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Antonio Analco Sevilla
Alberto Diez Barroso Repizo 
Coordinadores
LECTORES DE L A
MEMORIAS
DE UN HACEDOR DE LLUVIA
NATURALEZA
Secretaría de Cultura
Gobierno del Estado de Puebla
Programa de Apoyo a las Culturas Municipales y Comunitarias
Dirección General de Culturas Populares
© 2016 derechos reservados a favor de los autores
Fotografía de portada: Alberto Diez Barroso Repizo. Volcán Iztaccihuatl 
en su extremo sureste, en el área donde se lleva a cabo el ritual de la comu-
nidad de Xalizintla.
Dedicamos este libro a todos aquellos hombres y mujeres 
que cuidan, protegen y deienden como sagrados los 
 manantiales, ríos, aguas del subsuelo, montañas y cuevas, 
ante la creciente rapiña, contaminación y destrucción de 
los poderosos del dinero que no les ha importado dejar a su 
paso miseria y destrucción.
Los coordinadores
Río Ajajalpan San Felipe Tepatlán, Sierra Norte de Puebla,
octubre de 2015.
Volcán Popocatépetl, don Goyo el día de su cumpleaños,
marzo de 2014.
Volcán Iztaccíhuatl, doña Rosita en su cumpleaños,
agosto de 2014.
Contenido
Agradecimientos 9
Antonio Analco Sevilla
Introducción 11
Alberto Diez Barroso Repizo
Memorias de un hacedor de lluvia 15
Antonio Analco Sevilla
El hacedor de lluvia ante la montaña sagrada. Etnografía
del ritual de petición de lluvia en Santiago Xalizintla, Puebla 23
Alberto Diez Barroso Repizo
Los ahijados de la Matlalcueye 35
Sergio Suárez Cruz
Un ritual de pedimento del agua en la Huasteca veracruzana 51
José Antonio Romero Huerta
Para poseer la planta necesitarás dominar al agua, al sol,
a la tierra, a los dioses y al “hombre” 73
Oswaldo Camarillo Sánchez
La sacralidad y el simbolismo del territorio.
Elementos para su comprensión y defensa:
ejemplos en el caso de México 89
Francisco Mendiola Galván
9
Agradecimientos
Este trabajo es un esfuerzo colectivo que tuvo su origen gracias al Pro-
grama de Apoyo a las Culturas Municipales y Comunitarias (Pacmyc), 
de la Dirección General de Culturas Populares (dgcp) y al Consejo 
Estatal para la Cultura y las Artes de Puebla (cecap).
Quiero agradecer de manera muy especial a mi señora esposa, Inés 
Campos Hernández, quien en todo momento ha sido mi apoyo, no 
sólo en la vida diaria sino también durante las ceremonias realizadas 
ante los volcanes Gregorio y Rosita. A ella agradezco que este libro sea 
una realidad, por darme la motivación y ayuda para organizar las cere-
monias y las entrevistas que fueron necesarias para la consecución de 
este trabajo. También a mis hijos, Silvestre, Margarita, Amor, Rispan, 
Trinidad, Senaido, Blanca Analco Campos y familia, que en todo mo-
mento me apoyaron para la realización de este libro y de mis quehaceres 
cotidianos en la montaña y en el campo.
Antonio Analco Sevilla
Santiago Xalitzintla, Puebla, agosto de 2015
11
Introducción
Nada fácil resultaría tratar el tema de la lectura de la naturaleza en-
tre las comunidades autóctonas de América, si la forma de abordarlo 
no fuera desde el seno del conocimiento tradicional. Cualquier otra 
forma de teorizar el saber ancestral bajo los esquemas cientíicos nos 
conduce irremediablemente a perpetuar los paradigmas occidentales de 
comprensión del universo y de la naturaleza. El pensamiento indígena 
tradicional, que trató de ser arrancado de la faz de la tierra desde el siglo 
xvi, sobrevive en los usos y costumbres de las comunidades, al interior 
de todo el continente, en la mayoría de los casos sincretizado con la re-
ligión e ideología católica; en otros más afortunados, de manera aislada 
y oculta, casi imperceptible, pero resistiendo a sucumbir.
El conocimiento tradicional local sobre la naturaleza y el universo 
constituye uno de los pilares de la cultura inmaterial, cuya importancia 
trasciende en el ámbito mundial como parte de un antiguo legado que 
pervive hasta el día de hoy. La naturaleza y la percepción humana se 
concatenan formando una unidad, que es el espíritu de cada uno de los 
elementos de la naturaleza, del paisaje, del universo mismo, en el cual 
el ser humano ocupa su propio lugar sin olvidar el plano social, mate-
rializado en la comunidad. Es precisamente en medio de los fenómenos 
naturales, y de la sociedad, que emerge la igura del hombre de cono-
cimiento llamado curandero, ritualista, hacedor de lluvia, tiempero o 
granicero, a quien le fue heredado, entre otras cosas, el don de comu-
nicarse con estos espíritus para propiciar sus favores, o bien su furor.
Para los pueblos originarios de América, la montaña ha represen-
tado desde la más remota antigüedad, un elemento de gran contenido 
12
LECTORES DE L A NATURALEZ A
 simbólico. El espíritu de la montaña origina la lluvia y desde su cima 
se gestan los diferentes tipos de nubes que pueden traer el agua buena 
o los granizos fatales para la siembra. Es factor de origen de la humani-
dad, morada de los dioses, puente de comunicación entre los humanos 
y los dioses o el mundo sobrenatural. Dentro de la práctica cotidiana, 
en los usos y costumbres indígenas asociados a los cerros, sobresalen los 
oiciantes de las ceremonias tradicionales, llamados por ellos mismos: “ri-
tualistas” o huehuetlacatl, “ritualista anciano” (Ramírez, 2013, comunica-
ción personal), concepto proveniente de la misma idiosincrasia indígena 
tradicional.1 El presente estudio gira en torno a la igura de este ritualista 
especializado en hacer llover, nombrado localmente como “tiempero”.
Entre las comunidades, cuya base económica es la agricultura, el 
factor social gira en torno al calendario agrícola, relejándose en las ies-
tas comunitarias, patronales o no. Este fenómeno se ve claramente en 
las localidades cercanas a los volcanes del altiplano central mexicano, 
particularmente es el caso de Santiago Xalitzintla, en el estado de Pue-
bla. La comunidad depende en todo momento de la benevolencia del 
clima para subsistir, y acude a este personaje ancestral que tiene el don 
de comunicarse con el espíritu de las montañas. Él es hacedor de lluvia. 
Mediante sus plegarias y ceremonias atrae a las nubes cargadas de agua o 
aleja a las malas nubes que con el granizo perjudican la siembra del maíz.
En este contexto fue que en al año 2011, durante mi experiencia 
al frente de la Dirección de Culturas Populares en el estado de Puebla, 
conocí al tiempero de la región de San Nicolás de los Ranchos, quien 
aún conserva la tradición de hacer año con año las ceremonias en los 
volcanes, don Antonio Analco Sevilla. Él es reconocido no sólo en su 
comunidad, también es muy solicitado por campesinos de otras loca-
lidades y municipios. Incluso ha sido buscado por varios académicos, 
en el ámbito antropológico, quienes bajo diversos enfoques han des-
crito detalladamente las ceremonias y el proceso de su iniciación. Un 
importante ejemplo que hay que subrayar es la obra de Julio Glockner, 
quien desde inales de los noventa hizo público el conocimiento de 
don Antonio.
1 Dentro de los hombres y mujeres de conocimiento que practican los usos y cos-
tumbres indígenas, aquellos que se encuentran estrechamente asociados con los cerros 
tienen como función mediar con las entidades de la naturaleza para propiciar buenas 
cosechas y, en algunos casos, también son curanderos.
13
MEMORIAS DE UN HACEDOR DE LLUVIA
En una entrevista que tuvimos en mayo del año 2013, don Antonio 
cuestionó que los estudios realizados siempre se hayan enfocado a la ob-
servación de las ceremonias desde el exterior y que en pocas ocasiones 
él haya tenido el espacio para compartir sus conocimientos como sujeto 
de este saber ancestral, es decir, siempre se le ha tratado como objeto de 
estudio. Seis meses después recibí una invitación de don Antonio para 
escribir y coordinar, junto a él, un libro que describiera detalladamen-
te todos los aspectos del quehacer de un tiempero, partiendo desde 
su propia experiencia y empleando sus propios conceptos y categorías 
del mundo, es decir, bajo un enfoque cientíico desde el interior de su 
cultura hacia el exterior.Este esquema fue lo que me animó a aceptar 
dicha invitación.
El tema central es, entonces, la percepción del mismo tiempero 
en cuanto a su quehacer; la importancia que tiene para la comunidad, 
y cómo se inició y desarrolló su conocimiento. Todo esto, transcrito 
con sus propias palabras, se plasma en el primer capítulo, dando aper-
tura a un análisis integral en el cual participan diversos especialistas 
en la materia.
El segundo capítulo trata sobre la importancia de la milpa y del ca-
lendario agrícola como eje de la ritualidad, ya que de ello se desprende 
la iesta patronal, y de ésta a su vez otros importantes elementos del 
patrimonio inmaterial, como son la gastronomía, música, danza, usos 
y costumbres, tradiciones orales, es decir, son la materialización de lo 
inmaterial, de la ideología y cosmovisión de los grupos sociales. En este 
mismo capítulo se expone la etnografía del ritual agrícola de pedimento 
y agradecimiento a los cerros, particularmente de los volcanes Popoca-
tépetl e Iztaccíhuatl, la cual es llevada a cabo por don Antonio Analco.
Un tercer capítulo reitera la importancia del culto a los cerros, a 
través de un estudio etnográico realizado en el volcán Matlalcueyi, más 
conocido como “Malinche”, en el valle poblano tlaxcalteca. El ritual 
año con año recrea la iliación entre el volcán y sus hijos, o ahijados, 
quienes son pobladores de comunidades cercanas a las faldas del volcán, 
quienes anualmente acuden al volcán para pedir la lluvia y agradecer 
por las cosechas propiciadas. 
El cuarto capítulo documenta el ritual de petición de lluvia entre 
los grupos nahuas de la huasteca veracruzana, en el cual se hace énfa-
sis de la importancia del agua y la ritualidad asociada a ella. Deidades 
como “la sirena” ocupan en la actualidad un lugar prominente dentro 
14
LECTORES DE L A NATURALEZ A
del imaginario indígena y popular en varias localidades de México, lo 
que nos permite ver las reminiscencias de la religión prehispánica aún 
presentes en las comunidades. El agua, ya sea que ésta provenga de 
manantiales, pozos, ríos, grutas, o el mar, ocupa el nivel más alto de la 
sacralidad de tradición autóctona. 
El quinto capítulo trata el tema de los orígenes de la sacralidad del 
paisaje y la domesticación de la agricultura en las primeras sociedades 
mesoamericanas, particularmente entre la cultura Olmeca, tomando 
como base la arqueología e iconografía de la denominada cultura ma-
dre, una de las más antiguas del continente americano.
A manera de consideraciones inales se abordan los conceptos de 
territorio y la sacralidad, dos elementos indisolubles en el pensamiento 
indígena tradicional cuyas repercusiones desde los tiempos de la con-
quista han plasmado el carácter de las sociedades autóctonas que han 
sobrevivido a los diferentes tipos de genocidio y explotación. El aspecto 
sagrado de la territorialidad para cada una de las culturas autóctonas 
se ha contrapuesto a los proyectos globalizadores desde el siglo xvi. Es 
por ello que resaltar su importancia en la actualidad nos conduce irre-
misiblemente a revalorar la tierra y el agua, dos de los elementos que en 
conjunción nos dan la vida. 
En este contexto, dedicamos estas letras a todos aquellos hombres 
y mujeres que, conscientes de esta dualidad que nos ha dado vida y nos 
nutre, deienden la tierra y el agua como lo más sagrado que poseemos 
en este mundo, en este preciso instante en el que, a manera de alerta, 
nos pide ayuda la fuente que nos ha dado la vida y a la cual corremos el 
riesgo de perder ante las absurdas privatizaciones.
Alberto Diez Barroso Repizo
15
Memorias de un hacedor de lluvia2
Antonio Analco Sevilla
Tiempero de Santiago Xalizintla, Puebla
Desde muy niño atendí las labores del campo, primero cuidando el 
ganado que era de mi padrastro, unos cuantos borregos, chivos y vacas. 
Entonces, todas las mañanas, con los primeros rayos del sol, subía desde 
el pueblo de Santiago Xalitzintla hacia las faldas del volcán llevando los 
animales a pastear. Todo el día hasta que empezaba a atardecer estaba 
allí, llevando alguna comida que me preparaba mi madre para el al-
muerzo, agua y algunas frutas. Mi madre se llamaba Alejandra Sevilla.
Mientras los animales pastaban yo tenía mucho tiempo libre para 
jugar con la tierra arenosa mezclada con ceniza, haciendo pequeños 
volcanes. Hacía verdaderos mapas de tierra con los volcanes como guar-
dianes de todo ese universo que yo construía en un pequeño montón. A 
los volcanes les colocaba pequeñas cruces de carrizos o zacate que luego 
con el guaje en el que llevaba mi agua los rociaba para hacer de cuenta 
que hacía llover, con mi chicote para arrear las vacas pegaba en la tierra 
para simular los rayos. Nunca supe por qué hacía esto, pero me gustaba 
jugar así, con los volcancitos de tierra e imaginar que llovía y tronaba el 
cielo. También de niño soñaba mucho con esto. Un día me habló doña 
Rosa, otro día, don Goyo, él me dijo: “con el tiempo vas a venir acá 
arriba”, pero nunca entendí lo que me quiso decir, ni por qué tenía yo 
que llegar. Hasta que un día me llevaron unos tíos. En ese tiempo todo 
el pueblo se vestía de manta y a mí también me vestían así.
Mis tíos y mis padres hablaban la lengua mexicana, yo también 
la aprendí pero la dejamos de usar desde hace mucho tiempo, porque 
2 Transcripción de Alberto Diez Barroso Repizo.
16
LECTORES DE L A NATURALEZ A
muchas autoridades nos decían que éramos indios, ignorantes y que 
si no sabíamos hablar como la gente de razón mejor que ni fuéramos 
a pedirles nada. Por eso, por la necesidad que teníamos de acceder a 
los trámites que nos pedía el gobierno para algunos apoyos que nos 
daban del campo, tuvimos que hablar el español. Ahora en el pueblo 
ya casi nadie habla el mexicano. También, en ese tiempo, casi todos 
andábamos descalzos, algunos tenían sus huaraches pero la mayoría an-
dábamos descalzos. Yo ya no conocí a mi padre, él murió cuando yo era 
muy niño. Por ese entonces andaba con mis tíos casi todo el tiempo, ya 
luego mis tíos me dijeron que mi padre fue tiempero. Él no le enseño el 
arte de hacer la lluvia a nadie, yo no lo conocí más que por lo que me 
dijeron mis tíos y mis abuelitos.
Figura 1. Hacedor de lluvia entre los wirrarika de San Andrés Cohamiata, 
Jalisco. Colección Antonio Analco Sevilla.
En ese tiempo que yo iba a arrear el ganado me encontré a don Goyo 
en un paraje que se llama mulalcolatl. Iba yo con mis tíos, ellos iban 
hablando en mexicano cuando vi que venía un señor alto, con una 
manta ya muy desgastada por el uso. Mis tíos iban muy hacia adelante. 
Cuando ese señor pasó junto a mí me rodeó y preguntó: —¿A dónde 
vas hijo? —Voy a cuidar las vacas —le contesté. Pero entonces me dijo 
lo siguiente: —Mira, con el tiempo, cuando acabes de crecer tú vas a 
llegar al cerro humeante, cuando tengas tu esposa, allá te espero, porque 
17
MEMORIAS DE UN HACEDOR DE LLUVIA
tú ya has ido; tú ya conoces pero en sueños, en espíritu, y cuando vayas 
serás bien recibido, aunque vayas con mucha gente ellos no me van a 
ver. Sólo tú y yo. Te voy a decir qué es lo que necesito, las cosas que me 
hagan falta y lo que me vas a llevar, porque no puedo darme a conocer 
con todos. Vas a llevar todo lo que te encargue, nos vamos a comunicar 
porque tú vas a ser mi enviado, yo soy Gregorio Chino Popocatépetl. 
Vete, mi hijo, tú no hagas caso de la gente.
Después fui creciendo y como joven empecé la labor de la milpa, 
todo lo aprendí de mis tíos. Entonces los juegos que hice de niño en las 
laderas del volcán los quise seguir haciendo en la milpa y me di cuenta 
de que la lluvia, el viento y las nubes actuaban como en un conjunto, 
sobre todo las nubes que se formaban en el mismo volcán.
Un día soñé con una gran serpiente que bajaba desde lo alto del 
volcán sin tocar la tierra, como si fuera una nube. La serpiente era muy 
grande, con una piel lustrosa que parecían plumas. Nunca me dio te-
mor porque en el fondo sabía que esa serpiente era la que propiciaba lalluvia. Cuando soñaba con ella sabía que iba a llover y que habría una 
buena cosecha, que las lluvias iban a ser buenas, para que se lograran las 
milpas. Entonces las piedras que tenían cierto tipo de formas, similares 
a papas, mazorcas, frijoles, e incluso granizos, las recolectaba, pero no 
deben ser provenientes de cualquier lugar, hay sitios especíicos que 
conozco a través de los sueños de los cuales sé que puedo recolectar esas 
piedras. Yo tenía quince años, fue en ese entonces que me junté con la 
que hoy es mi esposa.
Figura 2. Serpiente que desciende del volcán.
Autor anónimo. Colección Antonio Analco Sevilla.
18
LECTORES DE L A NATURALEZ A
En ese tiempo comencé a hacer las ceremonias en lo alto del volcán. Ya 
desde niño conocía las lores de temporal, por eso cuando crecí pude 
hacer mis cruces y enlorarlas. Pero todo eso lo he podido hacer con 
los sueños; don Goyo me dice cuándo quiere que se le celebre, cuándo 
quiere su iesta. Él me dice qué cosas quiere y me reconforta diciendo 
que no tenga miedo cuando suba, aunque haya fumarola. Si él me 
avisa que no va a pasar nada yo no debo tener miedo, porque la gente 
si me ve con miedo también va a salir corriendo cuando vean que cae 
arena o ceniza.
—Si no te aviso no tengas miedo, nada va a suceder, nada va a pa-
sarte —le digo a la gente—, porque es algo sagrado lo que nos dejó la 
tierra, no fue el gobierno, es algo sagrado.
El gobierno puede reclamar la tierra por su interés que tiene en el 
dinero, pero eso va a depender de si la gente lo obedece. La experiencia 
nos puede decir que al inal de cuentas todo viene de lo sagrado, no de 
la gente. Por eso, cuando he subido al monte y hago mi ceremonia, y 
de repente sale la fumarola y truena fuerte y cae ceniza o arena, le digo 
a la gente que no tenga miedo, que subieron conmigo y yo los voy a re-
gresar. A mí no me da miedo porque sé que no va a pasar nada, porque 
él (el volcán) me dijo que faltan muchos años para que suceda algo, así 
que no sé si viva para verlo.
Figura 3. Volcán Popocatépetl desde su lanco este.
Foto: Alberto Diez Barroso.
19
MEMORIAS DE UN HACEDOR DE LLUVIA
Durante todo el mes de marzo siembra la gente, es entonces cuando 
hacemos la primera ceremonia en lo alto del volcán humeante, cuan-
do es el cumpleaños de don Goyo. Entonces subo a pedir la lluvia y 
es cuando la gente comienza a cultivar en sus parcelas. Hasta junio 
se hace lo que llamamos “el cajón”, que es que en el pleno cultivo se 
trabaja la milpa para que crezca, así se trabaja hasta noviembre que es 
cuando se cosecha. Junto a la milpa se siembra también frijol, calabaza, 
tomate, chile, no solamente el maíz. En el río recojo las piedras que 
nos van a servir para bendecir la milpa, las que nos van a ser propicias 
para el maíz, la papa, el chile y el tomate; para no perder la semilla 
traigo las piedras necesarias para ello.
Cuando tenía quince años empecé a hacer las ceremonias en lo 
alto de los volcanes, ya en forma, ofrendando frutas, comida, velas, in-
cienso, oraciones, enlorando las cruces, todo tal como me lo pide don 
Goyo en los sueños. Luego la gente empezó a acompañarme hasta que 
se fue juntando toda la comunidad, desde hace 45 años al día de hoy.
Mi papá se llamaba Pedro Analco Pérez, era tiempero, pero después 
de que murió ya no hubo nadie más, hasta que la gente se dio cuenta de 
que había un nuevo tiempero y me quisieron conocer y acompañar a 
hacer mis ceremonias. Entonces algunas personas de edad avanzada, 
algunos abuelitos, me dijeron que el trabajo que yo hacía era igual a 
como lo hacía mi papá, aunque no lo conocí. Estos señores grandes me 
preguntaban, porque ellos no imaginaban, cómo fue que aprendí.
Los procedimientos del ritual los aprendí por medio del sueño, 
cuando el volcán y “la volcana” me dicen qué quieren, qué cosas les 
gustan. Así que les llevamos lo que podemos. Antes de la ceremonia 
nos platicamos en el sueño y ya luego voy en persona a hacer las cosas, 
a llevar lo que el volcán diga, lo que él me pida. La comida la elige él, 
me pide carne de res, pollo, guajolote con mole o a veces me ha pedido 
pescado, pero sólo se le lleva lo que él pida en sueños. Cuando algo va a 
pasar él me dice; me avisa para que yo le diga a la gente.
Igual que como lo empecé haciendo desde niño, hoy con una jícara 
echo el agua simulando la lluvia. Los graniceros, cuando quieren hacer 
mal, igual imitan con otros elementos el granizo y entonces lo llaman, 
atraen el granizo y entonces dañan las cosechas. También hay conocedo-
res del tiempo que no solo atraen la buena lluvia, también hacen daño.
Desde que iniciamos las ceremonias, hace más de cuarenta años, 
empezaron a acompañarnos los mayordomos de las iestas religiosas del 
20
LECTORES DE L A NATURALEZ A
pueblo. Siempre nos apoyaban y colaboraban, hasta hace dos años que 
ya empezamos a tener problemas con ellos, que ya me hacen a un lado 
y no me quieren hacer caso. Yo mejor les comunico mis conocimientos 
a mis hijos, al mayor, llamado Silvestre, y a mi hija Blanca.
También con este don de tiempero puedo curar a las personas. Una 
de las primeras curaciones que hice fue hace varios años, cuando mi 
hijo Silvestre estaba chiquillo, será hace unos treinta años o más. Era 
un dos de noviembre, Día de Muertos, cuando estaba mi hijo con uno 
de sus amigos poniendo las cosas para la ofrenda en el altar de muertos. 
El amigo se la pasaba come y come las cosas de la ofrenda, ese mismo 
día que los difuntos llegan en espíritu para comer y disfrutar de lo que 
se les pone. Luego de que estuvieron los dos chiquillos ayudando a 
poner la ofrenda, el amigo de Silvestre se regresó a su casa. Después de 
un tiempo vino a buscarnos la mamá del chamaco para decirnos que 
su hijo empezó a retorcerse y se le fue chueca la cara. Yo le dije que a la 
hora en que los difuntos están en la mesa no se debe comer nada de lo 
que está sobre el altar, sino hasta después de que se vayan, entonces le 
agarró un mal aire al chamaco. Entramos a la sala a decirles a los inados 
que lo disculparan. Agarré tepopote, que es una plantita seca, la quemé 
en el tlacuil, “el fogón del hogar”, y lo sahumamos.
Lo mismo pasa cuando dejamos las ofrendas de la ceremonia en 
los volcanes. En especial algo así sucedió en la cueva de la volcana. Al-
gunas personas que llegaron con nosotros hasta allí, no aguantaron el 
hambre o iban de mala gana, o se burlaban. Una vez pasó que cuando 
un muchacho se comió el guajolote en mole de la ofrenda, sin ningún 
respeto, sin pedir permiso, casi al terminar de bajar se desmayó, se que-
dó privado, como muerto, y los papás fueron a buscarme. Entonces 
entré a la cueva sagrada a hablar con los “señores divinos”, a pedirles 
que le entregaran la salud al muchacho porque estaba ya muy frío; les 
dije que él había venido a la celebración de los volcanes en buena fe, 
y les pedí para que regresara en sí el muchacho. En ese momento ni 
comimos por estar cuidando al chamaco. Luego de pedir adentro de 
la cueva sagrada, acompañé al muchacho un rato hasta que regresó, le 
dije: —¿A dónde te fuiste, muchacho, a dónde estabas?, ya te habías 
ido, ¿qué veías? —Me vio y suspiró.
Cuando alguien enferma de susto por alguna impresión que haya 
recibido en el monte, se le va su ánima, entonces la persona se empieza 
a enfermar, empieza a sentirse mal. Lo que hacen los curanderos es 
21
MEMORIAS DE UN HACEDOR DE LLUVIA
 regresar al monte, justo en el lugar donde la persona se asustó, y dejar 
de intercambio, al dueño del monte, las prendas de la persona; hacen 
una especie de muñeco con sus prendas y ofrendan comida, aguardien-
te, cigarros, copal o incienso. Entonces los guardianes del monte liberan 
el alma de la persona asustada y reciben la ofrenda. Así la persona se 
alivia y no muere.
Otros casos que me ha tocado curar son a los que les cae la centella 
o rayo, porque a alguien que le cayó, aun cuando en el momento no le 
haya pasado nada, luego enferma de gravedad. De inmediato es nece-
sario subir al volcány ofrendar de manera especial en la cueva sagrada; 
solo así se recupera la persona atacada por el rayo.
En Santiago Xalitzintla no existe otro tiempero, soy el único. Los 
mayordomos antes me venían a ver para hacer el ritual, era muy bonito, 
toda la comunidad estaba unida. Ahora, las últimas dos mayordomías, 
desde hace tres años, se metieron a interrumpir el orden de los rituales, 
ya no ayudan con el gasto de la ceremonia, ellos hacen su ceremonia 
como si fueran los tiemperos. Han confundido a la gente de la comuni-
dad y de los pueblos vecinos.
Me siento más triste porque no están cuidando al monte; diaria-
mente se ven a los talamontes cortando los árboles y a varios camiones 
llenos de madera que están acabando con los montes. Ya casi no hay a 
gente a la que le importe. Los camiones de los taladores siguen pasando 
una y otra vez sin que ninguna autoridad les diga nada. El mismo comi-
sariado ejidal les da permiso de que pasen a cortar la leña y cobran por 
permitirles talar el monte. Cuando saben que van a venir los de la Se-
marnat o la pgr, avisan por micrófono para que no salgan de sus casas.
Mis respetos para don Goyo, mientras me sigua diciendo lo que 
quiere, se lo voy a seguir llevando porque le tengo mucho respeto, por-
que son los volcanes los que nos dan el agua para que crezcan bien las 
cosechas, para que no se pierda la naturaleza, que siempre esté verde y 
que no se seque. Pero la gente que tala y que destroza los montes por la 
minería, los que dañan el agua y la venden como si fuera de su propie-
dad y se la quitan al pueblo, ellos quisieran que se acabe, porque son 
ambiciosos de dinero; ya no es por necesidad sino porque son viciosos 
del dinero. Si no paramos esto la naturaleza se acabará, nuestros hijos 
y nuestros nietos padecerán la falta de agua; nuestros cerros los están 
destrozando las mineras. Los lugares sagrados, como ríos y montes, los 
están desapareciendo; lo que antes era un paraíso está ahora en peligro 
22
LECTORES DE L A NATURALEZ A
de ser un basurero. ¿Qué será lo que haremos cuando los montes y ríos de 
nuestro paisaje ya no existan? ¿Quién deiende el paisaje, qué ley existe 
que proteja el paisaje?
Figura 4. Cumbre del cerro Tláloc durante la ceremonia del 12 de febrero.
Foto: Alberto Diez Barroso R.
23
El hacedor de lluvia ante la montaña
sagrada. Etnografía del ritual de petición
de lluvia en Santiago Xalizintla, Puebla
Alberto Diez Barroso Repizo
Instituto Nacional de Antropología e Historia 
Arqueología del ritual 
En el año 2000, en el Centro Histórico de la Ciudad de México, tuvo 
lugar un hallazgo único en la historia de la arqueología mexicana, por 
primera vez en un contexto arqueológico se descubrieron objetos ela-
borados en papel, textil y copal, además de madera y otros elementos; 
todos en perfecto estado de conservación. El descubrimiento se llevó a 
cabo por el Programa de Arqueología Urbana del Templo Mayor, en el 
momento en que se removía la dura argamasa que cubría la platafor-
ma y las escalinatas de la etapa vi constructiva de este gran basamento 
(Barrera, 2001, comunicación personal), ícono del poderío de Méxi-
co-Tenochtitlán, correspondiente a los años 1502 a 1521, fecha en que 
gobernaba el tlatoani, “mandatario”, Motecuhzoma Xocoyotzin.
El gran templo estaba dedicado a la dualidad Tláloc-Huitzilopo-
chtli, númenes de la agricultura-lluvia y la guerra, respectivamente, 
actividades en las que se centraba la economía mesoamericana. En el 
costado consagrado a la deidad pluvial Tláloc, desde su plataforma y 
escalinatas de acceso al gran basamento, se depositó una importante 
ofrenda al interior de una caja de piedra, la cual fue cubierta por una 
argamasa de dureza igual o superior al concreto, con el in de ampliar 
el basamento. Estas condiciones permitieron que a lo largo de los siglos 
se conservaran materiales como el papel amate con pigmentación azul, 
roja y negra rociados con chapopote; textiles, igurillas de copal, entre 
otras (iguras 1a y 1b). 
24
LECTORES DE L A NATURALEZ A
Figuras 1a y 1b. Parafernalia del Tláloc Tlamacazqui, ritualista del culto 
a la deidad de las lluvias. Museo del Templo Mayor. La igura 1a muestra 
una máscara de madera con tocado de papel a manera de gorro cónico con 
decoraciones; la igura 1b consiste en un textil de algodón con decoraciones 
en color negro representando piedras preciosas o chalchíhuitl.
Como se mencionó anteriormente, la ofrenda fue colocada cuando su-
bió al poder Motecuhzoma Xocoyotzin, quien amplió el basamento en 
lo que se conoce como la etapa vi (1502-1521 d. C.). Los objetos for-
maban parte de la parafernalia del ritualista dedicado al culto de Tláloc, 
propiamente llamado Tláloc Tlamacazqui; así se concluyó que el Tem-
plo Mayor de México, Tenochtitlán, era una representación simbólica 
de la morada u hogar de las entidades más importantes que regían la 
vida de la sociedad mexica, el dios tutelar Huitzilopochtli “colibrí zur-
do” y Tláloc, deidad de la lluvia. En la geografía sagrada, la morada de 
estas deidades son los grandes cerros. Así pues, existe una asociación 
simbólica entre el cerro sagrado y el gran templo o basamento piramidal 
(López y López, 2011). La importancia del ritualista de cada deidad era 
fundamental en el México prehispánico; sus cargos, llamados en lengua 
náhuatl teotlamacazque, implicaban no sólo el conocimiento y elabora-
ción de los rituales, sino también el portar las insignias durante un tiem-
po determinado, así como la indumentaria o parafernalia de la deidad 
asignada (Diez Barroso, 2014), del mismo modo en que en la actualidad 
son resguardadas celosamente las imágenes católicas y el patrocinio de 
sus respectivas iestas por los mayordomos; costumbre que se puede ob-
servar en la mayoría de los barrios y pueblos tradicionales de México.
25
MEMORIAS DE UN HACEDOR DE LLUVIA
Existe una tradición ancestral en los pueblos en la que el hombre 
de conocimiento, dotado del don para efectuar el ritual o la ceremonia, 
ejerce su interlocución con la máxima deidad, mediante los elementos 
de la naturaleza como intermediarios. Así, género humano y entorno 
natural, predominantemente geográico, son copartícipes de la manu-
tención colectiva y del bienestar colectivo. Entre estos elementos natu-
rales se encuentran cerros, cuevas, manantiales, ríos, peñas y otros.
El ciclo sagrado.
Estudio de caso en Santiago Xalitzintla, Puebla
En la actualidad, aún podemos encontrar en las inmediaciones de los 
grandes volcanes que rodean la cuenca de México, en el Altiplano Cen-
tral, algunas personas que han sido dotadas de atributos especiales me-
diante los que se comunican con las fuerzas de la naturaleza; algunos 
de ellos en su mayor parte fueron iniciados por tradición familiar, es 
decir, su conocimiento se ha transmitido de generación en generación. 
Otros, mediante el proceso onírico, fueron llamados por las entidades 
pertinentes. De cualquiera de las dos maneras, el sueño es el factor fun-
damental con el cual las entidades de la naturaleza se comunican con 
el intermediario. A este personaje se le conoce localmente como “tiem-
pero” o “granicero”, y han sido objeto de numerosos estudios (Cook de 
Leonard, 1966; Bonil, 1968; Sepúlveda, 1977; Glockner, 1989, 1993, 
1996; Paulo, 1989, 1997; Broda, 1997; Noriega, 1997; Plunket y Uru-
ñuela, 1998; Iwaniszewski, 2009; Montero, 2009, entre otros).
Para el presente estudio tomaremos el caso particular de la comu-
nidad de Santiago Xalitzintla, en el municipio de San Nicolás de los 
Ranchos en el estado de Puebla (igura 2). Esta localidad se encuentra 
situada en las inmediaciones del volcán Popocatépetl, “cerro que hu-
mea”, el cual, junto con su vecina llamada Iztaccíhuatl, “mujer blanca”, 
son emblemas del paisaje del Altiplano Central mexicano. Anualmente, 
en esta comunidad se presentan ceremonias dedicadas a la propiciación 
de la lluvia, su pedimento y el respectivo agradecimiento por las buenas 
cosechas otorgadas. La ceremonia, aunque comunitaria, es presididapor un tiempero, de nombre Antonio Analco Sevilla, reconocido oi-
cialmente por la comunidad. 
26
LECTORES DE L A NATURALEZ A
Figura 2. Ubicación geográica de la localidad
de Santiago Xalitzintla, Puebla.
En el imaginario del tiempero, en sueños, se le han presentado algunas 
revelaciones. Él conoce al volcán personiicado, quien le ha mencio-
nado que se llama Gregorio Chino Popocatépetl y su consorte es “la 
volcana”, Iztaccíhuatl, a quien conocen en el imaginario popular como 
“Rosita”. Dentro de las representaciones oníricas sobresale la serpiente 
que desciende del volcán. Don Antonio aprendió la tradición de ma-
nera oral por parientes y otros tiemperos. Entre los hermanos de don 
Antonio, él fue elegido por el volcán mediante un sueño en el cual se 
le manifestó y habló con él. En ese sueño le enseñó el lugar donde le 
gusta que lo ofrenden, así como los días y lo que le gusta recibir. Su 
personiicación es la de “un señor grande que usa gabán, sombrero y 
guaraches” (Analco, 2012, comunicación personal). Él mismo es quien 
avisa al tiempero que no hay que temer cuando hace erupción de ceniza 
y vapor de agua; lo cual es acatado por la comunidad que espera la señal 
del tiempero para proceder a evacuar el pueblo en caso de una erupción 
severa de ceniza.
27
MEMORIAS DE UN HACEDOR DE LLUVIA
Figura 3. Vista del volcán en su lanco norte.
Durante el ciclo anual relacionado con la actividad agrícola, los pobla-
dores asentados en las inmediaciones de los volcanes efectúan diversas 
ceremonias de tipo comunitario, dando inicio el día 12 de marzo, fecha 
en que por tradición se conmemora el cumpleaños de “don Goyo”. 
Con semanas de anticipación, la comunidad se prepara para que en la 
madrugada de ese día la mayoría de los habitantes efectúen el ascenso 
al volcán. Con anticipación preparan el mole con guajolote que se le 
ofrendará, así como los tamales, el arroz y las tortillas que serán parte de 
la comida comunitaria durante el convite.
El día señalado, mujeres y hombres, niños, adultos y ancianos, se 
reúnen en el centro del pueblo. La mayordomía ofrece café o atole a 
los participantes que subirán en procesión con los dones a ofrendar 
(igura 4). Varias camionetas, con la gente, inician la salida hasta un 
punto en la ladera Oriente del volcán, en donde el ascenso tiene que 
realizarse caminando. La comunidad inicia la caminata precedida por 
el tiempero. Entre el grupo van las mujeres que llevan la comida a 
ofrendar; la banda de músicos cargando sus instrumentos; los mayor-
domos y la población en general. Todos se dirigen a un punto llamado 
“El ombligo”, que consiste en una extrusión volcánica de andesita de 
grandes proporciones.
28
LECTORES DE L A NATURALEZ A
Figura 4. Detalle de “El ombligo”, lugar donde se depositan las ofrendas
y se realiza la ceremonia.
El tiempero, una vez llegado al lugar, es asistido por varios participantes 
quienes preparan el mantel donde se colocará la ofrenda, encima de éste 
se acomodan las veladoras, tazas con café y chocolate, pan dulce, frutas 
de la región, tamales, cervezas, aguardiente, cigarros, lores y una cazuela 
nueva con mole y guajolote. En todo momento se sahúma con incienso 
y copal. Junto a la ofrenda se coloca también la indumentaria de “don 
Gregorio Chino Popocatépetl”, la cual consiste en un pantalón de vestir, 
guaraches, un gabán, su sombrero y una bufanda (igura 5). Mientras 
tanto, la banda de música toca y los participantes inician el baile. Es un 
ambiente festivo; hay cohetes y se celebra con tequila, cerveza o cual-
quier otro licor.
Luego de ser colocados los elementos de la ofrenda, da inicio la co-
mida comunitaria, la cual consiste en tamales, pollo con chile y arroz, 
aguas frescas, cerveza y tequila o cualquier otro licor. El tiempero realiza 
la ceremonia de ofrenda con plegarias a los cuatro rumbos cardinales, 
y es quien inicia el baile. Ese día concluye en una gran iesta, para pos-
teriormente efectuar el descenso y regresar al pueblo, en donde cada 
familia efectúa otro convite al interior de sus casas.
Algo similar se repetirá el día dos de mayo, en donde la intención es 
ascender al mismo punto señalado anteriormente. Ahora con el objeti-
vo de enlorar tres cruces, a las cuales se les realiza también una ofrenda 
que consiste en lores, veladoras, tamales, aguardiente o tequila, entre 
otros elementos.
29
MEMORIAS DE UN HACEDOR DE LLUVIA
Figura 5. Colocación de ofrenda y participación comunitaria.
Al día siguiente, tres de mayo, conmemoración de la Santa Cruz, toca el 
turno a la Iztaccíhuatl. Nuevamente, horas antes del amanecer, se con-
grega la comunidad en el centro del pueblo para iniciar el ascenso. Se 
sube hasta las faldas del volcán en su extremo sureste, a los pies de una 
cascada originada por el deshielo de la cumbre. En uno de sus costados 
se encuentra una pequeña grieta (igura 6), en donde se entregan ofren-
das dedicadas a la Iztaccíhuatl, conocida localmente como “Rosita” o 
“la volcana”. Al igual que en el Popocatépetl, se ofrendan y enloran tres 
cruces que se colocan afuera de la grieta.
Figura 6. Costado de la gruta en donde se localiza la cascada sagrada
para la petición de lluvia.
30
LECTORES DE L A NATURALEZ A
El ciclo se cierra el 30 de agosto, iesta de santa Rosa, en la cual se con-
memora el cumpleaños de “Rosita”. Nuevamente la comunidad se con-
grega horas antes del amanecer para iniciar el ascenso a la Iztaccíhuatl. 
La ceremonia es muy similar a la que se efectúa el 12 de marzo en el 
Popocatépetl. Se ofendan los mismos elementos al interior de la grieta, 
a la que únicamente tiene acceso el tiempero. Él indica la pauta para 
que se depositen los dones a ofrendar. En hilera, los mayordomos le 
secundan y, posteriormente, los participantes, quienes van pasando los 
elementos uno por uno según lo pida el tiempero, para luego dar inicio 
a las plegarias de la liturgia católica ejercidas por los mayordomos. 
Al inalizar la ofrenda, el tiempero se coloca un impermeable y una 
batea en la cabeza para después ingresar en la caída del agua; se surte del 
agua para posteriormente salir y repartirla a los cuatro puntos cardinales. 
Se coloca una ofrenda de fruta a los pies de la cascada. Posteriormente ini-
cia la comida comunitaria, nuevamente el mole y el guajolote están nega-
dos a la gente; sólo son para ser ofrendados a las fuerzas de la naturaleza.
Al igual que con el Popocatépetl, a “Rosita” se le llevan sus atavíos, 
los cuales consisten en unas sandalias femeninas, vestido, rebozo, colla-
res y aretes. La música, el baile, los cohetes y el convite son imprescin-
dibles. Al inalizar la jornada, ya en la noche, las familias se reúnen para 
continuar el convivio.
Figura 7. Ceremonia de 
agradecimiento en la Iztaccíhuatl.
Figura 8. Atavíos de “Rosita” o 
“la volcana”, como se le conoce
localmente a la Iztaccíhuatl.
En su conjunto, las ceremonias realizadas en los volcanes Popocatépetl 
e Iztaccíhuatl se asocian a una pareja masculina y femenina, respecti-
vamente; una dualidad relacionada con el agua pluvial y luvial. Varios 
códices del siglo xvi, de manufactura indígena tradicional, representan 
31
MEMORIAS DE UN HACEDOR DE LLUVIA
esta concepción del universo en la cual la dualidad tiene su casa o su 
morada en la cúspide de un cerro (igura 9).
Figura 9. Lámina del Códice Borbónico.
Se aprecia en lo alto de la montaña la dualidad Tláloc-Chalchitlicue.
Otro ejemplo que nos indica el proceso de ofrendar a la deidad de la 
lluvia, se observa en la página 25 del Códice Borbónico. En lo alto del 
glifo tepetl, “cerro” en lengua náhuatl, se representó una casa dentro de 
la cual se ve a la deidad de la lluvia, Tláloc, transcribiendo así la oración 
in huei tepetl in Tlálocan: “en lo alto del gran cerro se encuentra la casa 
de Tláloc”; en el plano inferior, desde in tlalticpac, “la tierra” (igura 10), 
se observa a una familia: la mujer, cargando a su hijo en la espalda, lleva 
de ofrenda, en un xiquihuitl, “contenedor de carrizo”, unos tamales debola (similares a los que los grupos nahuas continúan preparando para las 
ofrendas de petición de lluvia en cuevas, manantiales y cerros sagrados), 
a los cuales llaman nanacatamalli, “tamales de carne”, generalmente de 
carne de guajolote que, como ya mencionamos anteriormente, es un pla-
tillo ofrendado a las deidades previo a la comida comunitaria. Su tocado, 
con dos pequeñas trenzas en lo alto de su cabeza, es propio de las mujeres 
casadas dentro de la sociedad mexica del siglo xvi, por eso se cree que se 
trata de una familia; el personaje que antecede a la mujer lleva un atado 
de madera o carrizo, es probable que se trate de una familia de macehualli, 
“gente del pueblo”. En el plano central de la hoja se observa a otra pareja, 
probablemente sean los mayordomos que guardan el culto a la deidad 
pluvial, llamada Tláloctlamacazqui, “ritualista del culto a Tláloc”. El que 
antecede va casi desnudo en señal de penitencia, porta elementos de papel 
32
LECTORES DE L A NATURALEZ A
con chapopote para ser ofrendados, asimismo, en la espalda carga lo que 
sugiere ser una estatua de la deidad, las cuales se realizaban en madera, 
piedra o copal, tal como las observamos en las ofrendas descubiertas en el 
Templo Mayor de Tenochtitlan.
Figura 10. Lámina 25 del Códice Borbónico (Loubat, 1899).
Si bien los frailes y cronistas españoles del siglo xvi mencionaban que 
se llevaban niños a sacriicar en lo alto de los cerros dedicados a Tláloc, 
a la fecha no existe ninguna evidencia arqueológica que lo respalde 
(Montero, 2009), por lo que proponemos la hipótesis de que se trata 
de una estatuilla de la deidad con toda su parafernalia; entonces el per-
sonaje tendría el cargo también de topiltzin, “respetable mayordomo”, 
o custodio del bulto que contiene a la deidad junto con sus atributos y, 
por consiguiente, teomama, “cargador del dios”. El personaje de atrás 
porta un iztactilmatli, “manta de algodón blanco”; ambos personajes 
calzan sandalias de algodón, lo que les da un rango jerárquico, son 
hueypilli, “nobles de la alta nobleza”, en su carácter de ritualistas y 
cargadores de la deidad.
La etnografía contemporánea de las comunidades autóctonas o 
mestizas mesoamericanas, en las que se continúa empleando el calen-
dario agrícola como eje de la vida cotidiana y las peticiones de llu-
via son realizadas anualmente seguidas de la ofrenda de la cosecha y 
bendición de la semilla, se encuentra asociada fuertemente a la cultura 
popular. Resaltan algunas fechas particulares de gran importancia, ya 
sea febrero con la tradición del carnaval, o marzo asociado al equinoccio 
de primavera, para dar inicio al calendario agrícola; seguido del mes de 
mayo, fecha de mayor calor y sequedad para realizar la petición de llu-
33
MEMORIAS DE UN HACEDOR DE LLUVIA
via; culminando entre septiembre y noviembre para el ofrecimiento de 
las cosechas y la bendición de la semilla por los ancestros y antepasados, 
y así dar seguimiento al ciclo anual vida-muerte. Como se observa en la 
actualidad, los grupos autóctonos o mestizos de las localidades aledañas 
llevan a sus hijos desde pequeños, incluso en todos los ascensos que 
realicé a ambos volcanes pude observar que las mujeres llevan cargando 
a sus hijos, sin importar lo agreste del camino ni el clima.
Consideraciones finales
Retomando el inicio del ciclo agrícola en la comunidad de Santiago 
Xalizintla, Puebla, el hecho de que el cumpleaños del volcán se sitúe 
el día 12 de marzo y no el 21 de marzo, fecha que coincidiría con el 
equinoccio de primavera, responde a que la celebración que es objeto 
de este estudio es una conmemoración antiquísima que surge antes del 
año 1584, fecha en la que el calendario occidental fue modiicado; lo 
que se conoce como el cambio del calendario juliano al gregoriano, en 
donde se recorrieron diez días al calendario. Lo anterior coincide con lo 
señalado en las fuentes históricas del siglo xvi, particularmente la obra 
de Bernardino de Sahagún, que señala el comienzo de la iesta de la 
veintena Tozoztontli (la cual da inicio tres días después de la iesta de 
“don Goyo”), en donde se celebraba a Tláloc y se enlora a las entidades 
asociadas con la tierra (Sahagún, 1985).
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35
Los ahijados de la Matlalcueye
Sergio Suárez Cruz
Instituto Nacional de Antropología e Historia
Los habitantes de los pueblos asentados en torno a la Malinche (eleva-
ción volcánica ubicada entre los estados de Puebla y Tlaxcala, cuya cús-
pide alcanza los 4461 metros sobre el nivel del mar) han hecho de ésta 
un ente simbólico importante. Es allí donde se forman las nubes que 
habrán de llevar el agua a los terrenos de cultivo, dando la impresión de 
que el volcán está lleno de agua (Sahagún, 1999) y de que existe un ser 
divino que se encarga de proveerla o negarla; razón por la cual se piensa 
que es necesario rendirle culto y llevarle ofrendas en un intento por pa-
gar los beneicios recibidos (Broda, 1971, p. 276). Esto explica por qué 
las barrancas, cuevas, nacimientos de agua y, en especial, el cráter 
Tlalocan y la cúspide de la Matlalcueye,han sido venerados durante 
siglos; así lo demuestra la presencia de material cultural, cerámico y 
lítico, recuperados en el año 2000 (Suárez, 2005), cuyas formas y usos 
conirman el culto a las deidades del agua y de la lluvia, realizados desde 
el Formativo hasta la actualidad.
La idea de que los cerros estaban llenos de agua y alimentos es com-
partida por muchos pueblos, incluyendo Cholula, en donde se creía 
que la Gran Pirámide, o Tlachihualtépetl, estaba llena de agua, al grado 
de que en los momentos más álgidos de la matanza a manos de los 
españoles, los sacerdotes acudieron a quitar algunas piedras de sus pare-
des, esperando con ello liberar el vital líquido e inundar la ciudad para 
salvarse (Torquemada, 1983, p. 407).
Para un pueblo sumamente observador (Broda, 1991, pp. 
 462-463), no podía pasar desapercibida la forma del volcán, al que 
se le atribuyó, por la espesura del bosque que rodea a la cúspide, una 
36
LECTORES DE L A NATURALEZ A
 especie de falda que cubría la silueta de una mujer, otorgándole género 
y igura a la elevación volcánica (Iwaniszewski 2001, pp. 113-147). 
Así, se le identiicó con la diosa Matlalcueye, la de la falda azul, se-
gunda esposa de Tláloc, y, desde entonces, patrona de los Tlaxcaltecas, 
pues, como menciona Sahagún (1999): “Todos los montes eminentes, 
especialmente donde se arman nublados para llover, imaginaban que 
eran dioses, y a cada uno de ellos hacían su imagen según la imagina-
ción que tenían de ellos” (p. 49).
Figura 1. Vista del cráter Tlalocan durante la misa por el santo
de la Malinche en 2006.
En la cosmovisión de los pueblos mesoamericanos, este fenómeno ocu-
rría gracias a la benevolencia de una deidad ubicada en la montaña, a la 
cual, como menciona Broda (1971, pp. 253 y 276), había que ofrecer 
sacriicios y ofrendas a in de “pagar la deuda”, pues de otra forma se co-
rría el riesgo de enfurecerla y ser castigados con fuertes lluvias, nefastas 
para la agricultura, o con prolongadas sequías de iguales consecuencias, 
a las que se podían agregar enfermedades (Sahagún, 1999, p. 49) que se 
relacionaban tanto con el agua como con el viento.
Para los habitantes del valle poblano-tlaxcalteca, la Matlalcueye es 
una mujer que viste un huipil blanco, lleva una larga cabellera y vive 
en una cueva ubicada en lo alto de la montaña. Ahí guarda las semillas, 
frutas y alimentos que puede otorgar a los vecinos; siempre y cuando la 
respeten y le lleven ofrendas, pues de lo contrario suelta a sus “borregui-
tos” e hijas para que provoquen tormentas con remolinos y granizadas 
que indudablemente dañarían las milpas.
37
MEMORIAS DE UN HACEDOR DE LLUVIA
Graniceros o conjuradores
En la región existieron individuos que, en algún momento, fueron “to-
cados” por el rayo y se convirtieron en graniceros, eran personajes que 
antaño se encargaban de los rituales encaminados a desviar la tormenta 
o el granizo para que no afectaran las milpas; así como a curar todo 
tipo de enfermedades relacionadas con el agua y el viento, o, de ser 
necesario, expulsar alguna sirena3 de los nacimientos de agua o lagunas, 
en los casos en que se hubieran posesionado del lugar y se negaran a 
abandonarlo. Esto es al menos lo que comentan algunos vecinos de la 
región de San Pablo del Monte, Tlaxcala, y San Miguel Canoa, Puebla.
En San Francisco Tetlanohcan, Tlaxcala, existe un conjurador quien, 
de acuerdo a mis informantes, ahuyenta al granizo y al mal tiempo gri-
tando groserías. Sale cubierto con un petate de palma para protegerse 
de la lluvia antes de que caiga el granizo o se forme la víbora de agua, 
y la dispersa con sus conjuros, utilizando una palma bendita; en tanto 
que los mayordomos y iscales, cuando ven que se avecina una tormen-
ta con granizo, echan cohetes para dispersar las nubes, o van a ver al 
conjurador para que disperse o desvíe el temporal. Se dice que muchos 
vecinos lo consideran loco y se burlan de él. Después de algún tiempo 
logré conocerlo y platicar con él. He aquí la historia de su iniciación:
Una noche en la madrugada, cuando tenía pocos años de casado, 
escuchó unos pasos que se acercaban a su cama, eran de una mujer muy 
hermosa que le susurró que se levantara y la siguiera, que quería hablar 
con él. Era muy bonita y tenía un resplandor, llevaba aretes, collares, 
trenzas y un rebozo blanco. La mujer le dijo que necesitaba un trabaja-
dor, entonces rápido se lo llevó a una cueva en la montaña. Ahí vio ani-
males, sapos, arañas, calabazas grandes y mazorcas de colores: blancas, 
azules, moradas y amarillas. En ese momento le explicó todo y le pidió 
que la ayudara, con el compromiso de que cuando él tuviera algún pro-
blema ella lo protegería. Terminada la reunión, lo regresó hasta su casa. 
Aún no amanecía y ya estaba de vuelta, por lo que sintió que el tiempo 
no había pasado mientras estuvo con ella. 
3 Personaje mítico femenino que, según algunos vecinos, es hija de la Matlalcueye y 
se encarga de crear remolinos que doblan las milpas, o se posesiona de lagos o lagunas 
impidiendo que la gente haga uso de ellas. 
38
LECTORES DE L A NATURALEZ A
El encuentro con la Matlalcueye se dio mientras él se encontraba 
despierto, asegura que no fue un sueño, y de ahí en adelante, cada vez 
que tiene algún problema, la va a visitar. Son pocos los que aprecian su 
trabajo, por eso ya no quiere conjurar al granizo. La gente cada vez se 
aparta más de sus creencias. Anteriormente lo buscaban y le pagaban 
por su trabajo, hoy día es más apreciado por los vecinos de otros pue-
blos que por los de Tetlanohcan.
En Santa María Tlaltelulco, Tlaxcala, población cercana a Tetla-
nohcan, existen tres conjuradores. Cuenta mi informante que una vez 
los iscales les llevaron regalos (un chiquigüite y botellas de licor) para 
que mandaran el granizo a Tetlanohcan, pero se enteró y fue a ver a la 
Malinche para pedirle consejo y ayuda. La Malinche le dijo que no se 
preocupara, que para eso ella lo protegía, y los conjuradores de la Mag-
dalena no pudieron hacer nada.
Comenta que en una ocasión llevó a sus vacas a pastar en un ca-
mino cercano a Santa María Magdalena Tlaltelulco, entonces salió el 
dueño de la parcela y lo corrió a gritos alegando que sus vacas podían 
dañar sus sembradíos, siendo que estaban pastando en el camino y no 
causaban daño. Como esto lo molestó, decidió visitar a la Malinche y 
presentar su queja. Salió un día jueves a las tres de la mañana con rum-
bo a la cumbre, en donde la Malinche vive dentro del cerro, tiene sus 
hijos e hijas que le ayudan con su trabajo y además varios ayudantes que 
guían los rebaños de toros (las nubes) que se encuentran en el interior. 
La entrada al cerro es una cueva que está en el lado sur, desde donde se 
ve la ciudad de Puebla. Ahí hay un portero que cuida la entrada y ante 
quien es necesario identiicarse y decir el motivo de la visita. Así, cuan-
do tocó la puerta le preguntó qué quería, entonces le dijo que iba a ver 
a su madrecita, que quería hablar con ella. La Malinche, que se supone 
estaba cerca, le pidió al portero que lo dejara entrar.
La cueva es muy grande, de pie cabe bien una persona, existen 
unas especies de bodegas en donde se almacenan los alimentos; son 
semillas y frutos muy grandes, también hay unos corrales en donde se 
encuentran encerrados los toros cimarrones (las nubes). 
El granicero inicia así su diálogo con la Malinche: “En el nombre 
del padre, del hijo y del espíritu santo, yo te vine a visitar, madre, dis-
cúlpame porque te vine a visitar, traigo una amenaza en contra mía”, 
entonces la Malinche pregunta qué le pasa, y él le cuenta que tuvo un 
problema con un vecino de la Magdalena Tlaltelulco, y que le molestó 
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MEMORIAS DE UN HACEDOR DE LLUVIA
mucho la forma en cómo lo trató. La Malinche llamó a sus ayudantes, 
Juan y Luis, y les pidió que prepararan un toro gris que estaba ence-
rrado. Al terminar la reunión se despidió, pero antes de retirarse, la 
Malinche le regaló un sombrero lleno de trigo, solo que le pidió que lo 
cuidaramucho, que no lo fuera a tirar y que lo moliera con metate, no 
con molino, porque es “contrario” (es eléctrico, es rayo).
Figura 2. Abrigo rocoso en la ladera de la Malinche en 2014.
Comenta que el viernes por la tarde empezó a salir el ganado (las nubes) 
de la Malinche, por lo que se puso listo para señalar a los guías, Juanito 
y Luis, la ubicación de los terrenos de la persona que lo había insultado 
para que soltaran a los toros, pues ya lo había acordado con la Ma-
linche. Asegura que se soltó tal aguacero y granizada que la milpa fue 
destruida y los conjuradores de la Magdalena Tlaltelulco no pudieron 
desviar el granizo, pues lo que supuestamente aprendieron fue de unos 
libros, pero, dice, no saben, no tienen poder, sólo engañan a la gente y 
no tienen ninguna relación con la Malinche.
Además de desviar el granizo, el granicero también cura enfermeda-
des relacionadas con el agua y el aire. A él acuden los enfermos de “mal 
de aire”, susto, gota, torceduras o reumas, enfermedades que antaño 
se atribuían a las deidades de los cerros, y que, según Sahagún (1999, 
p. 49), motivaba que los enfermos acudieran a éstos para depositarles 
ofrendas en busca de sanación.
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LECTORES DE L A NATURALEZ A
Figura 3. Misa en la Barranca Hueytzíatl 
Entre sus pacientes recuerda a uno que fue “tocado” por el rayo y sus 
familiares lo llevaron con los doctores para que lo curaran; sin embargo, 
luego de algún tiempo de no lograr mejoría, lo llevaron con él. Enton-
ces, fue a la montaña para hablar con su madrina y pedirle ayuda, la 
Matlalcueye le dio instrucciones precisas para curarlo usando alimentos 
fríos (verduras, carne de pollo de granja o de patio, pero tiernos y otros 
preparados); durante el tiempo que el enfermo estuvo inconsciente la 
Malinche le habló y le pidió que la fuera a ver a la montaña. Tan pron-
to pudo caminar fueron hasta la cueva, ahí la Malinche le ordenó que 
trabajara con el granicero y que ella lo protegería. 
Es importante mencionar que, para los vecinos de Tetlanohcan, la 
montaña está viva y la identiican con la virgen (suponemos que María 
o de Guadalupe, pues le llaman nuestra madrecita); a su vez tiene es-
pacios que la identiican con el cuerpo humano (Iwaniszewski, 2001, 
pp. 113-147). Así, por ejemplo, se ubica “la chichita”, “el rostro”, “el 
ojo”, “el espinazo”, etcétera, como lugares de referencia o puntos de 
reunión cuando por alguna circunstancia se apartan del grupo al visitar 
la montaña. Al ser considerada nuestra madrecita, se le reconoce tam-
bién como nuestra protectora y, como tal, se le debe respeto, sacriicio 
y ofrenda. Es por ello seguramente que algunos visitantes a la cúspide, 
independientemente de subir a la montaña como pasatiempo, no pier-
den la oportunidad de llevar y depositar una veladora en los lugares en 
donde previamente se han acondicionado pequeños nichos con imáge-
nes de la virgen.
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MEMORIAS DE UN HACEDOR DE LLUVIA
Para los vecinos de Tetlanohcan, María Asunción Matlalcueye es 
soltera. Su santo se festeja el 15 de agosto; ese día le hacen una misa en 
una capilla ubicada a orillas de la carretera que va al Centro Vacacional 
del Seguro Social Malintzi, en tanto que mucha gente acude a la cele-
bración de la virgen en Huamantla, Tlaxcala, famosa por sus alfombras 
de lores y por los festejos a su imagen.
Figura 4. Festividad en el santuario del Señor del Monte en el 2005.
En el trabajo de Nutini e Isaac (1974, p. 85) se menciona que los veci-
nos de San Pablo del Monte acudían a los tiemperos para pedirles que 
desviaran las granizadas de los campos de cultivo, a cambio les pagaban 
con maíz o con regalos, rara vez con dinero. El tiempero compra la 
ofrenda y la lleva a la montaña, acompañado por las personas mayores. 
En octubre, concluido el ciclo agrícola, vuelven a ir a la montaña a dar 
gracias por el agua recibida y también llevan ofrendas.
En la actualidad, los vecinos niegan la existencia de graniceros o 
conjuradores, aunque reconocen que anteriormente existieron varios, 
de los cuales cuentan sus hazañas y mencionan sus nombres, sólo que 
a la fecha dicen que ya murieron todos. Sin embargo, tuve la suerte de 
conocer al mayordomo de una de las principales imágenes del templo 
de San Pablo, quien, a tanto insistir, me comentó que tenía un compa-
dre que tenía ese don, por lo que no perdí oportunidad y cada que me 
era posible le pedía que me presentara con él para conocer su historia.
Luego de algunos años de insistir en que me presentara con su com-
padre, inalmente logré concertar una cita. Fue una tarde a principios 
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LECTORES DE L A NATURALEZ A
de septiembre del año 2003, las lluvias tan abundantes propiciaban el 
tema y facilitaron el diálogo.
Se trataba de una persona de aproximadamente 35 años de edad, 
de oicio albañil, por lo que tampoco era fácil localizarlo, ya que fre-
cuentemente salía de la ciudad, durante largos periodos, a trabajar en 
otras poblaciones. Cuando lo conocí trabajaba en una obra en Cholula 
y diariamente iba y venía a dicha población. Al parecer no le gusta que 
la gente, sobre todo extraña a la comunidad, conozca su otro oicio; 
aunque, una vez establecido el diálogo, me comentó que trabaja ge-
neralmente apoyado por los mayordomos y iscales de su barrio, quie-
nes le compran las velas, palmas benditas, y lo que requiera para sus 
 ceremonias.
Figura 5. Misa en la barranca Hueytzíatl, en el año 2004.
Todo empezó cuando tenía alrededor de doce años. Era una tarde llu-
viosa y los truenos y relámpagos asustaban a propios y extraños. De 
pronto un rayo cayó junto a su casa. Él sintió que se elevaba unos veinte 
metros del suelo e intentó asirse de una planta de maíz que vio junto 
a él, también había una planta de lor de muerto, pero preirió la de 
maíz. Recuerda que su madre le puso agua fría en la cabeza para bajarle 
la temperatura. Estuvo inconsciente aproximadamente diez minutos. 
Al día siguiente, al salir al patio de su casa, vio que el rayo había partido 
por la mitad a dos árboles de capulín y se habían secado.
Pasaron algunos días sin que el futuro conjurador sintiera al-
gún cambio. Sin embargo, siempre que llovía sentía que los rayos lo 
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MEMORIAS DE UN HACEDOR DE LLUVIA
 perseguían, pues caían junto a él. Un día lo visitaron unos ancianos del 
barrio y escuchó cuando comentaron que “ya había llegado el que los 
iba a remplazar”. Él no entendió a qué se referían, pero luego de algún 
tiempo de soportar el martirio y temor de ser golpeado nuevamente 
por el rayo, decidió atender el llamado y desde entonces cada vez que 
ve avecinarse una tormenta con granizo, sale al patio de su casa, o a los 
campos de cultivo, y conjura el temporal apoyado con oraciones y con 
la palma bendita.
Más que a la Malinche, sus plegarias para controlar el temporal 
y curar a las personas que acuden a él (en busca de alivio de diversas 
enfermedades relacionadas con el agua, aire o mal de ojo) son para la 
Virgen de la Caridad, a quien remite a sus pacientes para que le recen, 
le prendan una veladora y depositen una limosna; pues él, asegura, no 
cobra por sus servicios. Comenta que los meses en que más abundan 
los enfermos de mal de aire o de ojo son noviembre y diciembre, tal vez 
por la proximidad con el día de muertos, o por los fríos propios de la 
temporada.
En sus curaciones utiliza ruda, hoja de pirul, alcanfor, etcétera, 
pero, sobre todo, la palma bendita, con la que limpia a sus pacientes y 
los encomienda a la Virgen de la Caridad, a quien le reza y pide por la 
salud de los enfermos. Asegura que nadie le enseñó a curar o a controlar 
el temporal, todo lo fue haciendo por iniciativa propia, aunque comen-
ta que en una ocasión soñó que la Virgen le pedía que no se apartara de 
ella, que siguiera el camino que le había marcado y que usara la palma 
bendita para sus curaciones. Actualmente cuenta con el reconocimiento 
de los vecinos de su barrio y de los mayordomos y iscales, con quienes 
ha formado un grupo de quince personas que se encargan de lanzarcohetes benditos y también utilizan la palma bendita cuando en su au-
sencia ven que se avecina un temporal. Además, se ocupan de comprar 
los materiales que generalmente usa, y de llevar a bendecir la palma el 
domingo de ramos.
Comenta que alrededor de 1994 hubo una prolongada sequía en la 
región, era inales de mayo y aún no llovía, por lo que se juntaron unas 
quince personas y fueron a la Malinche a pedir el agua. Llegaron hasta 
el nacimiento de agua que surte a San Miguel Canoa,4 ubicado en la 
4 Los vecinos de San Miguel Canoa y San Isidro Buen Suceso, principalmente, acuden 
a este nacimiento el día 5 de febrero a celebrar una misa en honor de san Juan Bosco; 
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LECTORES DE L A NATURALEZ A
pendiente sur de la Malinche. Muy cerca del depósito que recopila el 
agua, existe una cueva a la que los vecinos llaman “El pillo”, cuya entrada 
es bastante reducida, pero luego se vuelve espaciosa y cabe muy bien el 
grupo. Allí dejaron lores, ceras, iguritas de animales hechos de arcilla y 
los regalos que le llevaron a la Malinche. Esta fue la primera vez que en-
tró a la cueva. Cuenta que le llamó la atención que su interior estuviera 
cubierto de nieve, pues era verano.5
Cuando se atrasan las lluvias el sacerdote acostumbra celebrar una 
misa en el templo de la Santísima Trinidad de San Pablo del Monte. Los 
campesinos compran rebozos, peines, espejos, regalos y juguetes de ba-
rro en forma de toritos, conejos, gallos, etcétera, que llevan a la montaña 
y dejan de ofrenda. Cuando se avecina una tormenta se hace un conjuro 
en las orillas del pueblo; se colocan cruces de palma bendita cada cin-
cuenta metros en los terrenos de cultivo. El aire fuerte y las tormentas se 
desvían con listones rojos amarrados a las plantas; el aire mueve el listón 
y no tira la milpa. Cuando la luna esta tierna no se debe cosechar porque 
se pudre el maíz, la madera se tuerce y las heridas se infectan; por ello, si 
alguien necesita operarse debe esperar a que la luna esté recia.
Si una persona levanta la milpa que fue tirada por la tormenta “re-
coge el mal aire” y se enferma; entonces debe acudir al conjurador para 
que lo cure. Se cuenta el caso de un joven de San Pablo del Monte que 
levantó su milpa y al día siguiente no se podía levantar; su familia lo 
llevó con un doctor pero no lo pudo curar. Finalmente lo llevaron con 
el conjurador, quien después de tres limpias lo curó.
Cuando se avecina una tormenta que previamente fue desviada por 
el granicero de un pueblo vecino se percibe un olor a excremento de 
borrego, cosa que no ocurre cuando es un fenómeno natural; de ahí 
que los vecinos consideran que en los pueblos de los alrededores existen 
graniceros, aunque aseguran no conocerlos. Cuando se aproxima una 
tormenta y el granicero no sale de su casa, los rayos caen en torno a su 
se trata de un espacio delimitado por dos barrancas que al unirse forman la barranca 
San Juan Hueytzíatl, en la parte alta de la Malinche.
5 El 5 de febrero de 2004, logré que me acompañara al nacimiento de agua y visitamos 
la cueva; en realidad se trata de un túnel excavado en la roca, de aproximadamente 
veinte metros de largo, en donde cabe perfectamente una persona parada. Los vecinos 
que acuden a la festividad acostumbran visitar la cueva e incluso me comentaron que 
más arriba existe otra cueva mucho más grande, sólo que la entrada se muestra úni-
camente a los elegidos. Adentro, aseguran, existen alimentos y tesoros de todo tipo.
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vivienda hasta que sale a conjurarlos, reza un Padre Nuestro y un Ave 
María con una cruz de palma en lo alto para desviar las tormentas.
Nutini e Isaac (1974, pp. 83-85), en su capítulo sobre San Pablo del 
Monte, mencionan que la gente considera al chile y al aguardiente como 
“calientes”, en tanto que los refrescos, el pulque y la cerveza son “fríos”. 
Hoy día, muchas personas aún tienen estas apreciaciones. Pese a que los 
autores citados reportan que no hay iestas relacionadas con la agricultu-
ra, nosotros creemos que la mayoría de las festividades tienen que ver con 
el ciclo agrícola, basta ver la participación de la gente el 2 de febrero, día 
de la Candelaria, en donde se bendicen las semillas; el 3 de mayo, día de 
la Santa Cruz, cuando se llevan a bendecir las cruces que los campesinos 
colocan en sus terrenos y fuentes de agua; la celebración del 5 de mayo, 
en el santuario de la Malinche, o la del 15 de mayo, día de san Isidro, 
para darnos cuenta de que todas éstas, y muchas más, tienen como eje el 
trabajo agrícola y la preocupación por lograr buenas cosechas.
Como describe Muñoz Camargo (1998, p. 166), Matlalcueye era la 
deidad que los tlaxcaltecas y habitantes de los alrededores identiicaban 
con la montaña, por ello organizaban grandes procesiones al principio 
del mes de marzo de cada año, y una mayor cada cuatro; ceremonias 
que se encuentran documentadas en diversas citas de frailes y cronistas. 
Así, por ejemplo, Torquemada (1979, p. 162) narra cómo fray Martín 
de Valencia, siendo guardián del convento de Tlaxcala, se vio obligado 
a subir a la cumbre para quemar los ídolos que allí se encontraban y, en 
su lugar, construir una ermita dedicada a san Bartolomé, alarmado por 
la cantidad de gente que seguía participando en las peregrinaciones a la 
Malinche, aun después de la Conquista.
Montero (1998, p. 82), por su parte, recorrió la cúspide de la 
Malinche hace algunos años. En su reporte menciona la presencia de 
material cultural del Clásico y Postclásico, así como los restos de una 
posible estructura arqueológica que bien podría ser parte del templo de 
la Matlalcueye que cita Motolinía (1956, p. 30), aunque de la ermita 
que reieren las fuentes no encuentra ningún indicio.
Existen informes también de la prospección realizada por Mari 
Carmen Serra y su equipo en las faldas de la Malinche (1998), concre-
tamente en el espacio que ocupa el cráter del volcán Tlalocan (localiza-
do en la pendiente oeste de la Malinche a 3100 metros sobre el nivel del 
mar), en donde se menciona la presencia de material cultural prehispá-
nico y el uso en la actualidad del espacio sagrado por los vecinos de las 
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LECTORES DE L A NATURALEZ A
poblaciones de los alrededores, que acuden allí a celebrar ceremonias 
relacionadas con la petición de agua.6
Todo parece indicar que la región de Cholula, de alguna mane-
ra, también dependía de la protección de la Matlalcueye, pues según 
menciona Olivera (1967), la creencia en las deidades del agua era cosa 
cotidiana a ines de los sesenta del siglo pasado. Como ejemplo nos 
presenta el caso de Tlaxcalancingo (población muy próxima a San An-
drés Cholula) que, ante la escasez de lluvia y la ausencia de agua en el 
manantial del pueblo, localizado junto a un cerrito (Axocotzin), los 
vecinos recuerdan los mitos que les contaban sus abuelos referentes a la 
Cíhuatlpipil (señora dueña del agua), presumiblemente hija de la Ma-
linche y señora del antiguo arroyo Axoco. De igual forma, se menciona 
a los quiapehque o ahuilos, especie de graniceros que antiguamente se 
encargaban de todo lo relacionado con el agua, y, por si esto fuera poco, 
reproduce el siguiente relato:
Esa noche el quiapehque recibió una señal de la Malinche para que fuera 
a visitarla. Llegó hasta su corazón dentro de una cueva del volcán, pues él, 
como todos los que tienen que ver con el agua, es como un hijo o mejor 
dicho como un ahijado. Ella les ha dado poderes sobre el agua (Olivera 
1967, p. 89). 
Nuestras excavaciones en dos de los principales, más no los únicos, 
santuarios prehispánicos ubicados en la Malinche, nos permiten saber 
que al menos el cráter Tlalocan era visitado esporádicamente desde el 
Formativo superior, aumentando ligeramente el lujo de peregrinos du-
rante el Clásico tardío; con una disminución en el Postclásico temprano 
y un aumento considerable durante el Postclásico medio y superior, 
momento en el cual se construye y amplía la estructura rectangular 
construida sobre el borde ponientedel cráter. La forma del santuario, 
en lugar de los típicos basamentos de la planicie, tiene antecedentes en 
varias de las elevaciones y volcanes del altiplano (Lorenzo, 1957); uno 
6 En realidad, según logramos enterarnos durante nuestra estancia en el área, los habi-
tantes de los alrededores acostumbran acudir al cráter a celebrar una misa para festejar 
el santo de la Malinche, que ellos identiican con el 20 de mayo, día de santa Bernar-
dina, a la vez que ruegan por la llegada oportuna de las lluvias o agradecen en caso de 
que ya se hayan iniciado.
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MEMORIAS DE UN HACEDOR DE LLUVIA
de los más documentados e importantes, tanto por el tamaño de las es-
tructuras que en él se ubican como por haber estado en uso a la llegada 
de los españoles, es el que se encuentra en el cerro Tláloc (Morante, 
1997, pp. 107-139), en donde se puede apreciar un “gran patio cuadra-
do” (Durán, 1980, p. 136) que, desde la Colonia, los cronistas descri-
ben, dado que el emperador mexica, acompañado de los gobernantes 
de las principales poblaciones del valle, acostumbraba visitarlo al inicio 
de cada año, con el in de entregar ricas ofrendas al dios Tláloc, cuya es-
cultura se encontraba rodeada de otras menores (Broda, 1991, p. 475), 
simulando el paisaje que lo rodea.
Al igual que en el borde del Tlalocan, el recinto ubicado sobre el 
cerro Tláloc está construido sin usar aglutinantes entre las piedras (Mo-
rante, 1997, p. 111). Fue orientado al norte y tiene forma cuadrada, 
sólo que sus paredones o murallas miden cerca de cincuenta metros por 
lado y aún se pueden apreciar los restos de habitaciones o templos en 
cada una de sus esquinas, además de un pozo para agua excavado en la 
roca y una amplia escalinata que permite el acceso en su extremo po-
niente. Cabe mencionar que, tanto en la cúspide del cerro Tláloc como 
en la Malinche, hemos encontrado platos de sahumadores con decora-
ción sellada; lo que nos habla de un uso similar en tiempo y espacio.
En cuanto al templo de la Matlalcueye, ubicado en la cúspide de 
la montaña, es durante el Postclásico medio y superior cuando debió 
alcanzar su mayor importancia; periodo que coincide con la llegada de 
grupos tolteca-chichimeca a la región (Olivera, 1970, p. 214), cuya ce-
rámica predomina en los santuarios, y con el esplendor de poblaciones 
como Tlaxcala, Huejotzingo y Cholula, que, según las fuentes, partici-
paban en el culto a la montaña. Cabe mencionar también la presencia 
de algunos tiestos de pasta gris típicos de la región de Oaxaca, que se-
guramente llegaron vía la Manzanilla (asentamiento ubicado muy cerca 
de la cúspide), en donde se ha encontrado material relacionado con la 
región oaxaqueña; situación que no es de extrañar si tenemos en cuenta 
que actualmente los diversos grupos de graniceros, que habitan y traba-
jan en torno a los volcanes, incluyen dentro de sus plegarias al Popoca-
tépetl, al Iztaccíhuatl y a la Malinche (Glockner, 1997; 2000a, p. 113), 
por lo que la distancia parece no ser impedimento. En cambio, es casi 
seguro que los visitantes al cráter y borde Tlalocan eran los vecinos de 
las poblaciones aledañas, quienes antes, como ahora, asistían a realizar 
sus ceremonias y agradecer a su protectora los bienes recibidos.
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