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A lo largo de este trabajo se intentará analizar los argumentos que, en los textos
de George Mead, Emmanuel Lévinas, Alain Finkielraut, y Jöel Door permiten
justificar y problematizar la afirmación “Yo es otro”.
Mead postula que el sujeto adquiere el estatuto de persona en su relación con los
otros. Esto permite justificar la afirmación “yo es otro” porque gracias a la relación
que mantiene el sujeto con el otro y con el entorno puede convertirse en un
objeto “para si mismo”, hecho social que lo distancia de los animales inferiores.
Lo esencial para el desarrollo de la persona es el proceso del lenguaje. La
persona no está presente inicialmente en el nacimiento sino que surge en el
proceso de la experiencia, en su relación con los otros individuos que se
encuentran dentro de ese proceso. En este sentido, Mead sostiene:” El proceso
social mismo es el responsable de la aparición de la persona: ésta no existe
como una persona aparte de ese tipo de experiencia”. La característica principal
de la persona es que es un “objeto para si”, es decir, que puede autoobjetivarse y
alcanzar el sentido de si misma. Gracias al otro la persona puede conseguir una
organización total de su experiencia corporal (“La persona no puede verse de
espaldas”) porque es el otro quien primero la objetiva y, debido a esto, la persona
puede objetivarse a si misma. Para Mead la autoobjetivación del sujeto es
verdadera, se produce efectivamente. Por el contrario, en el análisis que Door
realiza de Lacan, la objetivación del sujeto es imaginaria porque al no figurar mas
que como un representante, el sujeto articula un discurso que solo puede ser un
discurso de apariencias con respecto a la verdad de su deseo. El yo del
enunciado que se fija en el orden del discurso tiende a ocultar cada vez más al
sujeto del deseo, al verdadero sujeto.
Un concepto que también debe tenerse en cuenta en el momento de pensar el
surgimiento de la persona como tal es lo que Mead denomina el “otro
generalizado” que tiene que ver con la adopción por parte del sujeto de las
actitudes de los otros individuos hacia él dentro de un medio social. El individuo
se experimenta a si mismo como tal indirectamente desde los puntos de vista de
otros miembros individuales del mismo grupo social o desde el punto de vista
generalizado del grupo social en cuanto a un todo al cual pertenece. Esto tiene
una correlación con lo sostenido por Lacan en relación al yo como una
objetivación imaginaria del sujeto con respecto a sí mismo quien no tiene otra
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salida mas que identificarse cada vez mas con los diferentes representantes que
lo actualizan en su discurso (sujetos del enunciado).
Al igual que lo planteado por Lacan, cuando afirma que el sujeto verdadero no
aparece nunca en lo dicho, porque al sujeto del deseo hay que buscarlo en el
decir, Mead sostiene que hay partes de la persona que no aparecen en lo que se
dijo.
Por otra parte deben considerarse las dos categorías que Mead plantea como
elementos primordiales de la persona: el “yo” y el “mi”. El “yo” es la reacción del
organismo a las actitudes de los otros. El “mi” es la serie de actitudes
organizadas de los otros que adopta uno mismo. Las actitudes de los otros
constituyen el “mi” organizado y luego uno reacciona hacia ellas como un “yo”. La
aseveración “yo es otro”, puede justificarse con la categoría del “mi” porque el
“mi” representa para Mead la adopción, por parte de la persona, de las actitudes
de los otros.
El “yo” es la reacción del individuo frente a una situación social que se encuentra
dentro de su experiencia. Esta reacción se incorpora a su experiencia solo
después de que ha llevado a cabo el acto, jamás entra en la experiencia la
manera exacta en que actuaremos hasta después de que tiene lugar la acción.
De este modo, la reacción del “yo” contendrá un elemento de novedad que
proporciona la sensación de libertad e iniciativa. Desde este punto de vista,
cabría afirmar que Mead habla de un “yo” libre, o con una sensación de libertad,
mientras que en la lectura que Door hace de Lacan el “yo” se presenta como
alienado por el lenguaje, es decir, que el sujeto del enunciado cree ser el sujeto
como tal mientras que al verdadero sujeto (“S” en el esquema L de la dialéctica
intersubjetiva de Lacan) hay que localizarlo en la enunciación.
Desde el punto de vista de Lévinas la existencia se impone con el peso de un
contrato irrescindible. Existir es un encadenamiento de uno mismo con uno
mismo, es para el yo estar atascado en si mismo. Uno puede hacer huelga en
cualquier actividad menos en ser. Esto es lo que el filósofo de la ética explica con
el drama del personaje de la literatura rusa Oblomov, quien, detrás del “hay que
hacer” que todas las mañanas lo fatiga percibe un “hay que ser” mas inexorable y
desalentador aún. Es un ser que rechaza, sin tener los medios para hacerlo, su
condición de ser. El Otro aparece para librar al sujeto de este peso y se presenta
bajo la forma de un rostro que no es un conjunto de rasgos particulares, ni una
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manifestación física ni se relaciona con la mirada, sino que contiene una
significación primigenia, el “no mataras” referido a ayudar al prójimo en su
desprotección. El otro es responsabilidad del sujeto porque aparece como más
frágil e indefenso y lo reclama. Ante su llamado le es imposible al sujeto ser
indiferente, lo obliga a una respuesta. El otro no se presenta como alineación sino
que libera al sujeto de su ser. Tal como lo sostiene Finkielraut, “La otra persona
es la fuerza que lo desatasca (al sujeto), que lo libera del fastidio, que lo
desocupa de si mismo. Antes de ser mirada el otro es rostro”. La relación social
con el otro es el milagro de la salida de si mismo. Debe tenerse en cuenta que el
yo, si bien es liberado de su existencia gracias al otro, nunca de deja de ser
rehén de este debido a su responsabilidad para con él porque, como dice
Levinas, el otro le asigna al sujeto la irrenunciable tarea infinita de socorrerle y al
mismo tiempo lo arranca o libera del ser al darle la orden en que consiste su
palabra primera: “No me dejarás morir”. Según Finkielraut, el pensamiento de
Lèvinas está marcado por la guerra hegeliana de las conciencias (la dialéctica del
amo y del esclavo), que Sartre ilustró con la situación del jardín: “(…) Yo estoy en
un jardín, un desconocido pasa cerca de mí. Ninguna relación me liga a ese
desconocido que deambula en el mismo jardín en que yo estoy pero lo que me
hiere es el hecho mismo del otro y ese hecho es violencia (…)”. La aparición del
otro en el ambiente del sujeto suscita un doble malestar: la mirada lo reduce al
estado de objeto y ese objeto se le escapa puesto que es para otro. El otro aliena
al sujeto porque es quien roba su ser pero, al mismo tiempo hace que haya un
ser en el que es su ser. Bajo la mirada del otro el sujeto es esto o aquello y no
tiene ningún dominio sobre esa realidad petrificada.
Sartre plantea entonces que, la guerra tiene el privilegio del origen porque en el
encuentro entre dos seres lo que está presente es el conflicto ya que el otro es el
límite, la alineación del sujeto al impugnarle su ser. Por el contrario, Lèvinas
postula que no hay guerra en la relación social sino responsabilidad para con el
otro. El rostro del otro intima al sujeto al amor o le prohíbe la indiferencia
respecto de él. En el análisis que Door, realiza de Lacan también está presente la
idea de la alineación, pero a causa del lenguaje. Este tipo de enajenación por el
lenguaje se manifiesta en la diferenciación entre sujeto del enunciado y sujeto de
la enunciación, del deseo o del inconciente. El sujeto es enajenado de si mismo
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porque en su discurso (lo dicho) no puede localizarse al sujeto verdadero sino
que solo se hace visible el yo como una objetivación imaginaria.
Lèvinas hace referencia a dos figuras de relación con el otro. La primera es el
amor. En la relación amorosa no se neutraliza la alteridad sino que seconserva
porque “Lo patético del amor consiste en una dualidad insuperable de los seres”.
Esta figura de relación con el otro permite problematizar la afirmación “Yo es otro”
ya que, como la existencia no puede compartirse, el otro siempre seguirá siendo
otro, conservará su alteridad. En este sentido dice Lévinas: “Es una banalidad
decir que jamás existimos en singular, estamos rodeados de seres y de cosas
con las que mantenemos relaciones por la vista, por el trabajo en común,
estamos con los otros. Pero todas esas relaciones son transitivas, toco un objeto,
veo al otro, pero yo no soy el otro. Yo soy totalmente solo así pues el ser en mí, el
hecho de que existo es lo que constituye el elemento absolutamente intransitivo,
algo sin intencionalidad y sin relación. Todo se puede intercambiar entre los seres
salvo el existir”.
La segunda figura de relación con el otro es la filialidad. En este caso, Lévinas
sostiene que “El otro es radicalmente otro y, sin embargo es, yo; el yo del padre
tiene que ver con una alteridad que es suya sin ser posesión ni propiedad. Yo no
tengo a mi hijo, yo soy mi hijo por mí ser”. La paternidad es un existir pluralista.
Es una relación con un extraño que aun siendo el otro, es yo. En este caso la
afirmación “yo es otro” se ve justificada porque, lo que hace que el padre sea su
hijo (aun conservando las diferencias entre ambos) es el hecho de que en el hijo
se encuentren características que pertenecen al padre pero que, sin embargo se
manifiestan en el hijo. Además, podría decirse que el padre siente a su hijo como
una extensión de su cuerpo y de su ser y es por esto que vive a través de él.
Ahora bien, teniendo en cuenta que en Lévinas, el rostro del otro reclama al
sujeto y no lo autoafirma, es pertinente retomar algunos planteos de Lacan
considerados por Door para establecer una relación entre ambos autores. Lacan
define al yo como la objetivación imaginaria del sujeto con respecto a si mismo.
Esto quiere decir que el sujeto se identifica con los representantes que aparecen
en su enunciado, en sus dichos y a partir de ellos logra objetivarse. A sí mismo,
autoafirmarse. Esta afirmación puede ejemplificarse con la fase el espejo, uno de
los estadios que plantea Lacan para explicar la constitución del sujeto. En esta
etapa la identificación del niño con su imagen en el espejo es posible en la
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medida en que se apoya en un cierto reconocimiento del otro (la madre). Lo que
se manifiesta es el triunfo de la asunción de la imagen del cuerpo en el espejo.
En el momento en que la madre mira al niño le afirma que la imagen que percibe
es realmente la suya. De la misma manera, Sartre sostiene que en el instante en
que el otro mira al sujeto, lo singulariza, lo convierte en alguien. Como sostiene
Door, citando a Lacan: “El yo solo puede tomar su valor de representación
imaginaria por el otro y con respecto al otro, puesto que es una imagen del sujeto
proyectada a través de sus múltiples representantes”.
Por otro lado, Door retoma la distinción sujeto del enunciado (el que es nombrado
en el enunciado) / sujeto de la enunciación (el sujeto que realiza el acto de
enunciación), que remite a la oposición que señala Lacan entre lo dicho y el decir.
En este punto, Lévinas también distingue en el discurso entre el decir y lo dicho.
El decir es el hecho de que ante el rostro, el sujeto no solo lo contempla sino que
le responde porque el rostro habla, es todo enunciación. Reclama al sujeto, le
pide ayuda. Es difícil callarse en presencia del otro porque sea lo que sea lo
dicho, es imperioso hablar de algo. Lo que importa responderle al prójimo.
Door también sostiene que el inconciente aparece en el decir, por eso el sujeto
del inconciente, del deseo, debe ser localizado al nivel del sujeto de la
enunciación. El sujeto verdadero no puede ser localizado en lo dicho porque allí
la verdad del sujeto se pierde y solo aparece con la máscara del sujeto del
enunciado. Citando a Lacan: “Al sujeto, para hacerse oír no le queda otra salida
más que decirse a medias”. Y se dice a medias, no sólo porque el sujeto de la
enunciación no puede decir todo acerca del sujeto del enunciado ya que no va a
tener nunca un conocimiento completo de él (porque este sujeto es otro) sino
también porque en la enunciación aparece el inconciente del sujeto que no se
puede vislumbrar en el enunciado, (ya que el sujeto no puede hacer conciente ni
decir su parte inconciente).
Luego de haber finalizado el trabajo y habiendo analizado el punto de vista de los
diferentes autores, se puede concluir que queda demostrada la afirmación “yo es
otro”. A su vez, se la ha podido problematizar con algunos argumentos tomados
del planteo de Emmanuel Lévinas cuando menciona una de las figuras de
relación con el otro que es el amor.
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Psicología y Comunicación
Cátedra : Lutzky
Profesor: Javier Pelacoff
Alumna: Urcola Cintia
Parcial domiciliarlo
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