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O Jogo na Literatura de Cervantes

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LA PALOMA Y OTROS JUEGOS EN EL PERSILES 
Cristina Castillo Martínez 
"No es posible ignorar el juego. 
Casi todo lo abstracto se puede negar [...]. 
Lo serio se puede negar; el juego, no ". 
(Johan Huizinga, Homo Iudens, p. 14) 
El juego, en sus muchas formas y variantes, ha estado vin­
culado a la vida del hombre desde siempre, aunque no sea exclu­
sivo del ser humano ni de un período del desarrollo de éste, 
puesto que está al margen de edades, sexos, clases sociales o 
épocas históricas. Puede cambiar el motivo que lo suscita, la for­
ma en que se desarrolla o el contexto, pero su existencia no se 
puede negar. En el período que transcurre entre los siglos XVI y 
XVII el juego -dejando al margen el propiamente infantil 
parece estar presente en las diferentes capas sociales de una ma­
nera especial. Ya sea vinculado a fiestas religiosas, a las esta­
ciones o a otros muchos motivos y circunstancias. Bastaba con el 
anuncio de la entrada del cortejo real en una determinada ciudad 
para que ésta se engalanara, o que se celebrara el nacimiento, 
bautizo o bodas reales para que el pueblo lo celebrase con todo 
tipo de juegos, representaciones teatrales, fuegos de artificio, 
etc. 2 Y esto, aludiendo tan sólo a juegos de carácter público, aun­
que también se desarrollaban en ámbitos más restringidos, y tan­
to como ejercicio mental o físico. A estos últimos me gustaría 
dirigir mi atención. 
Buena parte de estas manifestaciones lúdicas aparecen 
reflejadas en la literatura, bien como descripciones más o menos 
pormenorizadas, bien simplemente como alusiones. Sortijas, to­
ros, cañas, torneos y otras fiestas de carácter caballeresco se in­
cluyen en el Guzmán de Alfarache, de Mateo Alemán; por su-
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puesto no faltan en muchos de los libros de caballerías que 
conservamos 3; ni en narraciones de tipo bizantino como las 
Guerras Civiles de Granada, de Ginés Pérez de Hita, en la que 
se nos habla de la sortija y las cañas; y no son pocos los juegos 
citados en los libros de pastores: en La Diana, sin ir más lejos, 
los protagonistas se entretienen jugando al cayado; y en La 
Arcadia, a determinados juegos olímpicos. Hasta aquí no hemos 
salido del campo de la novela, sin embargo también en el teatro 
y en la poesía encontramos ejemplos de estas mismas diver­
siones. Tal es el caso de Lope de Vega, en Los torneos de Ara­
gón o en Porfiar hasta morir, de Fray Luis de León, en la Oda 
primera a Píndaro, o de Luis de Góngora, en sus Soledades, por 
citar sólo algunos, pues la lista sería interminable. 
Y, cómo no, el juego, en sus muchas formas, también está 
presente en la obra de Cervantes. En el libro III de La Galatea, 
un grupo de pastores se entretiene jugando a los propósitos. 
Andrés resulta vencedor en los juegos de bolos, pelota, tiro de 
barra y otros en La gitanilla. En El coloquio de los perros se 
corre "la sortija". Divertimento que, junto a las cañas y a otros, 
como el juego de prestidigitación de maesecoral, se citan tam­
bién en El Quijote. Pero en las páginas que siguen me quiero 
centrar en la obra postuma de Cervantes El Persiles, principal 
motivo que nos ha convocado estos días en la bella ciudad de 
Lisboa. 
Entreveradas en las múltiples peripecias de Periandro y 
Auristela, aparecen algunas actividades de carácter lúdico, que 
en algunos casos no pasan de ser una mera referencia: basta 
asomarse al capítulo 11 del libro II, en el que cuatro barcas con 
las insignias del Amor, la Fortuna, el Interés y la Diligencia 
"corren el palio" para celebrar las bodas de Selviana y Solercio, 
por una parte; y de Leoncia y Carino, por otra. O recurrir al 
capítulo 6 del libro III, en el que aparece una brevísima alusión 
al juego de la argolla, precoz antecedente del criquet. Y poco 
más adelante, al capítulo 13 del libro III, cuando al llegar a un 
mesón Periandro y compañía encuentran a dos hombres jugán­
dose su libertad a los dados. Son, por tanto, varias las alusiones 
al juego que, en la mayoría de los casos, contribuyen tan sólo a 
conformar un contexto, a crear un entorno determinado. Pero no 
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son éstas las únicas descripciones o referencias a actividades 
lúdicas que se dejan ver en el Persiles. Una que llama particu­
larmente la atención es la contenida en el capítulo 22 del primer 
libro. El capitán del navio que ha rescatado a Amístela de la isla 
nevada le relata las fiestas organizadas por el rey Policarpo en 
una isla cercana a la de Iberia. 
Como en muchas otras obras de ficción del momento, las 
pruebas que se celebran para los festejos son las que ellos mis­
mos denominan "juegos olímpicos", aunque luego veamos que 
no guardan, en su totalidad, las características de aquéllos 4, pues 
obviamente no se mantienen todas las pruebas, ni desde luego 
son tan ceremoniosos. Antes de que dé comienzo la primera de 
las competiciones y "cuando ya cuatro corredores, mancebos 
ágiles y sueltos, tenían los pies izquierdos delante y los derechos 
alzados", 5 arriba una nave a las costas en las que se celebran 
estos festejos. De ella desciende Periandro con la intención de 
participar como uno más en ellos. A través de esta historia Amís­
tela recibe las primeras noticias de su hermano, desde que una 
tormenta les obligó a tomar rumbos diferentes. Estamos, por tan­
to, ante un relato contado, escuchado y no sucedido directamente 
ante los ojos del lector, lo que sirve para acrecentar la tensión 
provocada por la distancia de los amantes y por el retraso de esa 
peregrinación a la que, de momento, tan sólo se alude. La reac­
ción de Amístela es bastante sintomática en este sentido, ya que 
se deja vencer por los celos al saber que Sinforosa, la hija del rey 
Policarpo, corona a Periandro con una guirnalda de flores y, 
poco después, se queja de la ingratitud de su hermano por andar 
en juegos, olvidado de ella: 
Ándase buscando palmas y trofeos por las tierras ajenas 
y déjase entre los riscos, y entre las peñas, y entre las 
montañas que suele levantar la mar alterada, a esta su 
hermana que, por su consejo y por su gusto, no hay peligro 
de muerte donde no se halle 6 . 
Sin embargo, la presencia de Periandro en estas fiestas nos 
permitirá presenciar un episodio que, aunque parezca intrasdente, 
se reviste de importancia por su vinculación con la tradición 
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clásica. Entre los certámenes que, con motivo de las fiestas, se 
celebran se encuentran la carrera, la esgrima, la lucha, el tiro de 
barra y la ballesta. Cierra la lista de estos juegos una particular 
competición que habría que considerar una modalidad de tiro con 
arco y sobre la que llamó la atención Carlos Romero Muñoz en su 
edición del Persiles. Aunque no recibe este nombre en ningún 
momento de la obra, me he permitido denominarlo "juego de la 
paloma". Su mecanismo es particularmente interesante. Varios 
participantes compiten con sus arcos en hacer blanco sobre una 
paloma atada con un hilo a una lanza incrustada en la corteza de un 
árbol. El primero de ellos clava su flecha en la lanza; el segundo, 
rompe el hilo; y el tercero, Periandro, atina a la paloma en pleno 
vuelo, para sorpresa y admiración de quienes lo contemplan: 
Pusiéronle luego la ballesta en las manos y algunas 
flechas, y mostráronle un árbol muy alto y muy liso, al cabo 
del cual estaba hincada una media lanza y, en ella, de un 
hilo, estaba asida una paloma, a la cual habían de tirar no 
más de un tiro los que en aquel certamen quisiesen probarse. 
Uno, que presumía de certero, se adelantó y tomó la mano, 
creo yo, pensando derribar la paloma antes que otro; tiró, y 
clavó su flecha casi en el fin de la lanza, del cual golpe 
azorada la paloma, se levantó en el aire; y luego otro, no 
menos presumido que el primero, tiró, con tan gentil certería 
que rompió el hilo donde estaba asida lapaloma, que, suelta 
y libre del lazo que la detenía, entregó su libertad al viento y 
batió las alas con priesa. Pero él ya acostumbrado a ganar los 
primeros premios disparó su flecha y, como si mandara lo 
que había de hacer y ella tuviera entendimiento para 
obedecerle, así lo hizo, pues, dividiendo el aire con un 
rasgado y tendido silbo, llegó a la paloma y le pasó el 
corazón de parte a parte, quitándole a un mismo punto el 
vuelo y la vida 7. 
Con este difícil ejercicio, los rivales de Periandro tratan, en 
vano, de poner a prueba su invulnerabilidad, ampliamente de­
mostrada en todas las anteriores pruebas y ahora nuevamente 
confirmada en ésta. 
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Lo particular de este juego -que , en principio, es tan sólo 
llamativo por lo cruento que resulta ser - es que enlaza directa­
mente con la literatura clásica, pues, como señala Carlos Romero, 
aparece también en \aEneidas y tiempo después enLa Arcadia, de 
Sannazaro. Y aún se puede rastrear más. La tradición grecolatina 
nos brinda otro testimonio. En la Iliada se encuentra un episodio 
de corte semejante. Evidentemente existen variantes, pero los 
episodios narrados en estas cuatro obras tienen, sin lugar a dudas, 
si no un origen común, sí al menos un nexo de unión evidente. 
El primero en el tiempo, el texto de Homero, relata, en el 
canto XXIII, el funeral de Patroclo y los juegos realizados en su 
honor. Teucro y Meríones se enfrentan en esta singular compe­
tición. La flecha de aquél irá directamente al cordel que tiene 
apresada a la paloma. La gloria, por el contrario, le espera a Me­
ríones a quien los dioses permiten alcanzarla de pleno. Este es el 
texto que podríamos tomar como base, y cuya importancia como 
manifestación de estas pruebas de tiro con arco en la antigüedad 
ha sido puesta de manifiesto por varios autores 9. 
Cuatro serán los participantes que, con motivo de los juegos 
funerarios en honor a Anquises, compitan en el libro V de La 
Eneida, en un proceso muy similar al planteado por Homero. 
Hipoconte, Mnesteo, Euritión y Acestes se enfrentan. El único 
vencedor es Euritión, hermano de Pándaro, tal y como recordará 
tiempo después Juan de Mena, en la estrofa 88 del Laberinto de 
Fortuna: 
Pues vimos a Pándaro el dardo sangriento, 
hermano de aquel buen archero de Roma 
que por Mnesteo la libre paloma 
hirió donde iva bolando en el viento 1 0 . 
La Arcadia, publicada en la forma que hoy conocemos (con 
doce prosas) en 1504, ofrece algunas novedades respecto a sus 
modelos. Aún tratándose de juegos funerarios, en este caso en 
honor a Massilia, el blanco de los dardos cambia sustancial-
mente, ya no se trata de una paloma, sino de un lobo; y no se usa 
el arco y las flechas, sino una honda y piedras de sílex, en una 
mayor sintonía con el ámbito pastoril en el que se desarrolla la 
obra. Eso sí, el proceso de lanzamiento es muy similar, echando 
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a suertes el orden de los participantes. Compiten en total cuatro 
jugadores, cuyo acierto es también progresivo: la piedra del pri­
mero pasa de largo; la del segundo choca con el árbol; la del ter­
cero rompe la cuerda; y finalmente la del cuarto hace caer al lobo 
muerto. 
No se conocen o, al menos, no he conseguido localizar, más 
testimonios de este "juego de la paloma". Resulta curiosa, sin 
embargo, la referencia, algo imprecisa, que ya en el siglo XIX 
Mariano José de Larra hace en su obra Jardines públicos, al 
afirmar que: 
Se hallan en el jardín juegos de la sortija, paloma, flecha, 
columpios de barco, escarpolet y otros que se pondrán; un 
gran salón de baile campestre, con su completa orquesta 
militar, y un teatro para juegos de física recreativa, sin 
perjuicio de otras recreaciones que se anuncian por carteles". 
No sabemos si ese juego de la paloma al que alude se refiere 
al que estamos tratando en este momento. En cualquier caso, no 
podemos pasarlo por alto. 
Contamos, por tanto, con cuatro testimonios de este singular 
juego, modalidad del tiro con arco, que, a pesar de que en El 
Persiles se incluya dentro de la denominación de "juegos olím­
picos" hay que decir que no formaba parte del programa atlético 
en Grecia, al menos en sus inicios. Se consideraba, más bien, 
competición efébica, muy cercana a la instrucción militar. Tal 
vez en el Renacimiento cualquier actividad de tipo atlético se 
englobaba bajo este epígrafe. Ya hemos hablado de cómo la con­
cepción de estos juegos fue evolucionando a lo largo del tiempo. 
También la parte lúdica de la cultura clásica fue objeto de 
imitación durante este período. 
Pero, regresando a los testimonios localizados hay que seña­
lar que son de gran importancia, por cuanto nos muestran parce­
las de diferentes momentos de la historia de la literatura, que 
coinciden con la línea de evolución que va de la antigüedad clá­
sica al renacimiento italiano y de éste al español. Homero, Virgi­
lio, Sannazaro y Cervantes no son nombres reunidos ahora como 
producto de la casualidad, de una inexplicable coincidencia de 
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testimonios, sino resultado de un proceso histórico. Nuestro pun­
to de partida es el autor de El Persiles y no es de extrañar que 
éste conociera la Ilíada, la Eneida o la Arcadia, no sabemos si 
como probable alumno de los jesuítas en Córdoba, junto a su 
maestro de formación humanista y erasmista, Juan López de Ho­
yos, o tal vez durante su estancia en Italia, al servicio del carde­
nal Acquaviva, donde pudo estar más en contacto con la cultura 
del Renacimiento y especialmente con la obra de Sannazaro 1". 
Si leemos de manera enfrentada los episodios de estas cuatro 
obras que describen el "juego de la paloma", advertiremos inme­
diatamente la filiación entre ellos por la recurrencia de una serie 
de motivos que se repiten, aunque con algunas variantes, en 
todos (§ Apéndice). En esencia, podríamos señalar seis puntos 
básicos que, además, aparecen descritos de muy similar manera: 
• En primer lugar, la motivación de la prueba. En la ma­
yoría de los casos se incluye dentro de una celebración funeraria, 
para honrar las exequias de algún fallecido (de Patroclo, en la 
Ilíada; de Anquises, en la Eneida; de Massilia, en La Arcadia) o 
simplemente para celebrar una fiesta (en El Persiles). 
• El blanco es siempre un animal: bien una paloma (Ilía­
da, Eneida, Persiles) o bien un lobo (Arcadia). Un blanco vivo 
es un blanco móvil. Resulta más sangriento, pero también au­
menta la dificultad y engrandece aún más al ganador. El animal 
está siempre atado por medio de un cordel a un objeto vertical o 
situado en esta posición: una lanza hincada en un árbol, un árbol 
simplemente o el mástil de una nave sostenido sobre la arena. 
• Compiten 2, 3 ó, a lo sumo, 4 jugadores, que irán acer­
cándose paulatinamente al objetivo: el primero da en el tronco; el 
segundo, en el hilo; el tercero, en el animal, es decir, la dificultad 
va "in crescendo" hasta alcanzar la máxima complicación cuan­
do el blanco, por impericia de uno de los competidores, se con­
vierte en un blanco completamente móvil y, por tanto, más difícil 
de alcanzar. Este hecho crea interés y tensión no sólo en los 
espectadores internos y directos de aquellos juegos, sino también 
en el lector y subraya, además, la condición de héroe o elegido 
del que da en la diana. En El Persiles, el único capaz de ganar 
éste y el resto de los juegos será Periandro' 3 cuya flecha "como 
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si mandara lo que había de hacer y ella tuviera entendimiento 
para obedecerle [...] pasó el corazón de parte a parte", tal y como 
describe Homero la trayectoria del dardo de Meriones en la 
Iliada que "la atravesó de parte a parte". 
• Un sorteo determina el orden de los participantes en 
los episodios de la Iliada, la Eneiday la Arcadia, no así en El 
Persiles. Si bien es cierto que, en este último, la presunción de 
los otros dos competidores les lleva a ser los primeros en lanzar 
sus dardos. Persiles, además, arriba a aquellas costas cuando las 
competiciones ya están organizadas 1 4 . En cualquier caso, enco­
mendar el orden a la suerte o al destino supone una mayor y 
mejor consideración de las cualidades de los héroes, capaces de 
superar las pruebas en cualquier circunstancia por muy compli­
cada que ésta sea. 
• El acierto se recompensa no sólo con honor, sino 
también con algún premio material, ya sea un vaso, un hacha, un 
corzo 1 5 . 
• Y, por último, este juego no se realiza de manera aisla­
da sino con otros. Pero, eso sí, en la mayoría de los casos, se 
produce al final, como colofón de las celebraciones, tal vez bajo 
la consideración de que se trata de una de las pruebas de mayor 
complejidad. 
Estos seis puntos, aunque con sus variantes, se reiteran en 
cada uno de los testimonios aducidos, demostrando así que el 
episodio que Cervantes describe en El Persiles no constituye un 
hecho aislado dentro de la literatura. Pero además también el arte 
nos brinda un ilustrador ejemplo de esta competición. En con­
creto, lo encontramos en un vaso del s. V a .C , conservado en el 
Museo Nacional de Ñapóles, del que habla Roberto Patrucco 1 6 . 
Representa a tres jóvenes disparando sus flechas sobre la imagen 
esculpida de un gallo que se alza en lo alto de una columna. El 
dibujo muestra con claridad la dirección de las tres flechas, una 
que se encamina hacia el cuerpo del animal, otra que le da 
directamente en la cabeza y una tercera, más baja, que alcanza el 
capitel de la columna que sostiene al gallo. No es el mismo ani­
mal, ni permanece atada, pero, por lo demás, esta sencilla pintura 
ornamental cuenta, de manera visual y muy sintética, todo ese 
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relato del que hablaron Homero y Virgilio y que muchos siglos 
después retomarían Sannazaro y Cervantes. 
Podemos afirmar, por tanto, que la línea de la tradición, de 
las fuentes, está marcada. Cuando Periandro tensa su arco está 
emulando indirectamente a Meríones, a Euritión y a Partenopeo, 
y Cervantes, al contarlo, está encumbrando a algunos de los más 
importantes escritores de la antigüedad grecorromana y del 
renacimiento italiano Sin embargo, esta práctica del tiro (no ya 
con arco o con honda, sino tan sólo de tiro), tomando como blan­
co un animal (sobre todo el gallo), no se queda como un reducto 
de una antiquísima tradición que aparentemente concluye en 
Cervantes. Si dirigimos la mirada hacia el folclore popular ac­
tual, encontraremos ejemplos que guardan alguna semejanza. En 
concreto en relación con la celebración de fiestas nupciales en al­
gunos pueblos de la geografía española. En Rades de Pedraza 
(Segovia), según señala José Manuel Pedrosa: 
El protagonista era un gallo vivo, ofrecido por la novia, ves­
tido con pantalones, borlas, lazos y pañuelos de vivos colores, 
que pendía de una vara que sostenía uno de los mozos. Al pasar 
frente al gallo, le era ofrecida al novio una bandeja con tres bo­
las, que debía arrojar con la mejor puntería posible sobre el ani­
mal, después de santiguarse. A veces se gastaba al novio la bro­
ma adicional de calentar las bolas para impedirle apuntar adecua­
damente. Además, el mozo que sostenía la vara de la que pendía 
el gallo, procuraba agitarla en el momento del disparo para difi­
cultar más el acierto. Ello era comprensible, porque si el mozo 
no lograba acertar al gallo, tenía que pagar su "derecho", es 
decir, su precio, a los mozos. Pero si le acertaba, debería pagarlo 
a los casados 1 7 . 
De este tipo de prácticas nos habla también Julio Caro Baroja 
a propósito de las fiestas de Carnaval, en las que el gallo tiene 
una especial presencia (y no sólo en lo que respecta a las cono­
cidas corridas, de las que todavía quedan vestigios en la actua­
lidad). Señala que durante este periodo, caracterizado por lo fes­
tivo, lo carnal, lo ridículo o grotesco, los muchachos elegían a 
uno de ellos a suertes para coronarlo como "rey de los gallos", 
vistiéndolo de una manera especial. Y todos juntos se entretenían 
lanzando naranjas a un gallo. De esa costumbre quedan huellas en 
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no pocos textos de la literatura española. Entre los ejemplos que 
recoge, se encuentra el famoso romancillo "Hermana Marica" 1 8 . 
Y con una caperuza 
con muchas almenas: 
pondré por penacho 
las dos plumas negras 
del rabo del gallo 
que acullá, en la huerta, 
anaranjearemos 
en Carnestolendas 
Pero también se fijó en el refranero. Resultan bastante intere­
santes las palabras de Caro Baroja cuando alude al refrán citado 
en La Celestina "como piedra a tablado" que Gonzalo Correas 
comenta: 
"[...] Solían los caballeros levantar un tablado para 
ejercitarse en él tirar bohordos, como se refiere en muchos 
romances viejos, y en aquellos de los Siete Infantes de Lara, 
y otros del rey don Femando de León. El tablado era un 
madero alto, derecho como un huso, hincado en el suelo, y 
en la parte alta puesto un tablamento cuadrado sobre la 
picota en las fiestas de toros; a imitación de esto, también 
levantaban otros tablados los labradores en regocijos suyos 
de a pie, y en el castillejo metían un cántaro, y dentro del 
cántaro, un gallo vivo, y su fiesta era que elegían un rey, y 
sus duques, y condes, y reina, y duquesas, y condesas, de las 
honradas del lugar y mozas; que con esta llaneza se trataron 
los pasados. El día postrero de los que duraba el reinado 
salían a la plaza o campo donde estava lenvantado el tablado, 
y el rey tiraba el primero una naranja, luego sus príncipes, 
después todo el pueblo, con piedras, procurando cada uno 
derribar el tablado y quebrar el cántaro, y el gallo era del que 
le quebraba; por este tiraban muchas hasta derribarlo, y a 
este uso fue dicha la comparación, y se usa hoy día a la 
banda de Ciudad Rodrigo y León" 1 9 . 
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En definitiva, este particular relato, contado por el capitán 
del navio, que con tanta atención ha escuchado Auristela y que 
La tradición pone en nuestras manos otros ejemplos. Así en 
la aldea gallega de Villanueva de Lorenzana, existía, según la 
documentación, una costumbre que data del siglo XVI y que 
consistía en una fórmula de reconocimiento de vasallaje, en vir­
tud de la cual el día de año nuevo se llevaba al abad del Monas­
terio de San Salvador un pájaro atado con una cinta a una lanza. 
El abad le cortaba algunas plumas para luego soltarlo. Los veci­
nos tenían que elegir nuevos alcaldes, bajo la supervisión del 
abad, y cazar de nuevo al pájaro el día de año nuevo, a más 
tardar el de Reyes, pues si no, se veían obligados a pagar una 
multa en dinero al monasterio. Al pájaro se le conocía con el 
nombre de rey Charlo, reyezuelo o pájaro rey 2 0 . 
Naturalmente estamos hablando de una costumbre diferente, 
realizada con otra finalidad, pero que, en esencia, recoge algunos 
de los más importantes motivos señalados más arriba, a los que 
podríamos añadir, también, la condición de juego, en cierta me­
dida, cruel. 
El "juego de la paloma" y las competiciones de carácter 
olímpico marcan una distancia considerable respecto al resto 
de los juegos aparecidos en El Persiles. Primero, por la 
participación en ellos de Periandro y, segundo, porque su 
protagonismo determinará el encuentro con el rey Policarpo 
y con sus hijas. A partir de éste se desencadenarán una serie 
de episodios de innegable interés, entre ellos el hecho de que 
Sinforosa, una de las hijas del rey, llevada por su amor a 
Periandro, le pregunte por su historia. Labor que el 
protagonista no tarda en asumir, a partir del capítulo 11 del 
libro II, estableciendo de este modo un decisivo cambio en la 
voz narradora. Pues segúnafirma Rafael Lapesa: "La 
aparición del rey Policarpo inicia una cadena de 
acontecimientos en que se decide la suerte del anciano rey y 
de sus hijas; el triunfo del recién llegado en los juegos, 
incentivo de amor para una de ellas, es un aldabonazo del 
destino". 2 1 
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tanto ha desatado sus celos, concluye con la coronación de Pe-
riandro como vencedor por parte de Sinforosa quien, al hacerlo, 
le augura un prometedor futuro: "-Cuando mi padre sea tan 
venturoso de que volváis a verle, veréis cómo no vendréis a ser­
virle, sino a ser servido". 2 2 El breve episodio de El Persiles 
cierra no sólo el capítulo XXII, sino prácticamente el libro pri­
mero. El resto de peripecias que emprenderán Periandro y Amís­
tela, juntos o separados, les hará olvidar este fragmento de su 
vida. Posible anticipo del desenlace al cabo del que, trans­
curridas muchas páginas, muchos viajes por tierras insólitas y 
aventuras sin fin, les esperaba el reencuentro. 
Todo lo dicho nos lleva a considerar que este breve episodio 
XXII de la primera parte del Persiles, que aparentemente puede 
pasar desapercibido al lector, no es un mero adorno que Cervan­
tes quiso incluir dentro de la variedad temática de la que se com­
pone esta obra, sino que refuerza las cualidades especiales que se 
atribuyen al protagonista y, más importante aún, transporta al 
lector experimentado a otros países, a otros autores, a otras obras 
y a otros tiempos. 
Los diversos juegos que Cervantes incluye en El Persiles y 
más en concreto este "de la paloma" tuvieron que ser del agrado 
del público lector, especialmente del cortesano que vería en su 
descripción un ejercicio similar al de la caza, considerada enton­
ces como uno de sus pasatiempos favoritos. Estamos hablando 
de la España del Siglo de Oro, donde, como decíamos al comien­
zo, el juego adquiere una especial importancia: 
Concentrémonos a la España de los Austrias, que era justa­
mente considerada como el emporio de toda suerte de juegos, de 
arte de esgrima, de la equitación, de la danza, del tiro y de la 
caza, cabe afirmar, que la destreza y la agilidad física eran ya 
tenidas como constitutivos diferenciales del varón noble y 
virtuoso 2 3 . 
Cervantes, en este episodio, hace que Auristela y el lector 
viajen no sólo a las tierras del rey Policarpo, sino que logra que 
este periplo vaya más allá del espacio y el tiempo por el camino 
de la tradición -especialmente la clásica- tantas veces por él 
transitado en la mayor parte de sus obras. 
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APÉNDICE 
Homero, ¡liada, Canto XXIII: 
Luego propuso violáceo hierro a los arqueros y depositó 
diez hachas de doble filo y otras diez de filo sencillo. 
Mandó hincar el mástil de una nave, de proa esmaltada de azul, 
lejos sobre el arenal y ató a él una tímida paloma 
por la pata con una fina cuerda. Contra aquella mandó 
disparar con el arco: "El que acierte a la tímida paloma 
recoja todas las hachas dobles y lléveselas a casa. 
Y el que atine a la cuerda y falle al ave, llévese, 
por tener menos puntería, las hachas de filo sencillo". 
Así habló, y al punto se levantó el pujante soberano Teucro 
y también Meriones, el noble escudero de Idomeneo. 
Echaron y agitaron suertes en un morrión, guarnecido de bronce. 
A Teucro le tocó en suerte disparar primero. Al punto arrojó 
el venablo con todas sus fuerzas, pero no prometió al soberano 
sacrificar una ínclita hecatombe de primogénitos corderos. 
No atinó al ave, pues Apolo se lo negó; pero acertó 
junto a la pata, en el cordel al que el ave estaba atada. 
La amarga flecha llegó recta y cortó la cuerda: 
y aquélla voló al cielo, y quedó suelto al lado del mástil 
el cordel mirando al suelo; y los aqueos estallaron en un clamor. 
Entonces Meriones quitó a Teucro a toda prisa el arco del brazo, 
ACTAS V - ACTAS CERVANTISTAS. Cristina CASTILLO MARTÍNEZ. La paloma y otros jueg...
pues la flecha ya la tenía hacía rato, mientras aquél apuntaba; 
y al instante se comprometió con el flechador Apolo 
a sacrificar una ínclita hecatombe de primogénitos corderos. 
Vio en lo alto bajo las nubes la tímida paloma y de pleno 
bajo el ala la acertó, mientras ella giraba en torbellinos. 
El dardo la atravesó de parte a parte y de nuevo en el suelo 
se clavó delante de los pies de Meríones, mientras el ave, 
posándose sobre el mástil de la nave, de proa esmaltada de azul, 
dejaba colgando el cuello y desplegaba las tupidas alas. 
La vida salió volando ligera de sus miembros y lejos de Meríones 
cayó la paloma; y las huestes lo veían admiradas y extasiadas. 
Meríones recogió juntas las diez hachas de doble filo, 
y Teucro se llevó a las cóncavas naves las de filo sencillo. 
El Pelida llevó una pica, de luenga sombra, y un caldero 
intacto por el fuego y adornado con flores, del valor de un buey, 
y los dejó ante la concurrencia. Los lanzadoresde jabalina 
se levantaron: el Atrida Agamenón, señor de anchos dominios, 
y también Meríones, el noble escudero de Idomeneo. 
Entre ellos el divino Aquiles, de pies protectores, dijo: 
"¡Atrida! Sabemos en qué medida superas a todos 
y cómo eres el mejor en fuerza y en tino con la jabalina. 
Recibe por tanto este premio y retírate a las cóncavas naves, 
mientras que le otorgamos la lanza al héroe Meríones, 
si te place en el ánimo; pues yo así te lo propongo". 
Así habló, y no desobedeció Agamenón, soberano de hombres, 
que dio a Meríones la broncínea lanza, y el héroe, a su vez, 
entregó al heraldo Taltibio el magnífico premio del certamen. 
Virgilio, La Eneida, libro V: 
Eneas en seguida invita a los que quieran combatir en el tiro 
con las raudas saetas y designa los premios. Con su pujante brío 
arbola el mástil tomado de la nave de Sergesto y cuelga una paloma 
volandera 
prendida de una cuerda en la punta del madero. Acuden los rivales 
y en un yelmo de bronce recogen las tablillas de nombres que sortean. 
Y entre una clamorosa aprobación el primero de todos sale el nombre de 
Hipoconte, 
el hijo de Hírtaco y le sigue Mnesteo, el vencedor reciente en las regatas, 
Mnesteo coronado de oliva verdecida. 
El tercero Euritión tu hermano, egregio Pándaro, que un día 
al ordenante Palas que anularas el pacto, fuiste el primero 
ACTAS V - ACTAS CERVANTISTAS. Cristina CASTILLO MARTÍNEZ. La paloma y otros jueg...
en disparar tu dardo a los aqueos. El último que queda 
en lo hondo del almete es Acestes, resuelto también él a intentar con su 
mano 
aquel empeño moceril. Entonces curva los flexibles arcos con poderoso 
brío 
según sus fuerzas cada cual y sacan las saetas del carcaj. 
La primera que cruza el espacio lanzada de la cuerda zumbadora 
es la del hijo de Hírtaco. Va azotando las auras volanderas 
y da en el poste y va a clavarse de frente sobre el mástil. 
Se estremece el madero, bate las alas espantada el ave y todo en derredor 
resuena en un aplauso clamoroso. Después, presto ya el arco, 
el brioso Mnesteo afirma en tierra el pie y apuntando a la altura 
tiende ojos y saeta a un mismo tiempo. Pero ¡ay! No consiguió 
por desgracia alcanzar a la paloma. Sólo rompió los nudos v la cuerda de 
lino 
de que pendía el ave trabada por la pata de la punta del mástil. 
Y la paloma huyó tendiendo el vuelo 
y fue a perderse entre los vientos y las oscuras nubes. 
Raudo al punto Euritión, que tenía ya presta la saeta en el arco montado, 
pide a su hermano que escuche su promesa y fijando la vista en la 
paloma 
que batía gozosa las alas por el libre haz de los cielos 
le clava la saeta mientras volaba entre una negra nube. 
Cae exánime a tierra dejando en las alturas su vida, allá entre las estrellas 
y devuelve al caer la saeta que trae atravesada. 
Sólo quedaba Acestes, perdido el galardón de la victoria. 
Con todo dispara su saeta 
a las aladas auras ostentando la destreza antañona 
con que retiñe el arco sonoroso. Entonces se presenta a sus ojos un 
prodigio 
que había de servir de egregio augurio. Lo demostró después un gran 
suceso 
y vates tremebundos proclamaron más tarde su presagio. 
Pues volando la caña fue ardiendo por las aéreas nubes 
y señaló el camino con sus llamas 
y fue a desvanecerse en las delgadas auras, lo mismo que acostumbran 
soltándose del cielo las estrellas voladoras a deslizarse veloces 
por el aire dejando en pos su cabellera 
Sannazaro, Arcadia, prosa undécima: 
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Por casualidad los compañeros de Ergasto habían atrapado un lobo la 
noche anterior dentro del redil, y para una jiesta todavía lo tenían vivo y 
atado a un árbol: con éste pensó Ergasto que se debía hacer el último 
iueeo de aquel día; y volviéndose a Clónico, que aún no se había 
levantado para nada, le dijo: 
-¿Y dejarás hoy a tu Massilia tan deshonrada, que en su memoria no 
tenga de ti para mostrar prueba alguna? Coge, animoso joven, tu honda, 
y haz saber a los otros que tú todavía amas a Ergasto. 
Y diciendo esto, a él y a otros les señaló el lobo atado, y dijo: 
-Quien para defenderse de las lluvias del cenagoso invierno desee 
una capucha o un tabardo de piel de lobo, ahora lo puede conseguir, 
disparando contra aquel blanco con su honda. 
Entonces Clónico, Partenopeo, Montano, vencedor poco antes en el 
palo, y Frónimo comenzaron a preparar las hondas y luego a disparar 
fuertemente con ellas; y después de echar las suertes, salió primero la 
de Montano, la siguiente fue la de Frónimo, la tercera la de Clónico, y la 
cuarta la de Partenopeo. Montano, todavía alegre, poniendo una dura 
piedra de sílex en la red de su honda y haciendo girar ésta con todas sus 
fuerzas alrededor de la cabeza, la dejó salir. La piedra, silbando 
furiosamente, llegó derecha adonde había sido enviada, y quizá habría 
sido la segunda victoria de Montano, tras aquella otra del palo, si el lobo, 
asustado por el rumor, lanzándose hacia atrás, no se hubiese movido del 
lugar donde estaba, haciendo que pasara la piedra de largo. Después de 
Montano lanzó Frónimo, y aunque dirigió bien el golpe hacia la cabeza 
del lobo, no tuvo la fortuna de alcanzarlo; si bien le fue tan cerca que dio 
en el árbol y arrancó un trozo de la corteza. El lobo, atemorizado, 
moviéndose, produjo un gran estrépito. En esto, le pareció conveniente a 
Clónico esperar a que el lobo se apaciguara; y luego, tan pronto como lo 
vio tranquilo, liberó la piedra, que, yendo derecha hacia aquél, golpeó en 
la cuerda con la que estaba atado al árbol, y fue razón suficiente para 
que el lobo, haciendo un esfuerzo superior, la rompiese. Todos los 
pastores gritaron, creyendo que había alcanzado al lobo. Pero éste, 
sintiéndose libre, comenzó a huir rápidamnete; por lo que Partenopeo, 
que tenía ya la honda preparada para el tiro, viéndole atravesar, para 
salvarse, un bosque que a su izquierda estaba, invocó en su ayuda a los 
pastoriles dioses y, dejando salir fortísimamente la piedra, quiso su suerte 
que al lobo, que con todas su fuerzas pretendía escapar, hiriese en la sien 
bajo la oreja izquierda, y, sin dejarle avanzar un ápice, le hizo caer 
muerto al instante. Por ello cada uno quedó maravillado y al unísono 
toda la concurrencia aclamó como vencedor a Partenopeo [...] 
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N O T A S 
' Para éstos, remito al magnífico estudio de Ana Pelegrín, La flor de 
la maravilla. Juegos, recreos, retahilas, Madrid, Fundación Germán 
Ruipérez, 1996. 
2 Teresa Ferrer Valls, "Las fiestas públicas en la monarquía de Feli­
pe II y Felipe III", La morte e la gloria. Apparati funebri medicei per 
Filippo II di Spagna e Margherita d'Austria, M. Bietti (ed.), Florencia, 
Sillabe-Sopraintendenza per I Beni Artistici e Storici di Firenze, Pistoia e 
Prato, 1999, pp. 28-33. 
3 M 3 Carmen Marin Pina, "Fiestas caballerescas aragonesas en la 
Edad Media", Fiestas públicas en Aragón en la Edad Moderna. VII 
Muestra de Documentación Histórica Aragonesa (4 de diciembre de 
1995-21 de enero de 1996), Zaragoza, Diputación, 1995, pp. 109-117. 
4 "No faltan las reminiscencias olímpicas en las obras de nuestros 
escritores del Siglo de Oro, pero causa cierta sorpresa comprobar hasta 
qué punto los hombres del renacimiento no comprendían los íntimos re­
sortes intelecturales o morales que movieron a los dos grandes pueblos 
de Grecia y Roma a los que tanto pretendían admirar. La idea que los 
escritores españoles de los siglos XV1-XVII tenían, por ejemplo, de las 
grandes olimpiadas era el resultado de una extraña mezcla en la que el 
recuerdo de los atletas griegos se entrecruzaba con los del sangriento 
circo romano junto con elementos de tipo medieval y caballeresco. 
Dejando a un lado las evocaciones de tipo arqueológico debidas a la cu­
riosidad y buena fe de Rodrigo Caro son tres las principales interpre­
taciones olímpicas que hemos podido encontrar en nuestros escritores del 
Siglo de Oro:la de Cervantes en Los trabajos de Persiles y Sigismundo, 
la de Góngora en Las Soledades y la del dramaturgo Agustín de Salazar 
y Torres en su pieza titulada, precisamente, Los juegos olímpicos. De 
estas tres interpretaciones la más acertada es, sin duda, la de Cervantes, 
aunque el Rey que organiza los Juegos y los atletas que en ellos toman 
parte son fiel trasunto de la monarquía absoluta del XVII teniendo muy 
poco que ver con los aristos de la democracia ateniense", José Hesse, El 
deporte en el Siglo de Oro. Antología, Madrid, Taurus, 1967, p. 9-10. 
5 Ed. de Carlos Romero Muñoz, Madrid, Cátedra, 1997, p. 262. 
6Op.cit.,p. 268. 
7 Op. cit., p. 266. 
8 Juan Bautista Avalle-Arce, en su edición de El Persiles, tan sólo di­
ce que en estos juegos Cervantes recurre a Virgilio. 
' Véase Roberto Patrucco, Lo sport nella Grecia antica, Firenze, Leo 
S. Olschki Editore, 1972 y Fernando García Romero, Los juegos olím­
picos y el deporte en Grecia, Sabadell, AUSA, 1992. 
l 0 Ed. Maxim Kerkhof, Madrid, Castalia, 1998, pp. 141-143. 
ACTAS V - ACTAS CERVANTISTAS. Cristina CASTILLO MARTÍNEZ. La paloma y otros jueg...
Artículos varios, ed. Evaristo Correo Calderón, Madrid, Castalia, 
1992, p. 435. 
1 2 Vid. Miguel de Cervantes, La Galateo, ed. Francisco López Es­
trada y M a Teresa López García-Berdoy, Madrid, Cátedra, 1995, pp. 16-
17. 
1 3 En referencia a la litada, dice Patrucco: "v'è inoltre una chiara de­
terminazione del bersaglio, concepito con un centro (la colomba) e dei 
margini (la cordicella), ciò che pone la regolamentazione della gara ome­
rica accanto a quella delle moderne gare di tiro a segno, nelle quali i ber­
sagli sono costituiti di anelli concentrici a cui corrisponde un determinato 
punteggio, decrescente dal centro ai margini. La gara, inoltre, è preceduta 
dal sorteggio per determinare l'ordine di tiro ed è anche questo un as­
petto che assegna alla competizione di tiro con l'arco un preciso signi­
ficato sportivo. Interessante, infine, è la conclusione della gara: poiché 
Teucro ha tagliato, con la freccia, la cordicella che teneva legata la co­
lomba, essa prende il volo e la gara si trasforma, per Merione, da una 
prova di tiro a segno con bersaglio fisso ad una di tiro a volo, con 
bersaglio mobile", Op. cit., p. 367. 
1 4 Y, como afirma Rafael Lapesa, "Este procedimiento ingenuo para 
tener en vilo la expectación del lector y para mostrar la superioridad de 
Periandro como dechado humano está de acuerdo con el carácter general 
del relato, basado en la sorpresa y el prodigio", "Góngora y Cervantes: 
Coincidencia de temas y contraste de actitudes". Homenaje a Ángel del 
Rio, en Revista Hispánica Moderna, XXXI (1965), p. 262. 
" "Se lucha o juega "por algo". En primera y última instancia se 
lucha y se juega por la victoria misma; pero a esta victoria se enlazan 
diferentes modos de disfrutarla: en primer lugar como exaltación de la 
victoria, como triunfo, que es celebrado por el grupo con gritos de júbilo 
y alabanza. Como consecuencia permanente tenemos el honor y el presti­
gio. Pero por lo general, al terminar el juego, a la ganancia acompaña 
algo más que el simple honor. Se suele jugar algo, suele haber una 
"puesta". Puede ser de tipo simbólico o de valor material, pero también 
de valor exclusivamente ideal. Ese algo puede ser una copa de oro, una 
joya, la hija de un rey o diez cantavos, la vida del jugador o el bienestar 
de toda la tribu", Johan Huizinga, Homo ludens, Barcelona, Altaya, 
1997, pp. 68-69. 
1 6Patrucco, Op. cit.,p. 368. 
1 7 José Manuel Pedrosa, "Cantos y costumbres nupciales de Rades de 
Pedraza (Segovia)", Revista de folklore. 166 ( 1994). pp. 131-140. 
1 8 Julio Caro Baroja, El Carnaval, Madrid, Taurus, 1979, pp. 77-80. 
1 9 Caro Baroja, Op. cit., p. 80. Cf. Gonzalo Correas, Vocabulario de 
refranes y frases proverbiales (1627), ed. Louis Combet, Madrid, Cas­
talia, 2000, p. 176. 
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José Luis Pensado Tomé, "La caza del Rey Charlo en Villanueva 
de Lorenzana", Literatura y folklore. Problemas de intertextualidad (Ac­
tas del 2° Symposium Internacional del Departamento de Español de la 
Universidad de Groningen 28-30 octubre de 1981, ed. de J.L. Alonso 
Hernández, Salamanca, Universidad de Salamanca-Universidad de Gro­
ningen, 1983, pp. 75-82. 
2 1 "Góngora y Cervantes: Coincidencia de temas y contraste de acti­
tudes", Homenaje a Angel del Río, en Revista Hispánica Moderna, 
XXXI (1965), p. 262. 
2 2 p. 267. 
2 3 Ludwing Pfandl, Introducción al Siglo de Oro. Cultura y costum­
bres del pueblo español de los siglos Xil y XVII, Madrid, Visor, 1994 
(1929'), p. 261. 
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