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LA CIENCIA COMO PROFESIÓN 7 9 profesor en un aula, aunque no se haya terminado con ello el enorme problema de la vida que ahí se encierra. En este problema son otros poderes distintos a la cátedra los que tienen la palabra. ¿Quién se atrevería a refutar «científica mente» la ética del Sermón de la Montaña, como por ejemplo la frase de «no opongas resistencia al mal» o la imagen de ofrecer ambas mejillas? Y, sin embargo, está claro que ahí se predica, vista desde un punto de vista mundano, una ética de la indignidad: hay que elegir entre la dignidad religiosa que trae esta ética o la dignidad varonil, que predica otra cosa totalmente distinta, «opón resistencia al mal, pues de lo contrario serás corresponsa ble de su violencia». Según la postura básica de cada individuo lo uno será el demonio y lo otro será Dios, y el individuo tiene que decidir cuál es para él Dios y cuál es el demonio. Y así sucede en todas las esferas de la vida. El grandioso racionalismo plasmado en el modo de vida de una ética metódica, que brota de toda profecía religio sa, destronó ese politeísmo en favor de lo «necesariamente único», y luego, a la vista de la realidad de la vida exterior e interior, se vio forzado a realizar esos compromisos y esas relativizaciones que todos conocemos por la historia del cristianismo. Y eso es hoy lo «normal»: los numerosos dioses antiguos, desmagificados y adoptando, por ello, la forma de poderes impersonales, salen de sus tumbas, as piran a tener poder sobre nuestras vidas y comienzan de nuevo la eterna lucha entre ellos. Pero estar a la altura de esta normalidad es precisamente lo que le resulta tan difí cil al hombre moderno y muy difícil a la generación joven. Toda esa búsqueda de la «vivencia» procede de esta debi lidad, pues debilidad es no poder mirar el rostro severo del destino de nuestro tiempo. El destino de nuestra civilización (Kultur), sin embargo, es que volvamos a ser conscientes con mayor claridad de este destino, después de no haberlo visto durante un mile nio por habernos guiado exclusivamente —supuesta o pre tendidamente— por el grandioso pathos de la ética cris tiana. 8 0 MAX WEBER [A p o r t a c io n e s y l im it a c io n e s d e l a c ie n c ia PARA LA VIDA PERSONAL. NATURALEZA Y FUNCIÓN DEL PROFESOR] Pero basta ya de estas cuestiones que nos llevan muy lejos, pues el error que comete una parte de nuestra ju ventud, si contestara a todo esto con lo siguiente: «sí, pero nosotros venimos a clase para saber algo distinto a los meros análisis y constataciones de hechos», el error estri ba en buscar en el profesor algo diferente a lo que tienen delante de sí, en buscar un líder y no un maestro. Pero nosotros estamos en la cátedra sólo como maestros. Son dos cosas distintas y uno se puede convencer fácilmente de que esto es así. Permítanme que me refiera nuevamente a América, porque allí se pueden ver estas cosas frecuen temente en toda su naturalidad. El muchacho americano aprende infinitamente menos que el nuestro. A pesar de los muchos exámenes, el muchacho americano no se ha convertido todavía, atendiendo al sentido de su vida esco lar, en ese hombre de exámenes absolutamente en que se ha convertido el muchacho alemán, pues la burocracia, que exige el diploma de examen como billete de entrada al reino de los cargos, está allí sólo en sus comienzos. El joven americano no tiene respeto por nada ni por nadie, por ninguna tradición ni por ningún cargo, excepto por el propio éxito personal de la persona correspondiente. A esto lo denomina el americano «democracia». Por muy desfigurado que sea el comportamiento de la realidad respecto al sentido de ese concepto, el sentido es éste, y esto es lo que nos importa a nosotros ahora. Del maestro que tiene delante de él, el muchacho americano piensa que le vende sus conocimientos y sus métodos a cambio del dinero de su padre, de la misma manera que la verdulera le vende una col a su madre. Y eso es todo. Sin embargo, si el maestro es, pongamos por caso, un héroe del fútbol, entonces éste será su líder en este terreno. Pero si no lo es, o si no es algo similar en algún otro terreno deportivo.