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Bajtin, M. (1987): “Introducción. Planteamiento del problema”, en La cultura popular en la
Edad Media y el Renacimiento, Alianza, Madrid.
Rabelais está profundamente ligado a las fuentes populares. Determinaron su sistema de
imágenes y su concepción artística. Su carácter popular significa no literario: su
resistencia a ajustarse a los cánones. Sus imágenes tienen carácter no oficial.
El objeto del texto es plantear los problemas de la cultura cómica popular de la Edad
Media y el Renacimiento.
La risa popular aparece deformada porque se la estudia con criterios de la cultura
burguesa contemporánea. En la Edad Media y en el Renacimiento, la risa se oponía a la
cultura oficial, al tono serio, religioso y feudal de la época.
Los ritos y los espectáculos constituían un segundo mundo y una segunda vida a la que los
hombres de la Edad Media pertenecían. Esto creaba una dualidad del mundo la cual es
necesaria considerar para comprender la conciencia cultural de la época.
En las civilizaciones primitivas el carácter cómico de los espectáculos y rituales era tan
sagrado como el formal. Con el régimen de clases y del Estado es imposible otorgar a
ambas instancias el mismo derecho, de modo que las formas cómicas adquieren carácter
no oficial, se transforman en las formas de expresión de la cultura popular.
Un rasgo típico de los rituales y espectáculos de la Edad Media es el juego. No pertenece
realmente al arte. Es la vida misma presentada con los elementos de juego. Los
espectadores no asisten al carnaval sino que lo viven, el carnaval esta hecho para todo el
mundo. Es imposible escapar porque el carnaval no tiene ninguna frontera espacial. El
carnaval era una huida provisional de los moldes de la vida oficial.
La fiesta es la forma que adopta la segunda vida del pueblo. En cambio, las fiestas oficiales
de la Edad Media no sacaban al pueblo del orden existente, ni eran capaces de crear esta
segunda vida. De hecho las fiestas oficiales miran para atrás, consagran el pasado. El
carnaval era una liberación transitoria donde se abolían las relaciones jerárquicas.
La segundo mundo de la cultura popular se constituye muchas veces como parodia de la
vida ordinaria. Pero a diferencia de la parodia moderna que solamente niega, esta al negar
resucita y renueva a la vez. La negación pura y llana es casi siempre ajena a la cultura
popular.
El humor carnavalesco es festivo, no es una reacción individual sino del pueblo, todos
ríen, la risa es general. En segundo lugar es universal, todas las personas y las cosas son
consideradas jocosamente. Por último es ambivalente, niega y afirma a la vez.
El autor satírico moderno sólo emplea el humor negativo, se coloca fuera del objeto
aludido y se le opone, lo cual destruye la integridad del aspecto cómico del mundo. Por el
contrario, la risa popular expresa una opinión sobre el mundo en la que incluye a los que
ríen.
Realismo grotesco es una concepción estética de la vida práctica, se refiere a un tipo de
imágenes donde predomina el cuerpo y la vida material, típicos de la cultura popular del
renacimiento. Se opone a toda separación de las raíces materiales y corporales del
mundo, a todo aislamiento y confinamiento en sí mismo, a todo ideal abstracto o intento
separado e independiente de la tierra y el cuerpo. El cuerpo y la vida corporal todavía no
están singularizados ni separados del resto del mundo.
El portador del principio material y corporal no es un individuo aislado sino el pueblo que
en su evolución crece y se renueva constantemente. El elemento corporal es exagerado y
tiene un carácter positivo y afirmativo. El centro de estas imágenes son la fertilidad, el
crecimiento y la superabundancia.
El rasgo sobresaliente del realismo grotesco es la degradación, la transferencia al plano
material y corporal de lo elevado, espiritual, ideal y abstracto. Es el caso de las parodias.
Los cuerpos y objetos comienzan a adquirir en el Renacimiento un carácter privado y
personal. Ya no es lo inferior positivo, capaz de engendrar la vida y renovar, sino un
obstáculo estúpido y moribundo que se levanta contra las aspiraciones del ideal. En el
Renacimiento se entrecruzan dos concepciones del mundo. Una derivada de cultura
cómica popular; la otra típicamente burguesa, expresa un modo de existencia
preestablecido y fragmentario. Lo que caracteriza al Renacimiento es la sucesión de estas
dos líneas complementarias.
La imagen grotesca esta en proceso de cambio, incompleta. Esto se debe a una actitud
abierta respecto al tiempo y la evolución. Además es ambivalente, tiene los dos polos del
cambio: lo nuevo y lo viejo, lo que nace y lo que muere.
Las groserías humillan al destinatario de acuerdo con el método grotesco, lo despachan al
lugar inferior corporal donde será destruido y engendrado nuevamente. En la grosería
contemporánea, no queda nada de esa ambivalencia y regeneración, sino la negación pura
y llana.
Bauman, Z. (1998): “Guardabosques convertidos en jardineros”, en Legisladores e
Intérpretes, UNQ, Buenos Aires.
Las culturas silvestres se reproducen por generaciones sin plan ni supervisión. Las culturas
cultivadas solo pueden ser sostenidas por personal literario y especializado. La emergencia
de la modernidad fue un proceso de transformación de culturas silvestres en culturas de
jardín.
El poder pastoral del Estado, que rige la modernidad, se modela de acuerdo con el
jardinero. La clase dirigente premoderna era, en cambio, un guardabosques.
El efecto del discurso de la razón contra las pasiones fue la recaracterización de los pobres
y humildes como clases peligrosas, que tenían que ser guiadas e instruidas para impedir
que destruyeran el orden social; y la recaracterización de su modo de vida como un
producto de la naturaleza animal del hombre, inferior a la vida de la razón y en guerra con
ella. Ambos efectos equivalían a la deslegitimación de la cultura silvestre y a hacer de los
portadores de ésta objetos legítimos y pasivos de los jardineros culturales.
El resentimiento total y sin límites hacia los hábitos populares y el desprecio por lo
irracional y grotesco, ahora identificado con lo campesino y en general la cultura “no
educada”, fueron tal vez los puntos de acuerdo de los jardineros culturales.
Los ricos y poderosos renunciaban a su participación y negaban apoyo a las actividades
antaño comunes y compartidas, que se redefinían ahora como unilateralmente plebeyas
y por lo tanto desagradables y contrarias tanto a los preceptos de la Razón como a los
intereses de la sociedad.
El fin estratégico de esta lucha era reducir al pueblo a la condición de receptor pasivo de
la acción, como un espectador de los acontecimientos públicos, que ahora se convierten
en despliegues espectaculares del poder de los poderosos y la riqueza de los ricos.
Burke, P. (1978): “El triunfo de la cuaresma” y “Cultura popular y cambio social”, en La
cultura popular en la Europa Moderna, Madrid, Alianza.
En principio define cultura popular como cultura no oficial.
Usa la frase “la reforma de la cultura popular” para describir los intentos de las clases
cultas para cambiar actitudes y valores del resto de la población. Sería incorrecto decir
que los campesinos y artesanos fueron simples receptáculos pasivos de esas reformas;
también se produjo un movimiento de autoperfeccionamiento y de hecho existieron
artesanos piadosos.
Los reformadores se oponían a las manifestaciones religiosas de la cultura popular con
mucha intensidad, también se oponían a algunas manifestaciones seculares de la cultura
popular.
Muchos elementos de la cultura popular en la época estaban asociados al carnaval, donde
los reformadores concentraron varios de sus ataques. Las razones principales eran dos: el
carnaval no era cristiano porque contenía restos del paganismo clásico y, porque el
pueblo da rienda suelta al desenfreno. Hay una insistencia de los reformadores en
separar lo profano de lo sagrado. Los reformadores destruyerontodo rasgo de familiaridad
con lo sagrado, ya que de lo contrario se engendraría inevitablemente la resistencia. Las
fiestas eran denunciadas como momentos propicios para el pecado, generadores de
violencia, vanidades donde se malgastaba el tiempo y el dinero.
En esa época chocan dos éticas: la de la pequeña burguesía y la tradicional. Esta última
más difícil de definir debido a que estaba menos articulada, pero que insistía en otro tipo
de valores, especialmente en la generosidad y la espontaneidad, y ofrecía una mayor
tolerancia al desorden.
Los reformadores protestantes tildaron de precristrianos a muchos ritos católicos
relacionados con la Virgen María y los santos. La reforma católica esta asociada con
modificación, mientras que la protestante lo hizo con abolición. Los reformadores
católicos eran menos radicales ante la cultura popular que los protestantes, los
reformadores católicos no querían abolir las fiestas sino purificarlas.
La constante condena de la que fue objeto la cultura popular desde los inicios del
cristianismo nos habla de su resistencia. En ese sentido, las reformas medievales no fueron
sino intento individuales y muy esporádicos, hasta que en el SXVI esos intentos son
sustituidos por un movimiento mejor coordinado. Evidentemente, este movimiento tuvo
mucho que ver con la Reforma ya que la reforma de la Iglesia comportaba necesariamente
la purificación de la cultura popular.
A mediados del SXVII concluye la primera fase de la reforma de la cultura popular,
liderada por el clero. En la segunda fase los laicos tomaron la iniciativa.
Los reformadores intentaron crear una nueva cultura popular. Una de las prioridades de
los protestantes era hacer que la Biblia fuese un texto con un lenguaje asequible para el
pueblo común. El pueblo común prestaba atención no sólo al lenguaje y estilo de los
predicadores, sino también a su mensaje. Su cultura les predisponía a entender las
representaciones orales con más intensidad que en la actualidad.
Los reformadores no buscaban crear una cultura purificada, querían atraerse al pueblo. En
la práctica, afectaron a la minoría educado más rápido que al resto de la sociedad, lo que
les separó más y más de las tradiciones populares.
Cultura popular y cambio social
La revolución comercial (principios del S XIX) permitió una edad de oro de la cultura
popular tradicional.
La aristocracia del campesinado estaba ahora en condiciones de adquirir objetos que
anteriormente fabricaban ellos mismos.
Con el crecimiento de las ciudades vino la decadencia de las ferias. Sin embargo, en las
ciudades había nuevas oportunidades. Varios autores coinciden en que durante el SXVIII
en Inglaterra se produjo una comercialización del ocio, en el sentido de que los
empresarios invirtieron en ese rubro, y la oferta de actividades creció. En esa época
apareció también un nuevo héroe popular: el ídolo deportivo.
Se estaba produciendo un cambio gradual en que aquellas formas de espectáculo más
espontáneas y participativas, estaban siendo sustituidas por otras mejor organizadas y por
deportes públicos comercializados.
En las grandes ciudades, este proceso de cambio social parece haber enriquecido la
cultura popular. En el campo este mismo proceso condujo a un empobrecimiento
cultural.
El ejemplo más evidente de la comercialización de la cultura popular es el libro impreso.
Hay coincidencia entre investigadores en que una importante minoría del pueblo común
de Europa podía leer. El aumento de la alfabetización fue resultado de las facilidades
para acceder a la educación y esto fue parte del movimiento de reforma de la cultura
popular.
Pero el pueblo no leía solamente lo que los reformadores deseaban. EL auge del folletín,
los periódicos populares y otras publicaciones son datos importantísimos.
No es correcto suponer que en este proceso el material popular impreso fue rupturista.
Antes bien, muchos de estos textos formaban parte de la tradición oral. La continuidad
debe ser entendida vinculada al uso del material, muchas veces la lectura era pública y en
voz alta, dedicada a los otros con menor formación.
Cabe preguntarse si el libro impreso no sólo no destruyó la cultura popular sino que
incluso la extendió. Entonces, los cambios culturales no fueron tanto sustitutivos como
aditivos. Hubo dos cambios graduales pero importantes: secularización y politización.
Hubo una extensión de la conciencia política entendida como el conocimiento de los
asuntos de Estado y sus posibles soluciones, surgiendo una opinión pública y una actitud
crítica (no necesariamente hostil) hacia los gobiernos.
La renuncia de las clases altas
En 1500 la cultura popular era una cultura de todos; una segunda cultura para los
instruidos y la única para el resto. Sin embargo, en 1800 y en la mayor parte de Europa, las
clases altas habían abandonado la cultura de las clases más bajas, de las que estaban
separados por profundas diferencias en cuanto a la visión que tenían del mundo. Uno de
los síntomas de esa retirada es el uso del término pueblo para referirse al pueblo común
en lugar de a todos.
El clero, la nobleza y la burguesía estaban consiguiendo interiorizar una ética de
autocontrol y de orden.
Ocurrió una desambiguación de ciertos términos como charlatán, saltimbanqui y
curandero; adquirieron el tono peyorativo que han mantenido desde entonces.
Aparecieron los teatros privados.
Martín Barbero, J. (1987): “Afirmación y negación del pueblo como sujeto”, en De los
medios a las mediaciones. Comunicación, cultura y hegemonía, Gustavo Gili,
Barcelona.
En el debate hay dos grandes movimientos: el que contradictoriamente pone en marcha el
mito del pueblo en la política (ilustrados) y en la cultura (románticos); y el que fundiendo
política y cultura afirma la vigencia moderna de lo popular (anarquistas) o la niega por su
superación (marxistas).
1-Pueblo mito: románticos vs ilustrados
No puede comprenferse el sentido de lo popular en la cultura que se gesta en el
movimiento romántico sin relacionarlo con el sentido que aquiere el pueblo en la política
como es producido por la Ilustración. Vemos organizarse en torno a la figura de pueblo un
nuevo sistema de legitimación del poder político.
En el ámbito de la cultura hay una idea negativa de lo popular, que sintetiza para los
ilustrados todo lo que la razón viene a barrer: superstición, ignorancia y turbulencia.
La invocación al pueblo legitima el poder de la burguesía en la medida exacta en que esa
invocación articula su exclusión de la cultura. Y es en ese movimiento en el que se gestan
las categorías de “lo culto” y “lo popular”. Lo popular como inculto, constituido por lo que
le falta, por ausencia. Definición del pueblo por exclusión, tanto de riqueza como del oficio
político y la educación.
Al descubrimiento del pueblo los románticos llegan por tres vías: la exaltación
revolucionaria, el nacionalismo reclamando un sustrato cultural y un alma y la reacción
contra la Ilustración desde la política y la estética.
Con esto el romanticismo da status de cultura a lo que viene del pueblo, cambiando la
noción de cultura. La afirmación de lo popular como espacio de creatividad, actividad y
producción. La posición romántica hace progresar la idea de que existiera más allá de la
cultura oficial y hegemónica, otra cultura. La noción romántica de pueblo, hoy refutada
conceptualmente, fue entonces un instrumento positivo para el ensanchamiento del
horizonte histórico y de la concepción humana.
La concepción romántica de lo popular casi siempre estuvo aliada a posiciones políticas
conservadoras. La mistificación del pueblo-Nación. Pensado como “alma” o matriz, el
pueblo se convierte en entidad no analizable socialmente, se ocultan los conflictos.
Al mismo tiempo que los románticos reconocen la actividad del pueblo en la cultura, la
secuestran. La originalidad de la cultura popular residiría esencialmente en su autonomía,
en la ausencia de contaminación y de comerciocon la cultura oficial, hegemónica. Al negar
la circulación cultural, lo de veras negado es el proceso histórico de formación de lo
popular el sentido social de las diferencias culturales: la exclusión, la dominación y la
impugnación. Entonces lo rescatado es una cultura que mira hacia el pasado,
cultura-patrimonio, folklore de archivo en los museos.
Los románticos acaban así de acuerdo con sus adversarios, los ilustrados: culturalmente
hablan del pueblo en pasado.
2 – Pueblo y clase: del anarquismo al marxismo.
La idea romántico de pueblo se va a disolver en el S XIX. Por derecha el concepto de masa
y por izquierda el concepto de clase social.
El anarquismo inscribe ciertos rasgos de la concepción romántica de pueblo que el
marxismo desechará por completo. Pero marxistas y anarquistas rompieron de entrada
con el culturalismo de pueblo al politizarlo. Ambos afirman el origen social, estructural de
la opresión como dinámica de conformación de la vida del pueblo.
Asunción de lo popular en los movimientos anarquistas
El pueblo se define por su enfrentamiento estructural y su lucha contra la burguesía, pero
tampoco se puede identificar con el proletariado en el sentido restringido que el término
tiene para el marxismo.
A través de las memorias de las luchas los anarquistas conectan con la cultura popular. Hay
una visión instrumental de esta cultura. Los anarquistas tuvieron una lúcida percepción de
la cultura como espacio de transformación. Esto se materializa en una política cultural que
promueve instituciones de educación obrera con especial atención en los modelos
pedagógicos. Una segunda línea es la preocupación por elaborar una estética anarquista.
Disolución de lo popular en el marxismo
El marxismo niega la validez teórica y práctica del pueblo. El proletariado se define como
clase exclusivamente por la contradicción antagónica que la constituye en el plano de las
relaciones de producción: el trabajo frente al capital.
Determinación económica. Toda concepción de lucha social que no se centre ahí, que no
parta y se dirija a ese centro, es mistificadora y tramposa, desvía y obstaculiza.
Desde la izquierda han surgido relplanteos, como el de Thompson, que plantea
explícitamente la imposibilidad histórica de separar tajantemente las luchas obreras de las
“luchas plebeyas”, de manera que hacer historia de la clase obrera implica hacer historia
de la cultura popular.
El marxismo tiene dificultad para pensar la cuestión de la pluralidad de matrices culturales,
de alteridad cultural. El afán de referir y explicar la diferencia cultural por la diferencia de
clase ipedirá pensar la especificidad de los conflictos que articula la cultura y de los modos
de lucha que ahí se producen. Se trata de la imposibilidad de referir todos los conflictos a
una sola contradicción y analizarlos desde una sola lógica, la de la lucha de clases.
Thompson, E. (1990): “Introducción: costumbre y cultura”, en Costumbres en común,
Barcelona, Crítica.
Tesis: la conciencia de la costumbre y los usos consuetudinarios eran especialmente
fuertes en el siglo XVIII: de hecho algunas costumbres eran inventos relativamente
recientes y en realidad constituían la reivindicación de nuevos derechos. Esa época es vista
como la decadencia de las costumbres debido a la presión de los reformistas.
Pero estos encontraron una resistencia importante y una división entre cultura de los
patricios y de los plebeyos.
Peter Burke sugiere que esta distancia tuvo como consecuencia la aparición del folclore.
Lo que se perdió al considerar las costumbres como reliquias distintas fue todo sentido
claro de la costumbre en singular. La costumbre no como post-algo sino como sui generis,
como ambiente, mentalidad, y como vocabulario completo de discurso de legitimación y
de expectación.
En siglos anteriores, costumbre se utilizaba para designar lo que hoy es cultura. Costumbre
era la segunda naturaleza del hombre.
Si el folclore del S XIX, al separar las reliquias de su contexto, perdía la conciencia de la
costumbre como ambiente y mentalidad, también perdía de vista las funciones racionales
de muchas costumbres dentro de las actividades del trabajo diario y semanal. Muchas
costumbres eran respaldadas y a veces impuestas por la presión y la protesta populares.
Entonces, costumbre tenía muchos de los significados que hoy tiene cultura pero también
muchos de common law. Este derecho se derivaba de las costumbres o usos habituales del
país: usos que podían reducirse a reglas y precedentes, que en algunas circunstancias eran
codificados y podían hacerse cumplir de derecho.
En el SXIX las procesiones populares perdieron el respaldo de los oficios, infundían temor a
los patronos y a las corporaciones porque creían que daban pie a la jarana y al desorden, y
San Clemente no era venerado en las calles sino en la taberna.
En el SXVIII costumbre era la retórica de legitimación para casi cualquier uso o derecho
exigido. Lejos de tener la permanencia fija que sugiere la palabra tradición, la costumbre
era un campos de cambio y de contienda. Esta es una de las razones por las que hay que
tener cuidado sobre las generalizaciones al hablar de “cultura popular”.
Una cultura es un fondo de recursos diversos, en el cual el tráfico tiene lugar entre lo
escrito y lo oral, lo superior y lo subordinado.
La cultura plebeya que se vestía con la retórica de la costumbre no se definía a sí misma n
era independiente de las influencias externas.
Thompson espera que la cultura plebeya se convierta en un concepto más concreto y
utilizable, que ya no esté situado en el ámbito insubstancial de los significados, las
actitudes y los valores, sino que se encuentre dentro de un equilibrio determinado de
relaciones sociales, un entorno laboral de explotación y resistencia a la explotación, de
relaciones de poder que se oculten detrás de los rituales del paternalismo y la deferencia.
De esa manera la cultura popular se sitúa dentro de la morada material que le
corresponde.
Cultura plebeya:
- Culturas tradicionales: herencia de definiciones y expectativas consuetudinarias
- Mecanismo de transmisión intergeneracional
- Representaciones ritualizadas o estetizadas, bajo la forma de diversiones o de
protestas.
- Las normas no son idénticas a las de la Iglesia o autoridad. Se definen dentro de la
cultura plebeya misma.
- Conservadora en sus formas, apela a los usos tradicionales y procura reforzarlos.
- Su sentido no es conservador. Es consuetudinaria, en sus operaciones cotidianas
no se halla sujeta a la dominación ideológica de los gobernantes.
En el SXVIII tenemos una cultura tradicional rebelde, se resiste a las innovaciones del
mercado en defensa de la costumbre.
La cultura plebeya es la propia del pueblo: es una defensa contra las intrusiones de la
gentry o del clero; consolida las costumbres que sirven a los intereses del propio pueblo.
Las tabernas son suyas, las ferias son suyas. No se trata de ninguna cultura tradicional sino
de una cultura peculiar.
ssss

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