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VIDA DE PABLO VI GARCÍA-SALVE, S.l. OBRAS DEL MISMO AUTOR YO ESTRENE MI JUVENTUD (Edit. El Mensajero). VIA CRUCIS PARA JÓVENES (Edit. Hechos y Dichos). LA JOVEN QUE DESPERTÓ MUJER (Edit. Studium). CIPRÉS DE HOMBRE (Edit. Studium). MURIÓ EN RUTA (Edit. Studium). ASI PIENSA PABLO VI (Edit. Desclée de Brouwer). FRANCISCO GARCÍA-SALVE, S. J. VIDA DE PABLO VI & 1964 Editorial EL MENSAJERO DEL CORAZÓN DE JESÚS Apartado 73.—BILBAO Imprimí potest: J. EMMANÜEL VÉLAZ, S. J. Praep. Prov. Loiolae Nihil obstat: JOSEPHUS VELASCO, S. J. Censor Eccles. Imprimatur: PAULUS, Episcopus Flaviobrigensis Bilbai, 5 octobris 1964 Q Editorial "El Mensajero del Corazón de Jesús" B I L B A O Depósito Legal: BI-1519-1964 Núm. Registro: 4876-1964 IMPRENTA ENCÜADERNACIONES BELGAS.—BILBAO «Habéis dado a la Iglesia un hombre que posee todas las cualidades en grado eminente». Pío XII «De haber estado usted en el Conclave, el Papa seria usted». Juan XXIII A Seve y José Ramón, matrimonio feliz y padres ejemplares... de vuestro hermano. COMO SI FUESE UN PROLOGO "Para que sepáis también vosotros mi situación, qué es lo que hago, todo os lo hará saber el hermano querido y fiel ministro del Señor, a fin de que estéis al cabo de nuestras cosas y que conforte vuestros corazones". SAN PABLO ...para decirte, sin retórica, que el primer fruto de esta vida de Pablo VI ha sido mi propia persuasión en la valía excepcional de este Papa. Algo ya vislumbraba cuando empecé a escribirla, pero al contacto con do cumentos, testimonios, realizaciones, anécdotas y, so bre todo, con sus ideas y criterios, me he persuadido. ...para animarte, sin peternalismo, a que leas con fre cuencia esta vida del Papa, leerla en familia, a los jóvenes... leerla muchas veces, hacer que otros la lean, y que crezca en todos el amor grande que deben tener los cristianos al Vicario de Jesucristo. ...para agradecer, con gozo, la desinteresada y pronta cooperación de los PP. Enrique Larracoechea y José Ramón Arrizabalaga. Termino de escribir estas líneas en el Palacio de los Borgias, la familia española sin duda más vinculada al Pontificado. Gandía, 17 de setiembre de 1963. 11 P R O L O G O a la segunda revisión Demoras justificadas hicieron que esta Vida de Pa blo VI, dispuesta ya para la imprenta, retrasase un año su salida. No fue un tiempo baldío. Múltiples anotaciones perfilaron el texto y se enriqueció con nuevos capítulos interesantes para poner al día la historia. Es palmario que después de mi libro Así piensa Pa blo VI (1) me bastarían muy pocas horas para salpicar esta vida con citas de sus discursos y apuntalar así muchas de mis opiniones; pero creo que esto sólo serviría para alagar a unos cuantos hipercríticas y para cansar a todos los lectores. No vale, por tanto, la pena (2) . Además, las aglomeraciones son siempre peligrosas, hasta en literatura. La farragosa acumulación de datos (1) Con un prólogo del Cardenal Bea. Editorial Desclée de Brouwer. Bilbao, 1964. (2) Hago mías las palabras de Emil Ludwig: "Nosotros, los ilegítimos, que vivimos en la anticuada concepción de que escribir es un arte, del cual nadie sufre examen oficial, hemos advertido la coquetería de las anotaciones al pie, que cuelgan como un peso muerto y sólo dificultan la marcha de la lectura, descubriendo, por lo tanto, una impotencia en el constructor" Perdón por ésta mi segunda y última nota. 13 llega por ahogar al biografiado. Procuré siempre que ni se deformase la figura de Pablo VI por un placer infantil de pintarlo todo en primer plano, ni perdiese brío la corriente vital por estancarla en demasía con pormenores nimios. Quede así por ahora en espera de nuevas ediciones a las que habrá que añadir, sin duda, actuaciones importan tes de Pablo VI. Gracias a cuantos hicieron lo posible por retocar mi obra. Gracias incluso a los que hicieron lo imposible para que firmase estas líneas en plena Sierra Morena. Córdoba, 13 de julio de 1964. 14 PARTE PRIMERA: Infancia y formación I.—La encrucijada y el hombre "Vaso de elección es éste para mí, destinado a llevar mi nombre delante de las naciones y los reyes y los hijos de Israel". HECHOS DE tos APÓSTOLES ¿Quién es este hombre que aclamado de la multitud, sobre la silla gestatoria, bendice y sonríe? Es alto, de mirada serena, majestuoso en las formas y sobrio de ademanes. Mirada fría, pero con un rescoldo entrañable de amor. Algo le arde dentro. Ascético y enjuto como aquel Pío XII siempre recordado, de palabra cálida, paternal y bueno como el Papa Juan a quien todos llo ramos. ¿Quién es este hombre, que en el ápice de la gloria humana, sobre un mar de cabezas reverentes, pasa sencillo? La figura de Juan Bautista Montini, Pablo VI, desde la histórica mañana del 21 de junio, es de una talla rele- 17 vante. Es uno de esos hombres que sólo la gubia de un Berruguete o el escoplo de un Miguel Ángel, es capaz de esculpir. Es de esos hombres gigantes que pasan por la vida con una estela luminosa y limpia, destacando entre la vulgaridad mediocre de los hombres. Pablo VI es, para nosotros los católicos, el Papa, «el dulce Cristo en la tierra». Como hombre y sobre todo como Papa, tiene su vida el atractivo entrañable de algo muy nuestro. Es la Cabeza visible de la Iglesia. Urge, con urgencia de amor, conocer la historia del Papa. Es necesario conocer para amar. A raíz de su elección, la prensa, radio y televisión, nos dieron múltiples aspectos de su vida. Proliferaron aquí y allá, anécdotas simpáticas que ponen de relieve la grandeza de este hombre. Un año de pontificado orienta. Me bas tará por eso recoger aquí, de un modo ordenado y sintó nico, cuanto he leído disperso en muchas partes; presentar la figura del Papa en todo su relieve espiritual y humano. Escribo con el placer de mostrar una gran figura. Estoy persuadido, y creo firmemente no equivocarme, que nos encontramos ante un hombre de una talla excepcional. Un hombre que ha de llenar el gran hueco dejado por los dos Papas que le precedieron. Un hombre que ha de saber llevar a la Iglesia, en un mundo difícil y torturado, por los caminos de la verdad, la justicia y la caridad. Pablo VI un hombre enérgico y a la vez dulce; un hombre de avanzada, de vanguardia y a la vez prudente y cauteloso; un hombre intelectual, amante de la lectura y del estudio y, al mismo tiempo, activo, de ritmo enérgico y vital. Un hombre a quien su vida pública y privada han definido en una postura rectilínea y clara. Los ojos de muchos estaban puestos en Él. Hoy todo el mundo le con templa. Una pausa de expectación se abre interrogante ante su persona. 18 Calmados ya los primeros fervores, pleamar de afecto masivo, es la hora de pulsar una vida sin el jadeo apresu rado de quien bate un record contra reloj. Con la serena perspectiva de un año de pontificado podemos acercarnos con objetividad a Pablo VI, sin que sean sólo esperanzas lo que apuntemos sino realidades. Pablo VI, después de unos meses de toma de contacto que han sido un volver a recordar sus largos años en el Vaticano, ha empezado a realizar con plenitud un progra ma definido y concreto. Se espera mucho de Él. Las circunstancias conciliares de la Iglesia, le sitúan en una encrucijada difícil, que sólo un pulso recio y firme, guiado por un cerebro clarividente, con el aliento de un corazón bueno, podrá solucionar. En medio de esta encrucijada hay un hombre. Es el hombre de la esperanza porque ha demostrado una visión amplia de la Iglesia que es, sin duda, el gran tema de Montini. Ha sido el Espíritu renovador, el Cristo Redentor que hace nuevas todas las cosas, el que ha puesto al Car denal Montini con el fuego de Pablo al frente de su Igle sia. Y es tal la fe de Pablo VI en la fuerza vital intrínseca de la Iglesia, en el valor esencial de su mensaje, que tiene como una obsesión el hacer que la Iglesia tomesu propia iniciativa, personal, independiente y libre de influencias externas, que pueden dar, al menos, la impresión de que la Iglesia se defiende en retaguardia y sólo actúa a impulso de una urgencia que le crean los enemigos. No. La Iglesia en vanguardia «descubriendo en su propio seno su origi nalidad». Estas son sus palabras; pronunciadas en la Catedral de Milán, son ahora una consigna. —«Se habla hoy de unidad de la Iglesia, como de una necesidad constitucional. Pero creemos que no solamente hemos de preocuparnos de los que se encuentran fuera de la casa paterna, sino que necesitamos también, nosotros los católicos, que tenemos la suerte y la responsabilidad 19 de habitar la casa paterna, alcanzar un sentido de unidad de la Iglesia más profundo, más vivo y más activo». Sobre esta base de la unidad de la Iglesia bien firme, sin irenismos peligrosos, hemos de construirnos nuestra ruta propia y personal sin antis infecundos que sólo sirven para distraer nuestro caminar. Sigue el Cardenal manifes tando una vez más una idea muchas veces repetida en sus escritos: —«Si realmente queremos vivificar el mundo moder no, el cristianismo deberá no preocuparse de cambiar las ideas y los programas de los otros, ni dejarse someter por las formas extranjeras y adversas, sino descubrir en su propio seno, en su originalidad, en su vitalidad, los prin cipios y energías que le permitan comprender y aconsejar al mundo moderno y acercarse a él, pero para renovarlo, salvarlo y rescatarlo». Terminante y claro, sin dudas nefastas y peligrosas nebulosidades impropias de un hombre clarividente y lleno de fortaleza de Dios. Las circunstancias de la Iglesia, empeñada en esta orientación, es interesante. Y como decía hace poco el arzobispo de Montreal: «La marcha de la Iglesia es irre versible. El Concilio no acabará porque la Iglesia perma necerá conciliar; los obispos se reunirán en Roma con frecuencia». La pronta colaboración de todos, el encauzamiento de las más nobles iniciativas, han de dar a la Iglesia esa eficacia y esa actualidad que, en medio de esta crisis del mundo por el acoplamiento de estructuras, han profetizado los mejores. «Estamos implicados en una obra magnífica y alegre... Si debemos sustraernos a los males presentes hace falta que ello sea, marchando hacia adelante... El mundo enve jece; la Iglesia está siempre joven...» Estas palabras del Cardenal Ne-wmann son ratificadas cada día por el deseo 20 de cuantos sienten el problema de la Iglesia y no se dejan ofuscar por un cerril integrismo que reduciría a la Iglesia «encarnada» a una pieza de museo. Hoy parece evidente, pasada ya la perplejidad primera, que a la Iglesia teándrica, sólo le queda un rumbo legí timo: perpetuar su misterio encarnándose en el mundo. Y son muchos los que repiten con el Cardenal Suhard que «el pecado más grande de los cristianos del siglo XX, aquél que sus descendientes no les perdonarían, sería el de permitir que el mundo se haga y se unifique sin ellos, sin Dios —o contra El—; sería también el de quedar satisfe chos para su apostolado con recetas y fórmulas. Y el mayor honor de nuestro tiempo pudiera ser el haber emprendido lo que otros llevarían a buen fin: un humanismo a gusto del mundo y de los designios de Dios. Con esta condición, y sólo con ella, podrá crecer la Iglesia, llegando a ser, en un porvenir inmediato, el centro espiritual del mundo». Es algo incuestionable. Pablo VI tiene conciencia de estas directrices de vanguardia de la Iglesia y ha gustado repetir estos criterios que son patrimonio común de sus predecesores. A Pío XII le oyó decir, en el lejano 13 de mayo de 1942, estas palabras con las que claramente mar caba el camino: «Para un alma cristiana que valora la historia con el Espíritu de Cristo, no puede haber cuestión de vuelta al pasado, sino sólo del derecho de avanzar hacia el porvenir y de superarlo». Frente a un mundo en crisis de crecimiento y unidad, insatisfecho, que revaloriza a la persona, mientras paradó jicamente idolatra a la máquina; frente a este mundo torturado y materialista se levanta la Iglesia Madre y Maestra. Esta es la encrucijada. Ciertamente hay una gran misión que realizar en estos instantes dentro de la Iglesia. Es Pablo VI el hombre del momento. ¿Quién es éste hombre? Avancemos paso a paso por su vida, para rastrear y 21 compulsar la valía de Pablo VI. Ya sé, soy consciente —terriblemente consciente— de que la letra siempre nace muerta y traiciona. Sé que la vida de un hombre nunca puede encerrarse en un libro. Queda fosilizada. Y los grandes hombres son más propensos al riesgo, porque una gran vida no puede encajonarse en unas cuartillas. Saldrá siempre mutilada. Habría que inventar una leyenda para comprender a cier tos hombres. Con todo, es preciso correr ese riesgo, vis lumbrar, al menos desde lejos, la cumbre; con el atractivo fascinante que las cumbres ejercen sobre las almas. Toda biografía presenta un modelo, y cuando la biografía es de un hombre eximio, es además un impulso y un acicate en nuestras vidas vulgares. No me interesa tanto el dato concreto y seco, cuanto el latido vital que pueda captarse en una escena, en una anécdota, en una frase dicha al desaire... Por eso, a veces, sobre la base siempre real de un suceso, soñaré un ambiente y hasta unos diálogos que nos transmitan el calor de algo vivido. En definitiva, me im porta sobre todo, la vida real de Paulo VI. Acercarme a este hombre de Dios, y sentir el pulso inmenso de su corazón, que late en el ámbito de toda la Iglesia. 22 II.—El hogar Montini "Mas cuando plugo a Dios, me reservó para si desde el seno de mi madre y me llamó para su gracia". SAN PABLO Concesio es un pueblo del Píamonte cercano a Brescia, todo ello al norte de Italia. Un pueblo pequeño, apacible y tranquilo, entre verdor de montañas y frescos riachuelos. La alegría de sus viñedos y sus huertos se contagia en los vecinos. Las pocas casas que forman el municipio de Concesio se esparcen salpicadas sin más orden que la propia conveniencia de sus dueños. Y todo en un lento crecer natural. Nada es aquí sorprendente ni prefabricado. Lo súbito no es humano. Concesio es un pueblo de amante artesanía y cada casa es el sueño fraguado de sus moradores. El honrado matrimonio, Don Jorge y Doña Judit, ve nían desde Brescia a pasar sus temporadas de descanso a 23 este rincón de paz. Un gran caserón de piedra, portalón amplio, con sus estrellas de cinco puntas y un balconcillo barroco donde pondría Doña Judit sus tiestos. Junto al balconcillo barroco, una ventana nos indica la habitación donde nació el Papa. Una tapia, que rodea en parte la casa, cerca la pequeña huerta que es a la vez jardín y sitio de recreo. En este pueblo idílico, a cuarenta millas de Sotto il Monte, donde nació el Papa Roncalli, había de nacer unos años después su sucesor Pablo VI. El 26 de Setiembre de 1897 el pueblo de Concesio se llenó de rumores nocturnos. De boca en boca, corría la noticia: —Doña Judit, ha tenido un niño. Eran las diez de la noche. Hora tardía de intimidad en un pueblo. Los más cercanos a la familia Montini, visitan al ma trimonio y acarician a aquel niño que duerme ya en su cunita. El otoño en Concesio es plácido como un atardecer perpetuo. Para la familia Montini fue un otoño de alegría inmensa, porque un nuevo niño venía a alegrar su hogar. El pequeño Luis que ya andaba con pasos balbucientes, miraba con ojos grandes a su hermanito. Don Jorge aca riciaba satisfecho sus destacados bigotes. Cuatro días más tarde en la parroquia de San Antonio, fue bautizado aquel niño, a quien se le pusieron los nom bres de Giovanni Battista Enrico Antonio María. Hoy, junto a la pila bautismal, una lápida recuerda su nombre. Un niño es siempre un enigma limpio, un interrogante de sueños para los padres. Nadie pensó que tenían allí al futuro Papa Pablo VI. Soñamos grandes cosas,pero nunca tanto. Fue en 1940 cuando el matrimonio Montini fue reci bido en audiencia privada por Su Santidad Pío XII. Don Jorge y Doña Judit se trasladan a Roma con la emoción contenida ante la expectativa de poder hablar personal- 24 mente con Su Santidad. Pasarían unos días en Roma junto a su hijo Bautista encumbrado ya al cargo de Sustituto de la Secretaría de Estado. Fue una audiencia memorable que emocionó intensa mente al matrimonio. Juan Bautista Montini introdujo a sus padres, ancianos ya, ante la presencia de Pío XII. Besaron respetuosos el anillo del Pontífice, y después de unas breves palabras de saludo, el Papa les dijo: —«Habéis dado a la Iglesia un hombre que posee todas las cualidades en grado eminente». Unas lágrimas rebasaron los ojos de Doña Judit y Don Jorge hubo de hacer un esfuerzo supremo para sofrenar su emoción. Quedaba muy lejos aquel otoño de 1897 en que el matrimonio hacía cabalas junto a la cuna del niño. El matrimonio Montini tuvo tres años más tarde otro hijo, Francisco. Para comprender mejor la vida de Pablo VI, nos inte resa conocer, un poco al menos, la de sus progenitores. No hay duda que a ellos debe Juan Bautista el temple de su carácter y la piedad de su corazón. De su padre aprendió la rectitud y la fortaleza para luchar por la Iglesia. De su madre, sentimientos de mansedumbre, generosidad y ca ridad. Don Jorge, abogado y diputado en el Parlamento, fue siempre un hombre batallador. Director del periódico cató lico de Brescia «II Cittadino di Brescia» fue una figura de primer plano en el laicado de aquel tiempo, que no perdonó nada con tal de servir a la Iglesia. Tomó parte activa en la política, inspirado en los ideales sociales de Don Luigi Sturzo, sacerdote sociólogo, uno de los funda dores del partido de la democracia cristiana. Don Jorge luchó durante veinticinco años, desde las columnas de su periódico, por crear en sus electores una mentalidad social, moderna y justa. Su amigo Rezzara decía de él: 25 —«Por medio de su periódico, Montini penetra en el interior de las familias, se gana la estima, el respeto, la simpatía, la veneración. Porque todos saben que cuanto escribe para los demás, lo practica y observa antes en su casa». Fue uno de los fundadores de la Banca San Paolo, y de dos editoriales católicas, La Scuola y La Morcelliana, hoy la más fuerte editorial católica de Italia. A tanto llegó su prestigio como dirigente católico, y como luchador intrépido por la causa de la Iglesia, que el mismo Benedicto XV, le confió la dirección de uno de los cuatro sectores de la Acción Católica Italiana: «La Unión Electoral». Este es el noble progenitor de Pablo VI. Junto a él se reunía lo más destacado del catolicismo lombardo, en inter minables reuniones, donde se discutían los problemas can dentes de la Italia de fines del siglo XIX. No olvidemos, como fecha de referencia, que en 1870 eran invadidos los estados del Papa. Don Jorge fue diputado del Parlamento hasta que vino Mussolini en 1924. Un escritor ha dicho de él: «No se sabe qué le inte resaba más a Don Jorge Montini, si los libros o los hom bres». Esta misma faceta de intelectual para la acción, ha de transmitirla como rica herencia a Juan Bautista, el segundo de sus hijos. Al contacto con su padre, Juan Bautista comprendió la importancia de una acción directa, pero basada en unas ideas, bien meditadas. Es preciso actuar, con criterios definidos, en una orientación concreta. Sin duda el mejor elogio de Don Jorge habría de darlo su propio hijo la víspera de su Coronación solemne como Vicario de Cristo. Con la puntualidad de un hombre dueño del tiempo, a las once en punto de la mañana del 29 de Junio de 1963, habló Pablo VI a unos mil periodistas italianos y extranjeros. La sala Clementina ardía en curio sidad expectante. Cuando entró el Papa, los focos de la 26 televisión hicieron brillar los frescos de la estancia, y una ovación cariñosa fue el saludo cordial de los periodistas. La ovación se repitió clamorosa, encendida de emoción hasta el cénit, cuando el Papa les habló de su padre, en estos términos: —«Nuestro padre, Jorge Montini, a quien debemos, con la vida natural tan gran parte de nuestra vida espiri tual, fue, entre otras cosas, periodista». Y declinando el tono, con un suave ademán compren sivo, añade el Papa: —«Periodista de otros tiempos, ya se entiende, pero durante largos años, director de un modesto y combativo diario de provincias». La emoción del Papa se hace visible, y llega a conmo ver también a los oyentes, cuando en un tono cálido añade: —«Pero, si nos refiriésemos a la conciencia de profe sión de que estuvo animado, y a las virtudes morales que le adornaron, podríamos trazar el perfil de quien concibe la Prensa, como una espléndida y ardorosa misión al ser vicio de la verdad, de la democracia, del progreso: del bien público, en una palabra». Ovación cerrada, inmensa, de unos periodistas, que ratifican así, las palabras del Papa. Pablo VI, soslayando el recuerdo familiar con gesto diplomático, añade: —«Hemos señalado esta circunstancia, no ya para ala bar a aquél hombre dignísimo y tan querido por Nos, sino para decirles a ustedes, señores periodistas, qué predispo sición a la simpatía, a la estimación y a la confianza, hay en nuestro ánimo por lo que ustedes son, y por lo que ustedes hacen. Nuestra educación familiar, diríamos, viene de ustedes, y esto, les hace a ustedes, en cierto modo, colegas míos». Aquellos años de Concesio, años de infancia, están lejos, pero el Papa no olvida la influencia ejemplar de su padre. 27 En una lápida-recuerdo, dedicada al padre de Montini en el nuevo centro de Acción Católica de Brescia se dice: «Fiel y generoso militante de la Iglesia, guió durante decenios a los católicos brescianos, llevándoles a magní ficas conquistas en el campo civil cristiano». Judit Alghisi era el complemento digno de tal hombre: Una mujer llena de ternura, pero al mismo tiempo fuerte y activa, apoyo afectivo de Don Jorge, que iluminó más de una vez los momentos oscuros y de perplejidad, patri monio indispensable de todo hombre de acción, que lucha por una causa justa. La mujer que alienta siempre al marido, guiada por un instinto de fidelidad y de comprensión, aun cuando ignore las causas del desaliento. Doña Judit, menuda y femenina, fue también el com plemento afectivo en la vida del niño. Piadosa y buena, orientó los primeros años a Juan Bautista. Presidenta de las mujeres de Acción Católica de Brescia, se destacaba por su piedad sencilla y por el afecto con que trataba a los humildes. Pablo VI, no ha olvidado estos rasgos evangélicos de su madre, los imita en su vida y con razón ha merecido el título del «Cardenal de los obreros». En definitiva: Dios no improvisa las cosas. El hombre excepcional que habría de ser Pablo VI, tiene una heren cia familiar de hidalguía cristiana, que es la única que cuenta. De los tres hijos de este matrimonio ejemplar, el pri mero, Luis, es hoy miembro del Senado de la República Italiana. A Juan Bautista todo el mundo le conoce por Pablo VI. El tercero, Francisco, es cirujano, y sigue en la ciudad nativa de Brescia. Todos deben a sus padres, una orientación en la vida y un carácter de temple para seguirla. «Juan Bautista, observa Silvio Negro, heredó de su padre el vigor del pensamiento, y el perfecto dominio de 28 sí mismo; de su madre, la delicadeza y el sentido del humor». En aquel ambiente familiar, se fue forjando el alma de Pablo VI, alma de una sensibilidad extremada ante el dolor humano y gallardamente rebelde ante la injusticia. En uno de sus últimos discursos de Cardenal, con len guaje claro y enérgico, la mirada perdida en el recuerdo sin duda de sus padres, se dirige así a los jóvenes que piensan en el matrimonio: —«Quisiéramos que las familias cristianas tomen de nuevo conciencia de su gran dignidad, y de su noblemi sión; que se dediquen resueltamente a la profesión de las virtudes específicas que caracterizan a la sociedad domés tica». El Cardenal hace una pausa, mira cercanamente a aquellos jóvenes, y con renovado impulso, va enumerando esas virtudes que él contempló durante años en sus padres: —«Quisiéramos que encuentren en las limpias fuentes del amor cristiano, su fuerza y su felicidad. Que no teman el servir a las leyes de la vida, que les hace miembros de la perdurable obra creadora de Dios; que sepan adaptar honestamente las costumbres de sus casas, a las nuevas exigencias modernas; que comprendan la misión regene radora que tienen en la vida civil, y sepan también, que en la Iglesia, pueden ocupar un puesto de admirable belleza». Los jóvenes escuchan absortos, electrizados por aquel mensaje definido y de profunda raigambre ideológica. El Cardenal concluye con un aliento amplio de optimismo: —«Esperamos un nuevo tipo de familia de las gene raciones juveniles, a las que las tremendas experiencias de la historia presente, ha enseñado sin duda, que sólo un cristianismo auténtico y fuerte, posee la fórmula de la verdadera vida». Sólo un hombre que ha vivido durante años en el seno de una familia ejemplar, puede hablar en este tono cálido 29 y entusiasta a las nuevas juventudes que se preparan para fundar un hogar. En el corazón de Pablo VI, hay un altar filial, siempre encendido para sus padres, Don Jorge y Doña Judit. En la alocución a los brescianos Pablo VI confiesa, exaltando «a su Madre, su buena, su querida madre... Y hay que preguntarse si es que hubiera llegado hasta aquí de no haber tenido estos principios, es decir, los tesoros inestimables de esta familia a la que amaba y estimaba con delirio, pero que ahora que el Papa es un poco más prác tico en la vida, le parece realmente un tesoro incomparable que la Providencia le concedió gratuitamente aun antes de que se asomase a la escena de este mundo». Juan Bautista es el renuevo pujante de unas raíces sanas. Enraizado. 30 III.—Primeros años "Hago gracias a Dios, a quien sirvo, siguiendo la tradición de mis progenitores". SAN PABLO Juan Bautista era un niño delicado, de salud endeble. Ya nada más nacer el médico recomendó un cambio de aires para el niño. Los padres, con el dolor que es de suponer, pero buscando ante todo el bien del niño, lo confiaron a un matrimonio campesino de plena confianza. Ponciano Peretti y Glorinda Zanotti fue el matrimonio elegido para cuidar al futuro Papa. Habitaban en una al quería de las cercanías de Nave, en las pendientes del Valgobbia. Rincón idílico de primitivo sabor campestre donde el niño Juan Bautista pasó catorce" meses, los pri meros de su delicada vida. Aquí, entre los patos y las gallinas de la granja, junto al fogón de gruesos troncos, en contacto directo con la naturaleza, dio los primeros pasos tambaleantes y balbuceó 31 las primeras palabras. La hija de los Peretti, Margarita, hermana de leche del Papa, es la única superviviente de aquellos años. Poco antes de marchar a Roma para asistir al Cónclave que le haría Papa, el Cardenal Montini hizo una visita a su «hermana» Margarita, rodeada ahora de hijos y de nietos. Días después, Margarita lloraba y reía con una mezcla de pena y nostalgia alegre, al enterarse de la elección de Juan Bautista. Con un deje sencillo de mujer buena, decía a todo el mundo su pequeña pena: —«Ahora que es Papa, ya no podrá venir a vernos». Porque siendo Cardenal le gustaba volver por aquellos prados y aquellos montes, como en agradecimiento a unos meses que le salvaron la vida. Después, todo es normal en su vida. Los días fluyen en la apacible tranquilidad de un hogar donde tiene dos hermanos más con quien poder jugar. Su temperamento nunca fue bullicioso en extremo. Amable y cordial, quizás un poco reconcentrado en cuanto cabe este gesto en un niño alegre y sano. Su amigo de infancia, Savoldi, cuenta sus juegos predilectos. —A Juan Bautista le gustaba mucho jugar al «pingo». —¿Juego difícil? —Requiere habilidad. Por lo demás... Se coloca un taco de madera en balanza sobre un soporte, y golpeándolo con un palo en uno de sus extremos, se le hace un saltar encajándolo en un sombrero colocado de antemano en el suelo. —¿Otros juegos? —Los de todos. No fue un niño especial. Diversión predilecta de su pandilla era jugar a guar dias y ladrones. Las circunstancias lo imponían, ya que cercana a la casa, en un montículo, había una gruta de unos diez metros de profundidad. En esta cueva dio las primeras muestras de fría sere nidad y de viril dominio del miedo. Nadie osaba entrar 32 porque rondaba en su torno una leyenda de espíritus y maleficios. Es el niño Juan Bautista, de ocho años, el que rompe el fetichismo y destierra para siempre la leyenda. —Seguidme. Yo no tengo miedo a los malos espíritus. Al frente de un grupo que le sigue receloso, resque braja el misterio. Pero el juego predilecto de su infancia fue escalar los árboles en competición con otros amigos. Aunque él era el más pequeño, y quizá por esto, era tal su nervio y agi lidad que ganaba casi siempre. Superaba lo inverosímil subiendo a la más frágil rama que se mecía con evidente riesgo. Aquéllo le gustaba. Ya en la sumidad gritaba como un acróbata de circo: —He, mirad! Entre el fresco follaje tierno reía feliz este niño con centrado y sereno. Las carreras ciclistas, apasionaron muchas horas de su infancia. Sigue por la prensa sus etapas y alienta con sueños de adolescente a sus favoritos. Otro amigo recuerda una pelea. Nos gustan estos datos que detectan al niño normal, sin prematuros privilegios que lo alejan de los hombres. Juan Bautista no era pen denciero. «Cuando le hacíamos algo se ponía serio y nos hablaba como rumiando represalias que nunca ocurrían. Una vez se pegó conmigo. Até yo un cazo a la cola de un gato. Al principio era divertido, pero luego el pobre ani mal parecía atemorizado. Juan Bautista, tendría seis o siete años, quiso que le quitara el cazo al gato. Yo no quise. Nos pegamos. Es la única vez que le vi perder los es tribos». Dejemos en duda esta exclusividad, porque no dis minuyen en nada la bondad de un niño estas peleas des flecadas, y porque me gusta sobremanera una escena tan humana de dos niños en reyerta infantil. No llegaría la sangre al río. 33 Montini era un niño normal, como todos. Sacarle de este encuadre es dar vía libre al mito del angelismo. En Brescia pasaron los años de su juventud. Dejemos que sea el mismo Papa el que evoque a esta ciudad. Después de un «saludo a los del humilde pueblo donde he nacido, Concesio, y a los de la otra localidad, que me sirvió de alegre descanso durante el verano, Verolavechia», hace una pausa. Se reconcentra un momento y con acento nuevo alaba cordialmente a esta ciudad provinciana de sus años mozos: «Y luego, Brescia, ¡Brescia!, la ciudad que no sola mente me acogió, sino que me dio también gran parte de su tradición civil, espiritual y humana, enseñándome, además lo que es vivir en este mundo, y ofreciéndome siempre un cuadro que creo influyó en las sucesivas expe riencias. Comprendo que le debo intensa gratitud por los ejemplos de fortaleza viril, sinceridad, laboriosidad y bon dad: verdadera armonía entre las virtudes humanas y las virtudes cristianas que siempre he recordado como ejemplo y bendición». Las primeras letras las aprendió Montini en la escuela de párvulos «Colegio Ricci», regida por D. Ezequiel Ma- lizia, que aún recuerda algún estirón de orejas para control de algunas trastadas. Porque aunque de suyo era retraído y pacífico, no le faltaban sus momentos de extremado alborozo. El colegio «Cesare Arici», dirigido por los jesuítas de Brescia, tiene el honor de haber sido el centro que formó la base intelectual del Papa. Aficionado al estudio, desta caron pronto sus cualidades de inteligencia y constancia. Pero la salud no le respondía.A causa de su rápido des arrollo, aquel niño espigado no podía frecuentar normal mente el colegio. Pasaba unos meses en el colegio y el resto estudiaba en casa por su cuenta bajo la dirección de un profesor particular, Don Arístides Di Viarigi, al que siempre conservó un cariño entrañable. 34 Su facilidad para el estudio compensó y superó las dificultades consecuentes de su precaria salud. A pesar de presentarse a los exámenes como alumno libre, sus califi caciones le situaban siempre entre los mejores. En la foto copia que he podido ver de las notas de Juan Bautista del segundo trimestre del segundo curso de bachiller, las cali ficaciones son extraordinarias. La víspera de su coronación como Papa, en una visita a la Iglesia de San Pablo, donde le esperaban los milaneses, se encontró entre ellos al an ciano P. Pérsico, Jesuíta de 94 años, fue su profesor en el Colegio de Brescia. El Papa le llama paternalmente, le abraza y le invita a sentarse junto a él para charlar un rato y recordar aquellos años ya lejanos. El buen anciano recibe así el gozo mayor de su vida. El P. Pérsico recuerda al pequeño Montini, alumno suyo de física y filosofía. Nos da de él esta reseña escueta, pero que encaja perfectamente con el Montini que hoy es Pablo VI: «Tenía sorprendentes dotes de escritor, una elocuencia concreta, en la que llamaba las cosas por su nombre, plenamente antirretórico. Yo no era su profesor de literatura, pero él me traía sus artículos para que los corrigiera y los pusiera en nuestro periodiquillo. Habría sido un gran periodista, y tenía un gran maestro en su padre». Efectivamente, ya despuntaban sus cualidades de di rector nato, líder juvenil, con una fe casi religiosa en la letra impresa. En Brescia, perteneciendo a la asociación juvenil «A. Manzoni», ingresó en la redacción de un pe riódico estudiantil titulado «La Fionda» del que era asiduo colaborador. Sus artículos son claros. Tiene algo que decir y lo dice de un modo lacónico, voluntarioso, rectilíneo. Son artículos de un joven, pero que reflejan una madurez impropia de su edad. Amigo de las ideas y de los criterios, los lanza de un modo nervioso sin perderse en vaguedades ni fiorituras. Como lider juvenil, organiza un círculo de muchachos que llama pomposamente «Compañía de San 35 Luis». Compañía efímera que dura tan sólo el breve tiem po que duró Montini como director y jefe. Buscaba algo: Influir con sus ideas en una sociedad que él veía desvitalizarse paso a paso. Pablo VI no olvida estas primeras enseñanzas recibidas de los jesuítas, ni la influencia que los Padres de la Com pañía habrían de tener en su vida. Recién elegido Papa, el mensaje al P. General de la Compañía de Jesús, dice entre otras cosas: —«Permítanos, además, expresarle nuestro agradeci miento personal por el bien que recibimos, a su tiempo, en nuestra formación en el Colegio Cesare Arici de Bres- cia, y en los cursos que seguimos en la Universidad Gre goriana, como también en los múltiples contactos con hombres de vida interior y de sólida cultura, pertenecientes a la Compañía». Y haciendo tesis, estilo muy montiniano, de algo que él ha palpado en su vida, añade a continuación: —«La vida espiritual y la solidez de cultura en todos los campos del saber, son, en efecto, puntos salientes y fundamentales del apostolado de los Jesuítas en todo el mundo». Recuerdo memorable de sus primeros años, es el día 6 de junio de 1907. Con diez años, edad prematura si se considera la costumbre de la época, hacía Juan Bautista Montini, su primera comunión. En la vida de todos los niños, es este día una página brillante de fervor y devoción. Y hemos de suponer con fundamento, que para el niño Juan Bautista, ya más que entrado en el uso de razón, sería un día de íntima alegría y de sinceros propósitos ante Jesucristo. Unos días más tarde, el 21 de junio, como queriendo reafirmar de un modo total su entrega a Jesu cristo, recibe la Confirmación. El Sacramento de los mi litantes fue para Montini un afianzamiento positivo y trascendental en su vida de influencia social como cris tiano. Administrada por el obispo de Brescia Monseñor 36 Giacomo Pellegrini, constituye el arranque oficial de la entrega de Montini al servicio de la defensa de la Iglesia Vinieron los años de adolescencia y juventud que he mos de suponer similares al común de los adolescentes. Un nuevo brotar de las pasiones en contraste con un gran idealismo frente a la vida que empieza. Montini tuvo en estos años difíciles de todas las vidas, la ayuda eficaz y siempre recordada de la Virgen. Fue Congregante Mariano y este título «suscita en nuestro espíritu un noble recuer do... lleno de afecto y religioso reconocimiento». El joven Montini con su medalla sobre el pecho supo mantener el rumbo en esta edad de vaivenes. Ya en el Solio Pontificio, en su alocución a los Congregantes Ma rianos, queda prendido en el eco lejano, idealista y ardo roso de su juventud. «¿Qué es lo que los hombres, y sobre todo, los jóve nes buscan en la vida? Buscan la belleza, la grandeza, la alegría, el amor. En María encuentran esta plenitud». En 1916 da Juan Bautista su último examen. Algo así como un examen de reválida que pondrá cumbre a su bachillerato superior. Tiene 19 años. Notable rectitud de juicio, carácter equilibrado y voluntad indomable. El bri llante examen le abría de manera simbólica las puertas de la juventud. Hay que destacar ya en estos primeros años de su vida, dos predilecciones de consecuencias fecundas: Su amistad leal y su afición a la montaña. Gustaba de la conversación sencilla con un grupo de amigos y era sumamente sensible a la ingratitud de los que un día creyó amigos. Más intelectual que afectivo, buscaba en la amistad el intercambio de ideas, la discusión de criterios, y en el fondo quizás, un instinto de magisterio que gusta de influir y transvasar en otros su propia ideo logía. Amaba la montaña porque sí, porque tenía alma gran- 37 de y gustaba de horizontes dilatados; porque el silencio de las cumbres le ayudaban a pensar sobre tantos proble mas de su vida incipiente. Amaba a la montaña, el bosque, la pradera, porque encontraba con ellos una sintonía y salía enriquecido con su trato. De aquí le vienen a Pa blo VI su rectitud, su claridad diáfana, la jubilosa seriedad interior..., como el hayedo umbroso... como el lago terso, y aquellos riscos altivos. Por eso fue feliz, porque tuvo cumbres y bosques, por que tuvo amistad noble, y porque, con todo esto, su vida iba creciendo pujante, en plenitud, sin amputaciones ne fastas, y porque potenciaba hasta el límite las cualidades más nobles de un hombre que nacía a la vida. Yo le he visto, en esos sueños que tenemos los hom bres, como un adolescente que escala con jadeo una cumbre y allí se sienta, codos sobre las rodillas, cabeza entre las manos, y reflexiona largamente sobre la vida y su vida. Con el ritmo inspirado de un poeta moderno, Carlos Bousoño, mis sueños toman forma: Yo he visto un puro adolescente claro en la tarde, frente pálida. Amaba el mundo, las colinas las altas aves, la distancia, la luz, el viento, las estrellas: frutos que al aire se doraban. Yo lo vi a veces hondo y triste bajo la tarde serenada, viendo el poniente que encendía una inasible paz lejana. En el ocaso quizá el rostro puro de Dios se iluminara. Tal vez el fondo del misterio Tal vez un sueño en luz alada. Pero yo he visto su figura que al horizonte caminaba. 38 Después el diálogo con el Padre, el Dios de las mon tañas brota espontáneo: —Señor, es preciso renovar el mundo. Transformar esas vidas, dignificarlo todo. Un silencio denso. Todo escucha estático, y junto a la petición el deseo: —Dame una vida enérgica y noble. Una vida en ten sión por una causa grande. Pero son sueños... que solo Pablo VI puede saber si fueron realidad. Realidad es, que en este año de 1916, Dios le habla, y como antañoen el Evangelio le dice: —«Ven y sigúeme». 39 IV.—Juventud "Que no nos dio Dios un espíritu de timidez, sino de fortaleza, y de caridad, y de templanza". SAN PABLO 19 años y una respuesta absoluta a la llamada de Jesús: «Dejadas sus barcas, le siguieron». ¿Qué dejó el joven Juan Bautista? Lo dejó todo por que cuando se tienen 19 años, una inteligencia privilegiada y una estirpe noble, se tiene todo el mundo. Con esta decisión empieza Montini su juventud. Aquel verano lo pasó en parte en Verolavechia, y hay una escena que merece destacarse por su lozana simpatía. Conversaba Montini con un grupo de amigos, entre los que se encontraba el hoy arcipreste de Farsengo, Don Luis Benassi. Hablaban y reían con bullicio ajenos a toda conversación trascendente, cuando la abuela de Don Luis, locuaz y desenvuelta, ya con 92 años, dijo volviéndose al grupo: 41 —«¿No lo sabéis?» Atienden todos espectantes. —Mi Gigi (nombre familiar de su nieto), quiere estu diar sacerdote. Todos han quedado serios, y miran al interpelado que se ruboriza un poco. La anciana continúa: —Pero, ¿qué hacer? Nosotros no podemos. Juan Bautista interviene: —«Abuela Margarita, siempre hay que contar con la Providencia». Después el grupo vuelve a sus comentarios y sus risas, y Montini aprovecha un momento para decir, en un aparte, a Luis: —Prepárate cuanto antes, que marcharás pronto a Brescía. Y con sordina en la voz y un brillo de entusiasmo en la mirada, añade: —También yo quiero estudiar para Sacerdote, pero no lo digas a nadie. Don Luis Benassi fue así el primer confidente de la vocación de Montini. Añade el Sacerdote con cierto orgullo: —Pude entrar en el Seminario antes aún que el actual Pontífice. En su familia la decisión del joven Juan Bautista no sorprendió, ni se le opuso dificultad mayor para que in gresase en el Seminario. Había con todo una dificultad innata: Su débil complexión física. La vida en el Seminario es dura, y requiere una disci plina y un control, unos horarios que hubieran puesto en peligro la vida de Montini. Y lo que en principio parecía una dificultad, se convirtió al fin, gracias a la comprensión de un hombre, en una ventaja. El Obispo de Brescia, Monseñor Jacinto Gaggia, se avino a permitir que el joven Montini hiciese sus cursos como alumno externo. Fue así 42 como se salvó una vocación que tanta influencia ha tenido y tendrá en la Iglesia. Nunca los grandes hombres han sido legalistas, hipercríticos de la letra muerta; y la vida nos demuestra a cada paso los ubérrimos frutos que dan las excepciones, cuando nacen de una comprensión hu mana, tangible del hecho concreto. No se pueden legalizar las almas... Algo digno de apuntarse. En la vida de Pío XII hay un momento paralelo a éste de Pablo VI. El joven Eugenio Pacelli, convaleciente aún de una incipiente tuberculosis, debería abandonar el seminario por orden facultativa. Interviene el Papa, León XIII, directamente y se permite que siga como externo. Único externo, por excepción, en los cuatro siglos de vida del seminario Capránica. Un dato más para ejemplo de aves truces que ocultan la cabeza bajo el ala de la costumbre por temor a sentar precedentes. ¡Benditos precedentes! El joven seminarista Montini vivía en el mundo. El contacto directo con la sociedad, le dio un sentido realista de la vida, que jamás ha perdido; y la falta de disciplina y control externo, le hicieron un autodidacta ávido de for mación. Desde estos años arranca su afán por el estudio, su insatisfecho deseo de lectura, su coraje y tensión para todo lo que sea labor intelectual. Apasionado por los libros. Siempre le gustó leer, y yo pienso que ese amor al bosque y a la montaña que hemos destacado en su infancia, era también amor a la lectura que llenaría muchas horas de esos silencios campestres. Todo esto, le colocó en un eminente pedestal intelec tual, y sus exámenes en el Seminario fueron siempre emi nentes. Como otro Pío XII siempre ocupó los primeros puestos. Pero lo más importante en este periodo de su vida fue su formación espiritual. Montini era inteligente y por eso comprendió desde el primer momento que importaba sobre todo ser eminente en la santidad. Era un alma dispuesta 43 para grandes ascensiones, pero además la providencia le deparó un hombre que impulsó de un modo eficaz los deseos fervientes del joven seminarista. Monseñor Moisés Tovini fue su profesor de Teología Dogmática, y sobre esto fue su orientador y director espiritual. Monseñor Tovini, cuyo proceso de beatificación está introducido, era un alma profundamente humilde y entregada a los designios de Dios. Montini con su trato depuró más y más ese instinto de lo sobrenatural, y conformó su vida según los criterios del Evangelio. Sería inmensamente interesante sorprender un diario espiritual de este joven que en la plenitud de su energía física e intelectual se entrega sin reserva por el camino de la santidad. Alma generosa que comprendió la importancia de dejar hacer a Dios en su vida. Cinco años escasos de formación sacerdotal le capa citaron a Juan Bautista Montini para subir las gradas del altar. Fueron cuatro años que sin duda estarán en la me moria del Papa entre los más felices de su vida. Años de formación intelectual y sobre todo espiritual que hicieron de Juan Bautista Montini, un nuevo sacerdote de Jesu cristo. Solamente los seis últimos meses, llegó a vestir el traje talar. Hasta entonces fue siempre, el elegante y aristocrá tico joven Juan Bautista. Con el recuerdo de estos años en el corazón, dijo siendo Cardenal: —El seminarista no es un desertor, un secuestrado, un solitario, un tipo raro. El seminarista es un campeón. 44 V.—Sacerdote "Reaviva la gracia que está en ti por la imposición de mis manos". SAN PABLO «Todas las personas que han conocido íntimamente a Monseñor Montini, escribe Georges Huber, están de acuer do en una cosa: Es ante todo un sacerdote». La Catedral de Brescia lucía sus mejores galas. Luces y flores desbordaban el altar. Una pleamar de afecto con tenido llenaba el templo en las personas de familiares y amigos. Un día inolvidable en la memoria de los hombres. Eterno para los designios de Dios. Día 29 de mayo de 1920. Juan Bautista Montini era ordenado sacerdote. Cuando el Obispo Monseñor Gaggia en nombre de Dios le trans fería el sacerdocio eterno, aquel joven alto, pálido, de andar pausado y mirada tersa, sintió un escalofrío inmenso tan sólo comparable a aquel momento en que años des pués en la Capilla Sixtina oía las palabras del Cardenal Tisserant: «¿Aceptas la elección?». Su vida siempre en ascensión, comprendió en aquel 29 de mayo que todo en él, se había transformado. Había sido un paso gigante hacia la Santidad porque había sido un paso audaz hacia Dios. 45 Sus padres y hermanos siguieron con emoción y con lágrimas las solemnes ceremonias de la ordenación, y cuan do después besaron sus manos ungidas, también compren dieron que todo en él, se había transformado. Desde este momento Montini es Sacerdote. Sacerdote para siempre y siempre Sacerdote. Jamás olvidará los grandes deberes que nacen de esta sublime dignidad. En medio de sus ocupa ciones de curia, entre sus especulaciones intelectuales, en su vida de diplomático y de hombre de negocios de la Iglesia, siempre hay un margen amplio y cálido para su ministerio sacerdotal. Su misa diaria será como la misa de un neosacerdote perpetuo que tiembla por primera vez al tener a Dios entre sus manos, y sus confesiones irán siempre cargadas de una cordialidad paterna muy ajena al frío maquinismo. Inter medio entre Dios y los hombres no olvidará nunca su posición en cruz, para que sus brazos extendidos sean viaducto de las gracias del cielo. Sacerdote para siempre, y siempre Sacerdote. Y su madre besa sus manos y com prende que su hijo ha pasado ya la frontera. Lejano de los hombres estará más cercano a susmiserias. Desde la otra ladera podrá alargar la mano sin mancharse y sacar de ese fango... ¿Quién le dijo a Montini que acertaba? ¿Quién le enseñó a Montini que ese era el camino para redimir al mundo? Al mundo no le bastan las frías teorías abstractas, las huecas especulaciones sin contenido espiritual... La Igle sia es ante todo, la Iglesia de los misterios, de los sacra mentos... La Iglesia de la gracia y del Espíritu Santo. Montini fue un privilegiado del espíritu, y por eso com prendió que antes que nada era Sacerdote. Días después celebra su Primera Misa. Hay una serie de detalles curiosos que conviene destacar, porque son cla ve para comprender la rica personalidad compleja de Pa blo VI. 46 Escogió para celebrar su Primera Misa, el Santuario de Nuestra Señora de las Gracias. Era la prueba patente de su filial devoción a la Virgen. Devoción que siempre le ha acompañado y por eso pudo declarar en su primer mensaje: «Que a Ella confía desde sus inicios todo su Pontificado». La Virgen Nuestra Señora, fue la madrina de su sacer docio nuevo. A sus pies celebraba su Primera Misa, y esa actitud de plegaria mañana ha sido constante en Pablo VI. Cuando, Cardenal Arzobispo de Milán, pasó la Virgen peregrina, Nuestra Señora de Fátima, por aquella ciudad, pronunció una alocución vibrante, que encendió el fervor de la multitud. Con laconismo oratorio y como un grito emocionado de su corazón, tuvo esta plegaria que es la mejor demostra ción de su ferviente amor mañano. El Cardenal Montini se dirige a la Virgen como un niño y dice: —«No, no nos bastamos a nosotros mismos. Tenemos una inmensa necesidad de Vos. No os alejéis de nosotros sin haber derramado sobre todos vuestro socorro...». Y como en los años de su limpia juventud invoca a la Virgen: —«Oh María, haced puras nuestras almas, nuestras personas, nuestras palabras, nuestras vidas, nuestros traba jos. Que vuestra dulce imagen nos acompañe y nos proteja siempre». Con emoción contenida, como un grito clamoroso de la multitud de la que El es, su intérprete, sigue así... —«Y ahora, llegado el momento de que nos dejes, te rogamos, como los peregrinos de Emaús... ¡Quédate con nosotros!» El fervor es como una nube que carga ya el ambiente. En muchos ojos hay lágrimas y la Virgen peregrina toma relieve en todas las miradas. Abre sus brazos el Cardenal, y con alusión concreta a dificultades presentes, añade: 47 —«¡Quédate con nosotros porque tenemos miedo de la noche del error, de las contiendas, de las luchas sociales! ¡Quédate con nosotros! Sabemos que si te tenemos a Ti, tenemos a Cristo, y, con Cristo, la esperanza de la vida». El frenesí de la multitud es incontenible. Agita los pañuelos y da vítores a la Virgen. Está patente a todos el amor de su Cardenal a Nuestra Señora... por eso este deta lle de su Primera Misa... en el Santuario de Nuestra Señora de las Gracias. Otro perfil materno digno de anotarse. Doña Judit, alma femenina y sensible, ha encontrado una relación pro funda entre su boda y la Primera Misa de su hijo; por eso se afanó durante meses para que la casulla de su hijo fuese hecha con su traje de novia. Lo intuyen las madres... aque llos tules blancos de un matrimonio santo, se transforma ron en la casulla del hijo sacerdote. Familiares y amigos estuvieron presentes en esta Pri mera Misa y en ese momento siempre solemne en que el nuevo sacerdote da la Sagrada Comunión a sus padres. Pero sea el mismo Cardenal Montini el que nos diga, en bellísimas líneas, qué es el sacerdote. Y vale la pena dejar las aquí transcritas para que sirvan de meditación a los llamados a este santo ministerio y de orientación y guía a todos los católicos. «El Sacerdocio es un servicio social: Es para los demás. Es el órgano del Cuerpo Místico que ha recibido el encargo de distribuirles la gracia y la doctrina. Es una guía sal vadora. Sacerdocio y egoísmo son términos antitéticos. Sacerdocio y caridad son sinónimos. Los apelativos del sacerdote son interminables: Após tol, Misionero, Padre, Pastor, Maestro, Hermano, Siervo y Víctima». La palabra autorÍ2ada del Cardenal Montini nos va a decir ahora, en términos precisos, cuál es la misión del sacerdote: 48 —«La más atrayente y difícil empresa: Formar a los demás, darles un modo de pensar, de orar, de obrar y de sentir: Esta es la misión del sacerdote. Por eso ha de po seer una capacidad extrema de distinguirse y de confun dirse, de influenciar y de esperar con paciencia, de hablar y de escuchar». Después añade unas frases que parecen una autodefi- —«Es luz, es sal. Elemento activo, operante; penetra nición: en las almas, con infinita reverencia para liberarlas, para aliviarlas de sus pesos, para compaginarlas en la unidad de Cristo. Es un artista, un obrero especializado, un médico indispensable, introducido en las sutiles y profundas feno menologías del espíritu: hombre de estudio, hombre de palabra, de gusto, hombre de tacto, de sensibilidad, de finura, de fuerza...» Antes de ser palabra ha sido vida en el Cardenal Mon tini este fragmento que acabo de transcribir. El es este hombre, de estudio, palabra, gusto, tacto, sensibilidad, finura, fuerza... El es el sacerdote ejemplar que ha com prendido que una misión le fue impuesta un día solemne: Ser Sacerdote para siempre. Es difícil ser sacerdote. Requiere estar en vilo, el alma tensa, montando esa guardia infinita a la llamada de Dios. El Cardenal Montini lo comprende y añade: —«El Sacerdote es todo esto en la sencillez de la ver dad, en la humildad del amor, sin ficciones artificiales, sin timideces viles. Con un único temor en todo caso: El de ser o aparecer interesado, el de recibir sin dar, el de man dar sin servir... El hombre ya no es él; es un instrumento, es un órgano. La Iglesia lo posee. El Sacerdote es el hom bre de la Iglesia; es su ministro; él guarda y distribuye su doctrina; descubre los tesoros de su gracia y los derrama sobre las almas. Entona la alabanza para que el pueblo se una en coro...» 49 Y termina dando estas ideas sobre el arte del Sacer dote: —«El arte de profesar las doctrinas más elevadas y más universales, y de saber, en virtud de esas mismas doctrinas, inclinarse sobre cada uno de los sufrimientos humanos, sobre el pobre, el huérfano, el culpable v el des esperado, es aún ahora estimado como el arte más propio para dar a la humanidad de los tiempos nuevos, un sentido auténtico de vida, de nobleza, de esperanza: Es el arte del sacerdocio». La cita ha sido larga pero inmensamente interesante. Importa sobre todo recalcar esta faceta sacerdotal en la vida de Pablo VI. Si esto no entendemos no habremos en tendido lo más fundamental de su persona. Pablo VI es ante todo Sacerdote. Cuantos se han acer cado a su persona lo han comprendido al instante. La «Voz del Pueblo» semanario de Brescia, bosquejaba así al nuevo Cardenal de Milán: «Es sobre todo Sacerdote, hombre de Dios, un hombre de profunda piedad, de alta espiritualidad, de un ascetismo austero y viril. Un hombre que aún en medio de los asun tos diplomáticos y políticos, no ha apagado nunca la llama del celo apostólico. Gran alma sacerdotal, digna de subir a la sede de San Ambrosio y de San Carlos Borromeo, y de suceder al Cardenal Schuster, el Cardenal de la oración, y al Cardenal Ferrari, el Cardenal de la juventud». La vida de Juan Bautista Montini a sus 22 años, el 29 de mayo de 1920, sufrió un cambio sustancial: Sacer dote para siempre. Por eso entre los primeros actos de su Pontificado, está la alocución y la audiencia al clero romano. En su fotografía de misacantano, sobre un rostro que no ha perdido aún los rasgos del adolescente, se abren unos ojos claros y grandes, de mirada segura. Los labios compri midos le dan un aire voluntarioso y seguro. Ya sabe c' camino. 50 VI.—Formación integral "Corred de tal modo que alcancéis el premio. Y todo el que toma parte en el certamende todo se abstiene y ellos, al fin, lo hacen por obtener una corona que se marchita: mas nosotros, una que no se marchita. Yo, pues así corro..." SAN PABLO Para un joven como Juan Bautista Montini, Sacerdote a los 22 años, el apostolado directo intensamente ejercido desde el primer momento, es una tentación. El fervor a presión pide entregarse a las almas. Pero una reflexión pausada y un consejo prudente y hasta, si es preciso, un mandato drástico del que puede hacerlo, es el modo de evitar esa tentación. Esto le pasó a Montini. Su Obispo tenía planes muy concretos sobre él. Conocía sus grandes cualidades y no estaba dispuesto a que un elemento de tal categoría se malgastase en pocos años por lanzarse a un apostolado de resultados más aparentes que reales. 51 Todo apóstol ha de controlar su apostolado, según unas normas de razón. En nuestro caso el Obispo decidió que pasado el verano Montini emprendiese el camino de Roma para perfeccionar sus estudios. Tenía ya el doctorado en Derecho Canónico con una tesis doctoral presentada y de fendida en la Facultad Pontificia de Milán. En Roma le esperaban otros doctorados. Ya muy concluido el verano, el sacerdote Don Bautista, como todos le llamaban, preparó sus maletas y emprendió el camino de Roma. Llega a Roma este joven barbilampiño. Uno más de los muchos que vistorean la urbe. Delgado, pálido, nervio so por la novedad. El alma remansada asomándose a los ojos muy abiertos y un fuerte bataneo en el corazón. ¿Qué pensamientos, qué ideales afloran en su espíritu? ¿Qué blancas mariposas sueña su fantasía de joven? Por que no nos figuremos a un Montini con la plúmbea sensa tez de un jubilado. El empieza su vida. El sabe que ha dado un paso importante. Lo presiente. Años después, ya Papa, dirá hablando a los estudiantes eclesiásticos de Roma: «En Roma todo hace escuela: la letra y el espíritu. Cómo se piensa, cómo se estudia, cómo se habla, cómo se siente, cómo se actúa, cómo se sufre, cómo se ora, cómo se sirve, cmo se ama. En Roma todos los momentos de la vida tienen una irradiación». Deseoso de formación y sabedor de sus fuerzas de inte ligencia y constancia, se matriculó simultáneamente en la Universidad Gregoriana para cursar estudios de Filosofía, y en la Universidad Civil de Roma en la facultad de letras en la rama de Filología clásica. Fue un curso ardoroso. Alumno del Colegio Lombardo, situado entonces en la Vía del Mascherone, aquel sacerdote espigado, de andares rápi dos, intenso siempre, iba y venía de unas clases a otras. Estudiaba mucho. ¿Quién podrá contabilizar sus horas de estudio? Su cuarto ordenado, limpio, bloques y bloques de 52 libros en los estantes, era su refugio. Sobre la mesa un crucifijo y decorando sobriamente las paredes unas pinturas de la Virgen, algún Cristo devoto... y unas fotos familiares. Aquí, en el estudio intenso, labró la primera piedra de su pedestal. Horas de trabajo que preparan horas de triunfo y le prestan realidad y consistencia. Fue un año escaso que dio por resultado unos exáme nes brillantes. Vacaciones en casa y de nuevo a Roma para un nuevo curso que suponía normal, pero... Ya muchos se habían fijado en él. Es de esos hombres que llaman la atención por donde pasan: Su rectitud, su espíritu de trabajo, su cordialidad sin estridencias, su vida ordenada... Todo hacían de Don Bautista, el hombre des tacado del que se esperan grandes cosas. Un día Monseñor José Pizzardo, entonces sustituto de la Secretaría de Esta do, mandó llamar a Don Bautista. Le sorprendió algún tanto esta llamada a nuestro joven sacerdote; y más cuando oyó de labios del eminente purpurado este consejo que fue casi un mandato: —Don Bautista, ¿por qué no se orienta hacia la Aca demia de Diplomáticos Pontificios? Quedó sorprendido el joven sacerdote y un interro gante se habría en su mirada. Monseñor Pizzardo, añadió en tono afirmativo: —Le bastaría ampliar sus estudios canónicos. Vaya a la Academia. Montini ha comprendido que una nueva orientación se ha impuesto en su vida. Como él mismo ha contado tuvo aún un intento de suave forcegeo. Fue un amago de defensa: —Pensaba yo dedicarme a estudios de carácter espe culativo... Monseñor Pizzardo cortó rápido: —Sí, hombre, sí. Aquí lo encontrará todo. —Pero... 53 Pizzardo detiene en germen la objeción. Experto de la vida, con muchas horas de vuelo, como el viejo pescador de Hemingway no se aferra y suelta un poco el sedal, pero no suelta la pieza: —Aquí tenemos muchas cosas. Mire, ha sido creado cardenal monseñor Galli, gran latinista. En él encontrará usted un excelente maestro. «Pero luego no se habló más de estudios literarios y mi camino se orientó hacia trabajos jurídicos y diplomá ticos». En estos estudios invirtió Don Bautista dos años de su vida en la Academia Pontificia de Nobles Eclesiásticos, instituto destinado a la preparación de los diplomáticos de la Santa Sede. Montini recordará años después aquel día «en que atra vesé el umbral de la Academia con gran inquietud, vaci lante, perplejo». No hay oratoria en estos tres epítetos. El viraje había sido muy brusco. Los sueños puramente pasto rales de Montini parecían esfumarse ante la concreta realidad de una vida orientada hacia la diplomacia. La caricatura de una falsa diplomacia, burguesía de ar chivo y papeleo, hipocresía del gesto y la palabra, creó, con fuerza fantasmal, en la mente del joven sacerdote la inquie tud, la vacilación y la perplejidad. Aquí empezó Montini a reflexionar sobre el auténtico sentido de la diplomacia en la Iglesia, hasta lograr decantar esta definición de la diplomacia: —«Es el arte de crear y conservar el orden internacio nal, es decir, la paz. El arte de instaurar relaciones humanas, razonables, jurídicas, entre los pueblos... no por el camino de la fuerza, sino por medio de una clara y responsable reglamentación». A esto ya valía la pena dedicar una vida. Pizzardo fue para Montini el orientador de su vida y el que siempre le apoyó en un espíritu legítimo de promo ver a los mejores. Unos años después, ya Papa, no tendrá 54 reparo en reconocerlo y proclamarlo en la visita a la cate dral de Albano: «El, personalmente, fue quien desvió el camino de mi vida, encaminado a mi diócesis de origen; él me dijo: per manece en Roma, contribuyendo así a madurar el destino de mis pobres años en la tierra e influyendo en la realiza ción del encuentro que estamos ahora celebrando». El Papa le manifestó su inmenso agradecimiento. To dos los católicos hemos de agradecer al Cardenal Pizzardo que haya hecho posible la presencia de Pablo VI en el papado. Si es un deber derribar el pedestal de los ineptos, lo es en mayor grado apoyar a los hombres eminentes que con su vida y actuación pueden influir benéficamente. Esta fue la noble actuación de Pizzardo. Pero la formación completa del hombre exige un com plejo de cualidades, además de la intelectualidad. No basta trabajar con ideas en el silencio de un archivo o bajo la lámpara de un despacho. Es preciso saber llevar esas ideas a la vida, vincular la inteligencia a la acción. En este sen tido, el año 1923, exactamente en el mes de mayo, la for mación integral de Montini da un viraje fundamental: Es enviado a Varsovia como agregado a la Nunciatura Apos tólica. Esta nueva orientación, fue obra también de Mon señor Pizzardo, deseoso de potenciar las cualidades todas de este joven. Aquí empieza su vida de diplomático, de actividad social y política, al servicio de la Iglesia. En Var sovia está a las órdenes del Nuncio Apostólico Monseñor Aquiles Ratti, que años después sería el Papa Pío XI. Sus grandes cualidades intelectuales y morales, junto con un carácter reservado, prudente, austero... hicieron de Don Bautista un gran diplomático. Desde este momento, su estrella no dejará de ascender, iluminando cada vez más y mayores horizontes. Unos meses tan sólo en Varsovia, porque la saludde Montini se resiente, y de nuevo a Roma, siempre bajo el patrocinio orientador de Monseñor Pizzardo. 55 De nuevo en la Academia, los estudios del año escolar 1923-1924. Ya en octubre de 1924 entra Montini a pres tar sus servicios de un modo permanente en la Secretaria de Estado. Era el primer paso oficial en el Vaticano. El año 1924 fue para Montini un año complejo, pero un año de síntesis. Nombrado consiliario del Círculo Uni versitario Católico Romano, en trato con altos personajes de la Curia Vaticana, todavía sacaba tiempo para dedicar muchas horas al estudio y a la lectura. Durante estos años, con una constancia ejemplar en el estudio, ha conseguido doctorarse en Filosofía y Teología. El tiempo fue el enemigo número uno de Montini. Tenía demasiadas cosas que hacer, podría hacerlas si el tiempo no fuese inexorable. Ya Pontífice tiene una evocación a estos años: «El recuerdo de los breves años, durante los cuales, Nos, primeramente como discípulo, y como profesor des pués frecuentamos el Apolinar del que surgió esta Univer sidad Lateranense, que aunque no nos tienta de vanidad, nos evoca con imágenes tranquilas y reposadas ese empeño de nuestra humilde vida... el estudio y las clases. Por pre valecer otros deberes no pudimos realizar nuestro progra ma... pero las primeras e inocentes ilusiones no se olvidan y motivan por ello ahora su nostálgico recuerdo». Hemos hablado repetidas veces de su delicada salud. Podemos añadir como subrayando un dato revelador. Cuando fue llamado a Brescia para ser tallado con su quin ta del 97, Bautista daba la talla y la sobrepasaba, pero su salud era tan delicada, que fue rechazado para el servicio militar. Sin embargo, por el deseo de hacer bien y alternar con la juventud universitaria, de la que era consiliario, empezó a participar en sus fiestas y competiciones deporti vas, en sus reuniones siempre agitadas, y aún en las gro tescas carnavaladas de fin de curso. El resultado fue un robustecimiento progresivo y considerable en su salud, que 56 le permitirá desarrollar desde ahora jornadas de veinte horas sin demostrar fatiga. Su estilo, tanto oratorio como literario, adquirió este año ya un sesgo definitivo. Sus charlas y sus artículos a la juventud universitaria, imprimieron en su estilo un cuño muy personal. Nada de hojarasca y perifollo. Sobre una base recia de ideología, el armazón escueto, moderno y breve, de unas ideas lógicamente ensambladas. Hizo propio el consejo que, en versos tallados, dio Unamuno: «Mira que es largo el camino y corto, muy corto, el tiempo; parar en cada posada no podemos. Dinos en pocas palabras, y sin dejar el sendero, lo que más decir se pueda denso, denso». En cierta ocasión, siendo ya sustituto de la Secretaría de Estado al servicio de Pío XII, se presentó un joven escritor de L'Osservatore Romano. Traía un artículo sobre la caridad del Pontífice reinante, que Montini debía revi sar. Coge las cuartillas y va leyendo pacientemente aquel inmenso ensartado de frases huecas y tópicos manidos. Con suavidad en el tono, pero no sin cierta ironía, le dijo al repórter: —Lo encuentro un poco largo ¿no cree? El periodista con voz demudada: —Sí, sí, un poco largo, Monseñor... —A Pío XII le gusta la concisión. Y ya, roto el primer hielo, añade Montini en un tono amistoso: —Demasiada «barca de Pedro» y demasiado «pescador de almas». La gente tiene demasiada prisa y necesita en contrar pronto la sustancia de lo que se le dice. El meollo que se capte sin esfuerzo. 57 Y pacientemente, rehace el artículo que, amputado aquí y allá, ocupó tan sólo media columna. Este estilo directo, sincero, ágil, que es el estilo de Pablo VI, lo aprendió, en estos años, al contacto con la juventud. En resumen: fueron años duros de apostolado y de estudio. Años difíciles de actuación y de silencio; pero fueron, sin duda, años decisivos para la formación integral de Pablo VI. Un hombre que por temperamento hubiera sido un intelectual puro, frío, alejado de la vida, las cir cunstancias le hicieron tomar contacto con la realidad, y produjeron como resultado ese maridaje perfecto que hoy admiramos en Pablo VI: Intelectual para la acción. Hay, por esta fecha, un suceso revelador en la vida de Montini. Un pequeño suceso profundo como un drama de Shakespeare, con el leve chirriar de dos engranes potentes que no encajan. Montini pide colaboración para su obra con los jóvenes a Giuseppe de Luca. De Luca es un joven sacerdote de egregia capacidad intelectual absorto en soledades fecundas. De Luca rehuye amablemente la colaboración y Montini, el intelectual puro que algunos han soñado, le escribe esta carta meditable que transcribo. No es preciso mirar con lupa. Está explícita y formulada reciamente esa lucha inter na que todo hombre de cierta altura ha sentido. La lucha entre la ideología y la acción, entre el frío cientifismo y la pastoral viva. Tiene la carta el resuello sincero, libre de ironías, de un alma abierta y oreada como la meseta castellana. Las palabras son exactas, sin eufemismos blandos. Dice así la carta: «Querido De Luca: Adiós entonces y con inmensa amargura. Valoro y envidio tu tarea, y sólo me apena que apartándola de la nuestra, pobre y mezquina por su estilo y por 58 quienes la realizamos, nos dejes efectivamente pobres y mezquinos. Lo que me duele es tu abandono consciente, no los reproches a la acción considerada de menor categoría y desproporcionada con los ideales. Vosotros juzgáis la acción como guerra de guerri llas, no sabéis descubrir el grito de socorro a que responde. Si mañana nuestra voluntad se pierde en frivolidades, y la milicia católica cae en un epílogo ridículo, no será toda la culpa de los pobres sargentos que desearon y no recibieron auxilio de los cerebros potentes. Quizá nos urge una excesiva prisa, lo cual es peli groso. Pero estamos presionados por la caridad y nuestras deficiencias encontrarán un atenuante en nuestro favor. Cuidad vosotros que vuestra exquisitez no enfríe el amor, ni elimine el sacrificio, ni fraccione el Cuer po de Cristo. Tú escoge los libros, yo quisiera esco ger las almas. Cuando necesite acertar con la manera más eficaz de ayudar a las almas, me refugiaré con el pensamien to y con alguna visita en tu magnífico y provechoso recogimiento. Allí te oiré hablar a los lejanos y apren deré a hablar a los cercanos. Si me compadeces un poco, permaneceré siempre amigo tuyo en el común deseo de amar a Cristo en todas las cosas». Juan Bautista Montini Una carta como esta, basta para definir a un hombre. Montini es un intelectual para la acción. Un hombre eficaz. Porque es evidente que no basta la mera intelectuali dad, ni mucho menos el activismo puro. Es fácil para los inteligentes hacer sus vidas infecundas, por dedicarse a un juego especulativo, que les resulta cómodo; tan fácil como 59 a los hombres de acción el engañarse, pensando que el fruto está en proporción a la energía invertida en las obras. De estos dos escollos se libró el joven Montini, gracias, según creo, a la orientación de Monseñor Pizzardo que consciente de su valía le hizo alternar reflexión y acción. m Vil.—Apóstol de los universitarios "A los jóvenes exhórtalos a que estén sobre sí, en todo, manteniéndote a ti mismo dechado de buenas obras: integridad incorruptible en la doctrina, gravedad, palabra sana, intachable". SAN PABLO Su actuación entre la juventud bien merece que le dediquemos un capítulo aparte. El mismo ha dicho algo sorprendente: —«Los jóvenes me han ayudado a no convertirme en un oficinista apergaminado y frío». El cargo de consiliario nacional de los estudiantes, era un cargo difícil. Exigía mucho tacto, valor, y un celo sacer dotal a toda prueba. El gobierno fascista veía con malos ojos los movimien tos católicos, aun cuando limitasen su actividad a obras religiosas. Aquel Monseñor Montini, llegó a ser una figurapopular en los medios estudiantiles. Aquel joven sacerdote alto, de mirada profunda, que con un lenguaje desgarrado 61 y viril les hablaba de la fidelidad a Cristo, como nunca habían oído hablar. Comprendía a los jóvenes y sabía en tusiasmarles. En su torno, polarizaban los mejores. Tenía una ideo logía que transmitirles y lo hacía. No comprendió nunca el apostolado juvenil como una imposición, ni mucho me nos como una servidumbre a un «cura» que se soporta con el aliciente de un lucro personal y humano. El quería y buscaba a los mejores. Y a esos jóvenes snobistas que hablan de libertad y viven esclavizados, que conciben el apostolado como un juego infantil sin riesgo, que sueñan en manifestaciones y congresos, rebosantes de aplausos pe ro vacíos en realidades... A esos jóvenes que actúan con las almas con poses prefabricados y tópicos de juventud super ficial, les dirá Juan Bautista Montini: —«¿No queréis venir obligados...? Pues venid libre mente. ¿No queréis ser confundidos con la otra gente...? Pues venid por vuestra cuenta. ¿No queréis adquirir com promisos convencionales y retóricos? Pues dad a vuestra fe una profunda sinceridad personal». Esto escribía siendo Arzobispo de Milán, pero es el mismo estilo que usaba en estos años romanos. Estilo di recto. Lucha de frente, sin paliativos. Y el joven que se llama sincero, si además lo es, responde a esta llamada con una entrega incondicional al apostolado por la Iglesia. Juan Bautista Montini ha sido siempre y lo seguirá siendo, un entusiasta de la juventud. El sabe que en ellos está el porvenir del mundo. Son los jóvenes inteligentes, enérgi cos y audaces, los únicos capaces de transformar este caos, y de dar un nuevo ritmo a esta sociedad que espiritualmen- te languidece. En su formación dedicó muchas horas. Conferencias, círculos de estudio, encuestas, retiros, trato personal... Y siempre con una idea fija de iluminado: capacitarles para actuar en la sociedad, al servicio de la Iglesia. Los mejores estaban con él. Hoy son muchos los hom- 62 bres de influencia que deben a Pablo VI el arranque inicial por este camino luminoso y enérgico. En 1925 es nombrado Consiliario Nacional de la Fede ración de Universitarios Católicos Italianos (F. U. C. I.) . Al mismo tiempo se nombraba a Higinio Righetti como presidente. Mano a mano, con instinto de colaboración, llevaron la F. U. C. I. en estos años de efervescente polí tica italiana. Nadie más capacitado para este cargo que Montini. Sus ideas tomaron consistencia al choque con la realidad y se enraizaron en una actividad que no admite cavileos. Era ponerle en la cumbre, para que fuese luz y guía de una juventud que necesita orientación porque viene con impulso. De este año es este párrafo magnífico, índice y resumen de los pensamientos de este hombre: —«Creemos en la mística universitaria, porque quere mos tener una ascética universitaria. Nosotros creemos es to, porque en nuestro trabajo empeñamos una conciencia al servicio de la causa, la gran causa de la verdad que está espiritual y socialmente encarnada en la Iglesia». Este fragmento de un artículo aparecido en la nueva revista universitaria «Studium», fueron la consigna de Montini, su autor. Consigna que realizó con paciencia in agotable. Porque el gran peligro de los que trabajan con la juventud, es el desaliento. Hace falta ser un gran optimista y sobre todo un gran hombre de espíritu, para resistir a la tentación de abandonarlo todo, al contemplar la inconstan cia frecuente en estas edades. Aunque, por su formación personal, gustaba de la selección, pero no cayó en la fácil tentación de cultivar, con ambiente de invernadero, a un grupo muy reducido de selectos. El selecto necesita el contacto con la masa y hasta el roce de los vulgares, cuando está orientado, le depura. Montini los metió, él al frente, en la propia universidad laicista y anticlerical. Ellos tendrían que ser el fermento del Evangelio. En la iglesia de San Ivo, organizó unas misas 63 dominicales de renovado cuño litúrgico. En ella predicaba a los jóvenes universitarios con brevedad y nervio. Su modo de actuar era muy sencillo. No basaba en trucos fáciles su apostolado. Era Sacerdote, mensajero de Dios, inmensamente serio por temperamento. Esto no le impedía «hacerse todo a todos para ganarlos a todos». Compartía sus alegrías y sus diversiones. Siempre serio, no pretendía camuflarse bajo las apariencias de unas carcaja das. Era uno de ellos y se presentaba al natural. Pronto los jóvenes comprendían que aquel sacerdote era un hom bre sin doblez, sincero y rectilíneo, dispuesto a sacrificarlo todo por orientar sus vidas. Hay una fotografía del nuevo Papa, que sin palabras es un slogan de juventud. Ya Cardenal, con sus amplios capisayos, presenció en el Estadio de Milán, una dura com petición ciclista. Después pensó que era correcto y que no descendía de su dignidad al saludar cordialmente a tantos jóvenes allí concentrados. Y vemos al actual Papa sobre un coche descubierto, de pie, el brazo en alto como un cam peón deportivo, que dio vuelta al Estadio saludando a sus hijos. Pero lo más curioso del caso, y esta es la foto de referencia, es que ha sustituido su birrete cardenalicio, con una típica gorra de ciclista. Así disfrazado, está más cerca de todos, como un hincha más del deporte ciclista. Por cierto que sí le sigue gustando el ciclismo, y las pocas veces que ve televisión, lo hace para contemplar a los más afamados ases del pedal. No sé cómo llamarán algunos a esta foto y a estas afi ciones. Me sospecho que habrá para todos los gustos. Para mí queda aquí como una prueba más, tangible y gráfica de un humanismo sano que sintoniza sin estridencias con nues tro siglo XX. —«Si hay algo que pueda llenar de gozo el corazón del Papa y de los obispos, es un pobre cura que rota y sin botones la sotana reúne en torno suyo grupos de jóvenes 64 que juegan con él, estudian con él, piensan en la vida, le quieren y le creen». Organizó con sus estudiantes toda una gran batalla de caridad: Enseñanza de catecismo a los niños, bautismos, regulación de matrimonios, ayuda material por medio de las Conferencias de San Vicente de Paúl, asistencia a los sin trabajo... Les imbuía una mística, y les daba un campo de acción donde pudiesen contrastarla y robustecerla. Ayudó muy especialmente a uno de los barrios más pobres de Roma, el llamado Porta Metronia. Concentró allí todos sus esfuerzos, movilizó a sus estudiantes... hasta conseguir que se destruyeran las miserables chabolas en que vivían tantas familias y fuesen reemplazadas por un barrio de limpios y funcionales edificios que ahora se llama el barrio Appio Metronio. Con el régimen fascista tuvo encuentros bruscos que hicieron saltar chispas. En agosto de 1926 organizó Mon- tini una Convención Nacional de estudiantes en Macerata. Ya desde el primer momento las molestias de los carabine ros fascistas se hicieron sentir impidiendo la normal espan- sión de los FUCINOS. La chispa saltó. Discurría felizmente la asamblea cuando irrumpen en la sala unos legionarios de Mussolini dispuestos a perturbar la sesión. Los primeros intentos de concordia fracasan ante la obstinada mala fe de los legionarios. Sigue un pequeño tumulto, gritos de «abajo los estudiantes católicos», «fuera de Macerata»... hasta que se llega a las manos. Los legionarios actúan con sus porras ante la impasible presencia de la policía local. El joven Montini no se amilana. Jamás soporta la in justicia. Con sus 29 años, sacerdote y responsable, actúa con energía en unos años históricos de temor y riesgo. Acude en persona a denunciar los hechos ante el jefe local de la policía. Era como gritar a una roca. —Recuerde que usted es el responsable de no evitar esta violencia. 65 Lo ha dicho Montini con nervio, vivos los ojos, la frente tensa. El oficial fascista, pasmado ante tanta valentía, le pre gunta: —¿Tú
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