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Apologia de Socrates - Platon

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En	 la	 Apología	 de	 Sócrates	 (en	 griego,	 "Απολογια	 Σωκρατους"	 Apologia
Socratus),	diálogo	compuesto	entre	393	y	389	a.C.,	Platón	(c.	427	-	347	a.C.)
ofrece	 una	 versión	 de	 la	 defensa	 que	 hizo	 de	 sí	mismo	Sócrates	 frente	 al
jurado	de	Atenas	tras	ser	acusado	de	corromper	a	los	jóvenes	y	despreciar	a
los	dioses.	El	diálogo,	perteneciente	al	ciclo	platónico	de	obras	socráticas	o
de	 juventud,	 además	 de	 rescatar	 el	 texto	 de	 la	 apología	 (defensa)	 ante	 el
tribunal,	constituye	la	apología	(elogio)	que	hace	Platón	de	su	maestro.
Sócrates	 comienza	 el	 diálogo	 diciendo	 que	 no	 sabe	 si	 los	 atenienses	 han
sido	 ya	 persuadidos	 por	 los	 que	 le	 acusan.	 Este	 inicio	 resulta	 crucial	 para
establecer	el	tema	del	discurso,	pues	es	frecuente	que	Platón	comience	sus
diálogos	 socráticos	 exponiendo	 la	 idea	 general	 del	 texto.	 Sócrates	 pide	 al
jurado	 que	 no	 atienda	 a	 sus	 virtudes	 oratorias,	 sino	 a	 la	 verdad	 que	 éstas
convocan.	 A	 su	 vez,	 asegura	 que	 no	 va	 a	 utilizar	 ornamentos	 retóricos	 ni
frases	 cuidadosamente	 preparadas,	 sino	 que	 dirá	 lo	 que	 se	 le	 pase	 por	 la
cabeza,	 las	mismas	palabras	que	utilizaría	en	el	 ágora	y	en	 las	 reuniones;
pero	demuestra	ser	un	maestro	en	retórica,	no	sólo	elocuente	y	persuasivo,
sino	 hábil	 con	 el	 jurado.	 Aun	 así,	 este	 discurso,	 que	 durante	 más	 de	 dos
milenios	se	ha	ganado	el	 favor	de	 los	 lectores,	no	consigue	ganar	el	 juicio.
Sócrates	fue	condenado	a	muerte,	y	desde	entonces	se	le	ha	admirado	por
su	serena	aceptación	de	la	sentencia.
Más	 concretamente,	 la	 presente	 edición	 viene	 introducida	 por	 el	 enorme	 y
magníficamente	 esclarecedor	 prólogo	 elaborado	 por	 el	 profesor	 y	 doctor
Alejandro	G.	Vigo,	que	facilitará	al	lector	el	entendimiento	del	desarrollo	de	la
obra	 a	 través	 de	 una	 explicación	 clara	 y	 verdaderamente	 transparente,	 sin
prescindir	no	obstante	de	la	precisión	y	de	la	profundidad	analítica	propias	de
un	entendido	en	el	tema	como	es	G.	Vigo.
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Platón
Apología	de	Sócrates
Diálogos	de	juventud	I
ePUB	v2.1
jcastro94	20.07.12
www.lectulandia.com	-	Página	3
Título	original:	Απολογια	Σωκρατους
Platón,	393	-	389	a.C.
Traducción:	laeditorialvirtual.com.ar
Diseño/retoque	portada:	jcastro94
Editor	original:	jcastro94	(v1.0	a	v2.1)
Corrección	de	erratas:	Clash_63
ePub	base	v2.0
www.lectulandia.com	-	Página	4
Cuatro	características	corresponden	al	juez:
escuchar	cortésmente,	responder	sabiamente
ponderar	prudentemente	y	decidir	imparcialmente.
Sócrates,	cita	atribuida	por	Platón
Es	peor	cometer	una	injusticia	que	padecerla
porque	quien	la	comete	se	convierte	en	injusto
y	quien	la	padece	no.
Sócrates,	cita	atribuida	por	Platón
Sólo	sé	que	no	sé	nada;
y	esto	cabalmente	me	distingue	de	los	demás	filósofos,
que	creen	saberlo	todo.
Sócrates,	cita	atribuida	por	Platón
Sólo	hay	un	bien:	el	conocimiento.
Sólo	hay	un	mal:	la	ignorancia.
Sócrates,	cita	atribuida	por	Platón
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Prefacio
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Sobre	esta	edición
La	 presente	 edición	 de	 la	 obra	Apología	 de	 Sócrates,	 cuyo	 autor	 es	 el	 filósofo
griego	Aristocles,	más	conocido	por	su	sobrenombre	Platón,	surgió	de	una	idea,	que	a
su	vez,	nació	fruto	de	una	necesidad.	Dicho	requerimiento	no	es	otro	que	el	menester
de	obtener	las	obras	más	relevantes	de	los	autores	más	representativos	de	la	historia
de	 la	 filosofía,	 todo	 ello	 con	 el	 requisito	 de	 conseguirlas	 de	 forma	 gratuita	 a	 ser
posible.
Sin	 embargo,	 las	 versiones	de	 la	 obra	que	 se	podían	 encontrar	 en	 el	 amplísimo
almacén	de	recursos	que	constituye	Internet	dejaban	mucho	que	desear,	básicamente
en	cuanto	a	lo	que	el	formato	o	el	diseño	se	refiere,	pero	también	en	lo	concerniente	a
los	 errores	 ortográficos	 y	 gramaticales,	 cuya	 ausencia	 no	 puedo	 sin	 embargo
garantizar	en	 la	presente	maquetación	del	clásico	ante	 la	que	nos	encontramos.	Así
pues,	tras	diversas	aunque	no	demasiado	profundas	búsquedas	por	la	red,	y	ante	la	no
precisamente	agradable	sorpresa	que	me	producía	la	indisponibilidad	de	la	Apología
platónica	 con	 una	 mediana	 calidad	 en	 relación	 con	 los	 factores	 comentados,	 me
decidí	a	tratar	de	elaborar	una	maquetación	del	escrito	en	cuestión	que	fuese	al	menos
lo	bastante	digna	como	para	albergar	en	sí	una	obra	de	tamaño	nivel	y	trascendencia
como	la	Apología	de	Platón.	En	fin,	he	aquí	el	resultado.
Para	la	elaboración	del	presente	ePub,	me	he	valido	de	diversas	fuentes,	las	cuales
me	gustaría	citar	a	continuación	con	el	objeto	de	que,	si	es	de	su	agrado,	el	lector	de
estas	líneas	no	sólo	compare	las	diferencias	con	respecto	al	presente	producto	final,
sino	 que	 pueda	 tener	 una	 referencia	 a	 partir	 de	 la	 cual	 pueda	 criticar	 y	 más
positivamente	sugerir	algún	tipo	de	mejora	que	pueda	implementar	la	calidad	de	esta
edición,	 lo	 cual	 no	 es	 ni	 mucho	 menos	 improbable.	 De	 tal	 forma,	 aquí	 resumo
mediante	un	esquema	las	fuentes	utilizadas:
Citas:	Wikiquote	(Sócrates).	Para	acceder,	haga	clic	aquí.
Información	 acerca	 del	 Prof.	 Dr.	 Alejandro	 G.	 Vigo,	 autor	 del	 prólogo
seleccionado:	 Nota	 biográfica	 de	 la	 web	 de	 la	 Universidad	 de	 Navarra.	 Para
acceder,	haga	clic	aquí.
Información	 acerca	 de	 Sócrates:	 Artículo	 de	 webdianoia	 sobre	 Sócrates.	 Para
acceder,	haga	clic	aquí.
Información	acerca	de	Platón:	Reseña	de	laeditorialvirtual.com.ar	sobre	Platón.
Para	acceder,	haga	clic	aquí.
Prólogo:	Introducción	a	la	Apología	de	Sócrates	de	Platón,	incluida	en	la	versión
de	Alejandro	G.	Vigo,	concretamente	en	la	edición	de	la	Editorial	Universitaria
de	2005.	Para	acceder,	haga	clic	aquí.
www.lectulandia.com	-	Página	7
http://es.wikiquote.org/wiki/S%C3%B3crates
http://www.unav.es/filosofia/agvigo/
http://www.webdianoia.com/presocrat/socrates.htm
http://www.laeditorialvirtual.com.ar/pages/Platon/LaRepublica_00.html
http://books.google.es/books?id=6amfsNu9FrEC&lpg=PA11&ots=9dDSLIvh2i&dq=apolog%C3%ADa%20de%20s%C3%B3crates%20introducci%C3%B3n%20por&hl=es&pg=PA11#v=onepage&q&f=false
Notas	del	prólogo:	Notas	de	la	misma	introducción	a	la	Apología	de	Sócrates	de
Platón,	incluida	en	la	versión	de	Alejandro	G.	Vigo,	concretamente	en	la	edición
de	la	Editorial	Universitaria	de	2005.
Texto	de	la	obra:	Traducción	de	laeditorialvirtual.com.ar	datada	en	2004,	Buenos
Aires.	Para	acceder,	haga	clic	aquí.
Notas	 de	 la	 obra:	 Notas	 de	 la	 misma	 traducción	 de	 laeditorialvirtual.com.ar
datada	en	2004,	Buenos	Aires.
Más	 notas	 de	 la	 obra:	 Notas	 de	 la	 edición	 de	 la	 Apología	 de	 Sócrates	 de
librodot.com.	Para	acceder,	haga	clic	aquí.
Distinción	 entre	 los	 diferentes	 apartados	 según	 la	 traducción	 de	 Enrique
Estéfano	(París,	1578):	Diferenciación	de	los	mismos	en	la	propia	edición	de	la
Apología	de	Sócrates	de	librodot.com.
Una	 vez	 establecido	 esto,	 sólo	 resta	 añadir	 que,	 tras	 las	 sucesivas	 reseñas
referidas	 al	 Prof.	Dr.	Alejandro	G.	Vigo,	 a	 Sócrates	 (cuya	mención	 aquí	 es,	 quizá,
más	 justificada	 que	 con	 respecto	 a	 cualquier	 otra	 obra	 platónica)	 y	 a	 Platón,	 se
presentará	 el	 prólogo	 introductor	 a	 la	 obra	 y	 finalmente	 la	 Apología	 de	 Sócrates
propiamente	dicha.	Así	pues,	que	el	lector	disfrute	de	este	magnífico	tesoro	literario,
tanto	como	lo	ha	hecho	un	servidor	al	escribir	estas	líneas.
Jesús	Castro	Martín,	26	de	marzo	de	2012
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http://www.laeditorialvirtual.com.ar/pages/Platon/LaRepublica_01.html
http://www.edu.mec.gub.uy/biblioteca_digital/libros/S/Socrates%20-%20Apologia.pdf
Breve	nota	biográfica	de	Alejandro	G.	Vigo
Alejandro	G.	Vigo,	nacido	en	Buenos	Aires,	Argentina,	en	1958,	es	Profesor	en
Filosofía	 (1984)	 y	 Licenciado	 en	 Filosofía	 (1988)	 por	 la	 Universidad	 de	 Buenos
Aires,	 y	 Doctor	 en	 Filosofía	 (1994)	 por	 la	 Universidad	 de	 Heidelberg.	 Ha	 sido
becario	 del	 Consejo	 Nacional	 de	 Investigaciones	 Científicas	 y	 Tecnológicas
(CONICET)	 (Argentina),	 el	 DeutscherAkademischer	 Austauschdienst	 (DAAD)
(Ale​mania)	y	la	Alexander	von	Humboldt	Stiftung	(Alemania).
Entre	1982	y	1988	se	desempeñó	como	Docente	Auxiliar	de	Griego	y	de	Historia
de	 la	 Filosofía	 Antigua	 en	 la	 Facultad	 de	 Filosofía	 y	 Letras	 de	 la	 Universidad	 de
Buenos	Aires	(Argentina).	Entre	1993	y	2001	ha	sido	Profesor	de	Filosofía	Antigua	y
de	Seminarios	de	Textos	en	el	Instituto	de	Filosofía	de	la	Universidad	de	los	Andes
(Santiago	 de	 Chile).	 Entre	 2002	 y	 2006	 ha	 sido	 Profesor	 Adjunto	 Ordinario	 del
Instituto	 de	 Filosofía	 de	 la	 Pontificia	 Universidad	 Cató​li​ca	 de	 Chile	 (Santiago	 de
Chile).	 Como	 profesor	 visitante	 ha	 enseñado	 en	 diversas	 universidades	 de
Hispanoamérica	 y	Europa.	Desde	 2006	 es	Profesor	Ordinario	 del	Departamento	 de
Filosofía,	de	la	Universidad	de	Navarra.
Ha	publicado,	entre	otros,	 los	siguientes	 libros:	Aristóteles,	Física,	Libros	III-IV
(introducción,	 traducción	 y	 comentario;	 Buenos	 Aires	 1995);	 Zeit	 und	 Praxis	 bei
Aristoteles.	Die	Nikomachische	Ethik	und	die	zeitontologischen	Voraussetzungen	des
vernunftgesteuerten	 Handelns	 (Freiburg	 –	 München	 1996);	 La	 concepción
aristotélica	de	la	felici​dad.	Una	lectura	de	‘Ética	a	Nicómaco’	I	y	X	6-9	(Santiago	de
Chile	 1997);	Platón,	 Apología	 de	 Sócrates	 (traducción	 anotada	 con	 introducción	 y
análisis;	Santiago	de	Chile	1998;	3ra.	e​dición	corregida	y	ampliada	2001);	Estudios
aristotélicos	(Pamplona	2006).	Ha	publicado	también	unos	70	artículos	en	volúmenes
colectivos	y	revistas	especializadas	de	Iberoamérica,	Europa	y	EEUU.
Es	co​editor	de	Méthexis.	International	Journal	for	Ancient	Philosophy	(Academia
Verlag,	 Sankt	 Augustin,	 Alemania)	 y	Miembro	 Titular	 del	 Institut	 International	 de
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Philosophie,	École	Normal	Su​périeur	–	CNRS,	París.
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Vida	y	obra	de	Sócrates	(470	-	399	a.C.)
Biografía
Sócrates	 nació	 en	 Atenas	 el	 año	 470	 a.C.	 de	 una	 familia,	 al	 parecer,	 de	 clase
media.	Su	padre	era	escultor	y	su	madre	comadrona,	 lo	que	ha	dado	lugar	a	alguna
comparación	 entre	 el	 oficio	 de	 su	madre	 y	 la	 actividad	 filosófica	 de	 Sócrates.	 Los
primeros	años	de	la	vida	de	Sócrates	coinciden,	pues,	con	el	período	de	esplendor	de
la	sofística	en	Atenas.
El	interés	de	la	reflexión	filosófica	se	centraba	entonces	en	torno	al	ser	humano	y
la	 sociedad,	 abandonando	el	predominio	del	 interés	por	 el	 estudio	de	 la	naturaleza.
Probablemente	 Sócrates	 se	 haya	 iniciado	 en	 la	 filosofía	 estudiando	 los	 sistemas	 de
Empédocles,	Diógenes	de	Apolonia	 y	Anaxágoras,	 entre	 otros.	Pero	pronto	orientó
sus	investigaciones	hacia	los	temas	más	propios	de	la	sofística.
Pensamiento
Sócrates	no	escribió	nada	y,	a	pesar	de	haber	tenido	numerosos	seguidores,	nunca
creó	una	escuela	filosófica.	Las	llamadas	escuelas	socráticas	fueron	iniciativa	de	sus
seguidores.	Acerca	 de	 su	 actividad	 filosófica	 nos	 han	 llegado	diversos	 testimonios,
contradictorios	entre	ellos,	como	los	de	Jenofonte,	Aristófanes	o	Platón,	que	suscitan
el	 llamado	 problema	 socrático,	 es	 decir	 la	 fijación	 de	 la	 auténtica	 personalidad	 de
Sócrates	 y	 del	 contenido	 de	 sus	 enseñanzas.	 Si	 creemos	 a	 Jenofonte,	 a	 Sócrates	 le
interesaba	 fundamentalmente	 la	 formación	 de	 hombres	 de	 bien,	 con	 lo	 que	 su
actividad	filosófica	quedaría	reducida	a	la	de	un	moralista	práctico:	el	interés	por	las
cuestiones	 lógicas	 o	 metafísicas	 sería	 algo	 completamente	 ajeno	 a	 Sócrates.	 Poco
riguroso	 se	 considera	 el	 retrato	 que	 hace	 Aristófanes	 de	 Sócrates	 en	 "Las	 nubes",
donde	 aparece	 como	 un	 sofista	 jocoso	 y	 burlesco,	 y	 que	 no	 merece	 mayor
consideración.
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Más	problemas	plantea	 la	 interpretación	del	Sócrates	platónico:	¿Responden	 las
teorías	puestas	en	boca	de	Sócrates	en	los	diálogos	platónicos	al	personaje	histórico,
o	al	pensamiento	de	Platón?	La	posición	 tradicional	es	que	Platón	puso	en	boca	de
Sócrates	sus	propias	teorías	en	buena	parte	de	los	diálogos	llamados	de	transición	y
en	 los	 de	 madurez,	 aceptándose	 que	 los	 diálogos	 de	 juventud	 reproducen	 el
pensamiento	 socrático.	 Esta	 posición	 se	 vería	 apoyada	 por	 los	 comentarios	 de
Aristóteles	 sobre	 la	 relación	 entre	 Sócrates	 y	 Platón,	 quien	 afirma	 claramente	 que
Sócrates	no	 "separó"	 las	Formas,	 lo	que	nos	ofrece	bastante	 credibilidad,	dado	que
Aristóteles	permaneció	veinte	años	en	la	Academia.
El	 rechazo	 del	 relativismo	 de	 los	 sofistas	 llevó	 a	 Sócrates	 a	 la	 búsqueda	 de	 la
definición	 universal,	 que	 pretendía	 alcanzar	 mediante	 un	 método	 inductivo;
probablemente	 la	 búsqueda	 de	 dicha	 definición	 universal	 no	 tenía	 una	 intención
puramente	 teórica,	 sino	 más	 bien	 práctica.	 Tenemos	 aquí	 los	 elementos
fundamentales	del	pensamiento	socrático.
Los	 sofistas	 habían	 afirmado	 el	 relativismo	 gnoseológico	 y	 moral.	 Sócrates
criticará	 ese	 relativismo,	 convencido	 de	 que	 los	 ejemplos	 concretos	 encierran	 un
elemento	común	respecto	al	cual	esos	ejemplos	tienen	un	significado.	Si	decimos	de
un	acto	que	es	"bueno"	será	porque	tenemos	alguna	noción	de	"lo	que	es"	bueno;	si
no	 tuviéramos	 esa	 noción,	 ni	 siquiera	 podríamos	 decir	 que	 es	 bueno	 para	 nosotros
pues,	¿cómo	lo	sabríamos?	Lo	mismo	ocurre	en	el	caso	de	la	virtud,	de	la	justicia	o	de
cualquier	 otro	 concepto	 moral.	 Para	 el	 relativismo	 estos	 conceptos	 no	 son
susceptibles	de	una	definición	universal:	son	el	resultado	de	una	convención,	lo	que
hace	que	lo	justo	en	una	ciudad	pueda	no	serlo	en	otra.	Sócrates,	por	el	contrario,	está
convencido	 de	 que	 lo	 justo	 ha	 de	 ser	 lo	 mismo	 en	 todas	 las	 ciudades,	 y	 que	 su
definición	 ha	 de	 valer	 universalmente.	 La	 búsqueda	 de	 la	 definición	 universal	 se
presenta,	pues,	como	la	solución	del	problema	moral	y	la	superación	del	relativismo.
¿Cómo	proceder	a	esa	búsqueda?	Sócrates	desarrolla	un	método	práctico	basado
en	el	diálogo,	en	la	conversación,	la	"dialéctica",	en	el	que	a	través	del	razonamiento
inductivo	se	podría	esperar	alcanzar	la	definición	universal	de	los	términos	objeto	de
investigación.	Dicho	método	constaba	de	dos	 fases:	 la	 ironía	y	 la	mayéutica.	En	 la
primera	fase	el	objetivo	fundamental	es,	a	través	del	análisis	práctico	de	definiciones
concretas,	 reconocer	 nuestra	 ignorancia,	 nuestro	 desconocimiento	 de	 la	 definición
que	estamos	buscando.	Sólo	reconocida	nuestra	ignorancia	estamos	en	condiciones	de
buscar	 la	 verdad.	 La	 segunda	 fase	 consistiría	 propiamente	 en	 la	 búsqueda	 de	 esa
verdad,	 de	 esa	 definición	 universal,	 ese	 modelo	 de	 referencia	 para	 todos	 nuestros
juicios	 morales.	 La	 dialéctica	 socrática	 irá	 progresando	 desde	 definiciones	 más
incompletas	o	menos	adecuadas	a	definiciones	más	completas	o	más	adecuadas,	hasta
alcanzar	la	definición	universal.	Lo	cierto	es	que	en	los	diálogos	socráticos	de	Platón
no	 se	 llega	 nunca	 a	 alcanzar	 esa	 definición	 universal,	 por	 lo	 que	 es	 posible	 que	 la
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dialéctica	 socrática	 hubiera	 podido	 ser	 vista	 por	 algunos	 como	 algo	 irritante,
desconcertante	 o	 incluso	 humillante	 para	 aquellos	 cuya	 ignorancia	 quedaba	 de
manifiesto,	 sin	 llegar	 realmente	 a	 alcanzar	 esa	presunta	definición	universal	 que	 se
buscaba.
Esa	verdad	que	se	buscaba	¿Era	de	carácter	 teórico,	pura	especulación	o	era	de
carácter	práctico?	Todo	parece	indicar	que	la	intencionalidad	de	Sócrates	era	práctica:
descubrir	 aquel	 conocimiento	 que	 sirviera	 para	 vivir,	 es	 decir,	 determinar	 los
verdaderos	 valores	 a	 realizar.	 En	 este	 sentido	 es	 llamada	 la	 ética	 socrática
"intelectualista":	 el	 conocimiento	 se	 busca	 estrictamente	 como	 un	 medio	 para	 la
acción.	 De	 modo	 que	 si	 conociéramos	 lo	 "Bueno",	 no	 podríamos	 dejar	 de	 actuar
conforme	 a	 él;	 la	 falta	 de	 virtud	 en	 nuestras	 acciones	 será	 identificada	 pues	 con	 la
ignorancia,y	la	virtud	con	el	saber.
En	el	año	399	Sócrates,	que	se	había	negado	a	colaborar	con	el	 régimen	de	 los
Treinta	Tiranos,	se	vio	envuelto	en	un	juicio	en	plena	reinstauración	de	la	democracia
bajo	la	doble	acusación	de	"no	honrar	a	los	dioses	que	honra	la	ciudad"	y	"corromper
a	la	juventud".	Al	parecer	dicha	acusación,	formulada	por	Méleto,	fue	instigada	por
Ánito,	 uno	de	 los	 dirigentes	 de	 la	 democracia	 restaurada.	Condenado	 a	muerte	 por
una	mayoría	de	60	o	65	votos,	se	negó	a	marcharse	voluntariamente	al	destierro	o	a
aceptar	 la	 evasión	 que	 le	 preparaban	 sus	 amigos,	 afirmando	 que	 tal	 proceder	 sería
contrario	a	las	leyes	de	la	ciudad,	y	a	sus	principios.	El	día	fijado	bebió	la	cicuta.
La	influencia	de	Sócrates
Sócrates	 ejercería	 una	 influencia	 directa	 en	 el	 pensamiento	 de	 Platón,	 pero
también	 en	 otros	 filósofos	 que,	 en	mayor	 o	menor	medida,	 habían	 sido	 discípulos
suyos,	 y	 que	 continuarían	 su	 pensamiento	 en	 direcciones	 distintas,	 y	 aun
contrapuestas.	 Algunos	 de	 ellos	 fundarían	 escuelas	 filosóficas	 conocidas	 como	 las
"escuelas	socráticas	menores",	como	Euclides	de	Mégara	(fundador	de	la	escuela	de
Mégara),	Fedón	de	Elis	(escuela	de	Elis),	el	ateniense	Antístenes	(escuela	cínica,	a	la
que	 pertenecería	 el	 conocido	 Diógenes	 de	 Sinope)	 y	 Aristipo	 de	 Cirene	 (escuela
cirenaica).
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Vida	y	obra	de	Platón	(427	-	347	a.C.)
Reseña
Platón	 (ca.	 427	 a.C./428	 a.C.	 –	 347	 a.C.)	 fue	 un	 filósofo	 griego,	 alumno	 de
Sócrates	y	maestro	de	Aristóteles,	de	familia	nobilísima	y	de	la	más	alta	aristocracia.
Su	influencia	como	autor	y	sistematizador	ha	sido	incalculable	en	toda	la	historia	de
la	 filosofía,	 de	 la	 que	 se	 ha	 dicho	 con	 frecuencia	 que	 alcanzó	 identidad	 como
disciplina	 gracias	 a	 sus	 trabajos.	 Durante	 su	 juventud	 luchó	 como	 soldado	 en	 las
guerras	del	Peloponeso	de	las	cuales	Atenas	salió	derrotada,	y	el	poder	y	la	economía
que	ostentaba	sobre	el	mundo	griego	cayó	en	las	manos	de	Esparta.	Entre	sus	obras
más	importantes	se	cuentan	los	diálogos	La	República	(en	griego	politeia,	"forma	de
gobernar	 -	 ciudad"),	 en	 la	 cual	 elabora	 la	 filosofía	 política	 de	 un	 estado	 ideal;	 el
Fedro,	en	el	que	desarrolla	una	compleja	e	influyente	teoría	psicológica;	el	Timeo,	un
influyente	ensayo	de	cosmología	racional	influida	por	las	matemáticas	pitagóricas;	y
el	Teeteto,	 el	primer	estudio	conocido	 sobre	 filosofía	de	 la	 ciencia.	Las	narraciones
alegóricas	de	algunas	de	sus	obras,	entre	ellas	el	Timeo	y	el	Critias,	dieron	origen	al
mito	de	la	Atlántida.
Fue	 fundador	de	 la	Academia	de	Atenas,	 donde	 estudió	 a	Aristóteles.	Participó
extensivamente	en	la	enseñanza	en	la	Academia	y	escribió	sobre	muy	diversos	temas
filosóficos,	 especialmente	 los	 que	 trataban	 de	 la	 política,	 ética,	 metafísica	 y
epistemología.	Las	obras	más	famosas	de	Platón	fueron	sus	diálogos;	si	bien	varios
epigramas	y	cartas	también	han	sobrevivido.	Se	cree	que	todos	los	diálogos	de	Platón
que	se	conocen	son	auténticos.
Los	diálogos	de	Platón	tienen	mucha	vitalidad	y	frecuentemente	incluyen	humor	e
ironía.	Se	considera	que	Platón	es	el	filósofo	más	ameno	de	todos.
A	Sócrates	lo	menciona	frecuentemente	en	los	diálogos.	Cuánto	del	contenido	y
de	 los	 argumentos	 es	 obra	 de	 Sócrates	 o	 de	 Platón,	 es	 difícil	 decir,	 por	 cuanto
Sócrates	no	dejó	evidencia	escrita	de	sus	enseñanzas.	Esta	ambigüedad	es	 la	que	se
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conoce	 como	 el	 "problema	 socrático".	 No	 hay	 duda,	 sin	 embargo,	 que	 Platón	 fue
influido	profundamente	por	las	enseñanzas	de	Sócrates;	de	hecho	sus	primeras	ideas
y	ensayos	lucen	como	adaptaciones	de	las	de	Sócrates.
Biografía
Platón,	 que	 realmente	 se	 llamaba	 Aristocles	 Podros,	 y	 cuyo	 seudónimo	 Platón
significa	"el	de	los	hombros	anchos",	era	hijo	de	una	familia	que	pertenecía	a	la	más
rancia	 aristocracia	 ateniense,	 concretamente	 a	 la	 familia	 denominada	 Glaucón.	 Su
padre	 se	 llamaba	 Aristón	 y	 su	 madre	 Perictione.	 Durante	 su	 juventud	 vivió	 las
consecuencias	 de	 la	 guerra	 del	 Peloponeso.	A	 los	 21	 años	 pasó	 a	 formar	 parte	 del
círculo	de	Sócrates,	el	cual	produjo	un	gran	cambio	en	sus	orientaciones	filosóficas.
Tras	 la	muerte	de	Sócrates	 en	el	399	a.C.,	Platón	 se	 refugió	en	Megara	durante	un
breve	espacio	de	tiempo,	donde	comenzó	a	escribir	sus	diálogos	filosóficos.
Sus	conocimientos	y	habilidades	eran	tales	que	los	griegos	lo	consideraron	como
hijo	 de	Apolo	 y	 decían	 que	 en	 su	 infancia	 las	 abejas	 habían	 anidado	 en	 sus	 labios
como	profecía	de	las	palabras	melosas	que	salían	de	ellos.
Platón	 fue	 discípulo	 de	 Sócrates	 en	 su	 juventud	 y	 de	 acuerdo	 a	 sus	 propias
palabras,	 estuvo	 presente	 durante	 su	 juicio,	 pero	 no	 en	 su	 ejecución.	 El	 trato	 que
Atenas	 dio	 a	 Sócrates	 afectó	 profundamente	 a	 Platón	 y	 mucho	 de	 sus	 primeros
trabajos	registran	la	memoria	de	su	maestro.	Se	dice	que	mucho	de	sus	escritos	sobre
la	 ética	 estaban	 dirigidos	 a	 evitar	 que	 injusticias	 como	 la	 sufrida	 por	 Sócrates
volvieran	a	ocurrir.	Después	de	la	muerte	de	Sócrates,	Platón	viajó	extensamente	por
Italia,	Sicilia,	Egipto	y	Cirene	en	busca	de	conocimientos.
En	el	396	a.C.	emprendió	un	viaje	de	diez	años	por	Egipto	y	diferentes	lugares	de
África	 e	 Italia.	 En	Cirene	 conoció	 a	Aristipo	 y	 al	matemático	Teodoro.	 En	Magna
Grecia	se	hizo	amigo	de	Arquites	de	Tarento	y	conoció	las	ideas	de	los	seguidores	de
Parménides.
En	el	388	a.C.	viajó	a	Sicilia	y	en	Siracusa,	donde	quiso	influir	en	la	política	de
Dionisio	I	y	aprendió	mucho	de	las	formas	de	gobierno	que	plasmaría	después	en	La
República	 (en	 griego	 politeia	 que	 significa	 ciudadanía	 o	 forma	 de	 gobierno).	 Sus
manifestaciones	 políticas,	 que	 en	 algunos	 casos	 eran	 irreverentes	 con	 la	 clase
dominante,	lo	llevaron	a	prisión	.	Aníceris	de	Círene	reconoció	a	Platón	en	la	venta
de	esclavos	y	le	compró	para	devolverle	la	libertad.
En	el	361	a.C.,	tras	recobrar	su	libertad,	Platón	compró	una	finca	en	las	afueras	de
Atenas,	donde	fundó	un	centro	especializado	en	la	actividad	filosófica	y	cultural,	al
cual	 llamó	 Academia.	 El	 nombre	 procede	 del	 anterior	 dueño	 de	 la	 finca	 llamado
Academo	 y	 dicha	 academia	 funcionó	 ininterrumpidamente	 hasta	 su	 clausura	 por
Justiniano	 I	 en	 el	 529	 dC,	 pues	 veía	 en	 esta	 una	 amenaza	 para	 la	 propagación	 del
cristianismo.	 Muchos	 filósofos	 e	 intelectuales	 estudiaron	 en	 esta	 academia,
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incluyendo	a	Aristóteles.
Platón	 también	 recibió	 influencias	 de	 otros	 filósofos,	 como	 Pitágoras,	 cuyas
nociones	de	armonía	numérica	se	hacen	eco	en	la	noción	de	Platón	sobre	las	Formas;
también	Anaxágoras,	quien	enseñó	a	Sócrates	y	que	afirmaba	que	la	inteligencia	o	la
razón	penetra	o	llena	todo;	y	Parménides,	que	argüía	acerca	de	la	unidad	de	todas	las
cosas	y	quien	influyó	sobre	el	concepto	de	Platón	acerca	del	alma.
Murió	en	el	347	a.C.,	dedicándose	en	sus	últimos	años	a	la	Academia.
Obra
La	obra	de	Platón	está	escrita	en	forma	de	diálogos	y	puede	dividirse	en	cuatro
etapas:
1.	Primeros	diálogos	o	diálogos	socráticos	o	de	juventud.	Se	caracterizan	por	sus
preocupaciones	éticas.	Están	plenamente	influidos	por	Sócrates.	Las	más	destacadas
son:	Apología	de	Sócrates,	Critón,	Protágoras,	Cármides,	Laques	y	Eutifrón.
2.	Época	de	transición.	Esta	fase	se	caracteriza	también	por	cuestiones	políticas,
además,	aparece	un	primer	esbozo	de	la	Teoría	de	la	Reminiscencia	y	trata	sobre	la
filosofía	 del	 lenguaje.	 Destacan:	 Gorgias,	 Menón,	 Crátilo,	 Menéxeno,	 Eutidemo,
Hipias	Menor	e	Hipias	Mayor.
3.	 Época	 de	 madurez	 o	 diálogos	 críticos.	 Platón	 introduce	 explícitamente	 la
Teoría	 de	 las	 Ideas	 recién	 en	 esta	 fase	 y	 desarrolla	 con	 más	 detalle	 la	 de	 la
Reminiscencia.	Igualmente	se	trata	de	distintos	mitos.	Destacan:	El	Banquete,	Fedón,
La	República	y	Fedro.
4.	Diálogo	de	vejez	o	diálogos	críticos.En	esta	fase	revisa	sus	ideas	anteriores	e
introduce	 temas	 sobre	 la	 naturaleza	 y	 la	medicina.	 Destacan:	Teeteto,	 Parménides,
Sofista,	Político,	Filebo,	Timeo	y	Leyes.
Los	 personajes	 de	 los	 diálogos	 son	 generalmente	 personajes	 históricos,	 como
Sócrates,	Parménides	o	Gorgias,	aunque	a	veces	también	aparecen	algunos	de	los	que
no	se	 tiene	ningún	registro	histórico	aparte	del	 testimonio	platónico.	Cabe	destacar,
además,	que	si	bien	en	muchos	diálogos	aparecen	discípulos	de	Sócrates,	Platón	no
aparece	nunca	como	personaje.	Solamente	es	nombrado	en	Apología	de	Sócrates	y	en
Fedón,	pero	nunca	aparece	discutiendo	con	su	maestro	ni	con	ningún	otro.
En	la	actualidad	se	cree	que	Platón	escribió	cuarenta	y	dos	diálogos,	recopilados
por	sus	discípulos	y	otros	escritores	contemporáneos	(que	también	escribieron	sobre
él).	Además	de	 los	diálogos,	 se	conservan	algunas	cartas	que	Platón	supuestamente
escribió	en	sus	años	de	vejez.	Si	bien	el	carácter	de	algunas	de	ellas	es	apócrifo,	otras,
como	la	Carta	Séptima,	son	consideradas	auténticas	y	resultan	muy	importantes	para
reconstruir	parte	de	la	vida	y	el	pensamiento	ulterior	de	Platón.
Su	teoría	más	conocida	es	la	de	las	Ideas	o	Formas.	En	ella	se	sostiene	que	todos
los	 entes	 del	 mundo	 sensible	 son	 imperfectos	 y	 deficientes,	 y	 participan	 de	 otros
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entes,	 perfectos	 y	 autónomos	 (Ideas)	 de	 carácter	 ontológico	muy	 superior	 y	 de	 los
cuales	son	pálida	copia,	que	no	son	perceptibles	mediante	los	sentidos.	Cada	Idea	es
única	 e	 inmutable,	 mientras	 que,	 las	 cosas	 del	 mundo	 sensible	 son	 múltiples	 y
cambiantes.	 La	 contraposición	 entre	 la	 realidad	 y	 el	 conocimiento	 es	 descrita	 por
Platón	en	el	célebre	mito	de	la	caverna,	en	La	República.	Para	Platón,	la	única	forma
de	acceder	a	la	realidad	inteligible	era	mediante	la	razón	y	el	entendimiento;	el	papel
de	los	sentidos	queda	relegado	y	se	considera	engañoso.
Es	importante	resaltar	que	la	dicotomía	entre	un	mundo	inteligible	y	otro	mundo
sensible	 es	 más	 bien	 un	 recurso	 pedagógico	 que	 suele	 usarse	 para	 ilustrar	 la
diferencia	 ontológica	 entre	 los	 entes	 inteligibles	 y	 los	 sensibles.	 En	 el	 Timeo
menciona	también	lo	que	ahora	conocemos	como	los	sólidos	platónicos.
Temas
A	diferencia	de	Sócrates,	Platón	 escribió	profusamente	 acerca	de	 sus	puntos	de
vista	filosóficos,	dejando	un	considerable	número	de	manuscritos.
En	 los	 escritos	de	Platón	 se	pueden	ver	 conceptos	 acerca	de	 la	mejor	 forma	de
gobierno,	incluyendo	la	aristocracia,	la	democracia	y	la	monarquía.	Un	tema	central
de	su	obra	es	el	conflicto	entre	la	naturaleza	y	las	creencias	de	la	época	concernientes
al	 rol	 de	 la	herencia	y	del	medio	 ambiente	 en	 el	 desarrollo	de	 la	personalidad	y	 la
inteligencia	del	hombre	mucho	antes	que	el	debate	sobre	la	naturaleza	y	la	crianza	del
Hombre	comenzara	en	la	época	de	Thomas	Hobbes	y	John	Locke.
Otro	 tema	 que	 Platón	 trató	 profusamente	 fue	 la	 dicotomía	 entre	 el	 saber	 y	 la
opinión,	que	anticipaba	los	debates	más	modernos	entre	empirismo	y	racionalismo,	y
que	 posteriormente	 trataron	 los	 post-modernistas	 y	 su	 oponentes	 al	 argüir	 sobre	 la
distinción	entre	objetivo	y	subjetivo.
Inclusive	 la	historia	de	 la	ciudad	o	continente	perdido	de	 la	Atlántida	nos	 llegó
como	una	historia	ilustrativa	de	Platón	en	su	obra	Timeo	y	Critias.
Formas	y	bases
Platón	 escribió	 principalmente	 en	 forma	 de	 diálogo.	 En	 sus	 primeros	 diálogos,
diferentes	caracteres	discuten	un	 tópico	haciendo	preguntas	el	uno	al	otro.	Sócrates
figura	prominentemente	de	aquí	que	se	denominen	como	"Diálogos	Socráticos".
La	naturaleza	de	estos	diálogos	cambió	sustancialmente	en	el	curso	de	la	vida	de
Platón.	Es	reconocido	generalmente	que	las	primeras	obras	de	Platón	estaban	basadas
en	 el	 pensamiento	 de	 Sócrates,	mientras	 que	 las	 posteriores	 se	 van	 alejando	 de	 las
ideas	de	su	antiguo	maestro.	En	los	últimos	diálogos,	que	más	bien	tienen	la	forma	de
tratados,	 Sócrates	 está	 callado	 o	 ausente,	 mientras	 que	 en	 los	 inmediatamente
anteriores	es	la	figura	principal	y	los	interlocutores	se	limitan	a	responder	"si",	"por
supuesto"	y	"muy	cierto".	Se	asume	que	si	bien	los	primeros	diálogos	están	basados
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en	 conversaciones	 reales	 con	 Sócrates,	 los	 subsecuentes	 son	 totalmente	 la	 obra	 e
ideas	de	Platón.
La	ostensible	puesta	en	escena	de	un	diálogo	distancia	a	Platón	de	sus	lectores	de
la	filosofía	que	se	está	discutiendo;	uno	puede	elegir	dos	opciones	de	percepción;	una
es	 participar	 en	 el	 diálogo	 y	 las	 ideas	 que	 se	 discuten	 o	 simplemente	 leer	 las
respuestas	de	las	personalidades	que	intervienen	en	el	diálogo.
El	formato	del	diálogo	le	permitió	a	Platón	expresar	opiniones	impopulares	en	la
boca	 de	 caracteres	 antipáticos,	 tales	 como	 "Thraysymachus"	 (Trasímaco)	 en	 La
República.
Metafísica
Se	ha	 interpretado	 tradicionalmente	al	Platonismo	como	una	forma	de	dualismo
metafísico,	 a	 veces	 referido	 como	 Realismo	 Platónico	 o	 Exagerado.	 De	 acuerdo	 a
esto,	 la	metafísica	 de	 Platón	 divide	 al	mundo	 en	 dos	 distintos	 aspectos;	 el	mundo
inteligible	—el	mundo	del	auténtico	ser—,	y	el	mundo	que	vemos	alrededor	nuestro
en	forma	perceptiva	—	el	mundo	de	la	mera	apariencia.	El	mundo	perceptivo	consiste
en	una	copia	de	las	formas	inteligibles	o	Ideas.	Estas	formas	no	cambian	y	sólo	son
comprensibles	 a	 través	 del	 intelecto	 o	 entendimiento	 –	 es	 decir,	 la	 capacidad	 de
pensar	las	cosas	abstrayéndolas	de	como	se	nos	dan	a	los	sentidos.	En	los	Libros	VI	y
VII	 de	 La	 República,	 Platón	 utiliza	 diversas	 metáforas	 para	 explicar	 sus	 ideas
metafísicas	y	epistemológicas:	las	metáforas	del	sol,	la	muy	conocida	"alegoría	de	la
caverna"	y,	la	más	explícita,	la	de	la	línea	dividida.
En	su	conjunto,	estas	metáforas	transmiten	teorías	complejas	y	difíciles.	Está,	por
ejemplo,	la	Idea	del	Bien,	a	la	que	tiene	como	principio	de	todo	ser	y	de	todo	conocer.
La	Idea	del	Bien	realiza	esto	de	manera	similar	a	la	del	sol	que	emana	luz	y	permite
la	visión	de	las	cosas	y	la	generación	de	éstas	en	el	mundo	perceptivo	(ver	la	alegoría
del	sol).
En	el	mundo	perceptivo,	las	cosas	que	vemos	a	nuestro	alrededor	no	son	sino	una
ligera	 resemblanza	 con	 las	 formas	 más	 reales	 y	 fundamentales	 que	 representa	 el
mundo	inteligible	de	Platón.	Es	como	si	viéramos	una	sombra	de	las	cosas,	sin	ver	las
cosas	 mismas.	 Estas	 sombras	 son	 una	 representación	 de	 la	 realidad,	 pero	 no	 la
realidad	misma	(ver	la	alegoría	de	la	cueva	en	La	República,	libro	VII).
Podemos	 imaginarnos	 que	 todo	 en	 el	 mundo	 está	 representado	 por	 una	 línea
donde	la	realidad	va	apareciendo	gradualmente.	La	primer	parte	de	la	línea	representa
la	diferencia	entre	el	mundo	perceptivo	y	el	inteligible.	A	su	vez	el	mundo	perceptivo
está	dividido	en	segmentos	representado	por	cosas	y	también	por	sombras,	reflejos	y
representaciones	 de	 éstos.	 Similarmente,	 el	 mundo	 inteligible	 esta	 divido	 en
segmentos	que	representan	los	principios	y	formas	generales	y	por	otra	parte,	formas
más	derivativas	o	reflejadas.
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La	metafísica	 de	 Platón,	 y	 particularmente	 el	 dualismo	 entre	 lo	 inteligible	 y	 lo
perceptivo,	 inspiró	 posteriormente	 a	 los	 pensadores	 Neoplatónicos,	 tales	 como
Plotinus	y	Gnostis,	y	a	otros	realistas	metafísicos.
Si	 bien	 las	 interpretaciones	 de	 las	 escrituras	 de	 Platón	 (particularmente	 La
República)	 han	 tenido	 una	 inmensa	 popularidad	 en	 la	 larga	 historia	 de	 la	 filosofía
occidental,	 también	es	posible	 interpretar	sus	 ideas	en	una	forma	más	conservadora
que	 favorece	 la	 lectura	desde	un	punto	de	vista	epistemológico	más	que	metafísico
como	sería	el	 caso	de	 la	metáfora	de	 la	Cueva	y	 la	Línea	Dividida.	Existen	obvios
paralelos	 entre	 la	 alegoría	 de	 la	 Cueva	 y	 la	 vida	 del	 maestro	 de	 Platón,	 Sócrates,
quien	fue	ejecutado	en	su	 intención	de	abrir	 los	ojosa	 los	atenienses.	Este	ejemplo
revela	 la	dramática	complejidad	que	 frecuentemente	 se	encuentra	bajo	 la	 superficie
de	 los	 escritos	 de	 Platón	 (no	 hay	 que	 olvidar	 que	 en	La	República,	 quien	 narra	 la
historia	es	Sócrates).
Epistemología
Las	opiniones	de	Platón	 también	 tuvieron	mucha	 influencia	en	 la	naturaleza	del
conocimiento	y	la	enseñanza.	La	primer	pregunta	que	surge	es	la	de	si	la	virtud	puede
ser	enseñada.	Platón	procede	a	exponer	los	conceptos	de	la	memoria	y	el	aprendizaje
como	 un	 descubrimiento	 de	 conocimientos	 previos	 y	 opiniones	 correctas	 que	 son
correctas	pero	no	tienen	una	clara	justificación.
Afirmaba	que	el	conocimiento	está	basado	esencialmente	en	creencias	verdaderas
justificadas;	 una	 creencia	 influyente	 que	 más	 adelante	 llevó	 al	 desarrollo	 de	 la
epistemología.	 En	 el	 "Theaetetus"	 (Teeteto),	 Platón	 distingue	 entre	 la	 creencia	 y	 el
conocimiento	por	medio	de	 la	 justificación.	Muchos	años	después,	Edmund	Gettier
demostraría	los	problemas	de	las	creencias	verdaderas	justificadas	en	el	contexto	del
conocimiento.
El	Estado
Las	 ideas	 filosóficas	 de	 Platón	 tuvieron	 muchas	 implicaciones	 sociales,
particularmente	 en	 cuanto	 al	 estado	 o	 gobierno	 ideal.	 Hay	 discrepancias	 entre	 sus
ideas	iniciales	y	las	que	expuso	posteriormente.	Algunas	de	sus	más	famosa	doctrinas
están	expuestas	en	La	República.
Platón	 decía	 que	 las	 sociedades	 debieran	 tener	 una	 estructura	 tripartita	 que
respondía	 a	 una	 estructura,	 según	 la	 inclinación,	 el	 espíritu	 y	 la	 razón	 del	 alma	 de
cada	individuo:
Productores	 –	Eran	 nos	 trabajadores	 y	 correspondían	 a	 la	 parte	 de	 "apetito"	 o
"inclinación"	del	alma.
Protectores	–	Eran	los	guerreros	aventureros,	fuertes,	valientes	y	que	formaban
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el	"espíritu"	del	alma.
Gobernantes	–	Eran	aquellos	que	eran	 inteligentes,	 racionales,	apropiados	para
tomar	decisiones	válidas	para	toda	la	comunidad.	Éstos	formaban	la	"razón"	del
alma.
De	acuerdo	con	este	modelo,	los	principios	de	la	democracia	ateniense	resultaban
rechazados	ya	que	allí,	en	realidad,	muy	pocos	estaban	en	capacidad	de	gobernar.	En
lugar	de	retórica	y	persuasión,	lo	que	Platón	dice	es	que	deben	gobernar	la	razón	y	la
sabiduría.	 Sin	 embargo,	 esto	 no	 equivale	 a	 tiranía,	 despotismo	 u	 oligarquía,	 pues,
como	Platón	decía:
Hasta	 que	 los	 filósofos	 no	 gobiernen	 como	 reyes,	 o	 aquellos	 que	 ahora	 son
llamados	reyes	y	los	dirigentes	o	líderes	puedan	filosofar	debidamente;	es	decir:	hasta
tanto	 el	 poder	 político	 y	 el	 filosófico	 no	 concuerden,	 mientras	 las	 diferentes
naturalezas	 busquen	 uno	 solo	 de	 estos	 poderes	 exclusivamente,	 las	 ciudades	 no
tendrán	paz,	ni	tampoco	la	tendrá	la	raza	humana	en	general.
Platón	describe	a	estos	"reyes	filósofos"	como	aquellos	que	"aman	ver	la	verdad
esté	donde	esté,	con	los	medios	de	que	se	disponen"	y	apoya	su	idea	con	la	analogía
de	 un	 capitán	 y	 su	 navío,	 o	 un	 médico	 y	 su	 medicina.	 Navegar	 y	 curar	 no	 son
prácticas	 que	 todo	 el	 mundo	 está	 en	 condiciones	 de	 ejecutar.	 Gran	 parte	 de	 La
República	 está	 dedicada	 a	 indicar	 el	 proceso	 educacional	 necesario	 para	 formar	 a
estos	"reyes	filósofos".
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Prólogo	de	Alejandro	G.	Vigo
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1.	Sócrates,	la	Apología	y	los	escritos	tempranos	de	Platón
Se	ha	dicho	con	razón	que	Sócrates	goza	del	raro	privilegio	de	haber	sido	elevado
a	través	de	la	historia	al	rango	de	representante	de	la	humanidad	como	tal1	 .	Desde
posiciones	muy	diversas,	y	en	épocas	muy	diferentes,	 la	 figura	de	Sócrates	ha	sido
vista	casi	unánimemente	como	el	ejemplo	paradigmático	de	un	cierto	tipo	de	actitud
frente	 a	 los	 problemas	 fundamentales	 de	 la	 vida	 humana,	 particularmente,	 en	 su
dimensión	 ética,	 religiosa	 y	 también	 política.	 Esto	 vale	 no	 sólo	 para	 los	muchos	 y
diversos	adherentes	a	la	figura	y	la	actitud	socráticas,	sino	del	mismo	modo	también
para	 quienes,	 como	 Nietzsche	 y	 en	 su	 tiempo	 ya	 Aristófanes,	 se	 convirtieron	 en
radicales	críticos	de	Sócrates,	precisamente	por	estar	convencidos	de	que	encarnaba
de	modo	ejemplar	los	rasgos	de	una	actitud	decadente,	dotada	de	un	enorme	potencial
disolutorio.	 Este	 carácter	 indiscutiblemente	 paradigmático	 de	 su	 figura	 explica
también,	en	buena	medida,	el	hecho	de	que	el	caso	de	Sócrates	siga	teniendo	hoy	para
nosotros	 un	 interés	 que	 no	 se	 reduce	 al	 plano	 meramente	 histórico,	 sino	 que	 se
conecta	 también,	 de	 modo	 directo,	 con	 nuestras	 propias	 dudas	 y	 convicciones
respecto	de	los	problemas	fundamentales	que	el	caso	pone	en	juego.
Ahora	bien,	la	permanente	presencia	de	la	figura	de	Sócrates,	un	filósofo	que	no
dejó	 nada	 escrito,	 como	 un	 eje	 de	 referencia	 básico	 a	 lo	 largo	 de	 un	 proceso	 de
recepción	 histórica	 que	 lleva	 ya	 bastante	 más	 de	 dos	 mil	 años,	 no	 habría	 sido	 ni
remotamente	posible	sin	la	mediación	de	una	tradición	literaria	que,	partiendo	de	la
experiencia	 histórica	 inmediata,	 conservó,	 configuró	 y	 estilizó	 los	 rasgos	 del
personaje,	 hasta	 elevarlos	 a	 la	 categoría	 de	 arquetipo.	 A	 esa	 tradición	 literaria
pertenecen,	 entre	 otros,	 escritores	 como	 Jenofonte,	 un	 seguidor	 e	 incondicional
admirador	 de	 Sócrates,	 y	 Aristófanes,	 uno	 de	 sus	 más	 incisivos	 críticos	 de	 la
Antigüedad,	mencionado	como	tal	ya	en	la	Apología	escrita	por	Platón.	Pero	la	figura
principal	es	aquí,	sin	duda,	Platón	mismo2	.	Puede	decirse	que	el	Sócrates	que	influyó
de	modo	directo	y	decisivo	en	 la	 recepción	histórica	posterior	 fue,	 casi	 siempre,	 el
Sócrates	conservado	y	recreado	por	Platón.
Como	 se	 sabe,	 la	 fascinación	 por	 la	 figura	 de	 Sócrates	 y	 el	 duro	 impacto
producido	por	la	experiencia	de	su	juicio	y	condena	a	muerte	dieron	el	impulso	inicial
a	la	carrera	literaria	de	Platón,	quien	se	dedicó,	en	un	principio,	a	escribir	obras	que
retrataran	la	verdadera	figura	de	su	maestro	y	el	carácter	de	su	indagación	filosófica,
con	 el	 fin	 de	 defenderlo	 y	 reivindicarlo	 de	 las	 imputaciones	 que	 llevaron	 a	 su
ejecución.	De	hecho,	tres	de	los	primeros	escritos	de	Platón	—a	saber,	la	Apología,	el
Critón	y,	de	modo	menos	directo,	el	Eutifrón—	están	conectados	en	el	proceso	y	la
condena	de	Sócrates.	Y	aunque	los	demás	diálogos	del	período	temprano,	que	tienen
a	Sócrates	como	personaje	principal,	no	muestran	la	misma	vinculación	con	el	tema,
el	motivo	del	juicio	y	la	condena	a	Sócrates	reaparece	todavía,	con	renovada	fuerza,
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en	un	diálogo	del	período	de	madurez	tan	importante	como	el	Fedón,	compuesto	unos
diez	 años	más	 tarde	 que	 la	Apología,	 cuya	 escena	 principal,	 tras	 un	 breve	 diálogo
introductorio,	 está	 situada,	 a	 modo	 de	 recuerdo,	 en	 los	 momentos	 que	 preceden
inmediatamente	a	la	ejecución	de	Sócrates	en	la	prisión.
Respecto	 a	 la	 Apología	 hay	 que	 suponer	 que	 fue	 compuesta	 no	 muchos	 años
después	de	la	muerte	de	Sócrates,	ocurrida	en	el	399	a.C.	El	argumento	habitual	para
poner	 el	 393	 como	 fecha	 límite	 de	 la	 composición	 (terminus	ante	 quem)	 remite	 al
hecho	de	que	el	escrito	platónico	no	replica	de	modo	directo	a	los	cargos	realizados
contra	Sócrates	por	el	sofista	Polícrates	en	su	Acusación	contra	Sócrates,	publicada
casi	 seguramente	 en	 ese	 año3	 .	 En	 todo	 caso,	 la	Apología,	 que	 es	 el	 único	 de	 los
escritos	publicados	por	Platón	que	no	presenta	la	forma	literaria	del	diálogo,	se	halla
en	vecindad	inmediata,	tanto	desde	el	punto	de	vista	cronológico	como	desde	el	punto
de	 vista	 del	 contenido,	 con	 los	 escritos	 del	 período	 socrático	más	 temprano	 como
Critón,	Ion,	Eutifrón,	Cármides	y	Laques4	.
Sin	embargo,	aunque	emparentada	estrechamente	con	los	otros	escritos	referidos
al	proceso	de	Sócrates,	 la	Apología	 tiene,	 sin	duda,	una	especial	 importancia	como
fuente	para	el	conocimiento	de	aspectos	 fundamentales	de	 la	 figura	de	Sócrates.	El
escritoprovee	un	rico	y	vívido	retrato	del	modo	en	que	Sócrates	enfrentó	la	instancia
decisiva,	 en	 la	 que	debió	probar	 la	 firmeza	de	 sus	 propias	 convicciones	 frente	 a	 la
amenaza	cierta	de	muerte.	Como	nos	informa	el	escrito	(cf.	34a,	38b),	Platón	estuvo
presente	 en	 el	 juicio.	 Y	 tradicionalmente	 se	 ha	 argumentado,	 con	 razón,	 que
necesariamente	 tiene	 que	 haberse	 ceñido,	 al	 menos,	 en	 general	 a	 lo	 efectivamente
ocurrido,	 tratándose	 de	 hechos	 de	 dominio	 público	 y	 estando	 interesado	 el	 propio
Platón,	sobre	todo,	en	mostrar	la	injusticia	del	juicio	y	castigo	a	su	maestro.	Con	todo,
la	 versión	 de	 Platón	 seguramente	 no	 puede	 verse	 como	 una	 simple	 crónica	 de	 los
acontecimientos,	que	pretenda	ser	históricamente	fiel	hasta	en	sus	mínimos	detalles.
Constituye,	 más	 bien,	 una	 recreación	 genial,	 que	 apunta,	 sobre	 todo,	 a	 rescatar	 y
poner	de	manifiesto	el	significado	de	lo	acontecido5	.	Pero	justamente	por	eso	puede
sernos,	tal	vez,	de	mayor	utilidad,	a	la	hora	de	intentar	establecer,	desde	un	punto	de
vista	más	 puramente	 filosófico	 que	 histórico,	 en	 qué	 consistía	 realmente	 el	 sentido
nuclear	de	la	actitud	y	la	indagación	de	Sócrates.
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2.	El	juicio	a	Sócrates
Desde	el	punto	de	vista	del	contenido,	la	Apología	de	Sócrates	escrita	por	Platón
constituye	 en	 su	 parte	 fundamental	 una	 reproducción	 no	 literal	 del	 alegato	 de
descargo	 pronunciado	 por	 Sócrates	 ante	 el	 tribunal	 ateniense,	 tras	 los	 alegatos
pronunciados	por	sus	acusadores.
El	juicio	tuvo	lugar	en	el	año	399	a.C.,	a	comienzos	del	mes	de	Anthesterion,	es
decir,	en	época	cercana	al	inicio	de	la	primavera	boreal	(febrero-marzo).	Este	hecho
tuvo	 consecuencias	 posteriores	 importantes,	 pues	 durante	 ese	 mes	 Atenas	 enviaba
todos	los	años	un	navío	a	la	isla	de	Delos	para	dar	gracias	en	el	santuario	de	Apolo,	y
hasta	el	regreso	de	la	delegación	no	podían	realizarse	ejecuciones.	Esto	hizo	que,	tras
el	juicio,	Sócrates	debiera	aguardar	en	prisión	un	tiempo	bastante	prolongado,	más	o
menos	 un	 mes,	 antes	 de	 ser	 ejecutado,	 mientras	 que	 normalmente	 las	 ejecuciones
judiciales	se	realizaban	de	modo	inmediato,	por	lo	general,	al	día	siguiente	del	juicio.
Las	 conversaciones	 que	 proveen	 la	 trama	 de	 los	 diálogos	 Critón	 y	 Fedón	 están
situados,	 precisamente,	 en	 los	 días	 de	 cautiverio	 previos	 a	 la	 ejecución	 de	 la
sentencia.
Todo	indica	que	el	proceso	contra	Sócrates	se	inició	y	desarrolló	de	acuerdo	con
el	curso	normal	de	las	causas	judiciales	de	este	tipo.
El	 procedimiento	 se	 iniciaba	 con	 la	 presentación	 formal	 de	 cargos	 ante	 el	 rey-
arconte,	quien,	tras	evaluar	los	argumentos	de	las	partes,	dictaminaba	acerca	de	si	las
imputaciones	tenían	o	no	el	mérito	suficiente	como	para	dar	lugar	a	un	juicio.	En	caso
afirmativo,	el	caso	era	remitido	a	la	corte	que	entendía	en	la	materia	correspondiente:
en	procesos	por	impiedad,	a	la	corte	denominada	Eliaia.	El	tribunal	era	colegiado,	y
no	 unipersonal.	 Los	 jueces	 eran	 elegidos	 por	 sorteo	 entre	 los	 ciudadanos	 que	 se
postulaban	voluntariamente	cada	año	para	desempeñar	el	cargo.	El	número	de	jueces
designados	 para	 cada	 proceso	 era	 elevado	 y,	 al	 parecer,	 podía	 oscilar	 fuertemente:
desde	unos	pocos	cientos	hasta	miles,	según	la	importancia	y	la	seriedad	del	caso6	 .
No	conocemos	con	certeza	cuál	fue	el	número	exacto	de	los	jueces	en	el	juicio	contra
Sócrates.	Pero	la	opinión	mayoritariamente	aceptada,	la	cual	se	basa	en	una	serie	de
conjeturas	a	partir	de	indicaciones	de	fuentes	antiguas,	fija	su	número	en	5017	.	Los
juicios	eran	públicos.	En	la	Apología	Sócrates	alude	marginalmente	a	la	presencia	de
oyentes,	además	de	los	jueces	encargados	de	dictar	sentencia	(cf.	24e;	véase	también
33d-34a).
Una	 vez	 reunido	 el	 jurado	 en	 el	 tribunal,	 se	 procedía	 a	 leer	 el	 texto	 de	 la
acusación.	A	partir	de	allí,	el	proceso	comprendía	una	secuencia	fija	de	tres	bloques
de	 igual	 duración,	 destinados	 a	 los	 alegatos	 de	 las	 partes.	 En	 el	 primer	 turno
presentaba	 sus	 argumentos	 la	 parte	 acusadora,	 es	 decir,	 el	 promotor	 formal	 de	 la
acusación	 y	 quienes	 hacían	 causa	 común	 en	 él.	 En	 el	 caso	 del	 juicio	 a	 Sócrates,
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además	 de	 Méleto	 parecen	 haber	 alegado	 formalmente	 a	 favor	 de	 la	 acusación
también	Ánito	y	Licón	(cf.	36a-b).	A	continuación,	como	segundo	turno,	se	otorgaba
el	mismo	tiempo	a	la	defensa	para	hacer	su	alegato	de	descargo.	También	en	este	caso
podían	hablar,	además	del	acusado,	quienes	cooperaban	en	su	defensa.	Sin	embargo,
la	Apología	platónica	implica	que	Sócrates	asumió	en	soledad	la	tarea	de	defenderse8
.	A	estos	primeros	alegatos	de	las	partes	seguía	una	primera	votación	del	jurado,	en	la
que	se	decidía	exclusivamente	por	el	veredicto	de	culpabilidad	o	 inocencia.	Tras	el
anuncio	 del	 veredicto	 se	 abría,	 en	 caso	 de	 culpabilidad,	 un	 tercer	 tiempo,	 de	 igual
longitud	 que	 los	 dos	 anteriores,	 destinado	 a	 establecer	 el	 tipo	 y	 /	 o	 el	monto	 de	 la
pena	 a	 aplicar.	 Primero	 tomaba	 la	 palabra	 la	 parte	 acusadora	 para	 proponer	 una
determinada	 pena.	 Luego	 la	 defensa	 hacía	 una	 contrapropuesta.	 Para	 comprender
algunos	aspectos	de	 la	 lógica	 interna	del	proceso	contra	Sócrates	resulta	 importante
recordar	que,	cuando	la	ley	no	fijaba	expresamente	un	tipo	de	penalidad	para	el	delito
que	era	materia	del	 juicio,	el	 tribunal	podía	 fijar	por	 sí	mismo	 la	pena,	pero	con	 la
importantísima	 restricción	 de	 que	 para	 ello	 debía	 limitarse	 a	 escoger	 entre	 la
propuesta	de	la	parte	acusadora	y	la	contrapropuesta	de	la	defensa,	sin	posibilidad	de
modificarlas.	 En	 casos	 que	 quedaban	 encuadrados	 en	 esta	 situación,	 si	 la	 parte
acusadora	 lograba	 un	 veredicto	 de	 culpabilidad,	 quedaba	 de	 inmediato	 en	 posición
favorable	para	forzar	determinadas	salidas	proponiendo	determinados	tipos	de	penas.
En	 el	 caso	 concreto	 del	 juicio	 a	 Sócrates,	 hay	 buenas	 razones	 para	 suponer	 que	 el
pedido	 de	 condena	 a	muerte	 de	 parte	 de	 la	 acusación	 tenía	 como	genuino	 objetivo
forzar	 a	 Sócrates	 a	 una	 contrapropuesta	 de	 exilio,	 a	 fin	 de	 lograr	 así,	 de	 modo
indirecto,	 una	 salida	 elegante,	 que	 resultara	 más	 o	 menos	 aceptable	 para	 todos9	 .
Después	de	oír	las	proposiciones	de	ambas	partes	en	torno	al	tipo	y	/	o	monto	de	la
pena,	 el	 jurado	procedía	a	votar	para	decidir	 en	 favor	de	una	de	ellas.	Con	esto,	 el
proceso	quedaba	formalmente	concluido.	Pero	no	es	improbable	que,	en	ciertos	casos
especiales,	se	concediera	al	ya	condenado	la	posibilidad	de	dirigirse	nuevamente	a	los
jueces.	Así	acontece,	de	hecho,	en	la	Apología	platónica.	Y	es	razonable	suponer	que,
fuera	 o	 no	 realmente	 cierto	 que	 Sócrates	 dispuso	 efectivamente	 de	 tal	 posibilidad,
Platón	 no	 hubiera	 incluido	 en	 su	 escrito	 un	 nuevo	 discurso	 de	 Sócrates	 con
posterioridad	a	la	proclamación	de	la	decisión	sobre	la	modalidad	de	la	condena,	si	no
hubiera	habido	ciertos	precedentes	al	respecto	en	la	práctica	forense	de	la	época10	 .
Considerada	esta	última	posibilidad,	el	acusado	estaba	entonces,	al	menos	en	ciertos
casos,	 en	 condiciones	 de	 tomar	 la	 palabra	 en	 tres	 oportunidades	 a	 lo	 largo	 del
proceso.
La	 estructura	 de	 la	 Apología	 platónica	 refleja	 directamente	 esta	 secuencia	 de
pasos.	 El	 contenido	 del	 escrito	 está	 dado	 por	 los	 tres	 discursos	 que	 habría
pronunciado	Sócrates	a	 lo	 largo	del	proceso.	La	parte	más	extensa	de	 la	obra	 (17a-
35d)	 está	 dedicada	 a	 la	 primera	 intervención	 de	 Sócrates,	 al	 hacer	 su	 alegato	 de
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descargo	frente	a	las	imputaciones	de	la	parte	acusadora.	El	segundo	discurso	(35e-
38b)	 contiene	 la	 contrapropuesta	 de	 Sócrates	 frente	 al	 pedido	 de	 pena	 de	 muerte
realizado	por	los	acusadores,	tras	conocerse	el	veredicto	de	culpabilidad.	Por	último,
el	 tercer	discurso	 (38c-42a)	contiene	 las	palabrasque	Sócrates	habría	dirigido	a	 los
jueces	tras	la	proclamación	de	la	sentencia	a	muerte.
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3.	La	actitud	de	Sócrates.	Piedad,	saber	e	ignorancia
El	 juicio	 a	 Sócrates	 tomó	 la	 forma	 de	 un	 proceso	 por	 impiedad	 (asébeia)11	 .
Sabemos	de	varios	procesos	de	este	tipo	contra	intelectuales	y	personas	públicas	en
Atenas,	 y	 sabemos	 también	 que,	 en	 general,	 solían	 encubrir	 tras	 la	 motivación
alegadamente	 religiosa	 razones	 de	 otra	 índole,	 predominantemente	 políticas.	 En
muchos	 casos,	 el	 proceso	 por	 impiedad	 constituía,	 en	 la	 práctica,	 un	 recurso	 para
forzar	la	salida	al	exilio	del	acusado,	fin	respecto	del	cual	la	motivación	propiamente
religiosa	 jugaba	 un	 papel	 secundario	 o	 incluso	 meramente	 instrumental.	 En	 este
aspecto,	 el	 juicio	 a	 Sócrates	 puede	 no	 haber	 sido	 la	 excepción,	 al	 menos,	 en	 la
intención	de	quienes	lo	iniciaron.	Sin	embargo,	el	curso	que	tomaron	posteriormente
los	acontecimientos	lo	convirtió,	finalmente,	en	un	caso	completamente	excepcional.
De	hecho,	no	sabemos	de	ningún	otro	caso	en	el	cual	el	resultado	de	un	proceso	por
impiedad	haya	sido	la	condena	a	muerte	y	la	ejecución	del	acusado.
A	 este	 resultado	 excepcional	 e	 inesperado	 contribuyeron,	 sin	 duda,	 muchos
factores,	entre	ellos,	también	el	peculiar	tipo	de	actitud	que	Sócrates	adoptó	y	puso	de
manifiesto	 en	 su	 defensa.	 Pues,	 distanciándose	 críticamente	 de	 muchas	 prácticas
habituales	en	los	alegatos	de	este	tipo,	Sócrates	optó	por	realizar	una	defensa	a	través
de	 la	 cual	 se	 mostraba	 intransigente	 en	 cuestiones	 de	 principios,	 presentando	 su
actividad	 pública	 como	 fundada	 directamente	 en	 un	 conjunto	 de	 premisas	 y
convicciones	 fundamentales,	 respecto	 de	 las	 cuales	 se	 mostraba	 completamente
reacio	a	todo	tipo	de	concesión	y	negociación.	No	se	trataba	simplemente	del	rechazo
a	una	actitud	pragmática	que	abandonara	determinadas	convicciones	en	favor	de	una
supuesta	 utilidad	más	 inmediata.	 Por	 el	 contrario,	 Sócrates	 creía	 estar	 obrando	 del
único	modo	que	le	aseguraba,	finalmente,	no	causar	un	verdadero	daño,	a	sí	mismo	y
a	 la	 ciudad	 toda.	 Lo	 que	 estaba	 en	 juego	 era,	 en	 definitiva,	 la	 oposición	 entre	 dos
conjuntos	de	convicciones	acerca	del	bien	y	de	la	felicidad	—las	de	Sócrates,	por	un
lado,	 y	 las	 de	 la	 mayoría	 de	 quienes	 debían	 juzgar	 su	 conducta,	 por	 el	 otro—,
oposición	 en	 virtud	 de	 la	 cual	 las	 razones	 alegadas	 por	 cada	 una	 de	 las	 partes	 así
como	sus	respectivas	representaciones	acerca	de	lo	que	podría	contar	como	una	salida
razonable	resultaban,	de	algún	modo,	inconmensurables.
En	 dicha	 actitud	 de	 Sócrates	 frente	 a	 sus	 jueces	 juega,	 sin	 duda,	 un	 papel
especialmente	relevante	el	componente	ético	y	religioso.	Un	aspecto	importante	para
comprender	la	actitud	general	adoptada	por	Sócrates	frente	a	los	jueces	reside	en	el
hecho	 de	 que,	 en	 el	 marco	 de	 un	 proceso	 por	 impiedad,	 Sócrates	 presenta	 su
actividad,	precisamente,	como	un	servicio	al	dios	Apolo,	es	decir,	como	una	peculiar
forma	 de	 la	 piedad	 frente	 a	 los	 dioses.	 Platón	 explota	 esta	 situación	 en	 todo	 su
potencial,	 a	 la	 vez,	 trágico	 e	 irónico.	 Las	 actividades	 por	 las	 que	 se	 lo	 acusa	 de
impiedad	constituyen	en	su	motivación	inicial	y	básica,	explica	Sócrates,	la	respuesta
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a	una	exigencia	del	dios,	expresada	a	través	del	oráculo.
Con	 todo,	 no	 es	 casual	 que	 haya	 podido	 tener	 lugar	 aquí	 un	malentendido	 tan
profundo	entre	las	partes,	ya	que	el	tipo	de	servicio	piadoso	al	dios	que	Sócrates	cree
necesario	 llevar	 a	 cabo	 tiene	 poco	 o	 nada	 que	 ver	 con	 las	 formas	 habituales	 de	 la
piedad	cívica	ateniense.	En	tal	sentido,	Sócrates	encarna,	de	hecho,	una	nueva	forma
de	 religiosidad	 vinculada	 a	 las	 tendencias	 centrales	 del	 movimiento	 cultural	 y
espiritual	de	la	Ilustración	del	siglo	V12	.
Uno	 de	 los	 componentes	 esenciales	 de	 esta	 peculiar	 actitud	 socrática	 está	 dado
por	 la	 conexión	 inmediata	 que	 Sócrates	 establece	 entre	 el	 respeto	 piadoso	 ante	 lo
divino,	por	un	lado,	y	la	actitud	crítica	frente	al	saber	y	el	conocimiento,	propia	de	la
reflexión	filosófica,	por	el	otro.	Sócrates	explica	el	origen	de	su	actividad	filosófica
de	indagación	como	un	intento	por	interpretar	el	sentido	de	la	sentencia	del	oráculo
de	 Delfos,	 que	 declaraba,	 para	 su	 asombro,	 que	 no	 había	 ningún	 hombre	 que	 lo
superase	en	sabiduría,	mientras	que	él	mismo	creía	estar	consciente	de	los	límites	de
su	saber	y	se	tenía	a	sí	mismo	por	ignorante.	Justamente	era	el	contraste	entre	lo	que
afirmaba	el	oráculo,	por	un	lado,	y	lo	que	Sócrates	mismo	creía	saber	respecto	de	sí
mismo,	por	el	otro,	lo	que	hacía	imperioso	que	Sócrates	se	dedicara	a	establecer	qué
quería	decir	 realmente	el	oráculo,	 sobre	 la	base	de	 la	convicción	de	que	el	dios,	en
algún	 sentido,	 debía	 estar	 diciendo	 de	 verdad.	 Su	 actividad	 de	 indagación	 y
cuestionamiento	de	aquellos	que	parecían,	en	principio,	ser	más	sabios	que	él	mismo,
por	 poseer	 algún	 conocimiento	 especializado	 o,	 al	 menos,	 una	 cierta	 reputación
pública	de	sabios,	lo	llevó	finalmente	a	constatar	que	en	todos	los	casos	el	saber	—
real	 o	 aparente—	 de	 sus	 interlocutores	 iba	 acompañado	 de	 una	 clara	 falta	 de
conciencia	de	los	límites	de	la	competencia	que	dicho	saber	—real	o	supuestamente
—	 les	 proporcionaba.	 Sobre	 esta	 base,	 Sócrates	 concluyó	 que	 la	 superioridad	 en
sabiduría	que	le	atribuía	el	oráculo	sobre	el	resto	de	sus	conciudadanos	no	aludía	a	la
posesión	de	un	peculiar	saber	de	contenidos,	que	él	mismo	estaba	consciente	de	no
tener,	sino	más	bien	precisamente	a	su	consciencia	de	los	límites	del	propio	saber.
La	 conciencia	 de	 los	 límites	 del	 propio	 saber	 constituye	 un	 modo	 peculiar	 de
referirse	de	modo	expreso	a	dicho	saber,	un	modo	situado	en	un	plano	de	reflexión
más	alto	que	el	correspondiente	a	la	mera	posesión	y	ejercicio	de	ese	saber	como	tal.
A	 falta	 de	 dicho	 componente	 reflexivo,	 piensa	 Sócrates,	 toda	 posesión	 de	 saber
constituye	potencialmente	—al	menos,	en	el	caso	del	hombre,	cuyo	saber	es	siempre
limitado—	 también	 una	 forma	 peculiar	 de	 error	 e	 ignorancia,	 pues	 lleva
tendencialmente	al	sujeto	a	arrogarse	conocimiento	y	competencia	también	en	áreas	y
materias	 respecto	de	 las	cuales	ya	no	sabe	 realmente	nada.	Liberar	al	 sujeto	que	se
halla	en	tales	condiciones	de	esta	peculiar	—y	pertinaz—	forma	de	error	e	ignorancia,
haciéndole	 advertir	 precisamente	 los	 límites	 de	 su	 propio	 saber,	 es	 uno	 de	 los
objetivos	 fundamentales	del	método	 refutatorio	puesto	en	práctica	por	Sócrates.	En
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este	 sentido,	 interpreta	 Sócrates,	 el	 dios	 lo	 ha	 puesto	 como	 ejemplo	 de	 un	 tipo
peculiar	de	sabiduría.	Esta	sabiduría	está	caracterizada	ante	todo,	precisamente,	por	la
conciencia	de	los	 límites	del	propio	saber,	y	es	como	tal	una	sabiduría	propiamente
humana,	 por	 oposición	 al	 conocimiento	 acabado	 y	 perfecto,	 que	 sería	 más	 bien
exclusivo	de	los	dioses.	Por	lo	mismo,	la	sabiduría	humana	involucra,	a	 la	vez,	una
peculiar	 forma	 de	 piedad.	 El	 que	 reconoce	 los	 límites	 del	 propio	 saber	 queda
preservado	del	error	de	creerse	sabio	en	el	sentido	habitual	del	término	y	permanece,
a	 la	vez,	abierto	a	 la	debida	actitud	de	respeto	frente	a	aquello	que,	como	lo	divino
mismo,	lo	supera	en	sabiduría.
Pero	 la	 función	 de	Sócrates	 en	 la	 ciudad	 no	 queda	 adecuadamente	 descrita	 por
referencia	 exclusivamente	 a	 la	 tarea	 de	 producir	 en	 sus	 interlocutores	 el
reconocimiento	 de	 la	 propia	 ignorancia.	 Sócrates	 mismo	 presenta	 su	 tarea	 en	 la
Apología	como	una	tarea	de	exhortación	a	una	vida	verdaderamente	humana,	que	dé
más	 importancia	 a	 la	 virtud	 y	 los	 bienes	 del	 alma	 que	 al	 bienestar	 material	 y	 las
posesiones	exteriores.	Junto	a	la	conciencia	de	los	límites	del	propio	saber,	laactitud
socrática	aparece	así,	al	mismo	tiempo,	como	fundada	en	ciertas	convicciones	sólidas
acerca	de	lo	que	es	mejor	o	más	valioso	como	también	acerca	del	modo	de	vida	que
resulta	preferible	para	el	hombre.	Y	tales	convicciones	son	lo	suficientemente	fuertes
como	 para	 que	 Sócrates	 prefiera	 morir	 perseverando	 en	 ellas,	 antes	 que	 seguir
viviendo	a	costa	de	sacrificarlas	y	dañar	así	su	propia	alma.
Al	menos	 en	 un	 primer	 nivel	 de	 análisis,	 hay	 una	 tensión	manifiesta	 entre	 dos
componentes	esenciales	de	la	actitud	socrática,	la	conciencia	de	los	límites	del	propio
saber	y	la	convicción	fuerte	en	materias	de	crucial	relevancia	moral.	De	hecho,	buena
parte	de	la	investigación	más	reciente	en	torno	a	la	filosofía	de	Sócrates	ha	girado	en
torno	de	las	paradojas	que	involucraría	la	actitud	socrática:	Sócrates	no	sabe,	pero	es
sabio	porque	sabe	que	no	sabe;	Sócrates	no	sabe	cómo	definir	 las	nociones	morales
básicas	 como	 la	 piedad,	 la	 justicia	 y	 la	 valentía,	 que	 son	 objeto	 habitual	 de	 sus
indagaciones,	pero	sabe	que	lo	más	importante	son	la	virtud	y	los	bienes	del	alma,	al
punto	 de	 estar	 dispuesto	 a	 morir,	 con	 tal	 de	 no	 actuar	 de	 modo	 contrario	 a	 sus
convicciones,	etcétera13	.
No	 es	 claro	 hasta	 qué	 punto	 Sócrates	 mismo	 estuvo	 en	 condiciones	 de
diagnosticar	 y,	 eventualmente,	 de	 resolver	 satisfactoriamente	 todas	 las	 dificultadas
vinculadas	con	este	complejo	entramado	de	problemas.	Pero	hay	razones	para	pensar
que,	lejos	de	ver	como	incompatibles	la	búsqueda	de	la	virtud	y	el	reconocimiento	de
la	 propia	 ignorancia,	 Sócrates	 apuntaba	 más	 bien	 hacia	 una	 dimensión	 en	 la	 cual
ambos	aspectos	resultaban	tendencialmente	convergentes.	Pues	si	la	ignorancia	es	un
mal	para	el	alma,	tanto	más	lo	será	allí	donde	no	es	reconocida	como	tal	y	puede	así
incluso	pasar	falsamente	por	conocimiento.	Donde	el	saber	es	finito	y	falible,	como
en	 el	 caso	 del	 hombre,	 todo	 genuino	 conocimiento	 se	 obtiene	 por	 el	 camino	 de	 la
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superación	del	error	y	la	ignorancia.	Y	el	primer	paso	para	ello	consiste,	en	definitiva,
en	reconocer	como	tales	el	error	y	la	 ignorancia	mismos.	Tal	es,	al	menos,	en	parte
también	el	significado	de	la	famosa	sentencia	socrática,	según	la	cual	la	vida	humana
no	debe	sustraerse	a	la	necesidad	de	ser	sometida	a	permanente	examen,	si	es	que	de
veras	pretende	ser	una	vida	genuinamente	humana	(Apología	38a)14	.
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Primera	parte
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Introducción
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Introducción
17a0
¡Ciudadanos	atenienses!	Ignoro	qué	impresión	habrán	despertado	en	vosotros	las
palabras	de	mis	acusadores.	Han	hablado	de	forma	tan	seductora	que,	al	escucharlas,
casi	han	conseguido	deslumbrarme	a	mí	mismo.
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Cualidades	de	orador
Sin	embargo,	quiero	demostraros	que	no	han	dicho	ninguna	cosa	que	se	ajuste	a	la
realidad.	Aunque	de	todas	las	falsedades	que	han	urdido,	hay	una	que	me	deja	lleno
de	 asombro:	 la	 que	 dice	 que	 tenéis	 que	 precaveros	 de	 mí	 y	 no	 dejaros	 embaucar,
porque	soy	una	persona	muy	hábil	en	el	arte	de	hablar.
17b
Y	ni	siquiera	la	vergüenza	les	ha	hecho	enrojecer	ante	la	sospecha	de	que	les	voy
a	 desenmascarar	 con	 hechos	 y	 no	 con	 unas	 simples	 palabras.	 A	 no	 ser	 que	 ellos
consideren	orador	habilidoso	al	que	sólo	dice	y	se	apoya	en	 la	verdad.	Si	es	eso	 lo
que	 quieren	 decir,	 gustosamente	 he	 de	 reconocer	 que	 soy	 orador,	 pero	 jamás	 en	 el
sentido	y	en	la	manera	usual	entre	ellos.	Aunque	vuelvo	a	insistir	en	que	poco,	por	no
decir	nada,	han	dicho	que	sea	verdad.
17c
Y,	¡por	Zeus!,	que	no	les	seguiré	el	juego	compitiendo	con	frases	redondeadas	ni
con	bellos	discursos	bien	estructurados,	como	es	propio	de	los	de	su	calaña,	sino	que
voy	 a	 limitarme	 a	 decir	 llanamente	 lo	 primero	 que	 se	me	 ocurra,	 sin	 rebuscar	mis
palabras,	 como	 si	 de	 una	 improvisación	 se	 tratara,	 porque	 estoy	 tan	 seguro	 de	 la
verdad	de	 lo	que	digo,	que	 tengo	bastante	con	decir	 lo	 justo,	de	 la	manera	que	sea.
Por	eso,	que	nadie	de	los	aquí	presentes	espere	de	mí,	hoy,	otra	cosa.	Porque,	además,
a	 la	 edad	 que	 tengo	 sería	 ridículo	 que	 pretendiera	 presentarme	 ante	 vosotros	 con
rebuscados	parlamentos,	propios	más	bien	de	los	jovenzuelos	con	ilusas	aspiraciones
de	medrar.
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Estilo	del	alegato
Tras	este	preámbulo,	debo	haceros,	y	muy	en	serio,	una	petición.	Y	es	la	de	que
no	me	exijáis	que	use	en	mi	defensa	un	tono	y	estilo	diferente	del	que	uso	en	el	ágora,
curioseando	 las	 mesas	 de	 los	 cambistas	 o	 en	 cualquier	 sitio	 donde	 muchos	 de
vosotros	me	habéis	oído.	Si	estáis	advertidos,	después	no	alborotéis	por	ello.
17d
Pues	ésta	es	mi	situación:	hoy	es	la	primera	vez	que	en	mi	larga	vida	comparezco
ante	un	tribunal	de	tanta	categoría	como	éste.	Así	que	—y	lo	digo	sin	rodeos—	soy
un	extraño	a	los	usos	de	hablar	que	aquí	se	estilan.	Y	si	en	realidad	fuera	uno	de	los
tantos	 extranjeros	 que	 residen	 en	Atenas,	me	 consentiríais,	 e	 incluso	 excusaríais	 el
que	hablara	con	la	expresión	y	acento	propios	de	donde	me	hubiera	criado.
18a
Por	eso,	debo	rogaros,	aunque	creo	tener	el	derecho	a	exigirlo,	que	no	os	fijéis	ni
os	importen	mis	maneras	de	hablar	y	de	expresarme	(que	no	dudo	de	que	las	habrá
mejores	y	peores)	y	que,	por	el	contrario,	pongáis	atención	exclusivamente	en	si	digo
cosas	justas	o	no.	Pues,	en	esto,	en	el	juzgar,	consiste	la	misión	del	juez,	y	en	el	decir
la	verdad,	la	del	orador.
Así,	pues,	lo	correcto	será	que	pase	a	defenderme.
En	 primer	 lugar,	 de	 las	 primeras	 acusaciones	 propaladas	 contra	 mí	 por	 mis
antiguos	acusadores;	después	pasaré	a	contestar	las	más	recientes1	.
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Las	primeras	acusaciones
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Las	primeras	acusaciones
18b
Todos	sabéis	que,	tiempo	ha,	surgieron	detractores	míos	que	nunca	dijeron	nada
cierto,	y	es	a	éstos	a	los	que	más	temo,	incluso	más	que	al	propio	Ánito	y	a	los	de	su
comparsa,	aunque	también	ésos	sean	de	cuidado.	Pero	lo	son	más,	atenienses,	los	que
tomándoos	 a	 muchos	 de	 vosotros	 desde	 niños	 os	 persuadían	 y	 me	 acusaban
mentirosamente	diciendo	que	hay	un	 tal	Sócrates,	 sabio,	que	 se	ocupa	de	 las	 cosas
celestes,	 que	 investiga	 todo	 lo	 que	 hay	 bajo	 la	 tierra	 y	 que	 hace	 más	 fuerte	 el
argumento	más	débil.	Éstos,	son,	de	entre	mis	acusadores,	a	los	que	más	temo,	por	la
mala	fama	que	me	han	creado	y	porque	los	que	les	han	oído	están	convencidos	de	que
quienes	investigan	tales	asuntos	tampoco	creían	que	existan	dioses.
18c
Y	 habría	 de	 añadir	 que	 estos	 acusadores	 son	 muy	 numerosos	 y	 que	 me	 están
acusando	desde	hace	muchos	años,	con	la	agravante	de	que	se	dirigieron	a	vosotros
cuando	erais	niños	o	adolescentes	y,	por	ello,	más	fácilmente	manipulables,	iniciando
un	 auténtico	 proceso	 contra	mí,	 aprovechándose	 de	 que	 ni	 yo,	 ni	 nadie	 de	 los	 que
hubieran	podido	defenderme,	estaban	presentes.
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Los	acusadores	anónimos
18d
Y	lo	más	desconcertante	es	que	ni	siquiera	dieron	la	cara,	por	lo	que	es	imposible
conocer	 todos	 sus	nombres,	 a	 excepción	de	cierto	autor	de	comedias2	 .	Ésos,	pues,
movidos	 por	 envidias	 y	 jugando	 sucio,	 trataron	 de	 convenceros	 para,	 que	 una	 vez
convencidos,	 fuerais	 persuadiendo	 a	 otros.	 Son,	 indiscutiblemente,	 difíciles	 de
desenmascarar,	pues	ni	siquiera	es	posible	hacerles	subir	a	este	estrado	para	que	den
la	cara	y	puedan	ser	interrogados,	por	lo	que	me	veo	obligado,	como	vulgarmente	se
dice,	 a	 batirme	 contra	 las	 sombras	 y	 a	 refutar	 sus	 argumentos	 sin	 que	 nadie	 me
replique.
18e
Convenid,	pues,	conmigo,	que	dos	son	los	tipos	de	acusadores	con	los	que	debo
enfrentarme:	unos,	los	más	antiguos,	y	otros,	los	que	me	han	acusado	recientemente.
Por	ello,	permitidme	que	empiece	por	desembarazarme	primero	de	los	más	antiguos,
pues	fueron	sus	acusaciones	lasque	llegaron	antes	a	vuestro	conocimiento	y	durante
mucho	más	tiempo	que	las	recientes.
Aclarado	esto,	es	preciso	que	pase	a	 iniciar	mi	defensa	para	 intentar	extirpar	de
vuestras	mentes	esa	difamación	que	durante	tanto	tiempo	os	han	alimentado,	y	debo
hacerlo	en	tan	poco	tiempo	como	se	me	ha	concedido.
19a
Esto	 es	 lo	 que	 pretendo	 con	mi	 defensa,	 confiado	 en	 que	 redunde	 en	 beneficio
mío	y	en	el	vuestro,	pero	no	se	me	escapa	la	dificultad	de	la	tarea.	Sin	embargo,	que
la	causa	tome	los	derroteros	que	sean	gratos	a	los	dioses.	Lo	mío	es	obedecer	a	la	ley
y	abogar	por	mi	causa.
19b
Remontémonos,	pues,	desde	el	principio	para	ver	qué	acusación3	dio	origen	a	esta
mala	fama	de	que	gozo	y	que	ha	dado	pie	a	Méleto	para	iniciar	este	proceso	contra
mí.
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El	origen	de	la	mala	fama
Imaginémonos	que	se	tratara	de	una	acusación	formal	y	pública	y	oímos	recitarla
delante	 del	 tribunal4	 :	 "Sócrates	 es	 culpable	 porque	 se	 mete	 donde	 no	 le	 importa,
investigando	 en	 los	 cielos	 y	 bajo	 la	 tierra.	 Practica	 hacer	 fuerte	 el	 argumento	más
débil5	e	induce	a	muchos	otros	para	que	actúen	como	él".
19c
Algo	parecido	encontraréis	en	la	comedia	de	Aristófanes,	donde	un	tal	Sócrates	se
pasea	 por	 la	 escena,	 vanagloriándose	 de	 que	 flotaba	 por	 los	 aires,	 soltando	 mil
tonterías	sobre	asuntos	de	los	que	yo	no	entiendo	ni	poco	ni	nada.	Y	no	digo	eso	con
ánimo	de	menosprecio,	 no	 sea	 que	 entre	 los	 presentes	 haya	 algún	 aficionado	hacia
tales	materias	y	lo	aproveche	Méleto	para	entablar	nuevo	proceso	contra	mí,	por	tan
grave	crimen.
19d
La	verdad	es,	oh,	atenienses,	que	no	tengo	nada	que	ver	con	tales	cuestiones.	Y
reto	a	la	inmensa	mayoría	para	que	recordéis	si	en	mis	conversaciones	me	habéis	oído
discutir	 o	 examinar	 sobre	 tales	 asuntos;	 incluso,	 que	 os	 informéis	 los	 unos	 de	 los
otros,	 entre	 todos	 los	 que	 me	 hayan	 oído	 alguna	 vez,	 y	 publiquéis	 vuestras
averiguaciones.	Y	así	podréis	comprobar	que	el	resto	de	las	acusaciones	que	sobre	mí
se	han	propalado	son	de	la	misma	calaña.
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Referencia	a	los	sofistas
Pero	nada	de	cierto	hay	en	todo	esto,	ni	tampoco	si	os	han	contado	que	yo	soy	de
los	que	 intentan	educar	a	 las	gentes	y	que	cobran	por	ello6	 ;	 también	puedo	probar
que	esto	no	es	verdad.
19e
Y	no	es	que	no	encuentre	hermoso	el	que	alguien	sepa	dar	lecciones	a	los	otros,	si
lo	hacen	como	Gorgias	de	Leontinos	o	Pródicos	de	Ceos	o	Hipias	de	Élide7	,	que	van
de	 ciudad	 en	 ciudad,	 fascinando	 a	 la	 mayoría	 de	 los	 jóvenes	 y	 a	 muchos	 otros
ciudadanos,	 que	 podrían	 escoger	 libremente	 y	 gratis	 la	 compañía	 de	muchos	 otros
ciudadanos	y	que,	 sin	embargo,	prefieren	abandonarles	para	escogerles	a	ellos	para
recibir	sus	lecciones,	por	las	que	deben	pagar	y,	aun	más,	quedarles	agradecidos.
20a
Y	me	han	 contado	 que	 corre	 por	 ahí	 uno	 de	 esos	 sabios,	 natural	 de	Paros,	 que
precisamente	ahora	está	en	nuestra	ciudad.	Coincidió	que	me	encontré	con	el	hombre
que	más	dinero	se	ha	gastado	con	estos	sofistas,	incluso	mucho	más	él	solo	que	todos
los	demás	juntos.
A	éste	—que	tiene	dos	hijos,	como	sabéis—	le	pregunté:
20b
—Calias8	 ,	 si	 en	 lugar	 de	 estar	 preocupado	 por	 dos	 hijos,	 lo	 estuvieras	 por	 el
amaestramiento	de	dos	potrillos	 o	 dos	novillos,	 nos	 sería	 fácil,	mediante	 un	 jornal,
encontrar	 un	 buen	 cuidador:	 éste	 debería	 hacerlos	 aptos	 y	 hermosos,	 según
posibilitara	 su	 naturaleza,	 y	 seguro	 que	 escogerías	 al	 más	 experto	 conocedor	 de
caballos	o	a	un	buen	labrador.	Pero,	puesto	que	son	hombres,	¿a	quién	has	pensado
confiarlos?	¿Quién	es	el	experto	en	educación	de	las	aptitudes	propias	del	hombre	y
del	ciudadano?	Pues	me	supongo	que	lo	tienes	todo	bien	estudiado,	por	amor	de	esos
dos	hijos	que	tienes.	¿Hay	alguien	preparado	para	tal	menester?
—Claro	que	lo	hay	—respondió.
—¿Quién?,	¿y	de	dónde?,	¿y	cuánto	cobra?	—le	acosé.
—¡Oh,	Sócrates!	Se	llama	Eveno9	,	es	de	Paros	y	cobra	cinco	minas.
Y	me	pareció	que	este	tal	Eveno	puede	sentirse	feliz,	si	de	verdad	posee	este	arte
y	 enseña	 de	 forma	 tan	 convincente.	 Pues	 si	 yo	 poseyera	 este	 don,	 me	 satisfaría	 y
orgullosamente	lo	proclamaría.	Pero,	en	realidad,	no	entiendo	nada	sobre	eso.
20c
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Acaso	ante	eso	alguno	de	vosotros	me	interpele:	"Pero	entonces,	Sócrates,	¿cuál
es	tu	auténtica	profesión?	¿De	dónde	han	surgido	estas	habladurías	sobre	ti?	Porque	si
no	 te	 dedicaras	 a	 nada	 que	 se	 salga	 de	 lo	 corriente,	 sin	 meterte	 en	 lo	 que	 no	 te
concierne,	 no	 se	 habría	 originado	 esta	 pésima	 reputación10	 y	 tan	 contradictorias
versiones	sobre	tu	conducta.	Explícate	de	una	vez,	para	que	no	tengamos	que	darnos
nuestra	propia	versión".
20d
Esto	sí	me	parece	razonable	y	sensato,	y	por	ser	cuerdo,	voy	a	contestarlo,	para
dejar	bien	claro	de	dónde	han	surgido	esas	imposturas	que	me	han	hecho	acreedor	de
una	notoriedad	tan	molesta.
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La	sabiduría	de	Sócrates	es	simplemente	humana
Escuchadlo.	Quizá	 alguno	 se	 crea	 que	me	 lo	 tomo	 a	 guasa;	 sin	 embargo,	 estad
seguros	de	que	sólo	os	voy	a	decir	la	verdad.	Yo	he	alcanzado	este	popular	renombre
por	una	cierta	clase	de	sabiduría	que	poseo.	¿De	qué	sabiduría	se	trata?	Ciertamente,
de	 una	 sabiduría	 propia	 de	 los	 humanos.	 Y	 en	 ella	 es	 posible	 que	 yo	 sea	 sabio,
mientras	que,	por	el	contrario,	aquellos	a	los	que	acabo	de	aludir	quizá	también	sean
sabios,	pero	en	relación	a	una	sabiduría	que	quizá	sea	extrahumana,	o	no	sé	con	qué
nombre	calificarla.
20e
Hablo	 así	 porque	yo,	 desde	 luego,	 ésa	 no	 la	 poseo	ni	 sé	 nada	de	 ella,	 y	 el	 que
propale	lo	contrario	o	miente	o	lo	dice	para	denigrarme.
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El	testimonio	del	dios	de	Delfos
Atenienses,	no	arméis	barullo	porque	parezca	que	me	estoy	dando	autobombo.	No
voy	a	contaros	valoraciones	sobre	mí	mismo,	sino	que	os	voy	a	remitir	a	las	palabras
de	 alguien	 que	merece	 vuestra	 total	 confianza	 y	 que	 versan	 precisamente	 sobre	mi
sabiduría,	 si	 es	 que	 poseo	 alguna,	 y	 cuál	 sea	 su	 índole.	 Os	 voy	 a	 presentar	 el
testimonio	del	propio	dios	de	Delfos.	Conocéis	sin	duda	a	Querefonte11	,	amigo	mío
desde	la	juventud,	compañero	de	muchos	de	los	presentes,	hombre	democrático.
21a
Con	vosotros	 compartió	 el	 destierro	 y	 con	 vosotros	 regresó.	Bien	 conocéis	 con
qué	entusiasmo	y	tozudez	emprendía	sus	empresas.
Pues	bien,	en	una	ocasión,	mirad	a	lo	que	se	atrevió:	fue	a	Delfos12	a	hacer	una
especial	consulta	al	oráculo,	y	os	vuelvo	a	pedir	calma,	¡oh,	atenienses!	y	que	no	me
alborotéis.	Le	preguntó	al	oráculo	si	había	en	el	mundo	alguien	más	sabio	que	yo.	Y
la	pitonisa	respondió	que	no	había	otro	superior.	Toda	esta	historia	la	puede	avalar	el
hermano	de	Querefonte,	aquí	presente,	pues	sabéis	que	él	ya	murió.
21b
Veamos	con	qué	propósito	os	traigo	a	relación	estos	hechos:	mostraros	de	dónde
arrancan	las	calumnias	que	han	caído	sobre	mí.
Cuando	fui	conocedor	de	esta	opinión	del	oráculo	sobre	mí,	empecé	a	reflexionar:
¿Qué	quiere	decir	realmente	el	dios?	¿Qué	significa	este	enigma?	Porque	yo	sé	muy
bien	 que	 sabio	 no	 soy.	 ¿A	 qué	 viene,	 pues,	 el	 proclamar	 que	 lo	 soy?	Y	 que	 él	 no
miente,	no	sólo	es	cierto,	sino	que	incluso	ni	las	leyes	del	cielo	se	lo	permitirían.
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La	ignorancia	de	los	políticos
Durante	mucho	tiempo	me	preocupé	por	saber	cuáles	eran	sus	intenciones	y	qué
quería	decir	en	verdad.	Más	tarde	y	con	mucho	desagrado	me	dediqué	a	descifrarlo	de
la	siguiente	manera.	Anduve	mucho	tiempo	pensativo	y	al	fin	entré	en	casa	de	uno	de
nuestros	conciudadanos	que	todos	tenemos	por	sabio,	convencido	de	que	éste	era	el
mejor	lugar	para	dejar	esclarecido	el	vaticinio,	pues	pensé:	"Éste	es	más	sabio	que	yo
y	tú	decías	que	yo	lo	era	más	que	todos".
21c
No	 me	 exijáis	 que	 diga	 su	 nombre;	 baste	 con	 decir	 que	 se	 trataba	 de	 un
renombrado	político.	Y	al	 examinarlo,	 ved	 ahí	 loque	 experimenté:	 tuve	 la	primera
impresión	de	que	parecía	mucho	más	sabio	que	otros	y	que,	sobre	todo,	él	se	lo	tenía
creído,	pero	que	en	realidad	no	lo	era.	Intenté	hacerle	ver	que	no	poseía	la	sabiduría
que	él	presumía	tener.	Con	ello,	no	sólo	me	gané	su	inquina,	sino	también	la	de	sus
amigos.
21d
Y	partí,	diciéndome	para	mis	cabales:	ninguno	de	los	dos	sabemos	nada,	pero	yo
soy	el	más	sabio,	porque	yo,	por	lo	menos,	lo	reconozco.	Así	que	pienso	que	en	este
pequeño	 punto,	 justamente,	 sí	 que	 soy	mucho	más	 sabio	 que	 él:	 que	 lo	 que	 no	 sé,
tampoco	presumo	de	saberlo.
Y	 de	 allí	 pase	 a	 saludar	 a	 otro	 de	 los	 que	 gozaban	 aún	 de	mayor	 fama	 que	 el
anterior	y	 llegué	a	 la	misma	conclusión.	Y	 también	me	malquisté	 con	él	y	 con	 sus
conocidos.
21e
Pero	 no	 desistí.	 Fui	 entrevistando	 uno	 tras	 otro,	 consciente	 de	 que	 sólo	 me
acarrearía	nuevas	enemistades,	pero	me	sentía	obligado	a	 llegar	hasta	el	 fondo	para
no	dejar	sin	esclarecer	el	mensaje	del	dios.	Debía	llamar	a	todas	las	puertas	de	los	que
se	llamaban	sabios	con	tal	de	descifrar	las	incógnitas	del	oráculo.
22a
Y	¡voto	al	perro!	—y	juro	porque	estoy	empezando	a	sacar	a	la	luz	la	verdad—
que	 ésta	 fue	 la	 única	 conclusión:	 los	 que	 eran	 reputados	 o	 se	 consideraban	 a	 sí
mismos	como	los	más	sabios,	fue	a	los	encontré	más	carentes	de	sabiduría,	mientras
que	otros	que	pasaban	por	inferiores,	los	superaban.
Permitid	que	os	relate	cómo	fue	aquella	mi	peregrinación,	que,	cual	emulación	de
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los	 trabajos	 de	 Hércules13	 ,	 llevé	 a	 cabo	 para	 asegurarme	 de	 que	 el	 oráculo	 era
irrefutable.
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La	ignorancia	de	los	poetas
22b
Tras	 los	 políticos,	 acosé	 a	 los	 poetas;	 me	 entrevisté	 con	 todos:	 con	 los	 que
escriben	 poemas,	 con	 los	 que	 componen	 ditirambos	 o	 practican	 cualquier	 género
literario,	con	la	persuasión	de	que	aquí	sí	me	encontraría	totalmente	superado	por	ser
yo	muchísimo	más	ignorante	que	uno	cualquiera	de	ellos.	Así,	pues,	escogiendo	las
que	 me	 parecieron	 sus	 mejores	 obras,	 les	 iba	 preguntando	 qué	 querían	 decir.
Intentaba	descifrar	el	oráculo	y,	al	mismo	tiempo,	ir	aprendiendo	algo	de	ellos.
Pues	 sí,	 ciudadanos,	me	 da	 vergüenza	 deciros	 la	 verdad,	 pero	 hay	 que	 decirla:
cualquiera	de	los	allí	presentes	se	hubiera	explicado	mucho	mejor	sobre	ellos	que	sus
mismos	autores.
22c
Pues	pronto	descubrí	que	la	obra	de	los	poetas	no	es	fruto	de	la	sabiduría,	sino	de
ciertas	dotes	naturales,	y	que	escriben	bajo	inspiración,	como	les	pasa	a	los	profetas	y
adivinos,	 que	 pronuncian	 frases	 inteligentes	 y	 bellas,	 pero	 nada	 es	 fruto	 de	 su
inteligencia	 y	 muchas	 veces	 lanzan	 mensajes	 sin	 darse	 cuenta	 de	 lo	 que	 están
diciendo.	Algo	parecido	opino	que	ocurre	en	el	espíritu	de	los	poetas.	Sin	embargo,
me	 percaté	 de	 que	 los	 poetas,	 a	 causa	 de	 este	 don	 de	 las	musas,	 se	 creen	 los	más
sabios	de	los	hombres	y	no	sólo	en	estas	cosas,	sino	en	todas	las	demás,	pero	que,	en
realidad,	no	lo	eran.
Y	me	 alejé	 de	 allí,	 convencido	 de	 que	 también	 estaba	 por	 encima	 de	 ellos,	 lo
mismo	que	ya	antes	había	superado	a	los	políticos.
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La	ignorancia	de	los	artesanos
22d
Para	terminar,	me	fui	en	busca	de	los	artesanos,	plenamente	convencido	de	que	yo
no	 sabía	 nada	 y	 que	 en	 éstos	 encontraría	 muchos	 y	 útiles	 conocimientos.	 Y
ciertamente	que	no	me	equivoqué:	ellos	entendían	en	cosas	que	yo	desconocía,	por
tanto,	en	este	aspecto,	eran	mucho	más	expertos	que	yo,	sin	duda.
Pero	 pronto	 descubrí	 que	 los	 artesanos	 adolecían	 del	 mismo	 defecto	 que	 los
poetas:	por	el	hecho	de	que	dominaban	bien	una	técnica	y	realizaban	bien	un	oficio,
cada	 uno	 de	 ellos	 se	 creía	 entendido	 no	 sólo	 en	 esto,	 sino	 en	 el	 resto	 de	 las
profesiones,	 aunque	 se	 tratara	 de	 cosas	muy	 complicadas.	Y	 esta	 petulancia,	 en	mi
opinión,	echaba	a	perder	todo	lo	que	sabían.
22e
Estaba	hecho	un	lío,	porque	intentando	interpretar	el	oráculo,	me	preguntaba	a	mí
mismo	si	debía	juzgarme	tal	como	me	veía	—ni	sabio	de	su	sabiduría,	ni	ignorante	de
su	ignorancia—	o	tener	las	dos	cosas	que	ellos	poseían.
Y	 me	 respondí	 a	 mí	 mismo	 y	 al	 oráculo,	 que	 me	 salía	 mucho	 más	 a	 cuenta
permanecer	tal	cual	soy.
www.lectulandia.com	-	Página	47
La	verdad	del	oráculo
23a
En	 fin,	 oh	 atenienses,	 como	 resultado	 de	 esta	 encuesta,	 por	 un	 lado,	 me	 he
granjeado	muchos	enemigos	y	odios	profundos	y	enconados	como	los	haya,	que	han
sido	causa	de	esta	aureola	de	sabio	con	que	me	han	adornado	y	que	han	encendido
tantas	calumnias.	En	efecto,	quienes	asisten	accidentalmente	a	alguna	de	mis	tertulias
se	imaginan	quizá	que	yo	presumo	de	ser	sabio	en	aquellas	cuestiones	en	que	someto
a	examen14	a	los	otros,	pero,	en	realidad,	sólo	el	dios	es	sabio,	y	lo	que	quiere	decir	el
oráculo	es	sólo	que	la	sabiduría	humana	poco	o	nada	vale	ante	su	sabiduría.	Y	si	me
ha	puesto	a	mí	como	modelo	es	porque	se	ha	servido	de	mi	nombre	como	para	poner
un	ejemplo,	como	si	dijera15	 :	"Entre	vosotros	es	el	más	sabio,	¡oh	hombres!,	aquél
que	como	Sócrates	ha	caído	en	la	cuenta	de	que	en	verdad	su	sabiduría	no	es	nada".
23b
Por	 eso,	 sencillamente,	 voy	de	 acá	 para	 allá,	 investigando	 en	 todos	 los	 que	me
parecen	 sabios,	 siguiendo	 la	 indicación	 del	 dios,	 para	 ver	 si	 encuentro	 una
satisfacción	 a	 su	 enigma,	 ya	 sean	 ciudadanos	 atenienses	 o	 extranjeros.	 Y	 cuando
descubro	que	no	lo	son,	contribuyo	con	ello	a	ser	instrumento	del	dios.
Ocupado	en	tal	menester,	da	la	impresión	de	que	me	he	dedicado	a	vagar	y	que	he
dilapidado	 mi	 tiempo,	 descuidando	 los	 asuntos	 de	 la	 ciudad,	 e	 incluso	 los	 de	 mi
familia,	viviendo	en	la	más	absoluta	pobreza	por	preferir	ocuparme	del	dios.
www.lectulandia.com	-	Página	48
Los	discípulos
23c
Por	otra	parte,	ha	surgido	un	grupo	de	jóvenes	que	me	siguen	espontáneamente,
porque	 disponen	 de	 más	 tiempo	 libre,	 por	 preceder	 de	 familias	 acomodadas,
disfrutando	al	ver	cómo	someto	a	interrogatorios	a	mis	interlocutores,	y	que	en	más
de	una	ocasión	se	han	puesto	ellos	mismos	a	imitarme	examinando	a	las	gentes.	Y	es
cierto	 que	 han	 encontrado	 a	 un	 buen	 grupo	 de	 personas	 que	 se	 pavonean	 de	 saber
mucho	pero	que,	en	realidad,	poco	o	nada	saben.	Y	en	consecuencia,	los	ciudadanos
examinados	 y	 desembaucados	 por	 éstos	 se	 encoraginan	 contra	mí	—y	no	 contra	 sí
mismos,	que	sería	lo	más	lógico—,	y	de	aquí	nace	el	rumor	de	que	corre	por	ahí	un
cierto	 personaje	 llamado	 Sócrates,	 de	 lo	 más	 siniestro	 y	 malvado,	 corruptor	 de	 la
juventud	de	nuestra	ciudad.
23d
Cuando	 alguien	 les	 pregunta	 qué	 enseño	 en	 realidad,	 no	 saben	 qué	 responder,
pero	para	no	hacer	el	ridículo	echan	mano	de	los	tópicos	sobre	los	nuevos	filósofos:
"que	investigan	lo	que	hay	sobre	el	cielo	y	bajo	la	tierra,	que	no	creen	en	los	dioses	y
que	 saben	 hostigar	 para	 hacer	más	 fuerte	 los	 argumentos	más	 débiles".	 Todo	 ello,
antes	que	decir	la	verdad,	que	es	una	y	muy	clara:	que	tienen	un	barniz	de	saber,	pero
que	en	realidad	no	saben	nada	de	nada.
Y	como,	en	mi	opinión,	son	gente	susceptible	y	quisquillosa,	amén	de	numerosa,
que	 cuando	 hablan	 de	 mí	 se	 apasionan	 y	 acaloran,	 os	 tienen	 los	 oídos	 llenos	 de
calumnias	graves	durante	largo	tiempo	alimentadas.
www.lectulandia.com	-	Página	49
El	origen	de	las	denuncias
23e
De	entre	éstos	es	de	donde	han	surgido	Méleto	y	sus	cómplices,	Ánito	y	Licón.
Méleto,	en	representación	de	los	resentidos	poetas;	Ánito,	en	defensa	de	los	artesanos
y	políticos,	y	Licón,	en	pro	de	los	oradores.
24a
Así,	pues,	me	maravillaría	—como	ya	dije	antes—	de	que	en	el	poco	tiempo	que
se	 me	 otorga	 para	 mi	 defensa	 fuera	 capaz	 de	 desvanecer	 calumnias	 tan	 bien
arraigadas.
Ésta	es,	oh	atenienses,	la	pura	verdad	de	lo	sucedido,	y	os	he	hablado	sin	ocultar
ni	disimular	nada,	sea	 importante	o	no.	Sin	embargo,	estoy	seguro	que	con	ello	me
estoy

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