Logo Studenta

lem-64

¡Estudia con miles de materiales!

Vista previa del material en texto

127“Un	país	se	construye	con	hombres	y	libros”				
Língua	Estrangeira	Moderna	-	Espanhol
LA SALVACIÓN
Bioy Casares – Argentina
Ésta es una historia de 
tiempos y de reinos pretéritos. 
El escultor paseaba con el tirano 
por los jardines del palacio. 
Más allá del laberinto para los 
extranjeros ilustres, en el extremo de la alameda de los filósofos decapitados, 
el escultor presentó su última obra: una náyade que era una fuente. Mientras 
abundaba en explicaciones técnica y disfrutaba de la embriaguez del triunfo, el 
artista advirtió en el hermoso rostro de su protector una sombra amenazadora. 
Comprendió la causa. “¿Cómo un ser tan ínfimo” - sin duda estaba pensando 
el tirano - “es capaz de lo que yo, pastor de pueblos, soy incapaz?”.
Entonces un pájaro, que bebía en la fuente, huyó alborozado por el aire 
y el escultor discurrió la idea que lo salvaría. “Por humildes que sean” - dijo 
indicando el pájaro - “hay que reconocer que vuelan mejor que nosotros”.
Disponible ne: <http://www.ciudadseva.com/textos/cuentos/esp/bioy/salvacio.htm>. Acceso en: 29 
nov. 2007.
“EL OTRO YO” 
Mario Benedetti – Uruguay
Se trataba de un muchacho corriente: en los 
pantalones se le formaban rodilleras, leía historietas, 
hacía ruido cuando comía, se metía los dedos a la nariz, 
roncaba en la siesta, se llamaba Armando Corriente 
en todo menos en una cosa: tenía Otro Yo. El Otro Yo 
usaba cierta poesía en la mirada, se enamoraba de las 
actrices, mentía cautelosamente, se emocionaba en los atardeceres. Al muchacho le preocupaba mucho 
su Otro Yo y le hacía sentirse incómodo frente a sus amigos. Por otra parte el Otro Yo era melancólico, y 
debido a ello, Armando no podía ser tan vulgar como era su deseo. Una tarde Armando llegó cansado 
del trabajo, se quitó los zapatos, movió lentamente los dedos de los pies y encendió la radio. En la radio 
estaba Mozart, pero el muchacho se durmió. Cuando despertó el Otro Yo lloraba con desconsuelo. En el 
primer momento, el muchacho no supo que hacer, pero después se rehizo e insultó concienzudamente al 
Otro Yo. Este no dijo nada, pero a la mañana siguiente se había suicidado. Al principio la muerte del Otro 
Yo fue un rudo golpe para el pobre Armando, pero enseguida pensó que ahora sí podría ser enteramente 
vulgar. Ese pensamiento lo reconfortó. Sólo llevaba cinco días de luto, cuando salió la calle con el propósito 
de lucir su nueva y completa vulgaridad. Desde lejos vio que se acercaban sus amigos. Eso le llenó de 
felicidad e inmediatamente estalló en risotadas. Sin embargo, cuando pasaron junto a él, ellos no notaron 
su presencia. Para peor de males, el muchacho alcanzó a escuchar que comentaban: «Pobre Armando. Y 
pensar que parecía tan fuerte y saludable». El muchacho no tuvo más remedio que dejar de reír y, al mismo 
tiempo, sintió a la altura del esternón un ahogo que se parecía bastante a la nostalgia. Pero no pudo sentir 
auténtica melancolía, porque toda la melancolía se la había llevado el Otro Yo.
Disponible en: <http://www.ciudadseva.com/textos/cuentos/esp/benedett/otroyo.htm>. Acceso en: 29 nov. 2007.
Se puede encontrar en la 
biblioteca de tu escuela, 
en su versión al portugués, 
otro libro del mismo autor – 
Historias de Amor.
128 Discurso
Ensino	Médio
“EL LLANO EN LLAMAS” 
Juan Rulfo – México
No oyes ladrar a los perros
—Tú que vas allá arriba, Ignacio, dime si no oyes alguna señal de algo o si 
ves alguna luz en alguna parte. 
—No se ve nada. 
—Ya debemos estar cerca. 
—Sí, pero no se oye nada. 
—Mira bien. 
—No se ve nada. 
—Pobre de ti, Ignácio. 
La sombra larga y negra de los hombres siguió moviéndose de arriba abajo, 
trepándose a las piedras, disminuyendo y creciendo según avanzaba por la 
orilla del arroyo. Era una sola sombra, tambaleante. 
La luna venía saliendo de la tierra, como una llamarada redonda. 
—Ya debemos estar llegando a ese pueblo, Ignacio. Tú que llevas las orejas 
de fuera, fíjate a ver si no oyes ladrar los perros. Acuérdate que nos dijeron que 
Tonaya estaba detrasito del monte. Y desde qué horas que hemos dejado el 
monte. Acuérdate, Ignacio. 
—Sí, pero no veo rastro de nada. 
—Me estoy cansando. 
—Bájame. 
El viejo se fue reculando hasta encontrarse con el paredón y se recargó 
allí, sin soltar la carga de sus hombros. Aunque se le doblaban las piernas, no 
quería sentarse, porque después no hubiera podido levantar el cuerpo de su 
hijo, al que allá atrás, horas antes, le habían ayudado a echárselo a la espalda. 
Y así lo había traído desde entonces. 
— ¿Cómo te sientes? 
—Mal. 
Se puede encontrar este libro 
en su versión al portugués (O 
planalto em Chamas) en la 
biblioteca de tu escuela, así 
como Pedro Páramo, otro 
libro de este mismo autor. 
O puedes acceder a los 
textos completos por: http://
www.sololiteratura.com/rul/
rulobras.htm

Continuar navegando