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Espinoza Alveal, Maria Aurora

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Facultad de Educación y Humanidades. 
Escuela de Psicología. 
 
 
 
 
 RESILIENCIA: UNA MIRADA SISTÉMICA. 
 CONSTRUCCIÓN Y VALIDACIÓN PRELIMINAR DE TEST. 
 
TESIS PARA OPTAR AL TÍTULO DE PSICÓLOGA. 
 
 
 Integrantes : María Aurora Espinoza Alveal. 
 Annabelle Elena Matamala Yáñez. 
 Profesor Guía : Sr. Carlos Javier Ossa Cornejo. 
 
 
 
Chillán, 2012. 
Universidad del Bío-Bío. Red de Bibliotecas - Chile
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AGRADECIMIENTOS. 
 
 
Primero que todo, agradezco a Dios por haberme dado la oportunidad 
de ingresar a esta maravillosa carrera que ha llenado 
todas mis expectativas y ha promovido nuevos desafíos. 
 
En segundo lugar, agradezco a mi familia por el apoyo constante 
y confianza que siempre han depositado en mi. 
 
También, agradecer a mi pareja por ser un pilar fundamental en mi vida 
 durante estos últimos años y por haberme alentado incondicionalmente 
en este proyecto. Porque con la finalización de esta meta, 
comenzamos una nueva juntos. 
 
A mis amigos/as más cercanos por la motivación, paciencia y compañía permanente, 
pues siempre creyeron en mis capacidades y reconocieron mi trabajo. 
 
Por otra parte, dar gracias a todas aquellas hermosas personas 
que conocí en este camino de 5 años de universidad, 
quienes me dieron su ayuda y cariño cuando los necesité. 
Entre ellos, agradezco especialmente a la familia 
 Guzmán Loyola, por todo el apoyo brindado. 
 
Finalmente, agradecer a mi compañera de tesis por su 
paciencia y colaboración en este arduo trabajo 
de tesis que hemos concluido juntas, y por 
la amistad en estos años hemos forjado. 
 
A todos/as una vez más: ¡Gracias!. 
 
Annabelle Matamala Yáñez. 
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Al culminar estos cinco años de esfuerzo, miro atrás y reconozco durante este periodo, 
el apoyo y ayuda incondicional de mis seres amados. 
 
Primero, agradezco la bondad y el amor de Dios. Pilares que me han sostenido y dado 
el valor para perseverar en este cometido. 
 
Segundo, agradezco a mi familia por su apoyo constante. Por creer en mis capacidades 
e infundirme la confianza necesaria para cumplir con éxito este meta. 
 
Tercero, agradezco la compañía y guía constante de mi Tutor de Resiliencia. 
 
Cuarto, valoro la comprensión y paciencia de mi compañera de tesis, no sólo en ésta, 
nuestra última actividad académica, sino también a lo largo de los últimos años. Por 
compartir su conocimiento y brindarme amenos momentos de charla. 
 
Quinto, expreso mi gratitud a nuestro guía de tesis, el Sr. Carlos Ossa, por su 
disposición a atender nuestras dudas y compartir sus conocimientos con nosotros. 
 
Sexto, agradezco a mis compañeras Paula Bustos y Carolina Riquelme, por todos los 
momentos compartidos durante nuestra vida universitaria. Por integrarme a su grupo y 
permitirme conocer parte de sus vidas. 
 
Séptimo, valoro enormemente la particular amistad de mi amigo Sebastian Baeza, con 
quien a lo largo de estos cinco años, tuve la bendición de compartir muchos y variados 
momentos. Gracias por tu ánimo, ayuda y por hacerme reir. 
 
Y por último, pero nunca menos importante, agradezco a todos y cada una de las 
personas que se cruzaron en mi camino durante estos cinco años. Sepan ustedes, que 
de una u otra manera, fueron una bendición a mi vida. 
 
María Aurora Espinoza Alveal 
Universidad del Bío-Bío. Red de Bibliotecas - Chile
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ÍNDICE. 
 
 
I. INTRODUCCIÓN 7 
 
II. PRESENTACIÓN DEL PROBLEMA 9 
 
 2.1. Planteamiento del problema 9 
 2.2. Justificación 12 
 2.3. Pregunta de investigación 14 
 2.4. Objetivos: General y específicos 14 
 
III. MARCO REFERENCIAL 15 
 
 3.1. Antecedentes Teóricos 15 
 3.1.1. Definición del concepto 15 
 3.1.2. Resiliencia y etapa evolutiva 18 
 3.1.3. Factores protectores y de riesgo 23 
 3.1.4. Teorías de la resiliencia 26 
 3.1.4.1. Teoría Personalista 26 
 3.1.4.2. Teoría Sistémica 27 
 3.1.5. Teoría Ecológica de Bronfenbrenner: Un Modelo explicativo 
 de la resiliencia 29 
 3.1.6. La Resiliencia en las personas 34 
 3.1.7. Resiliencia familiar 40 
 3.1.8. Resiliencia y contexto escolar 44 
 3.1.9 Resiliencia en las comunidades y grupos 47 
 3.1.10. La promoción de la resiliencia 49 
 3.1.11. Resiliencia y nivel socioeconómico 53 
 3.1.12. Resiliencia y género 54 
 3.1.13. Otros conceptos relacionados con la resiliencia 55 
 3.1.14. Investigaciones para medir resiliencia 65 
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 5 
 3.1.14.1. Escuela Anglosajona 65 
 3.1.14.1.1. Primera Generación 66 
 3.1.14.1.2. Segunda Generación 67 
 3.1.14. 2. Escuela Europea 68 
 3.1.14.3. Escuela Latinoamericana 69 
3.1.15. La medición de la resiliencia 70 
3.1.16. Paradigma Conceptual 75 
 3.1.16.1. Psicología Positiva 75 
 3.1.16.2. Teoría Sistémica 76 
 
 3.2. Antecedentes Empíricos 77 
 
 3.3. Marco Epistemológico 84 
 
 3.3.1 Paradigma metodológico: Neopositivismo 84 
 
IV. DISEÑO METODOLÓGICO 88 
 
 4.1 Metodología 88 
 4.2 Diseño 88 
4.3. Definición de la variable 90 
 4.3.1. Definición conceptual 90 
 4.3.2. Definición operacional 90 
 4.4. Técnicas de recolección de información 91 
 4.5. Instrumento 91 
 4.6. Población / muestra 98 
 4.7. Análisis de datos propuestos 98 
 4.8. Criterios de calidad 100 
 4.9. Aspectos éticos 102 
 4.10. Cronograma 103 
 
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V. PRESENTACIÓN DE RESULTADOS 104 
 
 5.1. Construcción del instrumento 104 
 5.2. Validación de expertos 105 
 5.3. Primera prueba: Muestra piloto 106 
 5.4. Validación 106 
 5.4.1. Confiabilidad 107 
 5.4.2. Validez 107 
 5.5. Análisis factorial 109 
 5.6. Análisis de constructo 116 
 5.7. Cumplimiento de objetivos 120 
 
VI. CONCLUSIONES 122 
 
VII. REFERENCIAS 131 
 
VIII. ANEXOS 150 
 
 8.1 Escala de resiliencia 151 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
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 7 
I. INTRODUCCIÓN. 
 
Nuestra investigación se sustenta en un concepto reciente de la Psicología que 
aún se encuentra en vías de desarrollo para formar parte del área de la Salud Mental. 
Sin embargo, es a partir de esto que surge nuestro interés por abordar el tema de la 
resiliencia y conocer los lineamientos y perspectivas que luchan por entregar un 
sustento teórico al concepto, considerando que con nuestra investigación, pudiéramos 
también contribuir a tal cometido. 
 
La resiliencia es concebida por Walsh (1998), como el resultado de la interacción 
de los procesos internos del individuo con su medio, que le permiten recobrarse de la 
adversidad y salir fortalecido de ella, como así también dueño de mayores recursos. Por 
lo tanto, sería un proceso activo de resistencia, autocorrección y crecimiento como 
respuesta a lascrisis y desafíos de la vida. 
 
A fin de estudiar la resiliencia, se hace necesaria la presencia de un instrumento 
que pueda medir el constructo de forma integrada. Sin embargo, los instrumentos 
presentes en la actualidad no nos permiten llegar a tales resultados, por lo que por 
medio de este estudio se pretende crear y validar una escala que mida el potencial 
resiliente y entregue los lineamientos empíricos preliminares para una validación a nivel 
país, con el fin de contribuir en la correcta evaluación del constructo en la población 
chilena, como así también promover su correcto desarrollo. 
 
La presente investigación nace de nuestro interés por obtener resultados 
empíricos que nos den el sustento metodológico para entregar indicios de las posibles 
soluciones a problemas prácticos, que en la actualidad giran en torno al tema, como lo 
es la definición del concepto de resiliencia y el problema que esto conlleva en su 
correcta medición. 
 
El presente texto, consta de tres partes principales. En la primera de ellas se 
muestra el problema de investigación y la motivación para la realización de la misma en 
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 8 
torno a esta temática. Seguidamente en esta misma parte, se exponen las razones que 
justifican la realización de este estudio, la pregunta guía y los objetivos, tanto generales 
como específicos. 
 
En la segunda parte se encuentra el marco referencial sobre la temática 
investigada, el cual brinda soporte teórico al estudio. Incluye también lo relativo al 
marco empírico y epistemológico. 
 
La tercera parte recoge el diseño metodológico que se utilizó en el desarrollo de 
esta investigación, en este caso, la metodología cuantitativa. 
 
Luego, se procede a presentar los resultados de nuestro estudio, junto al proceso 
de creación de test. 
 
Finalmente, se plantean las conclusiones a las que se llegó mediante esta 
investigación, presentando algunas proyecciones y limitaciones de la misma. 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
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 9 
I. PRESENTACIÓN DEL PROBLEMA. 
 
2.1. Planteamiento del problema: 
 
La resiliencia es una capacidad que siempre ha estado presente en la vida de las 
personas, no obstante, ha permanecido silenciosa entre los seres humanos 
(Klotiarenco, Cáceres y Fontecilla, 1996), pues, como dicen Munist et al (1998), “desde 
hace mucho tiempo, la humanidad ha observado que algunos seres humanos logran 
superar condiciones severamente adversas y que, inclusive, logran transformarlas en 
una ventaja o un estímulo para su desarrollo bio-psico-social” (p. 8). 
 
No obstante, no fue sino hasta fines de los años 70, que los científicos 
comenzaron a darle importancia, a partir de los hallazgos de estudios realizados, que 
arrojaban resultados significativos de las diferencias individuales que se observaban en 
poblaciones de alto riesgo, respecto de la manera en que éstas enfrentaban situaciones 
adversas (Klotiarenco, Cáceres y Fontecilla, 1996). 
 
Entre la década de los `60 a los `80, las investigaciones se han focalizado en el 
riesgo, centrándose en la enfermedad, el síntoma y en aquellas condiciones que se 
asocian a una elevada probabilidad de daño biológico o social, es decir, se le ha 
atribuido a las situaciones adversas un significado exclusivamente negativo y que va en 
desmedro del crecimiento y desarrollo integral de los individuos (Munist et al, 1998). Sin 
embargo, a pesar de la recurrencia de las investigaciones en esta línea, éstas dejaron 
muchas interrogantes sin responder, por lo cual muchas veces “las predicciones de 
resultados negativos hechas en función de factores de riesgo que indicaban una alta 
probabilidad de daño, no se cumplían” (p.8), lo que trajo consigo que la gran mayoría 
de los modelos teóricos resultaran insuficientes para explicar los fenómenos de 
supervivencia y desarrollo psicosocial de los seres humanos (Munist et al, 1998). 
 
 Posteriormente, los estudios se centraron en el Modelo del Desafío o de la 
Resiliencia, evidenciando que las influencias negativas, tales como daños o riesgos, si 
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 10 
bien existen, no encontrarían a un individuo indefenso, en el cual se determinarán, 
inevitablemente, daños definitivos o permanentes, sino a sujetos con capacidad de 
hacer frente a los desafíos, amortiguar sus potenciales efectos negativos y aprender de 
la adversidad (Grotberg, 1995). Este planteamiento ha sido apoyado por estudios como 
los de Werner (1982 en Munist, 1998) que reportan que algunas personas aún la 
adversidad, logran salir adelante, reponerse y utilizar las condiciones dificultosas para 
triunfar en la vida, capacidad a la cual se ha llamado resiliencia. Tales modelos si bien 
se refieren a aspectos distintos, se complementan y enriquecen entre sí, aumentando 
su aptitud para analizar la realidad y diseñar intervenciones eficaces, como así también 
para aumentar la flexibilidad y generar una mirada global (Munist et al, 1998). 
 
Para el presente estudio respecto de la resiliencia se adopta la concepción de 
ella como una capacidad que resulta de la interacción del individuo con el medio en el 
cual éste se encuentra inserto, es decir, una combinación de las características de la 
persona con su entorno social, idea afín con lo planteado por autores como Melillo y 
Suárez (2001) y Rutter (1993 en Llobet y Wegsman, 2004), expuestas más adelante. 
 
Sin embargo, no existen instrumentos que midan el concepto en esta perspectiva 
integradora, donde se conozca el nivel de resiliencia a partir de una medición que 
evalúe tanto las capacidades del sujeto resiliente como la interacción de éste con su 
medio (Melillo y Suárez, 2001). Con esto, la promoción de la resiliencia se verá 
facilitada, ya que en la medida en que exista un instrumento que sea capaz de medir 
este concepto en su totalidad, se podrá orientar respecto de aquellas áreas resilientes 
que ya están presentes en los individuos y que pudieran constituirse en puntos de 
partida para el progreso de aquellas más débiles (Ospina, 2007). 
 
 El enfoque de este recién abordado concepto, reconoce que todos los individuos 
se ven enfrentados a lo largo de su vida a factores tanto favorables como adversos, que 
afectan el bienestar tanto físico como mental de las personas. No obstante, más que 
centrarse en los factores desfavorables, la resiliencia se focaliza en observar aquellas 
condiciones que posibilitan un desarrollo más sano y positivo (Klotiarenco, Cáceres y 
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 11 
Fontecilla, 1996). Por lo cual, la misión de esta investigación es determinar cuáles son 
esos factores resilientes que impulsan el desarrollo de la resiliencia, con el fin de 
construir un instrumento basado en la evaluación de dichos factores que integran la 
variable resiliencia, y que permiten conocer el potencial resiliente (Ospina, 2007). 
 
Instrumento que se configuraría en un potente facilitador del desarrollo de la 
resiliencia, en la medida que, luego de identificar los factores, permitiera el posterior 
trabajo en pos de su despliegue, considerando el carácter dinámico de este constructo 
(Henderson, 2006). 
 
Klotiarenco, Cáceres y Fontecilla (1996), sostienen que si bien no existiría una 
determinada nómina de cualidades en este respecto, sí han encontrado en sus 
investigaciones ciertas características distintivas que poseerían las personas resilientes, 
las cuales las dividen en factores internos y externos. Dentro de los primeros, figura un 
temperamento fácil, ausencia de déficit orgánico, pérdidas o separaciones tempranas, 
mayor coeficiente intelectual, habilidades de resolución de problemas, mejores estilos 
de afrontamiento, motivación al logro, empatía, autonomía, locus de control interno, 
voluntad y capacidad de planificacióny sentido del humor positivo. Mientras que en los 
externos, los autores mencionados, consideran que estarían incluidos los propios del 
ambiente, tales como padres competentes, posibilidad de contar con el apoyo de 
personas significativas, mejor red de apoyo informal por medio de la creación de 
vínculos sociales y mejor red formal por medio de la experiencia educacional y la 
participación en actividades religiosas. No obstante lo anterior, como ya se ha 
mencionado, se debe evitar considerar la resiliencia como una característica o atributo 
de la personalidad, como habitualmente se le ha conceptualizado desde el enfoque 
tradicional. 
 
Promover la resiliencia es reconocer en las personas la fortaleza de la que son 
portadoras, es creer que son capaces de obtener una mejor calidad de vida a partir de 
ellas mismas y de los significados que le asignan a las diferentes experiencias de las 
que son parte cada día, es reconocer como válidas sus formas de percibir y enfrentar el 
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mundo que les rodea, es identificar y reconocer sus habilidades y puntos fuertes, 
aquellos que hasta ahora han contribuido a que puedan salir adelante en medio de la 
adversidad (Grotberg, 1995). Cualidades que necesitan ser potenciadas en el entorno 
en el cual el individuo se desenvuelve, a fin de que se mantengan presentes en éste y 
continúen contribuyendo al enfrentamiento positivo de las experiencias adversas 
(Munist et al, 1998). 
 
2.2. Justificación: 
 
La principal relevancia que posee esta investigación es la metodológica, ya que 
se basa en la creación y validación de un instrumento que mida el potencial resiliente 
de las personas y con esto, ser un aporte en la correcta evaluación de la población en 
relación a este tema, pues en la actualidad no existe en Chile un instrumento eficaz que 
mida el concepto desde una posición integradora del desarrollo de la resiliencia. De 
este modo, la existencia de tal instrumento, contribuiría al logro de una definición y 
comprensión más acabada del concepto, siendo en la actualidad, el escaso acuerdo 
alcanzado respecto de su definición, un obstáculo para los efectos antes mencionados. 
 
Al referirse a instrumentos que midan resiliencia, Ospina (2007) menciona la 
dificultad de tales efectos, debido a la falta de una definición común del concepto entre 
los autores, existiendo actualmente dos polos que intentan explicar el constructo. El 
primero de ellos, hace alusión a la capacidad innata de la persona por mantener la 
adaptación eficaz tras un hecho estresante (Masten, Best y Garmezy, 1991 en Ospina, 
2007), definición que adopta el instrumento actual validado en Chile, mientras que el 
segundo, cree que la mejor definición es aquella que la considera como un conjunto de 
factores o mecanismos de interacción, que se conjugan durante el desarrollo humano 
(Rutter, 1990 en Ospina, 2007). Definición, esta última, que sustenta esta investigación 
y que sirve de base para la creación y validación de un instrumento que contenga estas 
premisas. 
 
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De este modo, este estudio pretende ser un aporte en la creación de un 
instrumento que mida el concepto desde la mirada sistémica, ya que en la actualidad, el 
existente, lo hace desde la teoría personalista, la cual atribuye el concepto a una 
característica personal de los seres humanos, imposibilitando su promoción, mirada que 
se ha transformado en la principal crítica del instrumento (Ospina, 2007). 
 
Como dice Henderson (1995 en Henderson, 2006), la resiliencia es un concepto 
dinámico que puede ser aprendido, por lo cual el desafío es promover su desarrollo en 
las personas, familias y la comunidad, pues en la actualidad sólo un tercio de la 
población mundial demuestra superar y salir renovado de las adversidades. 
 
De este modo, se hace necesaria la construcción de un instrumento que mida el 
concepto en la totalidad de su dimensión (Ospina, 2007), contribuyendo de esta manera 
a que se puedan conocer los factores resilientes que se encuentran desarrollados en 
una persona y trabajar a partir de ellos, para posteriormente, potenciar aquellos que se 
encuentran más debilitados (Henderson, 2006). 
 
 Como dice Salgado (2005), “el estudio de la resiliencia es trascendental hoy en 
día por las implicancias que tiene tanto a nivel personal como social, por lo que urge 
concentrar esfuerzos en construir instrumentos que sean capaces de medir y evaluar 
este constructo con precisión” (p. 47). 
 
Por ende, la creación y validación de un instrumento que mida el potencial 
resiliente, tendrá relevancia como antecedente empírico, ya que se constituirá en una 
instancia preliminar a nivel local, la que más tarde podría facilitar su validación a nivel 
nacional. 
 
Sus resultados justificarán el valor teórico de este estudio, y a su vez implicarán 
una relevancia social, ya que contribuirán a que nuevos investigadores se interesen en 
el tema, y quizás, se ramifique el área de estudio respecto al concepto, el cual desde 
una parte de la psicología ha sido criticado por problemas prácticos, tales como su 
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inestabilidad en la definición y su similitud con otros conceptos existentes. Así, esta 
investigación pretende crear un instrumento que mida el constructor desde la teoría 
sistémica, tratando de precisar en su definición integral, facilitando además que futuros 
estudios profundicen en su medición y en temas tales como estrategias de 
fortalecimiento de ésta, pues tal como dice Cyrulnik (2003b), “lo que provoca el 
hundimiento no es el golpe, es la falta de apuntalamiento afectivo y social que impide 
encontrar tutores de resiliencia” (p.92). 
 
Finalmente, la conveniencia principal se centra en determinar si realmente el 
concepto puede extrapolarse a una situación cuantificable o, debido a su compleja 
definición, es necesaria la investigación cualitativa para su sustento teórico, o si más 
bien su utilización no cabe dentro de la rama psicológica. Con ello, pretendemos ayudar 
a resolver los problemas prácticos en torno al tema. 
 
2.3. Pregunta de Investigación: 
 
¿Qué instrumento podrá medir el potencial resiliente desde la perspectiva sistémica en 
población universitaria de la ciudad de Chillán? 
 
2.4. Objetivo General: 
 
Crear y validar un instrumento que mida el potencial resiliente a partir del sustento 
teórico de la perspectiva sistémica, en la población universitaria de la ciudad de Chillán. 
 
2.5. Objetivos específicos: 
 
Crear un instrumento que mida el potencial resiliente desde la mirada sistémica en la 
población universitaria de la ciudad de Chillán. 
 
Validar un instrumento que mida el potencial resiliente desde la mirada sistémica en la 
población universitaria de la ciudad de Chillán. 
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III. MARCO REFERENCIAL. 
 
3.1. Antecedentes teóricos: 
 
3.1.1. Definición del concepto: 
 
El concepto de resiliencia surge de las Ciencias Físicas y de la Ingeniería Civil, 
entendiéndola como la resistencia que tiene un cuerpo ante la rotura por golpe, donde 
su fragilidad decrecería en la medida que la resistencia aumenta. También se la 
considera como la capacidad o poder de un material de poder recobrar su forma original 
después de verse sometido a una presión que puede ser deformadora (Kotliarenco, 
Cáceres y Fontecilla, 1996). 
 
El concepto de resiliencia fue adoptado y adaptado luego por las Ciencias 
Sociales, donde adquiere un sentido diferente, que incluye un aspecto dinámico, en el 
cual un individuo que vivencia un acontecimiento traumático es capaz de reponerse y 
crecer a partir de éste y no sólo resistirlo (Manciaux, 2003). Específicamente, es 
Michael Rutter, en el año 1978, quien integra el concepto en el ámbito psicológico,a 
partir de la observación que hace de diversas investigaciones que se desarrollan en 
torno a la variabilidad de respuestas entregadas por niños/as y adolescentes expuestos 
a situaciones adversas de distintas índoles (Burak, 1995). Entre estos estudios se 
encuentran los trabajos de Werner (1982 en Munist et al, 1998), quien estudió a un 
grupo de personas desde su nacimiento hasta aproximadamente los 40 años, grupo en 
el cual notó que algunos niños pese a vivir en condiciones de vulnerabilidad, 
establecieron relaciones afectivas, lograron ser exitosos en el futuro, constituyeron 
familias estables y fueron aportes significativos para la comunidad (Puerta, 2002 en 
Villalobos, 2009). 
 
Desde ese entonces, el concepto de resiliencia se comienza a utilizar para 
referirse a aquellas personas que a pesar de haber nacido y haberse desarrollado en 
condiciones de riesgo, logran desarrollarse normalmente en las diferentes áreas de su 
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 16 
vida, sin que el contexto o las condiciones de vulnerabilidad les impidan realizarse 
(Munist et al, 1998). 
 
Según Grotberg (1995), la resiliencia es el poder o la capacidad de una persona 
para enfrentar las adversidades de la vida, prevalecer sobre ellas y muy especialmente, 
salir renovado. Mientras que Wolin y Wolin (1993 en Peralta et al., 2006) a partir del 
estudio de Werner en 1982, la conciben como el “conjunto de características o 
cualidades protectoras que todos los sobrevivientes exitosos tienen para afrontar la 
adversidad” (p. 199). En tanto, es definida también, como la capacidad de resistencia 
frente a la adversidad y posterior construcción de conductas vitales positivas, de 
manera de lograr niveles de calidad de vida adecuados a partir de eventos 
potencialmente perturbadores (Vanistendael, 1995 y Klotiarenco, 1997 en Cardozo y 
Alderete, 2009). 
 
 Rutter (1987) en Cardozo y Alderete (2009), sostiene que la resiliencia es un 
proceso que no elimina los riesgos ni las condiciones adversas de la vida, sino que 
permite al individuo manejarlos de modo efectivo. Mientras que para Munist et al (1998), 
es un proceso que puede ser tanto promovido como desarrollado y cuyos resultados no 
serán homogéneos ni estables en todos los ámbitos, por lo tanto, no puede ser 
considerada como una capacidad fija, sino que puede variar a través del tiempo y de las 
circunstancias. Es considerada también, como un constructo dinámico que incluye una 
amplia gama de fenómenos que estarían implicados en las adaptaciones exitosas que 
alcanzan los individuos en situaciones o medios potencialmente amenazantes para el 
desarrollo (Masten y Coatsworth, 1998). 
 
Para Saavedra y Villalta (2008b), la resiliencia sería un rasgo personal que va 
evolucionando a lo largo de la vida de cada persona y que probablemente se encuentre 
presente desde muy temprano, siendo ésta una condición para el desarrollo de una 
“apropiación de los sucesos de la vida” (p.31). Mientras que Siebert (2007), sostiene 
que si bien todas las personas poseerían esta característica, la diferencia radicaría en 
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que algunos individuos la poseen en forma innata y otros la tendrían en forma potencial 
y en espera de ser desarrollada. 
 
Por su parte Rutter (1993) citado en Llobet y Wegsman (2004), define la 
resiliencia como “el conjunto de procesos sociales e intrapsíquicos que posibilitan el 
enfrentamiento exitoso a la adversidad” (p. 145), es decir, no se trataría, según él, de 
algo congénito ni adquirido, sino un resultado, el que provendría de la combinación 
entre el individuo y el medio en el cual éste se encuentra inserto. Idea afín con Melillo y 
Suárez (2001), quienes definen este concepto como el producto de una interacción. Es 
decir, resultaría de la relación del sujeto con su entorno social. Además, estos autores 
sostienen que la resiliencia surge del entrelazamiento de elementos propios de la 
interioridad de las personas con componentes de su entorno, por lo que no habría que 
considerarla proveniente de una fuente en particular, sino de la combinación de ambas 
instancias. 
 
Para Suárez (2005) en Cardozo y Alderete (2009), la resiliencia es el resultado 
de un equilibrio entre los factores de riesgo, los factores protectores y la personalidad 
del ser humano. Así, la resiliencia implicaría la interacción e interdependencia entre 
ellos (Cardozo y Alderete, 2009). 
 
En tanto, Villalba (2004) afirma que la resiliencia emerge de la confluencia de 
una gran heterogeneidad de influencias ecológicas, cuya unión produce una reacción 
adaptada y positiva frente a factores potencialmente amenazantes. 
 
Peña (2009), describe la resiliencia como la “capacidad humana universal que se 
manifiesta cuando un individuo se ve expuesto a condiciones de riesgo o adversidades, 
permite afrontar de modo efectivo dichos eventos y salir fortalecido o transformado 
positivamente por ellos. Este proceso se da en una interacción recíproca entre las 
influencias del ambiente y el individuo, a través de la adaptación o transformación 
constructiva y conduce a un desarrollo sano y productivo” (p. 59-60). 
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 18 
Pese a las distintas definiciones existentes, que en su mayoría se diferencian por 
la teoría de base que las origina y en los contextos que se aplican, existen aspectos 
que se comparten en muchas de ellas, con lo cual se desprende que hay ciertas 
características que el concepto implica necesariamente. Primero, el experimentar éxito 
a pesar de exponerse a situaciones de riesgo; segundo, adaptarse a la adversidad 
manteniendo las competencias personales, y finalmente, salir favorecido y tener un 
ajuste positivo tras la crisis (Fraser, Richman y Galinsky, 1999). 
 
3.1.2. Resiliencia y etapa evolutiva: 
 
Si se cree que la resiliencia es una capacidad dinámica, que se desarrolla en la 
historia interaccional de las personas, se hace necesario hacer la conexión con las 
distintas etapas de la vida (Saavedra y Villalta, 2008b). 
 
Como dice Villalta (1996 en Saavedra y Villalta, 2008b), los períodos de la vida 
están definidos por medio de “cambios y/o crisis que caracterizan a un grupo de edad 
en un contexto sociohistórico determinado” (p. 34). A estos cambios Erikson (1970) los 
denominó crisis de la vida, y según él no constituyen una propiedad de un grupo etáreo, 
si no más bien son inherentes a todo proceso de desarrollo, por lo cual se les conoce 
con el nombre de crisis normativas. Aunque Díaz y Villalta (2002) en Saavedra y Villalta 
(1998b), mencionan que investigaciones posteriores, hechas desde otros enfoques, 
como el epigenético, sociocultural y ecológico, entre otros, aportan en la comprensión 
de las formas como se configuran y abordan las diversas crisis de la vida, clasificando 
estas crisis en normativas, traumáticas o existenciales. 
 
A partir de esto, Erikson (1970) organizó el desarrollo del ciclo vital en 8 estadios 
que explican el desarrollo psicosocial de las personas. 
 
Las crisis se presentan en cada una de las etapas de la vida y de acuerdo a cada 
contexto personal y sociocultural, involucrando además la resolución de un conflicto 
entre polaridades, lo cual es propio del proceso madurativo del ser humano. Tal 
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 19 
resolución constituye el avance de un estadio a otro, determinando un proceso 
progresivo de cambio o estancamiento de las estructuras operacionales según la 
resolución que se le haya dado a la crisis (Erikson, 1970). Es aquí donde cobra real 
importancia el tema de la resiliencia, ya que el tipo de afrontamiento que se le de a 
cada una de estas crisis, determinará el desarrollo de la característica resiliente 
(Saavedra y Villalta, 2008b). 
 
Erikson (1998 en Bordignon, 2005), menciona que la existenciay desarrollo de 
una persona depende en todos los momentos de su vida de tres factores, primero, el 
proceso biológico, que involucra “la organización jerárquica de los sistemas biológicos, 
orgánicos y el desarrollo fisiológico” (p. 51), a lo que denominó soma; segundo, el 
proceso psíquico, que implica las vivencias personales y las experiencias relacionales, 
a lo cual llamó psique, y tercero, el proceso ético-social, que integra la organización 
cultural, ética y espiritual de los seres humanos y de la sociedad, lo cual se expresa en 
principios y valores de orden social. A partir de esto último, Erikson (1980) destaca la 
influencia de la sociedad y la cultura en cada uno de los períodos de edad en que divide 
la vida. Lo cual es apoyado por Munist, et al (1998), quien menciona que “el medio 
socio-económico y cultural en que nace cada niño estará presente a lo largo de su 
crecimiento e influirá en su desarrollo, como también lo harán el aspecto biológico y el 
psicológico” (p. 28), los cuales estarán interrelacionados, actuando integradamente en 
la vida de las personas. 
 
Como dicen Munist et al (1998), la resiliencia está basada sobre la interacción 
que se da entre la persona y su entorno, por lo que no se puede aseverar que procede 
exclusivamente del entorno o es una característica innata del ser humano, como 
también es cierto que esta capacidad nunca es absoluta ni terminantemente estable, 
por lo que los niños y adolescentes no son permanentemente resilientes. 
 
La resiliencia en la infancia se determina por características como el trabajar y 
jugar bien en actividades propias de la edad y el tener buenas expectativas, lo cual 
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 20 
parece demasiado generalizable y abstracto, por lo que se ha tratado de explicar en 
mayor profundidad su significancia (Grotberg, 1995). 
 
Los atributos que posee un niño/a resiliente estarían determinados por la 
competencia social, la resolución de problemas, capacidad autónoma, y poseer un 
sentido de propósito y futuro. La primera se relaciona con “cualidades como la de estar 
listo para responder a cualquier estímulo, comunicarse con facilidad, demostrar empatía 
y afecto, y tener comportamientos prosociales”, lo cual es posible de visualizar desde 
muy temprana edad, pues los niños resilientes tienden a establecer mayor cantidad de 
relaciones interpersonales positivas, mientras que la resolución de problemas, sería una 
capacidad que se desarrolla a muy temprana edad y que incluye la habilidad para 
pensar en abstracto, reflexiva y flexiblemente, y la posibilidad de intentar soluciones 
nuevas para problemas tanto cognitivos como sociales (Munist et al, 1998, p. 20). 
 
Por su parte la autonomía hace alusión a la capacidad de independencia, sentido 
de la propia identidad y la habilidad para controlar algunos factores del entorno, por lo 
que otros autores han identificado esta característica de la resiliencia en aquellos niños 
que son capaces de separarse de una familia disfuncional y ponerse psicológicamente 
lejos de los padres enfermos, entendiendo que ellos no son culpables ni causa de la 
situación experimentada, comprendiendo que su futuro puede ser distinto al de sus 
padres (Munist et al, 1998). Sin embargo, esta misión de distanciamiento adaptativo 
implica dos desafíos en el niño: 1) “descomprometerse lo suficientemente de la fuerza 
de la enfermedad parental para mantener objetivos y situaciones en el mundo externo 
de pares, escuela y comunidad” y 2) “sacar a la familia en crisis de su posición de 
mando en el mundo interno del propio niño” (Munist et al, 1998, p.22). Este 
distanciamiento otorga un espacio protector al niño, que le permite el desarrollo de su 
autoestima y de habilidades para alcanzar metas constructivas (Grotberg, 1995). 
 
El sentido de propósito y de futuro, se relaciona con la autonomía y la 
autoeficacia, donde se experimenta algún tipo de grado de control sobre el medio, y a la 
vez, se reconocen los factores resilientes como el poseer expectativas saludables, tener 
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 21 
una dirección de éxito en los objetivos, motivación de logro, fe en un futuro mejor, y 
sentido de anticipación y coherencia (Munist et al, 1998). 
 
Según Bordignon (2005), estas capacidades se van adquiriendo a lo largo del 
desarrollo del niño, lo que se va relacionando con la superación de las crisis 
experimentadas en este período. Es decir, confianza básica v/s desconfianza, entre los 
0 y 18 meses; autonomía v/s vergüenza y duda, entre los 18 meses y 3 años; la 
iniciativa v/s culpa, entre los 3 y 6 años; e industrisidad v/s inferioridad, que se 
desarrolla en la edad escolar entre 6 años hasta la pubertad (Erikson, 1970). 
 
Aunque estudios recientes han identificado características adicionales de los 
niños resilientes, las cuatro que se han mencionado son las que integran los atributos 
que con mayor frecuencia se presentan en la infancia y que se asocian a experiencias 
exitosas de vida (Munist et al, 1998). 
 
En la adolescencia también se deben expresar los atributos resilientes 
desarrollados en la infancia, pero en esta etapa de la vida se manifestarán de una 
forma diferente (Grotberg, 1995). Por ejemplo, la competencia social se expresará en la 
interrelación con sus propios pares y en la facilidad que se tenga para hacer amistades 
de su propia edad, “esta cercanía con los amigos es progresivamente selectiva y pasa 
de actividades grupales a otras en pareja; es frecuente que se inicien relaciones 
sentimentales que tengan valor como indicadores positivos de competencia social” 
(Munist et al, 1998, p.21). Respecto a la resolución de problemas, ésta se identificará 
con la capacidad de jugar con ideas y sistemas filosóficos (Grotberg, 1995). 
 
Justamente es en esta etapa de la vida cuando se debe tener la capacidad para 
resolver la crisis de la identidad v/s confusión de la identidad (Erikson, 1970), donde la 
resiliencia precisamente actúa en contextos donde no se posee las condiciones para 
una resolución positiva del conflicto (Grotberg, 2006 en Saavedra y Villalta, 2008b). Con 
la resolución de este problema, los adolescentes continúan con la lucha por su 
autonomía, ya que en esta etapa “se busca encontrar en el medio social las 
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 22 
posibilidades para que su identidad sea reconocida y que su autonomía sea validada en 
las decisiones y acciones que asumen, para progresivamente dar sentido y forma a su 
proyecto vital” (Saavedra y Villalta, 2008b, p. 34). 
 
En la adultez joven, período caracterizado por ser una transición para alcanzar la 
adultez, entre los 23 y 29 años aproximadamente (Saavedra y Villalta, 2008b), la 
resiliencia se relaciona con el fortalecer la autonomía, cuyo aprendizaje vital ha 
adquirido en la niñez, por lo cual se basa en la puesta en práctica de esta capacidad 
autónoma que permite gestionar los propios proyectos responsablemente (Grotberg, 
2006 en Saavedra y Villalta, 2008b). Esto se vincula a su vez con la resolución de la 
crisis de intimidad v/s aislamiento (Erikson, 1970), donde el justo equilibrio de resolución 
estaría dado por el fortalecimiento de la capacidad de realización en el amor y en el 
ejercicio profesional (Bordignon, 2005). Por su parte, Saavedra y Villalta (2008a) creen 
que este período está determinado por el desafío al que se enfrenta el adulto joven de 
concretar sueños e ideales adolescentes de forma realista, pues tiene la sensación de 
que el tiempo se acaba y debe enfrentar las situaciones de vida de forma responsable, 
decidida y comprometida, ya que lo que definirá el paso a la nueva etapa será la 
integración personal del individuo en la sociedad como sujeto independiente. 
 
Es por esto que la resiliencia en esta etapa tiene que ver con la resignificación de 
la confianza básicaen las personas (Saavedra y Villalta, 2008a), aunque para Grotberg 
(2006) en Saavedra y Villalta (2008a), la confianza sería el primer factor resiliente, el 
cual es transversal a todas las etapas de la vida. 
 
En cambio en la adultez intermedia, etapa en la que las personas se enfrentan a 
la crisis de productividad v/s estancamiento (Erikson, 1970) y que según Bordignon 
(2005), se desarrolla entre los 30 y 50 años, el sujeto lucha por experimentar el 
sentimiento de generatividad, es decir, alcanzar la productividad desde el propio 
esfuerzo, donde se vivencia la percepción de integración al mundo laboral, implicando 
el cuidado de una nueva generación y necesitando concretar un aporte propio a la 
humanidad (Saavedra y Villalta, 2008a). Por ello, en este grupo etáreo la resiliencia 
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 23 
estará relacionada con la capacidad de aprender de los resultados de sus propias 
experiencias, sean estas positivas o negativas, y con la iniciativa para empezar y 
concluir proyectos (Saavedra y Villalta, 2008a). 
 
Finalmente, se encuentra la etapa de la adultez tardía, posterior a los 50 años 
(Bordignon, 2005), donde la crisis experimentada es la de la integridad v/s 
desesperación (Erikson, 1970). Es aquí donde la persona debiera realizar una 
integración de las experiencias pasadas vitales (Erikson, 1970). Esta integración se 
relacionará con la aceptación de sí mismo y su historia, integración emocional de la 
autonomía, confianza y demás fuerzas sintónicas, la experimentación del amor 
universal vivenciado como el resumen de la vida y trabajo, convicción del estilo e 
historia de vida como contribución significativa a la humanidad, y la confianza de sí 
mismo y en los demás, especialmente en las nuevas generaciones, confiando en la 
labor realizada y en los frutos obtenidos (Bordignon, 2005). Así, a través de la reflexión 
de estas vivencias, la resiliencia se relacionará con la fuerza básica, denominada 
sabiduría, que se adquiere con la integración positiva de las experiencias (Saavedra y 
Villalta, 2008a). 
 
3.1.3. Factores protectores y de riesgo: 
 
La resiliencia está asociada con factores protectores y factores de riesgo, 
entendiéndose por los primeros aquellas condiciones o contextos que promueven el 
desarrollo de las personas o grupos, producto de que intervienen como amortiguadores 
ante situaciones complejas o de riesgo que podrían causar un gran impacto en el 
individuo e influir negativamente, impidiendo su progreso (Saavedra y Villalta, 2008a). 
 
Estos factores pueden ser considerados como no universales, es decir, que no 
hay unos que son más importantes que otros, ni que tienen un efecto igual en cada 
persona, sino que esto va a depender de la valoración que cada individuo haga de 
ellos, de acuerdo a sus características y las circunstancias particulares que le rodeen 
(Rutter, 1993, citado en Llobert y Wegsman, 2004), y por otro lado, hay quienes 
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 24 
reconocen la mayor recurrencia de unos sobre otros, por ejemplo, dentro de los de 
riesgo figura la presencia de familias escasamente apoyadoras y dentro de los 
protectores, la perseverancia, fortaleza y experiencias pasadas exitosas (Acosta y 
Sánchez, 2009). 
 
Entre los factores protectores, se distinguen los externos, es decir, aquellos que 
ocurren más allá de la persona misma y que actúan reduciendo la probabilidad de daño 
o desajuste social, tales como la familia extendida, el contar con el apoyo de un adulto 
significativo, o integración social y laboral, mientras que los internos, se refieren a 
aquellos atributos de la propia persona, tales como la introspección, la estima, 
seguridad y confianza de sí mismo, facilidad para comunicarse, empatía, entre otros 
(Munist et al, 1998). 
 
Según Garmezy, Masten y Tellegen (1984) en Klotiarenco, Cáceres y Álvarez 
(1996), los factores protectores actuarían a través de tres mecanismos que son: el 
Modelo del Desafío, el Modelo Compensatorio y el Modelo de Inmunidad. En el primero, 
el estrés resultante de la exposición a eventos traumáticos es visto como un estímulo 
para actuar con mayor competencia, siempre y cuando éste no sea excesivo. En el 
Modelo compensatorio, los factores estresantes y los atributos individuales actúan de 
forma combinada en la predicción de una consecuencia y el estrés severo que podría 
traer consecuencias negativas para el individuo, es contrarrestado por cualidades 
personales o fuentes de apoyo. Por último, en el Modelo de la Inmunidad existe una 
relación condicional entre los factores protectores y los estresantes, en la que los 
primeros actúan como amortiguadores del impacto del estresor, aún cuando éste ya no 
se encuentre presente. Los modelos mencionados no son excluyentes entre sí, 
pudiendo presentarse de manera conjunta o en distintos momentos del desarrollo del 
individuo (Klotiarenco, Cáceres y Álvarez, 1996). 
 
Respecto de los factores de riesgo, éstos hacen referencia a cualquier cualidad o 
característica ya sea de la propia persona o de la comunidad en la cual se encuentra 
inmersa, que aumenten la probabilidad de que el individuo sufra algún desajuste 
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 25 
psicológico o social que deteriore su salud física o mental y con ello su bienestar 
psicológico y/o calidad de vida (Munist et al, 1998). 
 
Según Saavedra y Villalta (2008a), dentro de los factores de riesgo, podemos 
identificar los biológicos y los medioambientales. Para estos autores los primeros 
comprenden los defectos congénitos, bajo peso al nacer, falta de cuidado médico 
durante el embarazo, ingestión de sustancias antes del nacimiento, entre otros. 
Mientras que en los medioambientales figuran la pobreza, la discordia familiar, familia 
numerosa, enfermedades mentales presente en alguno de los miembros de la familia, 
baja escolaridad de los padres, negligencia paterna, entre otros. 
 
El enfoque propuesto por la resiliencia se explica en el Modelo del Desafío o de 
la Resiliencia, el cual expresa que si bien existen fuerzas negativas que pudieran dañar 
al individuo, éste cuenta con recursos que actúan como escudos protectores para hacer 
frente a estas fuerzas, resistirlas y más aún, utilizarlas como medios para su progreso 
(Grotberg, et al., 1998 en Peralta, Ramírez y Castaño, 2006). Estos recursos serían los 
factores resilientes (Henderson, 2006). 
 
Dentro de las investigaciones en torno al tema, han surgido diversas fuentes de 
interés centradas en los factores protectores y de riesgo que implica la resiliencia, los 
que se han dividido en una primera instancia en estudiar los factores personales que 
estaban a la base de una conducta resiliente, como lo eran la autoestima y la 
autonomía; para luego indagar en los factores externos al individuo, como el nivel 
socioeconómico y la estructura familiar. Sin embargo, la mayoría de los estudiosos en el 
tema se adscribían al modelo triádico de la resiliencia, el cual se basa en la 
organización de los factores protectores y de riesgo en tres categorías distintas: 
aquellos que son personales, los que son propios del contexto familiar y finalmente, los 
que provienen de los contextos sociales en que el individuo se desarrolla. Posterior a 
esta línea de investigación, los estudios se centraron en la importancia de este modelo 
triádico, pero principalmente, se enfocaron en la interacción de estos factores 
(Villalobos, 2009). 
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 26 
3.1.4. Teorías de la resiliencia: 
 
Diferencias tales como las implicadas en las definiciones de resiliencia, han 
llevado a la aparición de dos posiciones teóricas respecto de este concepto (Grotberg, 
1995). Una de ellas, de corte cognitivo conductual, señala que serían las conductas 
adaptativas frente a situaciones estresantes acumulativasdel medio en el que el sujeto 
se desenvuelve, las que promoverían la aparición de patrones comportamentales 
resilientes, los cuales existen innatamente en la personalidad de los individuos, por lo 
que se adscribe a la teoría personalista del concepto. Mientras que la otra, que combina 
perspectivas de sistemas, interaccionismo y otras corrientes teóricas, sostiene que la 
resiliencia sería una cualidad potencial de los seres humanos, que se va desarrollando 
a medida que el individuo se enfrenta a situaciones de riesgo o traumáticas que 
suceden en su entorno, sumado a la presencia de ciertos factores resilientes que 
promueven su desarrollo desde la infancia (Siebert, 2007). 
 
3.1.4.1. Teoría personalista: 
 
Junto a las primeras interrogantes sobre resiliencia, surgen las novatas ideas 
sobre cómo responder a ellas, a partir de las investigaciones exploratorias que se 
iniciaban en torno al tema, donde se observaba que no todas las personas que estaban 
sometidas a situaciones de estrés o de riesgo padecían alguna enfermedad o 
consecuencia negativa, por lo que se presumía que existía alguna cualidad personal 
que las hacía diferentes, pues su contexto social era similar. Así, se planteó la Teoría 
Genética, que comprendía la existencia de personas invulnerables, capaces de no ser 
afectadas por las dificultades y problemas del medio, lo que se atribuía a características 
genéticas tales como un temperamento especial y capacidades cognitivas superiores, 
que potenciaban esta capacidad resiliente, entendiéndose desde entonces como una 
cualidad personal (Gómez, 2010). 
 
La resiliencia es concebida desde esta perspectiva como capacidad inherente a 
algunos seres humanos para hacer frente a las adversidades de la vida, superarlas, 
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 27 
salir transformado de ellas y así, poder proyectarse en el futuro (Munist et al, 1998). Por 
ello, Block (2002 en Gil, 2010), la define como “una característica de la personalidad, 
consistente en la habilidad de adaptar el propio nivel de control temporalmente según 
dicten las circunstancias” (p.12), lo cual es apoyado por Wagnild y Young (1993) en Gil 
(2010), quienes sostienen que la resiliencia se trataría de una cualidad personal positiva 
que favorece la adaptación individual. Por esto, la resiliencia sería una habilidad que 
acompañaría a algunos individuos desde el nacimiento mientras que otros carecían de 
ella irremediablemente por el resto de la vida, ya que según esta visión, se trataría de 
una condición fija y no de un proceso dinámico, impidiendo por tanto la posterior 
emergencia y desarrollo de la misma en aquellos sujetos que no hubiesen contado con 
ella desde el nacimiento (Munist et al, 1998). 
 
Por ello, se trataría de una condición personal que acompaña al sujeto como una 
capacidad innata, la cual lo ayuda a mantenerse adaptado satisfactoriamente tras una 
adversidad o crisis de la vida (Masten, Best y Garmezy, 1991 en Ospina, 2007). 
 
Con esta definición, establecida a partir de los diversos estudios que avalaban la 
Teoría Genética, se comenzaron a profundizar temas tales como las características 
personales y particulares que describían a las personas resilientes, tratando de 
describir a cabalidad la personalidad de estos individuos, para así determinar 
aquellos/as que poseían la capacidad, de los/las que no tenían la dicha de tenerla 
(Gómez, 2010). 
 
3.1.4.2. Teoría sistémica: 
 
Tras los estudios que atribuían la capacidad resiliente a la Teoría Genética, 
surgen dudas en torno al tema. Posteriormente, los investigadores se comenzaron a dar 
cuenta de que los/as niños/as y/o personas resilientes tenían al menos una persona, ya 
sea familiar u otro, que los aceptaba y apoyaba de forma incondicional, lo que comenzó 
a generar una nueva teoría respecto al desarrollo de la resiliencia, centrando las 
investigaciones desde entonces, en determinar las características externas que 
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 28 
promovían el desarrollo de la resiliencia, pues ya no se consideraba una cualidad 
estable (Gómez, 2010). 
 
Así, Greco, Morelato e Ison (2006), definen la resiliencia como un proceso 
dinámico, el cual depende de factores internos y externos, los que en interacción con el 
riesgo, facilitan el enfrentamiento de situaciones adversas. Así, el contínuo intercambio 
entre estos mecanismos, permite obtener una adaptación positiva, entendida ésta como 
la posibilidad de dar continuidad al desarrollo o a algunos aspectos del mismo, debido a 
la superación de la situación de adversidad, entendida como trauma, riesgo o amenaza 
surgida en la vida de una persona (Henderson, 2006). 
 
Según Greco, Morelato e Ison (2005), los factores internos dicen relación con 
aspectos biológicos y psicológicos en constante y mutua interacción, mientras que los 
externos se refieren a las características del contexto familiar y social en el cual los 
sujetos se encuentran inmersos y en relación recíproca. Para Johansen (2004), la 
descripción de estos factores externos es apoyada por la Teoría General de Sistemas, 
la que se fundamenta en premisas básicas y concordantes con lo antes planteado, 
como son, primero, la existencia de sistemas dentro de otros sistemas, es decir, cada 
sistema existe dentro de otro más grande y, segundo, que los sistemas serían abiertos 
y consecuencias del anterior, donde cada uno de ellos, exceptuando el menor y mayor, 
descarga algo en los otros sistemas, generalmente contiguos, caracterizándose por un 
proceso de incesante intercambio con su entorno. Así, según estos lineamientos, cada 
individuo en cuanto a su naturaleza, se constituiría en un sistema abierto, que se 
encuentra en una relación interactiva permanente y constante de intercambio de 
materia, energía y/o información con su medio ambiente, tendiendo siempre hacia la 
evolución y crecimiento. 
 
A su vez Siebert (2007), menciona que desde la mirada sistémica la resiliencia 
es concebida como una capacidad originada a partir de la interacción entre el sujeto y 
su medio, donde según Garassini (2010), la familia y el entorno social juegan un rol 
fundamental. 
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 29 
La Organización Mundial de la Salud (OMS) en el 2001, entrega un nuevo 
significado integral de Salud Mental que define como “…un estado de bienestar en el 
cual el individuo se da cuenta de sus propias aptitudes, puede afrontar las presiones 
normales de la vida, puede trabajar productiva y fructíferamente y es capaz de hacer 
una contribución a su comunidad” (p.1). Así, la salud mental se transforma en algo 
fundamental para el funcionamiento efectivo de una persona y comunidad, y se 
relaciona con la presencia de emociones positivas, la felicidad, recursos psicológicos y 
capacidad para hacer frente a una adversidad, lo que llamamos resiliencia (OMS, 
2004). Es por esto que la OMS (en Manciaux, 2003), partir de algunos estudios 
realizados en diversas culturas, confeccionó una lista de factores que favorecen el 
desarrollo del adecuado enfrentamiento de crisis y la capacidad resiliente, entre los 
cuales destacan: poseer un entorno familiar que sea capaz de responder a las 
necesidades del niño en desarrollo, tener un autoconcepto y una autovaloración positiva 
de sí mismo, la autonomía, poseer un sentido de eficacia de los recursos personales, 
integrar un entorno social que esté dispuesto a acoger, ser capaz de integrarse 
adecuadamente en el ámbito escolar, social y personal, y finalmente tener una situación 
económica favorable. 
 
3.1.5. Teoría Ecológica de Bronfrenbrenner: Un modelo explicativo de la 
resiliencia. 
 
El intercambio constante entre individuo y entorno, es posible comprenderlo 
mejor a través de los postulados del modelo de Bronfenbrenner (1979, citado en Craig, 
2001), quien percibe el desarrollo humano comoun proceso dinámico, bidireccional y 
recíproco, en el cual los individuos reestructuran de modo activo su ambiente al mismo 
tiempo que son influenciados por éste. 
 
Urie Bronfenbrenner, psicólogo norteamericano, es el precursor de la teoría más 
actual del desarrollo humano, que más allá de comprender las relaciones que se tejen 
entre el sujeto y su entorno, lo que persigue es otorgar un modelo explicativo del 
desarrollo humano, al cual llama Modelo Ecológico y que tiene como objetivo principal 
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 30 
el estudio del desarrollo en el contexto en el que se produce, sin embargo, en su 
reelaboración la denomina Teoría Bioecológica, y destaca la importancia de los factores 
biológicos en el desarrollo psicológico y el papel activo del propio sujeto (Ochaita y 
Espinosa, 2004). 
 
Para Bronfenbrenner, el desarrollo humano, según su versión ecológica, es “el 
proceso por el que la persona adquiere una comprensión más amplia, diferenciada y 
válida de su medio de vida (entorno ecológico); se hace más motivada y capaz de 
realizar actividades que revelan las propiedades del mismo, de mantenerlas o 
reestructurarlas en su forma o en su contenido, en niveles de complejidad parecida o 
superior” (Perinat, 2007, p. 56). Bronfenbrenner (s/f) en Ochaita y Espinosa (2004), 
reconoce tres aspectos importantes a considerar en esta definición, el primero tiene que 
ver con que el cambio que se produce en el desarrollo no es momentáneo ni depende 
de la situación, si no que más bien implica una reestructuración que tiene estabilidad en 
el tiempo y espacio. Lo segundo, es que este cambio se produce a nivel de la 
percepción y también de la acción, y finalmente, destaca el ámbito de la representación, 
pues señala la importancia que tiene saber cómo el mundo de la persona en desarrollo 
se extiende más allá de la situación inmediata. Para explicar esto es que toma 
consideraciones de la teoría cognitiva, agregando que para poder afirmar que ha 
existido desarrollo, es necesario que el cambio producido se extienda a otras 
situaciones y contextos de su vida, utilizando para esto el concepto de procesos 
próximos (Ochaita y Espinosa, 2004). 
 
Por lo tanto, el desarrollo humano se logra a través de una progresiva 
acomodación entre un ser humano activo y sus entornos inmediatos, lo cual a su vez, 
se ve influenciado por las relaciones que se establecen en estos entornos y por los 
contextos de mayor alcance, en los que se encuentran éstos (Bronfenbrenner, 1979 en 
Torrico et al., 2002), posición congruente con la concepción de resiliencia propuesta por 
Rutter (1993) en Llobet y Wegsman (2004), quien sostiene que esta capacidad sería el 
resultado de la combinación entre el individuo y el medio en el cual se encuentra 
inserto. Por ello, todos los autores que conciben la resiliencia como un proceso 
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 31 
dinámico, como Masten, Siebert, Luthar y Cushing, Kaplan y Benard entre otros, se 
adscriben al Modelo Ecológico Transaccional de la resiliencia, el que se basa en la idea 
de que el sujeto se encuentra inmerso en una ecología determinada por diferentes 
niveles que interactúan entre sí, incidiendo directamente en el desarrollo humano, como 
lo son el nivel individual, el familiar, el comunitario y el cultural (Villalobos, 2009). 
 
De la misma forma, Bronfenbrenner (s/f) en Perinat (2007) propone que este 
desarrollo se da en instancias, a las cuales denominó ámbitos que están mutuamente 
relacionados, donde la persona desde pequeña comienza a desenvolverse en 
actividades típicas, a tomar contacto con diferentes personas y a tejer sus diversas 
redes sociales, que posteriormente, contribuirán en la integración armónica de ellas, 
que sentarán las bases del desarrollo humano y que influirán en todos los ciclos vitales, 
por medio de las experiencias que en los distintos ámbitos se adquieren. Asimismo, se 
otorga gran importancia a la dimensión temporal como eje fundamental, ya que influye 
en los distintos contextos, por lo cual se hace necesario estudiar la incidencia que 
tienen los grandes cambios culturales que se producen durante sus vidas (Ochaita y 
Espinosa, 2004). 
 
Bronfenbrenner, deja de lado la eterna discusión herencia/ambiente y se centra 
en la compleja interacción que se establece entre las características propias del 
individuo y las de los sistemas en los que se da el desarrollo (Ochaita y Espinosa, 
2004). Si bien todas las teorías contextualistas hacen mención a este planteamiento, lo 
significativo en este autor es su forma de comprender a estos sistemas, otorgándoles 
un carácter dinámico y global, siendo necesario tener en cuenta cada uno de los 
elementos que los conforman y las diversas relaciones que se dan entre todos y cada 
uno de éstos (Torrico et al., 2002). Para comprender esto, el autor recurre al concepto 
de transición ecológica, que por definición es lo que ocurre cada vez que la persona 
entra en un ámbito nuevo y se caracteriza por el cambio en las actividades, relaciones y 
roles de los sujetos que lo integran. Son un suceso normal y potencialmente positivo, y 
es la clave de la expansión del nicho ecológico (Perinat, 2007). Sin embargo, son de 
interés para los estudios psicológicos, ya que suponen una situación de riesgo para el 
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desarrollo, convirtiéndose al mismo tiempo, en origen y consecuencia de los procesos 
de cambio (Ochaita y Espinosa, 2004). Tal interacción con el entorno y los desafíos que 
representa la inmersión en un nuevo contexto, serán potencialmente factores de riesgo 
o protectores, considerando el enfoque de la resiliencia, de acuerdo a las 
características y circunstancias de la persona, como así también de la valoración que 
ésta le otorgue a tal situación (Rutter, 1993, citado en Llobert y Wegsman, 2004). 
 
Según Bronfenbrenner y Morris (1998 en Ochaita y Espinosa, 2004), tres serían 
las características que poseen los individuos que mayor influencia tienen en la 
formación de su propio proceso de desarrollo, tanto por la capacidad de afectar la 
dirección como la potencia de los procesos proximales a lo largo de la vida. La primera 
de estas características, las disposiciones personales, se relaciona con la puesta en 
marcha de esos procesos en un dominio específico del desarrollo. La segunda, los 
recursos bioecológicos, se refieren a las características físicas, biológicas y cognitivas 
de las personas, que pueden actuar como facilitadores u obstáculos para el avance a 
la siguiente etapa en el proceso de desarrollo, y por último, la tercera condición, las 
características requeridas para facilitar o dificultar la interacción con el medio, como por 
ejemplo, el temperamento, la apariencia física o la sociabilidad, actúan haciendo que 
los otros sean más o menos propensos a la interacción, también pudiendo dificultar o 
ayudar a la puesta en marcha del proceso de desarrollo próximo. De esta manera, la 
combinación que se produce entre los resultados de las variaciones de las tres 
características antes mencionadas, originan distintas formas de estructura personal, las 
cuales afectan de diferentes maneras el desarrollo humano. Así, la forma, potencia, 
contenido y dirección de los procesos de desarrollo varían en función de factores tales 
como, las características propias de la persona en desarrollo, el medio en el que éste 
ocurre, la naturaleza de los resultados que se estén considerando y las continuidades o 
cambios que se producen a lo largo de la trayectoria de la vida, en el periodo histórico 
concreto en el que ésta suceda. De esta manera, se puede sostener que dentro de 
este modelo, las características de los individuos, serían simultáneamente, causa y 
efecto de los procesos del desarrollo (Ochaita y Espinosa, 2004). Tal variación en el 
carácter de las característicasde los sujetos, obedece a lo propuesto por Becoña 
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(2006), quien sostiene que el desarrollo no necesariamente ocurre de manera uniforme 
ni invariable ante situaciones similares. Así, lo que hoy impulsa al desarrollo, en un 
momento posterior, puede obstaculizarlo. Por lo que continuar adelante en éste 
requiere de la presencia de factores protectores que lo motiven aún en adversidad 
(Ospina, 2007). 
 
A partir de estas premisas, surgen lo que Bronfenbrenner llama ambiente 
ecológico, entendido como un conjunto de niveles interrelacionados que caben dentro 
del otro y que interactúan entre sí (Torrico et al., 2002). Así, estableció cuatro sistemas 
que conforman el ambiente ecológico: el microsistema, mesosistema, exosistema y 
macrosistema (Cortés, 2002). 
 
Según García (2001), el primer nivel, el microsistema, corresponde al nivel más 
cercano al individuo, el más inmediato en el que éste se desarrolla, tales como el 
conjunto de actividades, roles y relaciones interpersonales que el individuo experimenta 
en el entorno determinado en el cual participa, usualmente la familia, los pares, 
vecindario, escuela y trabajo. El mesosistema, comprende las interrelaciones existentes 
entre los diversos entornos o contextos en los cuales la persona se desenvuelve 
(Ochaita y Espinosa, 2004). Así por ejemplo, para un niño, este sería la relación que 
existe entre el hogar, la escuela y su grupo de pares, mientras que para un adulto, 
puede ser la familia, el trabajo y la vida social (Cortés, 2002). El tercer nivel 
corresponde al exosistema, entornos en los cuales el individuo en desarrollo no se 
encuentra incluido de forma directa, pero en los cuales ocurren eventos que afectan o 
influyen en los contextos en los cuales sí está incluido, por lo tanto, terminan 
afectándolo de algún modo (Ochaita y Espinosa, 2004). Entre estos contextos se 
encuentran, el sistema escolar, sanitario, laboral, entre otros (Bronfenbrenner y Morris, 
1998 en Ochaita y Espinosa, 2004). Concretamente, para un niño por ejemplo, puede 
ser el trabajo de sus padres, el círculo de amigos de su hermano mayor o las decisiones 
tomadas en el consejo escolar de su centro educativo (Cortés, 2002). Y por último, el 
macrosistema, el cual dice relación con los marcos culturales o ideológicos dentro de 
los cuales el individuo nace y se desarrolla y que tienen un rol clave en el proceso de 
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socialización de éstos, como así también en su estilo de vida y que afectan o pueden 
potencialmente influir sobre los sistemas de menor nivel, como son el micro, meso y 
ecosistema (Bronfenbrenner y Morris, 1998 en Ochaita y Espinosa, 2004). Los niveles 
propuestos se constituyen en los diferentes ámbitos de interacción en los cuales se 
desenvuelven los individuos a lo largo de su vida, por lo que representan importantes 
instancias, ya sea de riesgo o protección para el desarrollo humano, dependiendo de la 
valoración que se haga de ellos (Ochaita y Espinosa, 2004). 
 
Bronfenbrenner (1987 en Cortés, 2002) argumenta que la capacidad de 
formación de un sistema depende de la existencia de las interconexiones sociales entre 
ese sistema y otros. Todos los niveles del Modelo Ecológico propuesto dependen unos 
de otros y, por lo tanto, se requiere de una participación conjunta de los diferentes 
contextos y de una comunicación entre ellos (Frías, López y Díaz, 2003). 
 
Así, el Modelo Ecológico propuesto por Bronfenbrenner, es especialmente útil 
para una mejor comprensión del constructo de resiliencia, en la medida que permite 
entenderlo como el resultado de la interacción entre el individuo y los diferentes 
contextos de los cuales llega a ser parte en el transcurso de su vida (Greco, Morelato e 
Ison, 2006). 
 
3.1.6. La resiliencia en las personas: 
 
Siebert (2007), distingue dos clases de individuos ante la adversidad, aquellos 
que se dejan invadir por pensamientos negativos, que se quejan constantemente por 
las circunstancias que experimentan y permiten que les acometan sensaciones de 
incapacidad para enfrentar las dificultades, pues más que responder ante las 
situaciones, se limitan a reaccionar, es decir, actúan sin pensar conscientemente acerca 
del suceso ni valoran las distintas alternativas de solución, adoptando la posición de 
víctimas. Mientras que se hallan también aquellos que son más flexibles y que ante 
iguales o similares circunstancias, son capaces de hacerles frente, asumir la realidad 
presente y trabajar activamente para construir de manera positiva a partir de ella, de tal 
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forma de salir fortalecidos. Comportamiento que resulta de la confianza que estos 
individuos tienen en sus propias capacidades, independiente de cuán duros sean los 
eventos logran verle el lado positivo o factible de ser abordado para obtener óptimos 
resultados. Y si bien los hechos pueden causarles tristeza o dolor, no permiten que 
éstos se alojen de forma permanente en sus vidas, pues no se limitan a reaccionar ante 
los acontecimientos, sino que responden a ellos, es decir, antes de llevar a cabo 
cualquier acción, la evalúan conscientemente (Siebert, 2007). 
 
Llama la atención las diferencias individuales existentes entre personas que si 
bien comparten situaciones muy similares, difieren significativamente en la manera en 
que las enfrentan, ya sea por los diferentes niveles de aspiración que poseen y las 
expectativas o motivaciones distintas que hacen sobresalir a unos de otros (Kotliarenco, 
Cáceres y Álvarez, 1996). 
 
Wolin y Wolin (1993) en Klotiarenco, Cáceres y Fontecilla (1997), plantean la 
existencia de ciertas características personales, descritas como todos aquellos recursos 
internos que favorecen el óptimo enfrentamiento a situaciones de crisis, adversidad o 
factores de riesgo potencialmente desestabilizadores, fomentando su resignificación 
positiva y finalmente, constituyéndola en una instancia de aprendizaje. Posición que es 
apoyada por Werner (1982) en Peralta, Ramírez y Castaño (2006), quien concluyó a 
partir de sus investigaciones, que existían ciertas dimensiones frecuentes en las 
personas resilientes, a las que denominó pilares de la resiliencia. Así, se encuentra la 
independencia, que hace referencia a la capacidad de establecer límites entre uno 
mismo y los ambientes adversos, de mantener cierta distancia emocional y física sin 
llegar a aislarse del entorno. La capacidad de relacionarse, o sea, la destreza de 
establecer lazos íntimos y satisfactorios con otras personas, tanto para satisfacer las 
necesidades personales como de los otros en este respecto. Iniciativa, entendida como 
la capacidad de hacerse cargo de los problemas y ejercer control sobre ellos; la 
moralidad, capacidad de comprometerse con valores, discriminando entre lo bueno y lo 
malo. El humor, entendido como la habilidad de encontrar lo cómico y positivo en 
situaciones de adversidad y por último, la creatividad, que se refiere a la capacidad de 
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crear orden, belleza y fines a partir de situaciones caóticas o de desorden (Wolin y 
Wolin, 1993 en Klotiarenco, Cáceres y Fontecilla, 1996). 
 
Según Grotberg (1995), las fuentes interactivas de la resiliencia que facilitan la 
apropiación que el sujeto hace tanto de su vida como de la realidad, son clasificables en 
tres categorías: aquellas que dicen relación con el apoyo que la persona siente que 
puede recibir en un momento dado; aquellas tocantes con las fortalezas intrapsíquicas y 
condiciones internas de la persona y aquellas que tienen que ver con sus habilidades 
para interactuar con otros como así también resolver problemas. Por su parte, Saavedra 
y Villalta (2008a), elaboraron un modelo emergente donde señalan que “la respuestaresiliente es una acción orientada a metas, respuesta sustentada o vinculada a una 
visión abordable del problema; como conducta recurrente en visión de sí mismo, 
caracterizada por elementos afectivos y cognitivos positivos o proactivos ante los 
problemas; los cuales tienes como visión histórico-estructural a condiciones de base, es 
decir, un sistema de creencias y vínculos sociales que impregnan la memoria de 
seguridad básica y que de modo recursivo interpretan la acción específica y los 
resultados” (p.32). Al conjugar las ideas de los autores se pueden describir 12 
dimensiones de la resiliencia, las cuales son: identidad, autonomía, satisfacción, 
pragmatismo, vínculos, redes, modelos, metas, efectividad, autoeficacia, aprendizaje y 
generatividad (Saavedra y Villalta, 2008a). Por la primera, entendemos los juicios 
generales que definen al individuo de una manera relativamente estable y que están 
tomados de los valores culturales. La autonomía se refiere a la visión que el sujeto tiene 
de sí mismo, son juicios que apuntan al vínculo que el individuo establece consigo 
mismo en pos de definir el aporte que realiza a su entorno. La satisfacción, se refiere a 
los juicios que muestran la manera en que la persona interpreta una situación. Por 
pragmatismo se entienden los juicios que revelan la forma de interpretar los actos que 
realiza; y respecto a los vínculos, éstos se refieren a los juicios que enfatizan el valor de 
la socialización primaria y las redes sociales. Por su parte redes, da cuenta de los 
juicios que muestran el vínculo afectivo que el individuo establece con su entorno social 
más cercano. Los modelos son los juicios que narran la convicción del rol de las redes 
sociales más próximas para brindar apoyo en la resolución de situaciones 
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problemáticas. Las metas se refieren al valor contextual de metas y redes sociales por 
sobre las situaciones problemáticas; la afectividad describe las posibilidades sobre sí 
mismo y el vínculo con el entorno. La autoeficacia expresa las posibilidades de éxito 
que la persona reconoce en sí misma en una situación problemática; por aprendizaje se 
entienden los juicios que se refieren a ver un problema como una instancia de 
aprendizaje y, por último, la generatividad, da cuenta de la posibilidad de pedir ayuda a 
otras personas para solucionar situaciones problemáticas (Saavedra y Villalta, 2008a). 
 
Continuando con la perspectiva personalista, Salgado (2005) cree en la 
existencia de factores resilientes personales, como lo son la autonomía, el humor, la 
autoestima, creatividad y empatía. Según sus investigaciones existen autores que 
avalan su punto de vista; por ejemplo, Soebstad (1995), Rutter (1985) y Vanistendael 
(1995), avalan la relación entre autoestima y resiliencia, además Rutter (1985) señala la 
importancia de la autonomía y por su parte, Soebstad (1995) y Vanistendael (1995) 
agregan el sentido del humor como rasgo característico en el desarrollo de la resiliencia 
(Salgado, 2005). Por otro lado, Wolin y Wolin (1993) en Borda (1999), consideran como 
características personales de un sujeto resiliente, la creatividad y el humor. Finalmente, 
Fonagy et al (1994) en Klotiarenco, Cáceres y Fontecilla (1997), se refieren a otros 
factores como la autonomía, empatía y creatividad. 
 
Por su parte, Vanistendael (1996) en Arranz (2005), propone cinco sistemas o 
áreas interconectadas, necesarias de considerar en el favorecimiento de la resiliencia. 
Estas son, primero la aceptación incondicional de la persona como tal, sin que esto 
implique necesariamente que se deba aceptar su comportamiento, la cual involucra el 
reconocer al otro y establecer con él o ella una relación fundada en el conocimiento, 
respeto, cuidado y responsabilidad de uno por el otro. Segundo, la capacidad de 
descubrir un sentido a la vida, de ser autónomo y tomar decisiones propias, motivado 
por la proyección trascendente del individuo más que la mera realización contingente. 
Tercero, un clima educacional emocionalmente positivo, que promueva y facilite el 
desarrollo de aptitudes y/o capacidades potenciales, intelectuales y emocionales. 
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Cuarto, la autoestima y confianza que el individuo posea en sí mismo, así como también 
su sentido del humor; y por último, otras experiencias por descubrir. 
 
Por otra parte, Henderson (2000 en Herdenson, 2006), en su estudio sobre 
resiliencia descubrió que las personas resilientes poseen ciertos factores que 
contribuyen a identificar aquello que es útil y efectivo a la hora de superar adversidades. 
Se encuentran los factores externos que se relacionan con el “yo tengo”, la fuerza 
interior que habla del “yo soy”, y los factores interpersonales y de resolución de 
conflictos que se refieren al “yo puedo”. Dentro de los factores externos incluye el tener 
una o más personas dentro y fuera de la familia en las cuales se pueda confiar y donde 
exista amor, tener personas que alienten la independencia, tener límites en el 
comportamiento y bueno modelos a imitar, tener acceso a la salud, educación, servicios 
de seguridad y sociales que se necesiten, y finalmente, una familia y entorno social 
estable. Respecto a la fuerza interna, ésta se relaciona con ser una persona que le 
agrada a la mayoría de sus semejantes, generalmente tranquilo y bien predispuesto, 
alguien perseverante que alcanza sus objetivos y con metas al futuro, una persona 
respetuosa consigo misma y con los demás, ser un ser humano empático, responsable 
de las acciones y consecuencias de sus actos, seguro de sí mismo, optimista, confiado 
y esperanzado. Finalmente, en los factores interpersonales y de resolución de conflictos 
se debe proponer nuevas alternativas para hacer las cosas, realizar tareas hasta 
finalizarlas, tener humor en la vida y utilizarlo para reducir tensiones, expresar 
sentimientos y pensamientos en la comunicación con los demás, promover la resolución 
de conflictos en diversos ámbitos, tales como los laborales, familiares, sociales, 
académicos, entre otros, tener autocontrol del comportamiento y saber pedir ayuda 
cuando sea necesario (Henderson, 2006). 
 
Para Grotberg (1995), la diferencia estaría en la utilización de los factores 
resilientes frente a una situación adversa, ya que cada persona desplegará el factor que 
esté más desarrollado o el que amerite la situación. Lo cual se suma a lo mencionado 
por Luthar, Cicchetti y Becker (2000), cuando señalan que es importante recordar que 
los “criterios de éxito y adaptación de la resiliencia no implican requerimientos rígidos de 
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excelencia sino criterios generales de adaptación bajo ciertas circunstancias 
específicas” (p. 552), lo que no significa que la persona tenga éxito en todos los ámbitos 
de su vida, sino más bien, que sea capaz de ajustarse psicológicamente y 
satisfactoriamente ante ciertas situaciones de adversidad a través de sus propios 
recursos y de los que el ambiente le ha proporcionado, obteniendo finalmente una 
fortaleza que le permita resolver situaciones similares en el fututo, pero siempre 
actuando dentro de las normas sociales establecidas en un espacio y tiempo 
determinado. 
 
Respecto a su promoción, Henderson (2006) enfatiza que los factores resilientes 
pueden ser promovidos por separado, aún cuando frente a una circunstancia adversa, 
se entrelazan todos basándose en aquella categoría que sea más necesario utilizar. 
 
Por otra parte Becoña (2006), sostiene que este desarrollo no necesariamente 
ocurrirá en presencia de cada factor de riesgo, puesto que la resiliencia no sería una 
condición uniforme o estable a través del tiempo, sino más bien un estado temporal, 
así, al referirnos a una persona que la posee, sería más correcto afirmar que está 
resiliente,

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