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La perspectiva ontológica de la Teoría del Valor aplicada a la Administración de Recursos Humanos Reidar Jensen Castañeda* RESUMEN La aplicación moderna del concepto de valor dentro de la teoría económica neoclásica a la Administración y la Econo- mía, se da a partir del siglo XIX, aplicación que ha servido de mucho para explicar fenómenos tanto personales como organizacionales. La teoría del valor, y sobre todo su apli- cación a las Ciencias Administrativas en general y a la Ad- ministración de Recursos Humanos en particular, se vuelve elitista por el hecho de que sólo una parte de la población tiene acceso a ella para mejorar, tanto su vida como el trabajo de los integrantes de una organización, el resto de la población permanece en la inopia, frecuentemente ma- nipulada por teorías seudohumanodesarrollistas. En este trabajo se presenta un incipiente análisis de esta teoría y como se podría aplicar para trabajar de manera más justa y eficiente con el recurso humano. I. INTRODUCCIÓN El término valor no es unívoco, podemos referirnos a él en términos financiero-jurídicos, en cuyo caso es- taríamos hablando de un título que representa dere- chos parciales de propietario sobre cierta sociedad, a los que llamamos “acciones” o a algún título de crédito u obligación, con características y derechos estandarizados, existen varios tipos de títulos valo- res circulantes, los más reconocidos son: la letra de cambio, el cheque y el pagaré (Wikipedia, 2008 a); podemos referirnos también a él en términos numis- máticos, en cuyo caso estaríamos hablando del valor intrínseco que tiene en el mercado el metal, general- mente un metal precioso, empleado en la acuñación de una moneda, también al valor legal o nominativo que es aquel que figura acuñado en la moneda y respaldado por una norma legal que lo establece, o al valor de mercado, que es el que tiene la pieza en el mercado numismático Wikipedia, 2008 b). Asimismo podemos referirnos a él en térmi- nos informáticos en cuyo caso haríamos referencia a que un valor es una secuencia de bits que se in- terpreta de acuerdo a algún tipo de datos, en donde una misma secuencia de bits puede tener distintos valores, dependiendo del tipo usado para interpretar su significado (Wikipedia, 2008 c). Otra acepción de valor la encontramos si nos referimos a él en términos físico-químicos, en cuyo caso estaríamos hablando ya sea de la energía libera- da o absorbida en una reacción nuclear (Gran Diccio- nario Enciclopédico Ilustrado, 1979, p. 3887) o, si lo equiparamos a la valencia estaríamos hablando de la capacidad de un elemento o radical para combinarse con determinado número de átomos de hidrógeno o su equivalencia (Gran Diccionario Enciclopédico Ilus- trado, 1979, p. 3882); si nos referimos a él en térmi- nos veritativos, estaríamos hablando de los valores de verdad, que en lógica clásica son aquellos valores posibles (verdadero o falso) que pueden asignarse a las proposiciones (Wikipedia, 2008 d) o si habláse- mos de él en términos axiológicos, nos referiríamos a la rama de la Filosofía que estudia la naturaleza de los valores y juicios valorativos; la primera utiliza- ción del término axiología es adjudicada por unos a Wilbur Marshall Urban, filósofo estadounidense, en su obra Valuation: Its Nature and Laws, publicada en 1906 (Wikipedia, 2008 e) y por otros a Eduard Von Hartmann, filósofo alemán, en su obra Grundriss der Axiologie publicada en 1909 (Enciclopedia Hispánica, 1995, p. 259). Finalmente, si nos referimos a él en términos de la teoría económica, estaríamos hablando (tanto en la teoría clásica como en la marxista) del monto necesario para la producción social de un bien eco- nómico (valor de uso) y de que los precios se derivan de este valor, además de que en la economía clási- ca, tratándose de valores de cambio, al costo de la producción se le agrega el de oportunidad, es decir, la cantidad de ganancias potenciales que se pierden por tomar la decisión de producir uno u otro bien. Para efectos de este artículo nos adherimos, principalmente, a la teoría económica neoclásica, en la cual el valor es una magnitud subjetiva que se mide por la estima en que el público valore un objeto (Wikipedia, 2008 f). II. EL VALOR EN NUESTRA VIDA COTIDIANA En nuestra vida, las cosas que existen en el uni- verso, no nos son indiferentes, estas cosas tienen matices que las hacen parecer (y ser) ante nosotros como buenas o malas, bellas o feas, mejores o peo- res, santas o profanas, etc. Por lo tanto, la no-indiferencia de todas las cosas del universo que conocemos consiste en que no hay posibilidad de que con respecto a alguna de ellas no adoptemos una postura positiva o negativa, * Académico del Instituto de Investigaciones y Estudios Superiores e las Ciencias Administrativas de la Universidad Veracruzana. Correo electrónico: rjensen@uv.mx 36 La perspectiva ontológica de la Teoría del Valor aplicada a la Administración de Recursos Humanos 37 de preferencia o rechazo. Esto quiere decir, desde el punto de vista ontológico, que no hay nada que no tenga un valor para nosotros. Como dijimos con anterioridad, dado que el término valor no es unívoco, encontramos en diver- sos diccionarios de la lengua española, tantos con- ceptos como aplicaciones a determinados campos del conocimiento tiene, sin embargo, el concepto que más se adapta a lo que queremos tratar en este artículo, repetimos, es el de que es una magnitud subjetiva que se mide por la estima en que el públi- co valore un objeto y, que además, se complementa con el siguiente, más manejado en la vida cotidiana: “Del latín valor, -oris, m. Cualidad o conjunto de cua- lidades de una persona o cosa en virtud de la cual es apreciada” (Lexipedia, 1995, p. 594); muchas veces, sin embargo, coloquialmente, la utilizamos como si- nónimo de precio, que se define como “Valor pecu- niario en que se estima una cosa” (Lexipedia, 1995, p. 190); y también con costo: cantidad pagada por un bien o servicio, de acuerdo con la teoría contable, o la cantidad de dinero imputada a la producción de un bien o servicio de acuerdo con la contabilidad administrativa y de costos (Landeau, 2000). Y, efectivamente, son vocablos intercambia- bles, es decir, que a veces la misma cantidad cambia de concepto según se le utilice; en el caso de costo y precio, es más fácil la diferenciación pues la cantidad que representan está directamente relacionada con la cosa, por ejemplo, en contabilidad de costos, en la cual utilizamos una fórmula para calcular el costo y el precio de un bien o servicio, con ánimos de sim- plificar, corriendo con el riesgo de ser reduccionista y equiparar a los recursos humanos con el factor de mano de obra de la teoría estándar, equiparación que resulta inevitable y práctica a la vez en contabi- lidad de costos, ya que el contador de costos tiene la responsabilidad de añadir el valor a las cuestiones del costo (González, 2002), tomando decisiones con base en los análisis de éstos y si bien es cierto que los costos en la antigüedad se veían como la deter- minación únicamente del inventario, ahora se toman en cuenta para la toma de decisiones, las cuales in- ciden directamente en los recursos humanos o mano de obra de la organización; por otra parte la conta- bilidad de costos es una de las principales áreas de la contabilidad de una empresa por medio de la cual se registran, resumen, analizan e interpretan los detalles de costos del material, mano de obra y car- gos indirectos (estos últimos son los costos ajenos a la producción necesarios para producir y vender un artículo). Si bien es cierto que los costos pueden clasifi- carse desde diversos enfoques, sin embargo, resulta mucho más práctico para alguien que está al frente de la toma de decisiones respecto a la optimización de los recursos de una organización (entendiendo nosotros al recurso humano como el conjunto de co- nocimientos, habilidadesy actitudes que poseen las personas que ocupan un puesto determinado en la organización), la perspectiva de la contabilidad de costos, para la cual estos elementos, repetimos, son hasta la fecha: a) los recursos materiales o materia prima, b) los recursos humanos o mano de obra y c) los cargos indirectos. Entonces, si tenemos la si- guiente fórmula: Recursos materiales + recursos humanos + cargos indirectos = costo del bien o servicio + utili- dad = precio del bien o servicio A través de ésta está más que claro que la naturaleza del costo y del precio son intercambia- bles, si nosotros producimos un refresco (soda o be- bida gaseosa), todo lo que damos para producirlo (dinero para el agua y el polvo azucarado, el conti- nente y su tapa, etc.; dinero para los trabajadores que lo están preparando y embotellando; y, además, dinero para la electricidad, el agua potable, la renta del local donde lo hacemos y/o vendemos, etc.) lo que tenemos es el costo del refresco, pero ese costo para nosotros se convierte en un precio de venta si le agregamos el porcentaje de utilidad que quere- mos percibir. Ahora bien, si existe un comprador que uti- liza ese refresco como materia prima para producir otro bien o para dar un servicio, el precio de com- pra, se transforma en costo de materia prima, que él pondrá en su fórmula y a la que le agregará los demás recursos para, a su vez, obtener el costo del bien o servicio que él ofrece a la venta. Entonces, podemos decir que tanto el costo como el precio tienen un referente empírico fácil- mente demostrable, físicamente mesurable, etc.; sin embargo el valor tiene un origen de naturaleza más etérea, impersonal, psicológica, anímica o como que- ramos llamarle, “is an ethereal being that varies ac- cording to the vessel where it dwells” (Jensen, 2007, p. 50); por ejemplo, ese refresco del que estamos hablando está imbuido de algo etéreo o intangible llamado satisfactor de una necesidad que no puede mesurarse con tanta facilidad como uno quisiera ya que las bases de su valor no son solamente epis- temológicas sino axiológicas y teleológicas; aunque estemos conscientes de que para algunas teorías económicas (v. gr., la marxista) el valor depende del trabajo (por eso es una teoría económica clásica) socialmente necesario para su producción. Para los que alguna vez estudiamos econo- mía, sabemos que el valor de un bien muda según la escasez y el beneficio marginal, que traducido a términos maslowianos, sería la satisfacción marginal (Maslow, 1954, p. 33). Por ejemplo, ese refresco del que estamos hablando, si es invierno y me encuen- tro en la ciudad de Xalapa, capital del estado de Ve- racruz, México y cuyo clima de montaña es templado casi todo el año, a las 4 de la tarde, acabando de comer, y alguien me ofrece ese refresco (de 600 ml) en $8.00, tal vez los pagaría o me esperaría a llegar a mi casa y beber algo más apetecible para mi gus- to, al fin y al cabo, es invierno y mi cuerpo no tiene necesidad de reponer líquidos con tanta rapidez que cuando es temporada de calor, además acabo de co- mer y mi estómago no manda señales de estar va- cío, factor condicionante también de la sed, (Pavlov, 1928, p. 328); sin embargo, si es verano, estoy en una playa solitaria nadando a pleno sol en el medio- día durante 2 ó 3 horas y jugando en la arena, pasa un vendedor de refrescos y me ofrece ese mismo refresco pero a $30.00 seguramente lo compraría, porque mi cuerpo necesita reponer líquidos en ese momento y además no hay sustituto de ese refresco en 10 Km. a la redonda. El ejemplo anterior se refiere a que la esca- sez del bien o servicio va a determinar el valor que le asignemos, el cual se va a expresar en dinero cuan- do lo adquiramos; el siguiente ejemplo se refiere a como el valor que le asignemos al bien o servicio va a estar determinado por la llamada satisfacción marginal: vamos a suponer que me gusta mucho el refresco mencionado y me lo sirven en una fiesta, con gran alegría tomo uno y lo bebo, su sabor, su temperatura, su color, me hacen transportarme a otras dimensiones temporales sublimes de mi niñez y juventud, se presenta esta sensación de estar re- viviendo algo que ya se vivió en épocas antiguas y que se ha compartido con el resto de la humanidad, es el inconsciente colectivo que me impele a sentir cosas inenarrables, pero a la vez comprendidas por todos (Jung, 1981, p. 44) lo bebo casi con los ojos entrecerrados ¡es maravilloso!, a los diez minutos, se acerca un mesero y me sirve otro refresco igual, resulta satisfactorio tener otro, la evocación es me- nor, pero ¡qué más da! resulta tan sabroso que me lo acabo rápido, pasan otros diez minutos y me sirven otro, en esos momentos mi cara ya no es de tanto gusto, me lo tomo con más calma pero siento algo raro en el estómago que empieza a protestar, sin embargo me lo acabo -para no ser descortés-, pa- sando otros diez minutos llega la dueña de la casa que organizó la fiesta y me dice -te he traído tu re- fresco favorito- y me da otro igual, mi cara ya es de espanto por tener que beber ese refresco, en ese momento repugnante, lo acepto de mala gana y me retiro a unos metros, lo vacío en una maceta cercana y finjo que me lo he acabado. Este ejemplo nos enseña que el valor que le fui dando al refresco referido pasó de altísimo a bajísimo, es decir, de sublime a repugnante. La sa- tisfacción marginal llegó al cuarto refresco, el cual se transformó en un castigo en vez de en un reforzador (Nye, 2001, p. 114 y ss.). III. EL VALOR Y LA EXISTENCIA Lo anteriormente expuesto, me hace entonces afir- mar que algunas cosas serán consideradas positivas, otras negativas, algunas útiles, otras perjudiciales o inútiles, según el contexto en el cual se presenten, pero nada, ninguna cosa, será indiferente. La misma cualidad de indiferencia que luego asignamos a algo, cuando queremos decir que nos da igual una cosa que otra, es, ya de por sí, un valor asignado a esa cosa, el valor “indiferente”. Pero, debemos hacer una distinción entre lo que es un juicio de existencia y un juicio de valor. Un juicio de existencia lo hacemos de una cosa cuando la describimos como es, cuando men- cionamos sus propiedades o atributos que forman parte de su ser. Por ejemplo, una esfera es redonda, un triángulo tiene picos, el agua de mar es salada, la noche es obscura, etc. En el caso de la Administración de Recursos Humanos, un juicio de existencia en cuanto a un tra- bajador, por ejemplo, sería que el trabajador es un ser humano. En contraposición a estos juicios de existen- cia tenemos los juicios de valor, éstos enuncian algo de una cosa, que no le quita ni le pone nada al ser de esa cosa, a su esencia. Si decimos que una acción es buena el significado del término bueno, no le quita ni le pone nada al ser de la acción, a su realidad; mien- tras que si le quitamos lo redondo a una esfera, ésta deja de ser esfera para convertirse en otra figura, si le quitamos la oscuridad a la noche, se convierte en día, etc., pues estamos hablando en estos dos casos de juicios de existencia. En el caso de la Administración de Recursos Humanos, un juicio de valor en cuanto a un trabaja- dor, por ejemplo, sería que el trabajador es útil. IV. LA OBJETIVACIÓN DE LOS VALORES Una de las grandes dificultades que se tiene en las relaciones humanas y, sobre todo, cuando se trata de trabajar con otras personas, que es el caso de la Administración de los Recursos Humanos, es preci- samente tratar de hacer objetivo algo que por natu- raleza es subjetivo; para tratar de minimizar estos problemas se propone asentar lo siguiente: 1) Los valores no son cosas ni partes de las co- sas. 2) Los valores no son objetivos, son subjetivida- des de aceptación o rechazo, de agrado o des- agrado, de acuerdo o desacuerdo, que los se- res (las entidades) de las cosas provocan en nosotros y que nosotros bautizamos, a través de un mecanismo que el psicoanálisisha que- rido llamar “proyección” (Freud, 2007, p. 83), es decir, esas impresiones que las cosas causan 38 Ciencia Administrativa 2008-1 Ensayos en nosotros, las separamos de nuestro yo y se las ponemos a las cosas, las objetivamos, y en- tonces decimos que son las cosas las que son malas o buenas, bellas o feas, útiles o inútiles, etc., las hacemos parte de su ser. 3) El fenómeno de la objetivación es parcial y po- livalente, de tal forma que algo que considera- mos malo también puede agradarnos; además de que hay tantas objetivaciones como indivi- duos o grupos hay en la tierra. Esta objetivación ha sido la causa de casi to- das las guerras, cismas y disidencias en la historia de la humanidad. Ahora bien, una de las características del pensamiento científico es la objetividad, lo cual quiere decir que ni la ética ni la estética son objeti- vas, dado que lo bello y lo feo, lo bueno y lo malo, no son juicios de existencia sino juicios de valor, que no tienen nada que ver con la esencia del ente; y que además, dependen de quien esté mirando al objeto “valorándolo”, por lo que es circunstancial y contex- tualizado por el tiempo y el espacio o por el poder en turno. Aunque, debemos aclarar que la objetividad, tal y como la hemos expuesto, es una característica incontestable del pensamiento científico en la épo- ca del viejo deferencialismo del siglo XVII (Haack, 2003) y que en el presente es ampliamente debatido el punto, especialmente en el enfoque cualitativo y en el llamado anarquismo metodológico. Por otro lado, hay corrientes en el siglo XXI a favor de morales relativistas y ética objetiva; al respecto el Dr. Leo Talving, escenógrafo del Festival Sir George Bernard Shaw de Niagara on the Lake, Ontario, Canadá (conversación telefónica, 22 de ju- nio, 2008) nos ha comentado sobre el riesgo social de la utilización cuasiparadigmática, o por decreto, de la euritmia, ya que podemos caer en el error de considerar “feos” o “malos” algunos movimientos artísticos contemporáneos, en el caso de la músi- ca ha sido reconocido el rechazo que tuvieron (por no ser armónicamente tónicos) en sus inicios Igor Stravinsky o Antón Dvorak, en el caso de la danza Isadora Duncan o Martha Graham, ésta última aun incomprendida en algunos lugares ya que me tocó dirigir personalmente una Tesis Profesional de la Li- cenciatura en Educación Artística en la Universidad Veracruzana que partió, en pleno año 2002, de la siguiente problemática: “…la aplicación incorrecta de la técnica Graham, como factor que determina la deserción escolar en la Facultad de Danza de la Universidad Veracruzana, al propiciar lesiones físicas en un porcentaje considerable” (Reyes, 2002, p. 1) o muy alejados de nuestra cultura que resultan incom- prensibles para nosotros; también sobre el peligroso uso que hicieron los nazis de la eutesia de la raza aria como “superior”, y, finalmente en el relativismo sobre el número áureo, que podemos encontrar en algunas figuras de la naturaleza, y en el cual algu- nos místicos encuentran “la belleza inobjetable de la creación”. Nosotros no podemos negar la existencia de tales corrientes, sin embargo, estamos completa- mente de acuerdo con el Dr. Talving en que sería al- tamente peligroso manejarlas como “objetividades” estéticas en las ciencias sociales y especialmente en la Administración de los Recursos Humanos, ya que su inadecuada utilización daría fundamentos objeti- vos a la discriminación laboral, sexual, racial y so- cial, entre otras. En la Administración de Recursos Humanos, no hay nada más ineficiente e injusto que utilizar los juicios de valor en vez de los de existencia, al califi- car a un trabajador y en estas nuevas corrientes, a nuestro criterio, valor y existencia tienen una fronte- ra no muy definida. V. EL PELIGRO DE LA OBJETIVACIÓN La objetivación que se hace de los valores provo- ca que se les defienda y se discuta acerca de ellos como si fuesen objetos reales con una existencia en el mundo material. Existe un profundo convencimiento en los humanos que los valores son objetivos, reales, que pueden casi medirse, pesarse, tocarse y de que no son simplemente las impresiones que quedan en nuestro yo después de haber estado en contacto con los objetos que nos las causan. Ahora bien, los valores son descubiertos (in- ventados) por los hombres. Cuando la tierra no es- taba habitada no había valores, cuando surge el “pri- mer” hombre es cuando aparece por primera vez un valor ya que éste tiene la posibilidad de descubrirlo, pero no como algo que antes no existía y ahora sí, sino como algo que no había sido intuido, percibido y que ahora sí lo es; el hombre se convence y con- vence a los demás que esos valores siempre estu- vieron, que son inmutables y universales, pero que ellos no habían sido lo suficientemente “iluminados” para reconocerlos, es por eso que todas las religio- nes se llaman a sí mismas “verdaderas”, todas las ideologías como el marxismo, el nacionalsocialismo, el fascismo, etc. se llaman a sí mismas “verdaderas”, son tan naturales como el agua o el cielo, y los que no las siguen son anormales, deformes, perversos, malos, y, en muchas ocasiones se considera el hecho de tomar medidas para relegarlos o eliminarlos. A los valores se les toma como una cosa con existencia material, con un ser per se, que sin em- bargo el hombre no se había percatado que ahí es- taba, ya que siempre estuvo. Además de esta situación de realidad, de ser, de objetividad, que el hombre imprime a los va- lores, éste también los jerarquiza, lo cual convierte La perspectiva ontológica de la Teoría del Valor aplicada a la Administración de Recursos Humanos 39 al administrador de recursos humanos, si no es una persona preparada con un alto concepto de la jus- ticia y de lo que es la eficacia y la eficiencia de los trabajadores que administra, en una persona total- mente, en la mayor parte de los casos, desprovista de objetividad. VI. LA JERARQUIZACIÓN DE LOS VALORES Jerarquizar las cosas quiere decir poner una con ma- yor valor arriba de otra de menor valor de manera sucesiva, es decir, darle más valor a una que a otra, por lo que jerarquizar los valores es darle valor a los valores, ponerlos en una relación de más y de menos valor. El problema de la clasificación de los valores ha ocupado la atención de muchos filósofos y pensa- dores desde hace miles de años, sin embargo, la cla- sificación que a nuestro juicio ¿de valor? es la más acertada y lúcida es la que propone Max Scheler, filósofo alemán nacido en Munich en 1874 y muerto en Frankfurt en 1928, perteneciente a la escuela fe- nomenológica, jerarquización publicada por primera vez en 1913 (Scheler, 2000, p. 196 y ss.). Según Scheler, el ser humano, en general, actúa axiológicamente de acuerdo con esta jerar- quía: - Primer lugar: los valores religiosos, por ejemplo, lo san- to, lo profano. - Segundo lugar: los valores éticos, por ejemplo, lo bue- no, lo malo, lo justo, lo injusto. - Tercer lugar: los valores estéticos, por ejemplo, lo bello, lo feo; lo sublime, lo ridículo. - Cuarto lugar: los valores lógicos, por ejemplo, lo ver- dadero, lo falso. - Quinto lugar: los valores vitales, por ejemplo, lo fuerte, lo débil, y - Sexto lugar: los valores útiles, por ejemplo, lo adecua- do, lo inadecuado; lo conveniente, lo inconveniente. La concepción de esta jerarquía, clasificación o escala de valores, puede compararse en Adminis- tración de Recursos Humanos, en el capítulo de mo- tivación, con la escala de necesidades de Abraham Maslow (1954), de tal forma que podemos hacer una analogía para explicar su funcionamiento. Lo dicho por Scheler quiere decir que para el ser humano, los valores que aparecen en primer lugar de esta escala van a ser antepuestos a los va- lores del segundo lugar, así como en la escala de Maslow,las necesidades fisiológicas se anteponen a las de seguridad, y así sucesivamente. Existe también en esta escala de valores una preeminencia del que se encuentra en un lugar (es- calón) inferior en relación con el que se encuentra en niveles (escalones) superiores, es decir, que el hom- bre va a privilegiar los valores éticos a los estéticos, va a preferir lo que es bueno a lo que es bello, en términos generales; así hasta llegar hasta el último peldaño. Siguiendo este modelo, hasta que el hombre no haya objetivado una cosa como santa, no pensa- rá en objetivarla como justa; hasta que no considere esta cosa como santa y justa no pensará en si es bella o fea; hasta que sienta que la cosa es santa, justa, bella y verdadera, entonces podrá objetivarla como fuerte; hasta que no considere una cosa san- ta, justa, bella, verdadera y fuerte, no pensará si es útil, y así sucesivamente, podemos realizar todas las combinaciones posibles, no necesariamente en un continuo de agradabilidad o positividad, sino tal y como el hombre vaya, a través de su vivencia, obje- tivando las cosas. Quiero decir que una persona pue- de considerar una cosa profana y despiadada, pero bella. No necesariamente todos los hombres van a seguir una misma línea de valores con una misma valencia. VII. A MANERA DE CONCLUSIÓN Deseo aclarar que la preeminencia de la que habla- ron tanto Maslow como Scheler es para el hombre común y corriente y en un espacio y tiempo normal- mente determinado; hay que volver a subrayar el hecho (que además es fundamental que sea com- prendido o más bien aceptado por cualquier persona que administra recursos humanos en este siglo) de que esta jerarquía está determinada por el tiempo y el espacio, por ejemplo, para un juez de una corte europea del siglo XXI será más importante, tendrá más valor un acto si éste es justo que si éste es santo; mientras que para un inquisidor del siglo XVII en la Nueva España era más importante que el obje- to fuese santo y sublimemente divino aunque fuese despiadado. En algunas tribus del Amazonas los ancianos son convenientes aunque no sean fuertes, mientras que en las grandes ciudades de los países industria- lizados los ancianos son inconvenientes pues son dé- biles, en el primer caso los integrantes de las tribus amazónicas ni siquiera pasaron por el quinto nivel al juzgar a un anciano, no consideraron la posibili- dad de esa objetivación, mientras que en el segundo caso fue firmemente considerado el valor de fortale- za o debilidad de un anciano. Ahora bien, ontológicamente las cosas son, axiológicamente los valores valen y teleológicamen- te la objetivación de los valores tiene una intencio- nalidad. Tal vez podría pensarse que la aplicación de la perspectiva ontológica de la teoría del valor a la administración de los recursos humanos es muy te- 40 Ciencia Administrativa 2008-1 Ensayos nue, sin embargo, afirmamos que consciente o in- conscientemente, ninguna asignación de valores a las cosas es fortuita, ya sea individual o grupalmente esta asignación y su jerarquización están destinadas a llegar a algo, tienen un motivo, un fin. Y, bien valdría la pena que cualquier persona que deba administrar recursos humanos, esté versa- do en alguna de las ciencias de la conducta para que su labor sea menos injusta y más eficiente para to- dos, para él como administrador, para los empleados como sujetos de su administración y para la organi- zación, porque un trabajador bien administrado (jus- tamente tratado, recompensado y retroalimentado) coadyuva de mejor manera a la organización a llegar a sus objetivos. REFERENCIAS DOCUMENTALES Diccionario de Biografías (1994). 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