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El amor 
y otros
choques 
de tr en
 ê Título original: Love and Other Train Wrecks 
 ê Dirección editorial: Marcela Luza
 ê Edición: Melisa Corbetto con Stefany Pereyra Bravo
 ê Coordinación de diseño: Marianela Acuña
 ê Diseño de interior: Silvana López
 ê Arte de tapa: Helen Crawford White
 ê Diseño de tapa: Katie Fitch
© 2018 Leah Konen
© 2019 V&R Editoras
www.vreditoras.com 
Los derechos de traducción fueron gestionados por Taryn Fagerness Agency 
y Sandra Bruna Agencia Literaria, SL.
Todos los derechos reservados. Prohibidos, dentro de los límites establecidos por la ley, 
la reproducción total o parcial de esta obra, el almacenamiento o transmisión por medios 
electrónicos o mecánicos, las fotocopias o cualquier otra forma de cesión de la misma, 
sin previa autorización escrita de las editoras.
ISBN: 978-987-747-532-6
Impreso en Argentina por Buenos Aires Print • Printed in Argentina
Mayo de 2019 
Konen, Leah 
El amor y otros choques de tren / Leah Konen. - 1a ed . - 
Ciudad Autónoma de Buenos Aires : V&R, 2019.
336 p. ; 21 x 15 cm.
Traducción de: María Victoria Echandi.
ISBN 978-987-747-532-6
1. Narrativa Juvenil Estadounidense. 2. Novelas Románticas. 
I. Echandi, María Victoria, trad. II. Título.
CDD 813.9283
ARGENTINA: 
San Martín 969 piso 10 (C1004AAS) 
Buenos Aires 
Tel./Fax: (54-11) 5352-9444 
y rotativas 
e-mail: editorial@vreditoras.com
MÉXICO: 
Dakota 274, Colonia Nápoles, CP 03810, 
Del. Benito Juárez, Ciudad de México 
Tel./Fax: (5255) 5220–6620/6621 
01800-543-4995 
e-mail: editoras@vreditoras.com.mx
El amor 
y otros
choques 
de tr en
LEAH
KONEN
Traducción: María Victoria Echandi
PARA MI HERMANA, KIMBERLY.
MI PRIMERA LECTORA Y FANÁTICA EN LA VIDA. 
PRIMERA PARTE
EL TREN
AMMY 
11:23 A.M.
6
El tren no es ni la mitad de lo romántico que pensé 
que sería. 
No suelo ser fantasiosa, pero vamos, es un tren. 
Me había imaginado a los carritos de metal del bar 
circulando por los pasillos, personas mirando por 
la ventana, observando los paisajes de la zona rural, 
periódicos desplegados y el sombrero del conductor 
levemente inclinado. Me había imaginado mujeres 
en vestidos y pantimedias y a hombres de traje.
Supongo que he visto demasiadas películas.
Y, a estas alturas, ya he aprendido que nada es 
como en las películas. Especialmente nada de lo 
que sucedió este año. 
En este momento, estoy en un Amtrack, un tren 
que luce como una bala de plata, cuyos movimientos 
no pueden alejarse más de los de una, avanzando a 
lo largo de la costa este. Los asientos están cubiertos 
por una tela áspera estampada de poliéster azul que 
debe haber sido diseñada antes de que yo naciera, y 
7
AMMY
no hay un carrito del bar a la vista. Ni siquiera vi un lugar para conseguir 
comida, a pesar de haber explorado los tres vagones siguientes.
Miro por la ventana y lo único que puedo ver es un millón de tona-
lidades de gris. Áreas de tierra y lo que debería ser pasto. Bloques de 
concreto y fábricas que parecen haber salido de una novela de Dickens, y 
ni siquiera soy fanática de Dickens. Un terreno industrial baldío. Toco la 
ventana con mi mano. Está fría y cubierta de hielo, a diferencia del calor 
sofocante que se siente aquí dentro, causado por demasiadas personas 
vestidas con demasiadas capas de abrigo.
El tren está repleto. Hay un tipo desaliñado de traje, luce como si ya 
hubiera salido del trabajo hace un tiempo, pero sigue usando su traje 
como si fuera el vestido de novia de la señorita Havisham. Su sudor for-
ma un estampado estilo Rorschach en la camisa blanca que tiene debajo 
del blazer arrugado.
Y definitivamente no hay señoritas en vestidos y pantimedias, como 
en las películas viejas, por lo menos no hay ninguna a la vista. Casi todos 
están vestidos como yo: jeans y suéter de lana gruesa, con un montón de 
bufandas, gorros y guantes. Parafernalia diseñada para el frío exterior, no 
para el calor que hace aquí adentro.
Todos están concentrados en sus teléfonos o en sus iPads y, aunque el 
guarda sí lleva puesto el gorro de conductor plano característico, tiene, 
sin dudas, una manera brusca de decir “¡Boletos, por favor!” que deja 
en evidencia, para todos los que puedan escucharlo, que desea estar en 
cualquier lugar menos en este tren. Nada de esto es remotamente pin-
toresco o romántico. Pero, bueno, tampoco lo es esta estúpida idea de 
último minuto. 
Suena mi teléfono, me pongo de pie para sacarlo del espacio superior 
para guardar equipaje y casi me golpeo la cabeza. Mi metro setenta y dos 
AMMY 
8
de altura no deja mucho espacio libre. Mi bolso de cuero rojo –regalo de 
cumpleaños de mi papá, enviado por correo exprés desde Hudson, Nueva 
York tres días después de mi cumpleaños– está acomodado entre mi maleta 
con grandes ruedas y tres o cuatro bolsas de plástico brillantes que son de 
Century 21, una gran tienda de ofertas de ropa de diseñador. Jalo mi bolso 
con las dos manos, pero en el proceso mi maleta comienza a abalanzarse. 
Mi bolso rojo cae a mi lado, pero logro detener a la maleta antes de que 
cause un daño mayor.
A mi derecha, veo a un hombre de mediana edad mirarme como si 
fuera la cosa más inútil del planeta. Su esposa clava su mirada en la bolsa 
de plástico, como si fuera a arruinar lo que sea que llevan allí (lo lamento, 
pero no lo lamento). Si esos dos no hubieran puesto tantas cosas en el 
compartimiento superior, tendría un poco más de espacio para maniobrar.
Mi teléfono deja de sonar mientras sigo sosteniendo la maleta con am-
bas manos. La empujo un par de veces, pero parece que no quiere volver 
a encajar con las bolsas de plástico, que ya se inclinaron sobre mi espacio. 
Así que la bajo lentamente y la dejo caer en el asiento que está a mi lado. 
Sé que probablemente no debo ocupar un asiento con mi maleta, pero es 
un viaje de tren de cinco horas y voy por la hora tres y, siendo sincera, me 
gustaría evitar un compañero conversador a toda costa.
Me siento y me inclino hacia adelante para levantar mi bolso rojo del 
suelo y mi teléfono empieza a sonar otra vez. 
–¿Vas a responder? –la mujer que está frente a mí se da vuelta rápi-
damente. Solo Dios sabe qué lleva en esas bolsas de plástico que hace 
que esté tan frustrada conmigo. Tal vez, así son en Nueva York. 
Me encojo de hombros y busco mi teléfono en mi bolso. Todos pare-
cen saber cómo hacer esto de viajar en tren mucho mejor que yo.
Pero no es mi culpa. Este viaje de último minuto no estaba en mis 
AMMY
9
planes. Estaba cien por ciento convencida de que no iba a ir hasta que 
llamé a Kat, mi casi hermanastra, ayer por la noche. Lo había decido hace 
meses.
“Ven. Quédate con nosotros toda la semana. Te arrepentirás si no vie-
nes. Será sencillo”.
Esto no es sencillo, ni por asomo.
Hurgo entre los libros y las cosas que metí en el bolso esta mañana 
y mi teléfono no deja de sonar. Mis hombros se tensan, espero a que la 
mujer diga algo más, pero finalmente, lo encuentro entre Madame Bovary 
y Tokio Blues. Como lo sospechaba, es Kat. Podría jurar que es la única 
persona de nuestra edad que prefiere llamar por teléfono a enviar men-
sajes de texto.
–Ey –saludo y siento como se me acelera el pulso apenas respondo.
No es ella la que me pone nerviosa, es toda la situación.
Se supone que la familia no tiene que tener ese efecto sobre uno. Pero 
se supone que la familia debería ser muchas cosas que, durante el último 
año, me di cuenta de que no es. 
–Dime que tu mensaje no fue una mentira. Dime que efectivamente 
estás en el tren –como siempre, la voz de Kat tiene ese tono jovial y 
arrogante parecido al de una chica de clase alta despistada que tomó 
demasiado café. 
–Efectivamente, estoy en el tren –replico. La mujer que está en frente a 
mí revolea la cabeza, como si estuviera hablando demasiado alto, aunque, 
en mi humilde opinión, estoy hablando en un volumen completamente 
normal. 
Kat chilla e, instintivamente, alejo el teléfono de mi oreja.–Oh, por Dios –dice–. Estoy tan emocionada. Literalmente, vas a 
rescatarme del caos monumental que será el día de hoy. 
AMMY 
10
Generalmente, aprovecharía la oportunidad para explicarle la diferencia 
entre figuradamente y literalmente, pero estoy demasiado angustiada por 
las palabras de mamá de esta mañana.
“¿Cómo puedes abandonarme justo hoy?”.
Sin importar el “caos monumental” que Kat piensa que tiene que sopor-
tar, lo que sea que esté pasando con el vestido de Sophie o con el cabello 
de Bea no tiene punto de comparación con mis últimas veinticuatro horas.
–Sabes que no estaré dando saltos de felicidad por mi papá y tu 
mamá, ¿verdad?
–Lo sé. Dah. Yo tampoco. Pero aun así, tu papá va a estar feliz. Ha 
estado decaído toda la semana. Te extraña.
Pongo los ojos en blanco y reprimo una risa amarga. Estoy segura 
de que me extraña. Estoy segura de que está pensando en mí en este 
momento. Estoy segura de que todo es “Ammy, Ammy, Ammy” en su 
cabeza. Quiero decir, ¿quién no estaría pensando en la hija que abandonó 
cuando está a punto de casarse con una instructora de yoga diez años 
más joven?
Soy lo último en lo que mi padre piensa, una nota al pie en su nueva 
vida que le recuerda su edad. Hasta me enteré de esta estúpida ceremonia 
por Kat antes que por él. 
Kat no espera mi respuesta.
–¿A qué hora llegas?
–A la una y media. Todavía puedes pasar a buscarme a la estación, 
¿verdad?
–Por supuesto, ¿en la estación Hudson?
–Sí.
–Perfecto –y añade–: Ya que estamos, le conté a Bea, pero a nadie más. 
Suspiro.
AMMY
11
–Dijiste que no le dirías a nadie. Se supone que es una sorpresa. 
Prácticamente puedo escuchar como Kat pone los ojos en blanco a 
través del teléfono. 
–Es mi hermana. Y tu futura hermanastra. No va a decir nada. Ade-
más, está muy emocionada.
Las palabras de Kat me afectan más de lo que deberían hacerlo. Futura 
hermanastra. Esto está sucediendo de verdad, a pesar de que legalmente 
no tenga ningún efecto. Bea y Kat de gala. Sophie, mi futura madrastra, 
en un atuendo bohemio blanco tiza. Mi padre profesando su amor por 
una mujer que definitivamente no es mi madre. 
Mis ojos se disparan en dirección de las puertas del vagón y, por un 
segundo, deseo salir corriendo hacia el vestíbulo, accionar el freno de 
emergencia y decirles que den marcha atrás, que me lleven de vuelta 
a Virginia, donde podría darle un abrazo a mamá y pedirle perdón y 
decirle que todavía estoy de su lado, sin importar lo que pase.
Pero, al mismo tiempo, sé que volver atrás no mejorará las cosas. Que 
lo que mi madre y yo teníamos ya estaba quebrado, roto de una forma 
que no me había percatado hasta ayer a la noche. 
–Pero estoy emocionada por verlas a ustedes –respondo, finalmente. 
–Bueno, tengo que ayudar a mamá a planchar al vapor su vestido. 
Nos vemos pronto.
Kat termina la llamada de una manera muy Kat: corta antes de que 
pueda decir algo más.
Miro fijamente mi teléfono, deseando poder hablar un rato más con 
ella, deseando poder decirle cuán asustada estoy de que mamá no me 
perdone por esto, de estar haciendo algo completamente equivocado, 
de que papá no me quiera realmente allí, de que su nueva familia sea 
suficiente para él. 
AMMY 
12
Pero sacudo mi cabeza, haciendo esos pensamientos a un lado. Me 
abstengo de revisar mis mensajes y hundirme en el agujero negro que 
es la conversación con mamá, que puse en silencio hace una hora para 
preservar mi salud mental.
En cambio, reviso todas mis redes sociales y veo fotos de personas 
reunidas con sus familias haciendo las cosas que hacen las familias en 
vacaciones. Dara y su hermano subiéndose al avión para ir a Universal 
Studios. La chica más inteligente de la escuela volviendo de un viaje en 
coche a Carolina del Sur. Siento esa familiar puntada en el estómago de 
celos que experimento cada vez que veo una foto de una familia más o 
menos tradicional y me muerdo el labio intentando ignorarla.
En el fondo, sé que papá estará feliz de verme. Quiere que esté allí. 
Al menos, eso fue lo que me dijo por teléfono el mes pasado. Pero, de 
todas formas, sé que todo seguiría sin ningún problema si no fuera. Ya no 
soy su única familia. Mamá ya ni siquiera es parte de ella. Estamos en un 
segundo puesto. Y eso duele.
Miro por la ventana, busco una distracción, aunque sea en ese ho-
rrendo paisaje industrial, pero está completamente oscuro, y solo puedo 
ver sutiles rastros de grafitis sobre las paredes de concreto del túnel. 
Debemos haber llegado a la parada en Penn Station, y ni siquiera me 
di cuenta. Recuesto mi cabeza sobre el vidrio, siento la fría condensación y 
bloqueo el sonido de las puertas abriéndose y de pasos invadiendo el tren.
Quiero dormir hasta llegar y no preocuparme por nada de esto. Quie-
ro que sea mañana, quiero que se termine este estúpido día. Quiero sen-
tarme en la habitación de Kat, mirar repeticiones de Friends y decidir en 
qué lugar con precios demasiado altos iremos de brunch.
Mis ojos están completamente cerrados cuando escucho la voz impa-
ciente y con urgencia.
AMMY
13
–Disculpa.
Y luego, otra vez antes de que tenga oportunidad de moverme.
–Disculpa. ¿Puedo sentarme aquí?
14
NOAH 
11:29 A.M.
Siempre se puede detectar a alguien que viaja por 
primera vez en tren. Normalmente, intento ayudar-
los. Repito el mismo discurso: les explico que deben 
presionar el botón para que se abran las puertas que 
unen a los vagones, les indico dónde está el carri-
to de la comida y les advierto que eviten el burrito 
Santa Fe a toda costa; es divertido. Sin embargo, hoy 
estoy demasiado nervioso como para molestarme. 
Estoy demasiado preocupado por Rina.
El tren está sorpresivamente lleno para ser me-
diodía, nadie debería estar viajando a esta hora. 
Supongo que muchas personas todavía están de 
vacaciones por las fiestas, como yo, aunque ya es 
tres de enero. 
La chica parece estar medio dormida, la con-
densación de la ventana ha apelmazado su cabello 
corto castaño oscuro.
Apunto a su maleta, la señal reveladora. Típico 
error de novato.
15
NOAH
–El tren está lleno. Así que mmm… tienes que mover eso.
–Ah –dice–, sí.
Se pone de pie. Es alta y temo que se vaya a golpear la cabeza con 
el compartimiento superior, pero no lo toca, sobran unos centímetros. 
Luego, levanta la maleta sobre su cabeza.
Dejo las flores en el asiento y me acerco para ayudarla, tomo el borde 
de la valija para equilibrarla. Percibo un sutil aroma a menta que emana de 
su cabello.
–Yo puedo –dice con aspereza. Le da un empujón firme y el equipaje 
se desliza como la pieza de un rompecabezas.
–Gracias –respondo–. ¿Estas bolsas son tuyas? –pregunto señalando 
tres bolsas de Century 21. 
Niega con la cabeza y no me sorprende porque no parece ser del 
tipo que pasea por pasillos abarrotados de gente en búsqueda de por-
querías de diseñador. Me inclino hacia ella y le doy un empujón a las 
bolsas para que no estén en nuestro espacio. Una señora en frente de 
nosotros me fulmina con la mirada, pero está suficientemente familia-
rizada con el protocolo de viajar en tren como para no discutir. Meto 
mi mochila arriba de todo, tomo las flores antes de sentarme y las dejo 
sobre mi regazo.
La chica se detiene un segundo demasiado largo en las flores, pero 
no dice nada.
Examino los pétalos con cuidado. Dos de las flores están un poquito 
machacadas.
¿Rina se dará cuenta? Sí.
¿Le importará? Espero que no.
La chica aferra el boleto en su mano. Tiene un suéter oscuro demasiado 
grande y pantalones desteñidos. Definitivamente es del tipo académico, de 
NOAH 
16
seguro está en camino a un recorrido por la Universidad Bard, la escuela de 
artes liberales que está cerca de mi pueblo.
Rina solía quejarse de los estudiantes de Bard que pasaban por el 
restaurante donde trabajaba hace dos veranos. Decía que todos eran es-
peciales y que no paraban de hablar de detonantes emocionales y co-
sas así. Odiaba las característicasultraliberales y la tendencia de cariño 
físico de Bard.
Por otro lado, amaba a la gente que venía de la ciudad, aunque, si me 
lo preguntas, la mitad de ellos eran igual de “especiales”. Es gran parte 
del motivo por el que añadí a Hunter a mi lista el año pasado y por qué, 
finalmente, decidí ingresar. Aunque los estudiantes de Bard nunca me 
molestaron. Aunque Rina y yo una vez tuvimos un largo debate sobre si 
los detonantes emocionales deberían existir. Ella ganó. No porque tuvie-
ra razón, sino porque Rina era buena para ganar discusiones. 
En el fondo, Rina es una chica de ciudad, a pesar de haber sido criada 
en el campo. Tiene una filosofía de “nada de tonterías”. Encaja perfecta-
mente con ella. Ama visitar a su papá en la ciudad, ama perderse en la 
búsqueda de bolsos de mano y comida pegajosa en el Barrio Chino, ama 
alquilar bicicletas públicas y pasear por Prospect Park, ama arrastrarme 
por Century 21 y llenar sus propias bolsas de plástico con porquerías de 
diseñador que, debo admitir, lucen bien en ella.
Ella fue quien me acompañó en mis primeras visitas a Hunter porque, 
en ese momento, mis papás estaban actuando de manera egocéntrica y 
no eran muy conscientes de lo que sucedía a su alrededor. Ella fue quien 
me convenció de que la vida podía ser bastante genial en el Upper East 
Side de Manhattan.
Ajusto uno de los pétalos machacados para que luzca un poco mejor, 
reviso mi trabajo y decido, o espero, que sea suficiente. 
NOAH 
17
Le echo un vistazo a mi compañera de viaje, ahora está leyendo a 
Murakami. Definitivamente es una chica Bard. 
Honestamente, creo que el mayor problema de Rina con Bard es que 
está demasiado cerca de casa. Nunca sería un salto demasiado grande 
para ella.
Sin tener en cuenta el costo ridículo, de seguro no hubiera tenido 
problemas en quedarme cerca de casa, si no hubiera sido por Rina. A 
diferencia de mí, Rina necesita aventuras. Si viviera un mes en la ciudad, 
con seguridad la conocería mejor que yo. Porque es del tipo de persona 
que doblaría por una esquina que no conoce y nunca miraría atrás.
Yo soy del tipo que mira atrás. Así fue cómo la perdí. Pero lo arreglaré 
con este viaje. No dudaré de mí, o de nosotros, nunca más.
Meto las flores en el bolsillo del asiento adelante de mí y muevo mis 
hombros hasta quitarme la chaqueta. Luego, miro alrededor. Frente a 
nosotros hay un tipo en un traje que ha visto mejores días, tipeando en 
una laptop viejísima.
Tomo mi bolso de estilo mensajero, el que uso para ir a clases, y lo colo-
co sobre mi regazo para buscar mi Kindle y luego lo ubico cuidadosamente 
debajo de mi asiento. He hecho este viaje tres veces, partiendo desde mi 
pequeño dormitorio universitario en la ciudad hasta el rancho de media-
dos de siglo de mis padres en Lorenz Park, apenas pasando Hudson. Pero 
siempre ha sido para visitar a mis padres. Ir a casa para las vacaciones de 
otoño, ocuparme de la ropa sucia, llevarme una olla con comida congelada 
para mi mini congelador. La rutina típica de un estudiante universitario de 
primer año. 
Nunca había ido a casa por este motivo.
Enderezo las flores ligeramente, asustado de que puedan aplastarse 
todavía más si no tengo cuidado.
NOAH 
18
Intento concentrarme en las palabras en la pantalla, pero se desdibujan 
ante mis ojos, se fusionan unas con otras y se desordenan como una sopa 
de vegetales. No puedo dejar de pensar en Rina. 
La chica a mi lado parece estar igual de distraída. Con un dedo marca 
el lugar donde dejó su lectura, se retuerce en su asiento y suspira con 
intensidad. Luce como si estuviera intentando, sin éxito, aprovechar al 
máximo los treinta centímetros que hay entre sus rodillas y el asiento 
delante de ella.
Me mira unos instantes a los ojos antes de desviar la mirada.
–¿No es el viaje romántico que esperabas? –pregunto.
Deja de jugar con su bufanda y me mira.
–Mmm, ¿qué?
Estaba intentando hacer una broma. El tren definitivamente no fue lo 
que esperaba la primera vez que lo tomé. Sudor rancio y asientos incó-
modos. Ella no parece estar teniendo la misma sensación.
¿Debería murmurar “no importa”? Tal vez.
¿Debería concentrarme en mi Kindle e intentar leer? Seguramente.
Pero la idea de pasar las siguientes dos horas preguntándome sobre 
cómo reaccionará Rina cuando me vea, de repente, se torna insoportable.
–¿Primera vez en el Amtrak? –pregunto, intentando sonar alegre.
La chica se muerde el labio y se cruza de brazos, su abrigo apenas 
se asoma sobre mi lugar. Sus ojos están muy abiertos, demasiado ale-
jados entre sí, como si siempre estuviera sorprendida, y su mentón es 
tan definido que es casi puntiagudo, parece un corazón enojado. Sus 
facciones son definidas en comparación con las de Rina, con su cabello 
castaño ondulado, su rostro redondo y su forma de inflar su labio infe-
rior cuando quiere algo.
–¿Y a ti qué te importa? –replica.
NOAH 
19
Me río. Es como si estuviera intentando actuar como una neoyorquina 
conmigo, aunque su acento genérico de los suburbios y la falta de conoci-
miento de las reglas básicas de viajar en tren me hacen suponer otra cosa.
–Lo lamento –me disculpo–. Solo buscaba tema de conversación.
Pone los ojos en blanco y se da vuelta.
Lástima.
Vuelvo a mirar a mi Kindle, pero sigo sin poder concentrarme, así que 
lo meto en el bolsillo del asiento delante de mí, saco mi celular y abro 
los mensajes.
Tengo tantas ganas de escribirle a Rina. Tangas ganas. Quiero hablar 
con ella de nuevo.
Por supuesto el problema es qué decir:
“Ey, estoy planeando pasar por tu casa esta noche como un gesto ro-
mántico y, con un poco de suerte, volver a ganarme tu corazón. ¿Estarás 
por allí?”.
“¿Cómo está todo? ¡No hablamos hace tiempo!”.
“¿Alguna vez piensas en mí? Porque yo pienso en ti todo el tiempo”.
Cierro los mensajes. Todo lo que pueda decir sonará completamente 
ridículo. Por eso mismo tengo que hablar con ella en persona. Por eso 
mismo me tengo que apegar a mi plan.
Me encantaría poder ver su perfil de Facebook o Instagram. Me encan-
taría poder asegurarme de que no tiene un novio nuevo, aunque Danny 
ya me dijo que Cassie le contó que está soltera. Me encantaría poder ver 
algunas fotos recientes de ella, pero me bloqueó en todos lados el último 
verano, apenas rompimos. Está claro que a Rina le gusta hacer un corte 
limpio. Supongo que no puedo culparla. 
Aparentemente, Cassie también dijo que cree que Rina a veces me 
extraña.
NOAH 
20
Reviso mis redes y veo a mis padres, sacándose una selfie en el barco, 
con el paisaje de las Bermudas de fondo. He intentado mantenerme po-
sitivo con respecto a esta situación, pero sigo un poco enojado con ellos 
por haberme abandonado este año y haber dejado nuestra casa vacía en 
las vacaciones de Navidad.
No es que Navidad sea importante para mí. Para empezar, somos ju-
díos, así que no es como si fuera algo trascendente para nosotros. De todas 
formas, siempre disfruté de nuestro triste árbol falso y de las decoraciones 
brillantes. Me alegra que mi papá haya vuelto a vivir en casa y que le hayan 
puesto punto final al período de separación de prueba. Pero por muy con-
tento que esté, no estoy seguro de que este “crucero para reavivar el amor” 
sea completamente necesario. Al menos no uno de doce noches. Me pongo 
nervioso de solo pensar cuántos préstamos estudiantiles extras tendré que 
enfrentar para compensar el golpe.
Por lo menos no estuve completamente solo en las fiestas. Mi com-
pañero de habitación en Hunter, Alex, me dejó quedarme unos días 
con él y sus padres en su absurdo apartamento en la zona de Dumbo. 
Fue divertido ver el lado más lujoso de la ciudad. En Navidad, comi-
mos salmón ahumado y alcaparras en el almuerzo y cenamos langosta 
y mejillones. 
Aún así, hubiera preferido estar en Lorenz Park con mis padres, 
abriendo regalos debajo del árbol y ordenando comida china.
Y con Rina.
Miro fugazmente por la ventana y veo como la línea delhorizonte se 
aleja cada vez más y es reemplazada por el crecimiento urbano incontro-
lable de Yonkers.
Supongo que debería agradecerles a mis padres, en realidad. Fue su 
viaje lo que hizo que me diera cuenta de cuánto extrañaba a Rina. Fue su viaje 
NOAH 
21
lo que me hizo recordar que, a veces, las personas pueden separarse y volver 
a estar juntas.
Porque eso es lo que pasa cuando dos personas se aman mutuamente.
Le echo un vistazo a mi teléfono, voy de una red social en otra, pero 
no hay nada interesante. Así que vuelvo a tomar mi Kindle porque no 
tengo nada más que hacer.
–Diablos –mascullo entre dientes. Se quedó sin batería.
La chica gira la cabeza y me fulmina con la mirada, con una actitud 
repentina de arrogancia.
–Sabes, algo realmente curioso sobre los libros de verdad es que no 
necesitan batería.
22
AMMY 
11:45 A.M.
El chico que está junto a mí me mira con la misma 
expresión que siempre tienen los chicos atractivos 
en general. Es como si estuvieran tan acostumbra-
dos a sus rostros ultrasimétricos adorados por las 
masas que aprendieron a manipular sus rasgos fa-
ciales de manera socialmente aceptada. No puedo 
darme cuenta si está sorprendido, enojado o qué, 
pero, en realidad, no me importa. Tenía que decirle 
algo después del comentario (¿sexista?) sobre mis 
expectativas de una aventura mágica, que solo me 
enfadó más porque, siendo completamente sincera, 
dio justo en la tecla. 
Pero él no tiene por qué saber eso.
Me acomodo en mi asiento áspero y echo un 
vistazo por la ventana. El terreno industrial baldío 
se transformó en árboles con la mitad de sus hojas 
caídas y en un cielo gris pálido con una pizca oca-
sional de algunos edificios de concreto horribles, cu-
biertos de grafitis. Supongo que todavía no hemos 
23
AMMY
llegado al paisaje verdaderamente hermoso. A pesar de todo, hay un río 
y, si giro mi cabeza hacia atrás, todavía puedo ver a la ciudad de Nueva 
York que, dedo admitir, es bastante gloriosa.
Luego, vuelvo a mirar al chico, cuya respuesta a mi comentario es mi-
rarme fijo. Su piel tiene un tono oliva y su cabello es rizado. Lleva puesta 
una camiseta de los Pittsburgh Steelers, pantalones azul oscuro y una 
chaqueta de plumas naranja brillante debajo de un bolso estilo mensajero 
caqui con un prendedor de Taylor Swift en la solapa. Raro. Seguramente 
estudia negocios o algo así en la universidad.
Ha metido un ramo de rosas color rosado en el bolsillo del asiento 
que está delante de él, probablemente para la chica que esté interesada 
en él este mes y que, de seguro, está en una hermandad. 
–Lo único que digo es que los libros de verdad son mucho más con-
fiables –le doy una palmadita a la tapa de Tokio Blues–. Deberías probar-
los alguna vez.
Se ríe y su expresión en blanco se transforma en una sonrisa que 
ocupa todo su rostro.
–Ah, ¿sí? ¿Debería?
Vuelvo a mirar a las flores. Rosas, tan cliché.
Es el típico tonto con cara bonita: deportista, aburrido, básico. Y uno 
del peor tipo. Ya saben, uno de los que cree que es un “buen chico”. Se-
guro piensa que por el mero hecho de seguir las instrucciones del Manual 
para conquistar a una mujer todo terminará de manera espléndida. Es del 
tipo que no se da cuenta que el romance no tiene sentido porque todos 
terminan lastimándose entre sí de todas formas.
Y eso lo sé por experiencia propia.
Ocurre hasta con personas que estabas cien por ciento convencida de 
que iban a estar juntas para siempre.
AMMY 
24
Dara y Simone dicen que soy demasiado cínica. Dara suele recordarme 
que sus padres también se han separado y que ella sigue bastante enamo-
rada de la idea del amor. Simone dice que es natural ser cínico pero que 
muchos hijos de padres divorciados tienen relaciones felices.
Pero no lo entienden. Porque no fue una separación normal. Recuer-
do a los padres de Dara cuando estaban juntos. Estaban deprimidos todo 
el tiempo. Los míos no. Juro que nosotros tres teníamos algo que fun-
cionaba. Hasta que dejó de funcionar. Y cuando te sorprenden por la 
espalda con una cosa así, bueno, es difícil recomponerse. 
El desconocido McBásico sigue sonriéndome. ¿Espera que le haga oji-
tos o algo?
Luego, inclina su cabeza hacia un costado y se estira en su asiento, sus 
pies tocan la parte inferior de la butaca delante de él.
–¿Murakami? –pregunta.
–Sí –respondo, bruscamente quizás–, ¿lo conoces?
–Auch.
Me encojo de hombros, ni siquiera sé muy bien por qué estoy siendo 
tan grosera con este chico, pero luego vuelvo a mirar a las flores y solo 
logran que me enoje más todavía.
Sophie ama las rosas. La estúpida invitación de papel madera que en-
vió estaba cubierta de unas horribles ilustraciones de pequeñas rosas. 
Instantáneamente decido redoblar la apuesta en vez de retroceder porque 
estoy con ese tipo de humor y porque realmente no quiero compartir el 
viaje con un desconocido conversador, de todas formas.
–¿Qué tienes allí? ¿El Código Da Vinci?
Espero su respuesta conteniendo la respiración para ver si lo siente 
como un insulto. La mayoría de las personas se ofenderían, pero nunca 
puedes estar segura con este tipo de chicos. Justamente, este año, un chico 
AMMY
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en mi clase de Lengua Avanzada preguntó si podía hacer su trabajo práctico 
de clásicos sobre James Patterson y no estaba haciendo una broma.
El chico cierra la tapa del Kindle y lo vuelve a guardar en su bolso.
–No es necesario ser cruel.
Me río, pero luego me doy cuenta de que se ofendió en serio. Pongo 
un dedo sobre mi libro.
–Ey, tú asumiste cosas sobre mí. Pensaste que era una pequeña niña 
tonta que esperaba un romántico viaje en tren. No tiene nada de malo 
que haga lo mismo contigo.
Inclina su cabeza hacia un costado, como si estuviera intentando enten-
derme y no quiero que me entiendan en este momento. Luego, se cruza de 
brazos, sus músculos se hacen notar en las mangas de su camiseta, un efec-
to del que seguro es consciente. Frente a nosotros, un hombre de mediana 
edad suelta una tos seca, ni siquiera quiero pensar en los gérmenes de la 
vil Nueva York que ahora flotan en el aire. Luego, la señora se da vuelta y 
me mira con su expresión ya característica, pidiendo silencio. Afuera, los 
primeros copos de nieve caen del cielo. Aparece el brinco familiar que 
siento en mi corazón cada vez que veo nieve desde que era una niña, pero 
se desvanece tan rápido como llega porque ya no soy una niña. Ya nada 
tiene la misma magia que antes, de todas formas. 
No hace falta decir que, si nieva demasiado, Kat tendrá complicacio-
nes para venir a buscarme a la estación. 
El chico suelta una carcajada.
–¿Qué? –pregunto, me resulta imposible no contestarle al señor Bá-
sico. Y él sonríe.
–Sabes que leer Murakami no te convierte automáticamente en un 
genio. Todos los que quieren lucir inteligentes leen a Murakami. Además, 
tiene un concepto demasiado alto de sí mismo.
AMMY 
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–¿Tú has leído a Murakami?
Suspira, gira en su asiento para enfrentarme y comienza a contar con 
sus grandes dedos.
–Tokio Blues, Kafka en la orilla y 1Q84 –pausa, analizando mi reacción 
y sonríe–. No te sorprendas tanto, ¿bien? No es tan complicado. Una 
página tras otra, como cualquier otro libro. 
Cierro mi libro y tamborileo mis dedos sobre mi rodilla, lista para 
ganar esta batalla.
–Y, en este momento, ¿qué estás privado de leer? ¿Qué tienes escon-
dido en ese pequeño Kindle que no enciende?
Su sonrisa se ensancha.
–Sinsajo. Ya sabes, el tercer libro de Los juegos del hambre.
No puedo evitarlo. Estallo de la risa.
–¿Murakami está sobrevalorado pero Los juegos del hambre no lo está? 
Por Dios. 
–Sabes, yo pensaba lo mismo hasta que mi nov…
Se detiene y su sonrisa desaparece en una ráfaga.
–Mi exnovia me persuadió para que los leyera –dice–. Y son geniales. 
Solo te engañas a ti misma. 
Vuelvo a mirar a las flores. ¿Qué está intentando hacer? ¿Reconquistar 
a una chica? Oh, cielos, este chico es una caricatura desí mismo.
Echo otro vistazo por la ventana. La velocidad del tren hace que la 
nieve parezca épica, rápida y animada, como si estuviéramos en el prin-
cipio de Space Mountain, la parte antes de que empiece la montaña rusa, 
donde todas las estrellas te rodean. Los juegos del hambre, pienso con 
amargura. El verano pasado, mi papá no paró de insistirme para que los 
leyera, influenciado por su nueva familia tradicional. Mientras mi madre 
tomaba calmantes para poder llegar hasta la noche, mi papá no paraba 
AMMY
27
de hablar sobre cómo Kat era Team Gale, pero Bea era Team Peeta y que 
yo tenía que leerlos para desempatar. 
Mmmm, no gracias.
Vuelvo a mirar al chico y mi estómago ruge. Es de esas personas cuya 
expresión neutra es una sonrisa en vez de una mueca. Es molesto.
–Tal vez por eso adoras tanto a tu Kindle porque puedes esconder 
cosas como Los juegos del hambre.
Entrecierra los ojos y luego su rostro se desmorona, sus emociones 
son claras como el agua. Dios sabe que este chico sería un desastre jugan-
do al póquer. Da golpecitos con su pie en el suelo, su rodilla sube y baja.
–Sí, y tal vez tú amas no tener un Kindle para poder mostrarle al mun-
do que eres una cerebrito que lee a Murakami.
Auch. Me doy cuenta de que lo hice sentir mal y, de repente, desquitar 
todo mi enojo, mi tristeza y mi frustración con un extraño ya no es diver-
tido. Me siento mal instantáneamente.
–Lo lamento, es solo que tengo hambre, calor y tuve el peor día de mi…
Pero no me escucha. Se pone de pie rápidamente, da media vuelta y 
comienza a caminar por el corredor que lleva a los últimos vagones tan 
rápido como puede. 
Giro y lo observo hasta que desaparece detrás de las puertas del próxi-
mo vagón, luego vuelvo a mi libro. Me recuerdo a mí misma que no hay 
ninguna ley que diga que debes ser amiga de tu vecino de viaje. Apostaría 
un millón de dólares a que mi libro es mil veces mejor que esa triste his-
toria de chicos matándose entre sí.
No me importa lo que digan los demás, en particular, lo que diga mi 
papá o un chico básico en el tren. 
Pero después de aproximadamente un minuto, cierro mi libro. Es im-
posible leer cuando todo rebota como un pinball en mi cabeza: cómo será 
28
AMMY 
la boda, qué está haciendo mamá en este momento. En algún momento, 
cuando todo se haya calmado un poco, ¿volveré a sentirme normal otra 
vez?
La nieve ahora cae con más fuerza, el clima se está poniendo feo. Por 
un instante, pienso en enviarle un mensaje a mamá. Ama la nieve más 
que un niño de siete años en la mañana de Navidad.
Pero no sé qué decir. 
Y no quiero ver todas las cosas que ya dijo. 
Así que contemplo el paisaje y miro mientras el clima empeora cada 
vez más y ruego que mi madre encuentre una forma de perdonarme. 
Ruego haber hecho lo correcto.

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