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la melodia del lobo

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La Melodía
del LOBO
 
 
 
 
 
 
 
PHAVY PRIETO
 
 
El cuento como nunca ha sido contado.
No tientes al lobo, podría comerte…
 
Tras la muerte inesperada de su padrastro, Melissa descubre que ha
sido vendida en matrimonio para saldar su deuda.
Nadie le conoce, pero todos temen hablar de él.
Solo existe una salida; huir para hallar refugio en casa de su abuela,
aunque para ello deba atravesar el bosque oscuro, cuyo dueño es el mismo
hombre que la acecha.
Puede sentir su sombra cerniéndose sobre ella.
Percibe sus pisadas acercándose a ella.
El destello cristalino de sus ojos grises la acorralan convirtiéndola
en su presa.
Melissa desconoce que posee algo que él anhela y que tal vez sea su
única salvación cuando caiga en las garras de Cassian, el lobo feroz. 
 
 
A mi querido Luis.
Siempre más y mejor.
 
 
 
 
 
 
 
 
No se permite la reproducción total o parcial de este libro, ni su
incorporación a un sistema informático, ni su transmisión en cualquier
forma o por cualquier medio, sea éste electrónico, mecánico, por
fotocopia, por grabación u otros métodos, sin el permiso previo y por
escrito del autor. La infracción de los derechos mencionados puede ser
constitutiva de delito contra la propiedad intelectual (Art. 270 y
siguientes del Código Penal)
©Phavy Prieto, Diciembre 2023
ISBN: 9798872670995
Sello: Independently published
 
 
 
“La mejor manera de librarse de la tentación
es caer en ella”
 
 
 
 
 
 
 
 
Oscar Wilde
Phavy Prieto. Graduada en Ingeniería de Edificación y Diseño de Interiores, a esta joven
andaluza siempre le han apasionado los libros. 
En 2017 decidió probarse a sí misma en una plataforma de lectura, comenzando a publicar sus
obras de diversos géneros y adquiriendo un público que hoy día supera los doscientos setenta mil
seguidores. 
Sus primeras publicaciones fueron sobre novelas de ámbito histórico con la Saga Ordinales
iniciando con La novena hija del conde. Entre sus publicaciones La Perla rusa de género erótico o
De plebeya a princesa por una noche en las Vegas, de humor, ha conseguido posicionarse entre los
libros más vendidos de Amazon, situándose como una de las escritoras emergentes del momento.
Su best seller de cuentos clásicos La belleza de la bestia, ha generado más de veinte millones
de lecturas.
Para saber más sobre la autora, fechas de publicaciones, rostros de sus personajes o contenido
inédito, visita sus redes sociales:
phavyprieto
Phavy Prieto
 
www.phavyprieto.com
 
https://www.instagram.com/phavyprieto/
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AGRADECIMIENTOS
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s otoño en Roterumhand, la pequeña aldea situada en la montaña y
rodeada por un inmenso bosque ha comenzado a desprender humo
en las chimeneas de sus casas, se produce ese olor característico
de madera quemada y tierra mojada. Un millar de personas conviven
apaciblemente entre sus muros y se preparan para el duro invierno que está
por llegar antes de que caiga la primera gran nevada.
Se tejen gruesas mantas que abrigarán a los más pequeños en las
noches gélidas de incesante frío. Las cacerías son diarias para hacer reserva
de carne que se salará y conservará a buen recaudo y que deberá durar hasta
el deshielo. Hay mucho trabajo en la aldea antes de que lleguen las primeras
nevadas y Melissa Rouge se siente fascinada con ello, porque será el
momento en que viajará a través del bosque para visitar a su abuela.
A sus diecisiete años, Melissa no ha conocido otro lugar que no sea
Roterhumhand, se siente atraída por el bosque que emana un aura
misteriosa que la envuelve a la vez que le provoca miedo, adora sus gentes
porque conoce a todo el mundo y se siente querida entre ellos, pero entre
todos destaca Roger, el hijo del panadero y de quien está enamorada desde
hace años en secreto.
Roger, que con sus ojos castaños y su cabello claro es el chico más
guapo de toda la aldea. Es consciente de que no es la única que le ama en
secreto y también de que él no la elegiría a ella, sino a Helena, su mejor
amiga, quizá por eso no ha confesado jamás sus sentimientos a nadie, ni
siquiera a su leal amiga.
Su abuela siempre ha mencionado la gran belleza que posee su más
querida nieta al alabar su cabello rubio con reflejos dorados que parecían
aún más claros con la luz del sol, sus ojos azules grandes y expresivos, los
labios finos y bien delineados junto a unos pómulos marcados podrían ser
señal de ello, pero sabía que no era así porque ningún chico del pueblo se
acercaba a ella. Nadie la observaba como si hacían con Helena, de hecho,
ningún joven de la aldea la miraba a los ojos desde hacía meses, esquivando
su mirada como si rehuyeran.
Durante el último año se había dado cuenta de que la gente hablaba
en voz baja a su paso, cuchicheaban a escondidas como si trataran de
ocultar algo, apartaban su vista de ella, mantenían una conversación cordial
y formal, pero no generaba esa amistad que previamente existía y no tardó
demasiado en deducir que todo tendría que deberse a las deudas que su
padrastro había adquirido por toda la aldea.
A los seis años su verdadero padre Kalet, falleció por el ataque de
unos lobos en la montaña cuando estaba de caza junto a otros hombres. Fue
un accidente cruel y despiadado que le robó su mayor tesoro ya que su
padre la adoraba. Desde ese momento su abuela se trasladó al bosque, a la
casa familiar que los Rouge siempre han tenido desde que se creó la aldea y
no quiso regresar al pueblo por más que su madre, Desirè había insistido
que podía vivir con ellas.
A pesar de que madre se había casado con otro hombre llamado
Félix solo un año después de la muerte de padre, se hizo cargo de llevar
reservas de comida que durarían todo el invierno para la madre de su
difunto esposo durante aquellos once años.
—¡Melissa! —La voz de Helena hizo que se girase sobre sus talones
para ver a su amiga.
Ella era la única joven del pueblo que lucía una llamativa capa roja,
herencia de su abuela y característica propia de los Rouge como su propio
nombre indicaba. Resultaba fácilmente reconocible entre los transeúntes de
la aldea a pesar de que ocultase su rostro entre la tela suave de la capucha
para resguardarse del frío y que nadie pudiera verla, aún así, sabían que era
ella.
—Pensaba que hoy pasaríais todo el día salando carne junto a
vuestras hermanas, ¿Cómo habéis logrado convencer a vuestra madre para
que os dejara escapar? —preguntó dibujando una gran sonrisa a la cual su
amiga respondió de igual modo mientras enlazaba el brazo con el suyo para
caminar juntas.
El padre de Helena es cazador, como en su día lo fue el suyo y
también grandes amigos como ahora lo eran ellas.
—Me ofrecí voluntaria para salir a por el pan recién horneado, al
parecer la madre de Roger ha divulgado el rumor de que su hijo desea
casarse y alberga la esperanza de que sea la elegida —mencionó
parpadeando los ojos con singular emoción.
Aunque Helena no hubiera hablado abiertamente respecto a Roger,
era consciente de que a su amiga le gustaba y no le desagradaría la idea de
casarse con él. No era de extrañar las razones, Roger poseía un trabajo
estable que generaba una buena renta durante todo el año y, sin duda, era
por el momento el joven más cotizado de la aldea. El hecho de que
desposara a Helena provocabadesazón en su pecho, pero si era cierto que
tenía intención de desposar a su amiga, se alegraba por Helena, aunque para
sí misma no estuviera destinado el amor en aquella aldea.
Mientras se dirigían hacia la panadería de la aldea con la esperanza
de ver al hijo del panadero cuyos suspiros robaba, rodearon la última casa
que les conducía en su dirección y ante ellas aparecieron las tres
inconfundibles siluetas masculinas completamente armadas a caballo de los
innombrables, o así es como Helena y ella les habían apodado por
desconocer sus nombres.
—¿Qué hacen aquí? Hoy no es día de recaudación —mencionó en
voz baja Helena.
No respondió, menos aun cuando estaban lo suficientemente cerca
para poder oírlas y si había algo que quería evitar a toda costa es tener
problemas con aquellos hombres a los que evitaba nombrar como si su
simple mención atrajera la muerte inminente.
La aldea estaba dividida por caminos de tierra situados en un claro
entre la inmensidad del frondoso bosque. Muy cerca de allí, en la colina, se
erguía un enorme castillo en piedra donde vivían los Wolf.
El castillo de sangre.
Existían leyendas sobre su renombrada familia, tan antiguas como
años tenía la aldea y entre ellas había una que le daba verdadero pavor y es
se rumoreaba que realmente podían convertirse en un lobo enorme
transformando su cuerpo con la luna llena. Según Helena, todo aquello eran
cuentos para asustar e infundir miedo en los ciudadanos de Roterhumberg,
pero ella sentía absoluto rechazo hacia los Wolf.
De lo que no había duda es de que eran dueños de todo el bosque, o
casi todo, porque una pequeña parte había pertenecido siempre a su familia,
precisamente donde su abuela residía y que algún día le pertenecería a ella
como última heredera de un antiguo linaje.
Los Wolf siempre iban juntos, llevaban el rostro cubierto y solo
dejaban entrever sus ojos, nadie que ella conociese les había visto para
conocer su aspecto. Solo una vez, una única vez se había atrevido a mirar al
mayor de los tres hermanos y aquellos ojos grises tan claros la helaron por
completo, por eso ni siquiera se atrevía a llamarlos por su apellido, menos
aún conocía sus nombres, así que desde entonces se refería a ellos como los
innombrables.
Era muy extraño que se dejaran ver por el pueblo a menos que fuera
día de recaudación, casi siempre que se dignaban a bajar a la aldea se
dirigían hacia la taberna ya que se abastecían por sí mismos de todo lo que
necesitaban a través de los impuestos que ellos mismos imponían a los
aldeanos por permitirles usar el bosque.
Se sentía observada y a pesar de que ya lo había notado en varias
ocasiones cada vez que ellos hacían acto de presencia, continuó sin alzar la
vista como era habitual en ella.
—Os está mirando —advirtió su amiga en voz baja y se aferró más
fuerte a su brazo acelerando el paso.
Siempre había pensado que solo atraía su atención por su llamativa
capa roja, seguramente atraía la vista como lo hacía con todo el mundo,
pero lo que otras veces había sido de su agrado, respecto a los innombrables
le resultaba incómodo.
Esperó lo que le pareció un tiempo prudencial para alzar el rostro y
comprobar por sí misma que ya no la observaba, que simplemente había
continuado su paso dejándola atrás, quizá esperaba que con ese hecho su
corazón se aplacara de aquel encogimiento que su presencia les transmitía,
pero en lugar de eso volvió a encontrar aquellos ojos grises que la
atormentaban.
Su sangre se heló. Sus músculos se paralizaron. Su corazón
bombeaba tan fuerte que creyó que se saldría de su pecho y una sensación
de pavor y estremecimiento la aturdieron sintiendo que se desvanecería en
cualquier momento.
Aquellos ojos no eran de un hombre cualquiera, Melissa creyó que
las leyendas debían ser ciertas y los Wolf hacían justicia a su apellido.
«Eran lobos»
Debían serlo. Una mirada tan profunda y siniestra solo podía
albergar un oscuro secreto.
—Melissa. ¡Melissa! —A pesar de que su mejor amiga la llamase
era incapaz de hacer reaccionar a su cuerpo.
¿Por qué había tenido que mirar?, ¡Porque lo había hecho! La
misma sensación de la primera vez que lo hizo volvió a ella paralizándola
sin ser consciente del aturdimiento que este hecho le provocaba.
—Estoy bien —mintió, pero no quería admitir el miedo que le
generaba aquel hombre, aunque por suerte para ella la probabilidad de
volver a cruzarse en su camino era muy remota.
Eran tres hermanos, pero realmente sentía pavor por el que poseía
los ojos grises. Los otros dos cuya mirada era oscura, apenas habían
reparado en ella o, al menos, no lograban paralizarla del mismo modo.
—Tranquila. Si me hubiese mirado a mí del modo que lo hacía con
vos, también me habría sentido paralizada. ¡Venid!, ¡Seguro que los bollos
de canela del padre de Roger nos harán sentir mejor! —advirtió su amiga
estirando de ella y provocando una ligera sonrisa en sus labios,
consiguiendo que mitigase parcialmente su desasosiego.
Un poco más tarde regresaba a casa con una sonrisa boba en el
rostro por haber pasado un rato junto a Roger, aunque éste le propiciara más
atención a Helena que a ella, pero eso no importaba, porque era él mismo
quien le había entregado aquel bollo de canela y quien le preparó
meticulosamente el pedido para su abuela.
Iba tan ensimismada siseando una cancioncilla mientras sus pies
bailoteaban que casi no se dio cuenta que se desviaba por una de las
callejuelas que no desembocaba en su casa. Afortunadamente se dio cuenta
y dirigió su paso en la dirección correcta, pero al reconocer su hogar le
extraño ver caballos en la puerta.
Solo una persona ajena a la aldea podría no distinguir aquellas
monturas, sobre todo porque dos de sus tres jinetes aún permanecían sobre
ellas.
¿Qué hacían los innombrables en su casa?
En cuanto la puerta se abrió, la figura sombría ataviada de ropaje
oscuro y rostro cubierto caminaba erguido en toda su altura hacia su
caballo. Ella encontró refugio para esconderse tras un saliente que había a
su paso y observó atentamente como el individuo que momentos antes la
había observado fijamente, ahora tomaba las riendas de su animal y se
montaba sobre este con la soltura de quien está acostumbrado a realizar ese
movimiento con asiduidad.
En cuanto se alejaron lo suficiente para que no pudiera ser vista,
corrió hasta adentrarse en su hogar y cerró la puerta con la rapidez de un
águila que prende a su presa, colocando la tablilla que impedía que alguien
más pudiera adentrarse en la estancia y escuchando como el latido de su
corazón palpitaba con tanto frenesí que temía que saliera de su pecho.
La posibilidad de que los innombrables regresaran era remota, por
no decir inviable, pero sabiendo que nadie más podía cruzar el umbral se
sentía segura.
Tal vez era ingenua por tenerles miedo, pero había oído tantas
historias terroríficas sobre los Wolf que su simple mención le ponía la carne
de gallina.
Sobre todo, cuando mencionaban a sus elegidas.
En cuanto sus ojos se adaptaron a la penumbra comprobó que no
había nadie y aquello le resultaba extraño o más que extraño; inverosímil.
Su padrastro siempre había abusado de la bebida, pero en los
últimos cuatro años empeoró hasta llegar a convertirse en algo rutinario.
Jamás le había levantado la mano a ella o a su madre, pero las discusiones
eran constantes, casi tan repetitivas que no pasaba día sin que no se le oyera
gritar y quejarse por todo.
Había dilapidado la pequeña fortuna que les dejó su padre y lo que
un día fue un hogar pudiente, lleno de verdaderos tesoros, ahora solo era
una casa vieja con muebles desgastados de poco valor. Por suerte para
Melissa y su madre, la casa y las tierras estaban ligadas al linaje de los
Rouge, así que no podía deshacerse de ellas puesto que no le pertenecían,
ese patrimonio sería únicamente de ella cuando su abuela falleciera.
Félix se lo había reprochado en más de una ocasión, incluso la había
insultado llamándola bastarda por no poder convertir en oro algo que tenía
un incalculable valor.
Las tierras ligadas a los Rouge estabanal final del bosque y poseían
el lago desde el cuál desembocaba el acantilado, eran las únicas tierras que
aún no pertenecían a los Wolf y las más valiosas de todo el bosque.
Según su abuela Elise, no debía tenerle miedo a los Wolf, a lo largo
de los años se habían hecho con el control de la aldea haciéndose con todas
las tierras y a pesar de que no poseían las tierras más valiosas era la familia
más acaudalada por excelencia.
¿Estarían allí por eso?, ¿Habría encontrado su padrastro un modo de
venderlas?
No.
Imposible.
Los tratados antiguos eran muy claros, las tierras serían vinculantes
de padre a hijo y ni siquiera los Wolf tenían poder para impedir un tratado
tan antiguo.
—Melissa —El jadeo de su madre la asustó y dio un brinco.
Su palpitar había mermado, pero aún sentía su corazón desbocado
ante el hecho de que el lobo hubiera pisado el mismo suelo que pisaba
ahora ella.
—¡Madre! —exclamó Melissa corriendo hacia ella tras ver su
estado de agitación.
Era comprensible que estuviera turbada, uno de los Wolf había
entrado en casa.
¿Qué habría hecho su padrastro ahora para que fuesen hasta allí?
Precisamente ellos eran la única familia de la aldea a la que no podían
cobrar impuestos porque no cazaban en sus tierras ni poseían una propiedad
que les perteneciera.
Antes de que pudiera acercarse a ella, Melissa vio como su madre se
abalanzaba acogiéndola entre sus brazos y emitió un nuevo sollozo.
En lo que alcanzaba su memoria solo recordaba haberla visto llorar
una única vez: cuando murió su padre. Desde entonces jamás se había
lamentado, ni siquiera cuando Félix las había despojado de todos sus
bienes.
—Félix ha muerto —dijo entre sollozos y a pesar de que Melissa
siempre creyó que su madre no amaba a ese hombre, pensó que se habría
equivocado.
¿Ese era el motivo por el que los innombrables estaban en su casa?
Lo cierto es que la noticia de la muerte de su padrastro no le provocaba
ningún sentimiento de nostalgia.
—Lo lamento madre —mintió sintiendo más alivio que tristeza con
la desaparición de ese ser que jamás le había mostrado algo parecido al
amor.
Ni siquiera conocía la verdadera razón por la que su madre se casó
con ese hombre, quizá creyó que necesitaría un padre, pero Félix fue una
pésima elección.
—Hija, escúchame —advirtió apartándose de ella y acogiendo su
rostro entre las manos para retener su atención. Pudo ver como las lágrimas
surcaban las mejillas de su madre y se conmovió—. No me apena la muerte
de Félix, es más, espero que se vaya al infierno por lo que ha hecho y no
pienso gastar ni una mísera moneda en su entierro, por mi puede pudrirse en
el agujero más recóndito de la tierra.
Agrandó los ojos al escuchar las palabras de su madre. A pesar de su
desdicha, ella jamás había osado decir en voz alta una palabra en contra de
su marido, por mucho que hubiera visto pesar en sus ojos y tristeza, Desirè
jamás se había quejado.
—No entiendo nada, madre.
¿Qué podría suponer la muerte de Félix para ellas sino un alivio del
yugo al que las estaba condenando con sus deudas? Apenas le fiaban en
ninguna parte y si aún lo hacían era por la memoria de su difunto padre, lo
poco que obtenían proveniente de sus tierras, su padrastro lo dilapidaba en
pocos días.
—Tienes que irte Melissa, debes marcharte ahora mismo. —La voz
de su madre era desgarradora y aquello creó aún más confusión en ella
mientras veía como la arrastraba a la que había sido su habitación desde que
conservaba algún recuerdo.
—¿Marcharme a donde, madre? —exclamó obteniendo por
respuesta solo los pasos que tanto sus pies como los de su progenitora
emitían en el repiqueteo de algunos listones de madera que deberían haber
sido cambiados hace años.
—Ese bastardo encontró una manera de saldar sus deudas antes de
morir, ¡El muy cerdo! —bramó mientras sentía como apretaba su brazo
llena de furia.
—¿Félix saldó todas las deudas? —proclamó asombrada porque casi
le parecía inaudito que hubiera obtenido el dinero y de pronto sintió
terror…
—Las tierras… —susurró—, ¡No puede haberlas vendido! —
proclamó sintiendo un nudo en su estómago.
Esas tierras eran lo único que les quedaba a los Rouge junto a la
casa. Lo único realmente valioso que les permitiría salir de aquella pobreza
en la que su padrastro las había sumergido.
—No. No puede vender las tierras —advirtió su madre haciéndole
sentir algo de alivio—. Por eso te ha vendido a ti —sentenció provocando
que se le helara la sangre, sintiendo que su corazón dejaba de bombear por
completo.
De pronto todas esas habladurías sobre los innombrables llegaron de
nuevo a ella, en particular una. La más horrible de todas…
Las elegidas para unirse a la manada.
Nadie volvía a ver a esas mujeres tras esposarse con un lobo, incluso
había quien decía que se las comían devorándolas con sus fauces de
lobezno. Por esa razón siempre llevaban el rostro cubierto, para que nadie
pudiera ver los colmillos que les delataban.
Quiso llorar ante su desdicha, pero las lágrimas eran incapaces de
brotar, ni siquiera deseaba creerlo, solo quería cerrar los ojos y no sentir
nada al respecto.
—A quien —No se molestó en formular una pregunta, de hecho,
sabía perfectamente quien había pagado un precio por ella, uno mucho más
pequeño del que obtendría si lograba su cometido.
Su madre emitió un pequeño gorgoteo como si no quisiera revelarlo,
pero no hacerlo tampoco haría que la situación fuese menos real, en lugar
de eso le entregó un pergamino con un sello en el que podía distinguirse
perfectamente la cabeza de un lobo.
Su temblor ahora fue real. Ese era el motivo por el que los Wolf
habían estado en su casa y tuvo que cerrar los ojos con fuerza para no
tambalearse y caer al suelo desplomada.
Desplegó el pergamino con los dedos temblorosos, el emblema de
los Wolf se erguía de nuevo a la cabecera del texto, donde se había escrito
con puño y letra que su padrastro la ofrecía en matrimonio a cambio de
saldar todas las deudas. Debía ser entregada cuando cumpliera dieciocho
años a menos que su actual tutor muriese, como había sido el caso y
entonces el intercambio se realizaría de inmediato.
Melissa observó la firma de su padrastro y después la que había al
lado.
Cassian Wolf.
Había sido vendida expresamente a uno de ellos y que la llevara el
diablo si no sabía con certeza quien era de los tres.
El que más la aterrorizaba.
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2
MELISSA
 
 
 
 
 
l lobo de mirada perlada que conseguía helar su sangre. Él la
observaba con la mirada fija y ahora comenzaba a comprender sus
razones.
—Félix no era mi padre. No puede haberme vendido. ¡No tiene
ningún derecho a hacerlo! —bramó Melissa sintiendo una rabia intensa
hasta ahora desconocida.
Aquello no podía ser real. No podía estar ocurriendo de verdad.
¿Vendida a los lobos?, ¿Ella?, ¡No era un objeto que se pudiera vender!
Aunque en realidad no la estaban comprando como una esclava o sirvienta,
lo que habían comprado era una esposa.
¡Antes muerta que casarse con el lobo!
—Pasó a ser vuestro tutor cuando contrajimos matrimonio y
maldigo el día en que lo hice pensando que sería por vuestro bien. ¡Que
ilusa! —murmuró Desirè—. Ha estado aquí y ha advertido que vendrá por ti
tras el funeral, por eso debes marcharte de inmediato en cuanto el sol
comience a perderse entre las montañas. La oscuridad de la noche será el
manto que te proteja. Ve a la casa de Elise, en las tierras de los Rouge
estaréis a salvo, ellos no pueden adentrarse —advirtió acogiendo el rostro
de Melissa entre sus manos.
—¿No vendrá conmigo, madre? —clamó Melissa sorprendida.
Ella jamás había cruzado el bosque sola.
—Temo que si lo hago se percatarán de vuestra ausencia, en pocas
horas la noticia de la muerte de Félix será conocida por toda la aldea y
vendrán a dar sus condolencias, sería demasiado sospechoso si no me
hallaran en casa. —A pesar de no querer reconocerlo, su madre tenía razón,
al menos había tenido la mente fría para pensar sobre ello y, aunque le daba
pavor adentrarse sola en el bosque, sabía que era su única alternativa
posible si deseaba huir de las garrasdel lobo.
No sabía si era peor enfrentarse a los lobos del bosque o a los de la
aldea, pero prefería hallar una muerte como la de su padre, al destino que le
aguardaba a manos de Cassian Wolf.
Jamás permitiría que poseyera las tierras de los Rouge.
—No regresaré jamás a la aldea, ¿Verdad madre? —exclamó
sabiendo que en el mismo momento en que pusiera un pie en sus tierras, el
lobo podría reclamar su derecho.
No volvería a ver a Helena, ni al resto de sus amigas, ni a Roger…
que probablemente terminaría casándose muy pronto con su mejor amiga y
ella ni siquiera estaría en el enlace.
La tristeza comenzó a consumirla, pero quedarse significaba
perderse también todo aquello y enfrentarse a un destino peor que la
muerte.
—Es probable, pero no pienses en ello ahora, encontraremos el
modo Melissa. Te prometo que lo haremos —susurró mientras la abrazaba
de nuevo y limpiaba las lágrimas que caían de su rostro.
Aquella tarde Melissa estaba nerviosa, intranquila, incluso sentía la
ansiedad en cada parte de su cuerpo ante lo que debía afrontar esa misma
noche, pero sobre todo tenía miedo… no tanto del bosque, sino de lo que su
destino le depararía.
Tenía su pequeño hatillo preparado, consistía en dos mudas y una
cesta con comida para los dos días hasta llegar a su destino, en aquel
momento echaba en falta no tener un caballo, con el podría llegar a su
destino en la mitad de tiempo. Los aldeanos comenzaron a llegar a su hogar
para dar las condolencias tras enterarse de la muerte de su padrastro, pero
ella era incapaz de pensar en otra cosa que no fuera encontrar una solución
a su pesadilla.
La primera en llegar había sido su mejor amiga, pero tuvo que
marcharse para ayudar a su familia antes de que pudiera revelarle lo que en
verdad estaba pasando. Poco a poco fue llegando más gente que tras darles
las condolencias y permanecer un rato se marchaban de nuevo. Una de las
veces, Melissa fijo su vista más allá del muro de la casa que colindaba con
el bosque y pudo reconocer a uno de los innombrables. No sabía si sería el
tal Cassian o quizá uno de sus hermanos o familiares… pero la vigilaban.
¿Por qué?, ¿Tal vez sospechaban que huiría? Un temblor comenzó a
apropiarse de ella y solo cesó un instante cuando vio que aquella figura se
alejaba y que Roger venía hacia ella junto a sus padres.
Roger…
Todo habría sido tan distinto si se hubiera casado con él.
¡Oh!, ¡Dios mío!, ¿Cómo no lo había pensado antes?, ¡Si estaba
casada ningún Wolf podría reclamarla!
Melissa jamás había insinuado sus sentimientos a Roger, es más, se
mantenía lo suficiente prudente y alejada de él para que no pudiera
sospechar que le gustaba, pero en aquel momento su miedo al destino era
mucho más fuerte que su prudencia, así que en cuanto tuvo la oportunidad
se alejó de su madre y los padres de este para que no pudieran escucharla.
—¿Es cierto lo que dice vuestra madre de que buscáis esposa? —
exclamó Melissa buscando la verdad en los ojos del que consideraba su
amigo.
—Si —afirmó—. Deseo marcharme de casa y tener mi propia
familia —aseguró sin ningún pudor.
—Sé que no os gusto, que no soy lo suficiente hermosa para
tentaros, pero heredaré las tierras de los Rouge y después lo harán mis hijos,
mi dote es superior a la de cualquier chica de la aldea, no obtendréis más
riquezas con ninguna otra, casaos conmigo —advirtió tan abruptamente que
Roger la observó sorprendido.
—Sois la mujer más hermosa, Melissa —contestó calmado y a ella
se le aceleró el corazón al creer que él aceptaría—, pero ningún hombre de
la aldea se atrevería jamás a posar sus ojos en vos, todos sabemos que
pertenecéis al lobo y las repercusiones que tendríamos si nos atreviéramos a
tocar lo que es suyo.
No…
No es posible que Roger supiera sobre el tratado que había realizado
su padre con los Wolf.
—¿Todos lo saben?, ¿Todos saben que mi padrastro me ha vendido?
Melissa vio como él la observaba con prudencia.
—No. Desconocía que existiera un acuerdo, pero todas las familias
con hijos en edad casadera han sido advertidas de las consecuencias que
tendrían si osaran tocaros. Hace dos años nos afirmaron lo que sucedería si
alguno de nosotros trataba de cortejaros —afirmó siendo lo más sincero
posible—. Me complacería inmensamente que fuerais mi esposa, Melissa,
pero cavaría mi propia tumba y la de mi familia si lo hiciera. Por mucho
que me pese decíroslo, pertenecéis al lobo desde el mismo instante en que
nacisteis.
Aquella afirmación cayó sobre ella como un balde de agua helada,
pero dentro de si misma lo que sentía era una rabia y odio tan intenso que
podía notar como iba a escupir fuego en cualquier momento.
Roger se marchó. Sus padres también y ella decidió encerrarse en su
habitación hasta que cayera la noche. Si antes había afirmado que no dejaría
jamás que el lobo tocara las tierras de los Rouge, ahora estaba dispuesta a
arrancarse la piel a tiras antes de que ese desalmado osara lograr lo que se
proponía. Ese tal Cassian se creía ser su dueño, pues bien, ella le iba a
enseñar que ningún hombre y menos él iba a poseerla.
No tenía miedo a la oscuridad. Ni siquiera a los ruidos en plena
noche que emitían los animales del bosque. Ni al viento que chocaba con
las ramas de los árboles provocando un rumor que podría atormentarla.
Melissa Rouge era su nombre y no tenía miedo a nada, sino furia…
una furia tan inmensa que anulaba el resto de sus sentidos y la llevaban a
continuar caminando con la luna como única compañera.
No se había despedido de su mejor amiga, ni de su madre. No le
había dicho adiós a nadie porque aquello no era una despedida, se había
prometido a sí misma que regresaría… y ni siquiera Cassian Wolf se lo
impediría.
Y allí, en mitad de aquella noche tan cerrada mientras caminaba a
paso acelerado, sintió de nuevo esa sensación fría sobre su nuca.
La estaba observando.
Miró a su alrededor sin ver nada.
Cerró los ojos tratando de decirse a sí misma que solo era producto
de su imaginación y que era imposible que la hubiese visto salir de casa,
utilizó uno de los pasadizos secretos que albergaba y que desembocaban en
el bosque para asegurarse de que nadie pudiera verla.
No.
Él no estaba allí.
Y cuando al fin se había convencido de ello, el aullido de un lobo
hizo que su vello se encrespara.
Comenzó a acelerar su paso con mayor premura, pero eso no la
consolaba del hecho de sentir una presencia tras ella.
Se sentía observada y la oscuridad de la noche no revelaba a su
cazador… ¿Eran los lobos quienes la seguían? El terror de un destino
similar al de su padre la hizo temblar, pero eso no freno su paso, aunque si
aceleró su latido ya de por si desbocado.
Debía faltar poco para el amanecer, aunque la luz temprana no
cambiase nada su situación, al menos le revelaría a su enemigo, ese que no
le había dado tregua durante horas. ¿Por qué no se abalanzaba sobre ella?,
¿Por qué no le daba caza?, ¿Qué esperaba realmente? Intentó convencerse
de que solo era su imaginación, algo completamente normal dadas las
circunstancias, hasta que oyó de nuevo el aullido de un lobezno, pero esta
vez no venía solo, sino que le acompañaban más.
Estaban cerca, lo suficiente para ser consciente de que detectaban su
presencia y pensó en lo irónico del destino, en que su vida terminaría del
mismo modo en que lo hizo su padre y con ella moriría el linaje de los
Rouge para siempre.
¿Tal vez ese era su destino? Quizá era preferible una muerte a
manos de los lobos que caer en las garras de aquel que se hacía llamar lobo.
Por un instante permaneció quieta, expectante, como si se enfrentara
a la muerte y la esperase con los brazos abiertos, así que cerró los ojos
anhelando no sentir nada cuando llegase el momento, rogando porque fuese
rápido e indoloro.
No quería pensar en que aquellos serían sus últimos instantes. No
deseaba derramar las lágrimas que no la consolarían sabiendo que
abandonaría ese mundo sin ser madre. Y recordar lo que podría haber
tenido y ya no tendría destrozaba su alma, así que cantó por última vez al
viento anhelando no sentir nada más queel sonido de su propia voz.
 
 
Subiré a la colina del monte para gritar bien alto su nombre.
Cruzaré montañas y lagos hasta encontrarle.
Es mi destino. Es mi legado.
No cesaré hasta que el último de ellos sea masacrado.
 
El bosque se tiñe de rojo con la sangre del lobo.
Sus fauces cuelgan salvajes sobre la cima del fiordo.
Ya no habrá sed. Ya no habrá hambre.
La venganza termina con la caza del grande.
 
 
En el momento que abrí los ojos mi sangre se heló y tal vez hubiera
gritado de no haber sido por el estupor que me había dejado en absoluta
conmoción. Ocho pares de ojos me observaban. Cuatro lobos de pelaje gris
estaban frente a mi, aguardando alguno de mis movimientos y ni siquiera
era capaz de mover un solo músculo o qué debía hacer ante aquello.
Tenía tres posibilidades y estaba casi segura de que obtendría el
mismo fatídico final con cada una de ellas. En primer lugar podría hacerles
frente, aunque para ello necesitase un coraje que no sabía si tenía. En
segundo lugar podría intentar huir, pero dudaba que mis piernas fueran más
veloces que sus garras. Y en tercer lugar podría permanecer quieta donde
me hallaba, pero cualquiera de ellas me llevaría al mismo fin: mi propia
muerte.
Bajé lentamente los brazos y vi como uno de esos cuatro lobos
comenzaba a gruñir, justo en el momento que pensé era mi final, se oyó un
sonido completamente desconocido, pero que hizo que aquellos cuatro
lobos grises huyeran entre lamentos, como si algo más fuerte que ellos les
aterrase.
¿Qué demonios les había asustado?
Debí haberlo sabido. Debí saber que solo un demonio podría haber
logrado que huyeran de aquel modo. Antes de poder reaccionar vi la sombra
negra cerniéndose hacia mí y cuando me di la vuelta para huir, noté como
me alzaba con una facilidad pasmosa para colocarme sobre un semental tan
oscuro como las vestiduras de su jinete.
Sentí la figura que había a mi espalda, el calor indescriptible que
emanaba, sus brazos rodeando mi cintura para impedir que pudiera
moverme o saltar de la montura.
No necesitaba preguntar para saber de quien se trataba y no
necesitaba afirmar que ese demonio me había salvado de una muerte
segura.
—¡Suélteme! —grité cuando al fin reaccioné tratando de empujar
sus brazos apartándolos de mi cuerpo.
Hasta sus manos estaban cubiertas por unos guantes de piel negra.
Mi petición no encontró respuesta, porque se limitó a proseguir
como si estuviera completamente sordo, así que comencé a removerme
sobre el caballo tratando de escurrirme entre sus brazos mientras intentaba
golpearle.
—¡Basta! —bramó con una voz que podría helar el mismísimo lago
en pleno verano y detuvo su caballo haciendo que me sentara de nuevo
erguida frente a él.
Contra todo pronóstico oír su voz no me asustó, ni me dejó rezagada
como probablemente habría pretendido, sino que alcé la cabeza con un
movimiento brusco provocándole un golpe en su mentón y
desestabilizándole momentáneamente, lo justo para escabullirme por debajo
de su brazo deslizándome hacia el suelo desde la montura del caballo.
Debería estar aterrorizada. Muerta de miedo. Paralizada de absoluto
estupor… pero en lugar de eso sentía una adrenalina renovada desconocida
hasta el momento, ¿Tal vez era porque había asumido mi muerte hacía
escasos momentos? Quizá, pero no pensaba dejarme atrapar por el
innombrable. No iba a ponérselo nada fácil.
Ni siquiera avancé tres pasos cuando sentí que me detenía estirando
de la capucha que llevaba mi capa y haciendo que el cordón se acentuase en
mi garganta, así que rápidamente lo solté y me liberé de ella mientras mis
pies seguían avanzando.
Oí una maldición, ni siquiera supe que bramó exactamente, pero
todos mis sentidos estaban puestos en alejarme lo más rápido posible. No
sabía en qué dirección iba, ni hacia donde me dirigía, simplemente corría
por inercia, sabiendo que era el único modo de salvar mi vida.
Una parte de mi mente era consciente que aquello sería inútil, pero
otra se aferraba al instinto de supervivencia. Aún estaba demasiado oscuro,
así que, cuando sentí su agarre en mi brazo, tropecé y mi cuerpo terminó
impactando con el suyo mientras ambos caíamos al suelo y rodábamos por
un pequeño terraplén.
Cuando abrí los ojos mi cuerpo estaba cubierto con el suyo, su
rostro permanecía oculto a excepción de sus ojos y a pesar de la poca
claridad, podía ver su mirada desafiante.
—No iré con vos —bramé a pesar de sentir mi cuerpo ligeramente
dolorido por la caída.
—Lo haréis —contestó tan seguro de sí mismo que me hizo sentir
aún más rechazo—. No tenéis otra alternativa, hace unos instantes habríais
muerto de no ser por mí.
—Prefiero la muerte a ir con vos —escupí tratando de zafarme de él.
Supe por su semblante que aquello no le agradó. De un solo
movimiento se colocó en pie y me levantó seguidamente con tanta facilidad
que podría parecer una marioneta en sus manos.
No me gustó.
No me agradó en absoluto que fuera mucho más fuerte que yo.
Apenas llegaba en altura a sus hombros, los cuales eran anchos y se
podía juzgar por su aspecto que era fuerte y atlético, lo suficiente para intuir
que jamás escaparía de sus garras, al menos no sin un caballo más veloz que
el suyo.
—Sois mía —jadeó acercándose a mí, como si pretendiera que esa
afirmación me quedase clara—. Y no os corresponde a vos tomar ninguna
elección, desde este momento me pertenecéis en todos los sentidos, Melissa
Rouge.
Contempló aquellos ojos grises que la miraban con tanta intensidad
que hasta sintió como su cuerpo se estremecía.
¿Suya?, ¿Ella era suya?
¡Ni hablar!
En cuanto su mente reaccionó alzó la rodilla tratando de apartarle de
ella y para su desgracia el lobo evitó el golpe.
—Ni os pertenezco, ni soy vuestra. Jamás permitiré que obtengáis lo
que deseáis, lobo —mencionó con retintín en la última palabra dando a
entender que le daba asco su simple mención.
Si él la había escuchado no pareció darle importancia, menos aún al
modo en el que lo había llamado, simplemente se alzó arrastrándola junto a
él de un movimiento rápido y le apresó las muñecas de sus brazos con una
sola mano. Aquel tipo aplicaba demasiada fuerza sobre ella, pero no
pensaba darle el gusto de emitir sonido alguno para lamentarse por ello por
más que doliera.
Era un bruto sin piedad, solo había necesitado un instante para darse
cuenta y eso solo le llevaba a afirmar todas aquellas habladurías que
siempre había oído sobre ellos.
Quería gritar. Patalear. Llorar y volver a gritar de nuevo, pero no
pensaba dejar que el miedo la embriagara, por alguna razón desde hacía
escasos momentos en los que había aceptado su muerte, el miedo no
formaba parte de su ser.
Se había evaporado.
¿Se debía a que aceptó morir a pesar de lo que ello implicaba? No
tenía miedo a la muerte en sí.
No.
Quizá sentía tristeza por lo que podría haber tenido y jamás podría
al desvanecerse, pero en aquel momento solo era capaz de sentir una furia
creciente que no se amilanaba.
¿Quién se habría creído que era ese hombre para decretarla como
suya? Ella no le pertenecía a nadie, solo a sí misma y pensaba
demostrárselo hasta su último aliento de vida.
—¿Es que no me habéis oído, lobo? —replicó con mayor fervor e
ímpetu, pero Melissa obtuvo por respuesta un agarre aún más severo que el
anterior e hizo una mueca de dolor que posteriormente lamentó.
—Sois insolente, pero no importa. No hay nada que no solucione
una buena fusta —bramó dejando a Melissa atónita.
¿Es que pensaba golpearla?, ¿A qué clase de monstruo la había
vendido su padrastro?
Le daba igual. No tenía ningún derecho a disponer de ella, no era un
caballo o un saco de trigo que poder intercambiar por unas cuantas
monedas.
—¡Adelante!, ¿A qué esperáis?, ¡Golpeadme y matadme ahora
porque no os concederé el placer de obtener lo que no es vuestro! —
vociferó Melissa con ímpetu y sintió como el lobo la zarandeaba.
Era evidente por el brillo de sus ojos que estaba furioso. ¿Pensó que
se encontraría con una joven asustada y callada? En cierto modo hasta ella
misma estaba sorprendida de aquella rebeldía cuando hacetan solo un día
no era capaz ni de mirarle a los ojos, quizá solo era un arranque de furia
ante lo que ella consideraba un ultraje a su destino.
Por toda respuesta, Melissa sintió como la cuerda se cernía en sus
brazos apretando sus muñecas y uniendo los dedos de sus manos. Quiso
forcejear, pero le resultó imposible competir con la fuerza de aquella bestia
inmunda que la apretaba con mayor intensidad.
—Cuanto antes comprendáis que me pertenecéis solo a mí, será
mejor para vos. Ya sois mía y todo cuanto poseéis me pertenece como vos
misma —replicó dejando muy claro lo poco que le importaba su opinión—.
Viviréis mientras yo decida que lo hagáis y haréis cuanto yo os ordene que
debáis.
Por la mente de Melissa se cruzaron todos aquellos relatos sobre sus
elegidas. Mujeres que aportaban dote y tierras a su extirpe, pero que jamás
se volvería a saber de ellas.
Era obvio el motivo.
Las mataban, o se las comían… que teniendo en cuenta el
salvajismo con el que la trataba y los rumores que corrían sobre ellos, no lo
ponía en duda.
Tuvo muy presente que una vez él lograra su objetivo, se desharía
de ella en cuanto obtuviera lo que quería. Antes sería capaz de arrancarse el
corazón a sí misma a que un lobo pusiera las zarpas sobre sus tierras.
Estaba claro que discutir con él carecía de sentido, era un lobo
salvaje cuyo despotismo no conocía límites. ¿Su dueño?, ¿Seguir sus
órdenes?, ¿Vivir hasta que él lo decida? Se tenía por alguien tranquila,
serena, razonable… pero aquel lobo estaba sacando a relucir lo más oscuro
en ella.
Por toda respuesta le escupió a la cara y maldijo que llevase aquel
trozo de tela que ocultaba su rostro salvo aquellos ojos inquietantes.
—Apestáis a estiércol, lobo. Será mejor que os lavéis bien porque
parece que vuestros oídos no están limpios. Ni soy vuestra, ni lo seré jamás.
Se quedó esperando el golpe, se preparó para ello, incluso era
consciente de su provocación para que él mismo cometiera el error de
acabar con ella o al menos golpearla lo suficiente para darla por muerta y
abandonarla malherida allí mismo.
Divisó la intensidad en el color de sus ojos, vio los primeros rayos
de sol reflejados en ellos. Debía admitir que eran hermosos, probablemente
lo único hermoso que poseía ese lobo.
En un movimiento rápido Melissa notó como sus pies se alzaban del
suelo y ahora caía con la cabeza hacia abajo sobre el hombro de aquel tipo
que la arrastraba junto a él hacia alguna parte. Maldijo estar maniatada para
no poder liberarse y comenzó a pronunciar una ristra de improperios que ni
siquiera habían salido de su boca en sus diecisiete años de vida.
—¡Maldito bastardo lobo salvaje!, ¡Soltadme ingrato!, ¡Os odio!,
¡Me repugnáis!, ¡Sois escoria! … —Y así continuó hasta que se vio sentada
sobre el semental y sintió como el cuerpo de él se pegaba al suyo
sujetándola con una fuerza de la que le resultaría imposible escapar.
—Decid una palabra más y vuestra madre lo lamentará —amenazó
provocando que Melissa apretase los labios con fuerza por no poder hacer
lo mismo con sus puños.
¡Maldito bastardo!, ¿Cómo se atrevía a amenazarla con hacerle daño
a su familia? Cerró los ojos pensando en su madre, esperaba que de algún
modo se marchara del pueblo junto a su abuela, solo así estaría a salvo, solo
así los Wolf no podrían tocarla.
El sol se descubrió por completo tras las montañas, inundando todo
el bosque de una luz tibia y fascinante que, de no haber sido por la
situación, Melissa habría disfrutado de buena gana, pero la inquietud que
sentía junto al calor incesante que le proporcionaba el cuerpo de aquel lobo
a su espalda la hacía permanecer en alerta. Sentía sus muñecas arder por la
cuerda tan apretada que se ceñía sobre la suave piel, aun así, no se quejó, el
dolor la mantenía despierta y atenta ya que el trote del semental era suave a
pesar de ser continuo, como si aquel hombre no tuviera ninguna prisa en
llegar a su destino.
Jamás había visto un leve acercamiento de aquel hombre hacia ella
en aquellos diecisiete años. Ni siquiera sabía la edad que tendría él. ¿Sería
mayor?, ¿Quizá podría ser su padre? No parecía tener demasiadas arrugas
alrededor de los ojos, así que supuso que quizá era joven. Recordó entonces
las veces que él la había mirado, cuando ella rehuía de él y siempre quiso
creer que solo era su capa roja llamando la atención.
¡Que equivocada estaba!, ¿Por qué nadie en el pueblo la habría
avisado de ello? Tuvo que enterarse por el propio Roger de que el lobo
jamás habría permitido un matrimonio de ella con otro hombre.
Ella era su presa. La presa del lobo y para su absoluto estupor tenía
que admitir que la había cazado.
Aunque toda presa podía liberarse, ¿No es cierto? Encontraría el
modo. No sabía como, pero lo haría.
Con esa convicción, Melissa alzó la vista y se quedó sin palabras
ante el maravilloso castillo que había frente a ella. Había oído hablar de él,
por supuesto, pero jamás se había atrevido a acercarse lo suficiente para
tener la vista que ahora poseía.
—A partir de ahora, vivirás aquí y no se te permitirá salir de los
muros del castillo.
Melissa no necesitaba preguntar si aquella orden implicaría
cumplirla por el resto de sus días, porque estaba claro que sería así.
E
3
 
MELISSA
 
 
 
 
 
l castillo de sangre.
Así era como lo llamaban y su simple mención daba
auténtico pavor, estaba convencida que su título se debía a los
horrores que allí dentro sucedían.
Melissa tuvo que reconocer que parecía estar en buen estado. Divisó
algunas personas trabajando en los jardines mientras el semental se
adentrada tras los muros.
Las puertas de entrada a la gran edificación estaban cerradas, se
trataba de una doble puerta de madera maciza de gran altura llena de
eslabones de hierro con cabezas de lobo incrustadas. Probablemente era tan
antigua como el linaje de los Wolf, pero eso no lo hacía menos terrorífico.
Su miedo más latente se hizo cuando las puertas se abrieron y dos
figuras masculinas salieron a su encuentro. Vestían de negro como ya había
visto otras veces, pero su asombro fue que, en esta ocasión sus rostros
estaban descubiertos.
Sintió un estremecimiento al comprobar que no tenían fauces
grandes, ni colmillos enormes, ni tan siquiera una característica peculiar o
desagradable a la vista que les hiciera llevar en público su rostro oculto a
excepción de los ojos.
—Veo que la has encontrado, hermano —mencionó uno de ellos.
—¿Acaso lo dudaste, Enzo? —respondió con una mueca algo
divertida el otro joven, aunque no expresó una amplia sonrisa.
Ella permanecía estática. Ni siquiera los había escuchado hablar
hasta hacía unas horas, siempre se mantenían distantes con la mayoría de
las personas y desde luego ella jamás había oído siquiera una palabra
proveniente de ellos las pocas veces que les pudo ver por el pueblo.
—Cassian es el mejor cazador de todo el bosque, ninguna presa
escaparía de sus garras, mucho menos su mujer —volvió a decir el que
parecía llamarse Enzo, cuyo cabello largo y rizado caía grácil sobre su
rostro de facciones fuertes.
¿Era su mujer?, ¡Ni hablar! Ella no era, ni sería, nada de ese lobo.
Ambos hermanos se parecían a grandes rasgos, tenían los ojos
oscuros, unas facciones varoniles bien marcadas, aunque el que parecía más
jovial y menos serio cuyo nombre aún desconocía tenía el cabello
ligeramente más claro y con un corte favorecedor a su rostro.
¿Se parecería su captor a ellos? Lo cierto es que saber que no eran
monstruos como siempre había pensado le provocaba una convicción aún
mayor ante sus posibilidades de escapar cuanto antes.
—¿Dónde está Aurora? —preguntó su captor haciendo caso omiso a
la conversación de sus hermanos.
El nombre de una mujer hizo alertar a Melissa prestando una mayor
atención.
—No tardará en llegar. Alguno de los sirvientes la habrá alertado —
El llamado Enzo giró sobre sus talones y antes de adentrarse en el castillo
una mujer de mediana edad salió a su encuentro con el ceño fruncido.
Por sus ropas Melissa no sabía deducir si la mujer era un miembro
de la familia o una simplesirvienta, lucía un vestido sobrio, pero no estaba
desgastado, ni manchado, ni roído. ¿Quién era esa mujer?, ¿Podría ser la
madre de ellos?
—¿Es ella?, ¿La última Rouge? —exclamó la mujer observándola
con curiosidad y una atención extrema.
—Así es vieja —contestó mi captor bajándose del caballo y
deshaciendo el nudo que mantenía mis manos en la montura del semental
—. Encárgate de ella y después de prepararla, enciérrala en una habitación
bajo llave.
La mujer asintió y él tiró de ella para bajarla del caballo
entregándole la cuerda que ataba sus manos a la mujer.
—Está sangrando, Cassian —susurró la que se hacía llamar Aurora
a su captor.
Melissa vio que se encogía de hombros y se apartaba de ellas como
si no le importara lo más mínimo.
—Es mía y puedo hacer con ella lo que me plazca. Haz lo que te he
dicho, vieja.
La mujer hizo un movimiento de cabeza en señal de negación y
colocó una mano sobre el hombro de ella para invitarla a entrar en el
castillo. De algún modo creyó que esa buena mujer estaba en contra de las
formas que tenía su captor de tratarla, aunque no le hizo frente, ni se
posicionó con autoridad, eso le dejó claro que se trataba de una sirvienta y
que quizá poseía un trato de favor por los años de servicio que debería
llevar en el castillo.
Tal vez podría obtener de ella información vital ante su situación.
A pesar de que entre las manos de aquella mujer estaba la cuerda
que continuaba cortando la circulación de sus antebrazos, no hizo ningún
ademán por estirar de ella, sino que la guiaba a través de los largos pasillos
con una mano sobre su cintura de forma gentil y serena.
—No os preocupéis por vuestras heridas, las curaré personalmente y
me aseguraré de que no quede ninguna marca. Sois muy hermosa muchacha
y además muy joven, indudablemente joven. ¿Qué edad tenéis? —interrogó
con un tono tan amable que a Melissa le generó la sensación de que la
mujer se encontraba bien entre los lobos.
—No me importan las marcas, señora —aclaró Melissa sin ningún
titubeo en su voz—. Y pronto cumpliré dieciocho años.
—Llámeme Aurora, a partir de ahora viviréis en el castillo y por
desgracia no hay demasiada compañía femenina.
Ante esa afirmación frunció el ceño observando a aquella buena
mujer, al menos esa era la impresión que le generaba por el modo gentil en
el que parecía tratarla.
—¿Hay más mujeres en el castillo aparte de usted? —inquirió para
obtener una respuesta clara.
Siempre había creído que el castillo carecía completamente de
mujeres, quizá era porque no se imaginaba a alguna de ellas conviviendo
entre lobos.
—¡Desde luego que sí, niña! Hay otras dos doncellas, Eleanor os
caerá bien, será ella quien la asista cuando lo necesites y luego está
Beatrice… —su tono cambió y no supo bien porque lo hizo—, estoy segura
de que os llevaréis bien con ambas, solo tienen unos pocos años más que
vos. El castillo es grande, pero solo lo habitan los tres hermanos, así que no
hay demasiado trabajo por hacer.
No pensaba decirle a aquella señora que no pensaba quedarse
mucho tiempo, probablemente si lo hacía no seguiría sonsacándole la
información que ya de por sí le estaba proporcionando.
—¿No tienen más familia? —inquirió Melissa para que la mujer
continuase hablando.
—Por supuesto, tienen una infinidad de parientes, de vez en cuando
les visitan y organizan grandes fiestas que duran varios días, pero el castillo
siempre lo hereda el primogénito del linaje Wolf. Cuando el primer hijo de
Cassian alcance los siete años, sus hermanos deberán marcharse del castillo,
pero mientras tanto permanecerán salvaguardando el territorio. Así se ha
hecho desde el comienzo del linaje y así se seguirá haciendo. —La
revelación le sorprendió, desconocía por completo aquello y jamás en todas
las historias que había escuchado sobre ellos se mencionaba tal asunto.
—¿No resulta cruel tener que abandonar su hogar sin haber
conocido otro lugar? —exclamó mientras veía como se dirigían hacia un
pasillo con varias puertas en la planta superior.
La mujer comenzó a reír como si le hubiera causado especial gracia
su comentario y la expresión de esta era confusa.
—Conocen perfectamente el lugar al que irán muchacha y lo harán
con una buena fortuna. Además, saben su destino desde que tienen
conocimiento, como Cassian sabe el suyo desde su nacimiento y erais vos.
La unión entre los Wolf y los Rouge se espera desde hace mucho tiempo, ya
era hora de que al fin llegase el momento.
Ella se detuvo ante aquellas palabras y la mujer reaccionó de
inmediato deteniéndose también justo antes de entrar en una de las
habitaciones.
—No me uniré a ese lobo, señora. No permitiré que se apropie de lo
que no le pertenece. ¿Creéis que no sé lo que me hará en cuanto logre lo
que quiere?
—¿Qué creéis que os hará exactamente jovencita? —inquirió
Aurora con un tono sumamente extraño.
—Hasta ahora creía que me comería, pero quizá solo me mate y
finja que ha sido un accidente —advirtió sorprendiendo a la mujer.
Durante unos instantes Aurora guardó silencio mientras abría la
puerta y la hacía pasar dejando al descubierto una habitación luminosa,
caldeada con un fuego que crepitaba en su interior y con una cama que
invitaba a dormir en ella bajo aquellas pieles nuevas. Había varios muebles
que terminaban la decoración, así como alfombras y tapices que colgaban
de las paredes. Muy a su pesar tenía que reconocer que era hermosa y
acogedora.
—Pronto descubriréis que los Wolf no poseen un carácter amable,
de hecho, se les conoce por ser todo lo contrario y el joven Cassian es el
peor de los tres porque su destino ha sido marcado desde el inicio, no tenéis
elección como tampoco la tiene él, querida y cuanto antes comprendáis
esto, será mejor para vos.
¿Qué no tenía elección?, ¡Por supuesto que la tenía!, ¡Y nadie iba a
decirle lo contrario! Le demostraría a esa vieja y al estúpido lobo que
Melissa Rouge no iba a amedrentarse, ni a ceder ante nadie.
Mientras Aurora le quitaba delicadamente los nudos que ataban sus
manos, se preguntaba porque razón había mencionado que el lobo tampoco
tenía elección. ¿Y para qué iba a comprarla entonces?, ¿Por qué retenerla
allí? Estaba claro que mentía, él quería apropiarse de lo que por derecho le
correspondía solo a ella siendo la última de los Rouge y no pensaba darle el
placer de aquella satisfacción.
En cuanto el agua fresca cayó sobre sus heridas gimió de dolor por
más que hubiera intentado no hacerlo. Aun así, no se quejó, el dolor era la
prueba que evidenciaba que aquel lobo era un sádico déspota y sin control
alguno sobre sus actos. Era la prueba viviente de que tenía que huir de él y
de los suyos por más que la señora Aurora intentara ser amable con ella.
—Le pediré a Eleanor que prepare el baño, le sentara bien —alegó
perdiéndose tras la puerta y dejándola a solas.
En cuanto se acercó para intentar abrirla, comprobó que permanecía
cerrada y dio un sonoro golpe de obstinación que le hizo sentir el tirón de
sus heridas con mayor fervor.
Se dirigió entonces hacia el gran ventanal que tenía la habitación y
apartó la piel que lo cubría dejando a la vista un enrejado bastante grande
que permitía el paso de la luz, pero que obviamente impediría su huida.
—¡Maldito lobo! —exclamó agarrando el frío metal entre sus manos
como si tuviera la capacidad de fundirlo entre sus dedos, pero ni siquiera se
movió un ápice de su lugar.
La había encerrado. Habría gritado de no ser porque sus lamentos no
la sacarían de allí y era demasiado obstinada para que alguien se quisiera
compadecer de su suerte. Rebuscó entre los cajones de los pocos muebles
que había por la estancia buscando algo que le pudiera ser de utilidad para
abrir aquella puerta, pero entre los pocos enseres que albergaban no
encontró nada.
¿Ese lobo pretendía mantenerla siempre encerrada entre aquellas
cuatro paredes? Lo cierto es que casi prefería estar allí a tener que estar de
nuevo en su presencia.
Le detestaba. Lo odiaba. Hasta ese momento creía haberle tenido
miedo, pero ahora solo sentía una rabia irascible por destrozar sulibertad y
sus sueños.
Aurora regresó tiempo después observando detenidamente como la
habitación estaba revuelta, pero sus pensamientos quedaron acallados
puesto que no mencionó nada respecto a ello. Portaba con ella varias
prendas y seguidamente llegó una joven muchacha que traía varios cubos de
agua disponiéndolos debidamente junto al fuego.
—Esta es Eleanor, la ayudará a prepararse —comentó Aurora.
—No necesito ninguna ayuda. Ni pienso ponerme nada que
pertenezca al lobo —terció Melissa mirando a la muchacha que
probablemente tendría solo uno o dos años más que ella.
¿Qué hacía una chica tan joven sirviendo en el castillo de sangre?,
¿No tenía pavor a los lobos? Le resultaba casi incomprensible. Se fijó más
detenidamente en su cabello rojo, piel extremadamente blanca y ojos de un
azul tan claro como el cielo. Era hermosa, aunque una belleza distinta a la
habitual ya que no existían muchas mujeres con ese cabello por la zona.
—Pues ahora la tendrá —sentenció Aurora disponiendo su autoridad
—. Y se pondrá los ropajes que pertenecen al lobo —añadió—. Y créame
que lo hago por usted, no querrá ver la ira de Cassian Wolf si se
desobedecen sus órdenes.
En cuanto dijo esto soltó los vestidos sobre el gran lecho que se
encontraba en medio de la habitación y vio como dos hombres
transportaban un barreño que dejaban frente a la chimenea con extremo
cuidado.
—Será un placer atenderla mi señora —dijo la joven que hasta ahora
había permanecido callada.
No tenía nada en contra de aquella muchacha, pero no comprendía
como accedían a la atrocidad que el lobo estaba haciendo con ella. La
estaba reteniendo en su contra, la encerraba bajo llave en aquella habitación
y sin duda eran conscientes de que sus intenciones eran las de matarla y
deshacerse de su cuerpo en cuanto obtuviera lo que deseaba.
—Regresaré cuando esté preparada para llevarla frente a Cassian.
Hay una boda que preparar —anunció antes de marcharse volviendo a
cerrar la puerta con llave, pero esta vez la dejó a solas con la joven
sirvienta.
¿Una boda que preparar?, ¡Y un cuerno!
—¿Quiere que la ayude a desvestirse? —preguntó con timidez la
joven.
—No pienso casarme con ese lobo. Ni me daré ese baño. Ni me
pondré esas ropas que apestan a su infernal olor. ¡No le pertenezco!, ¡Ni
jamás lo haré! —bramó alejándose de la bañera, de la chimenea y de la
muchacha que la observaba con absoluto estupor.
Podía ver como la joven parecía mirarla con los ojos bien abiertos
por la impresión.
—No tengo nada en su contra, mi odio solo está dirigido a los lobos,
concretamente al mayor de ellos según tengo entendido —afirmó instantes
después.
—¿Se refiere a Cassian?, ¿El señor del castillo? —preguntó la
joven.
—Eso creo —advirtió negándose a pronunciar su nombre como si
eso le hiciera más humano y menos lobo.
—¿No le tiene miedo? —inquirió sorprendida.
—Soy consciente de que va a matarme, mi vida ya está sentenciada,
así que dejé de temerle en ese instante —admitió muy a su pesar, porque en
el fondo sí seguía temiendo a ese bárbaro por más que no lo deseara.
—El señor del castillo no puede matarla mi señora, él debe
convertirla en su esposa para cumplir la promesa que… —sus palabras se
acallaron repentinamente cuando un grito desde el exterior atrajo su
atención—. Es Beatrice, no debe preocuparse por ella, sabía que este día
llegaría.
Volvió a mirar hacia la puerta y de nuevo a la joven doncella
Eleanor, cada vez entendía menos lo que ocurría allí y ciertamente le
importaba bien poco, porque no pensaba quedarse mucho tiempo.
—En cuanto me case con el lobo, me matará —afirmó tajante.
La doncella apartó uno de los cubos del fuego usando algunos paños
y después colocó el otro para que también se calentara.
—El agua está lista, mi señora. Si es tan amable de desvestirse
podré ayudarla a bañarse. Créame cuando le digo que si no se prepara verá
la verdadera ira de Cassian Wolf. Él no la matará mi señora, pero hay cosas
aún peores que la muerte, se lo aseguro —advirtió la joven con pesar.
Algo en la voz de esa muchacha le dio a entender que el lobo no
daría su brazo a torcer y ella sabía que, sin ese baño y esos vestidos, no la
sacarían de aquella habitación para ver al lobo. Tenía que salir. Tenía que
ver cómo era el resto del castillo y sobre todo tenía que averiguar cómo
salir de él sin ser vista.
Por mucho que le disgustara ceder en aquel termino, no le quedó
más remedio que acercarse y dejar que la joven se deshiciera de sus ropajes
que incluían su capa.
—¿Cómo puedes trabajar para ellos? —exclamó sin llegar a
comprenderlo.
Mi padre adquirió una deuda hace seis años con los Wolf. Decidió
entregarme a ellos para saldarla. No podré marcharme del castillo hasta que
dicha deuda sea saldada.
Melissa sintió entonces por la muchacha una empatía sin
precedentes. Aquella joven había compartido el mismo destino que el suyo.
Había sido arrancada de su vida y dispuesta como una simple moneda de
cambio por culpa de las acciones de otros.
—Huiremos juntas —mencionó dándose la vuelta y buscando en los
ojos azules de Eleanor complicidad—. Nos iremos donde no nos puedan
encontrar.
La joven declinó el rostro y sus ojos viajaron hacia el suelo.
—No hay forma de huir del castillo mi señora. Nadie puede
atravesar el bosque sin que ellos lo sepan, poseen vigías en todas partes. En
la aldea guardan cierta lealtad a Cassian porque domina todo el bosque, a
excepción de las tierras de vuestra familia mi señora, es imposible que logre
poner un pie en el bosque sin que él se entere —afirmó siendo sincera.
Melissa guardó silencio durante un buen rato y la muchacha
aprovechó su letargo para introducirla en el barreño y comenzar a lavar su
espalda con un paño mientras dejaba caer el agua caliente que atenuaba su
inquietud.
—Encontraré el modo Eleanor. Le prometo que lo encontraré —
afirmó Melissa deteniendo su mano y aquellos ojos azules la observaron
nuevamente.
—Mientras lo hace, le sugiero no despertar la ira del lobo mi señora
—advirtió la joven.
—¿Por qué?, ¿Qué es lo que puede ocurrir? —preguntó viendo
como aquellas pupilas se empequeñecían.
—Como le he mencionado antes, hay destinos aún peor que la
muerte mi señora. No querrá descubrirlo.
Por alguna razón, la joven no parecía querer hablar sobre ello.
¿Cuánto habría sufrido Eleanor en aquella casa?, ¿Por qué no se atrevía a
decirlo? Tenía que admitir que, en cierta medida, su temor aumentaba. Cada
vez era más evidente que la mantendría con vida hasta lograr lo que se
proponía, ¿Cuánto podría soportar?, ¿Cuánto tiempo más podría
permanecer allí hasta tener un plan? No podía huir sin más, necesitaba
tiempo para tener una buena oportunidad y eso precisamente era de lo que
carecía.
Eleanor le colocó un vestido de mangas largas en tonalidades
rojizas, era un color oscuro que contrastaba con su piel y cabello en tonos
claros. Ajustó un cinturón a su cintura acentuándola y le trenzó el cabello
de forma delicada.
—Es usted muy bella, mi señora —puntualizó Eleanor.
—No soy su señora Eleanor. Llámeme, Melissa, y no soy más bella
que vos —afirmó esta justo antes de que se abriera la puerta y dejara paso a
Aurora que se mostró realmente satisfecha con la labor de la doncella.
—Será mejor que nos demos prisa, a Cassian no le gusta esperar —
afirmó la mujer cogiendo el brazo de Melissa y arrastrándola tras ella.
Mientras caminaba se fijó donde se hallaban las puertas que daban
al exterior, hacia donde daban los ventanales y ni tan siquiera observó que
atravesaron un gran salón donde más de un sirviente la miraba con evidente
fervor.
Llegaron entonces a lo que parecía un pequeño salón, dispuesto con
una mesa alargada y varias sillas de madera tallada. En ella la luz era
mucho más tenue, la chimenea enorme y de ella crepitaba un fuego que
caldeaba toda la estancia y arrojaba un poco más de luminosidad al
ambiente. Cuando Melissa acostumbró su vista al lugar, apreció la figura
sentada en una de las sillas al fondo de la sala y se detuvo su respiración.
Aquel hombre poseía el cabello tan negro como el carbón,algunos
mechones caían por su frente, no lo tenía excesivamente largo, tampoco
muy corto, pero enmarcaban su rostro. Un rostro que probablemente
habrían esculpido los ángeles porque era realmente hermoso.
Sintió como sus latidos se aceleraban hasta que el brillo de sus ojos
se detuvo en ella y reconoció, sin un atisbo de duda, a quien pertenecían.
Era el maldito lobo.
V
4
MELISSA
 
 
 
 
 
eía por primera vez aquellos ojos acompañados por el resto de
sus rasgos. Nunca se habría imaginado lo que había bajo aquel
trozo de tela negra que usaba para ocultarlo, ¿Por qué lo hacía?,
¿Qué razón le llevaba a encubrir sus rasgos? 
Cuando fue consciente se dio cuenta de que mantenía aquella
mirada fija en él y que éste le respondía del mismo modo sin amilanarse. En
otro momento habría apartado su mirada hacia otra parte, sintiéndose
vulnerable, débil, con miedo hacia ese lobo que la observaba de un modo
tan penetrante. 
Veía odio en sus ojos. Rencor. Aversión. Desprecio... y ni siquiera
había hecho algo para merecerlo. 
Era evidente que no le gustaba tenerla allí, pero era el medio para
obtener las tierras de los Rouge. No podían venderse. No podían apropiarse
de ellas a la fuerza, el único modo para obtenerlas era en legado y sin duda
el matrimonio se lo otorgaría. 
—Veo que empieza a comprender la situación. —Habló sin dignarse
a levantarse de su asiento—. Cierra la puerta cuando salgas, vieja. Tengo
algunos asuntos que tratar con mi... prometida. 
Aurora asintió y la miró unos instantes, como si en esos pocos
segundos tratara de transmitirle un mensaje que ella no comprendió, pero
cuando escuchó la puerta cerrarse comprendió que se había quedado a solas
de nuevo con el lobo. 
Eso la tensó. Incluso llegó a sentir un nudo en su garganta que le
impedía tragar su propia saliva. 
—No soy su prometida —atisbó a decir en un hilo casi carente de
voz. 
—¿Gritar todos esos insultos os ha dejado sin voz? —exclamó
levantándose de su asiento y comenzando a caminar hacia ella. 
Melissa no movió un solo músculo de su cuerpo, se quedó
completamente eclipsada con la figura, ahora ligera de ropajes que se
acercaba hacia ella. 
—En absoluto —mencionó tratando de aunar firmeza en sus
palabras. 
—Mejor, porque tiene que expresar su afirmación cuando llegue el
sacerdote para bendecir nuestra unión —expresó devorándola con sus ojos
mientras recorría su cuerpo con aquellos ojos—. Si me imagino que sois
otra, quizá incluso disfrute en nuestra noche de bodas. 
Aquellas palabras hicieron que sintiera una ira intrascendental que
recorría cada gota de sangre que inundaba su cuerpo. 
—¡Podéis pudriros en el infierno, maldito lobo! —rugió escupiendo
aquellas palabras que provocaron una irritación evidente en él—. Os lo he
dicho antes y os lo repito ahora, nunca pronunciaré tales votos y no dejaré
que os apropiéis de las tierras de los Rouge ¡Jamás serán vuestras! —gritó
sintiendo un fuego en su interior como nunca antes lo había sentido. 
Aquel lobo sacaba lo peor de ella.
Observó como él respiraba de un modo extraño y su mirada se
volvió tan intensa que se sintió pequeña, demasiado ante su presencia. 
El lobo comenzó a dar pequeños pasos mientras la arrinconaba entre
la pared y su cuerpo, sintiendo que cada vez estaba más cerca y que no tenía
ninguna escapatoria. 
La mano del lobo apresó su cuello, bordeándolo con sus dedos y
pudiendo acogerlo al completo. Imaginó que la estrangularía, que usaría su
inmensa fuerza para dejarla sin aire y acabar así con su vida. Pero en lugar
de eso él se acercó tanto que pudo sentir su aliento en sus labios. 
—Sois mía y puedo mataros si lo deseo —advirtió en un tono tan
ronco y grave que le provocó el erizamiento del vello—. Puedo hacer con
vos lo que me plazca —prosiguió llevando sus dedos a la parte trasera de su
cuello, bordeando la nuca y ejerciendo la fuerza necesaria para que Melissa
alzara la vista hacia él—. Y me daréis lo que deseo tanto si queréis como si
no. 
En aquel momento sintió como agarraba su trenza y estiraba de ella
hacia atrás para quedar plenamente bajo su rostro, sintiendo como intentaba
someterla a su merced. 
—Matadme pues, porque no vais a obtener de mi lo que deseáis —
bufó Melissa sintiendo el calor del cuerpo que emanaba aquel lobo
adentrándose en ella y percibiendo un leve mareo que comenzaba a
obnubilar su buen juicio. 
—¿Tan segura estáis? —exclamó estirando aun más de su cabello y
gimió por el dolor. Se maldijo ser tan débil, al menos en su presencia. No
quería mostrar debilidad ante el lobo, no quería sentir que su soberbia era
mucho más fuerte por dominarla de aquel modo con su fuerza—. Lo único
que quiero de vos es el hijo que vais a darme, mamerta[FG1].
En aquel momento la soltó con tanta fuerza que cayó de bruces al
suelo sin tener apoyo para mantenerse erguida. Por suerte colocó sus manos
y sintió el tirón de la carne sin cicatrizar que él le había provocado cuando
la maniató con aquella cuerda. 
No solo la había raptado, insultado y herido, sino que además daba
por hecho que le daría un hijo. ¿Para qué quería un hijo de ella? 
Y entonces lo comprendió todo. No obtendría las tierras de los
Rouge con un simple matrimonio, ese legado solo pasaría a sus hijos y
posteriormente a los hijos de estos, pero si ella moría antes de tener
descendencia, aquel lobo no podría tocar sus tierras. Necesitaba un hijo, y
necesitaba que éste fuera legítimo. 
—Estáis loco si creéis que os daré tal cosa —gimió poniéndose en
pie. 
Y antes de llegar a erguirse del todo sintió como llegaba de nuevo
hasta ella y la alzaba, esta vez levantándola del suelo por los brazos para
arrojarla contra la pared sintiendo como su espalda lamentaba encontrarse
con la dura piedra del muro.
El grito que emitió el lobo fue ensordecedor y, de hecho, le provocó
tal temor que sintió como todos los músculos de su cuerpo se volvían
rígidos ante la inmovilización. Sus ojos se mantenían cerrados con fuerza,
esperando un golpe final, de algún modo intuía que aquel lobo descargaría
su ira contra ella y aguardaba para acabar finalmente con aquella agonía en
la que se había convertido su vida desde el momento que supo que había
sido vendida a él. 
No aceptaba su destino. Jamás lo consentiría por más que él se
empeñara en creer que lo haría. 
Repentinamente la dejó caer y cuando sus pies tocaron el suelo
sintió como golpeaba la pared tan cerca de sus oídos que el ruido emitido
fue ensordecedor, provocando un entumecimiento que la hizo tambalearse. 
—¡Aurora! —gritó el lobo agarrándola con fuerza del brazo hasta el
punto de dejar sus dedos marcados. 
—¡Me hacéis daño! —bufó tratando de soltarse. 
—¿Creéis que me importa? Odio todo lo que representáis y me
repugna tener que unirme a vos. No me importará si morís, pero lo haréis
tras darme el hijo que ansío y os forzaré a abriros de piernas sin importarme
vuestros gritos, después podréis pudriros bajo tierra o largaos donde no
pueda volver a veros, pero hasta entonces estaréis a mi merced y me
proporcionaréis obediencia. 
Antes de que Melissa pudiera contestar, Aurora abrió la puerta
contemplando la escena sin expresar ninguna conmoción ante lo que estaba
viendo. 
—Mi señor, ella solo necesita tiempo para...
—¡Llevadla a las mazmorras! —soltó empujándola hasta que
Melissa chocó de bruces contra el cuerpo de la buena mujer que la sostuvo
firmemente para su suerte.
—No es prudente Cassian, sus heridas...
—¡He dicho que la llevéis a las mazmorras! —gritó con más
intensidad—. Permanecerá allí hasta la llegada del sacerdote y si alguien se
atreve a bajar, pagará las consecuencias ¿Me habéis oído? Unos cuantos
días sin ver la luz del sol y sin probar bocado aclararán que su destino ahora
está en mis manos.
A pesar de que Aurora hizo aspavientos con su rostro señalando su
oposición a la decisión del lobo, lo cierto es que solo unos instantes después
descubrió lo fría, húmeda y oscura que era la mazmorra del castillo de
sangre. 
Quería ser valiente. Quería creer que aquello no era lo peor que
podría ocurrirle, pero entreaquellas paredes solo podía sentir el hedor de la
muerte. 
Ni tan siquiera sabía si era de día o de noche. Si hacía frío o calor. Si
sentía dolor o no.
Tenía hambre.
Tenía sed.
Y sabía que si gritaba no obtendría respuesta, lo había intentado
durante las primeras horas sin que ningún caballero andante viniera a
rescatarla del ogro que la mantenía cautiva.
Ese engendro del demonio la había encerrado allí con un único fin y
si pensaba que la iba a amedrentar para someterla a su obediencia, obtendría
más bien todo lo contrario.
Quería matarle con sus propias manos.
Quería atormentarle.
Esperó y rezó por morir allí mismo para que él no pudiera lograr así
su cometido.
Le importaba muy poco que él hubiera hecho una promesa según
mencionó Aurora. Estaba claro que no la quería. No la deseaba, incluso se
había atrevido a mencionar que cerraría los ojos e imaginaría estar con otra
mujer en su noche de bodas.
¡El muy bastardo!
No iba a dejar que la tocara. ¡Antes muerta que permitir que ese
lobo le pusiera la mano encima!
Un hijo. ¡Quería que le diera un hijo y después se marchara!, ¿De
verdad podía pensar que ella abandonaría a su propio hijo? Ni tan siquiera
lo haría aunque fuera del maldito lobo, aunque era inútil pensar en ello
puesto que jamás tendría un hijo de ese hombre.
La piel donde había tenido aquella basta cuerda que le había rasgado
la carne ahora ardía, aunque no podía verlo, sabía perfectamente que no
tendría buena pinta y se alegró por ello a pesar de saber que el lobo nunca
se arrepentiría de haberla metido en aquel pozo negro.
Había sentido la oscuridad en él. Su carácter agrio y retorcido,
incluso había percibido una especie de venganza oculta hacia ella cuando ni
siquiera le conocía y jamás habían cruzado palabra alguna. ¿Por qué ese
rencor y ese odio si no le había hecho nada? Era él quien quería poseer las
tierras de los Rouge y la había arrancado de su apacible vida para imponerle
un destino que no deseaba.
En algún momento de su desvanecimiento cuando creyó que
volvería por fin a ver a su padre, comenzó a tararear la canción que siendo
niña su abuela le había enseñado, la canción que siempre la había
acompañado a lo largo de su vida y que de algún modo sabía que estaba
relacionada con el pasado de su familia.
Subiré a la colina del monte, para gritar bien alto su nombre.
Cruzare montañas y lagos hasta encontrarle.
Es mi destino. Es mi legado…
Y antes de poder terminarla sucumbió en un sueño profundo donde
se imaginó que estaba su padre esperándola, donde iniciaría un camino
juntos del que no volverían a separarse.
Sus párpados pesaban. Escuchaba voces. Podía sentir personas
discutiendo a lo lejos y supuso que no estaba en el paraíso al que
supuestamente iría tras su muerte. En el cielo solo puede existir la armonía
o eso imaginaba.
No podía ver. Estaba oscuro, pero si podía sentir el calor que el peso
de varias pieles le proporcionaban. Una cucharada de un líquido caliente se
posó sobre sus labios y cuando abrió ligeramente la boca descubrió que
estaba delicioso.
—Eso es mi niña, debéis comer —anunció aquella voz que ella tan
bien conocía desde pequeña.
Melissa abrió los ojos tan rápido que los tuvo que cerrar enseguida
debido a la cegadora luz después de llevar varios días en la completa
oscuridad.
—¿Abuela?, ¿Sois vos? —Su voz sonó tan ronca que casi era un
borboteo sin expresividad.
Todo ha debido ser un sueño, una pesadilla, un delirio de su
imaginación casi tan real como el dolor que ahora sentía.
—Lo soy, no habéis muerto, aunque si llego a tardar un día más en
llegar quizá lo hubierais hecho a manos de ese lobo —advirtió la anciana
metiendo otra cucharada de caldo caliente en su boca y después le
acariciaba la cara.
No pudo evitar derramar lágrimas a pesar de no poder abrir los ojos
ante el peso de la evidencia. No había sido un sueño, era una pesadilla real
y el hecho de tener a su abuela allí no mitigaba del todo su angustia ante lo
que el destino había previsto para ella. ¿Existiría algún tipo de liberación
ahora que su abuela estaba allí? Adoraba a su abuela y llevaba meses sin
verla, pero sobre todo no se había dado cuenta hasta ese momento de cuanto
la añoraba.
—Me vendió abuela. Mi padrastro me…
—Lo sé mi niña. Sé lo que hizo ese bastardo, si vuestro padre
estuviera vivo lo habría matado con sus propias manos por atreverse a
disponer de vuestra vida de este modo —atajó la buena mujer sin perder un
ápice los estribos—, pero no me sorprende la astucia de ese lobo, aprovechó
la debilidad de vuestro padrastro para apropiarse de algo que llevan décadas
deseando.
—No se lo permitiré abuela. Tendrá que matarme antes de dejar que
las tierras de los Rouge pertenezcan a los lobos —dijo Melissa tan
contundente que su abuela dejó a un lado el cuenco con el caldo y acogió
sus manos.
Abrió de nuevo los ojos, esta vez pausadamente, para parpadear
varias veces hasta acostumbrarse a la luz de la estancia. Las arrugas
marcadas de su anciana abuela eran evidentes, como también lo era el
cansancio reflejado en su rostro.
—Esta enemistad entre nosotros y los Wolf ha durado demasiado
tiempo y se ha cobrado demasiadas vidas —mencionó la anciana
sorprendiéndola—. Que Dios me perdone por lo que voy a decir, pero es
hora de ponerle fin.
¿Enemistad con los lobos?, ¿Cobrado demasiadas vidas? Hasta
donde ella sabía no había ninguna enemistad entre ellos, podría haber
imaginado su interés en las tierras de los Rouge ya que controlaban todo el
bosque, pero jamás pensó en un plan maquiavélico como el que el lobo
había tejido a su alrededor para atraparla en sus redes.
—¿De qué habláis abuela? —inquirió tratando de incorporarse y
entonces percibió que sus muñecas estaban vendadas cuidadosamente.
—Nunca he estado de acuerdo en manteneros al margen sobre este
asunto, pero prometí a vuestro padre que lo haría, él deseaba que vivierais
una vida plena y sin miedos. Siempre os he dicho que no debéis temer de
los lobos, está en nuestra naturaleza enfrentarles cuando nadie más a lo
largo de los años ha osado hacerlo, pero prefiero que os unáis a ellos a veros
morir como lo hizo vuestro padre —advirtió sorprendiéndola.
—¿Estáis diciendo que mi padre murió a manos de los Wolf? —
exclamó aturdida y vio como su abuela respiraba con intranquilidad.
—Vuestro padre murió a causa de de los lobos y no debéis preguntar
nada más sobre ello —mencionó sin especificar qué lobos exactamente
acabaron con la vida de su padre—, pero eso no cambia el hecho que nos
acontece ahora y vuestra unión a los Wolf.
Pensó en las palabras de su abuela y en que si de verdad los Wolf
hubieran asesinado a su padre lo sabría, habría sido algo imposible de
ocultar durante tanto tiempo, pero eso era una cosa y otra lo que estaba
insinuando. ¿De verdad le estaba sugiriendo que aceptara al lobo?, ¿Que se
casara con él y se sometiera a su voluntad? Recordó esa mirada gris
penetrante cuando la observaba de un modo tan profundo que incluso
percibía como ahondaba en su interior buscando algo oculto.
—No puedo… yo… no puedo hacerlo —susurró sin admitir que
muy a su pesar, tenía miedo.
—¿De qué tienes miedo niña? —inquirió su abuela dándose cuenta
de su pavor ante la situación—. No es a la muerte. Tampoco al lobo.
¿Temes acaso llegar a amarle? —preguntó con una mirada que trataba de
adivinar sus pensamientos.
—Nunca podría amar a esa bestia sin escrúpulos —advirtió con
desprecio y observó como su abuela asentía.
—Entonces nada te impide aceptarle —decretó como si de ese modo
no hubiese nada que le impidiera unirse a ese ser despreciable.
¿Es que ella también estaba loca?, ¿Todos lo estaban?, ¿Por qué no
podía tener ningún poder de decisión? Quizá lo que más le afectaba era eso.
Había pasado más de media vida fantaseando con Roger, y a pesar de saber
que él no la amaría jamás porque estaba enamorado de su mejor amiga,
supo por él mismo que nunca había tenido ojos para ella por culpa de ese
lobo.
Él le había robado su futuro. Su felicidad y su vida entera.
¡Le detestaba!
—¿Cómo sabéis que él no intentará

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