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LA VEJEZ 
COLINOS
La caficultura es quizá la actividad agrícola más 
importante y antigua en Colombia. El café más 
que un producto de exportación es ante todo un 
tejido social, cultural, institucional y político que ha 
servido de base para la estabilidad democrática y la 
integración nacional. 
Esta actividad representa el corazón de la sociedad 
rural Colombiana ofreciendo una oportunidad de 
trabajo, de ingreso y de subsitencia a millones de 
colombianos en áreas donde no existe alternativa 
viable. 
El café extiende su impacto económico y social 
mucho más allá de las regiones cafeteras. Como 
núcleo de absorción de mano de obra rural y 
como generador de demanda sobre los demás 
sectores de la economía (Comisión de ajuste de la 
institucionalidad cafetera, 2001).
Directores
Andrés David Castro Lotero
Laura María Rodas Correa
Editores
Andrés David Castro Lotero
Laura María Rodas Correa
Imágenes
Andrés David Castro Lotero
Laura María Rodas Correa
Servicios creativos
Laura Marcela Saraza Agudelo
MAYO DE 2014
Un enemigo silencioso
Andrés David Castro Lotero
Laura María Rodas Correa
Historia de un paisaje 
vivo que se vende 
en bultos
Andrés David Castro Lotero
Laura María Rodas Correa
La peor crisis cafetera 
de la historia
Andrés David Castro Lotero
Laura María Rodas Correa
Cosechar la tierra 
para dar educación, 
tener educación para
olvidar la tierra
Andrés David Castro Lotero
Laura María Rodas Correa
El bajo relevo 
generacional visto
desde la academia
Andrés David Castro Lotero
Laura María Rodas Correa
Toda crisis lleva a una 
evolución: fin o 
transformación de la 
caficultura
Andrés David Castro Lotero
Laura María Rodas Correa
¿La caficultura en 
manos de quién?
Andrés David Castro Lotero
Laura María Rodas Correa
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En portada
Ilustración muestra de la crisis cafetera
Ilustración de Juan Sebastián Rubiano
La caficultura 
atraviesa tiempos amargos, 
una tradición viva obligada a 
evolucionar o desaparecer. 
4 LA VEJEZ DEL MEJOR CAFÉ DEL MUNDO 5
Belisario Rincón es un anciano pobre, que conserva 
la compostura de un hacendado de la vieja guardia. 
Porta una boina que sin duda lo acompañó en las 
mejores épocas y que se deterioró, como todo en 
la vida de su dueño; las prendas que componen 
su vestido son un pantalón de lino y una camisa 
a medio abotonar, lucidas con cansancio y olvido, 
fruto de la quiebra causada por la crisis del sector 
económico en el que laboró durante toda su vida.
A los 84 años de edad comenta, mientras se 
balancea en la silla mecedora, que el café es el 
primer recuerdo que llega a su mente cuando 
vuelve a su infancia, planta silvestre que en ese 
entonces ni siquiera se comercializaba, porque 
el cultivo de Higuerilla (arbusto de donde se 
extrae aceite no apto para el consumo humano) 
era el soporte agrícola del momento para muchas 
familias campesinas. 
Desde los 7 años comenzó a jornalear. Poco tiempo 
después llegaron las plantaciones en serie de café 
a inundar la finca familiar. “El café se despulpaba 
manualmente, tanto era así que lo hacíamos 
con pies y manos: se ponía a remojar y cuando la 
vaina estuviera floja, se aplastaba fuertemente 
hasta que zafara”, recuerda Belisario mientras 
reposa bajo el techo de la casa de su finca, 
una alquería construida en bareque a la que no le 
han pasado los años en vano, ubicada en la 
vereda Chagualá del municipio de 
Calarcá, Quindío.
Según Belisario, las mejores casas 
campesinas eran construidas por la 
Federación durante los años 50, por 
medio del FNC (Fondo Nacional del 
Café), con nuevos beneficiaderos de 
café y despulpadoras manuales que 
facilitaban el pos cosecha: “De ahí se 
explica que las casas cafeteras sean 
parecidas, con paredes de guadua y 
boñiga, techos de teja pesada, corredores 
amplios y bastantes habitaciones 
para el tamaño de las familias de 
entonces”, afirma.
En esos tiempo ni Belisario, ni muchos 
de sus contemporáneos, sospechaban 
que, al lado de las fluctuaciones de 
los precios, las plagas, el clima y las 
políticas erráticas del gobierno sobre 
la economía, aparecería un enemigo 
silencioso capaz de echar por tierra 
las ilusiones plantadas durante años: el 
desinterés de las nuevas generaciones 
por la caficultura como opción de vida. 
Es decir, ni más ni menos que una crisis 
de relevo generacional. 
UN ENEMIGO 
SILENCIOSO
Andrés David Castro Lotero
Laura María Rodas Correa 
6 LA VEJEZ DEL MEJOR CAFÉ DEL MUNDO 7
El café fue el primer cultivo estable de 
este país de agro inestable. La historia 
de la economía colombiana, hasta la 
aparición del café, vive en lo precario, 
en la contingencia y en el ensayo. 
Un determinado producto adquiere 
primacía y posteriormente es sustituido 
por otro. Eso pasó con la producción del 
añil y la quina que desapareció, o con el 
tabaco, que tuvo una implacable crisis 
debido a la victoriosa competencia de 
otras regiones coloniales. 
Con el cultivo del café, sin embargo, 
el futuro para los agricultores se veía 
diferente: “Se pensaba del café, que era el 
primer cultivo de la historia colombiana 
que no desaparecería ni disminuiría, 
al contrario, crecería y se ampliaría a 
gran escala”, escribe el historiador Luis 
Eduardo Nieto en su libro “El Café en 
la sociedad colombiana” en el año 1947.
A medida que aumenta la producción 
de café en el país, durante las primeras 
décadas del siglo pasado, la esperanza 
de que su cultivo trajera mejores 
resultados económicos se afianzaba en 
los caficultores, en las distintas esferas 
laborales que dependían del grano y 
en la sociedad colombiana en general. Más aún 
cuando, para febrero de 1954, la progresiva y 
vigorosa expansión de las exportaciones de café 
desencadenaron una estabilidad macroeconómica 
nacional. Los precios reales del café colombiano 
en los mercados externos fueron los más altos de 
ese entonces.
Entre 1952 y 1954 se habla de una bonanza 
cafetera que posicionó al país como el segundo 
productor del grano en el mundo (antecedido por 
Brasil), según manifiesta Carlos Cano, exministro 
de agricultura en un artículo publicado por el 
Banco de la República en su boletín Borradores 
de Economía.
De los vientos a favor de ese entonces fue testigo 
María Judith García Velásquez, una humilde y 
educada mujer con quien contrajo matrimonio 
Belisario. Nunca pudieron concebir un hijo, sin 
embargo recuerda claramente cuánto gozó de 
la riqueza que les dejaba la bonanza, los lujos, 
los carros y las hermosas casas en la plaza del 
pueblo a las que llegaron a vivir. “Mi marido es 
conocido por donde usted pregunte en Calarcá. En 
la memoria de muchos se conserva su imagen, y 
también muchos continúan pensando que él sigue 
siendo el viejo platudo de carriel y sombrero”.
 
HISTORIA DE UN PAISAJE VIVO 
QUE SE VENDE EN BULTOS 
Andrés David Castro Lotero
Laura María Rodas Correa 
Por su parte, María Judith recuerda cómo para 
el año 1953, veía a su marido trabajar durante 
veinticuatro horas seguidas porque los árboles 
de café arábigo se cargaban de grano hasta no 
caber uno más y había que recolectarlo antes de 
que se dañara. Con esta abundancia del grano 
empezaron a ampliar su capital, compraron más 
tierras, sembraron más café y en algún momento 
decidieron trasladarse a vivir en el pueblo.
Pero al sector cafetero también llegó la crisis 
y ninguno de los involucrados en él logró 
esquivarla. Colombia tal vez fue el único país que 
desaprovechó las ventajas de un libre comercio 
del café tras el rompimiento del Acuerdo 
Mundial del Café y el Pacto de Cuotas, en 1989. 
La institucionalidad (Federación Nacional de 
Cafeteros) eximió al agricultor de tomar decisiones 
sobre su cultivo y proponerle al mercado una 
opción de venta del café suave colombiano, 
distinta al bulto de un grano en pergamino, 
considera Jaime Montoya, administrador de 
empresas e historiador risaraldense, quien ha 
estudiado la crisis cafetera desde su departamento 
y quien además señala: “Colombia tuvo una 
concepción muy colonialde lo que se podía hacer 
con el café: vendíamos el café pergamino, y desde este 
mercado tan monopolizado, llegaban las grandes 
torrefactoras y le negaban al productor colombiano 
otra alternativa, sin proyectar un valor agregado 
a su mercado”.
La Federación empezó a identificar 
de forma tardía que su problema no 
se terminaba con la producción del 
café, sino que había que tener una 
estrategia de comercialización mucho 
más fuerte lo que, según Montoya, 
siempre fue un absurdo de la caficultura 
nacional: “Colombia produce el mejor 
café del mundo, y la única manera de 
venderse no ha sido otra más que la de 
hacerlo en bultos”.
8 LA VEJEZ DEL MEJOR CAFÉ DEL MUNDO 9
De las treinta cuadras de terrenos 
anteriormente cafeteros, sólo queda uno 
en producción. La extensión restante 
son potreros cubiertos de maleza que 
dejaron de ser explotados desde el día 
que Belisario aseguró sentir que le 
llegó “el cansancio de la vida”. Ahora 
ya no quedan herederos, sólo existe 
un sobrino que desconoce la labor del 
campo y que esperará, según afirma su 
tío, que la sucesión lo obligue a vender 
la parcela abandonada. Mientras tanto, 
Belisario y Judith recuerdan con pasión 
tiempos inmemorables alrededor del 
cultivo: “la riqueza que nos dio un día 
el café, fue como un aguacero duro 
que pronto pasó”. Sólo les queda seguir 
viviendo su vejez en paz, mientras a 
kilómetros de distancia, en aquella 
tierra ya olvidada, en la vereda Santo 
Domingo del mismo municipio, muere 
la tradición de la familia Rincón García.
Expertos analistas de la agricultura 
nacional aseguran estar viendo 
atravesar a Colombia por la peor crisis 
cafetera de su historia: crisis en los 
precios, en la producción y en la tasa 
de cambio. Esto evidencia cuando, 
en el año 2012, una carga de café no 
permitía librar la inversión total al momento de 
siembra, cosecha y post cosecha, sin dejar de lado 
la mano de obra directa e indirecta que participa 
en el cultivo y recolección del grano. De acuerdo 
con el ensayo “El mercado mundial del café y su 
impacto en Colombia”, escrito por Carlos Gustavo 
Cano en el año 2012, cerca del 65% de los costos 
de producción del café, corresponde a los salarios 
de los trabajadores. 
Por otro lado, según datos de la Federación 
Nacional de Cafeteros de Colombia (FNCC), la 
edad promedio del caficultor actual es de 54 años, 
lo que demuestra una marcada tendencia a que 
los jóvenes que pertenecen a familias cafeteras, 
abandonen el campo y busquen oportunidades 
de empleo en las zonas urbanas. La llamada 
“tradición cafetera” se ve amenazada por el 
desinterés de las nuevas generaciones en el cultivo 
del grano. Este hecho se sustenta en cifras como 
las arrojadas por el Censo Nacional Agropecuario 
en las que, oficialmente en el departamento de 
Risaralda, la actividad cafetera ha decrecido y en 
el 2014 hay 2000 cafeteros menos que en el año 
anterior, sumando 19000 a la fecha, estadísticas 
que van disminuyendo con rapidez cada año. 
A pesar de que se reconoce en el panorama 
nacional que la crisis cafetera es cada vez más 
aguda, poniendo de ejemplo al departamento del 
LA PEOR CRISIS CAFETERA 
DE LA HISTORIA 
Andrés David Castro Lotero
Laura María Rodas Correa 
Quindío, epicentro de la caficultura colombiana con 5.700 grandes y pequeños cultivadores, el 
Comité Departamental de Cafeteros no tiene a la fecha un diagnóstico técnico o teórico que 
informe sobre la edad promedio en la que se encuentran las escalas sociales de la caficultura, 
y se desconoce si existen las garantías que promuevan la existencia del relevo de los herederos 
del sector. 
Don Belisario y su esposa Judith viven ahora una vejez tranquila en austeridad.
10 LA VEJEZ DEL MEJOR CAFÉ DEL MUNDO 11
En una pequeña parcela cafetera, única 
en kilómetros a la redonda, rodeada de 
casas y edificios, vive Eudoro Echeverry. 
Ya le tiemblan las manos, su voz flaquea 
pero su memoria y su amor por la tierra 
continúan intactos. Tiene 85 años, 7 
hijos y a su compañera de décadas de 
aventura, Fabiola Quintana.
La Federación Nacional de Cafeteros 
es una institución que don Eudoro 
conoce y defiende. Podría recitar su 
historia, su filosofía, cada uno de 
sus representantes, contribuciones, 
entidades que le pertenecieron y un 
sinfín de información oficial, como 
si hubiese sido un miembro interno 
de la organización. Eudoro llegó a 
ser reconocido y admirado por la 
Federación porque además de sus 
conocimientos sobre el tema del café 
y muchos otros, su producción del 
grano era ejemplar desde la siembra, el 
proceso de cosecha y post cosecha. 
Pero esa pasión visceral por este 
producto nunca significó realmente 
una fuente de sustento para vivir, pues 
siempre ha tenido menos de una cuadra 
sembrada de café, la totalidad de la 
extensión de tierra de la que es propietario. Según 
dice, este oficio es para él tan solo una forma 
de recordar sus raíces. El cultivo de Eudoro se 
encuentra en el extenso patio de su casa que, como 
asegura, es de las pocas fincas urbanas que aún 
quedan en la segunda ciudad de Risaralda, 
el municipio de Dosquebradas.
Alcanzó la pensión después de 45 años de ejercer 
la docencia como profesor de historia, y se siente 
privilegiado por ser un hombre letrado para la 
época; educó a cada uno de sus hijos para que 
tuvieran el mismo fin. Dice que el campo era su 
refugio, pero de él nunca derivó su sustento. Sin 
embargo, inculcó en sus herederos el amor por la 
tierra al igual que el amor por el conocimiento: 
“El café marcó mi infancia en el campo, luego 
COSECHAR LA TIERRA PARA DAR EDUCACIÓN, 
TENER EDUCACIÓN PARA OLVIDAR LA TIERRA 
Andrés David Castro Lotero
Laura María Rodas Correa 
llegaron las bonanzas que trajeron riqueza a 
los caficultores, ahora todo es un recuerdo, la 
prosperidad se esfumó, la tradición se transformó, 
y lo rentable ya no hace parte del mundo cafetero”, 
afirma con tristeza don Eudoro. 
Su hijo mayor, nombrado igual que el padre, 
Eudoro, heredó en sus genes el activismo y 
el amor por el trabajo. A los 55 años es un 
abogado de renombre, respetado en la academia 
e involucrado en movimientos políticos. Beatriz, 
segunda en descendencia, sigue los pasos de 
su hermano en la jurisprudencia. Gerardo y 
Alejandro son ingenieros, Fabiola es economista. 
Camila, docente como su progenitor y la menor, 
Magdalena, es médica. 
Los siete hijos de don Eudoro aseguran amar 
sus oficios, el estatus, el prestigio, el vivir del 
saber. El campo es hijo octavo de su padre. Ese 
que consiente y cuida con dedicación, más ahora 
que se ha convertido en un anciano y sus días se 
olvidaron del itinerario del mercado laboral.
La casa y su parcela seguirán intactas hasta el día 
en que Eudoro Echeverry fallezca, porque él es 
el único que las cuida y protege. Ni Beatriz, ni 
Genaro, ni ningún otro de los hijos, heredó aquella 
tradición pasional por la tierra y el café, esa que 
tiene su padre: “Cuando papá llegue a faltar la 
finca la heredaremos los siete hermanos, 
mi madre continuará cuidando el cafetal 
y pagando a los recolectores por honor 
y respeto a papá, Fabiola, la hija que 
aún vive en la finca cuidará las finanzas 
familiares, hasta que llegue un momento… 
después de unos años que el terreno se 
venderá”, dice Camila. Ahí terminará 
la tradición cafetera de la familia, pues 
el cafetal es una posesión que para sus 
descendientes solo tiene un valor: el costo 
monetario que ganarán al vender aquel 
lugar privilegiado, el que le permitirá 
a quien sea su nuevo dueño, estar en 
la ciudad y abrir la puerta del patio para 
respirar la paz del agro. 
Don Eudoro junto con su esposa Fabiola Quintana y dos 
de sus hijas que residen en la ciudad.
La finca de rodeada de casas, única en
kilómetros a la redonda.
12 LA VEJEZ DEL MEJOR CAFÉ DEL MUNDO 13
Un estudio realizado en conjunto por la Universidad Tecnológica de Pereira y la Red Alma 
Máter, denominado “Factores que inciden en el relevo generacional entre los caficultoresdel Paisaje Cultural Cafetero. Un estudio de caso en los municipios de Belalcázar, Filandia, 
Quinchía y Ulloa” en el año 2012, reúne una serie de factores que podrían facilitar o 
dificultar el relevo generacional en la actividad de la caficultura: la familia, las percepciones 
sobre la caficultura como opción de vida, la movilidad juvenil y la institucionalidad. 
Estas cuatro unidades de análisis fueron utilizadas en ese estudio para elaborar una 
serie de propuestas que se enfocan en prevenir la deserción de las potenciales nuevas 
generaciones de caficultores. 
EL BAJO RELEVO GENERACIONAL
VISTO DESDE LA ACADEMIA 
Andrés David Castro Lotero
Laura María Rodas Correa 
Como se plantea dentro del mismo estudio, este fue realizado con el fin de aportar al 
fomento de la competitividad en la actividad cafetera, a través del fortalecimiento de una 
caficultura joven, competitiva y sostenible. Busca también este trabajo, aportar insumos 
para generar estrategias del Plan de Manejo del Paisaje Cultural Cafetero, que entra 
como factor clave para la promoción del relevo generacional en las jóvenes generaciones 
descendientes de cafeteros: “En este sentido, aparece como sugerente hacer un uso 
estratégico de los valores excepcionales del PCC, la declaratoria más que un reconocimiento 
es un llamado de atención para la conservación de una práctica que más allá de ser un simple 
cultivo es una forma de vida”, dice la investigación.
Caficultores viejos y futuros herederos. Caficultora de Córdoba vivencia la crisis del café, en búsqueda de restituir su cultivo.
14 LA VEJEZ DEL MEJOR CAFÉ DEL MUNDO 15
Uno de las conclusiones que surge 
sobre los factores que inciden en el 
relevo generacional en el PCC, es 
que la mayoría de los hijos de las 
familias cafeteras encuestadas no están 
vinculados con la actividad productora 
del café. La causa de este hecho, 
según la investigación mencionada 
es, en síntesis, la percepción negativa 
frente al logro del proyecto de vida 
juvenil en las áreas rurales del PCC. 
A su vez, esta causa puede dividirse en 
tres factores que inciden directamente 
en el relevo generacional del PCC; 
las percepciones desfavorables de 
la caficultura desde la familia, 
las percepciones desfavorables de la 
caficultura desde los jóvenes y las venes 
y el imaginario de bienestar asociado a 
la vida urbana.
En el Eje Cafetero, sostiene la 
antropóloga Beatriz Nates en su 
artículo académico “Territorios en 
Mutación, crisis cafetera, crisis del café”, 
publicado en el 2009 por la Universidad 
de Caldas, la llamada crisis tiene un 
efecto innegable entre los caficultores 
para que estos sostengan desde el 
contexto de la producción de café, 
un proyecto cultural/social de vida 
si este modelo económico hoy no 
les refleja una estabilidad financiera: 
“También la caficultura se ha visto afectada 
por los flujos migratorios que están 
dejando a la preconizada “familia cafetera” solo con 
los abuelos”.
En el propósito de indagar cómo se han 
transformado los territorios y las sociedades, 
Beatriz Nates concluyó que la migración de las 
nuevas generaciones no es resultado solo de 
los precios bajos del café que desde los años 
90 vienen en descenso, y que la única razón 
de esta ausencia de relevo radica en que los 
herederos han visionado a futuro, un panorama 
desesperanzador para la caficultura. Se comprobó 
así que aún en tiempos de bonanza, la situación 
es algo similar a la de los hijos de adinerados 
caficultores que estudiaron en universidades fuera 
del pueblo (o del país), y en la mayoría de los casos 
no volvieron a las fincas. 
 
Este factor es importante porque se considera que 
la misma familia influye en la percepción de que en 
el exterior se puede alcanzar una mejor calidad de 
vida, en la noción de que la migración se traduce 
en fuente de bienestar para los descendientes, y no 
se reconoce a la caficultura como la mejor opción 
de futuro. Así, el fenómeno de la migración no 
solo afecta al relevo generacional en la caficultura, 
sino que todo el sector agrario se ve afectado por 
este anhelo de progreso en el exterior. 
Otro factor a tener en cuenta es la figura de la mujer 
como se ve en la cadena productiva del café, pues 
su papel se reconoce en la etapa de recolección 
del grano por la delicadeza de su mano; pese a 
esto, la mujer cafetera rural no ve en la caficultura 
posibilidades de desarrollo empresarial. Por 
último, dentro de estos factores, la percepción 
de la Legislación 1098 del 8 de noviembre de 
2006, Ley de infancia y adolescencia, prohíbe 
el trabajo infantil, de lo que los caficultores se 
cuidan para evitar sanciones y prefieren no 
enseñar el trabajo en los cafetales a 
sus niños, etapa imprescindible, según 
los campesinos, para reproducir el 
saber tradicional. 
En la percepción que los jóvenes tienen de la 
caficultura también influye el ideal de bienestar 
promulgado por los medios de comunicación, 
que establece como estereotipo de buena vida el 
modelo urbano. Así, los valores excepcionales y 
únicos de la tradición cafetera quedan opacados 
frente a las deslumbrantes promesas de felicidad y 
progreso de las ciudades. 
Incide además en las nuevas generaciones, la 
asociación de la labor de la caficultura con un 
gran esfuerzo físico y la carencia de esfuerzos 
intelectuales, o la posibilidad de cursar formación 
académica, señalando así mismo que el oficio de 
caficultor no es motivo de orgullo para muchos 
de los jóvenes de familias cafeteras. Para finalizar 
en lo que a percepción de los jóvenes 
concierne, el acceso limitado a bienes 
y servicios en la zona rural desmotiva 
la permanencia de los jóvenes en el 
campo, quienes buscar estos en la zona 
urbana como una forma de elevar su 
calidad de vida.
Con respecto a lo anterior, el último 
factor que incide en el problema de 
relevo generacional en la caficultura 
colombiana, según el estudio realizado 
por la UTP y Alma Máter, es el imaginario 
general de bienestar asociado con la 
vida urbana. La escolarización no es 
vista como oportunidad de crecimiento 
personal sino como un puente, una 
transición entre lo rural y lo urbano. 
La noción de lo rural asume una 
connotación peyorativa al hablar de 
bienestar y los jóvenes que migran, en la 
mayoría de los casos, estudian carreras 
ajenas al mundo del campo. 
16 LA VEJEZ DEL MEJOR CAFÉ DEL MUNDO 17
Se considera entonces que las estrategias 
planeadas desde los factores definidos 
como causa para el bajo relevo 
generacional en el PCC, deben partir 
de ofrecer a los jóvenes oportunidades 
de desarrollo local: “El campo debe ser 
posicionado como una opción atractiva 
para el joven, se debe romper con el 
imaginario de que lo rural es sinónimo 
de subdesarrollo y de pobreza”, plantea 
el estudio mencionado antes, y es una 
advertencia desde la investigación a no 
percibir a la tradición cafetera como 
esa cultura estática que se congeló en el 
tiempo, sino como una manera actual 
de adaptarse a las realidades sociales 
y un instrumento para reacomodar la 
caficultura a los nuevos tiempos, sin 
perder los valores excepcionales que la 
hacen única en el mundo. 
Luz Janeth Agudelo, trabajadora social 
y extensionista por más de quince 
años del Comité Departamental de 
Cafeteros del Quindío, reportó en el 
2012 una preocupación surgida a partir 
de las visitas realizadas a varias fincas 
de distintos municipios: “Los cultivos 
como tal se van envejeciendo, entonces 
decidimos intervenir 218 caficultores 
que presentaran el problema y hacerle 
seguimiento y acompañamiento para 
rescatar su raíz”. El estudio reflejó 
que el 90% de los caficultores se 
encuentra en estado de adultez, entre 
60 y 70 años, condiciones de salud 
precarias y sin garantía de relevo, con un promedio 
de un solo nieto por cada finca: “Estos adultos 
plantean que tienen un arraigo por la 
tierra, que no tienen otro tipo de actividad 
laboral. Algunos no tienen alternativa ni 
de vender la tierra. Llevan tan arraigadoel 
cultivo que no se sienten en condiciones para ubicarse 
en la zona urbana”, expone la representante del 
Comité. “En el campo son útiles, en la ciudad no 
tienen en qué ocuparse.” 
Aun así, el Comité no tiene registro del rango 
de edad del caficultor quindiano, ni tampoco 
se convence de que exista ausencia de relevo 
generacional en el gremio cafetalero. Sin embargo, 
los datos que arrojó el informe inquietaron a Luz 
Janeth para monitorear todo el departamento, y 
apoyada por el Comité, su tesis de maestría deberá 
decir si existe o no ausencia de relevo generacional 
en el departamento del Quindío.
Desde otro punto de vista, en Colombia 
la caficultura genera hoy uno de cada tres 
empleos rurales, superando en 3,7 veces el 
total aportado por las flores, el banano, 
el azúcar y el cultivo de la palma de 
cera, de acuerdo con lo planteado 
por el exministro Carlos Cano: “Buena parte de 
estos suelen ser de índole estacional, de tiempo 
parcial y de carácter informal”.
Faber Buitrago Patiño, representante de la Junta 
Departamental de Cafeteros por el Quindío, 
afirma que: “La mano de obra es marginal. Son 
los mismos viejitos que vienen cogiendo hace 50-
60 años, y aparte de eso, una mano de obra no 
calificada donde traemos población con las peores 
problemáticas sociales, desplazamiento, adicciones 
a drogas… Usted no sabe qué está llevando a la 
finca… El Estado no ayuda. Coinciden las épocas de 
erradicación de coca con las épocas de recolección”.
Con respecto a este tema, Beatriz Nates señala 
que: “A partir de la crisis cafetera, gran parte de 
estos trabajadores itinerantes se desplazaron hacia 
las zonas cocaleras del país. La mejor oferta 
laboral que ofrece este negocio ha suscitado el 
hecho de que gran parte de la mano de obra que se 
ocupaba en la caficultura se haya desplazado hacia 
otros lugares”.
Luz Janeth Agudelo no considera problemática 
esta postura, pues considera que siempre habrá 
trabajadores para aquellas fincas renovadas 
donde el recolector va a ganar dinero: “El 
trabajador disminuye si la finca no tiene unas 
buenas condiciones de café, la preocupación más 
importante es tener las fincas renovadas porque 
deben ser apetecidas por el recolector.”
Pero las condiciones actuales de la 
agricultura colombiana no logran 
ofrecerle al trabajador garantías 
suficientes para quedarse en el 
sector. El cambio climático, el ciclo 
biológico de las plantas, las prácticas de 
renovación, el envejecimiento y la caída 
de rendimiento de las plantaciones, 
el aumento en los precios de 
combustibles y fertilizantes que no 
crece proporcional al precio del café, 
ralentizan la sostenibilidad del cultivo, 
pues conseguir que una cuadra de 
café produzca lo estimado, requiere 
alrededor de 4 millones, sin contar los 
25 jornales que se deben pagar por mano 
de obra para realizar la fertilización, 
según cuentas del caficultor Edwin 
Noreña de la finca “Campo Hermoso” 
en Circasia. 
Café en su proceso de pos cosecha, más de dos días expuesto al sol.
18 LA VEJEZ DEL MEJOR CAFÉ DEL MUNDO 19
Miguel García tiene diez y nueve 
años. A los quince años desistió de 
ser bachiller y la idea de no depender 
de su padrastro, lo condujo a trabajar 
en fincas de su vereda Hojas Anchas, 
ubicada en Armenia, Quindío.
El crecer rodeado de cafetales y ser hijo 
de agregados, hizo que la recolección 
del grano fuera un aprendizaje casi 
innato: “Jornalear siempre me pareció 
maluco. Me tocaba hasta llegar del 
colegio y meterme a la finca a recolectar. 
Muchas veces casi ni había y al que no 
le rinde harto recogiendo, no le sale ser 
recolector”. En esos mismos cultivos 
fue conociendo jóvenes y adultos que 
venían de distintas partes del país, pero 
Miguel además se enfrentó en este 
ambiente, por primera vez, al consumo 
de sustancias alucinógenas. 
Es importante señalar aquí que la falta 
de lugares de esparcimiento aptos para 
jóvenes rurales, ha conducido a los 
mismos, en muchos casos, a encontrar 
en las drogas, el alcohol, los juegos de 
azar, la prostitución, la mejor inversión 
para gastar el dinero que reciben 
semanalmente. Miguel se declara 
adicto a la marihuana desde que era menor de 
edad, condición que no lo limita para laborar.
Ahora se ha volcado a la ciudad y una licencia de 
conducción que su primo (hijo de una de las viudas 
del café) le regaló para que le hiciera acarreos, 
es el punto de partida para lo que él considera 
un futuro. Trabaja conduciendo una camioneta 
con carne de pollo para una fábrica del Quindío. 
TODA CRISIS LLEVA A UNA EVOLUCIÓN: 
fin o transformación de la caficultura 
Andrés David Castro Lotero
Laura María Rodas Correa 
Debe en ocasiones desplumarlos, despresarlos, e 
inclusive pasar en vela cuidando galpones de las 
aves más pequeñas para que no mueran asfixiadas 
y aún, siendo su trabajo extenuante, no lo cambia 
por estar en los cafetales nuevamente. 
 
A propósito de esta situación, la Federación 
Nacional de Cafeteros, en un estudio publicado 
en el 2008, revela que el número creciente de 
caficultores mayores de 60 años representa el 
33% de la población cafetera. El 70% de esta 
población vive en condiciones de pobreza. El 
48% es analfabeta, y el 98% no está cubierta por el 
sistema de seguridad social. Por tanto, reconoce 
la entidad la urgencia de generar un mecanismo 
que facilite la transferencia de la tierra de los 
cafeteros mayores a una generación de relevo, 
asegurándoles a las dos poblaciones, bienestar, 
calidad de vida.
La historia de Miguel es un caso que refleja la falta 
de educación a la que se enfrenta la mayoría de los 
herederos del cultivo del café, aquellos recolectores 
e hijos de los mismos, que por diferentes razones no 
tienen acceso a la educación, o no quieren acceder 
a ella porque no ven su importancia en el campo, 
como en este caso en el que Miguel no vivía como 
el hijo de un hacendado, sino como ayudante de la 
madre y el esposo de esta, agregados por muchos 
años de distintas fincas cafeteras del sector.
“Si somos capaces de transformar 
sustancialmente la manera como 
producimos, como transformamos, 
como industrializamos, como generamos 
valor agregado al café y como lo 
comercializamos, es decir, si somos 
capaces de construir cadenas productivas 
de los cafés especiales, mejoramos 
muchísimo la posibilidad de que los hijos 
de nuestros productores o jornaleros 
tengan argumentos para mantenerse en 
las zonas rurales, con nuevas condiciones 
educativas, de infraestructura, de 
inversión pública, de equipamiento, de 
bienes públicos en general que hagan 
atractiva su estadía allí y que ellos 
entiendan que venirse a la ciudad a 
cambio de nada, probablemente no es un 
argumento tan fuerte ni tan poderoso.”
Las anteriores palabras corresponden a 
Oscar Arango Gaviria, sociólogo y líder 
desde la academia en los esfuerzos por 
mantener al Paisaje Cultural Cafetero 
como un patrimonio vivo, quien agrega 
que la mente de los jóvenes ha cambiado, 
se ha vuelto más empresarial, piensa en 
términos monetarios. En ese sentido, 
la caficultura debe también pensarse 
como una actividad empresarial, 
Miguel prefiere la incertidumbre de la ciudad a la falta 
de oportunidades del campo.
20 LA VEJEZ DEL MEJOR CAFÉ DEL MUNDO 21
que combine aspectos físicos como 
intelectuales. También la escolaridad 
en el campo debe ser fortalecida para 
suplir las necesidades de esta zona del 
país, y en este momento.
“La ausencia del relevo generacional no 
son los jóvenes dañando la estructura 
de lo que debe ser, es al revés, se les ha 
enseñado desde la escuela que ese no es 
el espacio. Es culpa del trato peyorativo 
de nosotros hacia los nuestros, por eso 
hablamos de montañeros, de atrasados”, 
comenta el campesino y académico 
Guillermo Castaño en el documental 
El Aprendiz, de la serie Paisajes y 
Paisajes transmitida por el canal Señal 
Colombia. 
Para concluir este segmento, en el 
libro “Sucesión en tiempo de crisis”, 
la doctora en Ciencias Económicas 
y Empresariales, MaribelRodríguez 
Zapatero advierte que el temor de la 
sucesión de una empresa familiar nace 
por evitar que se vea roto el principio del 
proyecto familiar a causa de los cambios 
que el sucesor considera necesarios y 
que el fundador tiene la tentación de 
minimizar. El sucesor, por el contrario, 
exalta el cambio y hace de este el 
fundamento de su proyecto: novedad, 
desarrollo, revolución, diferenciación, 
heterogeneidad. El sucesor no quiere 
el pasado ni la eternidad, como ansía el 
fundador, sino el tiempo que todavía no 
lo es. Quiere ser el artífice de su tiempo como lo 
fuera en su día su padre.
LAS VIUDAS DEL CAFÉ
El Campo es para Burros
Consuelo García Marín se casó a los 18 años. 
Añoraba salir de la finca ubicada en el Cairo, Valle 
del Cauca, y dejar de trabajar como jornalera en 
su finca familiar. Luis Enrique Noreña era un 
“catano”, afirma ella, divorciado, atractivo, pero 
sobre todo rico. 
Como en otras épocas, el padre de Consuelo se 
encargó de interceder para que Don Enrique, un 
caficultor de 50 años y casi dueño de la vereda por 
las extensiones de tierra que poseía, conquistara 
a su hija para casarse con él, un hombre 30 años 
mayor. 
Consuelo lo asumió como una tabla de salvación: 
“Yo confieso que no lo amaba. Me casé por irme 
de mi casa y buscar un futuro. Él tampoco a mí, 
quería una compañera y mejor si era más joven 
que él. Pero lo que yo sí sabía era que el amor iba a 
llegar a medida que el tiempo pasara”. Se casaron 
en Venezuela por lo civil y de esta unión conyugal 
nacieron dos hijos, que sumaban entre los dos 
matrimonios de Luis Enrique, once descendientes.
Su machismo no le permitió concebir que su 
esposa participara de la empresa familiar, ni 
mucho menos que supiera cómo se hacía la plata, 
sin prever que cuando él llegara a faltar debía ser 
ella la que asumiera el papel de matrona. 
El 15 de abril de 2001, un domingo de resurrección, a los 69 años murió Luis Enrique Noreña 
García de un paro cardiorrespiratorio, dejando a su esposa de 39 años con dos hijos y nueve 
herederos que venían a llevarse todo a su paso. Ella dice que, tras sobornos a abogados, 
amenazas y demás, se le concedió una finca cafetera ubicada en el municipio de Circasia, 
Quindío, como su nuevo patrimonio familiar.
El hijo varón de Consuelo y Luis Enrique, Edwin Noreña, siempre recordó las palabras de su 
padre: “el mejor regalo que yo le puedo dejar es el estudio, porque si usted empieza a trabajar, le 
coge pereza y el campo es para burros”. Su padre sólo estudió hasta segundo de primaria y por 
eso su mayor sueño era ver a los hijos como profesionales. La hermana se graduó abogada y 
él y se hizo ingeniero agro industrial para continuar con el legado de su padre, desde el agro, 
pero con conocimiento académico. 
Consuelo contó con el respaldo de su hijo para no renunciar a una tierra que el esposo creía 
una fortuna, sobre todo por el cultivo que lo hizo rico y le trajo la suerte de volver oro cada 
terreno que tocaba, el café. Edwin tomó a los 24 años las riendas de la finca, una extensión 
de tierra de 23 cuadras sembradas de café. Ahora, cada año, el espacio sembrado del grano se 
Edwin Noreña hace parte de los herederos que aún sobreviven en la caficultura.
22 LA VEJEZ DEL MEJOR CAFÉ DEL MUNDO 23
va reduciendo para dar paso a potreros 
que evidencian la crisis de este sector de 
la economía en las regiones cafeteras de 
Colombia. Ahora, esa tierra los atora 
de deudas y ven cómo el descenso en la 
rentabilidad de un cultivo que pasó de 
la bonanza a la miseria, no da certezas 
para un futuro mejor. 
“Le he apostado de todas las formas 
posibles. Sustituí cultivos, resembré 
cafetales viejos, he jornaleado por 4 
años con la esperanza de sobrevivir. Pero 
como bien decía mi padre, el campo 
es para burros, y a los 28 años me he 
olvidado de mi vida laboral para ser un 
trabajador raso más”. La crisis lo obligó 
a despedir al agregado que acompañó 
a su familia por décadas. Edwin es el 
hijo de un hacendado rico que tuvo que 
aprender a cocinar para trabajadores, a 
fumigar cafetales, a desyerbar terrenos, 
a soportar ocho horas de sol, por no 
decepcionar a su ejemplo de lucha 
infranqueable, su héroe, su amigo, su 
padre. 
“Hay que Tener Fe”
Hugo, hijo de otra viuda del café, 
“cambalachea”. Así define su trabajo 
en el que compra, vende y cambia 
automóviles y demás artefactos a buen 
precio. Su señora madre, María de 
los Ángeles Ángulo, jamás tuvo que 
trabajar, la estabilidad laboral de su 
esposo, un ingeniero civil exitoso, le permitía 
dedicarse al cuidado de Hugo y Juliana, sus hijos. 
Héctor, su pareja, había ahorrado lo suficiente para 
comprar una casa de descanso no muy lejos de la 
ciudad. Finca de acabados modernos, amplios 
garajes y hermosos cafetales. Era pequeña, no 
más de cinco cuadras, pero ideal para la familia.
Pero vivir al margen de los negocios de su esposo 
no duró mucho tiempo, pues María enviudó y 
convirtió su trabajo en el campo en una pasión 
visceral, la misma con que insiste en sembrar el 
cultivo que la hizo productiva y laboriosa, el café. 
Desconocía en absoluto el trabajo del cultivo, cómo 
se cogía, cómo se pagaba, cómo se despulpaba y 
hasta cómo se vendía. Pero dice que en medio 
de su dolor, viendo a los hijos huérfanos siendo 
apenas unos niños, se obligó a mitigar la agonía 
en el hacer, y reconociendo que no era profesional, 
que no tenía otro camino para elegir, se colmó de 
valor y supo desde entonces que su hacienda no la 
perdería jamás.
¿Ha conseguido un metro cuadrado más de tierra 
sembrando café? No. Pero tampoco ha perdido. 
María lucha por preservar la labor que sabe está 
pasando por momentos difíciles, el apego a la 
tradición y a los recuerdos alimenta la esperanza 
de tiempos mejores, además de considerar 
que no solo es dueña de su parcela sino otro 
miembro del paisaje, alimenta su fe. Fe en que 
no hay otro cultivo que pueda ofrecerles mayor 
estabilidad, fe en que el grano seguirá siendo su 
fuente de ingresos para vivir y fe en que vendrán 
vientos a favor para pasar lo que ella considera un 
mal rato.
Los años han transcurrido y alguien deberá 
relevarla de su labor algún día, pero Hugo 
no lo hará, ella tampoco quiere verle como 
caficultor porque sacrificó grandes cosas 
para verlo ser un profesional: “Y aunque la 
Federación sugiere que en este momento de crisis 
el grupo familiar se volque para reducir costo 
de mano de obra, ni Hugo ni Juliana fueron, ni son 
de campo.”
Una finca es una guaca y las mujeres las 
guardianas
Que las fincas son un “acabadero” de 
vida, que se debe estudiar para no 
vivir como campesino, que el serlo es 
una deshonra y que las fincas deben 
ser trabajadas por los hombres, era el 
imaginario que conservaba la memoria 
de Marleny Castaño Vallejo, hasta que 
la viudez a sus 48 años le sacudió el 
cerebro y le recordó que nació en el 
campo y que su glamour de ejecutiva 
realizada debía morir. Fue por 20 
años, en sociedad con su esposo César 
Bermúdez García, asesora de una 
reconocida aseguradora, codeándose 
con familias prestigiosas y de poder en 
la ciudad de Armenia, llevando a sus 
hijos a costosos colegios y asumiendo 
un estatus del que nunca se sintió parte. 
La Arboleda es su finca, un nombre 
que sería la mejor definición de lo que 
traduce esta mujer madura de grandes 
ideas. Tierras jamás fertilizadas con 
agroquímicos, especies nativas de 
árboles que invaden los alrededores de la 
edificación que es su casa, enredaderas 
abrazando las paredes, corrientes de 
viento que enfrían los corredores de una 
humilde pero auténtica casa cafetera. 
Pájaros león, azulejos, colibríes, 
acompañan con sus cantos las mañanas 
y la compañera inseparable, Lupe, una 
Maria de los Ángeles contempla cada árbol de café 
como si fuese otro de sus hijos. 
24 LA VEJEZ DEL MEJOR CAFÉ DEL MUNDO 25
perra labradora vieja que con cada 
puesta en calor se carga de leche para 
amantar unos cachorros imaginarios, 
hacen parte de lacotidianidad de 
Marleny. Estas cosas pequeñas 
impulsan la afición vehemente con 
la que vive su vida como campesina, 
como otro miembro de lo que ella 
llama, su ecosistema.
Es la madre de tres hijos profesionales, 
citadinos, que no entorpecen su 
soledad. Asegura que solo les dejará la 
finca el día en que ya no esté en este 
mundo. Mientras tanto, esa ha sido su 
mejor guaca. 
La Arboleda es una finca cafetera de 
la que depende Marleny su sustento. 
Cultivos de café arábigo intervenidos 
orgánicamente han hecho que 
su propiedad sea ejemplo para la 
Federación Nacional de Cafeteros, de 
la que no habla ni bien, ni mal: “Nos 
hacemos pasito…. Ellos necesitan de mí y muestran 
mis cultivos alardeando de cómo su apoyo ha 
logrado lo que ven, pero a mí no me preocupa 
porque nos ayudamos mutuamente”.
“Las extravagancias de una institución 
desorientada y de un caficultor perezoso que 
no se empoderó de su cultivo, son las causas 
del momento por el que atraviesa hoy el café”, 
asegura Marleny. Y tantos malos manejos, 
pero sobre todo haberse encontrado con un 
fenómeno importante en su municipio, 
Córdoba, Quindío, donde el 20% de las 
fincas cafeteras estaba siendo manejado 
por mujeres viudas o solas por diferentes 
razones, que realizaban la labor desde la 
recolección hasta el beneficio del café, la 
condujo a liderar un movimiento para encontrar 
una esperanza en la angustiosa crisis de la 
caficultura colombiana.
Dignori Soto Londoño es miembro del grupo 
formado por Marleny, y narró el surgir de lo 
que ella considera, cambió su vida. “Marleny 
nos convocó en un salón para entender que 
nuestra figura en el gremio era no solo 
importante, sino primordial, como guardianas 
del tesoro más valioso que cada una tenía, 
nuestros predios.”
“Lo único que he hecho toda mi vida ha sido trabajar 
entre cafetales. No tenemos otro ofició para realizar. Y 
el ver desde el 2012 para acá, que no se libran los costos 
de producción, y si seguimos retrocediendo el tiempo, 
realmente no ha habido grandes cambios, 
nos dejó como única alternativa buscar otra 
fuente de ingreso. 
Empezamos vendiendo en el mercado 
del pueblo. Hacíamos tamales, postres, 
lechonadas, y como conclusión de este bello 
proceso, aquella mujer subyugada que 
siempre había vivido a la sombra de su esposo, 
se sintió no solo productiva, sino miembro activo 
de su familia.
Desde entonces un grupo de 13 mujeres, 
hemos trabajado para visibilizar a la mujer 
cafetera de tradición, a la matrona que no sólo 
cocina para el peón, sino quien empoderada 
económicamente, ha visionado nuevas ideas para 
soportar el momento que se atraviesa.
Pero, ¿qué camino tomar cuando solo se 
sabe hacer una cosa? Pues entendimos que 
siempre hemos sido una cosa en común, 
cafeteras, entonces debíamos vender nuestro café 
para taza, tostarlo, trillarlo, empacarlo y venderlo. 
Y así nació Café Mujer. Cafés de distintas fincas 
Cordobenses, beneficiado, post producido y hasta 
recolectado por mujeres”.
LA BARISTA
En la plaza del municipio de Córdoba, 
Quindío, se encuentra el café 
Rosa de los Vientos, una tienda de 
cafés especiales fruto del trabajo 
y la gestión colectiva de la Asociación 
de Mujeres Cafeteras de Córdoba. 
El negocio lo atiende Johana Andrea, una 
colegiala de 16 años, hija de cafeteros: 
“Mi mamá es Alba Lucero, la 
presidenta de la Asociación Café Rosa de 
los Vientos, ellos (padre y madre) cultivan 
el café orgánico, y yo soy la barista quien 
lo prepara”.
 
La familia de Johana ha vivido por 
generaciones del cultivo del grano, 
pero ella no se identifica como 
campesina puesto que siempre 
ha vivido y estudiado en el 
pueblo, no se ve jamás yendo a los 
cafetales a trabajar la tierra. La 
industrialización del café es 
ahora su objetivo de vida, pues 
como explica el académico Oscar 
Arango: “Ha ido surgiendo poco a 
poco una nueva forma de pensar la 
caficultura, de producir, 
comercializar y vender café y eso nos 
explica que en las zonas urbanas 
el fenómeno más interesante que 
tenemos es la conformación de tiendas 
 de cafés especiales. Hay un estudio 
por salir que demostró la existencia 
de alrededor de 250 tiendas de cafés 
Marleny Castaño es la guardiana de la finca
La Arboleda en Córdoba-Quindío.
Dignori Soto lidera la marca de cafés especiales “Café 
Mujer”.
26 LA VEJEZ DEL MEJOR CAFÉ DEL MUNDO 27
especiales. Esas tiendas van a contribuir en cambiar la cultura de los jóvenes porque están 
pensadas en ese nicho de mercado”. 
Johana hace parte de las pensadas futuras generaciones que transformarán el 
modelo de la caficultura, tal como lo plantearon sus antepasados: “Yo nunca he sido de finca, 
en lo único que puedo ayudar a mi familia para continuar la caficultura es como barista, me 
gustaría entrar a un curso luego puesto que lo que sé es solo lo que me enseñó la 
antigua empleada del lugar”.
Johanna hace parte de las pensadas futuras generaciones que transformarán el modelo de la caficultura. Los herederos han visionado a futuro un panorama desesperanzador para la caficultura.
Doña Lucero y su esposo, padres de Johana, aman su finca cafetera, han vivido y trabajado en 
el campo desde siempre, el cafetal es su patrimonio. A Johana le entristece pensar en el futuro 
de su herencia cuando sus padres no estén, pues en sus planes de futuro no está contemplado 
dedicarse a la caficultura. “El día en el que herede la finca no podré conservarla, me da mucha 
tristeza saber que el día en el que ellos no estén no tendré cómo sacarla adelante, pero como ellos 
bien me han dicho… debo visionar algo mejor”. 
28 LA VEJEZ DEL MEJOR CAFÉ DEL MUNDO 29
En la vereda Montelargo, un sector rural 
perteneciente a la ciudad de Pereira 
donde se desarrolla la caficultura 
especialmente, de gente campesina que 
subsiste de la recolecta del grano y cuya 
vida se sostiene en torno al café, aún 
prevalecen las características de una 
cultura cafetera arraigada. Los hombres 
se desempeñan como jornaleros en 
grandes parcelas de café y las mujeres 
ayudan con las labores caseras, 
vinculándose a la práctica caficultora 
en el beneficio de la semilla, lavado y 
secado de la misma, esporádicamente 
también aportan a la economía de la 
casa “graniando” (recogiendo café) los 
fines de semana, costumbre típica de las 
familias caficultoras de la región. 
Los hijos de estos caficultores estudian 
en la Institución Educativa “Escuelita 
Montelargo”, única en la zona; 32 
pequeños que desde su nacimiento 
han subsistido gracias a la actividad 
cafetera y se han criado en la cultura del 
café, única y excepcional en el mundo. 
Estos niños se supone serán la próxima 
generación de caficultores, quienes 
conservarán vivas las tradiciones de sus 
ancestros y así continuarán con el legado de cultura 
cafetera como tradición viva. Si siguen realizando 
la misma actividad agrícola habrá cultura cafetera 
para que la nación se enorgullezca ante el mundo 
por una generación más y habrá posibilidad de 
que el Paisaje Cultural Cafetero continúe siendo 
sostenible y el Eje Cafetero permanezca haciendo 
gala a su nombre. 
Johan Steven quiere ser policía; Michael, doctor; 
Johanna y Maritza, veterinarias; Sebastián, 
soldado y Ana Lucía, bailarina. Todos dicen 
haber recogido café y vivir en fincas cafeteras, 
pero ser caficultores no es una opción pensada 
para su futuro. Argumentan querer “ser alguien” 
en la vida a modo de tener recursos económicos 
suficientes para ser felices, sostener a sus padres y 
a su familia, y la caficultura a ninguno le promete 
eso. 
De los 32 jóvenes entrevistados, son pocos los 
que se proyectan en el campo y casi ninguno 
dependiendo del café. La ciudad para estos 
pequeños es el mayor anhelo en contraposición con 
lo que la comunidad académica, las instituciones 
regionales y la comunidad internacional que ha 
declarado su cultura y condiciones de vida como 
Patrimonio de Humanidad, desean y pronostican 
para ellos. 
¿LA CAFICULTURA EN 
MANOS DE QUIÉN? 
Andrés DavidCastro Lotero
Laura María Rodas Correa 
Los anhelos de estos niños reflejan que desde ahora, la cultura cafetera se encuentra amenazada, 
es poco sensato que quieran quedarse en el campo si sus condiciones de vida son precarias y la 
capacidad adquisitiva de sus familias es nula. El café no promete futuro y la crisis cafetera es 
cada vez mayor y más difícil de mitigar. 
Finalmente, la falta de relevo generacional en las familias cafeteras se presenta entonces como 
la gran amenaza para la sostenibilidad de este paisaje vivo y cambiante que fácilmente puede 
acabarse y todos los esfuerzos para sostenerlo y promocionarlo pueden resultar vanos. 
En estos momentos existe una política para la preservación de este Paisaje Cultural Cafetero 
vivo, en la que participan doce ministerios. Resta esperar a que esta estrategia integral 
contrarreste los efectos generados por la falta de prosperidad en el campo, que las familias 
eduquen a sus hijos para conservar las tradiciones y la cultura de las familias cafeteras, y que 
las entidades gubernamentales y académicas no solo lleven a cabo investigaciones sobre el 
relevo generacional en el campo colombiano en general, sino que apliquen estos estudios para 
mejorar la calidad de vida de los campesinos y generar en ellos y en sus hijos el deseo de 
quedarse en sus tierras para trabajarlas y disfrutarlas. 
 
De los 32 jóvenes entrevistados son pocos los que se proyectan en el campo y casi ninguno 
dependiendo del café.

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