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Ética na Política de Weber

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INTRODUCCIÓN 3 9
predica la no violencia y el poner la otra mejilla y de que 
esa moral es tajante en sus planteamientos; no cabe la 
violencia. O se es cristiano y no se utiliza la violencia o se 
usa la violencia. No cabe término medio. Y la política, por 
el contrario, implica la utilización de la fuerza. Por otro 
lado, ese rechazo de la ética de las convicciones en el 
desarrollo de la actividad política parte del hecho de que 
en ésta se producen a veces efectos no queridos, no pre­
tendidos. Weber se refiere en concreto a los casos ya 
mencionados del pacifismo y de la cuestión de la culpabi­
lidad en el desencadenamiento de la primera guerra mun­
dial. En esta última cuestión cree Weber que una investi­
gación no seria puede conducir a un descrédito de la 
propia nación y de su honor, obteniéndose así un resulta­
do muy distinto del pretendido. Por el mismo motivo 
rechaza Weber a los revolucionarioscle su época. A éstosT 
que utilizan la violencia para la consecución de sus fines, 
también los interpreta él como seguidores de una ética dé 
convicciones, núes quieren conseguir sus fmeslncondicio-' 
nalmente, sin medir tampoco las consecuencias de sus 
acciones. Weber piensa oue esos fines no pueden legitimar 
los medios utilizados. No se pueden determinar o estable­
cer fines absolutos ni se puede llegar a determinar si un 
fin, y cuándo, legitima los medios que se emplean para 
conseguirlo. Para Weber, es totalmente falso afirmar que 
de un fin bueno sólo puede salir algo bueno. Del bien ha 
salido el mal y del mal el bien; el mundo es irracional! 
desde el punto de vista moral. —
La naturaleza de la política profesional tal como la 
dibuja Weber está en abierta tensión y contraposición con 
el ideal cristiano del amor y con los ideales del socialismo 
o del pacifismo internacional. Weber había hablado sobre 
este punto en numerosas ocasiones con estudiantes que 
defendían esas posiciones y que se veían impulsados a 
participar en la actividad política para realizar sus princi­
pios y convicciones más íntimas. Algunos de estos estu­
diantes, Toller, por ejemplo, se habían manifestado inclu­
so repetidas veces contra la necesidad de políticos pro-
4 0 JOAQUÍN ABELLÁN
fesionales para la vida política y se habían declarado a 
favor de realizar una política en la que lo decisivo fueran 
las convicciones, los principios. Weber no sólo no alienta 
esos planteamientos sino que les muestra crudamente que 
la política es una lucha por el poder en un mundo en el 
que existe una pluralidad de sistemas de valores, plurali­
dad que no puede ser eliminada por ningún valor con 
pretensiones de ser absoluto, Weber insiste asimismo en 
la consideración de que el uso de la violencia implica 
realmente un pacto con sus poderes diabólicos e inexora­
bles, por lo que intentar realizar la actividad política con 
una étíca~de convicciones Püe'de conducir a que aquellos 
valores supremos que se quieren llevar a la práctica siF 
fran, paradójicamente, un daño y un descrédito irreplT 
rabie. ' ~ “
La crítica de Weber a la ética de las convicciones en el 
desarrollo de la acción política no pretende, sin embargo, 
una desmotivación para la política. Antes por el contrario, 
su exposición de la política como actividad profesional 
aspira a servir de piedra de toque para apreciar si uno 
tiene auténtica vocación política. Si, por un lado, Weber 
presenta una imagen de la profesión política alejada de 
cualquier idealización, por otro reconoce plenamente la 
necesidad de una fuerte convicción, de un ideal, para 
lanzarse a la acción a pesar de todo, aun con el riesgo de 
«no salvar el alma». La luterana afirmación «no puedo 
hacerlo de otra manera; aquí estoy yo», que Weber recoge 
en este contexto, ilustra con total claridad este propósito. 
Es precisamente en este punto donde se complementan 
para Weber los dos tipos de ética, la de las convicciones 
y la de la responsabilidad, pues la política, que se hace 
ciertamente con la cabeza, es algo más que cabeza32.
32 V éase L a p o lít ic a co m o p ro fe s ió n , p ág s . 146, 162.

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