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EL CEREBRO Y LA MENTE 
DOS MEJOR QUE UNO
Introducción 
Podemos decir que la relación entre cerebro y mente es una relación complicada; por un lado, tenemos científicos que consideran 
que el cerebro es el responsable de toda actividad mental y por ello su estudio sería imprescindible para conocer lo que nos define 
como seres humanos. Y por otro lado, otros consideran que lo mental no se define por el cerebro, sino por otras variables más rela-
cionadas con nuestra propia vida, nuestras vivencias... 
En la actualidad, ambos puntos de vista se han acercado para intentar explicar el comportamiento humano, de ahí el título que se 
ha elegido para este libro: mente y cerebro: dos mejor que uno. Como podemos sospechar el comportamiento humano y su expli-
cación es una tarea compleja que nos obliga a una visión interdisciplinar del tema. Mantener posiciones encontradas posiblemente 
nos haga perder capacidad explicativa y, por ello hemos querido mostrar a lo largo de los diferentes temas cómo poder articular 
diferentes teorías, conceptos, propuestas, etc. Todo ello con la intención de favorecer una mejor comprensión de nuestra conducta. 
Así hemos abordado desde temas sobre el funcionamiento cerebral en procesos básicos (cómo percibimos nuestro mundo, cómo los 
diferentes órganos sensoriales recogen, envían y procesan la información en el cerebro), hasta temas más vinculados con la salud 
(cómo el estrés afecta a la actividad cerebral, por qué se dice que el estrés es beneficioso para nuestro rendimiento y en otros casos, 
por qué se han observado (estrés crónico) que sus efectos sobre el cerebro son nefastos).
Cómo entender el envejecimiento y cómo lograr envejecer de un modo saludable? es otro de los retos que nuestra sociedad ha prio-
rizado, teniendo en cuenta nuestras características demográficas. Dentro de esta temática hemos abordado procesos tan complejos 
como el lenguaje, cómo el cerebro nos permite articular y procesar la información necesaria para un discurso adecuado, procesos 
como la planificación y organización de tareas.
Este libro se ha articulado desde el interés de todos y cada uno de los participantes de estos capítulos en dar a conocer aquellos 
aspectos más destacados del funcionamiento cerebral y mental de una manera clara y sencilla; aunque el cerebro y la mente son 
mundos aún por explorar, conocemos muchas cosas sobre ellos que podemos comprender.
Para terminar hemos elegido un extracto del texto del libro El cerebro íntimo, ya que reflejan en palabras de D. Francisco Mora 
cómo debemos entender nuestro quehacer y nuestras explicaciones:
“Está en la mente de muchos que un verdadero científico, para los estándares actuales, no es ya el que sabe de su disciplina, sino 
aquel que conjunta conocimiento de disciplinas por debajo y por encima de la suya y llega o se motiva a entender y explicar más 
allá de ellas”. (pág. 207, El cerebro Íntimo, ed. Ariel Neurociencia, 1996). 
¿Cómo percibe el cerebro nuestro mundo?
Juan Argüelles Luis (Departamento de Biología Funcional, Universidad de Oviedo). Paula Núñez Martínez (Departamento de 
Biología Funcional, Universidad de Oviedo). María del Carmen Perillán Méndez (Departamento de Biología Funcional, Uni-
versidad de Oviedo)
Los seres vivos se caracterizan por realizar una serie de actividades que les permiten vivir y adaptarse al medio. Estas actividades se 
llaman funciones vitales, y son la Reproducción, la Nutrición y la Relación. En esta exposición trataremos de la última de estas tres 
funciones, la relación, que nos permite identificar, contactar e interactuar con el medio que nos rodea. Ya desde muy antiguo, los 
filósofos de diferentes épocas reconocieron la importancia de esta relación.
“El conocimiento llega al hombre a través de la puerta de los sentidos” (Heráclito, VI a. de C).
 “Todos los conocimientos se obtienen a través de la experiencia sensorial, es decir, de lo que vemos, oímos, palpamos, gustamos y 
olemos” (Locke, Berkeley, Hume, s XIX).
Para conseguir dicha adaptación al medio externo, resulta imprescindible la existencia de un sistema de adquisición y procesamien-
to de la información del mundo que nos rodea. En el fondo, los umbrales sensoriales de dicha información, son los que delimitan 
nuestras capacidades adaptativas. 
Así por ejemplo, somos capaces de detectar:
• Gusto: 1 gramo de sal de mesa, en 500 litros del agua.
• Olfato: 1 gota de perfume pulverizada en un vivienda de tres habitaciones.
• Tacto: el ala de una abeja que se cae sobre un lado de la cara desde una altura de 1cm.
• Oído: el tictac de un reloj a 6 metros en condiciones muy tranquilas.
• Vista: la llama de una vela a 50 km en una noche oscura.
En el primer paso, en esos sistemas sensoriales, participan las vías de entrada de la información, la cual:
·	 Procedente del medio interno y/o externo.
·	 Que se transmite y llega a regiones específicas del Sistema Nervioso Central, provocando la aparición de sensaciones subjetivas.
·	 Se integra e interpreta en el contexto de experiencias previas, dando lugar a las Percepciones Sensoriales.
Todos los sentidos sensoriales comparten tres elementos comunes:
1. Estímulo físico o químico.
2. Transformación del estímulo en impulsos nerviosos.
3. Respuesta a esa señal = percepción o experiencia consciente de la sensación.
 
Sin embargo, se nos plantean dudas del tipo: ¿hasta qué punto son pasivos estos procesos?, ¿es totalmente fidedigna la traducción 
desde la propiedad física del estímulo, hasta la percepción?, ¿extraemos toda la información?.
En el siguiente gráfico puede observarse cómo la información extraída por nuestros sistemas sensoriales es sólo una porción muy 
pequeña del espectro del estímulo físico o químico que incide sobre nuestro cuerpo. 
¿Qué es una estrategia de afrontamiento? Hace referencia al esfuerzo para reducir o mitigar los efectos negativos del estrés, 
estos esfuerzos pueden ser psicológicos y conductuales (Everly, 1989).
 
Receptores sensoriales
Los sistemas sensoriales requieren de Receptores periféricos que actúen como intermediarios entre el mundo exterior y el Sistema 
Nervioso Central (SNC). 
 
Son estructuras especializadas que asumen la función de captar las modificaciones energéticas de su entorno y transformarlas en 
señales eléctricas nerviosas transmisibles que aportan al SNC la información de sucesos externos e internos.
Son los Receptores Sensoriales los que permiten clasificar los sistemas sensoriales en dos grandes grupo:
A) Sensibilidad General o Somestesia.
a. Mecanorrecepción.
b. Propiocepción.
c. Termorrecepción.
d. Nocicepción.
B) Sentidos Especiales.
a. Vista.
b. Oído.
c. Olfato.
d. Gusto.
e. Equilibrio.
A) Somestesia
Los sentidos somáticos proporcionan información sobre lo que sucede en la superficie y en el interior de nuestro cuerpo. Por eso 
los receptores somatosensoriales están repartidos por todo el cuerpo. Estos responden específicamente a una modalidad particular 
de los estímulos ambientales y transducen las diferentes formas de sensación en impulsos nerviosos. 
Los receptores somatosensoriales se agrupan de acuerdo al tipo de estímulo que van a transducir en: mecanorreceptores (tacto y 
presión), termorreceptores (temperatura), nociceptores (dolor) y proprioceptores (posición corporal).
Las fibras nerviosas que conducen la información ascienden hacia el encéfalo por vías sensitivas:
 
Vía del sistema de columna dorsal y lemmisco medial es una vía rápida por la que entra la información procedente de los 
mecanorreceptores y propioceptores de la neurona sensorial del mismo lado del cuerpo que el nervio periférico y el ganglio de la 
raíz dorsal, se cruzan en el bulbo y conectan con el tálamo contralateral, terminando en las áreas somestésicas del lado opuesto a 
los receptores sensoriales. El sistema interviene en la transmisión de las sensaciones táctiles y propioceptivas.
Vía del sistema anterolateral. Las fibras de este sistema tienen su origen en las astas dorsales y se cruzan en lamédula y suben 
por las columnas blancas anteriores del lado opuesto, haciendo relevo en los núcleos del tronco del encéfalo o en el tálamo y de aquí 
a la corteza somatestésica. El sistema anterolateral interviene en la transmisión de las sensaciones dolorosas y térmicas. 
La corteza somatosensitiva es la parte del encéfalo que reconoce dónde se originan los tractos sensitivos ascendentes. Cada tracto 
tiene una región correspondiente en la corteza, por lo que todas las vías sensitivas para la mano izquierda terminan en un área, to-
das las vías para la pierna izquierda terminan en otra área y así sucesivamente. Dentro de la región cortical para una región corpo-
ral concreta, columnas de neuronas están dedicadas a tipos determinados de receptores.
 
 
Termorrecepción
Los receptores de la temperatura son terminaciones nerviosas libres que finalizan en las capas subcutáneas de la piel. Su campo 
perceptivo es de 1 mm y están dispersos por todo el cuerpo.
Se adaptan lentamente entre 20 y 40ºC y los cambios sostenidos indican la temperatura ambiental. Fuera de ese rango de tempera-
turas, en el que la probabilidad de daño tisular es mayor, los receptores no se adaptan.
Hay dos tipos de termorreceptores, los de frío y los de calor. Los receptores de frío son sensibles principalmente a temperaturas 
menores que la corporal y los de calor se activan por encima de los 25ºC. Por encima de 48ºC y por debajo de 10ºC se activan los 
receptores de dolor, aumentando la sensación de calor/frío doloroso.
 
Sustancias picantes y mentoladas
La estructura del picante (capsaicina) es capaz de unirse y activar a los receptores TRPV1 o receptores del calor, que suelen activar-
se con temperaturas superiores a 43ºC. Esta activación de los canales TRPV1 del sistema nervioso periférico y central van a produ-
cir un aumento de la temperatura corporal.
Las plantas que poseen capsaicina son aquellas especies del género Capsicum que han desarrollado este mecanismo de defensa 
para evitar que los herbívoros se alimenten de ellas. Comerse un pimiento picante y que le arda la boca varias horas es una sensa-
ción desagradable para un animal. Sin embargo, las aves son inmunes a la capsaicina y pueden comerla sin sentir ese ardor y calor 
(no tienen receptores TRPV1). De esta forma y gracias a las heces, van a poder difundir las semillas por otras tierras.
El mentol es un agonista selectivo de los canales CMR1 (Cold and Menthol Receptor 1, en castellano sería algo así como receptores 
de frío y mentol 1) a los que también se les conoce como TRPM8 y están localizados en la piel y en algunas mucosas, como las de la 
boca. Estos receptores se activan con el frío ambiental pero algunos compuestos químicos como el mentol o el eucaliptol son capa-
ces de engañarlos activando los TRPM8 y generando un potencial de acción.
Existen pomadas o esprays “refrescantes” con fines terapéuticos, como puede ser el de calmar el dolor, ya que en muchos casos la 
sensación de frío reduce en cierta manera el dolor, como se hace con quemaduras, dolores musculares e incluso ortodoncias denta-
les.
 
B) Sentidos químicos: Gusto y Olfato
Los sentidos químicos son los sentidos más antiguos desde una perspectiva evolutiva, ya las bacterias utilizan la quimiorrecepción 
para detectar su entorno y la mayoría de especies animales la utilizan para localizar alimentos y para la reproducción.
En la especie humana, la función básica de estos sentidos es:
·	 Detección de sustancias que pueden dañar al organismo.
·	 Identificar lo que el cuerpo necesita para sobrevivir y debe ser consumido.
Pero no podemos olvidar el componente afectivo-emocional, que estos sentidos tienen en el ser humano. Muchas especies animales 
son macrosmáticas, con un sentido muy agudo del olfato, que les ayuda a orientarse y delimita su territorio,siendo también im-
portante para la reproducción (feromonas). El hombre es microsmático, menos agudo, aunque la cantidad de dinero que genera 
la industria cosmética da idea de su importancia. Esta diferencia radica no en la sensibilidad de los receptores a las moléculas del 
olor, sino al número de receptores, que es de 10 millones en humanos y hasta 1000 millones en los perros, por ejemplo.
 
El olfato
El sistema olfativo humano consiste en un grupo de neuronas sensitivas primarias, localizadas en el epitelio olfativo, cuyos axones 
hacen sinapsis con las neuronas olfativas secundarias del bulbo olfatorio, que procesará la información entrante. A partir del tracto 
olfatorio, la información viajará a la corteza olfativa (Lóbulo frontal) y también llegarán aferencias al sistema límbico, en concreto 
al hipocampo y amígdala, regiones relacionadas con la memoria y la emoción.
Las células olfatorias ocupan un área de 3 cm2 de epitelio olfativo y son neuronas bipolares con las dendritas hacia la cavidad nasal 
y axón saliendo hacia el bulbo olfatorio. Cada dendrita tiene una proteína receptora que une moléculas olorosas (existen unas 1000 
proteínas distintas), permitiendo discriminar unos 10.000 olores distintos.
Axel y Buck publicaron en 1991 un trabajo conjunto en el que describen una gran familia de alrededor de un millar de genes (un 
tres por ciento de los genes humanos); en 2004 recibieron el premio Nobel por describir cómo el cerebro combina los datos de va-
rios receptores olfativos formando un “patrón” que es “reconocido” como un aroma distintivo. Este mecanismo de tanteo, acierto 
o error del cerebro humano probablemente se repita en toda su organización, desde la formación de ideas a los mecanismos de los 
sentidos. 
Una característica distintiva de estas células olfativas es que se recambian cada 5-7 semanas, siendo el primer lugar del organismo 
donde se describe neurogénesis en la edad adulta. Los cilios de las neuronas olfatorias están expuestos al ambiente externo de la 
cavidad nasal. Estas neuronas se recambian aproximadamente cada mes, pero con la edad se disminuye la capacidad de regenera-
ción, aunque los cambios en el olfato parecen estar relacionados con enfermedades, el tabaquismo y otras exposiciones am-
bientales a lo largo de la vida y no directamente con el proceso del envejecimiento.
La reducción de la capacidad de detectar olores se denomina hiposmia y puede aparecen en enfermedades neurodegenerativas 
como el Párkinson y el Alzheimer. La anosmia es la pérdida completa del olfato. Uno de los primeros síntomas en su detección es 
que las personas que la padecen no sienten el sabor de sus comidas y encuentran toda sustancia insípida por la conexión que posee 
el sentido del gusto con el olfato. Suele ocurrir por trastornos químicos y, generalmente, por traumatismos craneales. Por último, 
la hiperosmia es el aumento exagerado a la sensibilidad a los olores, como ocurre en ocasiones durante el embarazo o en algunas 
enfermedades como la de Addison.
 
El gusto
El gusto es una combinación de cinco sensaciones: dulce, ácido, salado, amargo y umami.
El sabor lo provocan moléculas que se unen a receptores constituidos por papilas gustativas. Muchos de los estímulos que llama-
mos gusto, tienen una gran influencia de los receptores situados en la membrana olfativa. Cada sabor se asocia a una función cor-
poral así el sabor ácido se asocia a la presencia de protones, el sabor salado a la presencia del ión sodio, el sabor amargo a posibles 
componentes tóxicos y los sabores dulce y umami a compuestos ricos energéticamente.
Los receptores del gusto son células epiteliales especializadas localizadas en la cavidad bucal y la lengua, que transmiten la informa-
ción a neuronas y así la información llega a la corteza gustativa localizada en la corteza parietal. Los receptores se unen formando 
las papilas gustativas (entre 50 y 100 células epiteliales); Cada papila gustativa contiene células gustativas que responden a cada 
una de las distintas categorías de gusto.
Estos receptores se renuevan continuamente (cada ≈10 días), restableciéndose las sinapsis constantemente y tienen un umbral 
de excitabilidadmuy alto (han de estar más concentradas en comparación con el olfato). La disminución de la capacidad gustativa 
se denomina hipogeusia y ocurre, por ejemplo, en fumadores.
La incapacidad en reconocer sabores se denomina ageusia y puede ser debida a numerosas causas, químicas, infecciones, etc…
El gusto es un sentido denominado en ocasiones social, ya que se ve influido por factores muy diversos como: cuánto hemos comi-
do, las experiencias previas con los alimentos, nuestra composición genética y el estado nutricional.
Observando el lenguaje en el cerebro
María González Nosti (Departamento de Psicología, Universidad de Oviedo). Beatriz Bermúdez Margarreto (Departamento 
de Psicología, Universidad de Oviedo)
Durante las últimas décadas, la neuropsicología ha experimentado importantes avances gracias al desarrollo de las técnicas de neu-
roimagen, que permiten medir o valorar características del sistema nervioso en general y del cerebro en particular. Entre las funcio-
nes cognitivas que son objeto de estudio por parte de esta disciplina merece una mención especial el lenguaje, ya que es el principal 
instrumento de comunicación con los demás y además es el vehículo que nos permite adquirir destrezas y aprendizajes necesarios 
para la vida. 
Antes de la aparición de la neuroimagen, nuestros conocimientos sobre los procesos lingüísticos en el cerebro provenían princi-
palmente de la evaluación de las funciones cognitivas en pacientes con lesiones cerebrales. El modelo neurológico más popular del 
lenguaje oral fue el propuesto por Wernicke-Geschwind, basado en los estudios de Broca, Wernicke, Lichtheim y Geschwind (1861, 
1874, 1885, 1965), que fue ampliándose y modificándose a través de los años. Según este modelo, el reconocimiento oral de las pala-
bras dependía del área de Wernicke, situada en el área posterior del lóbulo temporal izquierdo; la producción oral, por su parte, de-
pendía del cortex posterior inferior del lóbulo frontal izquierdo, denominado área de Broca. Ambas áreas estaban comunicadas por 
un haz de fibras denominado fascículo arqueado, cuya función principal sería la de posibilitar la repetición. Ambas áreas estarían 
conectadas a su vez con un tercer centro donde se almacenarían los conceptos, que Lichtheim denominó área conceptual. (Figura 
1). El reconocimiento de la palabra escrita, por otra parte, se situaría según Dejerine (1891) en el giro angular izquierdo.
 
Figura 1.
No obstante, este modelo no era capaz de explicar por qué algunos pacientes eran incapaces de leer algunas palabras extranjeras 
pero de uso común (como Hollywood o boutique) mientras que otros, por el contrario, tenían problemas para repetir o leer sólo 
palabras inventadas, pero rendían bien con las conocidas. Estos déficits selectivos sugerían la existencias de varias rutas para la 
repetición y la lectura. 
El auge de la neuroimagen, por tanto, ha permitido descubrir determinadas áreas que también están implicadas en el procesamien-
to lingüístico, así como realizar avances significativos en el conocimiento de la organización del lenguaje en el cerebro. De todas las 
técnicas disponibles, las que más han contribuido al avance en el conocimiento de los procesos mentales son las funcionales, que 
permiten, mediante la medición del flujo sanguíneo, el metabolismo u otros índices fisiológicos, observar la actividad cerebral en 
vivo tanto de personas sanas como de pacientes con algún tipo de lesión cerebral.
Actualmente se sabe que tanto el lenguaje oral como el escrito dependen de todo un entramado de áreas cerebrales y conexiones 
entre ellas mucho más complejo de lo que los modelos anteriores permitían suponer. La tomografía por emisión de positrones 
(PET) ha sido una de las técnicas que más ha contribuido a dichos avances. Esta tecnología permite rastrear en el cerebro molécu-
las, generalmente glucosa, marcadas con isótopos radiactivos. Las áreas cerebrales que se activan durante la realización de la tarea 
consumen una mayor cantidad de glucosa, lo que permite una alta resolución espacial a la hora de establecer los sustratos neuroló-
gicos de los distintos procesamientos.
Uno de los estudios más relevantes sobre el procesamiento auditivo y visual de palabras fue el que realizaron Petersen y colabora-
dores en 1988 utilizando precisamente esta técnica. En dicha investigación se presentaron, auditiva o visualmente, varias palabras 
aisladas a un grupo de participantes sanos. Su tarea consistía o bien en escucharlas o leerlas de forma pasiva, o bien en repetirlas, 
o bien en generar un verbo relacionado con la palabra que se les había mostrado. Los resultados indicaban que tanto las formas 
auditivas como las visuales se procesaban en el hemisferio izquierdo, en el lóbulo occipital en el caso de las palabras escritas y en el 
temporoparietal en el caso de la presentación oral. 
Tanto las asociaciones semánticas como la generación de palabras implicaban al córtex prefrontal (ventral y dorsolateral, respec-
tivamente), mientras que la codificación articulatoria y la programación motora dependían del cortex premotor. Estos resultados 
proporcionan un nuevo modelo anatómico del lenguaje que, hasta cierto punto, contradice el modelo clásico de Wernicke-Lich-
theim.
La resonancia magnética funcional (fMRI) es una técnica aún menos invasiva que la PET, ya que permite medir los cambios en el 
flujo sanguíneo cerebral, por lo que no es necesario inyectar sustancias radiactivas. Esta técnica, que también posee una alta reso-
lución espacial, basa su mecanismo en el aumento de las necesidades de oxígeno y glucosa en las áreas cerebrales activadas durante 
un procesamiento, lo que implica un mayor aporte de sangre para satisfacer tales exigencias. Los estudios del lenguaje llevados a 
cabo con fMRI confirman los obtenidos con PET; no obstante, su carácter no invasivo ha permitido llevar a cabo estudios sobre 
lenguaje en población infantil sin el riesgo de exponerla a dosis de radiación.
Los estudios llevados a cabo en los últimos años mediante estas dos técnicas en diferentes poblaciones han permitido la identifica-
ción de áreas que hasta este momento no se asociaban con el lenguaje, como el cerebelo, que parece estar implicado en la genera-
ción de palabras. Por el contrario, otras estructuras tradicionalmente consideradas lingüísticas según las investigaciones llevadas a 
cabo con pacientes con lesión cerebral, no muestran activación durante los estudios con neuroimagen funcional. Un ejemplo de 
esto es el giro angular izquierdo, que se creía que estaba implicado en la lectura en voz alta y sin embargo no muestra cambio algu-
no durante la realización de este tipo de tareas.
Aunque la fMRI y la PET tienen, como ya hemos comentado, una altísima resolución espacial, su resolución temporal es muy baja, 
por lo que permiten saber dónde está ocurriendo un proceso pero no en qué momento exacto ocurre. Por este motivo, cuando se 
quieren establecer medidas temporales se utiliza otro tipo de tecnología, como la magnetoencefalografía (MEG), una técnica no 
invasiva que se basa en la medida de la actividad magnética y eléctrica del cerebro. La MEG rastrea activaciones cerebrales con una 
resolución de un milisegundo (milésima de segundo), lo que es fundamental cuando lo que queremos es detectar activaciones es-
trictamente sincronizadas con la aparición de los estímulos o establecer la duración de cada una de las etapas de un proceso lingüís-
tico. La mayoría de los estudios sobre lenguaje se llevan a cabo tomando como material palabras aisladas, ya que permiten un ma-
yor control experimental. No obstante, es muy posible que muchos de los conocimientos que ahora tenemos sobre el procesamiento 
lingüístico no sean del todo exactos en lo relativo al procesamiento de frases, pues podría haber implicadas otras áreas cerebrales 
que se ocupen de aspectos semánticos y sintácticos y que sin embargo no necesitan activarse para procesar palabras aisladas. 
 
La MEG, debido a su razonable resoluciónespacial y a su óptima resolución temporal, está contribuyendo a aportar un poco de luz 
sobre esta cuestión. Así, en un estudio de Pylkkänen, Bemis y Blanco (2014), se ha encontrado que en la producción de sintagmas 
del tipo nombre-adjetivo (ej. árbol rojo), los procesos combinatorios comienzan a los 180 milisegundos, lo que sugiere que se acti-
van de forma simultánea con el acceso léxico durante la producción. Además, los resultados muestran un patrón de activación si-
milar para la producción y la comprensión de las combinaciones nombre-adjetivo, lo que podría indicar que nuestro cerebro realiza 
procesos combinatorios funcionalmente similares pero en orden inverso.
Es evidente que todos los procesos cerebrales, incluidos los lingüísticos, dependen de conexiones estructurales entre las distintas 
regiones implicadas y por lo tanto las alteraciones en esas conexiones influirán en la actividad neurológica. En los últimos años se 
ha desarrollado una técnica, denominada imagen por tensor de difusión (DTI), que permite realizar exploraciones de las redes de 
sustancia blanca en el cerebro mediante el rastreo de las moléculas de agua que se deslizan a lo largo de los axones de las neuronas. 
A pesar de ser una técnica de neuroimagen estructural, en combinación con la fMRI está contribuyendo a realizar importantes 
avances en el conocimiento de las conexiones neuronales. Bennett y Rypma (2013), en una revisión de estudios que combinan estas 
dos técnicas encontraron que la integridad de la sustancia blanca y la actividad neurológica correlacionan positivamente, de mane-
ra que en adultos jóvenes, en los que la integridad de la sustancia blanca era mayor también lo era la actividad neurológica, mien-
tras que en ancianos ocurría lo contrario. También encontraron que la relación entre la integridad de la sustancia blanca y laactivi-
dad neuronal variaba con la proximidad espacial de las medidas neuronales.
Así, la Integridad de la sustancia blanca correlacionaba positivamente con la actividad neuronal cuando había una considerable su-
perposición entre las regiones del cerebro de la que se extrajeron las medidas neural (lo que sugiere que las regiones estaban conec-
tadas directamente), pero se observaron relaciones negativas entre regiones no adyacentes (es decir, las regiones que parecía estar 
indirectamente conectadas). No obstante aún no se conoce el mecanismo por el cual la integridad de la sustancia blanca influye de 
forma diferencial en la actividad neurológica de regiones cerebrales conectadas directa vs. indirectamente.
A pesar de que actualmente la neuroimagen permite realizar avances sobre el procesamiento del lenguaje en personas sanas, el 
estudio de los pacientes con lesión cerebral sigue siendo crucial a la hora de poner a prueba las teorías que tratan de explicarlo. No 
obstante, las lesiones que sufren los pacientes son fortuitas y por lo tanto su extensión y localización puede no ser la adecuada para 
los estudios que se plantean los investigadores en un momento dado. Sin embargo, hace 30 años Barker et al. (1985) desarrollaron 
una técnica no invasiva denominada estimulación magnética transcraneal, la cual, mediante la inducción de un campo magnético 
fuerte pero relativamente focal, induce una respuesta de activación o desactivación temporal en el tejido neural subyacente; es de-
cir, actúa como una lesión virtual que puede durar desde milisegundos hasta una hora, dependiendo del tipo específico de estimula-
ción. 
A pesar de que no es propiamente dicha una técnica de neuroimagen consideramos importante mencionarla en este apartado, ya 
que, al igual que en los estudios con pacientes, la TMS puede usarse para extraer inferencias causales sobre la zona “lesionada” y 
su función. Además, la TMS evita algunas de las dificultades de los estudios con pacientes que suelen limitar la interpretación de 
los resultados, como el desconocimiento de las habilidades cognitivas previas a la lesión (podemos medirlas antes de “lesionar”), la 
plasticidad compensatoria que sigue a la lesión o los daños en las fibras subyacentes.
Finalmente, cabe hablar de una última técnica electrofisiológica que ha sido y es ampliamente utilizada en los estudios sobre el len-
guaje. La técnica de los potenciales evocados relacionados con eventos (ERPs) se basa en el análisis de las ondas EEG que se pro-
ducen como consecuencia de la exposición a determinados estímulos. A pesar de no ser una técnica de neuroimagen, en los últimos 
años se han desarrollado varios tipos de software que permiten la localización del origen de la actividad neurológica (localización 
de fuentes). Aún sin ser una localización muy precisa, la alta resolución temporal de los ERPs, unida a su facilidad de manejo y a su 
bajo coste, compensan en parte las desventajas. Debido a sus características particulares (el ruido y los movimientos articulatorios 
de los sujetos distorsionan las ondas), esta técnica ha contribuido especialmente al avance en la investigación sobre el reconoci-
miento de la palabra escrita. A continuación se ofrece un resumen sobre los principales descubrimientos en este tema obtenidos por 
medio de la técnica de los potenciales evocados.
Uso de la metodología de PRE en el estudio de la lectura
La lectura es una actividad cognitiva que permite extraer el significado de los signos gráficos que componen las palabras. Se trata 
de una habilidad que requiere de instrucción explícita y de práctica repetida para conseguir establecer las conexiones neuronales 
subyacentes a los diferentes procesos cognitivos que se desencadenan durante la misma. En este sentido, leer supone cambios ce-
rebrales tanto a nivel estructural como funcional. En cuanto a esa variedad de procesos cognitivos, puede decirse que hoy se conoce 
en gran detalle cuáles son éstos, cómo es su funcionamiento e incluso en qué orden se desarrollan durante la lectura. Los modelos 
cognitivos que explican cómo se desarrolla este procesamiento de la lectura han sido confirmados no solo mediante técnicas con-
ductuales que analizan los tiempos de reacción de los lectores, sino también a partir de técnicas electrofisiológicas y de neuroima-
gen, las cuales han puesto de manifiesto la serie de procesos cognitivos desencadenados durante la lectura así como las diferentes 
áreas cerebrales implicadas en ellos. 
Si bien las técnicas de neuroimagen aportan información imprescindible respecto a la localización cerebral de las diferentes regio-
nes implicadas en la lectura, las técnicas electrofisiológicas presentan la ventaja de ser capaces de registrar la actividad cerebral 
prácticamente en tiempo real (en orden de milisegundos), gracias a su excelente resolución temporal, lo cual las hace idóneas para 
captar el curso temporal del procesamiento cognitivo. Además, estas técnicas recogen actividad neuronal de forma directa, ya que 
registran sinapsis de grandes conjuntos de masas neuronales, mientras que las técnicas de neuroimagen registran cambios metabó-
licos que, al fin y al cabo, son secundarios a los disparos neuronales.
Una de estas técnicas es el electroencefalograma, que registra las fluctuaciones en la actividad eléctrica cerebral provocadas por las 
distintas poblaciones neuronales, a través de una serie de electrodos dispuestos en la superficie del cuero cabelludo de la persona. 
Una variante de ésta es la técnica de potenciales relacionados con eventos, cuya diferencia fundamental respecto de la anterior está 
en que se presentan al participante una serie de eventos o estímulos durante el registro electroencefalográfico. La presencia de éstos 
provoca una serie de cambios en la actividad eléctrica cerebral (en términos de latencia y amplitud de las ondas eléctricas en el cue-
ro cabelludo) que son registrados por el electroencefalógrafo y que se consideran reflejo del procesamiento puesto en marcha por el 
participante en relación a ese estímulo (Núñez-Peña, Corral y Escera, 2004). 
A través de esta técnica es posible estudiar el procesamientocognitivo llevado a cabo durante la lectura. Proporciona gran informa-
ción acerca del curso temporal y el orden de los distintos procesos cognitivos que suceden en ella en apenas unos cientos de milise-
gundos. De hecho, se han descrito algunos componentes o potenciales cerebrales concretos, relacionados con diversos aspectos del 
procesamiento de la lectura. En este sentido, un componente se define como uno o varios picos que aparecen en el promediado del 
registro electroencefalográfico de forma consistente ante un determinado estímulo o tarea, lo cual hace que se les considere como 
indicadores de un procesamiento cognitivo concreto (Coles, Gratton y Fabiani, 1990). 
Uno de los componentes electrofisiológicos más estudiados es el N400 (Kutas y Hillyard, 1980), onda de polaridad negativa cuyo 
pico máximo se da aproximadamente 400 milisegundos después de la presentación del estímulo en cuestión. Este componente, de 
distribución centroparietal, ha sido tradicionalmente relacionado con procesos de integración semántica en diferentes contextos. 
Se ha llegado a entender como un marcador del procesamiento semántico, dependiente del reanálisis llevado a cabo por el lector en 
busca de un significado. 
Otro componente electrofisiológico es el N200, onda que se ha asociado con procesos lingüísticos tempranos, concretamente con el 
procesamiento ortográfico de los estímulos (Nobre, Allison y McCarthy, 1994). Su distribución en el giro fusiforme posterior es dife-
rente en función de si el estímulo visual a procesar es ortográfico, como palabras, pseudopalabras o cadenas de letras, de si no lo es, 
como caras humanas, provocando las palabras mayores amplitudes en el hemisferio izquierdo que los rostros (cuya amplitud pare-
ce mayor en el derecho). Otros estudios indican que este procesamiento ortográfico es incluso más temprano (Bentinet al., 1999). 
Así, el componente N170 presenta sus mayores amplitudes en regiones occipitotemporales izquierdas ante estímulos ortográficos 
frente a otros que no lo son, como cadenas símbolos alfanuméricos u otros patrones visuales no legibles, mientras que éstos provo-
can mayores amplitudes en las regiones análogas del hemisferio derecho. 
Otros componentes electrofisiológicos típicamente relacionados con distintos procesos cognitivos puestos en marcha durante la 
lectura son el N320 o el N350, ambos asociados con el procesamiento fonológico de los estímulos (Bentin et al., 1999). La amplitud 
de la onda N320 es mayor en regiones temporoparietales del hemisferio izquierdo ante estímulos fonológicos legales como palabras 
o pseudopalabras (sin diferencias entre ambos tipos de estímulos) frente a otros no pronunciables como cadenas de consonantes. 
Lo mismo ocurre en el caso del N350, aunque con una distribución en regiones temporales más anteriores. 
Por tanto, las aplicaciones y utilidades de esta técnica son amplias. Dentro del campo de la investigación en lectura, la metodología 
de ERPs ha permitido corroborar los resultados encontrados por estudios conductuales y de neuroimagen y en última instancia, 
confirmar los modelos psicolingüísticos. A partir de esta técnica se ha podido determinar que el procesamiento cognitivo de los 
estímulos es diferente en función sus características psicolingüísticas, según el procesamiento cognitivo requerido por cada uno de 
ellos. Así, aquellas palabras que tienen una menor frecuencia de uso o una mayor longitud provocan mayores amplitudes que las 
palabras de alta frecuencia y que son más cortas (Van Petten y Kutas, 1990; Rugg, 1990; Hauk y Pulvermüller, 2004; Cuetos, Bar-
bón, Urrutia y Domínguez, 2009). 
También se han observado diferencias entre el procesamiento cognitivo llevado a cabo ante palabras conocidas para el lector y 
representadas en su léxico mental y ante otras no representadas y por tanto desconocidas para él (Ziegler, Besson, Jacobs, Nazir y 
Carr, 1997; Bentin et al., 1999; Carreiras, Vergara y Barber, 2005; Fonseca, Tedrus y Gilbert, 2006; Wang y Yuan, 2008), así como 
los cambios en los potenciales cerebrales provocados ante el aprendizaje de nuevas palabras(McLaughlin, Osterhout y Kim, 2004; 
Perfetti, Wlotko y Hart, 2005; Mestres-Missé, Rodriguez-Fornells y Münte, 2007; Batterink y Neville, 2011).
Mediante esta técnica también se ha demostrado que existen diferencias en el procesamiento lingüístico de los mismos estímulos 
en función de la maduración cerebral; es decir, hay diferencias en los potenciales cerebrales provocados por los mismos estímulos 
según el nivel de desarrollo alcanzado por los lectores en el procesamiento cognitivo (Magnie, Kahlaoui, Bailer y Richelme, 2002). 
Por último, la metodología de PRE también se ha utilizado dentro del campo de la rehabilitación del lenguaje. Distintos estudios 
llevados a cabo con pacientes afásicos a consecuencia de lesión cerebral han utilizado la técnica de ERPs como método de evalua-
ción del procesamiento del lenguaje antes y después de la implementación de un programa de rehabilitación.
Se han encontrado correlatos electrofisiológicos en distintas ventanas temporales, junto con datos conductuales de mejora de la 
capacidad lingüística, indicativos de la modulación de las redes neuronales del lenguaje y de recuperación de la función lingüística a 
consecuencia del programa de rehabilitación (Barwood et al., 2011; Laganaro, Morand, Schwitter, Zimmermann & Schnider, 2008; 
Pulvermüller, Hauk, Zohsel, Neininger & Mohr, 2005).
Los estudios acerca de la rehabilitación de la lectura son más escasos. Algunos de ellos, llevados a cabo con población disléxica, han 
encontrado mejoras en la velocidad y precisión de la lectura, acompañadas de cambios en distintos componentes electrofisiológicos, 
a consecuencia de la implementación de distintos programas de entrenamiento lingüístico (Bakker & Vinke, 1985; Li, Chen, Lin, 
Quan, Qiao, Xiao, 2011).
En definitiva, la técnica de ERPs es una herramienta fundamental para el estudio de la relación entre el cerebro y el lenguaje. Ha 
permitido ahondar en el estudio del procesamiento de la lectura y determinar con exactitud cuál es el curso temporal de los distin-
tos procesos cognitivos que se llevan a cabo durante esta actividad. Además, esta técnica ofrece la posibilidad de evaluar la recupe-
ración de esta capacidad lingüística tras la implementación de programas específicos de rehabilitación.
Claves para entender la dislexia evolutiva
Paz Suárez Coalla (Departamento de Psicología, Universidad de Oviedo). Marta Álvarez Cañizo (Departamento de Psicología, 
Universidad de Oviedo)
Para ser un lector competente y fluido es necesario aprender el código alfabético, pero además hay que desarrollar representaciones 
ortográficas de las palabras. En las primeras etapas del aprendizaje de la lectura, los niños convierten cada grafema en su corres-
pondiente fonema, de modo que su lectura es lenta, especialmente cuando se encuentran con palabras largas y desconocidas.
Sin embargo, fruto de la lectura repetida de las palabras, los niños van formando representaciones ortográficas de las mismas, lo 
que les permite leer las palabras como un todo. Esto hace que la lectura, con la experiencia, sea cada vez más rápida, precisa y flui-
da.
Pero no todos los niños consiguen progresar en este aprendizaje adecuadamente, sino que hay un porcentaje de niños que presen-
tan dificultades para aprender a leer, esos son los niños con dislexia. 
La dislexia evolutiva es una dificultad específica y de origen neurobiológico para el aprendizaje de la lectura, dando lugar a la pre-
sencia de múltiples errores de precisión lectora (sustituciones, omisiones, regresiones, inversiones...), además de escasa fluidez.
Se considera que esta dificultad tiene su origen en un trastorno en el procesamiento fonológico que les impide manipular los fone-
mas de la lengua eficazmente (International Dyslexia Society, 1994), y que se pone de manifiesto de forma temprana, cuando los 
niños se enfrentan al aprendizaje del código alfabético. Los problemaspara memorizar y automatizar el código alfabético, a su vez 
dificultan la formación de representaciones ortográficas de las palabras, de modo que para un disléxico las palabras escritas (en 
especial las palabras poco frecuentes y largas) siempre parecen nuevas.
Por esta razón, el paso de la lectura serial (letra a letra o sílaba a sílaba) a la lectura de la palabra como un todo, toma más tiempo a 
estos niños que a los niños sin dislexia (Suárez-Coalla, Ramos, Álvarez-Cañizo & Cuetos, 2014). 
Si bien se considera que los problemas de las personas disléxicas son más llamativos en lenguas opacas (como el inglés), dada la di-
ficultad de las reglas grafema-fonema de estos sistemas ortográficos, en todos los idiomas (español, italiano, francés…) las personas 
disléxicas presentan problemas.
En castellano, una lengua con un sistema ortográfico relativamente fácil de aprender, la característica más llamativa de estas per-
sonas es la escasa velocidad lectora, aunque también cometen errores de exactitud, especialmente si se trata de textos complejos, 
palabras infrecuentes o palabras largas. 
Estos problemas también se manifiestan en la escritura, ya que también para escribir es necesario utilizar el código alfabético. Ade-
más, en escritura, dada la dificultad para formar representaciones ortográficas de las palabras, cometen muchos errores con aque-
llas palabras con fonemas que se pueden representar con dos grafemas distintos (por ej.: “b”, “v”). Pero no sólo nos encontramos 
faltas de ortografía, omisiones, sustituciones o inversiones, sino que hoy en día también se ha constatado (Afonso, Suárez-Coalla & 
Cuetos, 2015) que las personas disléxicas son más lentas a la hora de escribir, tal y como ocurre con la lectura. 
Por otra parte, hay datos que sugieren la presencia de problemas significativos para encontrar las palabras en el lenguaje oral (pro-
blema de denominación o recuperación fonológica), dando lugar al conocido fenómeno de “tenerlo en la punta de la lengua” (en 
inglés “tip of the tongue” o, abreviando, TOT). Asimismo, se ha descrito que las personas con dislexia son más lentas en tareas de 
denominación de dibujos, son menos exactas en la recuperación de palabras largas, infrecuentes y no familiares y hacen más cir-
cunloquios en narraciones orales y habla espontánea.
Los resultados de ciertos estudios indican que los niños disléxicos producen más fenómenos de “la punta de la lengua” que los 
niños sin dislexia; pero estos problemas de denominación no se deben a dificultades a nivel semántico, ya que tienen información 
semántica de las palabras que no consiguen recuperar.
Estas dificultades a la hora de nombrar han sido encontradas en diferentes lenguas (p. ej.: holandés: Yap & Van der Leij, 1993; es-
pañol: Suárez-Coalla, Collazo & González-Nosti, 2013; Novoa & Wolf, 1984), relacionándolas con una dificultad para recuperar las 
representaciones fonológicas de las palabras que estarían almacenadas en la memoria a largo plazo (Torgesen, Wagner, & Rashotte, 
1994).
Todas las dificultades comentadas suponen un gran esfuerzo para los niños disléxicos a la hora de llevar a cabo sus actividades es-
colares. Así pues, es fácil constatar cómo aumentan los errores en la lectura de textos largos o cómo su letra empeora cuando llevan 
un tiempo escribiendo. Pero además, los niños disléxicos se quejan ante la dificultad para realizar copias de la pizarra, para termi-
nar las tareas escolares, o para terminar los exámenes, llevándoles en ocasiones a desarrollar sentimientos adversos hacia todo lo 
académico.
Por último, recientes estudios ponen de manifiesto que la dislexia persiste en la edad adulta (Afonso, Suárez-Coalla, & Cuetos, 
2015; Callens, Tops, & Brysbaert, 2012; Martin, Cole, Leuwers, Casalis, Zorman, & Sprenger-Charolles, 2010; Suárez-Coalla & Cue-
tos, 2015). Estos trabajos en diferentes sistemas ortográficos (inglés, español,…) han permitido constatar este hecho, poniendo de 
manifiesto que adultos (con estudios medios y superiores) presentan una lectura y escritura significativamente más lenta y con más 
errores que adultos sin dislexia. Como podemos ver, la dislexia no es un obstáculo para llevar a cabo estudios superiores, si bien el 
esfuerzo siempre será mayor que el de personas sin dislexia.
Según lo dicho, la dislexia es una dificultad con grandes repercusiones en el ámbito académico y personal de aquellas personas que 
la padecen, ya que la lectura (y la escritura) está altamente presente en nuestras vidas; por ello, ayudar a superar estas dificultades 
ha de ser un reto importante para todos los profesionales relacionados con el mundo académico.
Estrés y cerebro: compañeros en la salud
Azucena Begega Losa (Departamento de Psicología, Universidad de Oviedo)
Que el término estrés es mundialmente conocido y usado es un hecho indiscutible; en nuestra sociedad nuestro compañero infati-
gable es el estrés. Se encuentra presente en todas y cada una de las situaciones vitales que nos vemos obligados a vivir por el mero 
hecho de existir. Esta convivencia es una de las razones que nos ha guiado a su estudio en profundidad siendo uno de los temas de 
investigación en el ámbito de la Salud que más interés suscita.
Como José Enrique Campillo escribió en su libro El mono estresado (2012), siempre hay una cuestión que aparece: ¿de qué habla-
mos realmente cuando decimos estrés?. Como el mismo autor manifiesta en la primera página de la obra, seguramente alguna vez 
nos hemos visto atrapados por el estrés; así, hemos sentido palpitaciones, sudoración (y no por el calor del verano), opresión en el 
pecho, etc. Todas estas reacciones se consideran respuestas de estrés y podemos ver que pueden ser señales de aviso ante un posi-
ble malestar o situación fisiológica de peligro. 
Esta asociación entre riesgo, peligro y estrés ha favorecido que hablemos de él asociándolo con aspectos negativos; así, decimos que 
estamos estresados, cuando las exigencias o demandas de determinadas situaciones nos superan, creyendo que no tenemos recur-
sos para poder solventar dichas exigencias. Todas estas respuestas se deben, en la mayoría de los casos, a situaciones que generan 
o inducen estas reacciones de alarma o respuestas de estrés. Siguiendo a Selye, el estrés sería un patrón inespecífico de respuestas 
fisiológicas del organismo ante una determinada situación o demandas requeridas. En el libro El mono estresado se nos ofrecen 
ejemplos de situaciones vividas por nosotros en algunos momentos que podrían inducir estas respuestas: 
“Hoy en día, la mayor parte de los sucesos que desencadenan la respuesta de estrés surgen de los acontecimiento de nuestra vida cotidiana 
y abarcan un amplio espectro de situaciones. (…) abusar de la sal en las comidas, atracarse de dulces, exponerse a una elevada altitud, la 
amenaza de un perro que nos ataca, asistir a una reunión para pactar condiciones de nuestro divorcio, cuidar de un familiar gravemente enfer-
mo o incapacitado, el salario que no alcanza para cubrir las necesidades de la familia.”
(pág. 8. Libro El mono estresado).
Como se extrae del texto todas estas situaciones suponen una mayor exigencia en el organismo ya sea por un cambio fisiológico 
como por ambientes o variables externas que producen estos cambios. Pero, estos cambios no tienen por qué ser considerados ne-
gativos para el sujeto que los manifiesta, de hecho se considera que el estrés es un mecanismo de supervivencia que nos permite re-
accionar y responder a las demandas de una manera adaptativa. Entonces la pregunta es clara ¿cuándo el estrés se vuelve dañino? 
Para responder a esta pregunta debemos tener en cuenta varios procesos: homeostasis, alostasis, habilidades de afronta-
miento, etc. Todos estos términos se combinan o entrelazan para dar una explicación de cuándo y cómo el estrés actúa y cuáles 
son sus efectos. Con respecto al término homeostasis, Cannon en 1932 hace referencia a ella como la capacidad para la autorregu-
lación del organismo y para mantener su equilibriointerno. Este equilibrio se debe principalmente a la acción coordinada de siste-
mas fisiológicos que permiten una respuesta rápida. Cuando hay un desequilibrio o cuando esta capacidad de ajuste se ve reducida, 
¿qué ocurre?
En relación con esto, en 1988 Sterling y posteriormente McEwen (2002) emplean el término alostasis y carga alostática para refle-
jar cómo es posible una respuesta mucho más dinámica del organismo ante posibles estresores. La alostasis hace referencia a que 
ante la gran cantidad de situaciones estresantes se producen siempre cambios y ajustes de los diferentes sistemas fisiológicos para 
dar respuesta a estas demandas. 
 
Este proceso implica unas respuestas fluctuantes continuas de los sistemas fisiológicos, no sólo para activar las respuestas ante una 
situación determinada, sino también para reducir estas respuestas cuando ya ha desaparecido la situación que la ha provocado. 
 
Figura 1. Imagen que ilustra los factores que influyen en nuestro nivel de alostasis. Cap. 13. Sistema nervioso autónomo. Cardi-
nali, Daniel. (2007) Neurociencia aplicada: sus fundamentos. Editorial Panamericana.
Si tenemos mecanismos dinámicos que intentan dar respuesta a las exigencias ambientales, ¿qué ocurre para que no sean eficaces? 
En este momento, es cuando aparece el término carga alostática. Hace referencia a los efectos de una exposición repetida de las 
hormonas y sistemas fisiológicos asociados al estrés. Se describen varias situaciones que pueden aumentar la carga alostática: a) 
exposición repetida y frecuente a estresores múltiples; b) falta de adaptación de las respuestas de estrés ante la misma situación ( 
refleja una falta de adaptación, ej.: uno de cada 10 oradores siempre mantienen la respuesta de estrés ante una conferencia , aun-
que se repita la situación); c) manteamiento de la respuesta de estrés de un modo prolongado aunque ya la situación ha cesado.
 
Figura 1B. Esquema que representa aquellas situaciones en las que provocan un aumento de la carga alostática y por ello una 
mayor vulnerabilidad del sujeto al estrés. Cap. 13. Sistema nervioso autónomo. Cardinali, Daniel. (2007) Neurociencia aplicada: 
sus fundamentos. Editorial Panamericana.
El tipo de situaciones o estresores que se encuentran presentes en nuestra vida se han clasificado como:
o Físicos o externos al sujeto: temperaturas extremas, ruido, altitud, choques eléctricos, inmovilización, luz, agresiones 
físicas...
o Biológicos: privación de agua o alimentos, privación de sueño, cambios bruscos de horarios... 
o Psicológicos (asociados a emociones negativas): miedo, inseguridad, soledad, tristeza, celos, culpa, hostilidad, envi-
dia, etc...
o Sociales: separaciones, pérdidas, fracasos, problemas económicos...
Como ejemplo, se ha observado que las personas estresadas que no pueden controlar de modo adecuado la mayor demanda física e 
intelectual tienen una tendencia aumentada a presentar problemas cardiovasculares; así, se ha considerando que uno de los índices 
de carga alostática es por ejemplo la presión arterial sistólica, la excreción nocturna de cortisol y el cociente HDL/colesterol total. 
Otro ejemplo que Danield Mauss (2015) muestra en la revista Industrial Health es cómo evoluciona el proceso ante una situación 
de estrés laboral hasta desembocar en una disfunción en la salud.
Se hace hincapié en los factores psicosociales que pueden desencadenar este proceso disfuncional (figura 2):
 
Figura 2
Para este autor ocurre un estado de estrés psicosocial cuando una serie de demandas inusuales o excesivas amenazan el bienestar 
o integridad de una persona. En el intento de dominar la situación se corre el peligro de que los recursos de afrontamiento se vean 
superados, llevando a una perturbación en el funcionamiento, dolor, enfermedad o incluso muerte. 
Por último, asociado al estrés se encuentran las habilidades de afrontamiento. Lazarus y Folkman (1986) definen como afronta-
miento los esfuerzos cognitivos y conductuales cambiantes que se desarrollan para manejar las demandas internas o externas eva-
luadas como desbordantes de los recursos de los individuos. 
 
El modo en que un sujeto interpreta una determinada situación y decide hacerle frente, también determina que esa situación in-
duzca una serie de respuestas de estrés y sus efectos. Así, se diferencian varias fases en el proceso de evaluación de la situación que 
un individuo realiza: 
A) Evaluación automática de la información procedente del estímulo estresor.
B) Evaluación primaria: gracias a ella la persona evalúa las demandas de la situación, es decir, el sujeto analiza si en la situación hay 
algún componente estresor. Para Lazarus y Folkman las situaciones que pueden ser estresantes pueden suponer un año o pérdi-
da, amenaza y desafío. 
C) Evaluación secundaria haciendo referencia a los recursos que tenemos para poder afrontar la situación y sus demandas.
D) La toma de decisiones sobre qué conducta debemos de seguir. En este caso la posibilidad de respuesta puede ser desde no hacer 
nada, evitar la situación, huir de ella o intentar afrontarla y controlarla. 
También se han realizado estudios sobre el tipo de sujetos y sus estilos de valoración ante situaciones de estrés:
·	 Sujetos autorreferentes: se centran en sí mismos, más que en las demandas. Les preocupa cómo les afecta, cómo se sienten y 
no prestan atención al medio. No tendrán claves para orientar conductas inadecuadas con consecuencias negativas aumento de 
malestar aumento de activación.
·	 Sujetos autoeficaces: tienen alto concepto de su propia eficacia, aprenden a desarrollar habilidades, se centran en analizar las 
exigencias de la situación para poder dar respuestas adecuadas y sus conductas suelen ser adecuadas para afrontar el estrés.
·	 Sujetos negativistas: niegan la existencia del problema, sobre todo en las situaciones en las que perciben que no pueden hacer 
nada. Sus conductas no son adecuadas para solucionar problemas, pero no se angustian. No solucionan el problema, pero no 
presentan correlatos negativos de activación fisiológica excesiva o el deterioro consecuente con ella.
Las estrategias de afrontamiento son los elementos y/o capacidades, internos o externos, con que cuenta la persona para hacer 
frente a las demandas de la situación o acontecimiento potencialmente estresantes. Comprenden todas aquellas variables perso-
nales y sociales que permiten que las personas manejen las situaciones estresantes de manera más eficiente, lo cual se debe a que 
experimenten pocos o ningún síntoma al exponerse a un estresor o que se recuperen rápidamente de su exposición.
Las respuestas de estrés que nuestro organismo pone en marcha ante determinadas situaciones se encuentran distribuidas en va-
rias etapas que Selye planteó en el Síndrome de Adaptación General que vemos en la figura:
 Selye propuso el Síndrome General de Adaptación al estrés. Incluyo diferentes fases de las respuestas fisiológicas del estrés y sus 
consecuencias para el individuo.
Teniendo en cuenta estas fases se describen brevemente las respuestas fisiológicas implicadas: 
Fase de alarma. Se ponen en funcionamiento una serie de mecanismos de alerta y de respuestas rápida ante situaciones poten-
cialmente peligrosas. Estas respuestas son mediadas principalmente por el sistema nervioso periférico. Así, ante una situación 
determinada de riesgo , peligro o incertidumbre, el organismo muestra unos cambios:
• Se produce una movilización de las defensas del organismo. 
• Aumenta la frecuencia cardiaca. 
• Se contrae el bazo, liberándose gran cantidad de glóbulos rojos. 
• Se produce una redistribución de la sangre, que abandona los puntos menos importantes, como es la piel (aparición de palidez) 
y las vísceras intestinales, para acudir a músculos, cerebro y corazón, que son las zonas de acción. 
• Aumenta la capacidad respiratoria. 
• Se produce una dilatación de las pupilas. 
• Aumenta la coagulación de la sangre. 
• Aumenta el número de linfocitos (célulasde defensa). 
En esta primera fase, los responsables principales de estas respuestas son el sistema nervioso simpático y sistema somático para la 
regulación de la tensión de los músculos esqueléticos. 
Fase de resistencia. Durante esta fase el organismo intenta superar, adaptarse o afrontar la presencia de los factores que percibe 
como una amenaza o agente nocivo y se producen las siguientes reacciones:
• Los niveles de corticoesteroides se normalizan. 
• Reducción de la respuesta simpático.
• Tiene lugar una desaparición de la sintomatología. 
Fase de agotamiento. Ocurre cuando la agresión se repite con frecuencia o es de larga duración, y cuando los recursos de la per-
sona para conseguir un nivel de adaptación no son suficientes. Conlleva lo siguiente:
• Se produce una alteración tisular. 
• Agotamiento físico y psicológico: aparición de síntomas depresivos.
• Aparece la patología llamada psicosomática. 
• Importancia de la respuesta del sistema inmune sobre la aparición de enfermedades.
Por último, se exponen algunos ejemplos para mostrar la relación entre las enfermedades cardiacas y estrés, como en el caso de 
sujetos hostiles, que sufren más episodios de isquemias miocardiacas transitorias. 
Las isquemias miocardiacas transitorias se definen como periodos breves en donde existe un inadecuado flujo sanguíneo a 
los músculos del corazón. 
La respuesta de estrés disminuye el flujo sanguíneo que llega al estómago para suministrar oxígeno y glucosa a otra parte del cuer-
po. Aumenta la producción de ácido clorhídrico en el interior del sistema gastrointestinal disminuyendo las defensas del estómago, 
lo que constituye un factor primordial en la formación y empeoramiento de úlceras gástricas. Facilita la infección por bacterias que 
pueden dañar las paredes del aparato digestivo.
En el ámbito de la salud es importante destacar la relación de estrés y sistema inmune. Se han visto cómo, en situaciones de estrés 
continuado, éste induce una respuesta de inmunosupresión (reducción de la respuesta de defensa), estando así el individuo expues-
to a una mayor vulnerabilidad a la acción de virus, bacteria, etc.., es decir, a agentes nocivos para la salud. 
La relación entre estrés y sistema inmune explica aquella vulnerabilidad a enfermedades que aparece cuando hemos pasado una 
situación de estrés continuado. Es importante recordar que el cortisol es un agente inmuno supresor, por lo que un estado conti-
nuado de cortisol podría facilitar esta vulnerabilidad. Así, en general las consecuencias del estrés continuado se reflejan en: 
§	Fatiga, debilitamiento muscular, diabetes esteroidea.
§	Hipertensión arterial.
§	Infarto de miocardio.
§	Úlceras.
§	Supresión de la ovulación, impotencia, pérdida de la libido.
Estrés y cerebro, ¿cómo es esa relación?
Aunque la mayoría de los estudios clásicos sobre el estrés se han centrado en las respuestas anteriormente descritas, el estrés tam-
bién influye en el cerebro como en cualquier otro órgano. Y cómo ya anteriormente hemos dicho “no es ni bueno ni malo tener 
estrés... depende…?.
En las últimas décadas, se ha estudiado cómo el estrés puede afectar a los procesos de aprendizaje y memorización. Y cómo estos 
procesos se ven relacionados con el cerebro. ¿Qué ocurre en este enigmático órgano cuando estamos estresados y tenemos que 
estudiar? Para entender el proceso debemos de partir de la curva de Yerkes y Dodson propuesta en 1908. Esta curva nos indica 
que la relación entre estrés (activación) y el rendimiento tiene forma de U invertida. Esto supone que para conseguir un adecuado 
rendimiento en una tarea se requiere un nivel de activación (también llamado arousal) intermedio. Por lo tanto, una escasa activa-
ción (producida por, por ejemplo, una falta de interés por la tarea, o por encontrarnos en una fase de relajación previa al sueño) no 
favorece unos buenos resultados, al igual que una sobreexcitación. 
Para resumir, el rendimiento se verá dificultado a medida que el nivel de activación se aleje del sujeto (nivel medio). “Ni poco ni 
mucho”, por decirlo en un lenguaje coloquial. Consecuentemente, cada tarea exige un determinado nivel de estimulación ambiental 
para conseguir un “arousal” adecuado. Aumentos o disminuciones de la estimulación ambiental afectarán al rendimiento.
¿Cómo esto puede asociarse esto con el cerebro y a su nivel de activación? En las últimas décadas, el estudio de esta relación ha 
potenciado multitud de investigaciones, llegándose a varias conclusiones: 
• El cortisol es uno de los principales responsables del nivel de activación cerebral. 
• Los efectos del cortisol sobre el cerebro siguen un patrón muy similar a la U invertida. 
• En el papel potenciador del cortisol sobre el aprendizaje hay una región cerebral directamente implicada: el hipocampo. 
• Esta región clásicamente se ha asociado a procesos de memoria declarativa, a recuerdos de información adquirida a lo largo de 
los años.
Figura 3. Modificado de Stress: metaplastic effects in the Hippocampus (1998). (Kim, J.J. and Kenneth S. Yoon. Trends in Neuro-
science.
Sin embargo, este efecto potenciador se ve mermado cuando los niveles de cortisol aumentan. Así se observa que en esos casos 
hay incluso una reducción de las dendritas de regiones hipocampales, acompañada con una pérdida de volumen del hipocampo en 
general. De nuevo, niveles elevados de cortisol parecen dificultar y deteriorar todos aquellos mecanismos moleculares que habían 
favorecido la memorización.
Figura 4: Imagen que muestra cómo es el efecto del estrés psicosocial en las neuronas piramidales del hipocampo (CA3). 
Se ha observado, por ejemplo, que en el caso de pacientes con estrés postraumático (como los excombatientes) muestran un hipo-
campo reducido en volumen, teniendo problemas de recuerdo de tareas que han realizado. Por ello, una reducción en su volumen 
podría dificultar el recuerdo de la información y los procesos de retención. Esta pérdida de volumen se relaciona con una pérdida 
de conexiones de las dendritas que forman parte de la neurona. (figura 5).
Figura 5: Región hipocampal reducida en pacientes que muestran trastornos por estrés postraumático (PTSD).
Pero los efectos del estrés no sólo se restringen al hipocampo; otra región cerebral importante para nuestro funcionamiento cog-
nitivo se ve afectada por el cortisol: la corteza prefrontal. (figura 6). Esta región se relaciona con las funciones ejecutivas. Estas se 
definen como todas aquellas operaciones que realizamos cuando estamos buscando un objetivo o meta, planificamos una tarea, 
realizamos procesos de abstracción, etc. Se han asociado estas funciones con otras como la atención, memoria de trabajo en donde 
la corteza prefrontal también participa. 
Figura 6. Corteza prefrontal en cerebro humano (coloreada en rojo).
Entre los cambios asociados al estrés en esta región se observa también una reducción en las dendritas, reduciendo así el número 
de conexiones de las neuronas de las sinápticas se ven reducidas.
Figura 7. Ilustración que muestra los cambios producidos en las dendritas de regiones prefrontales ante situaciones de estrés 
crónico. Como se observa, hay una reducción de la longitud de las dendritas y una pérdida de las mismas, además de verse redu-
cido su tamaño tanto en las dendritas cercanas (basales) como en las dendritas más alejadas del cuerpo neuronal. (Radley, J.J. 
(2012). Front. Behav. Neuroscience).
Como ya hemos comentado, esta región prefrontal se encuentra relacionada en funciones cognitivas importantes como la memoria 
de trabajo, la toma de decisiones, la abstracción. Por ello todos estos efectos del estrés podrían tener una repercusión crucial para el 
funcionamiento cognitivo en sujetos que padecen situaciones de este tipo. 
 
Aunque se ha avanzado mucho en el conocimiento de cómo el estrés puede afectar al cerebro, aún quedan preguntas sin contestar. 
¿Cómo las habilidades de afrontamiento pueden influir en que los efectos cerebrales sean unos u otros? o ¿esposible una recupera-
ción funcional del cerebro alterado por factores estresores? son cuestiones que siguen siendo foco de atención de disciplinas vincu-
ladas al campo de la salud. Por ello, queda aún mucho camino por recorrer.
 
 
¿Dónde estoy y a dónde voy?
Clara Zancada Menéndez (Departamento de Psicología, Universidad de Oviedo)
La orientación espacial es el proceso cognitivo que nos permite interpretar, configurar e interactuar con el medio que nos rodea 
(Waller y Nadel, 2013). Este proceso resulta vital en el reino animal, sobre todo en los procesos migratorios, pero también, es im-
prescindible en nuestro día a día. De hecho, gracias a la cognición espacial, realizamos tareas cotidianas como tomar atajos en 
nuestra ciudad, recordar dónde hemos dejado las llaves, localizar la puerta de embarque en un aeropuerto, encontrar nuestro coche 
en un parking o localizar una sección específica en unos grandes almacenes. El estudio de este proceso cognitivo ha ido en aumento 
en los últimos años, al ser una de las primeras quejas subjetivas que aparecen con el envejecimiento. En este capítulo, se pretende 
dar a conocer la relevancia de los procesos de orientación espacial a través de distintos estudios científicos. Además, desvelaremos 
qué mecanismos utilizan algunos animales para orientarse, o si es verdad que las mujeres se orientan peor que los hombres. Por 
último, se darán algunas recomendaciones para mejorar nuestro sentido de orientación en el día a día.
¿Qué nos descubre el reino animal?
The advances that were made in navigation were always parts of a surrounding culture. (Hutchins. Cognition in the wild). 
Comprender cómo algunos animales son capaces de mantener la orientación durante largas migraciones ha sido una de las pregun-
tas claves para la comprensión de los procesos de orientación en el reino animal.
Las migraciones son consideradas un método adaptativo que realizan algunas especies con el fin de encontrar alimento, evitar 
climas adversos, huir de los depredadores o tener descendencia. Por ello, la supervivencia de algunas especies animales depende en 
gran medida de la capacidad de orientarse durante los largos periodos migratorios.
Este es el ejemplo de la tortuga marina que comienza su vida emprendiendo ya una compleja migración desde la costa de Florida 
hasta el Atlántico Norte. Cabe apuntar que este proceso de orientación en mar abierto, que las tortugas marinas realizan nada más 
nacer, ha supuesto para el ser humano un reto durante siglos. Ejemplos similares son los pingüinos emperador de la Antártida o las 
mariposas monarca de California. 
 https://www.youtube.com/watch?v=uy0gv6iiOYo
Pero parece ser que el ave marina Charrán Ártico (Sterna paradisaea) es el que realiza las migraciones estacionales más largas de 
todo el reino animal. Esta ave recorre aproximadamente unos 70.000 km al año, yendo desde las regiones árticas de Groenlandia 
hacia el Océano Antártico (figura 1). 
 https://www.youtube.com/watch?v=uy0gv6iiOYo
https://www.youtube.com/watch?v=uy0gv6iiOYo
Figura 1. Esta imagen muestra las pistas de geolocalización de estas aves durante su proceso de migración. En verde se muestra 
el recorrido que realizan durante el otoño, en rojo durante el invierno y en amarillo en primavera. (A) En las costas de África 
Occidental. (B) En las costas de Brasil (Ref. Egevang y cols. 2010).
A este respecto, dada la precisión con que se orientan los animales en las migraciones, muchas investigaciones han tratado de des-
cubrir qué sistemas utilizan para orientarse. Una de las hipótesis apunta a la existencia de ciertas células nerviosas que contienen 
depósitos de hierro. La función de éstas, sería detectar los campos magnéticos de la tierra, lo que permitiría tomar como referencia 
espacial los puntos cardinales (Norte, Sur, Este y Oeste) (Putman y cols, 2011; Goul. 2008). Investigaciones recientes parecen indi-
car que dichas células ricas en hierro en las aves no serían neuronas, sino células del sistema inmunológico (macrófagos) implica-
das en la regulación del hierro en el organismo. 
Además, la hipótesis de que la orientación de las aves se basa en la interpretación de las ondas magnéticas parece reforzarse con el 
estudio reciente de Engels y cols. (2014). En éste, trataron de comprender por qué los pájaros del campus de la Universidad de Ol-
denburgo (Alemania) mostraban una conducta de desorientación. Los investigadores llegaron a la conclusión de que tal desorienta-
ción era debida a la interferencia de las múltiples frecuencias emitidas por radios y antenas de telefonía. Así, cuando estos forraron 
con papel de aluminio las casas de las aves y las pusieron en contacto con el suelo, éstas eran capaces de orientarse de nuevo sin 
dificultad, tomando la referencia de hacia dónde emprender el vuelo antes de salir de sus casas. 
Estudios más recientes han indicado que incluso algunos insectos son capaces de seguir estrategias espaciales complejas en su pro-
ceso de orientación. Este es el caso del estudio de Dacke y cols. (2013), donde se analizó la conducta de orientación de los escaraba-
jos peloteros, tanto en su hábitat natural como en condiciones experimentales en un planetario. Ambas condiciones, permitieron 
concluir que estos insectos eran capaces de orientarse siguiendo la información de la Vía Láctea.
Por otro lado, una de las investigaciones en el campo de la orientación espacial más relevantes en los últimos años, habiendo re-
cibido el premio Nobel de Medicina y Fisiología 2014, ha sido la realizada por O’Keefe y el matrimonio May-Britt y Edvard Moser 
(figura 2). El estudio que durante años han realizado estos investigadores por separado prueba la existencia de celulas específicas 
que actuarían como GPS internos en el cerebro de los roedores.
Por su parte, O’Keefe descubrió una serie de neuronas concretas del hipocampo de los roedores, que se activaban en posiciones 
espaciales específicas, a las que denominó “células de lugar”. Este descubrimiento permitió vincular la activación de estas neuronas 
con la capacidad de localización de la posición en el espacio. Además O’Keefe indicó que dichas células, eran también responsables 
de la formación de una especie de mapa del lugar.
Por su parte, años más tarde, May-Britt y Edvard Moser descubrieron otras neuronas, situadas en la corteza entorrinal, también 
implicadas en los procesos de orientación. Las llamadas “células de red” proporcionarían en este caso información métrica del es-
pacio a medida que se produce un desplazamiento en el mismo. 
Además, este descubrimiento reforzó la teoría de O’Keefe, al apuntar que las células de lugar y las de red se compenetraban permi-
tiendo una orientación eficaz en el medio y actuando como una especie de GPS cerebral.
Figura 2. El dibujo reproduce el modelo de representación espacial de los roedores. En él aparecen las células que proporcionan 
la información de la localización de animal, de direccionalidad y de la estructura del espacio, así como aquellas que aportan 
información sobre el sentido de latitud y longitud (Fuente: Yadav, G. 2014).
¿Cómo nos orientamos los seres humanos?
I don’t panic when I get lost. I just change where I want to go (Rita Rudner).
No sólo la capacidad de orientación en el medio ha tenido una gran relevancia en la supervivencia de los animales, sino que tam-
bién ha sido de vital importancia en la supervivencia de nuestra especie.
De hecho, nuestros ancestros prehistóricos dependían en gran medida de la capacidad para recordar la localización de los alimen-
tos y el camino de vuelta una vez finalizadas las expediciones. Es más, aún hoy en algunos lugares del planeta ser capaz de orientar-
se eficazmente sigue marcando la diferencia entre la vida y la muerte. Este es el caso de los Inuit de la región Nanavut (Ártico), los 
isleños de Carolina (Micronesia) o los aborígenes australianos (Aporta, 2009; Legat. 2008). Todos ellos dependen de la cognición 
espacial para sobrevivir en tierras inhóspitas donde orientarsea través de los desiertos, océanos o glaciares para encontrar comida 
o llegar a otras civilizaciones forman parte de su día a día.
En las sociedades contemporáneas esta capacidad de orientación ha dejado de ser una variable crítica en la supervivencia. Ayuda-
dos por el avance de las nuevas tecnologías como los sistemas GPS, resulta difícil perderse incluso en ciudades en las que nunca 
hemos estado. Sin embargo, aunque no somos conscientes de ello, casi todas las conductas que realizamos en nuestro día a día 
dependen en gran parte de la cognición espacial.
Siendo imprescindible en algunas profesiones, como para un neurocirujano cuando tiene que localizar de manera exacta una es-
tructura cerebral, para un piloto cuando tiene que hacer la aproximación a tierra o para un arquitecto cuando tiene que proyectar o 
diseñar un edificio. También es un proceso cognitivo de gran importancia en tareas comunes, como recordar dónde hemos aparca-
do el coche, armar un mueble, saber a cuánta distancia estamos para tomar la próxima desviación o colocar la ropa en una maleta.
A continuación analizaremos algunos de los elementos necesarios para construir eficazmente la representación espacial del entor-
no. En primer lugar, un elemento básico en la orientación es el del proceso de localización de objetos, haciendo referencia al recuer-
do de la posición en un determinado espacio de aquellos elementos que pueden servir como puntos de referencia. Estos elementos, 
véase esculturas, edificios, tiendas, el sol, las estrellas, son comúnmente denominadas pistas espaciales. Así, actúan como tales indi-
cándonos por ejemplo dónde debemos hacer un cambio de dirección o ayudándonos a localizar puntos en un mapa (ej. la escultura 
de La Maternidad de Botero, como punto de referencia del centro de Oviedo).
Otro de los pilares necesarios en los sistemas de memoria espacial es el conocimiento de las rutas. Éstas pueden configurarse:
• Siguiendo una secuencia espacial y temporal de aquellos objetos a los cuales les hemos dado el valor de pistas.
• A través del recuerdo de la secuencia de giros o información métrica (ej. todo recto luego la segunda calle a la derecha y después 
la primera a mano izquierda).
• Utilizando la combinación de ambas (ej. a 200 metros está la estatua del violinista donde tengo que girar a la izquierda). Este 
conocimiento de rutas permite así unir distintos puntos espaciales de un espacio.
Por otra parte, tras sucesivas experiencias se configura el denominado mapa cognitivo. Éste conlleva la adquisición de la disposi-
ción espacial general de un entorno donde la información de las pistas, rutas, así como la información métrica, se unen generando 
una visión global del espacio similar a la percepción de un pájaro sobrevolando una ciudad. Una vez formado el mapa cognitivo, 
seríamos capaces, entre otras cosas, de tomar atajos o rutas alternativas, ya que mentalmente tendríamos clara la representación de 
la configuración del entorno. 
Por otro lado, son múltiples los factores que pueden influenciar la mejor o peor formación del mapa cognitivo. Uno de ellos es la 
morfología del espacio, es decir, su forma y distribución. De hecho, la forma cómo se estructuran y organizan los espacios, es un 
factor muy relevante a la hora de orientarnos en los mismos. Así por ejemplo, será más difícil orientarse en ciudades con una dispo-
sición irregular, donde no ha habido una planificación previa del plano (ej. casco histórico de Toledo), mientras que en aquellas con 
una disposición ortogonal o de damero, donde predominan las líneas rectas en el trazado de las calles, resulta mucho más sencillo 
orientarse (ej. Nueva York). También la capacidad de cambio y actualización de la perspectiva desde la cual se adquiere la informa-
ción del ambiente es un factor de relevancia.
La propiedad por la cual representamos el espacio teniendo en cuenta una orientación específica, se denomina especificación de la 
orientación. 
Las memorias espaciales que formamos con respecto a un entorno, son dependientes del punto de vista en que las hayamos adqui-
rido. Por ello, es de gran importancia ser lo suficientemente flexibles como para adaptarlas a otros puntos distintos al que han sido 
adquiridas. Ejemplos claros de este cambio de perspectivas son los caminos de regreso cuando aprendemos una nueva ruta, o el 
momento en el que salimos de la boca del metro y tenemos por un instante que pensar que dirección hemos de tomar para seguir 
nuestro camino. 
¿Se orientan mejor los hombres que las mujeres?
A lo largo de la literatura en el campo de la cognición espacial, muchos estudios han comparado la ejecución de hombres y mujeres 
en diferentes procesos de orientación espacial. Estos han mostrado una gran variabilidad en los resultados debido en parte a las 
numerosas funciones cognitivas básicas que subyacen. Sin embargo, de forma general, se podría decir que los hombres son más 
eficientes a la hora de orientarse en el espacio, siendo el principal motivo de tal diferencia, el tipo de estrategia utilizada por ambos 
sexos. Por un lado, los hombres tienden a prestar más atención a la configuración global del espacio, resultándoles sencillo gene-
rar una perspectiva de mapa del entorno. Por su parte, las mujeres tienden a prestar más atención a los distintos elementos que lo 
configuran. Por ello, por ejemplo tiene sentido que los hombres interpreten mejor los mapas y las mujeres localicen de forma más 
precisa puntos concretos del entorno. 
En conclusión, la variable género en sí no determina la capacidad de orientación en una prueba de memoria espacial, sino más bien 
la estrategia necesaria para resolver la tarea.
¿Qué sucede durante el envejecimiento?
Los deterioros en la memoria espacial, específicamente en la de localización de objetos, son una de las primeras quejas subjetivas 
que aparecen con el envejecimiento. Ejemplos claros de este deterioro es la incapacidad de recordar dónde hemos guardado algún 
objeto como las gafas, llaves del coche, el teléfono móvil… Dado el creciente número de casos de pacientes que cursan con enferme-
dades neurodegenerativas, el número de estudios enfocados a comprender mejor los procesos cognitivos que subyacen a la memo-
ria espacial ha aumentado. 
Precisamente, son numerosas las investigaciones que en la actualidad tratan de comprobar si la utilización de test que evalúan de 
forma específica la memoria de localización de objetos, pueden servir como marcadores tempranos en la aparición del deterioro 
cognitivo leve (Flöel y cols, 2012; Nguyen y cols. 2003).
Por otro lado, los procesos de desorientación, también son un problema en estados avanzados de demencia. Aunque en este nivel 
de deterioro, es difícil que se produzca una mejoría significativa y sobre todo que ésta se mantenga, algunos estudios han mostrado 
que dar una serie de pautas de orientación sí puede disminuir el grado de ansiedad y estrés que produce sentirse desorientado. A 
este respecto, McGilton y cols. (2003) observaron que el simple hecho de colocar una serie de pistas en las paredes de una residen-
cia geriátrica, y entrenar a personas con demencia a utilizar dicha información espacial, reduce por algún tiempo la desorientación, 
pero sobre todo observaron una reducción en los niveles de ansiedad que provocaba sentirse perdido.
 
¿Qué aportan las nuevas tecnologías a la orientación espacial?
A la hora de medir las capacidades de orientación, las técnicas de realidad virtual han supuesto un gran avance. Específicamente, 
los entornos de realidad virtual suponen una gran revolución en este campo de estudio, al aunar la precisión metodológica de prue-
bas clásicas con la validez ecológica de los entornos reales (figura 3). Una de las grandes ventajas de estos entornos virtuales es la 
posibilidad de medir de forma mucho más precisa y fiable los procesos de cognición espacial. Además, son una buena herramienta 
de entrenamiento para mejorar la orientación al medio.
Figura 3. En la imagen se muestra el

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