca de pretender concretar ambiciosos objetivos liberales de política exterior estadounidense como la construcción de un orden mundial basado en valores propios del liberalismo como la democracia y el libre mercado, pero al menor costo político, económico y militar posible. Entre la asunción de George Washington a la presidencia en 1789 y el estallido de las dos Guerras Mundiales en 1914 y 1939, el peso de la tradición cultural de responsabilidad limitada pudo apreciarse en el consejo de Washington en su Discurso de Despedida de 1796 respecto de “extender las relaciones comerciales” con las naciones extranjeras pero “teniendo con ellas tan escasa conexión política como sea posible”; en la opinión del 93% de los norteamericanos en 1939 en contra del ingreso de su país como beligerante en la Segunda Guerra Mundial - de ese alto porcentaje, una gran proporción apostaba a que dicho ingreso no era necesario dado que Gran Bretaña podría neutralizar sola la amenaza de Alemania al balance de poder continental europeo y mundial-; y en la rápida desmovilización de tropas estadounidenses en el teatro europeo que siguió inmediatamente al fin de las dos contiendas globales mencionadas. II. Distintos ciclos en el proceso de expansión-contracción del comportamiento imperial norteamericano: de Washington a Trump Primer ciclo (1789-1815): expansión imperial guiada por el realismo prudente: Este ciclo inicial del proceso, abierto tras la llegada de George Washington a la presidencia el 30 de abril de 1789, se caracterizó por la emergencia de un Estado nacional tras la guerra de independencia contra Gran Bretaña (1775-1783). Un Estado formalmente independiente, pero con múltiples amenazas que ponían en peligro su consolidación: la herencia de la guerra de independencia contra Gran Bretaña (1776-1783) en la economía de la nueva república estadounidense; las divergencias de intereses políticos y económicos regionales, cuya existencia, denunciada por el propio Washington en su discurso de despedida de noviembre de 1796, amenazaba la unidad de la Early Republic; la presencia de las grandes potencias europeas en las fronteras de la nueva entidad política; y la de las tribus-naciones indígenas que cerraban el camino de expansión de los Estados Unidos hacia el oeste para granjeros y aventureros estadounidenses. Plenamente consciente de esta multiplicidad de amenazas internas y externas, el secretario de Tesoro de Washington durante todo su primer mandato y parte del segundo, Alexander Hamilton, aplicó, con la venia del presidente, la receta teórica del realismo prudente en sus medidas económicas internas y externas. Hamilton sostenía que Estados Unidos era “el embrión de un gran imperio” pero que necesitaría al menos una década de paz para poder crecer y fortalecerse, y que una guerra con Gran Bretaña sería un acto suicida en tal estado de debilidad (Hunt, 2009: 25). Washington soñaba con la llegada de un tiempo en el cual los Estados Unidos “poseyeran Perspectivas Revista de Ciencias Sociales |No. 3 Enero-Junio 2017 ISSN 2525-1112, pp. 7-25 11 la fuerza de un gigante y no existiese ningún poder que les hiciera temer” (Herring, 2008: 1). Pero tanto Hamilton como Washington eran conscientes que ese momento en el cual los Estados Unidos pudiesen crear un nuevo orden mundial aún estaba lejos de concretarse. Lo que buscaba el realismo prudente -o el “idealismo práctico” en palabras de Kagan (2006)- de Hamilton, Washington y de la mayoría de los Padres Fundadores del joven Estado norteamericano, era la búsqueda de un punto de equilibrio entre el insaciable apetito de expansión territorial de granjeros y aventureros estadounidenses - los que Kagan llama “los primeros imperialistas”, cuyo número se expandía geométricamente en el apretado territorio comprendido entre el Atlántico y los Apalaches, y la necesidad de hacer la debilidad relativa del poder estadounidense un factor de virtud, apreciando de modo realista las ventajas que, para la joven pero aún débil república nacida en 1789, podía ofrecer la rivalidad entre las potencias europeas. Este diagnóstico realista o “idealista práctico” de Hamilton y Washington fue compartida por los sucesores de este último en la titularidad de la Casa Blanca, al punto de que una segunda confrontación militar con Gran Bretaña fue aplazada hasta 1812, y la sed expansionista por tierras y oportunidades comerciales procedente de una población civil estadounidense en rápido crecimiento demográfico intentó ser saciada por los gobiernos de la joven república a través de la vía las negociaciones diplomáticas con las grandes potencias europeas -Tratado de Jay con Gran Bretaña en 1794; compra de la Louisiana a Francia en 1803- antes que por el camino del conflicto armado, uno en el que Estados Unidos tenía aún claras desventajas. Cabe recordar que el capital financiero británico fue capital en el desarrollo económico estadounidense durante la primera mitad del siglo XIX, y que la Royal Navy británica, como guardiana de los mares del mundo, podía hacer un daño enorme al comercio de los Estados Unidos con el resto del planeta. Asimismo, vale anotar la presencia británica en la frontera del norte, en la costa del Pacífico Norte y Canadá, en las pesquerías de Terranova y en el comercio con las Antillas eran frenos al apetito expansionista de la jovennación y poderosos recordatorios de la necesidad de privilegiar en los tratos con Londres las armas de la diplomacia y del comercio antes que las de la guerra. Por su parte, Francia, el segundo poder naval mundial, controló entre 1801 y 1803 la región de Louisiana bañada por el río Mississippí y sus afluentes, un eje comercial vital para los territorios del oeste norteamericano. Asimismo, España bloqueaba el sueño de expansión del oeste y del sur estadounidense con su presencia en Louisiana (hasta 1801), Florida, Cuba, Indias Occidentales (las Antillas españolas) y California. Finalmente, los secuestros y actos de piratería de estados berberiscos del Norte de África en el Mediterráneo pusieron en peligro el importante comercio norteamericano con el Mediterráneo Dados estos condicionantes, el embrionario pero creciente impulso imperial del nuevo Estado fue canalizado por los representantes gubernamentales hacia las naciones o tribus indígenas, demasiado divididas entre sí como para frenar con efectividad el inexorable avance de los hombres de frontera y de las tropas norteamericanas en sus territorios. Esta primera fase de comportamiento imperial embrionario de los Estados Unidos se cerró con el fin del largo ciclo de guerras europeas tras la definitiva derrota de Napoleón Bonaparte en Waterloo (junio de 1815) y el término de la segunda guerra entre Estados Unidos y Gran Bretaña, pactada por los representantes Perspectivas Revista de Ciencias Sociales |No. 3 Enero-Junio 2017 ISSN 2525-1112, pp. 7-25 12 diplomáticos de los gobiernos británico y norteamericano en el tratado de Ghent (diciembre de 1814), pero demorado hasta la batalla de Nueva Orleáns (enero de 1815) porque las fuerzas beligerantes no se habían llegado a enterar del acuerdo diplomático -aún no existía el telégrafo lo cual retardaba la rapidez de las comunicaciones-. Segundo ciclo (1815-1865): de expansión estadounidense en la porción norteamericana del continente y en el Pacífico garantizada por el poder marítimo británico entre 1815 y 1823 y condicionada por las tensiones regionales entre los “Destinos Manifiestos” del norte y del sur entre 1823 y 1865: El cese de las guerras en Europa a partir de 1815, sumado al interés de la Royal Navy británica por oponerse a cualquier política de alianzas europeo que permitiese a Francia y a España recuperar influencia territorial y/o económica en el continente americano, fueron factores que otorgaron a los Estados Unidos un paraguas protector para implementar el sueño de expansión imperial territorial hacia el Oeste ya presente en la etapa anterior pero sin temor a interferencias de las grandes potencias europeas. Fueron ejemplos de la puesta en práctica de este “Destino Manifiesto” de expansión continental las negociaciones con Gran Bretaña sobre neutralización de la zona de los Grandes Lagos (Pacto Rush-Bagot de 1817 y Convención de 1818); las llevadas a cabo con España en 1819 (Tratado Transcontinental o Adams-de Onís) que le permitieron a Estados Unidos el acceso a Florida Oriental y abrieron el camino hacia el Pacífico norte; la Doctrina Monroe de 1823, una declaración unilateral en la que Estados Unidos afirmaba su rechazo a la dominación europea en la totalidad del continente americano, cuya garantía de puesta en práctica no la otorgó en ese momento el poder de la joven república sino el poder naval británico, tan interesado como Estados Unidos en excluir a las potencias europeas de toda injerencia en los asuntos del continente americano; y la guerra contra México entre 1846 y 1848, que le permitió a los Estados Unidos adquirir como nuevos Estados de la Unión los territorios de Nueva México y Arizona, lo cual, a su vez, abrió la puerta a la incorporación de California. A su vez, dicha expansión territorial incluyó una modalidad marítima: la búsqueda de mercados y de enclaves portuarios en el Océano Pacífico, tendencia demostrada en la firma del tratado comercial de Wangxia con China en 1844 -el cual, como aclara LaFeber (1994: 103) le otorgaba a los norteamericanos el estatus de nación más favorecida, por el cual los norteamericanos recibían los mismos beneficios comerciales que los británicos-; y en la forzada apertura, por obra de la “diplomacia de los cañones”, de los puertos de Japón a los productos estadounidenses a principios de la década de 1850. El sueño de influencia y/o dominación hemisférica -expresado en pronunciamientos como la citada Doctrina Monroe de 1823 y plasmado en el reconocimiento estadounidense a la emancipación de las colonias españolas en América y el apoyo de algunos de sus círculos políticos (el caso del senador y luego secretario de Estado Henry Clay) a la cooperación económica regional- se vio a la vez inhibido o condicionado por el peso de dos factores. Uno fue el del poder británico, funcional a los intereses expansivos norteamericanos en tanto el patrullaje de la Royal Navy por los distintos océanos garantizó, entre 1815 y la década de 1860, que el continente americano estuviese libre de interferencias de las otras grandes potencias europeas en el Nuevo Mundo, el Perspectivas Revista de Ciencias Sociales |No. 3 Enero-Junio 2017 ISSN 2525-1112, pp. 7-25 13 ámbito geográfico privilegiado por la versión sureña de “Destino Manifiesto” de expansión estadounidense. El otro factor inhibidor o condicionante del comportamiento imperial norteamericano fue la existencia de intensas divisiones regionales dentro de los Estados Unidos entre el norte y el sur. Estados norteños y sureños tenían distintas lecturas respecto de cómo plasmar en política este sueño imperial y acerca de la cuestión de la esclavitud. En la percepción de los estados norteños, la expansión hacia Texas, México, Nueva México y California era la herramienta de los estados sureños para ampliar el número de Estados esclavistas, alterando el balance de poder político a favor del Sur. Así, la anexión de Texas a la Unión, concretada en la década de 1840 y precedida por una “invasión pacífica” de colonos norteamericanos que contó con la connivencia de un Estado mexicano en penurias financieras, fue criticada y cuestionada por Estados del norte como Massachusetts. Lo propio ocurrió con la guerra emprendida por la administración de James Polk (1845-9) contra México entre los años 1846 y 1848, aplaudida por los estados del sur pero declarada inconstitucional por el Estado de Massachusetts y por el entonces representante de Illinois en la Cámara de Representantes, el futuro presidente Abraham Lincoln. Pero esta impugnación de los estados del Norte y del Oeste a la expansión territorial y marítima de los estados sureños no implicaba que los primeros carecieran de vocación imperialista o expansionista. La diferencia es que mientras los del Sur vinculaba su expansión territorial a la de la esclavitud como mano de obra del sistema de grandes plantaciones de algodón, los del Norte y Oeste, a la vez que cuestionaban este sistema económico en sintonía con el avance del movimiento abolicionista en Inglaterra y el resto de Europa, no renunciaban a la búsqueda de nuevos mercados, por la vía pacífica o por las armas, en el Atlántico y en el Pacífico, como lo demostró la apertura a cañonazos de los puertos de Japón a los barcos estadounidenses a principios de la década de 1850. Eran dos modalidades de imperialismo y expansión diferentes, dos “Destinos Manifiestos” como los llama Kagan (2006: 224-245), que se enfrentaron en los medios de prensa, en la calle, en las elecciones presidenciales y parlamentarias, en los debates legislativos y finalmente en el campo de batalla durante la Guerra Civil entre los años 1861 y 1865. Tercer ciclo (1865-1898/1901): de contracción de la expansión imperial: Este ciclo comprende los años que van desde el fin de la Guerra Civil y el triunfo de la causa norteña de la Unión sobre la sureña de la Confederación (1865) hasta la guerra hispanoamericana de 1898y el tratado Hay-Pauncefort de 1901. El triunfo del modelo antiesclavista norteño en los años de posguerra, la reconstrucción del Sur derrotado en la Guerra Civil y los temores por la incorporación de nuevos territorios habitados por razas no anglosajonas a la Unión estadounidense, fueron tres factores de inhibición del impulso expansionista-imperialista de los Estados Unidos. Y la presencia de los mismos explica la paradójica distancia existente entre la extraordinaria expansión del modelo productivo industrial entre las décadas de 1870 y 1890 y la relativamente débil expansión territorial y marítima de la nación estadounidense -en comparación con el acelerado ritmo de dicha expansión en el caso de las grandes potencias europeas, las cuales, en el contexto de la llamada Segunda Revolución Industrial, buscaron mercados de ultramar en Asia y África para colocar sus productos manufacturados y de abastecerse de Perspectivas Revista de Ciencias Sociales |No. 3 Enero-Junio 2017 ISSN 2525-1112, pp. 7-25 14 materias primas-. Paradoja estudiada en profundidad por Zakaria (2000), y que contradice un argumento central del realismo estructural según el cual a mayor poder o dotación de capacidades de un Estado se correspondería un comportamiento exterior más agresivo o expansivo. En el período transcurrido entre el fin de la Guerra Civil y el estallido del conflicto entre Estados Unidos y España por Cuba en 1898, el tradicional comportamiento imperial estadounidense sufrió un nuevo período de aletargamiento, al compás de los conflictos internos entre Norte y Sur, y entre ex esclavos y hombres libres, conflictos cuyas heridas no habían cerrado completamente a pesar del fin de la Guerra Civil en 1865 y de la política de Reconstrucción del Sur entre 1865 y 1877. El peso de dichos conflictos hizo que los casos de compra de territorios -la del de Alaska a la Rusia zarista en 1867- o de intervenciones externas por invitación externa (“imperialismo por invitación”) -el de Hawaii- predominasen claramente por sobre los casos de expansión o anexión territorial lisa y llana -como sería el de Filipinas tras la guerra contra España por Cuba en 1898-. Cuarto ciclo (1898/1901-1945): de reemplazo de la expansión imperial estadounidense de índole continental por una de índole predominantemente marítimo-comercial, al estilo británico. Este ciclo se abrió con el estallido de la “espléndida y corta guerra” (“splendid and little war”) entre Estados Unidos y España por Cuba. En los hechos, dicha guerra no fue tan espléndida en términos de costos militares y humanos como habían calculado las autoridades de la Casa Blanca, aunque sí fue temporalmente breve, y tuvo como efecto colateral la adquisición de Filipinas como una colonia formal dentro de la órbita de influencia norteamericana. Esta guerra de 1898 también marcó el ascenso de los Estados Unidos al doble estatus de potencia regional -al consagrarse en este período el derecho exclusivo estadounidense de controlar y construir un canal ítsmico de comunicación entre el Atlántico y el Pacífico sin necesidad de contar con la venia británica- y global -al derrotar a una potencia europea (si bien en declinación) en 1898 y reemplazar a Gran Bretaña en su tradicional rol de garante del equilibrio de poder en el continente euroasiático actuando como balanceador de último minuto (offshore balancer) (Sempa, 2004). Como si esto fuese poco, el dólar estadounidense pasó a reemplazar a la libra esterlina como moneda internacional en el período entre la Primera y la Segunda Guerra Mundial, y Estados Unidos jugó un rol protagónico en la recuperación de países como Alemania (Planes Dawes de 1924 y Young de 1929) y Bélgica (plan de reconstrucción de posguerra organizado por el futuro presidente estadounidense Herbert Hoover). Quinto ciclo (1945-1968): de consolidación de la Pax Americana en el bloque capitalista occidental: El ciclo de ascenso de los Estados Unidos como poder global se consolidó tras el fin de la Segunda Guerra Mundial en 1945, que marcó el final de la hegemonía de las grandes potencias europeas en los asuntos mundiales. Tras un intento fallido de los Estados Unidos de creación de “Cuatro Policías” encargados del orden mundial (Estados Unidos, Gran Bretaña, la Unión Soviética -URSS- y China nacionalista) (Corigliano, 2016:35), el manejo de la gobernabilidad -y el balance de poder- global se trasladó de Europa Occidental a las dos nuevas superpotencias emergentes tras el fin de Perspectivas Revista de Ciencias Sociales |No. 3 Enero-Junio 2017 ISSN 2525-1112, pp. 7-25 15 la Segunda Guerra: Estados Unidos y la URSS. Estados Unidos actuó como líder del bloque capitalista occidental, un liderazgo activamente consentido por las naciones de una Europa Occidental desvastada por dos guerras mundiales consecutivas -al menos hasta principios de la década de 1960- y tolerado - aunque con algunas reticencias- por las naciones latinoamericanas, necesitadas del aporte económico norteamericano pero recelosas de las intervenciones militares de Washington en lo que consideraba su patio trasero -intervenciones tales como la efectuada por la CIA en Guatemala en 1954 o la de los marines norteamericanos en Santo Domingo en 1965-. Liderazgo o Pax Americana sobre el bloque capitalista occidental asentado sobre un sistema de alianzas político-estratégicas -el Tratado Interamericano de Asistencia Recíproca (TIAR, 1947), la Organización del Tratado del Atlántico Norte (OTAN, 1949)- como económicas (sistema de Bretton Woods, Acuerdo General de Tarifas y Comercio, GATT por sus siglas en inglés). Sistemas articulados y amparados por la diplomacia y el poder norteamericanos en torno a la “necesidad percibida” de contención de las amenazas procedentes de la Unión Soviética y, más tarde, de China comunista. Esta Pax Americana en el bloque capitalista occidental, no obstante el monopolio de poder nuclear detentado por los Estados Unidos entre 1945 y 1949, enfrentó varios desafíos a su consolidación: el soviético desde la crisis de Irán y de los estrechos en 1946, el de la China comunista a partir de 1949, el de la Revolución Cubana de 1959 y su posible “efecto contagio” en el resto del continente americano en las décadas de 1960 y 1970, y el de los comunistas vietnamitas, que obstaculizaban el deseo estadounidense de convertir a la nación asiática en un baluarte del anticomunismo en el estratégico sudeste asiático. Así, la guerra de Vietnam marcó el punto más alto del compromiso norteamericano con la contención a la amenaza comunista. A la vez, la no resolución del conflicto en los términos buscados por los Estados Unidos marcó, hacia 1968, el final de este ciclo de consolidación de la Pax Americana en el bloque capitalista occidental. 1968 se abrió con la ofensiva norvietnamita del Tet, que atacó por sorpresa la embajada norteamericana en Saigón la capital de Vietnam del Sur. Ofensiva acertadamente definida por Kissinger (1995: 663-664) como una derrota militar para las tropas de la guerrilla comunista vietnamita, que por primera vez en el conflicto salían al descubierto, pero a la vez en una victoria psicológica para dichas fuerzas, en tanto la Ofensiva del Tet abrió la ventana de oportunidad para que figuras del establishment político y mediático, además de sectores de la sociedad norteamericana, pudieran expresar abiertamente sus dudas y cuestionamientos acerca de la legitimidad y moralidad de la presencia militar norteamericana en un pequeño y alejado país del sudeste asiático. Sexto ciclo (1968-1989): de ajustes varios en el comportamiento imperial norteamericano. Como explica claramente Kissinger (1995: 667-676 y 696- 699), para Richard Nixon, presidente de los Estados Unidos tras su victoria electoral en 1968, la guerra de Vietnam no podía ser ganada por las tropas estadounidenses y, además, era un conflicto que abría hondas heridas en una nación aún desgarrada por los conflictosraciales y sociales. Sobre la base de este razonamiento, Nixon y quien tiempo después sería su secretario de Estado, Henry Kissinger, concluyeron que los días de la consolidación del Perspectivas Revista de Ciencias Sociales |No. 3 Enero-Junio 2017 ISSN 2525-1112, pp. 7-25 16 liderazgo exclusivo de los Estados Unidos eran cosa del pasado, y que había que construir una estructura de orden mundial basada en un balance de poder entre cinco polos: Estados Unidos, la Unión Soviética, los países de la Comunidad Europea, China comunista y Japón. Asimismo, Estados Unidos no asumiría de modo unilateral, como en el ciclo anterior, la pesada tarea de contener por sí sólo las amenazas a la seguridad global. La llamada Doctrina Nixon, presentada por primera vez en 1969 y luego en 1970, delegaba en los poderes regionales la tarea de contener o frustrar dichas amenazas, y tan sólo en el caso de una amenaza nuclear a un aliado de los Estados Unidos se justificaría la intervención militar norteamericana, en una versión updated del rol de offshore balancer. Para los demás casos de conflictos a los intereses de seguridad norteamericanos, se recurrió a la combinación de diversas herramientas a fin de evitar esfuerzos militares prolongados con alto costo político y económico interno al estilo Vietnam: la presión diplomática, las alianzas con otros países, las operaciones encubiertas, los ataques calibrados a centros de aprovisionamiento de las guerrillas comunistas en Camboya y Laos. A su vez, las administraciones republicanas de Nixon (1969-1974) y de Gerald Ford (1974-7) y la demócrata de Jimmy Carter hasta la invasión soviética en Afganistán en 1979, ratificaron el camino, ya iniciado por su antecesor Lyndon B. Johnson en la cumbre de Glassboro con el premier soviético Alexei Kosyguin (1967), de celebrar cumbres con los jefes de Estado soviéticos, cumbres que expresaban un deseo de concierto de poder bajo el formato de cumbres presidenciales soviético-norteamericanas, mecanismo que apuntaba a un triple fin: limitar la existencia de armas nucleares entre las dos superpotencias; evitar la proliferación nuclear en otros países; e intentar encontrar puntos temáticos de convergencia y mecanismos conjuntos de resolución para prevenir o frenar los conflictos en regiones calientes del planeta como Medio Oriente o el sudeste asiático (Corigliano, 2016 a: 36-37). Pero esta versión restringida del rol global y del comportamiento imperial norteamericano en el exterior tuvo corta vida. Del lado soviético, la voluntad de Kosyguin primero y de Leonid Breznev después por mantener abierto el canal de diálogo presidencial bilateral se vio obstaculizada por las presiones expansionistas del complejo industrial-militar, de la KGB y de los ideólogos del Politburó que terminaron embarcando a Breznev en la riesgosa aventura de intervención en Afganistán, una que las autoridades soviéticas percibían como “defensiva” en tanto buscaba asegurar la fronteras de la URSS con un vecino cuya islamización podía afectar las zonas y repúblicas del mismo credo dentro del imperio soviético, y que el gobierno de Carter no dudó en leer como parte de un designio soviético para alcanzar el acceso al Golfo Pérsico, el cual pondría en peligro la alianza estratégica y la ruta petrolera entre Estados Unidos, sus aliados occidentales y las petromonarquías del Golfo. Del lado estadounidense, la izquierda y los sectores progresistas de la sociedad y la clase política norteamericana la condenaba por cínica y amoral, mientras que la derecha la criticaba por excesivamente blanda y complaciente para con el avance de la influencia comunista en el mundo. Como producto de estas presiones internas y de las acciones externas soviéticas, las administraciones de Carter -a partir de la intervención soviética en Afganistán en 1979 y de Reagan -hasta la llegada de Gorbachov como jefe de Estado en la URSS en 1985-, se embarcaron en un comportamiento más agresivo que apuntó a frustrar lo que desde la óptica norteamericana se Perspectivas Revista de Ciencias Sociales |No. 3 Enero-Junio 2017 ISSN 2525-1112, pp. 7-25 17 percibía como un nuevo ciclo de expansión soviética. Fueron ejemplos de este cambio de comportamiento el lanzamiento en 1980 de un boicot cerealero norteamericano a la URSS por su invasión a Afganistán a fines del año anterior; el activo involucramiento de las fuerzas de inteligencia norteamericanas en la resistencia de las guerrillas afganas contra la presencia soviética entre 1979 y 1989; la cancelación de las negociaciones soviético-estadounidenses sobre desarme nuclear en 1983 y de las cumbres entre presidentes de los dos países entre 1981 y 1985; y el lanzamiento en 1983 de la Iniciativa de Defensa Estratégica (IDE) -más conocida como Guerra de las Galaxias-, consistente en la construcción de un escudo antimisilístico que volviese caduca la carrera armamentista nuclear entre Washington y Moscú e inútil la amenaza soviética o de otros poderes nucleares a la seguridad estadounidense. Pero la llegada de Gorbachev a la jefatura del Estado soviético en 1985, y, con ella, la de un grupo de intelectuales y políticos partidarios de un “Nuevo Pensamiento” en política interna y exterior, provocó un cambio en las hasta entonces conflictivas relaciones recíprocas entre Washington y Moscú. Este cambio abrió la posibilidad de reactivar las congeladas cumbres presidenciales -la última había sido entre Carter y Brezhnev en Viena en 1979-. Así, Reagan y Gorbachev se reunieron en Ginebra (1985), Reijiavik (1986) y Washington (1987) y Bush padre (sucesor de Reagan) hizo lo propio con Gorbachev en Malta (1989). Séptimo ciclo (1989-1991): de comportamiento imperial norteamericano tolerado por el resto de la comunidad internacional. Con la implosión del imperio soviético en 1991, se abrió un nuevo ciclo, uno de inexistencia de una nación-Estado con la capacidad de amenazar el poderío militar norteamericano y uno en el que el poder militar estadounidense pasó a ser tan abrumador, que ningún poder estatal o combinación de poderes estatales podía contrabalancearlo. Durante los primeros años de la Guerra Fría, hubo estados que optaron por el alineamiento o acoplamiento con la superpotencia solitaria (México, Argentina, Brasil durante la gestión de Collor de Melo, Perú con Fujimori, Rusia en su fase atlantista entre 1991 y 1993 durante el gobierno de Boris Yeltsin); otros buscaron un difícil equilibrio entre la necesidad de alineamiento estratégico y la de mostrar hacia el frente interno cierto grado de independencia en política exterior (la Unión Soviética con Gorbachev, especialmente durante la crisis provocada por la Guerra del Golfo Pérsico en 1991, en la que la diplomacia soviética no puso palos en la rueda la postura norteamericana de condenar las acciones iraquíes en Kuwait en las votaciones de Naciones Unidas entre septiembre y noviembre de 1990 y a la vez intentó hasta último momento mediar ante Irak para evitar que la crisis escalara en una guerra, lo cual ocurrió entre enero y febrero de 1991); y otros optaron por rehuir de la competencia estratégica con Estados Unidos y concentrar todas sus energías en el crecimiento y la modernización económica (China y su estrategia de ascenso pacífico -peaceful rising-). La administración norteamericana del republicano George Herbert Walker Bush (Bush padre, quien gobernó desde 1989 hasta 1993) pretendió mantener el sistema de alianzas de la Guerra Fría en un nuevo contexto mundial de inexistencia de un rival ideológico de índole estatal -vacío estructural sólo temporaria e imperfectamente ocupado por el régimen iraquí de Saddam Hussein durante el conflicto del Golfo Pérsico de 1991). En pos de Perspectivas Revista de Ciencias Sociales |No. 3 Enero-Junio 2017 ISSN 2525-1112, pp. 7-25 18 ese objetivo, la administración de Bush padre adoptó la receta del enfoque realista basada en la autorrestriccióndel poder norteamericano en el exterior (restraint). Estados Unidos tendió a comportarse como in “sheriff renuente” sensible tanto a los intereses de sus aliados europeos como a las reticencias del público interno a asumir el alto nivel de compromisos externos de los años de la Guerra Fría. Esta renuencia pudo verse en el objetivo limitado de castigar con el uso de la fuerza al gobierno de Saddam por su invasión a Kuwait, pero a la vez evitando el objetivo de cambio de régimen en Irak -lo que hubiese provocado la no adhesión de buena parte del mundo árabe a la amplia coalición anti-Saddam forjada por Washington; la no intervención del gobierno de Bush padre en el conflicto entre Croacia y Eslovenia en 1991, percibido por las autoridades de Washington como uno de interés centralmente europeo, no estadounidense -“No tenemos un perro en esta pelea” (“We haven’t a dog in that fight”) sostuvo el entonces secretario de Estado, James Baker-; y el objetivo limitado de garantizar la entrega de comida a la población somalí en generalizada hambruna evitando la directa injerencia militar estadounidense en la guerra civil en dicho país africano. Esta auto-restricción de la política exterior norteamericana era funcional al deseo de la administración republicana de liderar la transición de la Guerra Fría a la posguerra fría con el menor nivel de turbulencias y roces con el resto de las naciones posible. Así, Bush padre dio su aval a la unificación alemana anclada en la OTAN y obtuvo el consentimiento soviético a ese proceso a cambio de apoyo económico norteamericano a las reformas impulsadas por el gobierno de Gorbachev; no interfirió en el conflicto entre el gobierno chino y los disidentes del régimen desatado en 1989, priorizando la importancia estratégica y económica de China para los intereses, el comercio y las exportaciones norteamericanas; y evitó la tentación de intervenir en conflictos que no considerara vitales para los intereses vitales de su país, como los de la ex Yugoslavia, el surgido entre la Unión Soviética y los estados separatistas del Báltico y Ucrania; y sólo intervino cuando estuviesen en peligro intereses vitales de Washington y del resto de sus aliados -el Operativo Causa Justa en 1989 contra Panamá, el Operativo Tormenta del Desierto en 1991 contra Irak-. El mundo había adquirido una estructura unipolar, pero este unipolarismo basado en el liderazgo norteamericano era consentido por el resto de la comunidad internacional, debido a la combinación de dos factores: la auto- restricción del poder de Washington de acuerdo a los parámetros de la receta del realismo clásico -del cual Bush padre fue un fiel exponente-; y la falta de capacidad militar y/o económica suficiente del resto de los poderes como para contrapesar el abrumador poder de lo que Huntington llamó la “superpotencia solitaria” (Corigliano, 2016: 37-38). En el caso de los países latinoamericanos, su comportamiento osciló entre el alineamiento con las políticas norteamericanas y el bajo perfil, en tanto Estados Unidos aparecía como la llave central para el acceso a los créditos e inversiones necesarios para alimentar los procesos de reforma estructural de corte liberal iniciados en la mayoría de los países de la región - con la excepción de Cuba, cuya política exterior, no obstante, se vio muy afectada por el colapso de la URSS-. Perspectivas Revista de Ciencias Sociales |No. 3 Enero-Junio 2017 ISSN 2525-1112, pp. 7-25 19 Octavo ciclo: un comportamiento imperial norteamericano con algunos cuestionamientos de aliados y rivales (1991-2001). 1991 no sólo marcó el punto más alto de la tolerancia del resto de la comunidad internacional a las acciones externas de los Estados Unidos, simbolizadas en la amplia coalición de 43 países que apoyó a Washington en la Guerra del Golfo Pérsico. También simbolizó el inicio de cuestionamientos de aliados y rivales al liderazgo norteamericano, tímidamente evidenciados durante las crisis de Croacia y Eslovenia de 1991, pero que se rebelarían más claramente durante las dos gestiones del sucesor de Bush padre en la presidencia norteamericana, las del demócrata William Jefferson (Bill) Clinton (1993-1997 y 1997-2001). Las gestiones de Clinton pretendieron continuar el sendero trazado por su antecesor y colocar a los Estados Unidos como líder de un orden mundial signado por la aceleración del proceso de globalización económica y basado en la ampliación de la democracia y del libre mercado (enlargement) y en la captación de China a la Organización Mundial de Comercio (OMC) (engagement, inicialmente pensado por Clinton y su entorno como una estrategia de toma y daca en la que Washington impulsaba el ingreso de Beijing a la OMC a cambio de la progresiva liberalización política del régimen chino, un paso que este último nunca aceptó dar). En este período las diferencias de criterio potenciales entre Estados Unidos, sus aliados de Europa Occidental y Rusia, ya existentes a partir de 1991, afloraron con toda su intensidad. En el caso puntual de Rusia, el enorme costo social del proceso de reformas iniciado por Gorbachev y continuado por Yeltsin en su etapa atlantista provocó el triunfo de las fuerzas nacionalistas nostálgicas del pasado imperial soviético en las elecciones parlamentarias de 1993. Este resultado provocó el abandono del alineamiento occidentalista propio del enfoque atlantista por una óptica euroasiatista que, aunque no podía retornar al pasado imperial soviético, pretendía el control ruso de la zona caucásica, vital en términos estratégicos -por su cercanía a Rusia- y económicos -por sus recursos gasíferos- (Pérez Llana, 1998: 104-117). Política de control euroasiático que tuvo -y tiene- el costo de generar de tanto en tanto fuertes roces con las naciones de Europa Occidental y con los mismos Estados Unidos, que no desean la interferencia rusa en esa porción clave del mercado energético mundial. Roces y diferencias que pudieron apreciarse en el transcurso de las crisis de Bosnia (1993-1995) y Kosovo (1999), en las dos guerras que Rusia emprendió contra los rebeldes separatistas chechenos en 1993 y 1996 -guerras que ponían en peligro tanto la seguridad rusa como su control de los recursos energéticos en la subregión caucásica-; y en la iniciativa norteamericana de extender el alcance de la OTAN a Polonia, Hungría y Checoslovaquia en 1998, la cual generó roces con Rusia. Roces temporalmente compensados en ese momento con el acuerdo entre el gobierno de Moscú y la OTAN. Roces que volvieron a aflorar en la década de 2010 cuando la Unión Europea y los Estados Unidos le cuestionaron a Rusia el control de Crimea en su conflicto con Ucrania. En síntesis, el mundo seguía siendo unipolar como en 1989, pero ya comenzaban a emerger voces de crítica a las políticas norteamericanas: era un mundo caracterizado por una unipolaridad norteamericana cuyo ejercicio estaba condicionado por los cuestionamientos de otros poderes a las acciones externas del poder de Washington (Corigliano, 2016 a: 38). Perspectivas Revista de Ciencias Sociales |No. 3 Enero-Junio 2017 ISSN 2525-1112, pp. 7-25 20 Noveno ciclo (enero a septiembre de 2001): Un comportamiento imperial norteamericano limitado a conflictos con Rusia y China. Durante los primeros ocho meses de la administración del republicano George Walker Bush, tuvo lugar la formulación y ejecución de una política exterior inclinada hacia un realismo doctrinario o dogmático, que pretendía marcar diferencias con la visión liberal wilsoniana de la administración demócrata de Clinton mostrando un Estados Unidos más dispuesto a utilizar sus recursos de poder duro -militar- frente al resto del mundo (Soderberg, 2005: 153-190). Esta agresiva tendencia pudo apreciarse en la aparición de renovadas tensiones diplomáticas con Rusia, provocadas por la decisión del presidente estadounidense de abrogar la firma del tratado ABM de 1972, que limitabalos misiles antibalísticos de ambas naciones; y de reactivar el escudo antimisiles prometido por la IDE durante los años de Reagan. A las tensiones del gobierno norteamericano con Rusia se sumaron las generadas con China, provocados por la decisión de la administración de Bush hijo de aprobar el mayor paquete de ventas de armas a Taiwán en casi diez años (abril de 2001) y la captura de la aeronave LP-3E de vigilancia electrónica norteamericana en territorio chino ocurrida en ese mismo mes de abril-. Asimismo, para marcar diferencias con Clinton, Bush hijo y sus colaboradores demostraron demostró un menor compromiso con la promoción democrática en el exterior y con las alianzas entre los Estados Unidos y las naciones de Europa, incluyendo el Protocolo de Kyoto sobre reducción del calentamiento global, cuyo fin anunció Bush en junio de 2001. Pero los ataques terroristas del grupo islámico Al-Qaeda a las Torres Gemelas y al Pentágono en septiembre de 2001 cambiaron radicalmente esta postura inicial de la administración republicana de “realismo dogmático o duro” hacia China y Rusia, la cual pasó a ser reemplazada por una declaración de guerra a escala global contra el terrorismo islámico, más afín a la tradición liberal wilsoniana. Décimo ciclo (2001-2003/2008): de comportamiento imperial belicoso norteamericano resistido por los tradicionales aliados europeos y aplaudido por una restringida coalición de los bien dispuestos. Golpeada por los mencionados atentados de septiembre de 2001, la administración de Bush hijo elaboró una nueva doctrina de “guerra preventiva” que reemplazó la vieja de contención de los enemigos visibles de la Guerra Fría -la Unión Soviética, China comunista- por un enemigo invisible al que había que golpear anticipadamente: el terrorismo internacional y sus cómplices estatales y no estatales. Tras el inicial triunfo de la intervención norteamericana en Afganistán ente octubre y diciembre de 2001 para desplazar del poder al régimen talibán como cómplice del grupo terrorista Al-Qaeda -que contó con el visto bueno de los dirigentes de la comunidad internacional aunque no con el de sus respectiva opiniones públicas-, las fuerzas militares de los Estados Unidos y de sus escasos “coaligados de buena voluntad” (“coalition of the willing”) -Gran Bretaña, Italia, España, Australia, Polonia- en la Guerra de Irak de 2003, lograron desplazar a Saddam Hussein del poder, pero no pudieron ganar la paz de posguerra, porque se toparon con la viva oposición de las distintas fracciones étnicas iraquíes a la presencia militar estadounidense y de sus coaligados. Perspectivas Revista de Ciencias Sociales |No. 3 Enero-Junio 2017 ISSN 2525-1112, pp. 7-25 21 La insistencia del gobierno de George W. Bush a lo largo del 2002 en justificar el uso de la fuerza contra el régimen iraquí de Saddam Hussein como uno proliferante de armas de destrucción masiva (ADM) y que tenía estrechos vínculos con el grupo terrorista Al-Qaeda, generó un cisma entre viejos y nuevos aliados europeos de los EEUU. A diferencia de la campaña estadounidense en Afganistán, que podía justificarse como una respuesta a los ataques terroristas del 11 de septiembre en suelo norteamericano y que por ende podía definirse como un golpe o guerra anticipatoria (preemption) -es decir, una respuesta hacia una amenaza percibida tanto por los Estados Unidos como por el resto de la comunidad internacional-, la guerra contra Saddam de 2003 y su derrocamiento era un golpe de fuerza de los Estados Unidos y sus escasos coaligados de buena voluntad, cuya justificación discursiva era la de hacer derrocar un régimen iraquí que poseía armas de destrucción masiva y tenía vínculos con Al-Qaeda, cargos que nunca pudieron comprobarse. En realidad, como explica Lake (2010/2011: 23-24), la preocupación de Bush hijo y de su entorno no era si en 2003 Saddam tenía o no ADM y vínculos con la red terrorista responsable de los ataques del 11-S: su obsesión era que la de evitar que los tuviese en el futuro. Ésta es la razón por la cual la guerra de Irak fue, desde la perspectiva de Washington, una de carácter preventivo (preventive war). Una guerra preventiva es aquélla librada en respuesta a una agresión o amenaza que todavía no se ha materializado (Fukuyama, 2007: 93-94). Por ello, las justificaciones que el gobierno de Bush esgrimió para avalar la guerra contra Saddam no fueron compartidas por viejos aliados europeos de los Estados Unidos como Francia y Alemania, que buscaron deslegitimar la ofensiva militar de Washington contra Saddam a través de una estrategia de soft balancing -balanceo suave-, privando a Washington de sus votos en el Consejo de Seguridad para legitimar la guerra contra Irak. Por contraposición, Gran Bretaña y los países de Europa del Este, adoptaron una de bandwagoning -alineamiento o acoplamiento- a las políticas norteamericanas sumándose a la coalition of the willing liderada por Washington en su guerra contra Saddam (Corigliano, 2016 a: 38-39). Undécimo ciclo (2003/2008 a 2015): de un comportamiento imperial restringido por los dictados del realismo prudente. La guerra de Irak de 2003 y la crisis económica global de 2008 –la primera desde la crisis de 1929 que tuvo origen en los Estados Unidos- dieron un golpe mortal a la receta de primacía global norteamericana seguida por la administración de Bush hijo. La crisis de 2008 -iniciada en Estados Unidos y rápidamente globalizada- mostraba un sugestivo contraste entre la declinante situación económica de Estados Unidos y las naciones desarrolladas de Europa Occidental, y la realidad de una China económicamente consolidada que celebraba orgullosamente los Juegos Olímpicos en Beijing (Kissinger, 2012: 514-516). Asimismo, las economías latinoamericanas experimentaron uno de los períodos de mayor crecimiento,impulsado por el alza de las economías china e india -grandes compradoras de alimentos- y de los precios del petróleo. Dicho crecimiento sirvió de combustible para impulsar políticas exteriores latinoamericanas con un mayor grado de autonomía relativa respecto de los Estados Unidos, entre ellas la construcción de esquemas de integración en los que Washington estuvo ausente: la Alianza Bolivariana de las Américas (ALBA) en 2005, la Unión de Naciones Suramericanas (UNASUR) en 2008 y la Perspectivas Revista de Ciencias Sociales |No. 3 Enero-Junio 2017 ISSN 2525-1112, pp. 7-25 22 Comunidad de Estados Latinoamericanos y del Caribe (CELAC) en 2012 (Serbin, 2016: 36-37). Este sendero de crecimiento se mantuvo hasta la desaceleración económica de China de 2013. El presidente norteamericano Barack Obama y muchos de sus asesores más cercanos, pertenecientes a una generación golpeada por los embates del 11-S, la guerra de Irak de 2003 y la crisis de 2008, han reaccionado al agotamiento de la receta de la primacía utilizado por su antecesor concibiendo para los Estados Unidos un rol global más modesto, expresado en el uso más acotado, selectivo y barato de la fuerza bélica en el exterior; la búsqueda de apoyos internos (Congreso y opinión pública) y externos (de Rusia, China, Francia y Gran Bretaña en el marco del Consejo de Seguridad de la ONU) como requisito previo a cualquier intervención militar en el exterior; el impulso a arquitecturas de gobernabilidad económica global más amplias que las de posguerra, (el caso del G 20) y el liderazgo norteamericano “desde atrás” con protagonismo de otras potencias en el terreno del combate –de Francia y Gran Bretaña en la intervención en Libia en 2011; el de Rusia en la crisis en Siria y en la guerra contra el Estado Islámico (ISIS)- (Mann, 2012: 71- 72; Ezcurra, 2013; Badie, 2013: 106-8 y 124-136). Si bien la emergencia de ISIS obligó a la administración Obama a renunciar temporalmente a su política, iniciada en 2011, de retiro de los compromisos militares en Irak y Afganistán y de énfasis en la región Asia- Pacífico,la desaceleración económica de China en 2013 abrió una ventana de oportunidad para que la administración Obama retornara a la política iniciada en 2011 y buscara disputarle a Beijing la presencia en el Pacífico sin arriesgar un conflicto económico o militar abierto con el gigante asiático. La región Asia-Pacífico pasó a ser el epicentro de una serie de mega-acuerdos comerciales de amplio alcance que expresan una competencia geoestratégica emergente entre los EEUU, China y Rusia (Serbin, 2016). Mientras el TTIP (Trans Atlantic Investment Partnership), lanzado en junio de 2016, es una iniciativa bilateral entre EEUU y los países de la Unión Europea que excluye a Rusia, el TPP (Trans Pacific Partnership) une a estados asiáticos y americanos del Pacífico con exclusión de China. Beijing ha respondido a estas iniciativas de Washington con la edificación de sus propias arquitecturas de orden global que excluyen a los Estados Unidos. En 2014 el gobierno chino lanzó el RCEP (Regional Comprehensive Economic Partnership), anunció la creación de un Área de Libre Comercio del Asia Pacífico (Free Trade Area of the Asia Pacific, FTAAP) y la del Banco Asiático de Inversión en Infraestructura (Asian Infrastructure Investment Bank -AIIB-). La FTAAP es una alternativa china al TPP impulsado por los EEUU; y el AIIB es una versión china del Banco de Desarrollo de Asia (ADB) y del Banco Mundial, multilateral y abierta, pero centrada en China. A su vez, Beijing - desafiado por Washington en la región Asia-Pacífico- y Rusia -desafiada por los EEUU en el conflicto entre Rusia y Ucrania de 2013-2014- han promovido un acercamiento recíproco, cuyo fruto hasta el momento ha sido la firma de acuerdos bilaterales para la construcción de dos gasoductos, y de convenios entre sus respectivas arquitecturas regionales, la Unión Económica Euroasiática (UEEA) y la Ruta de la Seda (Serbin, 2016: 43-47). A esta competencia en formato de mega-acuerdos comerciales entre Washington, Beijing y Moscú, se suman otros elementos de desorden global, peligrosamente cercanos al extremo del Estado de naturaleza hobbesiano: la Perspectivas Revista de Ciencias Sociales |No. 3 Enero-Junio 2017 ISSN 2525-1112, pp. 7-25 23 separación de Gran Bretaña de la Unión Europea -Brexit-, el avance político de la ultraderecha en Europa y el tono agresivo de campaña del candidato triunfante de la presidencia de los EEUU en 2016, Donald Trump. Duodécimo ciclo (2016 al presente): de un comportamiento imperial renovadamente belicoso en un contexto mundial de incertidumbre: En este nuevo ciclo, iniciado con la victoria electoral de Trump en noviembre de 2016 y que aún estamos transitando, el comportamiento exterior de los Estados Unidos, conducido por el gobierno republicano de Trump, se caracteriza por dos tendencias fundamentales: el proteccionismo en materia comercial y la dureza hacia el terrorismo islámico de ISIS y Al-Qaeda y hacia los Estados poseedores de armas químicas (Siria) o nucleares (Corea del Norte) cuyas acciones son vistas desde la perspectiva de la administración estadounidense como desestabilizadoras en términos de la seguridad estadounidense y/o global. En lo que hace al proteccionismo comercial del gobierno de Trump, esta tendencia ha provocado un signo enorme de interrogación a la continuidad de los mega-acuerdos comerciales con la Unión Europea y las naciones del Asia-Pacífico construidas por la administración Obama y, paradójicamente, un fortalecimiento de la presencia e influencia de China en el Pacífico y de la posibilidad de una convergencia entre los respectivos mega- acuerdos liderados por Moscú y Beijing: la UEEA y la Ruta de la Seda. Fortalecimiento que está en las antípodas de la intención dde Trump de fortalecer la presencia económica norteamericana en el mundo. También las medidas proteccionistas de la administración trumpista han producido fuertes roces con México y es una actual fuente de preocupación para el gobierno argentino de Mauricio Macri, pues afecta el ingreso de limones y carne al mercado estadounidense, el cual había sido autorizado por la administración anterior, la de Barack Obama, con quien la gestión macrista había iniciado un camino de recomposición de relaciones tras los conflictos ocurridos en los vínculos bilaterales durante las gestiones de Néstor y Cristina Kirchner (Corigliano, 2016 b y 2017). Por su parte, la política de dureza de Trump hacia el terrorismo internacional y los Estados percibidos como “villanos” proliferadores de armas de destrucción masiva como Siria y Corea del Norte muestra al actual presidente republicano repitiendo la misma -y fracasada- receta del unilateralismo belicoso ya utilizada por Bush hijo durante su primer mandato: a principios de abril de 2017 Trump ordenó lanzar un ataque aéreo de misiles Tomahawk contra una base aérea de Siria en castigo por el uso de armas químicas contra los disidentes internos, golpe que ha tenido una negativa repercusión en el gobierno ruso de Putin, quien apoya al régimen sirio de Al- Bashar; en este mismo mes, Trump también ordenó el lanzamiento de la “madre de todas las bombas” contra el ISIS en Afganistán y el despliegue de fuerzas navales en aguas cercanas a Corea del Norte, iniciativa esta última que provocó la advertencia del gobierno de Pyongyang de que está preparada para dar una respuesta nuclear en contra de los Estados Unidos, advertencia ilustrada con el despliegue de misiles intercontinentales en un desfile militar realizado días atrás. Esta combinación fatídica de proteccionismo comercial; agresividad unilateral en materia de seguridad internacional en pos de una seguridad absoluta para los Estados Unidos que provoca inseguridad absoluta en aliados Perspectivas Revista de Ciencias Sociales |No. 3 Enero-Junio 2017 ISSN 2525-1112, pp. 7-25 24 y enemigos y no una paz relativa; y señales declarativas contradictorias de parte de Trump, que pasan de la amenaza a la conciliación -como la inicial definición de la OTAN como una “alianza obsoleta” a ser “nuestra alianza”; o los dichos presidenciales acerca de la intención de intervenir militarmente en Siria para luego descartar esta opción a fin de bajar el tono de tensión con Rusia- destruyen el capital de confianza interno y externo que Estados Unidos necesita tener si desea continuar ejerciendo un rol de liderazgo global. Estamos en el período más incierto del comportamiento imperial norteamericano de toda su historia. Con Trump, Estados Unidos parece querer estar decidido a actuar de un momento a otro, sin cuidar las formas y sin consultar con los otros poderes con los que debería construir grados de gobernabilidad global, un camino boicoteado por Bush hijo en su primer mandato, sólo revertido parcialmente en su segunda presidencia e iniciado con más énfasis por Obama, pero que Trump está descartando peligrosamente. Si Estados Unidos dilapida el escaso capital de credibilidad internacional aún disponible tras escasos eros 100 días de gestión republicana, el resto de las diplomacias del globo pueden perder todo sentido de la moderación, la regla número uno de la diplomacia, y la política internacional se acercará a una nueva “Paz Armada” como la que el mundo ya atravesó entre 1890 y 1914 o entre 1918 y 1945. La historia nos enseña que deberíamos evitar entre todos este tobogán hacia el precipicio: las dos Paces Armadas anteriores llevaron a a dos Guerras Mundiales. Hay que evitar que una tercera Paz Armada basada, como las anteriores, en diplomacias poco responsables y gestos bravucones como los recientemente protagonizados por Washington y Pyongyang nos embarquen en una Tercera Guerra de alcance planetario. Recibido: 14/03/2017 Aceptado: 25/05/2017 Bibliografía Badie, Bertrand. 2013. Diplomacia del contubernio. Los desvíos oligárquicos del sistema internacional, Sáenz Peña, Universidad Nacional de Tres de Febrero. Corigliano, Francisco. 2016 a. “Configuracionesde orden (¿o de desorden?) mundial, de Westfalia al presente”, revista Mural Internacional, Volumen 7, N° 1, Río de Janeiro, Programa de Pós-Graduação em Relações Internacionais da Universidade do Estado do Rio de Janeiro, Jan-Jun, pp. 29-42. 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