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Las colocaciones y la fraseología

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M.ª Auxiliadora Castillo Carballo - Las colocaciones y la fraseología 
Las colocaciones y la fraseología 
 
ISBN - 84-9822-330-X 
 
M.ª Auxiliadora Castillo Carballo 
mcastillo@siff.us.es
 
Thesaurus: fraseología, colocaciones, locuciones, enunciados fraseológicos, 
expresión fija, unidad fraseológca, unidad pluriverbal, refrán, frase hecha. 
 
 
Resumen o esquema del artículo: A lo largo de la tradición lingüística, los estudios 
lexicológicos le han dedicado un tratamiento insuficiente a las unidades sintagmáticas 
que con mayor o menor grado de fijación necesitaban de un tratamiento especial. La 
influencia de las investigaciones extranjeras, las aportaciones en el año 50 de Julio 
Casares y la gran eclosión de obras y artículos científicos que han visto la luz a partir 
de la década de los noventa han dado lugar a concebir la Fraseología como una 
disciplina en sí misma, o, tal vez, con más precisión, como una subdisciplina de la 
Lexicología. Estas unidades que han tenido, en ocasiones, múltiples designaciones se 
pueden integrar en tres grandes grupos: colocaciones, locuciones y enunciados 
fraseológicos. 
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© 2006, E-EXCELLENCE – WWW.LICEUS.COM 
mailto:mcastillo@siff.us.es
M.ª Auxiliadora Castillo Carballo - Las colocaciones y la fraseología 
 
1. Introducción 
 
A lo largo de los años, se han intentado realizar estudios, unas veces más 
acertados que otros, que dieran luz al intrincado universo que ocupa la fraseología. 
Delimitar sus fronteras, clarificar los tipos que la integran, y dar definiciones precisas 
que carecieran de cualquier ambigüedad han sido objetivos que muchas veces no se 
han podido cumplir. Tal vez sea el reciente auge de esta disciplina lo que explique que 
su investigación, hasta hace muy pocos años, se encontrara en los albores; lo que ha 
dado lugar a una gran variedad terminológica, referida tanto al vocablo general (unidad 
fraseológica [la más frecuente, en la actualidad], expresión pluriverbal, unidad 
pluriverbal lexicalizada y habitualizada, unidad léxica pluriverbal, expresión fija o 
fraseologismo) que debe abarcar estos hechos lingüísticos como a las distintas 
denominaciones de cada uno de los fenómenos individuales. Incluso, esto ha 
trascendido a la considerable diversidad de clasificaciones desde diversos puntos de 
vista. Sin embargo, desde el principio ha existido un consenso para nombrar a la 
disciplina, constituida como tal en los años cuarenta por los lingüistas soviéticos, que 
engloba el estudio de estas combinaciones de palabras con el término fraseología. 
La primera clasificación de los fenómenos fraseológicos con aplicación a la 
lengua española hay que buscarla en el año cincuenta y fue llevada a cabo por Julio 
Casares (1950). Desde entonces, aunque lentamente, se ha ido despertando el interés 
hasta llegar a nuestros días, en los que existe una verdadera eclosión de estudios 
especializados en torno a estos hechos lingüísticos. En este sentido, hay que 
considerar las valiosas aportaciones de diversos trabajos como los de Coseriu (1977), 
Zuluaga (1980), Tristá Pérez (1988), Ettinger (1992), Corpas (1997) y Ruiz Gurillo 
(1997), entre otros. 
 De todas las clasificaciones, la de Casares es de gran importancia para el 
estudio de las unidades pluriverbales, no solo por ser la primera que intenta poner 
orden en este ámbito de la lengua, sino porque ha servido, en alguna medida, de 
modelo para ulteriores estudios, como los de Zuluaga, o Tristá ya referidos, o para 
otros como los Humberto Hernández (1989), Hernando Cuadrado (1990), si bien hay 
que reseñar que el tratamiento de los refranes y las frases proverbiales carece de 
rigor, por cuanto se utilizan, en más de una ocasión, como cajón de sastre. Por otro 
lado, la de Coseriu, no demasiado exhaustiva, tiene cierta relevancia por su distinción 
entre «técnica del discurso» y «discurso repetido», que ha servido, igualmente, de hilo 
conductor en algunas investigaciones, o bien de obligada referencia. En cuanto a 
Ettinger, su clasificación es poco explícita, a pesar de que hay que reconocerle el gran 
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acierto de incluir dentro del objeto de estudio de la fraseología las colocaciones. Sin 
duda alguna, la clasificación de Zuluaga, aunque por lo que respecta a las locuciones 
siga muy de cerca las consideraciones de Casares, tiene un gran valor, que se pone 
de manifiesto en la metodología utilizada para el análisis de las distintas unidades 
fraseológicas, si bien, pese a su espíritu abarcador, deja fuera las colocaciones, a las 
que, curiosamente y en otros términos, hace referencia en el apartado «Fijación 
fraseológica e implicación léxica» del tercer capítulo de su Introducción al estudio de 
las expresiones fijas. Este hecho se constata cuando dice que elementos como guiñar, 
entrecejo, ensortijado o ladrar, funcionan únicamente en una combinación, es decir, 
aparecerían como guiñar los ojos, fruncir (o arrugar) el entrecejo, cabello (o pelo) 
ensortijado, el perro ladra. Y puntualiza: “Su carácter único se explica por una regla 
(restricción) de semántica combinatoria; pues el análisis muestra que dichos 
elementos no solo son identificables y definibles autónomamente (fuera de la 
respectiva combinación) sino que también cuentan entre sus rasgos semánticos 
distintivos el de ‘se dice únicamente de x’ lo que explica el carácter único de la 
combinación; x representa el lexema implicado; p. ej., ojo(s) está implicado en la 
definición de guiñar; en otras palabras, guiñar se dice únicamente de ojo(s) [...]. En 
estos casos no hablamos de fijación fraseológica sino, más bien, de cohesión entre los 
componentes, o, mejor, solidaridad o implicación léxica” (Zuluaga, 1980: 103-104). 
Sobre los estudios llevados a cabo por la escuela cubana, representada por Carneado 
Moré y Tristá Pérez, hay que decir que también tienen en cuenta los postulados 
clasificatorios de Casares, aunque resultan de gran interés por el acercamiento a la 
estructura interna de las unidades pluriverbales, así como a su aspecto léxico-
gramatical. No por ser el último estudio, sino por la rigurosidad en los planteamientos, 
y por ser el único que da cabida en el universo fraseológico a todas aquellas 
combinaciones de palabras que se presentan en el discurso con cierto grado de 
frecuencia o fijación a las que ubica, con un elevado grado de precisión, en el lugar 
que le corresponden de acuerdo a los etiquetados, marcados como premisa, hay que 
destacar, muy especialmente, la clasificación de Corpas Pastor, que sin duda alguna 
ha hecho a muchos replantear la cuestión y a otros les ha servido de pauta 
imprescindible para posteriores investigaciones. 
Afortunadamente, no nos encontramos en los inicios de los estudios 
fraseológicos y, por ello, muchos de los interrogantes que se habían planteado han 
sido hábilmente resueltos gracias a las aportaciones de los que se han dedicado, de 
forma continuada, a su investigación. 
 Entre los muchos aspectos que se han tenido en cuenta para llevar a cabo 
una adecuada delimitación de lo que Coseriu (1981) denominó discurso repetido, 
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opuesto a técnica del discurso (paralelismo similar que establece Lázaro Carreter 
(1980) entre lenguaje literal y lenguaje no literal o J. Sinclair (1991) entre the open 
choice principle y the idiom principle) caben destacar esencialmente la fijación y la 
idiomaticidad. Así mismo, un problema añadido a la conformación de los rasgos 
esenciales que individualizan estos fenómenos del lenguaje, era el de establecer una 
taxonomía exhaustiva en la que se diera nombre a cada una de las combinaciones 
léxicas que cumpliesen las características previamente establecidas. Sin duda alguna, 
parece bastanteclaro, hoy en día, que las tres esferas, siguiendo la terminología de 
Corpas Pastor (1996), que configuran el universo fraseológico son las colocaciones, 
las locuciones y los enunciados fraseológicos. Esta consideración pone de manifiesto 
que se han salvado todos los obstáculos que existían en un principio y que, al parecer, 
dejaban fuera del ámbito fraseológico a las colocaciones, desde luego, no 
intencionadamente, pues ni tan siquiera se reparaba en la existencia de estas, o bien 
se infiltraban, sin más análisis, entre las locuciones. No obstante, no faltan referencias 
a este fenómeno en algunos investigadores anteriores como Saussure o Bally. 
La taxonomía establecida por Corpas Pastor toma como punto de partida la 
distinción tripartita entre norma, sistema y habla, según la cual las colocaciones serían 
combinaciones de unidades léxicas fijadas solo en la norma; las locuciones, unidades 
del sistema; y los enunciados fraseológicos, elementos establecidos en el habla, y que 
constituyen enunciados completos, mientras que los otros dos, poseen un estatus 
equivalente al sintagma. Este hecho implica que deben coaparecer con otros 
elementos para poder subsistir. Todos ellos estarían constituidos, además, por una 
serie de subtipos que se analizarán más adelante. 
A pesar de todo, no se puede obviar que las unidades fraseológicas son 
especialmente problemáticas en oposición a otros tipos de elementos léxicos, sobre 
todo, porque no se puede negar la existencia de un continuum entre las 
combinaciones libres y las combinaciones fijas de palabras. Es más, una combinación 
fija tiene su origen, desde un punto de vista diacrónico, en una combinación libre 
anterior. En este sentido, Ruiz Gurillo (1997: 52) ha referido la dificultad, aunque no 
insalvable, que existe para segmentar ese continuum que va desde la palabra a la 
secuencia libre, con estadios intermedios como las combinaciones fijas que tienen 
rango de unidades simples y peculiaridades de sintagmas o unidades superiores, por 
lo que habrá que operar siempre con extremada cautela. 
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2. Características de las unidades fraseológicas 
 
 Con frecuencia, se suele señalar que una secuencia de palabras será 
considerada unidad fraseológica en la medida en que cumpla, al menos, dos 
condiciones esenciales: fijación e idiomaticidad. Sin embargo, se pueden aducir otros 
rasgos que están presentes en estas combinaciones léxicas, y que se irán 
enumerando a continuación. 
 
2.1 Fijación 
 
 La fijación referida a estas combinaciones de palabras ha de ser entendida en 
el sentido de algo ya hecho que el hablante almacena y tiende a reproducir sin 
descomponerlo en sus elementos constituyentes. Es decir, se trata de “la propiedad 
que tienen ciertas expresiones de ser reproducidas en el hablar como combinaciones 
previamente hechas —tal como las estructuras prefabricadas, en arquitectura” 
(Zuluaga,1975: 230). Zuluaga distingue diversos tipos de fijación, y señala que los más 
habituales en español son la inalterabilidad del orden de los componentes (de armas 
tomar / *de tomar armas, a ciencia cierta / *a cierta ciencia); la invariabilidad de alguna 
categoría gramatical, relacionada con el tiempo verbal, la persona, el número, el 
género (quien mucho abarca poco aprieta / *quien mucho abarca poco apretó, arrojar 
la toalla / *arrojar las toallas); la inmodificabilidad del inventario de los elementos 
integrantes, tanto por supresión como por adición (a ojo de buen cubero / *a ojo de 
cubero, dar una de cal y otra de arena / *dar una de cal por las mañanas y otra de 
arena por las tardes); y su insustituibilidad (de cabo a rabo / *de extremo a rabo, de 
rompe y rasga / *de destroza y rasga); así como la imposibilidad de transformación 
(duro de pelar / *duro de peladura, enajenación mental / *enajenación de la 
mentalidad). 
 Otros lingüistas han recurrido para explicar la fijación a la defectividad 
sintáctica, entendida como el rechazo de determinadas operaciones lingüísticas que sí 
funcionan en el campo de las combinaciones libres de palabras y que, para algunos, 
se sustenta en el sentido global de sus componentes (es el caso de a pie juntillas, a la 
pata la llana, a ojos vista, etc.). Así mismo, se ha señalado que dicha fijación se puede 
medir teniendo en cuenta el grado de probabilidad con el que alguno de los 
componentes de una expresión puede predecir la presencia de los otros elementos. Es 
más la fijación de una secuencia de palabras será total si su elemento indicador no 
funciona fuera de la expresión, no obstante, no se puede dar una oposición extrema 
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entre lo que es fijo y lo que no lo es, sino que existe una gradación que da sentido a la 
existencia de estadios intermedios. Pero, en definitiva, hay que tener en cuenta que 
las investigaciones estadísticas son las que pueden establecer límites fiables. 
 
2.2 Lexicalización 
 
 Por otra parte, se ha insistido en la estrecha relación entre la fijación y la 
especialización semántica o lexicalización, ocasionada esta por adición o por 
supresión de significado, una vez que se ha establecido una identificación entre una 
unidad pluriverbal y su valor semántico en un entorno determinado. A este respecto, 
señala Corpas Pastor (1996: 26) que una combinación de palabras se fija primero y 
después es cuando se convierte en una unidad potencial susceptible de modificar su 
significado. Por ello, la especialización semántica implica fijación, pero esta no 
presupone a la otra. Así pues, en una expresión como encontrar o hallar [uno] la 
horma de su zapato, se ha producido previamente una consolidación del uso de las 
palabras que la componen hasta constituirse un significado unitario que no puede ser 
analizado por la suma de sus elementos integrantes. De este modo, si consultamos el 
Diccionario académico (2001), vemos el proceso de especialización semántica que se 
ha producido: 
encontrar, o hallar, alguien la ~ de su zapato. 
1. frs. coloqs. Encontrar lo que le acomoda o lo que desea. 
2. frs. coloqs. Tropezar con alguien o con algo que se le resista o que se 
oponga a sus mañas o artificios. 
 
2.3 Idiomaticidad 
 
 La idiomaticidad ha sido entendida de dos maneras diferentes. Por un lado, 
responde, en el sentido etimológico, a lo que es propio y peculiar de una lengua y, por 
otro, se puede interpretar como el rasgo semántico característico de ciertas 
construcciones fijas, en las que su significado no puede ser deducido a partir de los 
elementos que la forman, y así es como debe entenderse en el ámbito fraseológico. 
Sentencia Zuluaga (1980: 123-124) que “la expresión idiomática es un signo complejo 
pero no, simultáneamente y desde el punto de vista funcional, un complejo de signos. 
Los componentes de ésta no se comportan en ella como signos lingüísticos, 
propiamente, sino, más bien, como componentes formales de un signo”. 
 Por otro lado, la idiomaticidad de una unidad pluriverbal no está directamente 
relacionada con la cantidad de elementos idiomáticos que posea, pues si solo uno 
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funciona idiomáticamente la unidad será idiomática. En este sentido, se considera que 
una palabra es idiomática cuando, por pertenecer a etapas sincrónicas previas a la 
actual de una lengua determinada, tiene valor únicamente dentro de la unidad 
fraseológica correspondiente, careciendo, por tanto, de vida léxica fuera de ella. 
Igualmente, se consideran idiomáticos los préstamos léxicos, así como las 
deformaciones fónicas, morfológicas, apócopes, pues en el seno de una expresión 
determinan su sentido idiomático (García-PageSánchez, 1990: 279-290). Reflejo de 
ello son expresiones como mondo y lirondo, a la chita callando, sin ton ni son, por fas 
o por nefás, etc. 
 Pese a que la idiomaticidad se ha tratado habitualmente como uno de los 
rasgos más esenciales de las unidades fraseológicas, hay que tener presente que no 
todas ellas son idiomáticas, pues, más bien, «se trata de una característica potencial, 
no esencial, de este tipo de unidades» (Corpas Pastor, 1996: 27). 
 
2.4 Otros rasgos: de la frecuencia de coaparición a la pluriverbalidad 
 
 No cabe duda de que existen otras peculiaridades que tienen también una gran 
relevancia en la caracterización de las unidades fraseológicas. 
 Tanto la frecuencia de coaparición como la frecuencia de uso son 
especialmente importantes, pues la recurrencia de algunas combinaciones es un factor 
determinante en la creación de unidades fraseológicas. Íntimamente relacionado con 
esto se encuentra la repetición, según la cual las unidades fraseológicas se convierten 
en elementos de uso general en una comunidad de hablantes determinada. Si bien, 
puntualiza Zuluaga (1980: 26), se debe hablar, más bien, de reproducción, pues las 
unidades fraseológicas son repetidas sin cambiar su forma, con el fin de poder 
distinguirla de las posibles repeticiones de un contenido sin ajustarse a una forma 
rígida. En este sentido, el diccionario, en la medida en que registra estas unidades, 
sirve de testimonio de dicha reproducción. 
 También se ha hablado de la intraducibilidad de las unidades fraseológicas, 
pues su fijación puede estar en el origen de hechos históricos o situaciones concretas, 
lo que motiva que al hablante que aprende una lengua le resulte muy difícil 
comprender su sentido y, por tanto, memorizarlas y, mucho más, reproducirlas 
adecuadamente. Ello también viene condicionado por la opacidad de significado como 
consecuencia de la idiomaticidad, en la que el sentido de los elementos constituyentes 
se diluye en beneficio de lo que designa el conjunto. 
 Con la fijación fraseológica contrasta la variación léxica, pues parece contrariar 
“una de las ‘leyes’ fundamentales que gobiernan el código de las expresiones fijas: la 
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inmodificabilidad o inalterabilidad de las mismas” (García-Page, 1996: 477). Esto pone 
de manifiesto que la fijación en las unidades fraseológicas es relativa. Pues, a veces, 
las variantes son tan intensas que pueden hacen dudar de si se trata de una unidad 
pluriverbal o no. En este sentido, señala García-Page que existen estructuras 
locucionales que, perteneciendo a la sintaxis libre, presentan menos variantes, y lo 
ejemplifica con la secuencia quedarse en casa, donde observa que el núcleo verbal no 
puede ser conmutado por sustantivos de similares rasgos semánticos: *quedarse en 
oficina, *quedarse en colegio. Por esta razón, es el sentido idiomático o semiidiomático 
el que se convierte en índice del carácter fraseológico de una expresión pluriverbal. 
 Con cierta asiduidad, se han considerado variantes fraseológicas aquellas 
modificaciones de una unidad pluriverbal que no violan su sentido y se insertan dentro 
de la norma. Por otro lado, Carneado Moré (1985: 270-271) ha señalado que estamos 
ante una variación fraseológica cuando se dan modificaciones que no alteran los 
rasgos esenciales de la unidad en cuestión, evitando que se pueda producir una 
identificación de la variante con una estructura diferente como si se tratase de otro 
fraseologismo. Y puntualiza que “en ningún caso la modificación de un giro 
fraseológico lo altera si se realiza en aquellos puntos de la estructura que no cumplen 
una función diferenciadora”. 
 De acuerdo con estos criterios se observa que, entre otras, las variantes que se 
dan en las unidades fraseológicas son de tipo morfológico, es decir, cambios en su 
forma y no en su función; de tipo léxico, las más productivas por el amplio desarrollo 
en la lengua de las relaciones paradigmáticas; y las variantes por extensión, que se 
caracterizan por la adición u omisión de algunos de sus elementos. 
 No obstante, ante las posibles confusiones entre los cambios que se pueden 
experimentar en las unidades fraseológicas, se ha distinguido entre variantes en 
sentido amplio, o pseudovariantes, y variantes en sentido estricto (Zuluaga, 1975: 237-
243 y 1980: 106-110). 
 A las primeras corresponden las transformaciones que se manifiestan mediante 
un cambio de significado, tanto categorial como léxico, también denominadas 
modificaciones (tomar el pelo / tomadura de pelo, meter la pata / metedura de pata); 
igualmente, corresponden a las variantes en sentido amplio las llamadas series (de 
buena fe / de mala fe, al por mayor / al por menor); así como las unidades que, aunque 
compartan una equivalencia de significado, poseen estructuración y elementos 
totalmente diferentes (tomar las de Villadiego / poner pies en polvorosa, poner de 
vuelta y media [a alguien] / dejar [a alguien] a la altura de una zapatilla); tampoco hay 
que olvidar las variantes diatópicas, diafásicas o diastráticas, entre otras. 
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 En cuanto a las variantes en sentido estricto, su caracterización viene dada por 
presentarse dentro de una misma lengua funcional, sin cambios de significado, y con 
absoluta libertad e independencia de los contextos, por la sustitución parcial de alguno 
de sus componentes y por la fijación o restricción de los elementos potenciales 
disponibles en la operación de conmutabilidad. Este último rasgo corrobora que la 
existencia de variantes no implica un menor grado de fijación, pues las posibles 
sustituciones están también fijadas (por ejemplo, importar [algo] un bledo/ ~ un pito, 
dormir como un tronco / ~ como un lirón, de punta a punta / ~ cabo ~ rabo/ ~ pe ~ pa). 
 Por otro lado, algunas modificaciones de las unidades fraseológicas no deben 
ser entendidas como variantes, sino como una manifestación de su grado de fijación, 
“así, cuanto mayor es su fijación, y por ende su institucionalización, más posibilidades 
hay de que sufran una modificación en el discurso, y de que tal modificación y su 
efecto sean reconocidos por los hablantes” (Corpas Pastor, 1996: 29). 
 Y por último, otro rasgo que también concierne a las unidades tratadas es el 
concepto de pluriverbalidad, según el cual están constituidas por dos o más palabras, 
lo que justifica en gran medida que, en muchas ocasiones, se haya utilizado la 
designación de unidad pluriverbal para referir estos fenómenos lingüísticos. 
 La delimitación de todos estos rasgos son los que precisamente han propiciado 
un correcto establecimiento de los parámetros que han permitido llevar a cabo una 
acertada clasificación de los distintos tipos de unidades fraseológicas. 
 
3. Las colocaciones 
 
El término colocación, ha sido bastante tardío en España, pues fue usado, por 
primera vez, por Manuel Seco en el año 1978 (véase también Seco, 1987), 
especialmente para referirse a la definición que en los diccionarios debe imperar para 
los adjetivos. Partiendo de la distinción que establece, en la definición lexicográfica, 
entre primer enunciado y segundo enunciado, según se informe sobre el signo en sí 
mismo —aspecto en el que incluye lo que llama colocación—o sobre el contenido, 
respectivamente, señala que aquella no debe mezclarse con el segundo nivel de 
información, y que debe expresarse no de manera indirecta, sino directa y explícita, 
para lo que propone el siguiente sistema: “[...] indicar entre corchetes, en la definición 
de cualquier categoría de palabras (no solo de los adjetivos), todos aquellos elementos 
que son «contorno» necesario de la palabra definida, pero que no son componentes 
semánticos de ella; por ejemplo, enlos verbos, el complemento directo, el 
complemento indirecto, el sujeto; en los nombres, el complemento «de posesión», etc.” 
(Seco, 1987: 228) 
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 El término colocación queda, por tanto, absorbido por el de contorno. 
 Unos años más tarde, lo encontramos tratado por S. Ettinger (1982: 251-254), 
aunque fue A. Downing (1982) la primera que, como asegura Corpas Pastor (1996: 
62), presentó «de una forma coherente y precisa los fundamentos de la teoría 
colocacional de Firth en español, aplicándolos al estudio contrastivo inglés-español 
[...]». 
Por otro lado, para caracterizar este tipo de unidades hay que tener presente 
que el vocabulario se encuentra dividido en dos tipos fundamentales de palabras: las 
que presentan autonomía semántica, y que, por tanto, pueden ser definidas sin 
necesidad de insertarlas en un contexto habitual de uso lingüístico y, en segundo 
lugar, las que dependen semánticamente de otro vocablo, por lo que necesitan de un 
determinado contexto para efectuar su correcta definición. Son las que Hausmann 
(1998: 65) ha llamado, respectivamente, autosemánticas y sinsemánticas. 
Las sinsemánticas siempre estarán supeditadas a las autosemánticas, ya que lo 
habitual es que aquellas coaparezcan en presencia de estas últimas. Además, no es 
posible predecirlas, ya que, sin razón aparente, se convierten en elemento preferente 
con respecto a otras palabras que, desde un punto de vista lógico, también serían 
potencialmente factibles. Esto se puede observar en algunos de los ejemplos que 
proporciona Hausmann (1998: 65): dar un paso (no: *hacer), domar unos zapatos (no: 
*quebrar), un solterón empedernido (no: *arraigado), plantear un problema, zanjar 
dudas. En todas estas secuencias, se observa cómo las formas sinsemánticas 
adquieren un cierto valor figurado. Pues, bien la combinación de una palabra 
autosemántica —o base— con una sinsemántica determinada —o colocativo— será 
una colocación, la cual pertenece a la norma, entendida como lo que se ha convertido 
en un uso normal (Hausmann 1998: 66). Es decir, uno de los elementos de la 
combinación presenta autonomía semántica —la base— y es el que elige al otro —el 
colocativo—, en el que además selecciona una acepción especial, habitualmente de 
carácter abstracto o figurado, lo que implica una direccionalidad determinada (con 
frecuencia, la base es el sustantivo, salvo en las combinaciones de verbo más 
adverbio, que es el verbo, y de adjetivo más adverbio, que es el adjetivo). 
Estas consideraciones presuponen que las colocaciones son parcialmente 
composicionales, frente a las locuciones que son no composicionales y las 
combinaciones libres que, en su totalidad, son composicionales. No obstante, este 
rasgo no es general por completo, pues, aunque muchas no son semánticamente 
transparentes, algunas sí pueden serlo. Tal es el caso de abrir la ventana, que es más 
transparente que labrarse un futuro o amasar una fortuna. Así mismo, el hecho de que 
uno de los elementos necesite de la presencia de la base para completar su 
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delimitación semántica, implica que la colocación sea una combinación orientada, en 
la que la relación que va de la base al colocativo es la dirección habitual. En este 
sentido se manifiesta Alonso Ramos (1994-1995: 17) al afirmar que las colocaciones 
presentan la singularidad de tener una direccionalidad, es decir, uno de los lexemas 
selecciona a otro, en concreto, la base y no el colorativo. Esto pone de manifiesto el 
referido carácter autónomo de la base, que no requerirá la presencia del colocativo 
para ser definida adecuadamente. Algunos ejemplos de los distintos tipos son los que 
siguen: registrarse un incendio, desatarse una polémica, asestar un golpe, poner en 
cuestión, interponer un recurso, ruido infernal, conducta intachable, paquete bomba, 
ronda de negociaciones, ciclo de conferencias, rechazar categóricamente, llorar 
amargamente, visiblemente afectado, altamente fiable, resultar ileso, salir indemne, 
etc. 
Por otro lado, también conviene tener en cuenta que se dan casos de 
colocaciones que, sin experimentar ninguna modificación estructural, pueden funcionar 
a la vez, según el contexto, como locuciones. De este modo, se obtendrán dos 
sentidos para una misma secuencia léxica. La locución adopta un significado figurado, 
que se podría interpretar como una metaforización de la colocación, la cual mantiene 
su sentido más o menos recto, por mucho que el colocativo experimente la señalada 
especialización semántica impuesta por su coocurrencia con la base. Esto sucede con 
combinaciones como meter un gol, que interpretada como locución tendría el sentido 
de ‘engañar solapadamente a alguien’, o tocar la lotería [a alguien], cuyo sentido 
locucional sería el de ‘suceder algo muy beneficioso’. 
Del mismo modo, otra forma de manifestarse estas unidades fraseológicas es 
la que corresponde a las llamadas colocaciones complejas. En este caso, se trata de 
la restricción que experimentan algunas locuciones con algunas unidades de carácter 
simple. Por ejemplo: dormir a pierna suelta, creer a pie(s) juntillas, entregarse en 
cuerpo y alma, etc. 
 Igualmente, en la caracterización de las colocaciones léxicas, algunos han 
aludido a la distancia colocacional, es decir, al espacio que existe entre dos unidades 
de una misma colocación (base y colocativo). Existen diversas propuestas. Tal vez, 
una de las más acertadas es la que estima una distancia que oscila entre tres y cinco 
posiciones a la derecha o a la izquierda de la palabra clave (Corpas Pastor 1996: 78). 
Pues bien, aunque generalmente esto suele cumplirse, pueden darse casos en los que 
la distancia sea mayor, y no por ello deja de ser colocación. Véase el siguiente 
ejemplo que Koike (2001: 146) nos proporciona extraído del diario La Época de 
Santiago de Chile (11 de febrero de 1998, pág. 20): 
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Mientras los rumores sobre las nuevas contrataciones de la 
Universidad de Chile corren de aquí para allá, los jugadores que ya 
firmaron siguen trabajando duro para comentar de buena forma la Copa 
Chile […]. 
 
De todos modos, el fenómeno colocacional puede ser aún más complicado o 
difícil de detectar en la medida en que también pueden concurrir dos colocaciones en 
una misma secuencia cuando tienen un elemento en común. En este caso, hablamos 
de colocación concatenada. La complejidad formal de estos elementos no va en 
detrimento de su frecuencia de uso, pues, indiscutiblemente, casi de forma 
imperceptible, las empleamos rentabilizando, al mismo tiempo, el ingente caudal de 
estructuras prefabricadas que nos proporciona agilidad en la construcción de la frase. 
Algunos ejemplos: 
1) Recibió un fervoroso homenaje de sus admiradores (colocación 1: recibir un 
homenaje, colocación 2: fervoroso homenaje). 
2) El ministro de justicia ejecuta las órdenes dadas por el juez (colocación 1: 
ejecutar las órdenes, colocación 2: dar órdenes). 
 
Por otro lado, muchas colocaciones recientes tienen que ver con ciertos 
lenguajes especializados, que, en muchas ocasiones, cobran una especial difusión 
gracias a los medios. Es el caso del mundo de la informática y de las autopistas de la 
información que ha generado numerosas colocaciones, y que, igualmente, pueden 
llenar de nuevos sentidos vocablos ya existentes en nuestra lengua. Pensemos, por 
ejemplo, en descomprimir un archivo / fichero (también la colocación antónima 
comprimir un archivo / fichero), almacenar datos, compactar una base (de datos), 
bajarse un programa / fichero / archivo, cargar un fichero / un programa, descargarun 
fichero / un programa, formatear un disco, etc. En todos estos casos, los verbos 
descomprimir, comprimir, almacenar, compactar, bajarse, cargar, descargar, han 
desarrollado en presencia de la base un sentido especializado. 
 Así mismo esos nuevos sentidos que se generan en estas combinaciones de 
palabras da lugar a una relación de sinonimia entre otros colocativos posibles, pero 
con la salvedad de que fuera de la colocación no son intercambiables, es decir, se 
produce en estos casos una neutralización semántica. Esto es algo que suele suceder 
en aquellas colocaciones con una base sustantiva y un colocativo verbo o adjetivo, y 
de colocabilidad amplia y no estrecha o restringida. De este modo, los verbos dar, 
emitir, pegar, lanzar, soltar, no son sinónimos si los usamos desligados de la 
combinación habitualizada. No son intercambiables, por tanto, en expresiones como 
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dar (un regalo), emitir (un sonido), pegar (un sello), lanzar (una piedra), soltar (los 
cabellos); sin embargo tienen el mismo sentido en dar, emitir, pegar, lanzar y soltar un 
grito (a pesar de que se puedan dar ciertas diferencias estilísticas o de registro). 
 La neutralización semántica, como se ha señalado, también se puede observar 
en los adjetivos. Es lo que sucede, por ejemplo, en la colocación léxica hambre 
bárbara / espantosa / feroz / horrible / horrorosa / terrible o en esta otra belleza 
admirable / soberana / deslumbrante / incomparable / impresionante. Como ha 
señalado García-Page (2001: 156-157), todos ellos tienen un claro valor intensificador 
dentro de la colocación, en cambio usados de forma individual no significan lo mismo. 
Esa intensificación se suele presentar, igualmente, en aquellas colocaciones 
constituidas por un sustantivo abstracto que selecciona un adjetivo de sentido 
figurado: ira ciega, ignorancia supina, señora caída / problema / coche / casa, hambre 
canina, actividad febril, diferencia abismal, fuerza colosal, actuación estelar, hambre 
feroz, borrachera épica, aburrimiento soporífero, problema / asunto espinoso, etc. 
Incluso existen colocaciones que se constituyen en auténticas metáforas sinestésicas: 
fracaso estrepitoso, crisis aguda, triunfo retumbante, deseo ardiente, dolor punzante, 
interés vivo, elogio encendido, etc. Es un proceso que va del carácter figurado del 
adjetivo hasta convertirse en un mero intensificador. La intensificación se puede 
convertir, a veces, en una aminoración, por ejemplo, en sueldo miserable / ridículo, 
flaco servicio / favor, remota posibilidad, cantidad irrisoria, módico precio, apretada 
ventaja, ajustada victoria, comida frugal, sueño ligero, etc. 
Resulta conveniente saber, así mismo, que lo que contribuye a fijar unos 
sentidos especializados en las colocaciones tiene que ver, en la mayor parte de los 
casos, con lo que se ha llamado tipicidad de relación (Koike 2001: 36). Es decir, las 
colocaciones expresan una relación típica entre sus componentes, de tal manera que 
tocar la guitarra es una colocación y limpiar la guitarra y guardar la guitarra no, porque 
el sustantivo guitarra solo puede establecer relación típica como instrumento musical. 
Esta tipicidad es lo que separa la colocación de la combinación libre en la que el 
sentido de tocar sería ‘acercar la mano a un objeto para que entre en contacto con 
este’, sin especialización semántica, por tanto. 
Habría que puntualizar también que las colocaciones indican conceptos 
inconfundibles para los nativos de una comunidad lingüística. En este sentido, Írsula 
ha señalado el aspecto denotativo de la colocación, «cuya función es apoyar la 
percepción e imaginación de la realidad circundante. El conocimiento denotativo nos 
facilita dominar la relación entre el material léxico y el conocimiento real o hipotético 
sobre el mundo que nos rodea» (Írsula, 1994: 278, y Koike, 2001: 193-194). Veamos 
algunos casos de colocaciones léxicas que se pueden construir con un verbo de 
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sentido general y uno restringido, según se trate de una situación más coloquial o de 
un registro más elevado. 
 
HACER 
película rodar 
pregunta formular 
crimen perpetrar 
falta cometer 
homenaje tributar 
instancia cumplimentar 
 
TENER 
cargo desempeñar 
síntomas presentar 
efecto surtir 
mando ostentar, ejercer 
peligro entrañar 
gravedad revestir 
 
HABER 
explosión producirse 
rumores correr, circular 
circunstancias concurrir 
(especiales) 
temporal azotar 
PONER 
película proyectar 
monumento levantar, erigir 
normas establecer 
 
DAR 
razones aducir 
opiniones verter 
paliza propinar 
confianza inspirar 
miedo infundir 
apoyo prestar 
información suministrar
 DECIR 
insultos proferir 
secreto revelar 
nombres mencionar 
 
 
 
 
En cuanto a la clasificación de las colocaciones una de las más recientes es la 
realizada por Corpas Pastor (1996). No obstante, se podrían establecer diferentes 
tipos teniendo en cuenta algunas consideraciones anteriores de otros autores. 
Valga como recopilación explícita de los distintos tipos lo que se expone en el 
siguiente cuadro: 
 
 
 
 
 
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COLOCACIONES 
TIPOS ESTRUCTURAS CATEGORIALES 
Tipo 1 sustantivo (sujeto) + verbo: 
registrarse un incendio, desatarse una polémica 
Tipo 2 verbo + sustantivo (objeto) (tb. verbo + prep. + sustantivo): 
asestar un golpe, interponer un recurso, poner en 
cuestión, 
Tipo 3 sustantivo + adjetivo (tb. sustantivo + sustantivo): 
ruido infernal, conducta intachable, paquete bomba 
Tipo 4 sustantivo + preposición + sustantivo: 
ronda de negociaciones, ciclo de 
conferencias 
Tipo 5 verbo + adverbio: 
rechazar categóricamente, llorar amargamente 
Tipo 6 adverbio + adjetivo: 
visiblemente afectado, altamente fiable 
 
 Sobre el tipo tercero y el sexto, conviene puntualizar que Corpas Pastor le 
asigna un orden inverso (1996: 71), pero la mayor parte de los ejemplos que se 
constatan presentan la estructura señalada, aunque no siempre. 
 En general, hay que estimar como posible la coaparición de otros tipos no 
sistematizados (Castillo Carballo, 1998) que pueden afectar no solo a la combinación 
categorial, sino al orden secuencial. Por ejemplo, la combinación adverbio + adjetivo (o 
participio), unas veces, se ha fijado como adjetivo (o participio) + adverbio 
(propiamente dicho / * dicho propiamente, o cerrado herméticamente [aunque también 
herméticamente cerrado). Igualmente, a veces, se registra la estructura verbo + 
adjetivo (resultar ileso), que, por lo general, no está estimada en ninguna de las 
clasificaciones realizadas a lo largo de la investigación fraseológica. En este sentido, la 
razón de esta ausencia se puede deber a un proceso de transcategorización, es decir, 
un adjetivo ha pasado a funcionar como un adverbio; por lo tanto, sería equivalente a 
la estructura verbo + adverbio, y este sí es un patrón morfosintáctico que se ha tenido 
habitualmente en cuenta. Así mismo, en cuanto a esta amplia variabilidad de 
concurrencia de categorías léxicas, no hay que olvidar, como se refirió más arriba, que 
las unidades léxicas simples pueden coaparecer con una locución (por ejemplo, reírse 
a carcajadas o a mandíbula batiente verbo + locución adverbial), pese a que se 
pueda establecer una equivalencia funcional entre este tipo de colocaciones y las 
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constituidas por dos vocablos (el ejemplo aducido, tiene un paralelismo con las 
colocaciones verbo + adverbio).4. Las locuciones 
 
Como se señaló al principio del capítulo, el otro grupo de unidades 
fraseológicas que se va a tratar es el constituido por las locuciones. 
 Una de las caracterizaciones que ha sido asumida por la mayoría de los 
lingüistas ha sido la de Casares (1950: 170), de la que síntesis se pueden extraer tres 
rasgos fundamentales: combinación estable, función de elemento oracional y sentido 
unitario. 
 Por otro lado, en los estudios fraseológicos, un tema de difícil consenso ha sido 
el de establecer unos límites firmes y claros entre las locuciones y los llamados 
compuestos sintagmáticos (que no tienen unión ortográfica). Un reflejo de esto se 
puede observar en las siguientes palabras de García-Page (1991: 234): 
Los límites entre unas y otros son, ciertamente, muy imprecisos. 
Zuluaga incluye entre las expresiones fijas grupos nominales como 
batalla campal o noche toledana, mientras que Bustos considera a esta 
última palabra compuesta. Clay incluye, en su repertorio de locuciones, 
compuestos del tipo trabalenguas o boquiabierto y sintagmas como 
soltarse el pelo o pelo rizado. 
 
 En conjunto, muchos autores españoles han considerado las locuciones como 
un subtipo dentro de los compuestos, aunque nunca se ha desistido en la búsqueda 
de criterios firmes que marquen la línea divisoria entre ambos, especialmente en el 
terreno fraseológico. Frecuentemente, se han aducido criterios de tipo semántico, 
morfosintáctico, acentual y ortográfico para establecer unos límites exhaustivos, en la 
medida de lo posible, pero, como señala Corpas Pastor (1996: 92), no son 
suficientemente válidos, pues mientras algunos son compartidos por locuciones y 
compuestos, otros, en cambio, resultan bastante ambiguos. A pesar de esto, es el 
criterio ortográfico el que mayor precisión puede facilitar para establecer una clara 
delimitación entre unos y otros. Es lo que se desprende de esta afirmación: 
 Por razones prácticas, y ante la falta de criterios adecuados que 
permitan deslindar claramente los compuestos sintagmáticos (sin unión 
ortográfica) de las locuciones, hemos decidido considerar compuestos 
a todas aquellas unidades léxicas formadas por la unión gráfica (y 
acentual) de dos o más bases; y locuciones, a aquellas unidades que, 
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presentando un grado semejante de cohesión interna, no muestran 
unión ortográfica (Corpas Pastor, 1996:93). 
 Por otro lado ha señalado García-Page (1991: 325) que, si parece difícil decidir 
que una secuencia de palabras sea una locución, un sintagma libre o un compuesto, 
este inconveniente desaparecerá en la medida en que dicha secuencia contenga una 
palabra idiomática, «es decir, cuando incluye un elemento lingüístico que, por razones 
diversas —históricas principalmente—, aparece única y exclusivamente dentro del 
marco de una locución y que, por tanto, funciona como índice inequívoco —signo 
‘diacrítico’— de que la construcción pertenece a la sintaxis locucional y no a la sintaxis 
libre o ‘móvil’». 
 En cuanto a las combinaciones libres de palabras, estas se alejan de las 
locuciones porque son producidas en cada acto de habla de acuerdo a las reglas de la 
gramática, mientras que las otras se reproducen como si fueran un todo indisoluble, 
por tanto, no se crean sino que se repiten (Zuluaga, 1980: 14-15). 
 En lo esencial, la diferenciación entre ambos hechos lingüísticos estriba en la 
institucionalización, estabilidad sintáctico-semántica y en la función denominativa de 
las locuciones (Corpas Pastor, 1996: 89). 
 Igualmente, Alonso Ramos (1994-1995: 25), hace referencia a los rasgos que 
caracterizan a las combinaciones libres de palabras, así como a los llamados 
frasemas, que vienen a coincidir con lo que en inglés se denomina idioms, y en la 
mayor parte de los estudios españoles con locuciones. Para esta autora una 
combinación libre será un sintagma constituido por al menos dos lexemas A y B, en el 
que tanto su significado como su significante coinciden con la suma regular de los 
elementos que lo forman. Sin embargo, una combinación de al menos dos lexemas A 
y B, en el que únicamente su significante es la suma regular de los elementos 
integrantes, mientras que su significado es distinto de la suma de los significados de 
los lexemas que constituyen la combinación, corresponderá a la definición de frasema. 
 Para llevar a cabo una clasificación de las locuciones que se presentan en 
español, el criterio más productivo es el de la función que desempeñan en el seno de 
la estructura oracional, de acuerdo a su equivalencia con cada una de las partes de la 
oración, es decir, con las categoría léxicas, que responden a las nociones de 
sustantivo, adjetivo, verbo, etc. 
 La adopción de este criterio dará lugar a locuciones nominales, adjetivas, 
verbales, adverbiales, prepositivas y conjuntivas, que harán las veces de sustantivos, 
adjetivos, verbos, adverbios, preposiciones y conjunciones simples. 
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 Algunos estudiosos han preferido marcar dentro de esta tipología locucional 
dos bloques bien separados, distinguiendo entre aquellas que se refieren a unidades 
gramaticales y las que aluden a unidades léxicas. 
 Dentro de estas últimas se enmarcarían las nominales, adjetivas, verbales y 
adverbiales, mientras que las otras, que se distinguen por relacionar elementos 
significantes, estarían constituidas por las prepositivas y las conjuntivas. En este grupo 
Zuluaga (1980: 146-147) incluye también las que él llama elativizadoras, es decir, 
aquellas cuyo papel es el de ponderar verbos, sustantivos, adjetivos o adverbios. No 
obstante, no resulta necesaria esta diferenciación, pues la mayor parte de ellas tienen 
cabida dentro de las locuciones adjetivas y, por tanto, de las que expresan un 
significado léxico. 
 Bajo la denominación de locuciones nominales tendrán cabida todas aquellas 
que desempeñando las funciones inherentes al sustantivo hacen referencia a 
entidades pensadas en sí mismas. En este grupo hay que incluir, igualmente, aquellas 
que poseen valores pronominales como es el caso de cada quisque, ya que, como 
señaló Alarcos (1994: 71), sobre los pronombres: 
No puede aceptarse la idea de que sean siempre ‘sustitutos’ del 
nombre o sustantivo, aunque ciertamente desempeñan en el enunciado 
papeles semejantes. Los llamados pronombres personales tónicos 
constituyen en realidad una subclase de los sustantivos, puesto que 
coinciden con estos en su función, y, al menos parcialmente, entrañan 
unos mismos tipos de accidentes o morfemas (el número y el género). 
Los llamamos, pues, sustantivos personales. 
 
 Por otra parte, en la unidad oracional cumplen las funciones propias de los 
sustantivos, y, en consecuencia, de los sintagmas nominales donde aquellos ocupan 
el lugar reservado para el núcleo sintagmático; tales funciones son, esencialmente, las 
de sujeto explícito o las de objeto directo, además de las de término preposicional, en 
el caso de los objetos indirectos, objetos preposicionales (suplementos), o de los 
complementos de sustantivos mediante un proceso de traslación. 
 También dentro de las locuciones nominales habría que incluir las locuciones 
infinitivas como advirtió Casares (1950: 175-176), que se caracterizan por no adquirir 
nunca forma personal, y cuyo funcionamiento es semejante al de las formas infinitivas 
simples, aunque al contrario de estas no suelen tomar el artículo para fortalecer su 
carácter sustantivo. Del mismo modo, se deben considerar locuciones nominales las 
proposiciones sustantivadas del tipo el mismo que viste y calza, así como las 
nominalizaciones de locuciones verbales (tomadura de pelo), pese a que Zuluaga 
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(1980: 153) que las cita entre las nominales, piense que deben ser tratadas como 
variantes de la verbales. 
 Por último, pese a que algunos autores hayan considerado a los nombres 
propios compuestos como locuciones nominales, argumentando, entre otras razones, 
el hecho de presentar equivalencia en cuanto al significado categorial de sustantivo, o 
en cuanto a la fijación de sus elementos, e incluso al mayor grado de cohesión entre 
sus componentes, señala Zuluaga que lo único tienen en común es su función 
designativa, pues su fijación no es fraseólogica, ni su peculiaridad semántica es la 
idiomaticidad. No obstante, aquellas que posean un nombre propio del tipo el huevo 
de Colón, sí se pueden catalogar como locuciones nominales (Corpas Pastor, 1996: 
95), ya que el hecho de contenerlo no le impide hacer referencia a una entidad 
sustantiva que, de ningún modo, se contrapone a la que pueda expresar cualquier otra 
locución que ocupe el lugar de un sustantivo en la oración. 
 Las locuciones adjetivas (conviene saber que Casares [1950: 199] las llamó 
adjetivales y Zuluaga [1980: 155], adnominales) funcionan en la oración de igual 
manera que los adjetivos. En este sentido, les corresponden los valores de predicación 
y atribución, que se manifiestan mediante la adyacencia al sustantivo o de forma 
aislada con los verbos copulativos. 
 Aunque, por lo general, están constituidas por sintagmas cuyo núcleo es un 
adjetivo, a veces, un participio, existen locuciones adjetivas cuya estructura formal se 
corresponde con secuencias comparativas construidas con el adverbio como entre un 
adjetivo y un sustantivo (blanco como la pared) o mediante la formación comparativa 
de superioridad más...que (más blanco que la pared, más rojo que un tomate, más 
papista que el Papa). 
 Por otro lado, la función de complemento del sustantivo representada por la 
categoría sintagmática de sintagma preposicional también tiene un valor equivalente a 
la atribución o la predicación. De este modo, existen locuciones adjetivas cuya 
estructura interna está constituida por una preposición más su término. 
 Las locuciones verbales, que poseen una estructura similar a la del sintagma 
verbal, se caracterizan, al igual que los verbos, por expresar procesos o estados y por 
la flexión gramatical de persona, tiempo y número. Su estructura interna fluctúa desde 
patrones sintácticos bastantes simples hasta construcciones muy complejas, a veces 
con fijación negativa: dos verbos coordinados, verbo y pronombre enclítico, verbo y 
partícula preposicional, verbo más cualquier tipo de complemento solo o combinado 
con otro —directo, indirecto, suplemento, circunstancial, atributo, en el caso de los 
verbos copulativos—, o incluso verbo más complementos con fijación del sujeto. 
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 Algunos estudiosos consideran esta última estructura como un tipo 
independiente, recurriendo al concepto de cláusula o proposición, en la medida en que 
están formadas por sujeto y predicado. Sin embargo, se podrían seguir incluyendo 
dentro de las verbales pues tanto unas como otras necesitan en el discurso de un 
sujeto para constituir una oración gramatical, la única diferencia es que en las que se 
han llamado clausales o proposicionales viene predeterminado por el conjunto de los 
elementos que la constituyen, mientras que en el resto dicho sujeto no es previsible. 
Así mismo, otra razón para no establecer diferencias se sustenta en el hecho de que 
se pueden conmutar por verbos simples o por sintagmas verbales más complejos 
equivalentes a los tipos referidos: caerse [a alguien] el alma a los pies es conmutable 
por ‘desanimarse’ y revolverse [a alguien] las tripas por ‘sentir gran repugnancia.’. 
 Por otro lado el hecho de que existan locuciones verbales que, en el seno de 
una oración, constituyan por sí mismas, y sin necesidad de ninguna otra 
complementación, el predicado de aquella (agarrarse a un clavo ardiendo), o que 
necesiten de la actualización de un actante o del llamado contorno lexicográfico (por 
ejemplo, meter [a alguien] en cintura), justifica más aún su inclusión en este grupo. 
 Las locuciones adverbiales, a semejanza de los adverbios, pueden funcionar 
como adyacentes circunstanciales de verbos, o de toda una oración, al igual que las 
proposiciones de carácter adverbial y también expresar circunstancias de tiempo, 
modo, cantidad, etc. Asimismo, dentro de un grupo unitario nominal pueden funcionar 
como adyacente de un adjetivo o de otro adverbio. 
 Abundan, especialmente, las que están constituidas por sintagmas 
preposicionales, aunque también se presentan locuciones formadas por sintagmas 
cuyo núcleo es un adverbio y por sintagmas nominales y adjetivales, que son 
conmutables por elementos adverbiales. 
 Del mismo modo, se pueden incluir en las adverbiales aquellas construcciones 
con el adverbio como que constituyen verdaderas proposiciones adverbiales de 
carácter modal, aunque también algunos (Corpas Pastor, 1996: 110) las ubica entre 
sus locuciones clausales. Son unidades del tipo como Pedro por su casa, como quien 
oye llover, etc. 
 Por otro lado, cabe puntualizar que no siempre está tan clara la distinción entre 
locuciones adjetivas y locuciones adverbiales, puesto que, a veces, de modo indistinto, 
cumplen funciones de adyacentes de sustantivos o de verbos. Sobre este asunto, 
puntualiza Zuluaga (1980: 159) que “partiendo del presupuesto de que el adverbio 
propiamente dicho tiene la forma de, o equivale a, un sintagma preposicional, 
clasificamos las locuciones que presenten los dos tipos de funcionamiento, como 
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adverbiales”. No obstante, sería aconsejable en estos casos establecer un nuevo tipo 
locucional, es decir, las adjetivo-adverbiales. 
 Y, por último, tenemos las locuciones prepositivas y las locuciones conjuntivas. 
 Las primeras funcionan como núcleo de sintagmas prepositivos y sirven de 
transpositores de sustantivos a sintagmas adverbiales. Por lo general, están formadas 
por un sustantivo o adverbio a los que le siguen una preposición, aunque en el caso 
del sustantivo, también puede llevar otra precediéndolo. Sobre estos dos tipos señala 
Alarcos (1994: 215) que las que contienen un adverbio este es capaz de funcionar por 
sí solo (encima de la mesa / lo puso encima), por el contrario las otras requieren 
siempre la presencia de un adyacente especificador (a causa de una tontería / *Se 
enfadaron a causa. 
 Las locuciones conjuntivas, equivalentes a las conjunciones simples, sirven 
para incluir oraciones dentro de un mismo enunciado, es decir, funcionan de enlaces 
oracionales. 
 Hay que distinguir entre coordinantes y subordinantes. Las primeras se limitan 
a establecer una conexión entre oraciones, sin afectar a su estructura, es decir, no 
intervienen en la relación interna de cada una de las oraciones. Entre ellas se 
encuentran las distributivas del tipo ora...ora, ya...ya, adversativas (antes bien). Las 
segundas, por el contrario, funcionan como transpositores que degradan a una unidad 
para desempeñar funciones distintas de las propias de su categoría. Los valores que 
pueden expresar se reparten entre temporales, modales, causales, finales, 
consecutivos, condicionales, etc. (tan pronto como, según y como, a fin de que, aún 
cuando). 
 Igualmente, tienen cabida dentro de las conjuntivas aquellas que, con la 
estructura de sintagmas preposicionales, sirven para relacionar párrafos, oraciones, o 
segmentos de estas (al fin y al cabo, sin embargo). 
 En todos los tipos locucionales enumerados hay que advertir que se pueden 
dar unidades pluriverbales que presenten variantes léxicas,es decir, pueden infringir 
una de las leyes en las construcciones fraseológicas, la inmodificabilidad de sus 
elementos, si bien las formas alternativas suelen estar también fijadas, por lo que se 
podría afirmar que constituyen paradigmas cerrados. 
 Sirva el siguiente cuadro de recopilación de los distintos tipos de locuciones, 
con algunos ejemplos más: 
 
 
 
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TIPOS DE LOCUCIONES 
Nominales: golpe bajo, mosquita muerta, cortina de humo, tabla 
de salvación, coser y cantar, el mismo que viste y calza. 
Adjetivales: listo de manos, sano y salvo, blanco como la pared, 
más suave que la seda, que no se lo salta un gitano, de pelo en 
pecho, de alucine. 
Verbales: cargársela, dar de sí, tomar por, ser la monda, meter 
en cintura, oler a cuerno quemado, costar un ojo de la cara, no 
tener vuelta de hoja, no llegarle a alguien la camisa al cuerpo, 
írsele a alguien el santo al cielo. 
Adverbiales: a todas luces, en vilo, de par en par, más y más, 
patas arriba, largo y tendido, como quien oye llover, a grito 
pelado, para más inri, por un tubo. 
Adjetivo-adverbiales: a medida en hacer algo a medida o en 
camisas a medida. Otras con doble función pueden ser por 
ciento, a las claras, al contado, en cruz, en cuclillas, bajo cuerda, 
como Dios manda, en directo, a discreción, por etapas, por 
goleada, a granel, en jarras, a machamartillo, a mansalva, a palo 
seco, en porreta, a punto de caramelo, a quemarropa, de rebote, 
de rechupete, a sangre y fuego, en serie, con la soga al cuello, de 
suyo, de trapillo, a trasmano. Todas estas se presentan se 
pueden presentar en el discurso bien como adyacentes de 
sustantivos o como adyacentes verbales. 
Prepositivas: delante de, gracias a, con objeto de, a causa de, 
con arreglo a, con vistas a, en torno a. 
Conjuntivas: ora...ora, antes bien, siempre que, aun cuando, 
dado que, así que, con vistas a, según y como, así...como, tan 
pronto como. 
 
5. Los enunciados fraseológicos 
 
 Los enunciados fraseológicos se caracterizan por ser secuencias autónomas 
que constituyen actos de habla, lo que implica que suelen se formular con entonación 
independiente. En realidad, se trata de unidades mínimas de comunicación (Corpas, 
1996: 133-134; Zuluaga, 1980: 192 y Hernando Cuadrado, 1990: 541). Dentro de 
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estas unidades se pueden incluir, por un lado, las paremias, que tienen significado 
referencial y autonomía textual; y, por otro, las fórmulas rutinarias, cuyo significado es 
social, expresivo o discursivo y se emplean en determinadas situaciones 
comunicativas. No obstante, hay que tener presente que la diferenciación entre ambos 
tipos de enunciados no siempre es tan nítida. 
 
5.1. Paremias 
 
 Por lo que concierne a las paremias (así llamadas porque esta designación 
se considera un “sinónimo de refrán e hiperónimo de los subtipos de esta categoría, y 
porque […] ha sido empleada en filología española como término abarcador o bien en 
sinonimia con otras denominaciones” [Corpas Pastor, 1996: 135]) se pueden distinguir 
a su vez distintos tipos atendiendo a las consideraciones de Arnaud (1991), que 
propuso cinco criterios que en la medida en que se vayan cumpliendo dará lugar a un 
caso u otro. Esos criterios son los que siguen: 
1. Lexicalización. 
2. Autonomía sintáctica. 
3. Autonomía textual. 
4. Valor de verdad general. 
5. Carácter anónimo. 
 De acuerdo con todo lo dicho anteriormente, resulta evidente que lo que 
separa los enunciados fraseológicos de los otros tipos de unidades tratados es el 
hecho de que estos últimos cumplen solo los dos primeros criterios (lexicalización y 
autonomía sintáctica). A partir del tercero, hay que hablar de enunciados. No obstante, 
la ausencia de autonomía textual sirve para tratar separadamente las llamadas 
fórmulas rutinarias de las paremias. 
 En definitiva, aquellas unidades en las que se verifican los tres primeros 
criterios son los enunciados de valor específico, en las que se le suma el cuarto, citas; 
y en las que se dan los cinco, refranes. 
 
5.1.1. Enunciados de valor específico 
 
 Son aquellas paremias que no tienen valor de verdad general, es decir, no 
son una verdad en sí mismas. Se podría decir que se emplean en determinadas 
situaciones para referir un sentido que no es expresable mediante una unidad léxica 
simple, pero no transmiten ninguna enseñanza válida para todo el mundo. Algunos 
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ejemplos pueden ser los siguientes: Si te he visto no me acuerdo, ahí le duele, el que 
no corre vuela, éramos pocos y parió la abuela, etc. 
 
5.1.2. Citas 
 
 Estas unidades se caracterizan por tener valor de verdad general, pero no 
son anónimas. Tienen un origen conocido y una procedencia variada, porque se han 
extraído de textos escritos o hablados, pertenecientes bien a un personaje real o 
ficticio de cualquier época. Son citas casos como los que siguen: Ande yo caliente y 
ríase la gente (Góngora), Poderoso caballero es don Dinero (Quevedo), Mi reino por 
un caballo (Shakespeare, Richard III), El que esté libre de pecado que tire la primera 
piedra (Nuevo Testamento), La religión es el opio del pueblo (Marx), Pienso, luego 
existo (Descartes). 
 Indiscutiblemente, una unidad de estas características no es fácil de 
catalogar, ya que para identificar su origen es necesario un elevado grado de 
erudición. 
 
5.1.3. Refranes 
 
 Cuando se cumplen todos los criterios referidos se dan los refranes, ya que 
son elementos que poseen un origen desconocido, aunque, a veces, esto puede no 
estar tan claro. Esto está condicionado por nivel cultural de los hablantes, que puede 
reconocer su origen, y del grado de generalización que haya experimentado una 
determinada unidad. Véanse algunos ejemplos: La ocasión hace al ladrón, A falta de 
pan buenas son tortas, El que no llora, no mama, A Dios rogando y con el mazo 
dando, etc. Sin lugar a dudas, en todos estos casos se observa el carácter 
independiente de la frase, anónimo y popular. Así mismo, expresan bien una 
enseñanza, bien un consejo moral o práctico para todos. 
 
5.2. Fórmulas rutinarias 
 
 Se trata de unidades fraseológicas con carácter de enunciado, cuya 
característica principal es la ausencia de autonomía textual, pues su aparición está 
condicionada, en mayor o menor medida, por situaciones comunicativas precisas, que 
implican, con cierta frecuencia, intercambios conversacionales, aunque también es 
posible que se encuentren en textos escritos, bien por reflejarlos o porque algunos 
tipos de fórmulas estén restringidas a estos entornos. 
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 Por otro lado, se podría puntualizar que son enunciados prefabricados, que 
están listos para ser utilizados en determinados contextos, y que facilitan a los 
hablantes los medios lingüísticos necesarios para poder interactuar con un 
desenvolvimiento óptimo. Veamos algunos ejemplos atendiendo a diferentes 
situaciones discursivas: 
 
Fórmulas de apertura y cierre: 
 
El comienzo de un encuentro se lleva a cabo mediante algún tipo de enunciado fático: 
¿Qué tal?, ¿Qué hay?, ¿Cómo estás? 
En los locales comerciales: ¿Desea alguna cosa?, ¿Puedo ayudarle en algo?, ¿Qué 
va a tomar?, ¿Qué va a ser? 
Para terminar una conversación de forma satisfactoria se usan expresiones como 
Hasta la vista, Hasta luego. Algunas no son de despedida: Que te mejores, Cuídate 
mucho, Gracias por todo, Ha sido un placer, Y en paz. 
 
Fórmulas de transición: 
 
Estructura los intercambios conversacionales, es decir, permite a los interlocutorestomar la palabra, mantener el turno u orientar el cambio de éste: A eso voy / iba, Para 
que te enteres, No sé que te diga, Vamos a ver, ¿Qué te digo yo?, Dicho sea de paso, 
A otra cosa mariposa, Vaya por Dios, Toma ya, ¿Me sigues?, ¿Me oyes? 
 
Fórmulas expresivas: 
 
Expresan la actitud del hablante y sus sentimientos: Con perdón, Lo siento, A ver, Ya 
lo creo, ¡A mí me lo vas a decir!, ¡Sobre mi cadáver!, Y un jamón, ¡Qué… ni qué 
puñetas!, ¡Qué… ni qué narices / niño muerto / ocho cuartos!, Tararí que te vi, ¡Bueno 
está lo bueno!, ¡Hasta ahí podríamos llegar!, Muchas gracias, Que Dios te lo pague, 
Feliz Navidad, Muchas felicidades, Suerte y al toro, Que aproveche, Buen provecho, 
¡A mí plin!, ¡Allá tú!, ¡Con su pan se lo coma! 
 
Fórmulas comisivas: 
 
Expresan un compromiso del hablante a hacer algo en el futuro para alguien o a 
alguien: Te doy mi palabra, ¡Palabra de honor!, Cruz y raya (se compromete a sí 
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mismo no volver a hacer algo nunca más), Ya me las pagarás, Nos veremos las caras, 
¡Te vas a acordar! 
 
Fórmulas directivas 
 
El objetivo de estas fórmulas es que el receptor haga algo: ¿Te ha comido la lengua el 
gato?, ¡Al grano!, ¿En qué quedamos?, ¡Corta el rollo!, Con su permiso, ¿Me permite?, 
¿Qué mosca te ha picado?, No te pongas así, No es para tanto. 
 
Fórmulas asertivas 
 
Para transmitir información que el hablante declara verdadera (no implican al emisor o 
receptor en un hecho pasado o futuro): Ni que decir tiene, Palabra que sí, Palabra que 
no, Como lo oyes, Las cosas como son, Por mis muertos, Por mis siete hijos pelones 
 
Fórmulas rituales: 
 
Para saludar o despedirse (con o sin prosecución de diálogo): Buenos días, Hasta 
luego, A seguir bien, ¿Qué es de tu vida?, Le saluda atentamente. 
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