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Vida de Paulo VI

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VIDA DE PABLO VI 
GARCÍA-SALVE, S.l. 
OBRAS DEL MISMO AUTOR 
YO ESTRENE MI JUVENTUD (Edit. El Mensajero). 
VIA CRUCIS PARA JÓVENES (Edit. Hechos y Dichos). 
LA JOVEN QUE DESPERTÓ MUJER (Edit. Studium). 
CIPRÉS DE HOMBRE (Edit. Studium). 
MURIÓ EN RUTA (Edit. Studium). 
ASI PIENSA PABLO VI (Edit. Desclée de Brouwer). 
FRANCISCO GARCÍA-SALVE, S. J. 
VIDA DE PABLO VI 
& 
1964 
Editorial EL MENSAJERO DEL CORAZÓN DE JESÚS 
Apartado 73.—BILBAO 
Imprimí potest: 
J. EMMANÜEL VÉLAZ, S. J. 
Praep. Prov. Loiolae 
Nihil obstat: 
JOSEPHUS VELASCO, S. J. 
Censor Eccles. 
Imprimatur: 
PAULUS, Episcopus Flaviobrigensis 
Bilbai, 5 octobris 1964 
Q Editorial "El Mensajero del Corazón de Jesús" 
B I L B A O 
Depósito Legal: BI-1519-1964 
Núm. Registro: 4876-1964 
IMPRENTA ENCÜADERNACIONES BELGAS.—BILBAO 
«Habéis dado a la Iglesia 
un hombre 
que posee todas las cualidades en grado eminente». 
Pío XII 
«De haber estado usted en el Conclave, 
el Papa seria usted». 
Juan XXIII 
A Seve y José Ramón, 
matrimonio feliz y padres ejemplares... 
de vuestro hermano. 
COMO SI FUESE UN PROLOGO 
"Para que sepáis también vosotros 
mi situación, qué es lo que hago, 
todo os lo hará saber el hermano 
querido y fiel ministro del Señor, 
a fin de que estéis al cabo de nuestras cosas 
y que conforte vuestros corazones". 
SAN PABLO 
...para decirte, sin retórica, que el primer fruto de esta 
vida de Pablo VI ha sido mi propia persuasión en la 
valía excepcional de este Papa. Algo ya vislumbraba 
cuando empecé a escribirla, pero al contacto con do­
cumentos, testimonios, realizaciones, anécdotas y, so­
bre todo, con sus ideas y criterios, me he persuadido. 
...para animarte, sin peternalismo, a que leas con fre­
cuencia esta vida del Papa, leerla en familia, a los 
jóvenes... leerla muchas veces, hacer que otros la 
lean, y que crezca en todos el amor grande que deben 
tener los cristianos al Vicario de Jesucristo. 
...para agradecer, con gozo, la desinteresada y pronta 
cooperación de los PP. Enrique Larracoechea y José 
Ramón Arrizabalaga. 
Termino de escribir estas líneas en el Palacio de los 
Borgias, la familia española sin duda más vinculada 
al Pontificado. 
Gandía, 17 de setiembre de 1963. 
11 
P R O L O G O a la segunda revisión 
Demoras justificadas hicieron que esta Vida de Pa­
blo VI, dispuesta ya para la imprenta, retrasase un año su 
salida. No fue un tiempo baldío. Múltiples anotaciones 
perfilaron el texto y se enriqueció con nuevos capítulos 
interesantes para poner al día la historia. 
Es palmario que después de mi libro Así piensa Pa­
blo VI (1) me bastarían muy pocas horas para salpicar 
esta vida con citas de sus discursos y apuntalar así muchas 
de mis opiniones; pero creo que esto sólo serviría para 
alagar a unos cuantos hipercríticas y para cansar a todos 
los lectores. No vale, por tanto, la pena (2) . 
Además, las aglomeraciones son siempre peligrosas, 
hasta en literatura. La farragosa acumulación de datos 
(1) Con un prólogo del Cardenal Bea. Editorial Desclée de 
Brouwer. Bilbao, 1964. 
(2) Hago mías las palabras de Emil Ludwig: "Nosotros, los 
ilegítimos, que vivimos en la anticuada concepción de que escribir 
es un arte, del cual nadie sufre examen oficial, hemos advertido 
la coquetería de las anotaciones al pie, que cuelgan como un peso 
muerto y sólo dificultan la marcha de la lectura, descubriendo, 
por lo tanto, una impotencia en el constructor" Perdón por ésta 
mi segunda y última nota. 
13 
llega por ahogar al biografiado. Procuré siempre que ni se 
deformase la figura de Pablo VI por un placer infantil de 
pintarlo todo en primer plano, ni perdiese brío la corriente 
vital por estancarla en demasía con pormenores nimios. 
Quede así por ahora en espera de nuevas ediciones a 
las que habrá que añadir, sin duda, actuaciones importan­
tes de Pablo VI. 
Gracias a cuantos hicieron lo posible por retocar mi 
obra. Gracias incluso a los que hicieron lo imposible para 
que firmase estas líneas en plena Sierra Morena. 
Córdoba, 13 de julio de 1964. 
14 
PARTE PRIMERA: 
Infancia y formación 
I.—La encrucijada y el hombre 
"Vaso de elección es éste para mí, 
destinado a llevar mi nombre 
delante de las naciones y los reyes 
y los hijos de Israel". 
HECHOS DE tos APÓSTOLES 
¿Quién es este hombre que aclamado de la multitud, 
sobre la silla gestatoria, bendice y sonríe? 
Es alto, de mirada serena, majestuoso en las formas y 
sobrio de ademanes. Mirada fría, pero con un rescoldo 
entrañable de amor. Algo le arde dentro. Ascético y enjuto 
como aquel Pío XII siempre recordado, de palabra cálida, 
paternal y bueno como el Papa Juan a quien todos llo­
ramos. 
¿Quién es este hombre, que en el ápice de la gloria 
humana, sobre un mar de cabezas reverentes, pasa sencillo? 
La figura de Juan Bautista Montini, Pablo VI, desde 
la histórica mañana del 21 de junio, es de una talla rele-
17 
vante. Es uno de esos hombres que sólo la gubia de un 
Berruguete o el escoplo de un Miguel Ángel, es capaz de 
esculpir. Es de esos hombres gigantes que pasan por la 
vida con una estela luminosa y limpia, destacando entre la 
vulgaridad mediocre de los hombres. 
Pablo VI es, para nosotros los católicos, el Papa, «el 
dulce Cristo en la tierra». Como hombre y sobre todo 
como Papa, tiene su vida el atractivo entrañable de algo 
muy nuestro. Es la Cabeza visible de la Iglesia. 
Urge, con urgencia de amor, conocer la historia del 
Papa. 
Es necesario conocer para amar. 
A raíz de su elección, la prensa, radio y televisión, nos 
dieron múltiples aspectos de su vida. Proliferaron aquí y 
allá, anécdotas simpáticas que ponen de relieve la grandeza 
de este hombre. Un año de pontificado orienta. Me bas­
tará por eso recoger aquí, de un modo ordenado y sintó­
nico, cuanto he leído disperso en muchas partes; presentar 
la figura del Papa en todo su relieve espiritual y humano. 
Escribo con el placer de mostrar una gran figura. 
Estoy persuadido, y creo firmemente no equivocarme, que 
nos encontramos ante un hombre de una talla excepcional. 
Un hombre que ha de llenar el gran hueco dejado por los 
dos Papas que le precedieron. Un hombre que ha de saber 
llevar a la Iglesia, en un mundo difícil y torturado, por 
los caminos de la verdad, la justicia y la caridad. 
Pablo VI un hombre enérgico y a la vez dulce; un 
hombre de avanzada, de vanguardia y a la vez prudente y 
cauteloso; un hombre intelectual, amante de la lectura y 
del estudio y, al mismo tiempo, activo, de ritmo enérgico 
y vital. Un hombre a quien su vida pública y privada han 
definido en una postura rectilínea y clara. Los ojos de 
muchos estaban puestos en Él. Hoy todo el mundo le con­
templa. Una pausa de expectación se abre interrogante ante 
su persona. 
18 
Calmados ya los primeros fervores, pleamar de afecto 
masivo, es la hora de pulsar una vida sin el jadeo apresu­
rado de quien bate un record contra reloj. 
Con la serena perspectiva de un año de pontificado 
podemos acercarnos con objetividad a Pablo VI, sin que 
sean sólo esperanzas lo que apuntemos sino realidades. 
Pablo VI, después de unos meses de toma de contacto 
que han sido un volver a recordar sus largos años en el 
Vaticano, ha empezado a realizar con plenitud un progra­
ma definido y concreto. 
Se espera mucho de Él. Las circunstancias conciliares 
de la Iglesia, le sitúan en una encrucijada difícil, que sólo 
un pulso recio y firme, guiado por un cerebro clarividente, 
con el aliento de un corazón bueno, podrá solucionar. 
En medio de esta encrucijada hay un hombre. Es el 
hombre de la esperanza porque ha demostrado una visión 
amplia de la Iglesia que es, sin duda, el gran tema de 
Montini. Ha sido el Espíritu renovador, el Cristo Redentor 
que hace nuevas todas las cosas, el que ha puesto al Car­
denal Montini con el fuego de Pablo al frente de su Igle­
sia. Y es tal la fe de Pablo VI en la fuerza vital intrínseca 
de la Iglesia, en el valor esencial de su mensaje, que tiene 
como una obsesión el hacer que la Iglesia tomesu propia 
iniciativa, personal, independiente y libre de influencias 
externas, que pueden dar, al menos, la impresión de que la 
Iglesia se defiende en retaguardia y sólo actúa a impulso 
de una urgencia que le crean los enemigos. No. La Iglesia 
en vanguardia «descubriendo en su propio seno su origi­
nalidad». 
Estas son sus palabras; pronunciadas en la Catedral 
de Milán, son ahora una consigna. 
—«Se habla hoy de unidad de la Iglesia, como de una 
necesidad constitucional. Pero creemos que no solamente 
hemos de preocuparnos de los que se encuentran fuera 
de la casa paterna, sino que necesitamos también, nosotros 
los católicos, que tenemos la suerte y la responsabilidad 
19 
de habitar la casa paterna, alcanzar un sentido de unidad 
de la Iglesia más profundo, más vivo y más activo». 
Sobre esta base de la unidad de la Iglesia bien firme, 
sin irenismos peligrosos, hemos de construirnos nuestra 
ruta propia y personal sin antis infecundos que sólo sirven 
para distraer nuestro caminar. Sigue el Cardenal manifes­
tando una vez más una idea muchas veces repetida en sus 
escritos: 
—«Si realmente queremos vivificar el mundo moder­
no, el cristianismo deberá no preocuparse de cambiar las 
ideas y los programas de los otros, ni dejarse someter por 
las formas extranjeras y adversas, sino descubrir en su 
propio seno, en su originalidad, en su vitalidad, los prin­
cipios y energías que le permitan comprender y aconsejar 
al mundo moderno y acercarse a él, pero para renovarlo, 
salvarlo y rescatarlo». 
Terminante y claro, sin dudas nefastas y peligrosas 
nebulosidades impropias de un hombre clarividente y lleno 
de fortaleza de Dios. 
Las circunstancias de la Iglesia, empeñada en esta 
orientación, es interesante. Y como decía hace poco el 
arzobispo de Montreal: «La marcha de la Iglesia es irre­
versible. El Concilio no acabará porque la Iglesia perma­
necerá conciliar; los obispos se reunirán en Roma con 
frecuencia». 
La pronta colaboración de todos, el encauzamiento de 
las más nobles iniciativas, han de dar a la Iglesia esa 
eficacia y esa actualidad que, en medio de esta crisis del 
mundo por el acoplamiento de estructuras, han profetizado 
los mejores. 
«Estamos implicados en una obra magnífica y alegre... 
Si debemos sustraernos a los males presentes hace falta 
que ello sea, marchando hacia adelante... El mundo enve­
jece; la Iglesia está siempre joven...» Estas palabras del 
Cardenal Ne-wmann son ratificadas cada día por el deseo 
20 
de cuantos sienten el problema de la Iglesia y no se dejan 
ofuscar por un cerril integrismo que reduciría a la Iglesia 
«encarnada» a una pieza de museo. 
Hoy parece evidente, pasada ya la perplejidad primera, 
que a la Iglesia teándrica, sólo le queda un rumbo legí­
timo: perpetuar su misterio encarnándose en el mundo. 
Y son muchos los que repiten con el Cardenal Suhard que 
«el pecado más grande de los cristianos del siglo XX, 
aquél que sus descendientes no les perdonarían, sería el de 
permitir que el mundo se haga y se unifique sin ellos, sin 
Dios —o contra El—; sería también el de quedar satisfe­
chos para su apostolado con recetas y fórmulas. Y el mayor 
honor de nuestro tiempo pudiera ser el haber emprendido 
lo que otros llevarían a buen fin: un humanismo a gusto 
del mundo y de los designios de Dios. Con esta condición, 
y sólo con ella, podrá crecer la Iglesia, llegando a ser, en 
un porvenir inmediato, el centro espiritual del mundo». 
Es algo incuestionable. Pablo VI tiene conciencia de 
estas directrices de vanguardia de la Iglesia y ha gustado 
repetir estos criterios que son patrimonio común de sus 
predecesores. A Pío XII le oyó decir, en el lejano 13 de 
mayo de 1942, estas palabras con las que claramente mar­
caba el camino: «Para un alma cristiana que valora la 
historia con el Espíritu de Cristo, no puede haber cuestión 
de vuelta al pasado, sino sólo del derecho de avanzar hacia 
el porvenir y de superarlo». 
Frente a un mundo en crisis de crecimiento y unidad, 
insatisfecho, que revaloriza a la persona, mientras paradó­
jicamente idolatra a la máquina; frente a este mundo 
torturado y materialista se levanta la Iglesia Madre y 
Maestra. Esta es la encrucijada. 
Ciertamente hay una gran misión que realizar en estos 
instantes dentro de la Iglesia. Es Pablo VI el hombre del 
momento. 
¿Quién es éste hombre? 
Avancemos paso a paso por su vida, para rastrear y 
21 
compulsar la valía de Pablo VI. Ya sé, soy consciente 
—terriblemente consciente— de que la letra siempre nace 
muerta y traiciona. 
Sé que la vida de un hombre nunca puede encerrarse 
en un libro. Queda fosilizada. Y los grandes hombres son 
más propensos al riesgo, porque una gran vida no puede 
encajonarse en unas cuartillas. Saldrá siempre mutilada. 
Habría que inventar una leyenda para comprender a cier­
tos hombres. Con todo, es preciso correr ese riesgo, vis­
lumbrar, al menos desde lejos, la cumbre; con el atractivo 
fascinante que las cumbres ejercen sobre las almas. Toda 
biografía presenta un modelo, y cuando la biografía es de 
un hombre eximio, es además un impulso y un acicate en 
nuestras vidas vulgares. 
No me interesa tanto el dato concreto y seco, cuanto 
el latido vital que pueda captarse en una escena, en una 
anécdota, en una frase dicha al desaire... 
Por eso, a veces, sobre la base siempre real de un 
suceso, soñaré un ambiente y hasta unos diálogos que nos 
transmitan el calor de algo vivido. En definitiva, me im­
porta sobre todo, la vida real de Paulo VI. Acercarme a 
este hombre de Dios, y sentir el pulso inmenso de su 
corazón, que late en el ámbito de toda la Iglesia. 
22 
II.—El hogar Montini 
"Mas cuando plugo a Dios, 
me reservó para si 
desde el seno de mi madre 
y me llamó para su gracia". 
SAN PABLO 
Concesio es un pueblo del Píamonte cercano a Brescia, 
todo ello al norte de Italia. Un pueblo pequeño, apacible 
y tranquilo, entre verdor de montañas y frescos riachuelos. 
La alegría de sus viñedos y sus huertos se contagia en 
los vecinos. Las pocas casas que forman el municipio de 
Concesio se esparcen salpicadas sin más orden que la propia 
conveniencia de sus dueños. Y todo en un lento crecer 
natural. Nada es aquí sorprendente ni prefabricado. Lo 
súbito no es humano. 
Concesio es un pueblo de amante artesanía y cada casa 
es el sueño fraguado de sus moradores. 
El honrado matrimonio, Don Jorge y Doña Judit, ve­
nían desde Brescia a pasar sus temporadas de descanso a 
23 
este rincón de paz. Un gran caserón de piedra, portalón 
amplio, con sus estrellas de cinco puntas y un balconcillo 
barroco donde pondría Doña Judit sus tiestos. Junto al 
balconcillo barroco, una ventana nos indica la habitación 
donde nació el Papa. Una tapia, que rodea en parte la casa, 
cerca la pequeña huerta que es a la vez jardín y sitio de 
recreo. En este pueblo idílico, a cuarenta millas de Sotto 
il Monte, donde nació el Papa Roncalli, había de nacer 
unos años después su sucesor Pablo VI. 
El 26 de Setiembre de 1897 el pueblo de Concesio se 
llenó de rumores nocturnos. De boca en boca, corría la 
noticia: 
—Doña Judit, ha tenido un niño. 
Eran las diez de la noche. Hora tardía de intimidad en 
un pueblo. 
Los más cercanos a la familia Montini, visitan al ma­
trimonio y acarician a aquel niño que duerme ya en su 
cunita. 
El otoño en Concesio es plácido como un atardecer 
perpetuo. Para la familia Montini fue un otoño de alegría 
inmensa, porque un nuevo niño venía a alegrar su hogar. 
El pequeño Luis que ya andaba con pasos balbucientes, 
miraba con ojos grandes a su hermanito. Don Jorge aca­
riciaba satisfecho sus destacados bigotes. 
Cuatro días más tarde en la parroquia de San Antonio, 
fue bautizado aquel niño, a quien se le pusieron los nom­
bres de Giovanni Battista Enrico Antonio María. Hoy, 
junto a la pila bautismal, una lápida recuerda su nombre. 
Un niño es siempre un enigma limpio, un interrogante 
de sueños para los padres. Nadie pensó que tenían allí al 
futuro Papa Pablo VI. 
Soñamos grandes cosas,pero nunca tanto. 
Fue en 1940 cuando el matrimonio Montini fue reci­
bido en audiencia privada por Su Santidad Pío XII. Don 
Jorge y Doña Judit se trasladan a Roma con la emoción 
contenida ante la expectativa de poder hablar personal-
24 
mente con Su Santidad. Pasarían unos días en Roma junto 
a su hijo Bautista encumbrado ya al cargo de Sustituto de 
la Secretaría de Estado. 
Fue una audiencia memorable que emocionó intensa­
mente al matrimonio. 
Juan Bautista Montini introdujo a sus padres, ancianos 
ya, ante la presencia de Pío XII. Besaron respetuosos el 
anillo del Pontífice, y después de unas breves palabras de 
saludo, el Papa les dijo: 
—«Habéis dado a la Iglesia un hombre que posee 
todas las cualidades en grado eminente». 
Unas lágrimas rebasaron los ojos de Doña Judit y Don 
Jorge hubo de hacer un esfuerzo supremo para sofrenar su 
emoción. Quedaba muy lejos aquel otoño de 1897 en que 
el matrimonio hacía cabalas junto a la cuna del niño. 
El matrimonio Montini tuvo tres años más tarde otro 
hijo, Francisco. 
Para comprender mejor la vida de Pablo VI, nos inte­
resa conocer, un poco al menos, la de sus progenitores. 
No hay duda que a ellos debe Juan Bautista el temple de 
su carácter y la piedad de su corazón. De su padre aprendió 
la rectitud y la fortaleza para luchar por la Iglesia. De su 
madre, sentimientos de mansedumbre, generosidad y ca­
ridad. 
Don Jorge, abogado y diputado en el Parlamento, fue 
siempre un hombre batallador. Director del periódico cató­
lico de Brescia «II Cittadino di Brescia» fue una figura 
de primer plano en el laicado de aquel tiempo, que no 
perdonó nada con tal de servir a la Iglesia. Tomó parte 
activa en la política, inspirado en los ideales sociales de 
Don Luigi Sturzo, sacerdote sociólogo, uno de los funda­
dores del partido de la democracia cristiana. 
Don Jorge luchó durante veinticinco años, desde las 
columnas de su periódico, por crear en sus electores una 
mentalidad social, moderna y justa. 
Su amigo Rezzara decía de él: 
25 
—«Por medio de su periódico, Montini penetra en el 
interior de las familias, se gana la estima, el respeto, la 
simpatía, la veneración. Porque todos saben que cuanto 
escribe para los demás, lo practica y observa antes en su 
casa». 
Fue uno de los fundadores de la Banca San Paolo, y de 
dos editoriales católicas, La Scuola y La Morcelliana, hoy 
la más fuerte editorial católica de Italia. 
A tanto llegó su prestigio como dirigente católico, y 
como luchador intrépido por la causa de la Iglesia, que el 
mismo Benedicto XV, le confió la dirección de uno de los 
cuatro sectores de la Acción Católica Italiana: «La Unión 
Electoral». 
Este es el noble progenitor de Pablo VI. Junto a él se 
reunía lo más destacado del catolicismo lombardo, en inter­
minables reuniones, donde se discutían los problemas can­
dentes de la Italia de fines del siglo XIX. No olvidemos, 
como fecha de referencia, que en 1870 eran invadidos los 
estados del Papa. Don Jorge fue diputado del Parlamento 
hasta que vino Mussolini en 1924. 
Un escritor ha dicho de él: «No se sabe qué le inte­
resaba más a Don Jorge Montini, si los libros o los hom­
bres». 
Esta misma faceta de intelectual para la acción, ha de 
transmitirla como rica herencia a Juan Bautista, el segundo 
de sus hijos. Al contacto con su padre, Juan Bautista 
comprendió la importancia de una acción directa, pero 
basada en unas ideas, bien meditadas. Es preciso actuar, 
con criterios definidos, en una orientación concreta. 
Sin duda el mejor elogio de Don Jorge habría de darlo 
su propio hijo la víspera de su Coronación solemne como 
Vicario de Cristo. Con la puntualidad de un hombre dueño 
del tiempo, a las once en punto de la mañana del 29 de 
Junio de 1963, habló Pablo VI a unos mil periodistas 
italianos y extranjeros. La sala Clementina ardía en curio­
sidad expectante. Cuando entró el Papa, los focos de la 
26 
televisión hicieron brillar los frescos de la estancia, y una 
ovación cariñosa fue el saludo cordial de los periodistas. 
La ovación se repitió clamorosa, encendida de emoción 
hasta el cénit, cuando el Papa les habló de su padre, en 
estos términos: 
—«Nuestro padre, Jorge Montini, a quien debemos, 
con la vida natural tan gran parte de nuestra vida espiri­
tual, fue, entre otras cosas, periodista». 
Y declinando el tono, con un suave ademán compren­
sivo, añade el Papa: 
—«Periodista de otros tiempos, ya se entiende, pero 
durante largos años, director de un modesto y combativo 
diario de provincias». 
La emoción del Papa se hace visible, y llega a conmo­
ver también a los oyentes, cuando en un tono cálido añade: 
—«Pero, si nos refiriésemos a la conciencia de profe­
sión de que estuvo animado, y a las virtudes morales que 
le adornaron, podríamos trazar el perfil de quien concibe 
la Prensa, como una espléndida y ardorosa misión al ser­
vicio de la verdad, de la democracia, del progreso: del bien 
público, en una palabra». 
Ovación cerrada, inmensa, de unos periodistas, que 
ratifican así, las palabras del Papa. 
Pablo VI, soslayando el recuerdo familiar con gesto 
diplomático, añade: 
—«Hemos señalado esta circunstancia, no ya para ala­
bar a aquél hombre dignísimo y tan querido por Nos, sino 
para decirles a ustedes, señores periodistas, qué predispo­
sición a la simpatía, a la estimación y a la confianza, hay 
en nuestro ánimo por lo que ustedes son, y por lo que 
ustedes hacen. Nuestra educación familiar, diríamos, viene 
de ustedes, y esto, les hace a ustedes, en cierto modo, 
colegas míos». 
Aquellos años de Concesio, años de infancia, están 
lejos, pero el Papa no olvida la influencia ejemplar de su 
padre. 
27 
En una lápida-recuerdo, dedicada al padre de Montini 
en el nuevo centro de Acción Católica de Brescia se dice: 
«Fiel y generoso militante de la Iglesia, guió durante 
decenios a los católicos brescianos, llevándoles a magní­
ficas conquistas en el campo civil cristiano». 
Judit Alghisi era el complemento digno de tal hombre: 
Una mujer llena de ternura, pero al mismo tiempo fuerte 
y activa, apoyo afectivo de Don Jorge, que iluminó más 
de una vez los momentos oscuros y de perplejidad, patri­
monio indispensable de todo hombre de acción, que lucha 
por una causa justa. 
La mujer que alienta siempre al marido, guiada por un 
instinto de fidelidad y de comprensión, aun cuando ignore 
las causas del desaliento. 
Doña Judit, menuda y femenina, fue también el com­
plemento afectivo en la vida del niño. Piadosa y buena, 
orientó los primeros años a Juan Bautista. Presidenta de 
las mujeres de Acción Católica de Brescia, se destacaba 
por su piedad sencilla y por el afecto con que trataba a 
los humildes. 
Pablo VI, no ha olvidado estos rasgos evangélicos de 
su madre, los imita en su vida y con razón ha merecido el 
título del «Cardenal de los obreros». 
En definitiva: Dios no improvisa las cosas. El hombre 
excepcional que habría de ser Pablo VI, tiene una heren­
cia familiar de hidalguía cristiana, que es la única que 
cuenta. 
De los tres hijos de este matrimonio ejemplar, el pri­
mero, Luis, es hoy miembro del Senado de la República 
Italiana. A Juan Bautista todo el mundo le conoce por 
Pablo VI. El tercero, Francisco, es cirujano, y sigue en la 
ciudad nativa de Brescia. 
Todos deben a sus padres, una orientación en la vida 
y un carácter de temple para seguirla. 
«Juan Bautista, observa Silvio Negro, heredó de su 
padre el vigor del pensamiento, y el perfecto dominio de 
28 
sí mismo; de su madre, la delicadeza y el sentido del 
humor». 
En aquel ambiente familiar, se fue forjando el alma 
de Pablo VI, alma de una sensibilidad extremada ante el 
dolor humano y gallardamente rebelde ante la injusticia. 
En uno de sus últimos discursos de Cardenal, con len­
guaje claro y enérgico, la mirada perdida en el recuerdo 
sin duda de sus padres, se dirige así a los jóvenes que 
piensan en el matrimonio: 
—«Quisiéramos que las familias cristianas tomen de 
nuevo conciencia de su gran dignidad, y de su noblemi­
sión; que se dediquen resueltamente a la profesión de las 
virtudes específicas que caracterizan a la sociedad domés­
tica». 
El Cardenal hace una pausa, mira cercanamente a 
aquellos jóvenes, y con renovado impulso, va enumerando 
esas virtudes que él contempló durante años en sus padres: 
—«Quisiéramos que encuentren en las limpias fuentes 
del amor cristiano, su fuerza y su felicidad. Que no teman 
el servir a las leyes de la vida, que les hace miembros de 
la perdurable obra creadora de Dios; que sepan adaptar 
honestamente las costumbres de sus casas, a las nuevas 
exigencias modernas; que comprendan la misión regene­
radora que tienen en la vida civil, y sepan también, que 
en la Iglesia, pueden ocupar un puesto de admirable 
belleza». 
Los jóvenes escuchan absortos, electrizados por aquel 
mensaje definido y de profunda raigambre ideológica. El 
Cardenal concluye con un aliento amplio de optimismo: 
—«Esperamos un nuevo tipo de familia de las gene­
raciones juveniles, a las que las tremendas experiencias de 
la historia presente, ha enseñado sin duda, que sólo un 
cristianismo auténtico y fuerte, posee la fórmula de la 
verdadera vida». 
Sólo un hombre que ha vivido durante años en el seno 
de una familia ejemplar, puede hablar en este tono cálido 
29 
y entusiasta a las nuevas juventudes que se preparan para 
fundar un hogar. En el corazón de Pablo VI, hay un altar 
filial, siempre encendido para sus padres, Don Jorge y 
Doña Judit. 
En la alocución a los brescianos Pablo VI confiesa, 
exaltando «a su Madre, su buena, su querida madre... Y 
hay que preguntarse si es que hubiera llegado hasta aquí 
de no haber tenido estos principios, es decir, los tesoros 
inestimables de esta familia a la que amaba y estimaba con 
delirio, pero que ahora que el Papa es un poco más prác­
tico en la vida, le parece realmente un tesoro incomparable 
que la Providencia le concedió gratuitamente aun antes de 
que se asomase a la escena de este mundo». 
Juan Bautista es el renuevo pujante de unas raíces 
sanas. Enraizado. 
30 
III.—Primeros años 
"Hago gracias a Dios, a quien sirvo, 
siguiendo la tradición de mis progenitores". 
SAN PABLO 
Juan Bautista era un niño delicado, de salud endeble. 
Ya nada más nacer el médico recomendó un cambio de 
aires para el niño. Los padres, con el dolor que es de 
suponer, pero buscando ante todo el bien del niño, lo 
confiaron a un matrimonio campesino de plena confianza. 
Ponciano Peretti y Glorinda Zanotti fue el matrimonio 
elegido para cuidar al futuro Papa. Habitaban en una al­
quería de las cercanías de Nave, en las pendientes del 
Valgobbia. Rincón idílico de primitivo sabor campestre 
donde el niño Juan Bautista pasó catorce" meses, los pri­
meros de su delicada vida. 
Aquí, entre los patos y las gallinas de la granja, junto 
al fogón de gruesos troncos, en contacto directo con la 
naturaleza, dio los primeros pasos tambaleantes y balbuceó 
31 
las primeras palabras. La hija de los Peretti, Margarita, 
hermana de leche del Papa, es la única superviviente de 
aquellos años. Poco antes de marchar a Roma para asistir 
al Cónclave que le haría Papa, el Cardenal Montini hizo 
una visita a su «hermana» Margarita, rodeada ahora de 
hijos y de nietos. Días después, Margarita lloraba y reía 
con una mezcla de pena y nostalgia alegre, al enterarse 
de la elección de Juan Bautista. Con un deje sencillo de 
mujer buena, decía a todo el mundo su pequeña pena: 
—«Ahora que es Papa, ya no podrá venir a vernos». 
Porque siendo Cardenal le gustaba volver por aquellos 
prados y aquellos montes, como en agradecimiento a unos 
meses que le salvaron la vida. 
Después, todo es normal en su vida. Los días fluyen 
en la apacible tranquilidad de un hogar donde tiene dos 
hermanos más con quien poder jugar. Su temperamento 
nunca fue bullicioso en extremo. Amable y cordial, quizás 
un poco reconcentrado en cuanto cabe este gesto en un 
niño alegre y sano. Su amigo de infancia, Savoldi, cuenta 
sus juegos predilectos. 
—A Juan Bautista le gustaba mucho jugar al «pingo». 
—¿Juego difícil? 
—Requiere habilidad. Por lo demás... Se coloca un 
taco de madera en balanza sobre un soporte, y golpeándolo 
con un palo en uno de sus extremos, se le hace un saltar 
encajándolo en un sombrero colocado de antemano en el 
suelo. 
—¿Otros juegos? 
—Los de todos. No fue un niño especial. 
Diversión predilecta de su pandilla era jugar a guar­
dias y ladrones. Las circunstancias lo imponían, ya que 
cercana a la casa, en un montículo, había una gruta de 
unos diez metros de profundidad. 
En esta cueva dio las primeras muestras de fría sere­
nidad y de viril dominio del miedo. Nadie osaba entrar 
32 
porque rondaba en su torno una leyenda de espíritus y 
maleficios. 
Es el niño Juan Bautista, de ocho años, el que rompe 
el fetichismo y destierra para siempre la leyenda. 
—Seguidme. Yo no tengo miedo a los malos espíritus. 
Al frente de un grupo que le sigue receloso, resque­
braja el misterio. 
Pero el juego predilecto de su infancia fue escalar los 
árboles en competición con otros amigos. Aunque él era 
el más pequeño, y quizá por esto, era tal su nervio y agi­
lidad que ganaba casi siempre. Superaba lo inverosímil 
subiendo a la más frágil rama que se mecía con evidente 
riesgo. Aquéllo le gustaba. Ya en la sumidad gritaba como 
un acróbata de circo: 
—He, mirad! 
Entre el fresco follaje tierno reía feliz este niño con­
centrado y sereno. 
Las carreras ciclistas, apasionaron muchas horas de su 
infancia. Sigue por la prensa sus etapas y alienta con 
sueños de adolescente a sus favoritos. 
Otro amigo recuerda una pelea. Nos gustan estos datos 
que detectan al niño normal, sin prematuros privilegios 
que lo alejan de los hombres. Juan Bautista no era pen­
denciero. «Cuando le hacíamos algo se ponía serio y nos 
hablaba como rumiando represalias que nunca ocurrían. 
Una vez se pegó conmigo. Até yo un cazo a la cola de un 
gato. Al principio era divertido, pero luego el pobre ani­
mal parecía atemorizado. Juan Bautista, tendría seis o siete 
años, quiso que le quitara el cazo al gato. Yo no quise. 
Nos pegamos. Es la única vez que le vi perder los es­
tribos». 
Dejemos en duda esta exclusividad, porque no dis­
minuyen en nada la bondad de un niño estas peleas des­
flecadas, y porque me gusta sobremanera una escena tan 
humana de dos niños en reyerta infantil. No llegaría la 
sangre al río. 
33 
Montini era un niño normal, como todos. Sacarle de 
este encuadre es dar vía libre al mito del angelismo. 
En Brescia pasaron los años de su juventud. Dejemos 
que sea el mismo Papa el que evoque a esta ciudad. 
Después de un «saludo a los del humilde pueblo donde 
he nacido, Concesio, y a los de la otra localidad, que me 
sirvió de alegre descanso durante el verano, Verolavechia», 
hace una pausa. Se reconcentra un momento y con acento 
nuevo alaba cordialmente a esta ciudad provinciana de 
sus años mozos: 
«Y luego, Brescia, ¡Brescia!, la ciudad que no sola­
mente me acogió, sino que me dio también gran parte de 
su tradición civil, espiritual y humana, enseñándome, 
además lo que es vivir en este mundo, y ofreciéndome 
siempre un cuadro que creo influyó en las sucesivas expe­
riencias. Comprendo que le debo intensa gratitud por los 
ejemplos de fortaleza viril, sinceridad, laboriosidad y bon­
dad: verdadera armonía entre las virtudes humanas y las 
virtudes cristianas que siempre he recordado como ejemplo 
y bendición». 
Las primeras letras las aprendió Montini en la escuela 
de párvulos «Colegio Ricci», regida por D. Ezequiel Ma-
lizia, que aún recuerda algún estirón de orejas para control 
de algunas trastadas. Porque aunque de suyo era retraído 
y pacífico, no le faltaban sus momentos de extremado 
alborozo. 
El colegio «Cesare Arici», dirigido por los jesuítas de 
Brescia, tiene el honor de haber sido el centro que formó 
la base intelectual del Papa. Aficionado al estudio, desta­
caron pronto sus cualidades de inteligencia y constancia. 
Pero la salud no le respondía.A causa de su rápido des­
arrollo, aquel niño espigado no podía frecuentar normal­
mente el colegio. Pasaba unos meses en el colegio y el 
resto estudiaba en casa por su cuenta bajo la dirección de 
un profesor particular, Don Arístides Di Viarigi, al que 
siempre conservó un cariño entrañable. 
34 
Su facilidad para el estudio compensó y superó las 
dificultades consecuentes de su precaria salud. A pesar de 
presentarse a los exámenes como alumno libre, sus califi­
caciones le situaban siempre entre los mejores. En la foto­
copia que he podido ver de las notas de Juan Bautista del 
segundo trimestre del segundo curso de bachiller, las cali­
ficaciones son extraordinarias. La víspera de su coronación 
como Papa, en una visita a la Iglesia de San Pablo, donde 
le esperaban los milaneses, se encontró entre ellos al an­
ciano P. Pérsico, Jesuíta de 94 años, fue su profesor en el 
Colegio de Brescia. El Papa le llama paternalmente, le 
abraza y le invita a sentarse junto a él para charlar un rato 
y recordar aquellos años ya lejanos. El buen anciano recibe 
así el gozo mayor de su vida. 
El P. Pérsico recuerda al pequeño Montini, alumno 
suyo de física y filosofía. Nos da de él esta reseña escueta, 
pero que encaja perfectamente con el Montini que hoy es 
Pablo VI: «Tenía sorprendentes dotes de escritor, una 
elocuencia concreta, en la que llamaba las cosas por su 
nombre, plenamente antirretórico. Yo no era su profesor 
de literatura, pero él me traía sus artículos para que los 
corrigiera y los pusiera en nuestro periodiquillo. Habría 
sido un gran periodista, y tenía un gran maestro en su 
padre». 
Efectivamente, ya despuntaban sus cualidades de di­
rector nato, líder juvenil, con una fe casi religiosa en la 
letra impresa. En Brescia, perteneciendo a la asociación 
juvenil «A. Manzoni», ingresó en la redacción de un pe­
riódico estudiantil titulado «La Fionda» del que era asiduo 
colaborador. Sus artículos son claros. Tiene algo que decir 
y lo dice de un modo lacónico, voluntarioso, rectilíneo. 
Son artículos de un joven, pero que reflejan una madurez 
impropia de su edad. Amigo de las ideas y de los criterios, 
los lanza de un modo nervioso sin perderse en vaguedades 
ni fiorituras. Como lider juvenil, organiza un círculo de 
muchachos que llama pomposamente «Compañía de San 
35 
Luis». Compañía efímera que dura tan sólo el breve tiem­
po que duró Montini como director y jefe. 
Buscaba algo: Influir con sus ideas en una sociedad 
que él veía desvitalizarse paso a paso. 
Pablo VI no olvida estas primeras enseñanzas recibidas 
de los jesuítas, ni la influencia que los Padres de la Com­
pañía habrían de tener en su vida. Recién elegido Papa, 
el mensaje al P. General de la Compañía de Jesús, dice 
entre otras cosas: 
—«Permítanos, además, expresarle nuestro agradeci­
miento personal por el bien que recibimos, a su tiempo, 
en nuestra formación en el Colegio Cesare Arici de Bres-
cia, y en los cursos que seguimos en la Universidad Gre­
goriana, como también en los múltiples contactos con 
hombres de vida interior y de sólida cultura, pertenecientes 
a la Compañía». 
Y haciendo tesis, estilo muy montiniano, de algo que 
él ha palpado en su vida, añade a continuación: 
—«La vida espiritual y la solidez de cultura en todos 
los campos del saber, son, en efecto, puntos salientes y 
fundamentales del apostolado de los Jesuítas en todo el 
mundo». 
Recuerdo memorable de sus primeros años, es el día 6 
de junio de 1907. Con diez años, edad prematura si se 
considera la costumbre de la época, hacía Juan Bautista 
Montini, su primera comunión. En la vida de todos los 
niños, es este día una página brillante de fervor y devoción. 
Y hemos de suponer con fundamento, que para el niño 
Juan Bautista, ya más que entrado en el uso de razón, 
sería un día de íntima alegría y de sinceros propósitos ante 
Jesucristo. Unos días más tarde, el 21 de junio, como 
queriendo reafirmar de un modo total su entrega a Jesu­
cristo, recibe la Confirmación. El Sacramento de los mi­
litantes fue para Montini un afianzamiento positivo y 
trascendental en su vida de influencia social como cris­
tiano. Administrada por el obispo de Brescia Monseñor 
36 
Giacomo Pellegrini, constituye el arranque oficial de la 
entrega de Montini al servicio de la defensa de la Iglesia 
Vinieron los años de adolescencia y juventud que he­
mos de suponer similares al común de los adolescentes. 
Un nuevo brotar de las pasiones en contraste con un gran 
idealismo frente a la vida que empieza. Montini tuvo en 
estos años difíciles de todas las vidas, la ayuda eficaz y 
siempre recordada de la Virgen. Fue Congregante Mariano 
y este título «suscita en nuestro espíritu un noble recuer­
do... lleno de afecto y religioso reconocimiento». 
El joven Montini con su medalla sobre el pecho supo 
mantener el rumbo en esta edad de vaivenes. Ya en el 
Solio Pontificio, en su alocución a los Congregantes Ma­
rianos, queda prendido en el eco lejano, idealista y ardo­
roso de su juventud. 
«¿Qué es lo que los hombres, y sobre todo, los jóve­
nes buscan en la vida? Buscan la belleza, la grandeza, la 
alegría, el amor. En María encuentran esta plenitud». 
En 1916 da Juan Bautista su último examen. Algo así 
como un examen de reválida que pondrá cumbre a su 
bachillerato superior. Tiene 19 años. Notable rectitud de 
juicio, carácter equilibrado y voluntad indomable. El bri­
llante examen le abría de manera simbólica las puertas de 
la juventud. 
Hay que destacar ya en estos primeros años de su 
vida, dos predilecciones de consecuencias fecundas: Su 
amistad leal y su afición a la montaña. 
Gustaba de la conversación sencilla con un grupo de 
amigos y era sumamente sensible a la ingratitud de los 
que un día creyó amigos. Más intelectual que afectivo, 
buscaba en la amistad el intercambio de ideas, la discusión 
de criterios, y en el fondo quizás, un instinto de magisterio 
que gusta de influir y transvasar en otros su propia ideo­
logía. 
Amaba la montaña porque sí, porque tenía alma gran-
37 
de y gustaba de horizontes dilatados; porque el silencio 
de las cumbres le ayudaban a pensar sobre tantos proble­
mas de su vida incipiente. Amaba a la montaña, el bosque, 
la pradera, porque encontraba con ellos una sintonía y 
salía enriquecido con su trato. De aquí le vienen a Pa­
blo VI su rectitud, su claridad diáfana, la jubilosa seriedad 
interior..., como el hayedo umbroso... como el lago terso, 
y aquellos riscos altivos. 
Por eso fue feliz, porque tuvo cumbres y bosques, por­
que tuvo amistad noble, y porque, con todo esto, su vida 
iba creciendo pujante, en plenitud, sin amputaciones ne­
fastas, y porque potenciaba hasta el límite las cualidades 
más nobles de un hombre que nacía a la vida. 
Yo le he visto, en esos sueños que tenemos los hom­
bres, como un adolescente que escala con jadeo una cumbre 
y allí se sienta, codos sobre las rodillas, cabeza entre las 
manos, y reflexiona largamente sobre la vida y su vida. 
Con el ritmo inspirado de un poeta moderno, Carlos 
Bousoño, mis sueños toman forma: 
Yo he visto un puro adolescente 
claro en la tarde, frente pálida. 
Amaba el mundo, las colinas 
las altas aves, la distancia, 
la luz, el viento, las estrellas: 
frutos que al aire se doraban. 
Yo lo vi a veces hondo y triste 
bajo la tarde serenada, 
viendo el poniente que encendía 
una inasible paz lejana. 
En el ocaso quizá el rostro 
puro de Dios se iluminara. 
Tal vez el fondo del misterio 
Tal vez un sueño en luz alada. 
Pero yo he visto su figura 
que al horizonte caminaba. 
38 
Después el diálogo con el Padre, el Dios de las mon­
tañas brota espontáneo: 
—Señor, es preciso renovar el mundo. Transformar 
esas vidas, dignificarlo todo. 
Un silencio denso. Todo escucha estático, y junto a la 
petición el deseo: 
—Dame una vida enérgica y noble. Una vida en ten­
sión por una causa grande. 
Pero son sueños... que solo Pablo VI puede saber si 
fueron realidad. 
Realidad es, que en este año de 1916, Dios le habla, 
y como antañoen el Evangelio le dice: 
—«Ven y sigúeme». 
39 
IV.—Juventud 
"Que no nos dio Dios un espíritu de timidez, 
sino de fortaleza, y de caridad, 
y de templanza". 
SAN PABLO 
19 años y una respuesta absoluta a la llamada de Jesús: 
«Dejadas sus barcas, le siguieron». 
¿Qué dejó el joven Juan Bautista? Lo dejó todo por­
que cuando se tienen 19 años, una inteligencia privilegiada 
y una estirpe noble, se tiene todo el mundo. 
Con esta decisión empieza Montini su juventud. 
Aquel verano lo pasó en parte en Verolavechia, y hay 
una escena que merece destacarse por su lozana simpatía. 
Conversaba Montini con un grupo de amigos, entre 
los que se encontraba el hoy arcipreste de Farsengo, Don 
Luis Benassi. Hablaban y reían con bullicio ajenos a toda 
conversación trascendente, cuando la abuela de Don Luis, 
locuaz y desenvuelta, ya con 92 años, dijo volviéndose 
al grupo: 
41 
—«¿No lo sabéis?» 
Atienden todos espectantes. 
—Mi Gigi (nombre familiar de su nieto), quiere estu­
diar sacerdote. 
Todos han quedado serios, y miran al interpelado que 
se ruboriza un poco. 
La anciana continúa: 
—Pero, ¿qué hacer? Nosotros no podemos. 
Juan Bautista interviene: 
—«Abuela Margarita, siempre hay que contar con la 
Providencia». 
Después el grupo vuelve a sus comentarios y sus risas, 
y Montini aprovecha un momento para decir, en un aparte, 
a Luis: 
—Prepárate cuanto antes, que marcharás pronto a 
Brescía. 
Y con sordina en la voz y un brillo de entusiasmo en 
la mirada, añade: 
—También yo quiero estudiar para Sacerdote, pero no 
lo digas a nadie. 
Don Luis Benassi fue así el primer confidente de la 
vocación de Montini. 
Añade el Sacerdote con cierto orgullo: 
—Pude entrar en el Seminario antes aún que el actual 
Pontífice. 
En su familia la decisión del joven Juan Bautista no 
sorprendió, ni se le opuso dificultad mayor para que in­
gresase en el Seminario. Había con todo una dificultad 
innata: Su débil complexión física. 
La vida en el Seminario es dura, y requiere una disci­
plina y un control, unos horarios que hubieran puesto en 
peligro la vida de Montini. Y lo que en principio parecía 
una dificultad, se convirtió al fin, gracias a la comprensión 
de un hombre, en una ventaja. El Obispo de Brescia, 
Monseñor Jacinto Gaggia, se avino a permitir que el joven 
Montini hiciese sus cursos como alumno externo. Fue así 
42 
como se salvó una vocación que tanta influencia ha tenido 
y tendrá en la Iglesia. Nunca los grandes hombres han 
sido legalistas, hipercríticos de la letra muerta; y la vida 
nos demuestra a cada paso los ubérrimos frutos que dan 
las excepciones, cuando nacen de una comprensión hu­
mana, tangible del hecho concreto. No se pueden legalizar 
las almas... 
Algo digno de apuntarse. En la vida de Pío XII hay 
un momento paralelo a éste de Pablo VI. 
El joven Eugenio Pacelli, convaleciente aún de una 
incipiente tuberculosis, debería abandonar el seminario 
por orden facultativa. Interviene el Papa, León XIII, 
directamente y se permite que siga como externo. Único 
externo, por excepción, en los cuatro siglos de vida del 
seminario Capránica. Un dato más para ejemplo de aves­
truces que ocultan la cabeza bajo el ala de la costumbre 
por temor a sentar precedentes. ¡Benditos precedentes! 
El joven seminarista Montini vivía en el mundo. El 
contacto directo con la sociedad, le dio un sentido realista 
de la vida, que jamás ha perdido; y la falta de disciplina 
y control externo, le hicieron un autodidacta ávido de for­
mación. Desde estos años arranca su afán por el estudio, 
su insatisfecho deseo de lectura, su coraje y tensión para 
todo lo que sea labor intelectual. 
Apasionado por los libros. Siempre le gustó leer, y yo 
pienso que ese amor al bosque y a la montaña que hemos 
destacado en su infancia, era también amor a la lectura 
que llenaría muchas horas de esos silencios campestres. 
Todo esto, le colocó en un eminente pedestal intelec­
tual, y sus exámenes en el Seminario fueron siempre emi­
nentes. Como otro Pío XII siempre ocupó los primeros 
puestos. 
Pero lo más importante en este periodo de su vida fue 
su formación espiritual. Montini era inteligente y por eso 
comprendió desde el primer momento que importaba sobre 
todo ser eminente en la santidad. Era un alma dispuesta 
43 
para grandes ascensiones, pero además la providencia le 
deparó un hombre que impulsó de un modo eficaz los 
deseos fervientes del joven seminarista. Monseñor Moisés 
Tovini fue su profesor de Teología Dogmática, y sobre esto 
fue su orientador y director espiritual. Monseñor Tovini, 
cuyo proceso de beatificación está introducido, era un 
alma profundamente humilde y entregada a los designios 
de Dios. Montini con su trato depuró más y más ese 
instinto de lo sobrenatural, y conformó su vida según los 
criterios del Evangelio. 
Sería inmensamente interesante sorprender un diario 
espiritual de este joven que en la plenitud de su energía 
física e intelectual se entrega sin reserva por el camino de 
la santidad. Alma generosa que comprendió la importancia 
de dejar hacer a Dios en su vida. 
Cinco años escasos de formación sacerdotal le capa­
citaron a Juan Bautista Montini para subir las gradas del 
altar. Fueron cuatro años que sin duda estarán en la me­
moria del Papa entre los más felices de su vida. Años de 
formación intelectual y sobre todo espiritual que hicieron 
de Juan Bautista Montini, un nuevo sacerdote de Jesu­
cristo. 
Solamente los seis últimos meses, llegó a vestir el traje 
talar. Hasta entonces fue siempre, el elegante y aristocrá­
tico joven Juan Bautista. 
Con el recuerdo de estos años en el corazón, dijo 
siendo Cardenal: 
—El seminarista no es un desertor, un secuestrado, 
un solitario, un tipo raro. El seminarista es un campeón. 
44 
V.—Sacerdote 
"Reaviva la gracia que está en ti 
por la imposición de mis manos". 
SAN PABLO 
«Todas las personas que han conocido íntimamente a 
Monseñor Montini, escribe Georges Huber, están de acuer­
do en una cosa: Es ante todo un sacerdote». 
La Catedral de Brescia lucía sus mejores galas. Luces 
y flores desbordaban el altar. Una pleamar de afecto con­
tenido llenaba el templo en las personas de familiares y 
amigos. Un día inolvidable en la memoria de los hombres. 
Eterno para los designios de Dios. Día 29 de mayo de 
1920. 
Juan Bautista Montini era ordenado sacerdote. Cuando 
el Obispo Monseñor Gaggia en nombre de Dios le trans­
fería el sacerdocio eterno, aquel joven alto, pálido, de 
andar pausado y mirada tersa, sintió un escalofrío inmenso 
tan sólo comparable a aquel momento en que años des­
pués en la Capilla Sixtina oía las palabras del Cardenal 
Tisserant: «¿Aceptas la elección?». 
Su vida siempre en ascensión, comprendió en aquel 29 
de mayo que todo en él, se había transformado. Había 
sido un paso gigante hacia la Santidad porque había sido 
un paso audaz hacia Dios. 
45 
Sus padres y hermanos siguieron con emoción y con 
lágrimas las solemnes ceremonias de la ordenación, y cuan­
do después besaron sus manos ungidas, también compren­
dieron que todo en él, se había transformado. Desde este 
momento Montini es Sacerdote. Sacerdote para siempre y 
siempre Sacerdote. Jamás olvidará los grandes deberes que 
nacen de esta sublime dignidad. En medio de sus ocupa­
ciones de curia, entre sus especulaciones intelectuales, en 
su vida de diplomático y de hombre de negocios de la 
Iglesia, siempre hay un margen amplio y cálido para su 
ministerio sacerdotal. 
Su misa diaria será como la misa de un neosacerdote 
perpetuo que tiembla por primera vez al tener a Dios entre 
sus manos, y sus confesiones irán siempre cargadas de una 
cordialidad paterna muy ajena al frío maquinismo. Inter­
medio entre Dios y los hombres no olvidará nunca su 
posición en cruz, para que sus brazos extendidos sean 
viaducto de las gracias del cielo. Sacerdote para siempre, 
y siempre Sacerdote. Y su madre besa sus manos y com­
prende que su hijo ha pasado ya la frontera. Lejano de los 
hombres estará más cercano a susmiserias. Desde la otra 
ladera podrá alargar la mano sin mancharse y sacar de ese 
fango... 
¿Quién le dijo a Montini que acertaba? ¿Quién le 
enseñó a Montini que ese era el camino para redimir al 
mundo? Al mundo no le bastan las frías teorías abstractas, 
las huecas especulaciones sin contenido espiritual... La Igle­
sia es ante todo, la Iglesia de los misterios, de los sacra­
mentos... La Iglesia de la gracia y del Espíritu Santo. 
Montini fue un privilegiado del espíritu, y por eso com­
prendió que antes que nada era Sacerdote. 
Días después celebra su Primera Misa. Hay una serie de 
detalles curiosos que conviene destacar, porque son cla­
ve para comprender la rica personalidad compleja de Pa­
blo VI. 
46 
Escogió para celebrar su Primera Misa, el Santuario de 
Nuestra Señora de las Gracias. Era la prueba patente de su 
filial devoción a la Virgen. Devoción que siempre le ha 
acompañado y por eso pudo declarar en su primer mensaje: 
«Que a Ella confía desde sus inicios todo su Pontificado». 
La Virgen Nuestra Señora, fue la madrina de su sacer­
docio nuevo. A sus pies celebraba su Primera Misa, y esa 
actitud de plegaria mañana ha sido constante en Pablo VI. 
Cuando, Cardenal Arzobispo de Milán, pasó la Virgen 
peregrina, Nuestra Señora de Fátima, por aquella ciudad, 
pronunció una alocución vibrante, que encendió el fervor 
de la multitud. 
Con laconismo oratorio y como un grito emocionado 
de su corazón, tuvo esta plegaria que es la mejor demostra­
ción de su ferviente amor mañano. 
El Cardenal Montini se dirige a la Virgen como un niño 
y dice: 
—«No, no nos bastamos a nosotros mismos. Tenemos 
una inmensa necesidad de Vos. No os alejéis de nosotros 
sin haber derramado sobre todos vuestro socorro...». 
Y como en los años de su limpia juventud invoca a la 
Virgen: 
—«Oh María, haced puras nuestras almas, nuestras 
personas, nuestras palabras, nuestras vidas, nuestros traba­
jos. Que vuestra dulce imagen nos acompañe y nos proteja 
siempre». 
Con emoción contenida, como un grito clamoroso de 
la multitud de la que El es, su intérprete, sigue así... 
—«Y ahora, llegado el momento de que nos dejes, te 
rogamos, como los peregrinos de Emaús... ¡Quédate con 
nosotros!» 
El fervor es como una nube que carga ya el ambiente. 
En muchos ojos hay lágrimas y la Virgen peregrina toma 
relieve en todas las miradas. Abre sus brazos el Cardenal, 
y con alusión concreta a dificultades presentes, añade: 
47 
—«¡Quédate con nosotros porque tenemos miedo de 
la noche del error, de las contiendas, de las luchas sociales! 
¡Quédate con nosotros! Sabemos que si te tenemos a Ti, 
tenemos a Cristo, y, con Cristo, la esperanza de la vida». 
El frenesí de la multitud es incontenible. Agita los 
pañuelos y da vítores a la Virgen. Está patente a todos el 
amor de su Cardenal a Nuestra Señora... por eso este deta­
lle de su Primera Misa... en el Santuario de Nuestra Señora 
de las Gracias. 
Otro perfil materno digno de anotarse. Doña Judit, 
alma femenina y sensible, ha encontrado una relación pro­
funda entre su boda y la Primera Misa de su hijo; por eso 
se afanó durante meses para que la casulla de su hijo fuese 
hecha con su traje de novia. Lo intuyen las madres... aque­
llos tules blancos de un matrimonio santo, se transforma­
ron en la casulla del hijo sacerdote. 
Familiares y amigos estuvieron presentes en esta Pri­
mera Misa y en ese momento siempre solemne en que el 
nuevo sacerdote da la Sagrada Comunión a sus padres. 
Pero sea el mismo Cardenal Montini el que nos diga, en 
bellísimas líneas, qué es el sacerdote. Y vale la pena dejar­
las aquí transcritas para que sirvan de meditación a los 
llamados a este santo ministerio y de orientación y guía a 
todos los católicos. 
«El Sacerdocio es un servicio social: Es para los demás. 
Es el órgano del Cuerpo Místico que ha recibido el encargo 
de distribuirles la gracia y la doctrina. Es una guía sal­
vadora. 
Sacerdocio y egoísmo son términos antitéticos. 
Sacerdocio y caridad son sinónimos. 
Los apelativos del sacerdote son interminables: Após­
tol, Misionero, Padre, Pastor, Maestro, Hermano, Siervo y 
Víctima». 
La palabra autorÍ2ada del Cardenal Montini nos va a 
decir ahora, en términos precisos, cuál es la misión del 
sacerdote: 
48 
—«La más atrayente y difícil empresa: Formar a los 
demás, darles un modo de pensar, de orar, de obrar y de 
sentir: Esta es la misión del sacerdote. Por eso ha de po­
seer una capacidad extrema de distinguirse y de confun­
dirse, de influenciar y de esperar con paciencia, de hablar 
y de escuchar». 
Después añade unas frases que parecen una autodefi-
—«Es luz, es sal. Elemento activo, operante; penetra 
nición: 
en las almas, con infinita reverencia para liberarlas, para 
aliviarlas de sus pesos, para compaginarlas en la unidad de 
Cristo. Es un artista, un obrero especializado, un médico 
indispensable, introducido en las sutiles y profundas feno­
menologías del espíritu: hombre de estudio, hombre de 
palabra, de gusto, hombre de tacto, de sensibilidad, de 
finura, de fuerza...» 
Antes de ser palabra ha sido vida en el Cardenal Mon­
tini este fragmento que acabo de transcribir. El es este 
hombre, de estudio, palabra, gusto, tacto, sensibilidad, 
finura, fuerza... El es el sacerdote ejemplar que ha com­
prendido que una misión le fue impuesta un día solemne: 
Ser Sacerdote para siempre. 
Es difícil ser sacerdote. Requiere estar en vilo, el alma 
tensa, montando esa guardia infinita a la llamada de Dios. 
El Cardenal Montini lo comprende y añade: 
—«El Sacerdote es todo esto en la sencillez de la ver­
dad, en la humildad del amor, sin ficciones artificiales, sin 
timideces viles. Con un único temor en todo caso: El de 
ser o aparecer interesado, el de recibir sin dar, el de man­
dar sin servir... El hombre ya no es él; es un instrumento, 
es un órgano. La Iglesia lo posee. El Sacerdote es el hom­
bre de la Iglesia; es su ministro; él guarda y distribuye su 
doctrina; descubre los tesoros de su gracia y los derrama 
sobre las almas. Entona la alabanza para que el pueblo se 
una en coro...» 
49 
Y termina dando estas ideas sobre el arte del Sacer­
dote: 
—«El arte de profesar las doctrinas más elevadas y 
más universales, y de saber, en virtud de esas mismas 
doctrinas, inclinarse sobre cada uno de los sufrimientos 
humanos, sobre el pobre, el huérfano, el culpable v el des­
esperado, es aún ahora estimado como el arte más propio 
para dar a la humanidad de los tiempos nuevos, un sentido 
auténtico de vida, de nobleza, de esperanza: Es el arte del 
sacerdocio». 
La cita ha sido larga pero inmensamente interesante. 
Importa sobre todo recalcar esta faceta sacerdotal en la 
vida de Pablo VI. Si esto no entendemos no habremos en­
tendido lo más fundamental de su persona. 
Pablo VI es ante todo Sacerdote. Cuantos se han acer­
cado a su persona lo han comprendido al instante. 
La «Voz del Pueblo» semanario de Brescia, bosquejaba 
así al nuevo Cardenal de Milán: 
«Es sobre todo Sacerdote, hombre de Dios, un hombre 
de profunda piedad, de alta espiritualidad, de un ascetismo 
austero y viril. Un hombre que aún en medio de los asun­
tos diplomáticos y políticos, no ha apagado nunca la llama 
del celo apostólico. Gran alma sacerdotal, digna de subir 
a la sede de San Ambrosio y de San Carlos Borromeo, y 
de suceder al Cardenal Schuster, el Cardenal de la oración, 
y al Cardenal Ferrari, el Cardenal de la juventud». 
La vida de Juan Bautista Montini a sus 22 años, el 
29 de mayo de 1920, sufrió un cambio sustancial: Sacer­
dote para siempre. Por eso entre los primeros actos de su 
Pontificado, está la alocución y la audiencia al clero 
romano. 
En su fotografía de misacantano, sobre un rostro que 
no ha perdido aún los rasgos del adolescente, se abren unos 
ojos claros y grandes, de mirada segura. Los labios compri­
midos le dan un aire voluntarioso y seguro. Ya sabe c' 
camino. 
50 
VI.—Formación integral 
"Corred de tal modo que alcancéis el premio. 
Y todo el que toma parte en el certamende todo se abstiene 
y ellos, al fin, lo hacen 
por obtener una corona que se marchita: 
mas nosotros, una que no se marchita. 
Yo, pues así corro..." 
SAN PABLO 
Para un joven como Juan Bautista Montini, Sacerdote 
a los 22 años, el apostolado directo intensamente ejercido 
desde el primer momento, es una tentación. El fervor a 
presión pide entregarse a las almas. Pero una reflexión 
pausada y un consejo prudente y hasta, si es preciso, un 
mandato drástico del que puede hacerlo, es el modo de 
evitar esa tentación. 
Esto le pasó a Montini. Su Obispo tenía planes muy 
concretos sobre él. Conocía sus grandes cualidades y no 
estaba dispuesto a que un elemento de tal categoría se 
malgastase en pocos años por lanzarse a un apostolado de 
resultados más aparentes que reales. 
51 
Todo apóstol ha de controlar su apostolado, según unas 
normas de razón. En nuestro caso el Obispo decidió que 
pasado el verano Montini emprendiese el camino de Roma 
para perfeccionar sus estudios. Tenía ya el doctorado en 
Derecho Canónico con una tesis doctoral presentada y de­
fendida en la Facultad Pontificia de Milán. En Roma le 
esperaban otros doctorados. 
Ya muy concluido el verano, el sacerdote Don Bautista, 
como todos le llamaban, preparó sus maletas y emprendió 
el camino de Roma. 
Llega a Roma este joven barbilampiño. Uno más de 
los muchos que vistorean la urbe. Delgado, pálido, nervio­
so por la novedad. El alma remansada asomándose a los 
ojos muy abiertos y un fuerte bataneo en el corazón. 
¿Qué pensamientos, qué ideales afloran en su espíritu? 
¿Qué blancas mariposas sueña su fantasía de joven? Por­
que no nos figuremos a un Montini con la plúmbea sensa­
tez de un jubilado. El empieza su vida. El sabe que ha 
dado un paso importante. Lo presiente. Años después, ya 
Papa, dirá hablando a los estudiantes eclesiásticos de 
Roma: 
«En Roma todo hace escuela: la letra y el espíritu. 
Cómo se piensa, cómo se estudia, cómo se habla, cómo se 
siente, cómo se actúa, cómo se sufre, cómo se ora, cómo 
se sirve, cmo se ama. En Roma todos los momentos de la 
vida tienen una irradiación». 
Deseoso de formación y sabedor de sus fuerzas de inte­
ligencia y constancia, se matriculó simultáneamente en la 
Universidad Gregoriana para cursar estudios de Filosofía, 
y en la Universidad Civil de Roma en la facultad de letras 
en la rama de Filología clásica. Fue un curso ardoroso. 
Alumno del Colegio Lombardo, situado entonces en la Vía 
del Mascherone, aquel sacerdote espigado, de andares rápi­
dos, intenso siempre, iba y venía de unas clases a otras. 
Estudiaba mucho. ¿Quién podrá contabilizar sus horas de 
estudio? Su cuarto ordenado, limpio, bloques y bloques de 
52 
libros en los estantes, era su refugio. Sobre la mesa un 
crucifijo y decorando sobriamente las paredes unas pinturas 
de la Virgen, algún Cristo devoto... y unas fotos familiares. 
Aquí, en el estudio intenso, labró la primera piedra de su 
pedestal. Horas de trabajo que preparan horas de triunfo 
y le prestan realidad y consistencia. 
Fue un año escaso que dio por resultado unos exáme­
nes brillantes. 
Vacaciones en casa y de nuevo a Roma para un nuevo 
curso que suponía normal, pero... 
Ya muchos se habían fijado en él. Es de esos hombres 
que llaman la atención por donde pasan: Su rectitud, su 
espíritu de trabajo, su cordialidad sin estridencias, su vida 
ordenada... Todo hacían de Don Bautista, el hombre des­
tacado del que se esperan grandes cosas. Un día Monseñor 
José Pizzardo, entonces sustituto de la Secretaría de Esta­
do, mandó llamar a Don Bautista. Le sorprendió algún 
tanto esta llamada a nuestro joven sacerdote; y más cuando 
oyó de labios del eminente purpurado este consejo que fue 
casi un mandato: 
—Don Bautista, ¿por qué no se orienta hacia la Aca­
demia de Diplomáticos Pontificios? 
Quedó sorprendido el joven sacerdote y un interro­
gante se habría en su mirada. Monseñor Pizzardo, añadió 
en tono afirmativo: 
—Le bastaría ampliar sus estudios canónicos. Vaya a 
la Academia. 
Montini ha comprendido que una nueva orientación se 
ha impuesto en su vida. Como él mismo ha contado tuvo 
aún un intento de suave forcegeo. Fue un amago de 
defensa: 
—Pensaba yo dedicarme a estudios de carácter espe 
culativo... 
Monseñor Pizzardo cortó rápido: 
—Sí, hombre, sí. Aquí lo encontrará todo. 
—Pero... 
53 
Pizzardo detiene en germen la objeción. Experto de la 
vida, con muchas horas de vuelo, como el viejo pescador 
de Hemingway no se aferra y suelta un poco el sedal, pero 
no suelta la pieza: 
—Aquí tenemos muchas cosas. Mire, ha sido creado 
cardenal monseñor Galli, gran latinista. En él encontrará 
usted un excelente maestro. 
«Pero luego no se habló más de estudios literarios y 
mi camino se orientó hacia trabajos jurídicos y diplomá­
ticos». 
En estos estudios invirtió Don Bautista dos años de 
su vida en la Academia Pontificia de Nobles Eclesiásticos, 
instituto destinado a la preparación de los diplomáticos de 
la Santa Sede. 
Montini recordará años después aquel día «en que atra­
vesé el umbral de la Academia con gran inquietud, vaci­
lante, perplejo». No hay oratoria en estos tres epítetos. El 
viraje había sido muy brusco. Los sueños puramente pasto­
rales de Montini parecían esfumarse ante la concreta 
realidad de una vida orientada hacia la diplomacia. 
La caricatura de una falsa diplomacia, burguesía de ar­
chivo y papeleo, hipocresía del gesto y la palabra, creó, con 
fuerza fantasmal, en la mente del joven sacerdote la inquie­
tud, la vacilación y la perplejidad. 
Aquí empezó Montini a reflexionar sobre el auténtico 
sentido de la diplomacia en la Iglesia, hasta lograr decantar 
esta definición de la diplomacia: 
—«Es el arte de crear y conservar el orden internacio­
nal, es decir, la paz. El arte de instaurar relaciones 
humanas, razonables, jurídicas, entre los pueblos... no por 
el camino de la fuerza, sino por medio de una clara y 
responsable reglamentación». 
A esto ya valía la pena dedicar una vida. 
Pizzardo fue para Montini el orientador de su vida y 
el que siempre le apoyó en un espíritu legítimo de promo­
ver a los mejores. Unos años después, ya Papa, no tendrá 
54 
reparo en reconocerlo y proclamarlo en la visita a la cate­
dral de Albano: 
«El, personalmente, fue quien desvió el camino de mi 
vida, encaminado a mi diócesis de origen; él me dijo: per­
manece en Roma, contribuyendo así a madurar el destino 
de mis pobres años en la tierra e influyendo en la realiza­
ción del encuentro que estamos ahora celebrando». 
El Papa le manifestó su inmenso agradecimiento. To­
dos los católicos hemos de agradecer al Cardenal Pizzardo 
que haya hecho posible la presencia de Pablo VI en el 
papado. Si es un deber derribar el pedestal de los ineptos, 
lo es en mayor grado apoyar a los hombres eminentes que 
con su vida y actuación pueden influir benéficamente. Esta 
fue la noble actuación de Pizzardo. 
Pero la formación completa del hombre exige un com­
plejo de cualidades, además de la intelectualidad. No basta 
trabajar con ideas en el silencio de un archivo o bajo la 
lámpara de un despacho. Es preciso saber llevar esas ideas 
a la vida, vincular la inteligencia a la acción. En este sen­
tido, el año 1923, exactamente en el mes de mayo, la for­
mación integral de Montini da un viraje fundamental: Es 
enviado a Varsovia como agregado a la Nunciatura Apos­
tólica. Esta nueva orientación, fue obra también de Mon­
señor Pizzardo, deseoso de potenciar las cualidades todas 
de este joven. Aquí empieza su vida de diplomático, de 
actividad social y política, al servicio de la Iglesia. En Var­
sovia está a las órdenes del Nuncio Apostólico Monseñor 
Aquiles Ratti, que años después sería el Papa Pío XI. Sus 
grandes cualidades intelectuales y morales, junto con un 
carácter reservado, prudente, austero... hicieron de Don 
Bautista un gran diplomático. Desde este momento, su 
estrella no dejará de ascender, iluminando cada vez más y 
mayores horizontes. 
Unos meses tan sólo en Varsovia, porque la saludde 
Montini se resiente, y de nuevo a Roma, siempre bajo el 
patrocinio orientador de Monseñor Pizzardo. 
55 
De nuevo en la Academia, los estudios del año escolar 
1923-1924. Ya en octubre de 1924 entra Montini a pres­
tar sus servicios de un modo permanente en la Secretaria 
de Estado. Era el primer paso oficial en el Vaticano. 
El año 1924 fue para Montini un año complejo, pero 
un año de síntesis. Nombrado consiliario del Círculo Uni­
versitario Católico Romano, en trato con altos personajes 
de la Curia Vaticana, todavía sacaba tiempo para dedicar 
muchas horas al estudio y a la lectura. 
Durante estos años, con una constancia ejemplar en el 
estudio, ha conseguido doctorarse en Filosofía y Teología. 
El tiempo fue el enemigo número uno de Montini. Tenía 
demasiadas cosas que hacer, podría hacerlas si el tiempo 
no fuese inexorable. Ya Pontífice tiene una evocación a 
estos años: 
«El recuerdo de los breves años, durante los cuales, 
Nos, primeramente como discípulo, y como profesor des­
pués frecuentamos el Apolinar del que surgió esta Univer­
sidad Lateranense, que aunque no nos tienta de vanidad, 
nos evoca con imágenes tranquilas y reposadas ese empeño 
de nuestra humilde vida... el estudio y las clases. Por pre­
valecer otros deberes no pudimos realizar nuestro progra­
ma... pero las primeras e inocentes ilusiones no se olvidan 
y motivan por ello ahora su nostálgico recuerdo». 
Hemos hablado repetidas veces de su delicada salud. 
Podemos añadir como subrayando un dato revelador. 
Cuando fue llamado a Brescia para ser tallado con su quin­
ta del 97, Bautista daba la talla y la sobrepasaba, pero su 
salud era tan delicada, que fue rechazado para el servicio 
militar. Sin embargo, por el deseo de hacer bien y alternar 
con la juventud universitaria, de la que era consiliario, 
empezó a participar en sus fiestas y competiciones deporti­
vas, en sus reuniones siempre agitadas, y aún en las gro­
tescas carnavaladas de fin de curso. El resultado fue un 
robustecimiento progresivo y considerable en su salud, que 
56 
le permitirá desarrollar desde ahora jornadas de veinte 
horas sin demostrar fatiga. 
Su estilo, tanto oratorio como literario, adquirió este 
año ya un sesgo definitivo. Sus charlas y sus artículos a la 
juventud universitaria, imprimieron en su estilo un cuño 
muy personal. Nada de hojarasca y perifollo. Sobre una 
base recia de ideología, el armazón escueto, moderno y 
breve, de unas ideas lógicamente ensambladas. 
Hizo propio el consejo que, en versos tallados, dio 
Unamuno: 
«Mira que es largo el camino 
y corto, muy corto, el tiempo; 
parar en cada posada 
no podemos. 
Dinos en pocas palabras, 
y sin dejar el sendero, 
lo que más decir se pueda 
denso, denso». 
En cierta ocasión, siendo ya sustituto de la Secretaría 
de Estado al servicio de Pío XII, se presentó un joven 
escritor de L'Osservatore Romano. Traía un artículo sobre 
la caridad del Pontífice reinante, que Montini debía revi­
sar. Coge las cuartillas y va leyendo pacientemente aquel 
inmenso ensartado de frases huecas y tópicos manidos. Con 
suavidad en el tono, pero no sin cierta ironía, le dijo al 
repórter: 
—Lo encuentro un poco largo ¿no cree? 
El periodista con voz demudada: 
—Sí, sí, un poco largo, Monseñor... 
—A Pío XII le gusta la concisión. 
Y ya, roto el primer hielo, añade Montini en un tono 
amistoso: 
—Demasiada «barca de Pedro» y demasiado «pescador 
de almas». La gente tiene demasiada prisa y necesita en­
contrar pronto la sustancia de lo que se le dice. El meollo 
que se capte sin esfuerzo. 
57 
Y pacientemente, rehace el artículo que, amputado 
aquí y allá, ocupó tan sólo media columna. 
Este estilo directo, sincero, ágil, que es el estilo de 
Pablo VI, lo aprendió, en estos años, al contacto con la 
juventud. 
En resumen: fueron años duros de apostolado y de 
estudio. Años difíciles de actuación y de silencio; pero 
fueron, sin duda, años decisivos para la formación integral 
de Pablo VI. Un hombre que por temperamento hubiera 
sido un intelectual puro, frío, alejado de la vida, las cir­
cunstancias le hicieron tomar contacto con la realidad, y 
produjeron como resultado ese maridaje perfecto que hoy 
admiramos en Pablo VI: Intelectual para la acción. 
Hay, por esta fecha, un suceso revelador en la vida de 
Montini. Un pequeño suceso profundo como un drama de 
Shakespeare, con el leve chirriar de dos engranes potentes 
que no encajan. 
Montini pide colaboración para su obra con los jóvenes 
a Giuseppe de Luca. De Luca es un joven sacerdote de 
egregia capacidad intelectual absorto en soledades fecundas. 
De Luca rehuye amablemente la colaboración y Montini, 
el intelectual puro que algunos han soñado, le escribe esta 
carta meditable que transcribo. No es preciso mirar con 
lupa. Está explícita y formulada reciamente esa lucha inter­
na que todo hombre de cierta altura ha sentido. La lucha 
entre la ideología y la acción, entre el frío cientifismo y la 
pastoral viva. 
Tiene la carta el resuello sincero, libre de ironías, de 
un alma abierta y oreada como la meseta castellana. Las 
palabras son exactas, sin eufemismos blandos. 
Dice así la carta: 
«Querido De Luca: 
Adiós entonces y con inmensa amargura. Valoro 
y envidio tu tarea, y sólo me apena que apartándola 
de la nuestra, pobre y mezquina por su estilo y por 
58 
quienes la realizamos, nos dejes efectivamente pobres 
y mezquinos. 
Lo que me duele es tu abandono consciente, no los 
reproches a la acción considerada de menor categoría 
y desproporcionada con los ideales. 
Vosotros juzgáis la acción como guerra de guerri­
llas, no sabéis descubrir el grito de socorro a que 
responde. Si mañana nuestra voluntad se pierde en 
frivolidades, y la milicia católica cae en un epílogo 
ridículo, no será toda la culpa de los pobres sargentos 
que desearon y no recibieron auxilio de los cerebros 
potentes. 
Quizá nos urge una excesiva prisa, lo cual es peli­
groso. Pero estamos presionados por la caridad y 
nuestras deficiencias encontrarán un atenuante en 
nuestro favor. 
Cuidad vosotros que vuestra exquisitez no enfríe 
el amor, ni elimine el sacrificio, ni fraccione el Cuer­
po de Cristo. Tú escoge los libros, yo quisiera esco­
ger las almas. 
Cuando necesite acertar con la manera más eficaz 
de ayudar a las almas, me refugiaré con el pensamien­
to y con alguna visita en tu magnífico y provechoso 
recogimiento. Allí te oiré hablar a los lejanos y apren­
deré a hablar a los cercanos. 
Si me compadeces un poco, permaneceré siempre 
amigo tuyo en el común deseo de amar a Cristo en 
todas las cosas». 
Juan Bautista Montini 
Una carta como esta, basta para definir a un hombre. 
Montini es un intelectual para la acción. Un hombre eficaz. 
Porque es evidente que no basta la mera intelectuali­
dad, ni mucho menos el activismo puro. Es fácil para los 
inteligentes hacer sus vidas infecundas, por dedicarse a un 
juego especulativo, que les resulta cómodo; tan fácil como 
59 
a los hombres de acción el engañarse, pensando que el fruto 
está en proporción a la energía invertida en las obras. De 
estos dos escollos se libró el joven Montini, gracias, según 
creo, a la orientación de Monseñor Pizzardo que consciente 
de su valía le hizo alternar reflexión y acción. 
m 
Vil.—Apóstol de los universitarios 
"A los jóvenes exhórtalos 
a que estén sobre sí, en todo, 
manteniéndote a ti mismo dechado de buenas obras: 
integridad incorruptible en la doctrina, 
gravedad, palabra sana, intachable". 
SAN PABLO 
Su actuación entre la juventud bien merece que le 
dediquemos un capítulo aparte. El mismo ha dicho algo 
sorprendente: 
—«Los jóvenes me han ayudado a no convertirme en 
un oficinista apergaminado y frío». 
El cargo de consiliario nacional de los estudiantes, era 
un cargo difícil. Exigía mucho tacto, valor, y un celo sacer­
dotal a toda prueba. 
El gobierno fascista veía con malos ojos los movimien­
tos católicos, aun cuando limitasen su actividad a obras 
religiosas. Aquel Monseñor Montini, llegó a ser una figurapopular en los medios estudiantiles. Aquel joven sacerdote 
alto, de mirada profunda, que con un lenguaje desgarrado 
61 
y viril les hablaba de la fidelidad a Cristo, como nunca 
habían oído hablar. Comprendía a los jóvenes y sabía en­
tusiasmarles. 
En su torno, polarizaban los mejores. Tenía una ideo­
logía que transmitirles y lo hacía. No comprendió nunca 
el apostolado juvenil como una imposición, ni mucho me­
nos como una servidumbre a un «cura» que se soporta 
con el aliciente de un lucro personal y humano. El quería 
y buscaba a los mejores. Y a esos jóvenes snobistas que 
hablan de libertad y viven esclavizados, que conciben el 
apostolado como un juego infantil sin riesgo, que sueñan 
en manifestaciones y congresos, rebosantes de aplausos pe­
ro vacíos en realidades... A esos jóvenes que actúan con las 
almas con poses prefabricados y tópicos de juventud super­
ficial, les dirá Juan Bautista Montini: 
—«¿No queréis venir obligados...? Pues venid libre­
mente. ¿No queréis ser confundidos con la otra gente...? 
Pues venid por vuestra cuenta. ¿No queréis adquirir com­
promisos convencionales y retóricos? Pues dad a vuestra 
fe una profunda sinceridad personal». 
Esto escribía siendo Arzobispo de Milán, pero es el 
mismo estilo que usaba en estos años romanos. Estilo di­
recto. Lucha de frente, sin paliativos. Y el joven que se 
llama sincero, si además lo es, responde a esta llamada con 
una entrega incondicional al apostolado por la Iglesia. Juan 
Bautista Montini ha sido siempre y lo seguirá siendo, un 
entusiasta de la juventud. El sabe que en ellos está el 
porvenir del mundo. Son los jóvenes inteligentes, enérgi­
cos y audaces, los únicos capaces de transformar este caos, 
y de dar un nuevo ritmo a esta sociedad que espiritualmen-
te languidece. 
En su formación dedicó muchas horas. Conferencias, 
círculos de estudio, encuestas, retiros, trato personal... Y 
siempre con una idea fija de iluminado: capacitarles para 
actuar en la sociedad, al servicio de la Iglesia. 
Los mejores estaban con él. Hoy son muchos los hom-
62 
bres de influencia que deben a Pablo VI el arranque inicial 
por este camino luminoso y enérgico. 
En 1925 es nombrado Consiliario Nacional de la Fede­
ración de Universitarios Católicos Italianos (F. U. C. I.) . 
Al mismo tiempo se nombraba a Higinio Righetti como 
presidente. Mano a mano, con instinto de colaboración, 
llevaron la F. U. C. I. en estos años de efervescente polí­
tica italiana. 
Nadie más capacitado para este cargo que Montini. 
Sus ideas tomaron consistencia al choque con la realidad y 
se enraizaron en una actividad que no admite cavileos. 
Era ponerle en la cumbre, para que fuese luz y guía 
de una juventud que necesita orientación porque viene con 
impulso. De este año es este párrafo magnífico, índice y 
resumen de los pensamientos de este hombre: 
—«Creemos en la mística universitaria, porque quere­
mos tener una ascética universitaria. Nosotros creemos es­
to, porque en nuestro trabajo empeñamos una conciencia 
al servicio de la causa, la gran causa de la verdad que está 
espiritual y socialmente encarnada en la Iglesia». 
Este fragmento de un artículo aparecido en la nueva 
revista universitaria «Studium», fueron la consigna de 
Montini, su autor. Consigna que realizó con paciencia in­
agotable. Porque el gran peligro de los que trabajan con la 
juventud, es el desaliento. Hace falta ser un gran optimista 
y sobre todo un gran hombre de espíritu, para resistir a la 
tentación de abandonarlo todo, al contemplar la inconstan­
cia frecuente en estas edades. 
Aunque, por su formación personal, gustaba de la 
selección, pero no cayó en la fácil tentación de cultivar, con 
ambiente de invernadero, a un grupo muy reducido de 
selectos. El selecto necesita el contacto con la masa y hasta 
el roce de los vulgares, cuando está orientado, le depura. 
Montini los metió, él al frente, en la propia universidad 
laicista y anticlerical. Ellos tendrían que ser el fermento del 
Evangelio. En la iglesia de San Ivo, organizó unas misas 
63 
dominicales de renovado cuño litúrgico. En ella predicaba 
a los jóvenes universitarios con brevedad y nervio. 
Su modo de actuar era muy sencillo. No basaba en 
trucos fáciles su apostolado. Era Sacerdote, mensajero de 
Dios, inmensamente serio por temperamento. Esto no le 
impedía «hacerse todo a todos para ganarlos a todos». 
Compartía sus alegrías y sus diversiones. Siempre serio, no 
pretendía camuflarse bajo las apariencias de unas carcaja­
das. Era uno de ellos y se presentaba al natural. Pronto 
los jóvenes comprendían que aquel sacerdote era un hom­
bre sin doblez, sincero y rectilíneo, dispuesto a sacrificarlo 
todo por orientar sus vidas. 
Hay una fotografía del nuevo Papa, que sin palabras 
es un slogan de juventud. Ya Cardenal, con sus amplios 
capisayos, presenció en el Estadio de Milán, una dura com­
petición ciclista. Después pensó que era correcto y que no 
descendía de su dignidad al saludar cordialmente a tantos 
jóvenes allí concentrados. Y vemos al actual Papa sobre un 
coche descubierto, de pie, el brazo en alto como un cam­
peón deportivo, que dio vuelta al Estadio saludando a sus 
hijos. Pero lo más curioso del caso, y esta es la foto de 
referencia, es que ha sustituido su birrete cardenalicio, con 
una típica gorra de ciclista. Así disfrazado, está más cerca 
de todos, como un hincha más del deporte ciclista. 
Por cierto que sí le sigue gustando el ciclismo, y las 
pocas veces que ve televisión, lo hace para contemplar a 
los más afamados ases del pedal. 
No sé cómo llamarán algunos a esta foto y a estas afi­
ciones. Me sospecho que habrá para todos los gustos. Para 
mí queda aquí como una prueba más, tangible y gráfica de 
un humanismo sano que sintoniza sin estridencias con nues­
tro siglo XX. 
—«Si hay algo que pueda llenar de gozo el corazón 
del Papa y de los obispos, es un pobre cura que rota y sin 
botones la sotana reúne en torno suyo grupos de jóvenes 
64 
que juegan con él, estudian con él, piensan en la vida, le 
quieren y le creen». 
Organizó con sus estudiantes toda una gran batalla de 
caridad: Enseñanza de catecismo a los niños, bautismos, 
regulación de matrimonios, ayuda material por medio de 
las Conferencias de San Vicente de Paúl, asistencia a los 
sin trabajo... Les imbuía una mística, y les daba un campo 
de acción donde pudiesen contrastarla y robustecerla. 
Ayudó muy especialmente a uno de los barrios más 
pobres de Roma, el llamado Porta Metronia. Concentró 
allí todos sus esfuerzos, movilizó a sus estudiantes... hasta 
conseguir que se destruyeran las miserables chabolas en 
que vivían tantas familias y fuesen reemplazadas por un 
barrio de limpios y funcionales edificios que ahora se llama 
el barrio Appio Metronio. 
Con el régimen fascista tuvo encuentros bruscos que 
hicieron saltar chispas. En agosto de 1926 organizó Mon-
tini una Convención Nacional de estudiantes en Macerata. 
Ya desde el primer momento las molestias de los carabine­
ros fascistas se hicieron sentir impidiendo la normal espan-
sión de los FUCINOS. La chispa saltó. Discurría felizmente 
la asamblea cuando irrumpen en la sala unos legionarios de 
Mussolini dispuestos a perturbar la sesión. Los primeros 
intentos de concordia fracasan ante la obstinada mala fe 
de los legionarios. Sigue un pequeño tumulto, gritos de 
«abajo los estudiantes católicos», «fuera de Macerata»... 
hasta que se llega a las manos. Los legionarios actúan con 
sus porras ante la impasible presencia de la policía local. 
El joven Montini no se amilana. Jamás soporta la in­
justicia. Con sus 29 años, sacerdote y responsable, actúa 
con energía en unos años históricos de temor y riesgo. 
Acude en persona a denunciar los hechos ante el jefe local 
de la policía. Era como gritar a una roca. 
—Recuerde que usted es el responsable de no evitar 
esta violencia. 
65 
Lo ha dicho Montini con nervio, vivos los ojos, la 
frente tensa. 
El oficial fascista, pasmado ante tanta valentía, le pre­
gunta: 
—¿Tú

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