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Astronomía en la Edad de Piedra
César Esteban / 09-08-2003
Algunas investigaciones arqueológicas recientes indican que es posible que la observación de los
cuerpos celestes ya se practicara en el Paleolítico Superior (hace entre 35.000 y 15.000 años), una
época en la prehistoria de la especie humana en la que todavía no existía la agricultura. De hecho,
hay evidencias de que fue entonces cuando el hombre desarrolló el lenguaje y las habilidades
cognitivas que caracterizan al Homo sapiens actual.
En algunas necrópolis de Europa Central y Egipto, los muertos eran enterrados con sus rostros
mirando sistemáticamente hacia la salida del Sol. Esta tendencia se mantuvo durante milenios. La
practicaron, entre otros, los constructores europeos de megalitos y los habitantes del Sahara en el
Neolítico. Aunque hoy olvidada, la orientación solar ha sido quizá la costumbre funeraria más
duradera, siendo incluso utilizada por los primeros cristianos. Autores como el prehistoriador
Alexander Marshack han creído ver anotaciones calendáricas sobre el ciclo lunar en algunos huesos
paleolíticos; Michael Rappenglück interpreta ciertos elementos pictóricos de la famosa Cueva de
Lascaux como representaciones de constelaciones; y Luz Antequera ve todo un mapa celeste pintado
en la Cueva de Altamira.
La orientación de la cueva paleolítica del Parpalló podría ser el primer ejemplo conocido de uso
religioso de un fenómeno astronómico solar. Situada en Gandía (Valencia), es considerada una de las
cuevas-santuario más emblemáticas y singulares de la prehistoria peninsular puesto que en ella se
encontraron más de 5.000 placas de piedra con representaciones de animales y cuerpos
geométricos. Aparentemente, comenzó a utilizarse con fines religiosos relacionados con el culto a la
fertilidad hace 21.000 años, en la época Solutrense del Paleolítico Superior.
En un estudio arqueoastronómico realizado por J. Emili Aura Tortosa, arqueólogo de la Universidad
de Valencia con una tesis doctoral sobre esta cueva, junto con el autor del presente artículo; se
encontró que el Sol ilumina por unos instantes la zona más interna de la cueva al amanecer del
solsticio de invierno, así como unos días antes y después. El solsticio de invierno es el momento del
año en que, en las latitudes septentrionales, el Sol tiene su orto y ocaso (la salida y puesta) más al
sur; y cuando la duración del día es más corta respecto a la noche.
En aquella época remota, a ojo desnudo la posición del Sol era similar a la actual; es decir, estaba
desplazada el tamaño del disco solar hacia el norte durante el solsticio. Desde entonces, podrían
haberse producido alteraciones en la entrada de la cueva y que el fenómeno que observamos
nosotros no correspondiera al del Paleolítico; sin embargo, el estado del yacimiento, en opinión de
los excavadores, demuestra que estos cambios no fueron importantes. En cualquier caso, la cámara
más interna de la cueva muestra una orientación solsticial igual de válida en la actualidad que en la
época paleolítica. La cuestión es si el hombre primitivo notó esta característica y fue éste el motivo
que le impulsó a elegir esta cueva como su santuario entre todas las que existen y fueron utilizadas
en la prehistoria en esa zona geográfica. Nunca podremos tener una certeza absoluta sobre ello.
Los prehistoriadores coinciden en que la religión paleolítica estuvo sobre todo preocupada por la
fecundidad humana, animal y vegetal. Por ello, una cueva-santuario donde se representan
mayoritariamente animales y escenas de maternidad animal; cuya estructura, además, recuerda
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asombrosamente la morfología externa e interna del aparato genital femenino; con una relación con
los rayos solares del solsticio de invierno, momento en que el sol “renace” simbólicamente; tiene
para los prehistoriadores e historiadores de la religión un extraordinario potencial interpretativo.
Por ahora, la Cueva del Parpalló es un caso único. Aunque de extraordinario interés, sólo si se
encuentran otros yacimientos paleolíticos con relaciones astronómicas similares se podrá afirmar la
existencia de una astronomía “de la Edad de Piedra”, en el alborear del hombre actual. Son los
duros requerimientos de la ciencia.