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El Espiritu Santo_ Revelacion y - Reinhard Bonnke

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El Espíritu Santo: Revelación y revolución por Reinhard Bonnke con
George Canty. Todos los derechos reservados ©2010 por Asociación Editorial
Buena Semilla bajo el sello de Editorial Desafío.
Originalmente publicado en inglés con el título “Holy Spirit: Revelation and
Revolution” por Reinhard Bonnke. Todos los derechos reservados © por E-R
Productions LLC 2007 ISBN 978-1-933106-62-5
Ninguna parte de esta publicación puede ser reproducida o transmitida en
ninguna forma por ningún medio electrónico o mecánico (incluyendo
fotocopias) almacenado grabación sin permiso escrito por la casa editora.
Para más información del ministerio mundial de Reinhard Bonnke o Cristo
para Todas las Naciones, favor de contactar a E-R Productions América
Latina, www.e-r-productions.com
Las citas bíblicas fueron tomadas de la versión Reina Valera Revisada — RVR
revisión de 1960, de las Sociedades Bíblicas Unidas.
Las citas marcadas con la sigla KJV, o NKJV son traducción de la King James
Version, o New King James Version.
Las citas marcadas con la sigla NVI son tomadas de la Nueva Versión
Internacional de la Sociedad Bíblica Internacional, 1999.
Traducido del Inglés por Rogelio Díaz-Díaz Edición por Miguel Peñaloza
Diseño portada: Claudia Ysabel Lopéz
Conversión digital Ebook: tribucreativos.com
Editado y distribuido por Editorial Desafío Cra. 28A No. 64a-34, Bogotá,
Colombia Email:
www.editorialdesafio.com
Categoría: Espíritu Santo/Vida Cristiana
Producto: 607014
ISBN: 978-958-737-045-4
http://www.e-r-productions.com/
http://tribucreativos.com/
http://www.libreriadesafio.com/
Este libro describe la manera en que la
tercera Persona de la Trinídad, el Eterno
Espíritu de Dios, ha venido a su propio
siglo, y cómo llegamos a conocer su
identidad y su obra.
Contenido
Credo
Prefacio
1. ¿Quién es el Espíritu Santo?
2. El Espíritu Santo y su obra inconfundible
3. La gracia maravillosa y el Espíritu Santo
4. El Bautismo en el Espíritu Santo
5. “Vendrán tiempos de renovación de parte del Señor.”
6. El Espíritu Santo: Fuego y Pasión
7. La Historia del Movimiento del Espíritu Santo
8. El Paracleto
9. El Cristo del Espíritu
10. Hablar en lenguas
11. Un Nuevo Encuentro
12. Cuando el Espíritu se Mueve
13. Practique en el Espíritu
14. ¿Desea con Vehemencia los Dones Espirituales?
15. ¿Qué son los “Dones”?
Credo
Dios está derramando su Espíritu, su poder manifiesto, el más
grande poder no científico, sobre toda la tierra.
El Espíritu es el Creador y el Sustentador de todo el universo, y
este mundo es su especial interés y responsabilidad.
Enviado por el Padre, el Espíritu Santo se imparte a sí mismo a
todos los que creen. Nadie más lo puede impartir. Él es una
persona, no un objeto o mercancía. No podemos comprar la Deidad.
El Bautismo en el Espíritu es físico y espiritual. El Espíritu “habita”
en nosotros y nos hace conscientes de su presencia permanente y
de la seguridad de su poder eterno.
El Espíritu Santo es el Espíritu de amor, principio y origen del
amor. El amor es derramado en nuestros corazones por el Espíritu
Santo, nuestro activo más grande, más poderoso aún que los
mismos milagros.
El Espíritu Santo es la realidad del Cristianismo. Sin el Espíritu la
fe cristiana es impotente e imposible. Él es la esencia, el secreto
dinámico de la fe y su fuerza activa.
El Espíritu Santo es el neuma, el viento que sopla, y está siempre
activo. No existe un viento inmóvil ni el Espíritu Santo es inmóvil. Si
afirmamos que tenemos el Espíritu Santo, seremos activos tal como
Él lo es. Sus únicos instrumentos son los creyentes.
El Espíritu hizo todas las cosas y las mantiene integradas. El no
puede cuidar del mundo sin milagros. Negar los milagros es negarle
al Creador sus derechos.
Prefacio
Hace cien años surgió una nueva etapa del Espíritu Santo. Desde
entonces un nuevo dinamismo ha animado a millones de cristianos.
Ha tomado tiempo impactar al mundo ¡Pero qué impacto! Es el
fenómeno principal de la historia.
David Martin, profesor emérito de sociología en la Escuela de
Economía de Londres, citado por la revista inglesa IDEA 1, afirma
que el movimiento del Espíritu Santo en el último siglo “es el
desarrollo más dramático del cristianismo en el siglo que recién
concluyó.” Harvey Cox, profesor de divinidades en la Universidad
Harvard lo llama “la reforma del cristianismo en el siglo veintiuno.” 2
Se afirma que se ha avanzado más en la comprensión del Espíritu
Santo —en la teología— de 1900 en adelante, que en todos los
años anteriores. Podría ser cierto. No podemos saber nada acerca
de Dios a menos que el Espíritu nos lo revele. Jesús dijo que el
Espíritu no hablaría de sí mismo sino acerca del Hijo: “El Espíritu...
os guiará a toda la verdad. ..me glorificará porque tomará de lo mío
y os lo hará saber” (Juan 16: 13 — 14)
El viraje en el interés por el Espíritu provino de una franja marginal,
de gente llena de fe pero desconocida, no de eruditos aunque tal
movimiento los ha producido. Tales personas -anónimas, llenas del
Espíritu que emergieron de la marginalidad del cristianismo- fueron
recibidas con sospecha y prevención, como era de esperarse.
Tenían sólo experiencia y para los miembros de la Iglesia la carencia
de teología equivalía a carencia de credenciales que generaran
confianza.
Ahora bien, si la Iglesia demandaba una teología del Espíritu, ¿por
qué no la proveía? ¿En dónde estaba la teología sobre la
ascensión? ¿Y las guías del Espíritu Santo en acción?
Sospechosamente parecía como si no se esperara que el
cristianismo del milagroso Espíritu Santo, y la norma y la fe original
del Nuevo Testamento se volvieran a ver. Con el Espíritu Santo en
acción, la religión del Nuevo Testamento podía llegar a ser una
experiencia común una vez más.
No obstante, ¿podía alguien imaginar cómo era el cristianismo del
primer siglo y cómo eran los 120 discípulos el día de Pentecostés?
Pues bien, millones de personas en todo el mundo hablan de su
experiencia personal como una repetición de los tiempos
apostólicos. Hoy los efectos del Espíritu Santo en el mundo entero
quizá hayan superado lo imaginado previamente por la gente;
obviamente son reales y no se pueden ignorar.
Siempre estaremos aprendiendo acerca de Dios. Ese será uno de
nuestros gozos eternos. Jesús prometió que el Espíritu nos guiaría a
toda verdad; nos guiará, no nos arrojará dentro de una masa de
verdad como un proyectil en la masa de las montañas suizas. Él dijo
que tenía cosas para comunicar a sus discípulos, para las cuales no
estaban listos o preparados todavía. El profeta Isaías dijo que Dios
tenía que enseñar a la gente “mandamiento tras mandamiento,
mandato sobre mandato, renglón tras renglón, sobre línea, poquito
allí, otro poquito allá” (Isaías 28: 10).
Hoy estamos aprendiendo más del Espíritu Santo. El grupo original
de “descubridores” brilló con una luz que se proyectó desde un
ruinoso recinto en la Calle Azusa en Los Angeles, en 1906. Tenían
poca enseñanza sobre el Espíritu Santo en sus propias iglesias y de
hecho ninguna preparación académica. De modo que tomaron sus
Biblias y se enseñaron a sí mismos. Para caminar con Dios no se
necesita formación académica. Aquellos padres bautizados con el
Espíritu nos legaron una enseñanza básica que sigue siendo
importante hoy, un siglo después. A Daniel se le dijo que “la ciencia
(el conocimiento) se aumentará” (Daniel 12 :4) y ciertamente con el
paso del tiempo, nosotros tenemos una mayor comprensión.
Las revelaciones bíblicas se filtran gradualmente hasta que llegan
a ser la enseñanza general de la Iglesia. Pueden pasar décadas,
aún siglos antes de que una verdad llegue a ser la creencia común.
Podemos verlo al mirar hacia atrás a través de los siglos de historia
de la Iglesia.
Las cosas que se dicen en este libro quizá sean nuevas para
muchos. Pero no son cuestiones triviales; son verdades bíblicas y
por lo tanto poderosas. No son tampoco las “cosas demasiado
sublimes” a las cuales se refería el Salmista en el Salmo 131: 1.
Desafortunadamente hay por ahí personas que piensan hoy que la
mayor partede la Biblia pertenece a tal categoría. Charles Spurgeon
dijo que algunos encumbrados maestros piensan que Jesús dijo:
“Alimenta mis jirafas” y ponen el alimento de la Palabra lejos del
alcance de las criaturas normales. Estos capítulos son dieta apta
para todos, incluyendo a los “bebés en Cristo.”
El apóstol Pablo encontró que los paganos de Atenas estaban
hambrientos de novedades filosóficas, no de la verdad, y que la
institución llamada el Areópago tenía el encargo de examinarlas.
Jesús tenía ideas diferentes:
‘Todo escriba docto en el reino de los cielos es semejante a un
padre de familia, que saca de su tesoro cosas nuevas y cosas
viejas” (Mateo 13: 52). Todos podemos caminar con Dios con
entendimiento aunque aprendamos con lentitud y sin cambiar de
ideas todos los días.
Las iglesias llenas del Espíritu Santo cambiaron tremendamente
en este siglo pero la Palabra de Dios es todavía el plan fundamental.
Las personas llenas del Espíritu Santo en los primeros tiempos de la
Iglesia también vivieron tiempos tormentosos, pero fue la Palabra la
que los hizo tal como fueron; la Palabra es la roca inconmovible
sobre la cual edificaron, no sobre la experiencia solamente, como se
demostrará a través de este libro.
Esa es la tarea de quienes enseñan para fortalecer los principios
cristianos y para proveer evidencia de la nueva vida producida por la
Palabra viva.
Un profesor del Seminario Fuller afirmó que este avivamiento del
Espíritu Santo “es un incremento de toda la enseñanza cristiana.” Es
el Espíritu Santo quien le da profundidad a toda doctrina importante.
El secreto revolucionario ha sido revelado: el evangelio es tanto
para el cuerpo como para el alma. Dios está tan activo en la tierra
como lo está en los cielos. Ahora sabemos quién es realmente el
Espíritu Santo. Él es el agente de la acción divina sobre la tierra.
Desde luego está siempre la periferia, los celosos pero no sabios,
los arrogantes que pretenden tener revelaciones superiores, y están
los que suponen que tener el Espíritu les garantiza que Dios tiene
que hacer lo que ellos digan. Nuevos esquemas, panaceas, ideas
ingeniosas, avivamientos y “secretos” sobre cómo llenar las iglesias
y hacer que crezcan nos llegan como producidos en masa, junto con
instrucciones particulares y directrices personales del
Todopoderoso. Pero los extremistas no son nuestros modelos.
Decenas de millones de personas hoy están llenas del Espíritu
Santo lo que crea una aguda necesidad de enseñanza. La
experiencia del Espíritu es maravillosa pero debemos crecer. Yo he
anhelado una guía actualizada y confiable de autoridad a través de
la cual los creyentes puedan ver en la misma Palabra de Dios lo que
son las normas y prácticas aceptables. Este pequeño libro es un
intento en ese sentido. Nuestras campañas y las muchas personas
en ellas involucradas han creado una urgencia de una guía así.
Publico este libro con el apoyo de eruditos cristianos bien
calificados. George Canty, un amigo inglés que también deseaba un
libro así, y se me unió en el esfuerzo. Que él y yo estuviésemos
buscando lo mismo me pareció más que simple coincidencia.
Ambos lo tomamos como la guía divina. George está
particularmente calificado pues tuvo una experiencia real con el
Espíritu como la de los Hechos de los Apóstoles en 1926. Hoy,
actuando con el mismo poder del Espíritu, continúa desempeñando
parte activa en una amplia gama de iniciativas del evangelio. Es un
teólogo bíblico con una mente clara y original.
Todos podemos caminar con Dios con entendimiento aunque
aprendamos con lentitud y sin cambiar de ideas todos los días. Las
iglesias llenas del Espíritu Santo cambiaron tremendamente en este
siglo pero la Palabra de Dios es todavía el plan fundamental. Las
personas llenas del Espíritu Santo en los primeros tiempos de la
Iglesia también vivieron tiempos tormentosos, pero fue la Palabra la
que los hizo tal como fueron; la Palabra es la roca inconmovible
sobre la cual edificaron, no sobre la experiencia solamente, como se
demostrará a través de este libro.
Testimonio
Cuando yo era niño anhelaba el bautismo en el Espíritu Santo más
que mi comida diaria. Finalmente mi padre me llevó a un lugar en
donde un destacado predicador estaba realizando reuniones.
Estando allí, sin nadie junto a mí, sentí como si todo el cielo se
hubiera metido en mi alma. Lleno de Dios me hallé hablando en
lenguas. Un instinto espiritual nació en mí, urgién- dome,
inspirándome y guiándome. No necesito orar por la presencia de
Dios ni necesito buscarlo. Sencillamente descanso en su promesa.
Nosotros somos su templo. Él está donde nosotros estamos y nunca
nos dejará ni nos abandonará. El Espíritu de Dios realiza sus
maravillas.
1 IDEA ]nljíAugust 2006from Jerusalem to Agitsa Street
2 Harvey Cox, The Reshaping of Religion in the 21st Cent my, da capo Press © 1995
El Espíritu Santo viene por lo mejor y por
lo peor de nosolros: Él es la promesa del
Padre enviada por su Hijo. y ¡Qué
maravilloso regalo!
Capítulo 1
¿Quién es el Espíritu Santo?
A través de la mayor parte de la historia de la Iglesia el Espíritu
Santo no fue más que un nombre. La respuesta inmediata a la
pregunta utilizada como título para este capítulo es que el Espíritu
Santo es Dios en acción sobre la tierra.
Durante muchos siglos la gente pensó en el Espíritu Santo como
un espíritu “fantasma”, algo así como una fragancia o una atmósfera
religiosa latente en las catedrales. La gente pensaba en la majestad
del Todopoderoso -la Tercera Persona de la Deidad- algo como un
“espíritu de catedral.” ¡Qué error tan grande!
Para hablar del Espíritu Santo primero tenemos que identificarlo.
Él es el poder de Pentecostés, es quien dio comienzo a la Iglesia
Cristiana. Podemos señalar cuándo y dónde se hizo presente. Fue
en el año 29 de la era cristiana durante la fiesta judía anual
celebrada 50 días después de la crucifixión de Cristo y que
llamamos “el día de Pentecostés.” Esa mañana el Espíritu de Dios
irrumpió en el mundo como una realidad, no como una dulce
influencia solamente sino literalmente como un huracán, y anunció
su propia llegada con el milagro de ciento veinte discípulos hablando
en lenguas desconocidas. Esta ruidosa irrupción inició la primera
congregación cristiana.
Él no vino tan sólo a hacer una demostración del poder divino ni a
proveer una experiencia excepcional que los creyentes pudieran
recordar al llegar a viejos. Los discípulos fueron llenos de confianza
y valor, y desechando su timidez desafiaron al mundo. Durante
varios milenios la humanidad vivió aprisionada por supersticiones y
tradiciones religiosas. En el año 29 d. C, esas personas, en un
modesto rincón del mundo, se hicieron más grandes que la vida
misma porque desafiaron al demonio, al mundo, y a la misma
historia. El conocido evangelista Smith Wigglesworth dijo que el libro
de los Hechos (o Actos) de los Apóstoles se escribió porque ellos
actuaron con la fuerza del Espíritu Santo.
Ese Espíritu es la nueva fuerza viviente prometida por Jesucristo.
Él resucitó y regresó al Padre dejándonos la evidencia de ello: el
don del Espíritu Santo. Sentado a la diestra del trono de Dios le dio
al mundo una prueba física de tal hecho. Los discípulos
experimentaron algo que hasta ese momento era desconocido en la
tierra.
Pero a pesar de tal experiencia tangible, a medida que la memoria
de los apóstoles se hacía borrosa, de alguna manera el Espíritu
Santo se convirtió en una presencia distante y remota. Jesús y todas
sus obras eran recordados por los primeros cristianos y al pasar el
tiempo se escribió un documento llamado “el credo”, el cual resume
todos los fundamentos bíblicos de la fe cristiana: este es el Credo de
los Apóstoles. Ese credo ha sido repetido miles y miles de domingos
por millones de cristianos. No obstante, el credo hace sólo una
breve mención del Espíritu Santo. Es posible que quienes
escribieron este credo no fueran los mismos apóstoles. Quienquiera
que lo haya escrito, evidentemente no estaba pensando en exaltar
al Espíritu Santo y su papel enlos acontecimientos de Pentecostés
como lo estuvieron los primeros discípulos. 3
El doctor Arthur Headlam, antiguo Obispo de Gloucester, dijo en
sus comentarios que los creyentes no entendieron qué significaban
los dones del Espíritu Santo que fueron practicados en la iglesia
naciente por los primeros cristianos. No obstante, Pablo escribió a
los gálatas como si la experiencia del Espíritu Santo fuera una parte
normal de la vida diaria. “Vivimos por el Espíritu” (Gálatas 5:25).
El gran traductor bíblico J. B. Lightfoot conocía poco del Espíritu
Santo y afirmaba que vivir por el Espíritu “era más bien un ideal que
una vida real.” Esta parece haber sido la situación generalmente
aceptada a finales del siglo XIX. La realidad del Espíritu Santo se
había perdido de vista.
El Espíritu Santo es Dios, y Dios no es un ser remoto. Esa jamás
fue su intención. Debemos conocer al Espíritu tanto como
conocemos al Padre y a Jesús. El Padre y el Hijo son “uno”, pero
también son diferentes. Reconozcamos sus roles. ¿Cuál es el rol del
Espíritu Santo?
El Espíritu Santo es la Tercera Persona de la Trinidad que está en
acción permanente sobre la tierra. Todo lo que Dios hace aquí, fuera
del cielo, lo hace mediante su Espíritu. Toda experiencia de los
creyentes, el perdón, las respuestas a la oración, la seguridad, la
alegría, las sanidades y las señales y las obras de Dios, las realiza
el Espíritu Santo. Hoy, Dios está obrando a nuestro derredor
mediante el Espíritu Santo. Aprendemos quién es el Espíritu cuando
estudiamos el Nuevo Testamento. Por ejemplo, todo el libro de los
Hechos de los Apóstoles ha sido llamado “Los Hechos del Espíritu
Santo.”
La verdad bíblica fundamental es que Dios se manifestó a sí
mismo mediante la acción, no solo verbalmente. El Espíritu Santo es
“acción.” Él es el viento de los cielos que siempre está en
movimiento en la tierra. Si conocemos al Espíritu conocemos a Dios,
y todos podemos conocerlo así como conocemos a Jesús.
El Espíritu Santo es el maravilloso recurso que Jesús nos prometió
antes de irse al cielo. Antes de Pentecostés el Espíritu Santo era
realmente desconocido, y los primeros discípulos necesitaron
conocer su extraordinario potencial. El libro de los Hechos es la
historia de la presencia del Espíritu Santo en el primer siglo de esta
era. Los apóstoles fueron enviados por Jesús para realizar una tarea
imposible: llevar el evangelio al mundo pagano y esparcir la luz en
sus densas tinieblas. Ellos eran sencillos pescadores y campesinos,
pero el Espíritu Santo los hizo gigantes espirituales que siguen
siendo honrados hoy, 2.000 años después. ¡Ese es el Espíritu
Santo! El Espíritu de Pentecostés, el Espíritu de actividad, poder,
amor, fortaleza y milagros.
El Espíritu Santo no vino para crear una atmósfera cómoda en la
iglesia. No lo traemos a nuestras reuniones creando un ambiente
espiritual, y no importa si este último es tenue y silencioso, o ruidoso
y desbordante de entusiasmo. El Espíritu Santo no necesita que se
le atraiga, se le invoque, se le persuada, o se le atrape. Él no es un
visitante renuente o indiferente sino una Persona que tiene su propia
voluntad y su deseo de hacer residencia en nosotros.
¿Qué sucedió realmente el día de Pentecostés?
Los apóstoles no estaban invocando al Espíritu Santo. De un
momento a otro el ambiente se desvaneció ante la presencia de “un
viento recio que soplaba” (Hechos 2: 2). El Espíritu se presentó
como la fuerza misma de los cielos descendiendo a la tierra.
Él es el neuma, el viento de los cielos que sopla a través de
nuestras viciadas tradiciones y nuestro estancamiento espiritual.
Podemos cantarle “Bienvenido, bienvenido Santo Espíritu” pero Él
no viene por causa de nuestra bienvenida. Él no es un extraño
invitado por una hora o dos. Él es el Señor de los cielos quien nos
invita a disfrutar su presencia. En donde hay fe es donde Él
encuentra su ambiente natural.
El Espíritu no escoge a los fuertes y capaces, aunque tampoco los
ignora. Su propósito es dar fortaleza al débil y necesitado; así como
a los individuos que se consideran a sí mismos pequeños. La
debilidad de los hombres atrae su poder, su suficiencia y su
dinamismo revitalizador. Viene por lo mejor y por lo peor de
nosotros; Él es la promesa del Padre enviada por su Hijo. ¡Qué
maravilloso regalo!
Maravillados y con regocijo leemos lo que el Espíritu Santo hizo en
los tiempos bíblicos. Ese es el Espíritu del cual estamos hablando
aquí. El Espíritu Eterno, no es diferente ahora del que entonces fue.
De hecho, los días del Antiguo Testamento no fueron sus días más
grandiosos porque Él es el Espíritu de todo el Nuevo Testamento. Él
es el poder de la fe cristiana que nos dejó el Señor Jesús. Sin Él no
hay cristianismo. No es un accesorio sino la sustancia misma de lo
que creemos. Es Dios en la tierra saturando cada partícula de lo que
experimentamos los cristianos. Esto significa que el cristianismo es
una vida sobrenatural.
El Nuevo Testamento no contiene ni una sola palabra que sugiera
que el Espíritu se retiraría o cambiaría. Aun si lo “apagamos” o
“contristamos”, Él no se aleja ni nos abandona. El rey David oró a
Dios pidiendo: “No quites de mí tu Santo Espíritu” (Salmo 51:11),
pero eso fue mil años antes de que Él viniera a morar con nosotros.
¿Cómo se relaciona el Espíritu de Dios con nosotros? Nuestra
incredulidad lo aflige. Ciertamente podemos contristarlo por lo que
hacemos, pero no podemos ni apagarlo ni contristarlo si todavía no
está con nosotros. El mundo no puede apagarlo o contristarlo
porque el mundo no lo ha recibido. Sólo los creyentes tenemos ese
glorioso privilegio.
La obra suprema del Espíritu es la consolación. Él es llamado en la
Biblia “El consolador”. También es la persona que nos convence de
pecado. Su prioridad no son las personas que siempre están
buscando refinar su espiritualidad. Él nos invade con su presencia
santificadora.
Los apóstoles necesitaron el Espíritu Santo para llevar el evangelio
a los infieles y nosotros lo necesitamos aún más. En los tiempos
bíblicos había en el mundo 300 millones de personas, todas sin
evangelizar. Hoy hay casi siete mil millones sobre la tierra, la
mayoría de ellos no evangelizados. Necesitamos hacer lo que
hicieron los apóstoles. Si lo hacemos, Dios nos dará lo que les dio a
ellos: la fuerza del Espíritu Santo.
El libro de los Hechos de los Apóstoles no describe los momentos
cumbres del poder del Espíritu de Dios sino lo que los discípulos
hicieron inspirados, guiados y capacitados por Él. Nada se dice
respecto a que hayan logrado por sus propias fuerzas. No hay un
nivel máximo de acción sin el Espíritu. Los primeros cristianos no
serían nuestros modelos si no fuera por la ayuda del Espíritu Santo.
Su historia es solamente una primera muestra de la potencialidad
del ministerio del Espíritu Santo. El campo de la evangelización está
abierto ante nosotros si vamos con su Espíritu. Pablo oró por los
efesios para que “El Dios de nuestro Señor Jesucristo. ..alumbre los
ojos de vuestro entendimiento, para que sepáis cuál es [...] la super
eminente grandeza de su poder para con nosotros los que creemos,
según la operación delpoder de su fuerza, la cual operó en Cristo
resucitándole de los muertos” (Efesios 1:17 — 20).
Nunca planeó Dios que los cristianos lucharan contra el mundo, el
demonio y la carne con sus propios recursos, ya fuera que vivieran
en el primer siglo o en el siglo veintiuno. El evangelio es “poder de
Dios” (Romanos 1: 16), y lo es por la presencia del Espíritu Santo.
¿Cuánta predicación de nuestros días da la impresión de que el
predicador hubiera estado en el Aposento Alto con los apóstoles?
¿Cuánta predicación muestra que el evangelio es realmente el
poder de Dios? Los predicadores que hablan a sus congregaciones
como los médicos en sus clínicas, hablan carentes de pasión y no le
dan una oportunidad al Espíritu Santo. La labor cristiana no se
puede hacer sin la unción del Espíritu Santo, y nosotros lo sabemos.
“Sed llenos del Espíritu” es la instrucción que recibimos (Efesios5:
18). Tener un propósito es parte de ello, pero ser movido por el
Espíritu Santo es la norma de acción en el Nuevo Testamento. Él es
el agente y el poder motivador de todo lo que hacemos.
El medio millón de palabras del Antiguo Testamento es el tratado
de Dios sobre el Espíritu Santo. Demuestra que naciones enteras
recorren la senda de la tragedia si ignoran al Espíritu de Dios.
El Espíritu de Dios tocó a un individuo en Israel mientras de otro
lado la nación entera iba cuesta abajo en peligrosa caída. Pero
cuando el Espíritu vino a su nación, todo cambió. Fue un evangelio
sobrenatural que produjo revolucionarios efectos.
La fe se extendió por la acción del Espíritu de Dios. Es triste
observar que a través de los siglos se hizo decadente y la historia
hace suponer que la Iglesia no fue consciente del potencial del
Espíritu Santo. El Espíritu siempre ha estado obrando sobre cada
uno de nosotros porque Él es siempre activo. A pesar de que no se
le ha dado reconocimiento, siempre ha estado obrando contra la
ignorancia y la falsa religiosidad de la Iglesia. La Iglesia siempre ha
estado enredada en política, en herejías, en contiendas, en debates
distantes de cualquier cosa dicha por Jesús y ajena a la realidad
creada por Dios.
Es tiempo oportuno para que reconozcamos quién es el Espíritu
Santo y lo que Jesús dijo acerca de Él como el poder del evangelio.
No es cuestión de luchar para tener el Espíritu. Primero debemos
permitirle entrar en nuestra vida. No somos nosotros quienes
reproducimos su poder. No podemos hacer nada sin Él. No
generamos el poder del Espíritu Santo con oración, himnos, ayuno,
esfuerzo, buenas obras, o por cualquier otro medio. El Padre nos da
el Espíritu como un regalo, no como una recompensa, ni como
pago, ni como algo que podamos ganar. Si pudiéramos ser tan
buenos al punto de merecer al Espíritu Santo, no lo necesitaríamos.
Como el profeta Elíseo, todos somos llamados a recoger el manto
de Elías pero nuestro Elías es Cristo Jesús. No preguntamos:
“¿Dónde está el Dios de Elías” (2o de Reyes 2: 14), sino: “¿Dónde
está el Dios de nuestro Señor Jesucristo?”.. .porque ha venido uno
mayor que Elías.
3 La versión original del importante Credo Niceno (325 AD) tan solo nombra al Espíritu
Santo. El Concilio de Constantinopla (553 AD) añadió que él es el Señor y el dador de la
vida, procedente del Padre y del Hijo y a quien se debe adorar y glorificar juntamente con
ellos. El Concilio de Toledo (589 AD) sólo habló del Espíritu como que procede del Padre y
del Hijo pero no habló de sus obras. El segundo Concilio de Cons tan tinopla nombra al
Espíritu solamente una vez, y la Declaración de Fe del Tercer Concilio no lo menciona. Aún
los 28 Artículos Luteranos de Fe y Doctrina no dan detalles del Espíritu Santo. Los 25
Cánones del Concilio de Orange sólo hace una breve referencia del Espíritu y atribuye su
obra a la “gracia.”
El Espíritu es el autor de todas las cosas
vísíbles e invisibles. Los milagros son
una pieza de la creación, y son
esenciales para el control de Dios. Por el
Espíríiu Santo existen todas las cosas.
Nada es mas natural que lo sobrenatural.
Capítulo 2
El Espíritu Santo y su obra inconfundible
En primera de Pedro 1: 12 encontramos un hecho distintivo del
Espíritu Santo. Se le describe como “enviado del cielo. ”
Juan 1: 14 nos dice que Jesús vino de los cielos: “Y aquel Verbo
fue hecho carne,y habitó entre nosotros. ” ¡Qué hecho tan
maravilloso es que Dios haga su residencia en nosotros! En efecto,
esto fue lo que Jesús nos prometió: “El que me ama, mi palabra
guardará; y mi Padre le amará, y vendremos a él, y haremos
morada con él” (Juan 14: 23). Esto fue cierto en cuanto a Cristo,
pero también lo es en cuanto al Espíritu de Cristo: “El Padre os dará
otro Consolador, para que esté con vosotros para siempre” (Juan
14: 16).
El Espíritu Santo no es una experiencia espiritual para los místicos
sino la ayuda necesaria para todos nosotros. Sin el Espíritu Santo
no podemos tener conciencia de que somos pecadores ni podemos
arrepentimos. Por eso Dios desea que lo invitemos a vivir en nuestro
ser. Es su deseo y su plan acercarse a nosotros mediante su amor.
Fue así desde el momento de la creación. El Espíritu sería el medio
ambiente en el cual nosotros viviríamos y caminaríamos
diariamente. Así lo quiso Dios.
El mundo considera raros y extraños a los individuos que están
llenos del Espíritu Santo. Y en efecto, somos una persona nueva,
una nueva especie, nuevas criaturas en Cristo. Ya no somos el
homo sapiens que dicen los humanistas sino personas regeneradas
por el Espíritu, moldeados como vasijas de barro en sus manos.
Respiramos el neuma de Dios que es el aliento que nos mantiene
vivos. Todo lo que pensamos y hacemos es producto del Espíritu
Santo en nosotros. Si hacemos cosas malas es porque no tenemos
al Espíritu Santo con nosotros.
Sin el Espíritu Santo no somos como Dios nos visualizó. “Y si
alguno no tiene el Espíritu de Cristo, no es de él” (Romanos 8: 9).
“No ser de Cristo” es un hecho que se refiere a una distorsión del
orden creado por Dios. Dependemos totalmente de Él. Sin el
Espíritu no somos instrumentos útiles para Dios y somos
rechazados para sus propósitos más elevados, lo cual es frustrante
para Él.
El Señor Jesús prometió: “Yo rogaré al Padre y os dará otro
Consolador; para que esté con vosotros para siempre” (Juan 14:
16). El desea expresamente que tengamos al Espíritu Santo como la
persona que nos instruye, nos advierte del pecado, nos cuida y nos
consuela en medio del dolor.
El Espíritu de Dios, el Santo Espíritu de Dios, es el agente del
poder divino que nos mantiene vivos. La creación es obra de sus
manos. El hizo todas las cosas, los cielos y la tierra y está activo en
ambas esferas. El autor de Hebreos 1: 3 nos dice que el Hijo
“sustenta todas las cosas con la palabra de su poder.” Él está
dedicado y tiene la responsabilidad de sostener la tierra y sus
habitantes, y sin duda alguna del cielo también.
El Espíritu es el autor de todas las cosas visibles e invisibles. Los
milagros y la creación son una unidad esencial para el control de
Dios. Todas las cosas existen por el Espíritu Santo. Nada es más
natural que lo sobrenatural.
Lo sorprendente no son los milagros sino lo que sucede cada día.
El mundo comenzó a girar con todas sus fuerzas al impulso del
Espíritu. El lo hizo y puede sanarlo, salvarlo, y realizar señales y
prodigios. Es imposible que las cosas sean de otra manera. Si
nosotros podemos construir una casa y cuidar de ella, ¡Dios puede
hacer que su espíritu nos mantenga y nos cuide!
Las primeras palabras bíblicas nos muestran el trasfondo de esta
situación. “En el principio creó Dios los cielos y la tierra. Y la tierra
estaba desordenada y vacía, y las tinieblas estaban sobre la faz del
abismo, y el Espíritu de Dios se movía sobre la faz de las aguas”
(Génesis 1: 1-2). Él estaba esperando la señal para tomar el control.
Todo el esplendor de la tierra, el mar y los cielos, fue instituido por él
y Dios lo eligió como el que cuida y mantiene el orden en el mundo.
El Espíritu Santo hizo nacer este mundo en el tiempo y el espacio y
este es el escenario especial en donde Dios librará la batalla final
contra el mal.
¿Por qué debería el Dios infinito concentrar tal atención en un
planeta poblado por una gente caída por su desobediencia a Dios?
Esa pregunta nos lleva a encontrarnos con el Dios que se revela a la
humanidad envuelto en toda su gloria. Nos quedamos asombrados
cuando leemos que “De tal manera amó Dios al mundo ” (Juan 3:
16). Este mundo, nuestro mundo, el único entre millones de millones
de estrellas donde su Hijo fue enviado para ser crucificado. Nuestro
mundo no es un pasatiempo para Dios. Este es el mundo crucial y
decisivo donde Dios realiza los asuntos eternos. Todas las cosas
aquí tenían que cumplir el Plan divino. Por eso es que el Espíritu
Santo está aquí. Dios el Padre sólo podía confiar en su Santo
Espíritu y en su amado Hijo.
Ya sea que estemos conscientes o no de ello, somos los sujetos
de lamás viva atención divina. ¿Qué hizo Dios con Abraham?
En todos los intentos y propósitos de Dios, Hagar, la sierva de
Abraham, fue rechazada pero enfrentada cara a cara con el
mensajero divino. Ella entendió algo que sigue siendo verdad en
nuestros días: “Tú eres el Dios que me ve” (Génesis 16: 13).
En una reunión cristiana quizá todos cantamos: Bienvenido,
bienvenido Santo Espíritu. Pero, bienvenido o no, Él está allí.
Ciertamente es arrogancia nuestra darle la bienvenida a Él. ¿Quién
es la razón de la reunión? Si Él no nos diera la bienvenida no habría
reunión después de todo. Él prepara la mesa para nosotros. Sólo los
paganos preparan una mesa para sus dioses. Este mundo es
apenas una de las “mansiones” o lugar de residencia de Dios.
Nosotros somos los invitados. Él es el anfitrión.
El Espíritu Santo y su obra inconfundible
Ese es el Espíritu Santo y hay mucho más que escribir acerca de
Él.
El espiritu santo en el interior de un
creyente está activo, no sólo latente. Él
“habita” allí, es su lugar de residencia, y
lo afecta en todas sus áreas: en el área
física, espiritual y sicológica.
Él es elpoder y la fuerza que nos
capacita para testificar, para que todo lo
que somos comunique la verdad no
solamente medíanle milagros sino
medíanle una vida llena de Él mismo.
Capítulo 3
La gracia maravillosa y el Espíritu Santo
Aprendemos muy lentamente, pero estos son los últimos días en los
que, como se le dijo al profeta Daniel, “la ciencia [el conocimiento]
aumentará” (Daniel 12: 4). Cualquier persona que haya llegado a los
90 años de edad seguramente podría decirle a sus nietos la forma
en que todo ha cambiado en su cultura y en su forma de pensar. Es
trágico saber que la mente del hombre moderno carece del temor de
Dios de modo que a través de los siglos no hemos llegado a ser
mejores y nuestros pecados son tan antiguos como los de Adán. Al
mismo tiempo, es extraño que casi todas las características
comunes de nuestros hogares eran desconocidas hace 90 años.
Se nos hace difícil imaginar que hace menos de doscientos años
el medio de transporte más rápido era el caballo y que los únicos
retratos existentes eran pintados a mano. No existían ni la fotografía
ni la televisión. Recientemente el ser humano avanzó hasta
asombrarse por la moderna explosión de la ciencia y la tecnología.
En cambio en el aspecto moral y religioso aprendemos con lentitud
porque no leemos la Biblia. Cuando se lanzó la primera bomba H,
todos los periódicos repitieron el mismo concepto que la ciencia
había dejado atrás los principios morales que mandan al hombre no
matar. Como lo dijo Jesús, somos “tardos de corazón para creer ”
(Lucas 24: 25).
Este es precisamente el caso en lo que concierne al Espíritu
Santo. Él fue ignorado por los hombres durante mucho tiempo y
permaneció en la sombra durante 1.900 años. Se conocía la
salvación por medio del sacrifico del Señor Jesús, pero el Espíritu
Santo parecía como un extraño aún en la Iglesia. No obstante, Él
estaba obrando a favor de los creyentes. Todo lo que Dios ha hecho
aquí, lo ha hecho a través de Él.
Sin embargo, los teólogos y los maestros reemplazaron esta santa
Persona por un poder impersonal que algunos llaman “la gracia”,
convirtiendo en “una fuerza” lo que básicamente es la acción de
Dios sobre nosotros. Por lo menos espiritualmente, muchos
individuos creían que Dios es algo impersonal y que su Espíritu es
“una gracia”. La acción espiritual debía ubicarse en algún lugar, de
modo que no se le dio el crédito al Espíritu Santo sino a la “gracia.”
Hoy estamos seguros que el Espíritu Santo es una Persona. Es la
tercera Persona de la Santísima Trinidad.
El gran maestro Agustín de Hipona, quien vivió hace 1.600 años,
estableció una enseñanza religiosa para los siglos futuros. Su “plan
de salvación” fue aceptado como si hubiera sido escrito por un ángel
de Dios. Pero Agustín era un filósofo y manejaba su enseñanza
espiritual al estilo de los filósofos seguidores de Aristóteles. Su
lógica aristotélica lo condujo a más de un callejón sin salida en el
campo espiritual y doctrinal.
Agustín, como otros padres de la iglesia que lo precedieron,
construyó su enseñanza acerca de la salvación sobre el concepto
de la “gracia”. Pero él entendió la gracia sencillamente como la
actitud de un amoroso favor. Es sólo una palabra para designar su
cuidado de la indigna humanidad. Es cierto que en las Escrituras, a
los favores y los dones de Dios se les llama a veces, por analogía y
figurativamente, su gracia.
Desafortunadamente, las creencias de Agustín se siguen aún hoy
en muchos círculos cristianos tanto católicos como evangélicos. Hay
himnos muy populares acerca de la “gracia santificante”, y pocas
personas se preocupan por las serias confusiones que hay detrás
de ellos. Desde luego, la Escritura nos habla de la gracia de nuestro
Señor Jesucristo. Jesús fue el supremo acto de gracia o favor de
Dios. Él estaba “lleno de gracia” (Juan 1: 14), es decir, lleno de la
misericordia de Dios. Él mismo fue la personificación del amor de
Dios hacia nosotros. El regalo del amor de Dios, su forma de
reconciliarse con los hombres y las mujeres pecadores. En cierto
sentido maravilloso, Él es la gracia; pero la gracia no es un elemento
misterioso sin rostro que se mueve de manera irresistible entre los
creyentes. Es el modo normal como Dios actúa con los que
obedecen.
Según la enseñanza antigua, la gracia ejecutaba todo lo que Dios
quería realizar entre nosotros. La gente hablaba de la “gracia
soberana” como si ésta fuera un poder misterioso e independiente
con voluntad propia.
Maravillosa Gracia, es el himno del siglo 18, de John Newton que
se encuentra en la mayoría de los himnarios. En él se le acredita
todo lo que sucede a la gracia. No menciona a Dios ni a Cristo. Tal
vez será por eso que la gente religiosa, aún los no creyentes, lo
usan con tanta frecuencia en los funerales y en las bodas. La gracia
no era una persona a la cual orar o adorar. La “Gracia Maravillosa”
escogía quién había de ser salvo. La teoría “clásica” del avivamiento
veía a la gracia como una fuerza misteriosa que actuaba escogiendo
y determinando el número de los elegidos “salvados por gracia
solamente.”
Actualmente los creyentes llenos del Espíritu reconocen la gracia
maravillosa de Dios, pero ya no la ven como una energía o una
fuerza operativa. Sabemos que toda acción es realizada por el
Espíritu Santo. Jesús es quien salva, pero no a través de un
apoderado o de alguna fuerza misteriosa que haga su trabajo. El
Espíritu Santo toma las cosas de Cristo y las aplica a nuestra
necesidad.
Según el pensamiento católico de San Agustín, la gracia se podía
generar y acumular. El sacrificio, el ayuno, y la devoción religiosa
creaban la gracia y nos hacían santos. Para los cristianos comunes
estaban disponibles “los medios o canales de la gracia”: las
oraciones, los sacramentos, las indulgencias y la asistencia a la
iglesia. Se decía que una persona estaba en “estado de gracia”
después de la confesión. La gracia era como un bien espiritual que
se podía ganar por obras. Existían personajes muy santos que
habían acumulado un superávit o excedente de gracia y que podían
compartirlo con otras personas. Estas notables personas
generalmente se habían afligido a sí mismas con privaciones y
extrema severidad. Se autodenominaban “penitentes”. Eran los
hombres y mujeres que la iglesia “canonizaba” como “santos.” Hay
santos que son patronos de algunos países y otros con varios
intereses especiales para ayudar a sus fanáticos. San Isidro, por
ejemplo, es actualmente muy popular porque ayuda a los
agricultores.
No estamos interesados aquí en la veracidad o falsedad de tal
práctica. Nos referimos a ella solamente para mostrar que la “gracia”
fue un asunto central en la vida religiosa durante unos 16 siglos.
Luego, en 1924, irrumpió en Gales liderado por Evan Roberts un
“avivamiento” que dio mucho de qué hablar. Después de haber sido
bautizado por el Espíritu Santo, Roberts viajó por todo el sur de
Gales como pionero dependiendodel Espíritu mientras de capilla en
capilla predicaba arrepentimiento y salvación. El avivamiento galés
fue quizá el primero en ser reconocido como un avivamiento del
Espíritu Santo y no de la “gracia.” Dios comenzó a liberarnos de la
pasada teoría de la gracia. Los líderes cristianos hablaban del
“poder de Dios” y lo reconocieron como el mismo poder del Espíritu
Santo en las primeras reuniones ungidas por el Espíritu de Dios en
Los Angeles, en California.
Siendo de Dios, este poder que venía a través del bautismo en el
Espíritu se convirtió en la palanca del gran cambio. En un antiguo
edificio Metodista en la Calle Azusa, en la ciudad de Los Angeles,
Dios utilizó otra vez a lo débil del mundo para confundir a lo fuerte.
Un grupo de creyentes cristianos conoció el “secreto” y disfrutó una
verdadera bendición parecida a la que ocurrió en Pentecostés. Las
enseñanzas del pasado sufrieron una reforma. El Espíritu Santo
mostró su mano y no hubo duda de ello. (En el capítulo 7 miraremos
con más detalle este episodio.)
Por un momento hagamos una pausa para mirar la palabra
“gracia” que en el idioma griego es charis. Esta es una expresión
que el apóstol Pablo utilizó unas 100 veces. Cuando él la menciona,
entendemos que habla de la actitud de favor de Dios hacia nosotros,
inmerecida y no solicitada. Jesús no utilizó tal palabra. Pablo habló
de ella figurativamente pero no como que existiera por sí misma.
Sencillamente no hay una fuerza divina activa excepto el Espíritu
Santo. A Él se le debe dar todo el crédito y toda la gloria por la
acción divina, no a ninguna otra fuerza independiente llamada
“gracia.” “No hay poder sino el de Dios” (Romanos 13: 1). No existen
otros poderes ni emanaciones divinas además del Espíritu Santo. El
poder del Reino, así se le llame “poder de la alabanza” o “poder de
la oración”, corresponde a la forma natural de actuar del Santo
Espíritu. El ángel Gabriel visitó a María y le dijo que ella era “muy
favorecida” es decir, “llena de la gracia de Dios” (Lucas 1: 28), pero
también le dijo que sería la madre de Jesús por el “poder del
Altísimo” no por gracia.
Dios no realiza nada mediante un poder impersonal. La realidad
del Espíritu Santo es tal que podemos caminar en el Espíritu y
disfrutar el conocimiento del Espíritu. Esto es lo que está escrito a
través de toda la Escritura. Cristo mismo realizó sus maravillas por
el poder del Espíritu Santo. El libro de los Hechos nos enseña una
total dependencia del Espíritu Santo y dice que “Dios ungió con el
Espíritu Santo y con poder a Jesús de Nazaret, quien anduvo
haciendo bienes y sanando a todos los oprimidos por el diablo”
(Hechos 10: 38).
Jesús mismo nos dijo que Él hacía las obras del Padre y las hacía
por el Santo Espíritu. El Espíritu Santo es el ejecutor de la voluntad
del Padre por la Palabra del Hijo. El Hijo es el ejecutor de la
voluntad del Padre, y el Espíritu es el ejecutor de las obras del Hijo.
Jesús dijo: ‘Yo hago siempre las cosas que el Padre hace” esto es,
por el Espíritu (Juan 5: 19, KJV).
Es maravilloso darnos cuenta de que cualquier cosa que Dios
haga, la realiza toda la Deidad (las tres personas de la deidad) con
igual interés. Todo lo que Dios hace supera nuestra experiencia
cristiana. Jesús nos salva por el amor del Padre y por el Espíritu.
Toda la obra de Dios y la de Cristo son implementadas por la acción
del Espíritu Santo en nosotros. El Espíritu toma la obra de Cristo, su
muerte y su resurrección, y la transfiere, la implementa y la hace
efectiva en todos los creyentes. Mediante el Espíritu Santo nos
identificamos con Cristo y Él se identifica con nosotros en toda su
gloria y gracia salvadora. En nuestro interior, el Espíritu Santo está,
no latente sino activo, “mora” o “habita” y reside en nosotros. Él
afecta cada compartimiento humano: físico, espiritual y sicológico. Él
es el poder que nos da la capacidad para testificar de modo que
todo lo que somos comunique la verdad; no solamente por medio de
los milagros sino también mediante una vida llena del Espíritu. Todo
comienza cuando llegamos a Jesús, lo cual es posible por el Santo
Espíritu.
El Espíritu Santo es el regalo de Dios para que podamos realizar
su voluntad en este mundo. Algunos piensan en términos
espirituales o celestiales solamente; su evangelio no tiene ningún
lado físico ni de milagros. A menudo quienes oran son personas que
piensan que los milagros fueron sólo para los tiempos apostólicos;
sin embargo una respuesta a sus oraciones implicaría lo milagroso.
Hace parte de la naturaleza humana orar a Dios pidiendo su ayuda,
aún cuando la gente no crea en milagros. No podemos descartar el
hecho de que el evangelio es para el cielo y para la tierra.
Las Escrituras nos dicen que ‘Juan no higo milagros” (Juan 10: 41,
KJV), porque el Espíritu todavía no había sido dado. Juan mismo
proclamó que quien vendría tras él bautizaría con el Espíritu Santo y
fuego (Lucas 3: 16). Jesús vino y asombró al mismo Juan con
señales y hechos poderosos. Nuestro evangelio no es el de Juan el
Bautista, el del bautismo en agua, sino el bautismo de fuego de
Cristo, el evangelio del Espíritu Santo.
A menos que le demos al Espíritu Santo su lugar en nuestra
enseñanza, convertimos todo el plan divino en una realidad divina.
El Espíritu es el Hacedor del orden integral en los cielos y en la
tierra, el autor de todas las cosas visibles o invisibles. Quienes
limitan al Espíritu al ámbito celestial o a los efectos espirituales
invisibles están silenciándolo en su propio mundo.
Dios nos puso bajo el cuidado activo del Espíritu Santo desde el
día de la creación a través de todos los tiempos en Cristo. Él es
nuestro Dios presente dedicado a los herederos de la salvación para
asegurarse que nuestro camino y nuestras obras nos conduzcan a
la gloria eterna de Dios.
El Espíritu Santo descansa no solamente
en todo el templo espiritual, sino que
también ocupa el corazón de cada
creyente. Somos el santuario del Espiritu
santo: “Y si alguno no tiene el Espíritu de
Cristo, no es de él”
Capítulo 4
El Bautismo en el Espíritu Santo
Primera parte
La Biblia no se ocupa de problemas y explicaciones inocuas sino
que corta el nudo gordiano con la espada de la experiencia.
El bautismo en el Espíritu es un hecho real. En un ritual
sacramental en donde un sacerdote declara que un individuo recibe
el Espíritu Santo, pero esto es algo muy diferente al fuego y a las
lenguas que Dios nos describe en el capítulo 2 del libro de los
Hechos.
Cuando los Pentecostales entraron por primera vez en escena y
se levantó una oposición que inventó una nueva teoría: que el día
de Pentecostés toda la Iglesia fue bautizada en el Espíritu de una
vez y para siempre. La teoría de ese “bautismo” nunca fue la
realidad en la vida de nadie. En los tiempos bíblicos los creyentes
siguieron recibiendo el bautismo del Espíritu en Samaria, en Efeso y
Cesárea.
El bautismo en el Espíritu Santo es la inmersión en el Espíritu de
Dios. Considerando que el Espíritu es el poder operativo de Dios,
debe ser notorio para los demás que estamos sumergidos en Él. Se
requiere una ingenua credulidad para pensar que uno recibe
bendiciones que nunca se sienten y que no dejan resultados
visibles. Pero esa es la doctrina sostenida por muchos cristianos;
que cuando vamos a Cristo la primera vez y Él nos salva, y además
recibimos un incluyente paquete espiritual por una vez y para
siempre. El problema era cómo y por qué esta tercera persona de la
Trinidad entró en escena posteriormente. Pero lo esencial del
asunto es que eso sucedió en Jerusalén, y nuestra teología tiene
que aceptar los hechos.
¿Qué ocurre entonces? Pablo dice que nuestros cuerpos son
templos del Espíritu Santo.
La Biblia nos provee una ilustración en el relato de la dedicación
del templo de Salomón. Allí se nos dan plenos detalles. Este templo
maravilloso fue el lugar para albergar las tablas de piedra en las que
estaban grabados los Diez Mandamientos que Dios dio a Moisés en
el Sinaí, y que habían sido puestas en el Arca del Testimonio. El
Arca reposabaen la cámara interior del templo, en el Lugar
Santísimo. Las tablas de la Ley santificaron el Arca, y el Arca
santificó el templo. Mientras más cercanas estaban las cosas al
Arca que contenía las tablas de la Ley, más santas eran. El hecho
de que estuvieran en Jerusalén hizo de ésta la ciudad santa y de
Canaán la tierra santa.
La parte superior del Arca era de oro sólido y se le llamó el trono
de la misericordia o propiciatorio, y a los lados había dos querubines
hechos también de oro. La gloria de Dios (la Shekiná) apareció entre
los querubines. El Lugar Santísimo no tenía ventanas, velas o
lámparas. Era iluminado por la gloria de Dios.
Cuando el templo estuvo listo el rey Salomón elevó una oración de
dedicación. Entonces ocurrió algo: “Cuando Salomón acabó de orar;
descendió fuego de los cielos y consumió el holocausto y las
víctimas; y la gloria del Señor llenó la casa. Y no podían entrar los
sacerdotes en la casa del Señor; porque la gloria del Señor había
llenado la casa” (2o de Crónicas 7: 1 - 2). Nadie había visto antes
esa gloria, excepto el Sumo Sacerdote, pero en ese momento todo
el templo fue iluminado por ella.
Esta fue una prefiguración del día de Pentecostés que ocurriría un
día distante en el futuro. En esa ocasión, 50 días después del
ascenso de Cristo al Padre, él envió fuego desde los cielos y se hizo
visible a sus discípulos (Hechos 2: 3). Desde ese día la gloria de
Dios y del Espíritu Santo ha reposado sobre toda la Iglesia que es el
cuerpo de Cristo y templo del Espíritu.
El Espíritu Santo reposa no solamente sobre todo el templo
espiritual; también ocupa el corazón de cada creyente. Somos el
santuario del Espíritu Santo: (Y si alguno no tiene el Espíritu de
Cristo, no es de él” (Romanos 8: 9). Entonces, tal como ocurrió con
el templo de Salomón cuando la gloria de Dios lo llenó a partir del
Lugar Santísimo, cuando ocurre el bautismo del Espíritu se llena no
solamente el santuario del corazón del creyente sino todo su ser.
Espiritual y físicamente nos convertimos en su habitación, su lugar
de morada y, como ocurrió en el templo de Salomón, hay una
manifestación externa que muestra que Dios ocupó ese lugar. Él
hace su morada con nosotros (Juan 14: 23).
Sin embargo, la enseñanza sobre el bautismo en el Espíritu Santo
no descansa solamente en símbolos bíblicos o en una deducción
lógica de una serie de textos sino en una clara promesa que se nos
ha dado en la Palabra de Dios. No es una bendición metafórica sino
real. Dios bautiza en el Espíritu. Esta es una doctrina sana. No es un
sencillo razonamiento verbal ni simples conceptos de los que se
ocupan los teólogos sino algo que Dios nos prometió y que Él hace.
Él nos guía a toda verdad y nos confirma mediante su Palabra. La
especulación humana no puede anticipar la mente de Dios así como
tampoco puede determinar el sonido del viento que sopla sobre las
Montañas Rocosas de los Estados Unidos. La verdadera teología es
una declaración de lo que Dios hace. La teología carece de
propósito a menos que satisfaga las necesidades humanas, que nos
muestre a Dios salvando, bendiciendo, sanando, buscándonos
como adoradores y llenando nuestras vidas con su gloria.
Segunda parte
El bautismo del Espíritu Santo identifica a Jesús. Juan el Bautista
fue enviado a anunciar a Uno que vendría, pero nadie supo de quién
estaba hablando y por eso tuvo que describirlo para que la gente lo
reconociera. Al hacer la descripción dijo: “Es el que bautiza con el
Espíritu Santo” (Juan 1: 33). Su característica inconfundible sería
que bautizaría en el Espíritu. Nadie más lo haría. Sólo Jesús es el
“bautizador” con el Espíritu Santo y con fuego del cielo. Nadie más
puede hacer tal cosa; nadie puede darlo o impartirlo. Es el derecho
exclusivo y la prerrogativa de Dios. La razón es que el bautismo no
es solamente el poder llenador, sino Dios mismo, el Espíritu Santo.
Nadie puede dar a Dios como si fuera un artículo.
El “bautizador” en el Espíritu, eso es Jesús. Después de todo, si la
Iglesia predica a Cristo, eso es él para siempre. Un Jesús que no
bautiza en el Espíritu Santo y fuego celestial no es realmente el
Jesús de la Biblia. Nadie tiene el derecho de predicar otro Cristo que
no sea el de la Biblia, el que bautiza con el Espíritu Santo, y quien
es “el mismo ayer, y hoy, y por los siglos” (Hebreos 13: 8). Él es el
Dios de la fidelidad, siempre fiel a sí mismo, a nosotros y a su
promesa.
Algo positivo le está ocurriendo a la gente el día de hoy que lleva
la marca bíblica de lo que Jesús prometió. Muchos son bautizados
en el Espíritu Santo. No hay otra explicación sino que él continúa
cumpliendo su Palabra, bautizando a los que creen en el Espíritu
Santo. No hay discusión al respecto. Es algo que está ocurriendo.
No obstante, la predicación del Cristo que bautiza en el Espíritu
puede llegar a ser algo académico y la repetición de algo que se ha
aprendido en la escuela dominical. La forma apropiada de presentar
al Espíritu Santo es predicar lo que se ha experimentado en la vida
de cada persona ungida. Nunca fue la intención de Dios que se
testificara de Cristo sólo verbalmente. Nosotros mismos somos
testigos de una evidencia de Jesús que declara: “Él me salvó, me
bautizó y me sanó. Él está conmigo.”
Los apóstoles que fueron llevados ante las arrogantes autoridades
romanas portaban el sello y la impresión del Espíritu Santo. Su
testimonio y su confianza inconmovibles causaron asombro. El
Espíritu no es sólo una oleada en el interior de los creyentes sino
algo que se debe manifestar en la personalidad, en la forma de
actuar, en la voz, en los ojos, en las actitudes y en el fruto del
Espíritu. Nada está más fuera de lugar que la pose de alguien que
pretende ser santo.
Tercera parte
Para entender apropiadamente el bautismo en el Espíritu, nuestro
punto de partida es la resurrección de Jesús. Al principio los
discípulos no creyeron que Él había resucitado; un cuerpo sepultado
no podía reaparecer, caminar y hablar con la gente. Unas pocas
mujeres fueron inflexibles en cuanto a que lo habían visto pero para
los hombres esto era absurdo. A las mujeres no se les tenía en muy
alta estima en esos tiempos y Jesús reprendió a los discípulos por
compartir esa opinión común y no creerles.
Se ha dicho muy a menudo que los discípulos se convirtieron en
testigos osados y jubilosos cuando vieron a Jesús resucitado de
entre los muertos. Es cierto, desde luego, que si él no hubiera
resucitado ellos jamás habrían testificado. No obstante, al principio
no creyeron y había en ellos cualquier cosa menos júbilo. Los
gobernantes arrestaron y ejecutaron a Jesús, y bien hubieran podido
ir tras los discípulos también para matarlos; pero éstos se
escondieron en un recinto bajo llave. Jesús se les apareció pero
ellos dudaban aún de lo que veían sus ojos. Es algo comprensible.
En toda la historia del mundo esto jamás había ocurrido antes. Era
algo contradictorio a toda experiencia. Por temor, los discípulos se
perdieron de vista y se mantuvieron silenciosos durante unas seis
semanas según leemos en los Hechos de los Apóstoles.
Sabemos, por supuesto, que luego se volvieron testigos osados y
poderosos. Si no fue el conocimiento de que Cristo había
resucitado, ¿qué fue lo que produjo tal cambio en ellos?
Obviamente, algo tuvo que haberlo causado. Y ese algo había sido
prometido por Dios, pero no fue “algo” sino Alguien: el Espíritu
Santo. El Espíritu les dio seguridad. Los bautizó con fuego celestial
e hizo arder en ellos el conocimiento de Cristo.
Es por eso que Jesús les dijo que esperaran antes de enfrentar al
mundo con el evangelio. Ellos no iban a dictar conferencias sobre el
fenómeno de la resurrección ni a tratar de convencer a la gente
presentándole los hechos fríos. Afirmar que un muerto había
resucitado era algo muy controversial y la gente refutaría su
afirmación. Quienes los oyeran discutirían y defenderían su
incredulidad, o aún si aceptaban lo que los discípulos decían no le
darían importancia considerándola como una de las tantas cosas
extrañas que ocurren ennuestro mundo, una experiencia un tanto
curiosa.
Pero ellos se dedicaron a testificar, no a la controversia. No vieron
a Jesús cuando se levantaba de la tumba pero tuvieron una mejor
evidencia que la visual. Este mensaje fue vital; fue un mensaje
transformador que producía vida nueva en quienes lo escuchaban.
Presentado de una manera fría y liviana no hubiera causado ningún
efecto. Se tenía que predicar como un hecho vital y glorioso,
apasionadamente, por personas apasionadas, testigos obviamente
electrizados por lo que anunciaban, ejemplos vivos de lo que
predicaban, llenos de vitalidad.
Jesús les dijo: “Que no se fueran de Jerusalén, sino que
esperasen la promesa del Padre, la cual, les dijo, oísteis de mí... y
seréis bautizados con el Espíritu Santo... y recibiréis poder cuando
haya venido sobre vosotros el Espíritu Santo, y me seréis testigos”
(Hechos 1: 4 — 5, 8). Jesús le dio una gran importancia a ese
Alguien, el Espíritu Santo. Habló de su venida y de su obra como
absolutamente esencial, y lo llamó “otro Consolador” otro como él
mismo. Podríamos decir que Cristo agarró de sus vestidos a los
discípulos para decirles que debían escuchar lo que tenía que
decirles: que se iba al cielo para que ese Alguien pudiera venir. Esas
palabras miden la importancia de la venida del Espíritu Santo.
El Espíritu del Señor los convertiría en antorchas. Él sería —y
todavía lo es- la clave para la testificación efectiva. El Señor les dijo:
“Separados de mí, nada podéis hacer” (Juan 15: 5); tenemos que
permanecer unidos a la vid y obtener la vida de él. La vida del
Espíritu es el secreto de los nuevos discípulos. Podemos hacer
mucho sin el Espíritu Santo pero nada que tenga efectos duraderos.
Jesús les dijo que recibirían el Espíritu “dentro de no muchos días.
” Y ocurrió tal como Él lo dijo. En realidad, esto ocurrió 50 días
después de la crucifixión, en la fiesta del día de Pentecostés (o
Festival de las Semanas). En el templo estaban celebrando la fiesta
de las cebadas con un haz mecido delante del Señor. Este era el día
señalado. El cielo tocó a la tierra y Dios, por medio del Espíritu
Santo, comenzó sus operaciones aquí. En ese punto en el tiempo
entró al mundo y el orden espiritual llegó a ser la era del Espíritu
Santo. Fue la inauguración de una nueva era.
En ese día pentecostal, los discípulos comenzaron “a predicar el
evangelio con el Espíritu Santo enviado del cielo” (1a de Pedro 1:
12).
Su descenso y su entrada al mundo fueron tan positivos como
cuando Jesús vino a la tierra. “El Verbo se hizo carne” (Juan 1: 14).
Esa fue la entrada de Jesús por la puerta de Belén. Se vistió a sí
mismo de humanidad, y otro tanto hizo el Espíritu vistiéndose a sí
mismo con la humanidad de los discípulos al entrar a morar en ellos.
El mundo no podía recibirlo pero centenares de personas amaban a
Jesús, y 120 de ellos fueron los primeros sobre la tierra en ser llenos
del Espíritu: mujeres, apóstoles y discípulos. Sencillamente se
sentaron juntos, no de pie, no arrodillados ni orando, simplemente
esperando, tal como Jesús les había indicado: “Que no se fueran de
Jerusalén, sino que esperasen la promesa del Padre, la cual les dijo,
oísteis de mí” (Hechos 1:4). Cristo ascendió a los cielos y le pidió al
Padre que enviara su regalo, el Espíritu Santo, y a los 10 días vino
el Espíritu.
Ese día fue una fecha especial en el diario de Dios. Como una ola
gigantesca el Espíritu Santo llegó y absorbió o sumergió en él a la
compañía de discípulos. Esta era la misma infinita Persona cuyo
poder dio forma a los más remotos confines del universo y los llenó
consigo mismo: el Espíritu viviente de Dios. Carne y hueso llegó
entonces a ser su morada en el cuerpo de los discípulos.
El Espíritu no vino en silencio. Anunció su llegada a través de las
120 personas que estaban allí reunidas. Así dio expresión a toda la
asamblea de creyentes en lenguas y profecía. Para los apóstoles y
discípulos este fue su día más grandioso.
El Espíritu Santo es el Espíritu de amor del Padre y del Hijo: “El
amor de Dios ha sido derramado en nuestros corazones por el
Espíritu Santo que nos fue dado” (Romanos 5: 5). Ese amor
comenzó a mover a los creyentes y a operar a través de ellos.
Este acontecimiento es el modelo de nuestro testimonio. Los
creyentes que ya confían en Cristo pueden ahora conocer el Espíritu
de una manera más amplia y dinámica. Los apóstoles son nuestros
modelos cristianos. ¿Quién más podía serlo? Aún en los tiempos
bíblicos otras personas han tenido la misma experiencia. Como
Pedro lo descubrió: “Dios les concedió el mismo don que a nosotros
que hemos creído” (Romanos 5: 5). Este bautismo celestial fue sólo
para ellos como individuos, no “para toda la Iglesia.” Otros, como los
que estaban en la casa de Cornelio, recibieron también el Espíritu.
Ninguna palabra en el Nuevo Testamento sugiere que no
necesitamos lo que los apóstoles tenían, o que lo que ellos tenían
podía ser sólo para ellos. Por el contrario, el mensaje de Pedro fue
claro: “Recibiréis el don del Espíritu Santo. Porque para vosotros es
la promesa, y para vuestros hijos, y para todos los que están lejos;
para cuantos el Señor nuestro Dios llamare” (Hechos 2: 38 - 39).
Si los discípulos necesitaron tal capacitación para predicar el
evangelio con el poder del Espíritu Santo y con la manifestación del
Todopoderoso, ¿somos nosotros mejores que ellos para que
podamos realizar la obra de Dios sin el poder que ellos tenían? De
seguro, nosotros necesitamos todo lo que Dios pueda darnos, y el
mundo necesita personas equipadas de esa manera.
Cuarta parte
Durante muchos siglos los cristianos reconocieron la necesidad de
tal llenura de Dios pero tuvieron la tendencia a pensar que ella no
estaba disponible para los creyentes de nuestros días. Solamente
en tiempos recientes se han dado cuenta de que es un derecho
inherente a todos los creyentes. En el día de hoy, unos quinientos
millones o más de personas sobre la tierra lo conocen, y millones lo
disfrutan.
La promesa a través de Juan es un “bautismo” del Espíritu con
fuego. La palabra griega baptizo, convertida ahora en una expresión
religiosa, originalmente significaba “introducir algo en algo” “mojar
algo en algún líquido.” Juan el Bautista “introdujo” a la gente en el
Río Jordán. La palabra generalmente hacía referencia a vestidos
que se metían en tintura; el vestido en la tintura, y la tintura en el
vestido. Es un verdadero cuadro descriptivo: el Espíritu en el
creyente, y el creyente en el Espíritu. Así como el vestido asumía el
carácter de aquello en lo cual se sumergía, los creyentes tomaban la
naturaleza del elemento en el cual eran bautizados, lo cual nos
confirma la semejanza con Dios mediante el Espíritu Santo.
Sorprende darse cuenta que Jesús realmente dejó este mundo
para que el Espíritu Santo pudiera venir. “Si yo no me fuere, el
Consolador no vendría a vosotros” (Juan 16: 7). Su venida a
nosotros es misteriosa pero real.
Desde luego, surgen muchas preguntas cuando Dios está
obrando. La gente se pregunta si el bautismo del Espíritu es una
“segunda” bendición después de haber nacido de nuevo. ¿Fue el de
Pentecostés un bautismo único y para siempre? ¿Fueron bautizados
los discípulos en representación de toda la Iglesia, para siempre?
¿Hay un bautismo y muchas llenuras?
Le echaremos una mirada a este tipo de preguntas más adelante
(en el capítulo 12), sin embargo, estando ya informados es
necesario estar conscientes de que a menudo las obras de Dios
superan nuestra capacidad mental para clasificarlas y ordenarlas en
cómodos paquetes. Nuestra incapacidad para analizar o describir lo
que ocurre no hace el accionar de Dios menos real. Dios supera
toda nuestra capacidad de racionalización. El bautismo en el
Espíritu es como la expiación para la cual existen varias teorías,
pero el hecho esencial es que Cristo descendió a profundidades que
nadie podrá comprender jamás.
¿Cómo es que el Padre nos reconcilió consigo mismo por la
muerte de su Hijo, a quien nosotros matamos? La respuesta está
más allá de la capacidadde comprensión de la mente humana.
Sabemos que ocurrió algo que garantiza nuestra salvación. De
manera similar, Jesús nos bautiza en el Espíritu Santo y recibimos
poder cuando el Espíritu viene sobre nosotros. Es su obra y
nosotros somos sus beneficiarios. Podemos confiar en la Palabra
sabiendo que Dios nunca falla (Hechos 1:7).
Después de la resurrección los discípulos, conmovidos y
asustados, escondiéndose con temor de lo que pudiera ocurrirles,
necesitaban ciertamente ese bautismo para ser dotados con poder;
lo mismo nos ocurre a nosotros. Y Dios nos dará lo que
necesitamos: Dios suplirá todo lo que nos falta conforme a sus
riquezas en gloria en Cristo Jesús” (Filipenses 4: 19). Ningún
cambio en el mundo hace innecesario el poder del Espíritu. No
tenemos alternativa, ni método, ni manera, ni plan, ni enfoque
distinto al Espíritu. El tiene que hacer la obra. Todavía es necesario
convencer y salvar al mundo, y sin el Espíritu Santo tal cosa es
imposible.
El Espíritu Santo no es un sentido de sobrecogimiento que flota
alrededor de una edificación religiosa. Si el Espíritu ha de
manifestarse lo hará a través de personas llenas de Él. El mensaje a
los creyentes es: “Sed llenos del Éspíritu” (Efesios 5: 18). No
necesitaríamos la amonestación de ser llenos si pudiéramos vivir sin
serlo.
Jesús dijo que debemos pedir, buscar y llamar, porque Dios da el
Espíritu a quienes lo piden (Lucas 11:9-13). No por una petición
casual de un momento sino por estar abiertos a Dios todo el tiempo:
¡pidiendo, buscando, llamando! Dios tendrá en cuenta a quienes
están listos para recibir esta bendición. Él nos ha dado su Palabra y
nosotros debemos echar mano de su promesa.
“Ser llenos continuamente”: Los predicadores a menudo explican
que el significado de la frase en el original griego es “ser llenos
continuamente” pero lo malentienden por igual. Ciertamente no
significa buscar nuevas llenuras de tiempo en tiempo sino todo lo
contrario 4 El verbo en el idioma griego indica una situación
continua, un estado de llenura permanente. Una vez recibido, el
Espíritu Santo “habita” en el creyente y no se evapora ni requiere
una nueva llenura o una renovación espiritual. Es un estado de vida
que está siempre presente y continuo, comparable a estar en la
corriente de un río. En el libro de los Hechos se escogió para
promover el servicio de algunos hombres que estaban llenos del
Espíritu Santo, y ese era su carácter normal.
Para ser llenos de ese espíritu sólo hacemos lo que Jesús dijo:
pedir. Y no se trata de hacer una petición lenta y sin prisa; pedir,
buscar y llamar es un estilo de vida.
El Espíritu Santo viene cuando quiere sobre quienes están listos.
No obtenemos el Espíritu Santo como un chocolate que sale de una
máquina dispensadora: presione la palanquita, y ya. De otro lado,
Dios no pretende que estemos siempre pidiendo, siempre buscando
sin encontrar jamás. “El que busca halla” (Lucas 11: 10), y se da
cuenta cuando ha encontrado lo que buscaba. El bautismo en el
Espíritu se recibe por fe, pero la evidencia son las señales que le
siguen.
Los apóstoles supieron que los italianos en Cesárea habían
recibido el Espíritu Santo porque los escucharon hablar en lenguas.
Esa es una señal que Él desea que tengamos. El cristianismo
demanda fe, pero responde a la fe. La promesa es “como clavo en
lugar firme” según la expresión de Isaías (Isaías 22: 23).
Los primeros creyentes en recibir el Espíritu Santo llevaron la
marca original. Ellos fueron lo que los cristianos son; para ser lo que
ellos fueron necesitamos el mismo Espíritu.
Quinta parte
¿Hablan en lenguas todos los que reciben el Espíritu Santo? La
respuesta común es un categórico “sí,”o deberia serlo si todo en
este mundo fuera perfecto. Dios no tiene reglas. Él hace lo que
puede de acuerdo con nuestra fe. Decir que la gente puede ser
bautizada sin hablar en lenguas extrañas no encajaría bien en el
Nuevo Testamento porque en cada ocasión nos muestra con
bastante seguridad que todos hablaron en lenguas. Si una persona
ha absorbido temores hacia las lenguas es porque ha tenido
enseñanza confusa acerca de ellas, o alberga otra razón -
posiblemente subconsciente-. Esto puede apagar el Espíritu e
impedirle hacer todo lo que normalmente haría, es decir, realizar
señales. Algunos tienen fe para recibir el Espíritu pero no para
hablar en otras lenguas, de modo que reciben de acuerdo con su fe.
No obstante, la pregunta crucial para ellos es, ¿cómo saben que
han sido llenos del Espíritu sin la evidencia de su capacidad de
hablar en lenguas?
Es de vital importancia saber que somos bautizados en el Espíritu
y que podemos salir a enfrentar el reto de un mundo sin Dios. Con
tal conocimiento podemos atrevernos a ir, sabiendo que el Espíritu
está con nosotros. Los discípulos tenían tal seguridad. ¿Podemos
nosotros prescindir de ella? Ellos sabían que el Espíritu estaba con
ellos y por lo tanto “Saliendo predicaron en todas partes,
ayudándoles el Señor y confirmando las palabras con las señales
que la seguían. Amén” (Marcos 16: 20). El ministerio del Espíritu es
avalado por señales, si creemos en ellas.
Se ha dicho que si alguien busca el Espíritu con la señal de las
lenguas y no lo recibe durante un largo período puede desanimarse
y preguntarse si Dios realmente lo ha escuchado. ¿De veras?
¿Debe entonces buscar el Espíritu sin las lenguas? ¿En qué forma
le ayudaría hacerlo así? ¿De qué otra manera sabría que Dios lo
está escuchando? Su “problema” con las lenguas no se soluciona
por dejar de creer en ellas.
Hablar en lenguas no se logra tratando de hacer un esfuerzo.
Usted no aprende “cómo” hablar en lenguas. No hay para ello
ninguna técnica, ni método, ni ministerio. El Espíritu del “don de
lenguas” no es dado por voluntad del ser humano sino que es un
acto soberano de Dios. Este don no es un talento sino un favor de
Dios mismo, no un poder o un ministerio especial sino la presencia
del Espíritu Santo. Él es demasiado grandioso para ser manipulado
o servido con arrogancia. No obstante, podemos estar mutuamente
en oración y bendecirnos mediante la imposición de las manos tal
como los apóstoles hicieron en Samaria, y Pablo en Efeso.
Debemos mantener una actitud de humildad y estar preparados.
Esa es la lección de Pedro en la casa de Cornelio: mientras él
estaba todavía hablando, el Espíritu cayó sobre todos ellos.
En las reuniones de nuestras cruzadas evangelísticas siempre
oramos para que todos sean bautizados en el Espíritu. Ese fue el
mandato de Dios para nosotros desde el comienzo mismo de
nuestro trabajo. Ese es el Espíritu Santo que está moviendo ahora
las naciones. Estamos presenciando el avivamiento más poderoso
de todos los tiempos en varios lugares de la tierra. Millones de
personas que son bautizadas en el Espíritu con acompañamiento de
señales salen confiadas sabiendo que Dios las utilizará como
instrumentos de su amor y su poder. Ese es el poder en el cual
creyeron los cristianos del siglo XIX, el poder que los equiparía para
evangelizar al mundo postmoderno.
4 La palabra griega pleerousthe derivada de la raí^pleroo que significa llenar, es un
imperativo en elpresente continuo.
Un milagro no es la máxima
demostración de la presencia de Dios, ni
es el verdadero propósito para buscarlo.
El cristianismo es Cristo. Servimos a
nuestro Señor Jesús medíante el Espírítu
Santo.
Capítulo 5
“Vendrán tiempos de renovación de parte del
Señor.”
Hechos 3: 19
Dios avanza, especialmente en tiempos de renovación. Él llega
mediante saltos, no a ritmo de peatón. El primer gran paso hacia
delante ocurrió a través de Moisés, 1.500 años antes de Cristo: el
mundo recibió el conocimiento del Dios vivo, una auto-revelación
divina de importancia fundamental. No fue mera información sino el
conocimiento salvador de Dios para su pueblo. El otro avance
notable vino 1.000 años después con el desarrollo del pensamiento
entre los griegos. Pero el mayor avance de todos fue la llegada del
cristianismo. Muchos cambios le han seguido tales como el
Renacimiento, la Reforma, la RevoluciónIndustrial y la era científica,
pero el cambio que prevalece es la verdad de Jesucristo.
En la era cristiana ha habido diferentes épocas de avivamiento.
Este libro trata de algo nuevo en la historia cristiana: el movimiento
Pentecostal/Carismático, así como el movimiento de “renovación” y
el “redescubrimiento del Espíritu Santo.” Millones de creyentes
tienen ahora una nueva comprensión de las promesas bíblicas. Este
avivamiento mundial comenzó el primer día del siglo XX en un
remoto rincón de la tierra como empezó la Iglesia en el “aposento
alto” el primer día de Pentecostés. Esa fue la profundización de la fe
individual con grandes cambios en las actitudes y en los estilos de
adoración que ha afectado a casi todas las iglesias del mundo. El
que ha sido bautizado por el Espíritu puede entender este impacto
celestial.
Los creyentes del siglo XIX oraron por un avivamiento mundial y
fueron oídos. El movimiento de renovación es en sí mismo un
“avivamiento.” El término “avivamiento” no es una expresión bíblica
pero fue escogido para describir un tipo particular de evento
espiritual. El cristianismo en sí mismo es avivamiento. La gente
llama “avivamiento” a algunos acontecimientos religiosos pero luego
se pregunta qué es avivamiento. Obviamente, es sólo lo que
nosotros decimos que es, no algo de lo cual Dios habla.
A menudo al avivamiento se le describe como “una extraordinaria
obra de Dios.” Desde el punto de vista humano esa es una buena
descripción pero, ¿es correcto pensar en que Dios haga un esfuerzo
especial de vez en cuando? ¿Va bien con lo que afirma de sí mismo
que Él nunca cambia? Él no hace nada a medias sino con todo el
entusiasmo de su grandeza. Así como el sol brilla al medio día, Dios
siempre está actuando al máximo “sin sombra de variación ” como lo
dice Santiago 1:17, siempre en su plenitud, totalmente dedicado. El
poder de Dios es inmutable y no tiene grados, ni tiene los niveles
humanos “bueno, mejor, y lo mejor.” Todo lo que Él es, perfección y
omnipotencia, respalda todo lo que hace.
Si los creyentes del siglo XIX -nuestros bisabuelos- pudieran ver la
vida cristiana de hoy se asombrarían al ver el énfasis que recibe el
Espíritu Santo y las actitudes cristianas enfocadas en Él. Como
resultado de la presencia del Espíritu de Dios existe un claro
enfoque personal en el Señor Jesús, quien es nuestro Salvador. La
unción en la adoración ha traído nuevos estilos de adoración y
canciones al estilo de aquella de hace 90 años que decía:
“¡Cristo, Cristo, Cristo! tu dulce nombre al cantar,
Colma todos mis anhelos, y alegra mi caminar.” (1)
(1) Escrito por Luther B. Bridgers en 1910.
A la renovación del Espíritu Santo se le ha llamado la “religión de
Jesús.” Una imagen borrosa del Espíritu Santo había oscurecido la
imagen de Jesús porque solamente el Espíritu es quien lo revela.
Jesús dijo: “Cuando venga el Consolador; a quien yo os enviaré
del Padre. .. él dará testimonio de mí” (Juan 15: 26), y “El me
glorificará; porque tomará de lo mío y os lo hará saber” (Juan 16:
14). La fe cristiana es más que una fe sobrenatural. Las
manifestaciones del Santo Espíritu son la señal externa. La obra
más grande que Dios hizo fue darnos a su Hijo para nuestra
salvación. Esa tremenda muestra de amor debe llenar nuestros
pensamientos más que cualquier otra cosa. Ella es ciertamente el
mayor interés de Dios. Un milagro no es la máxima demostración de
la presencia de Dios, ni es el verdadero propósito para buscarlo. El
cristianismo es la acción de Cristo por medio de su santo Espíritu en
nosotros. Amamos a nuestro Señor Jesús mediante el Espíritu
Santo.
Los 120 discípulos que se reunieron el día de Pentecostés
recibieron el Espíritu Santo. No sabemos exactamente cuál fue el
final de sus vidas. La Biblia no nos cuenta mucho al respecto, pero
el efecto general se debe juzgar por el hecho de que ellos vivieron
una vida plena en medio de la persecución del imperio romano.
Nosotros somos sus frutos, convertidos a través de Pedro, Santiago,
Juan, María y sus hermanas en Cristo. Todas ellas fueron personas
ordinarias que llegaron a ser extraordinarias por la experiencia que
tuvieron el día de Pentecostés, como se narra en el libro de Hechos
2. Esa es la misma experiencia que Dios nos ha prometido para el
día de hoy.
Si alguna frustración debemos sentir es que este avivamiento
actual del Espíritu Santo haya llegado tan tarde en la historia de la
Iglesia. Dios es Todopoderoso pero hace lo que puede por salvarnos
cuando puede, y no siempre puede hacer lo que quiere porque eso
sería violar el libre albedrío o la libertad que Él mismo nos dio.
Dos elementos básicos son necesarios: La predicación de la
Palabra y el testimonio acompañado por la oración, así como la
respuesta de los que oyen la Palabra.
Dios obra también en nuestra vida a través de personas. Un
corazón lleno de fe, una mente lúcida para planear, y una mano
poderosa para obrar, siempre atraen el poder del Espíritu Santo.
Nunca puede haber un vacío en la vida de alguien de ese calibre.
Dios está escaso de tales personas. Si queremos servir al Señor, Él
quiere que le sirvamos, y tiene diversas tareas para que nosotros
realicemos. Este es el máximo privilegio y destino de nuestra vida.
¿Cómo puede una pose de impasible
silencio ser una recomendación ante
Dios? Él es un Dios de fuego, no un
bloque de hielo. A menos que mostremos
ciertos signos de Vída, ¿podemos
suponer que Dios está en nuestro
medio?
Capítulo 6
El Espíritu Santo:
Fuego y Pasión
“El silencio de Dios” ha sido un tema popular pero que no presenta
una correcta imagen de Dios. El mismo nombre de Cristo, “el
Verbo,” no sugiere que Dios sea silencioso. El día de Pentecostés el
Espíritu Santo habló a través de 120 gargantas. Llegó con el
estruendo de un tornado e inspiró un rugir de 120 hombres y
mujeres hablando en lenguas. Ellos hablaron pero fue el Espíritu
quien les dio expresión; una expresión proveniente de Dios mismo.
Leemos que ello atrajo una enorme multitud. Dios salió de los
lugares secretos de su poder y se reveló a sí mismo. Hubo
movimiento y conmoción.
Dios nunca es mudo. David es enfático al respecto y se mofa del
paganismo con sus ídolos que “tienen boca pero no pueden hablar”
(ver Salmo 115: 5). Pablo también hace un contraste entre los
“ídolos mudos” (Ia de Corintios 12: 2), con los dones vocales del
Espíritu: lenguas, profecía e interpretación. Además nos habla de la
palabra de conocimiento y la palabra de sabiduría. Estas
expresiones son dones maravillosos, típicos de un Dios que habla, y
que superan toda humana invención. Nadie se los sugirió al Señor.
Estos “dones” particulares expresan su naturaleza divina. Sería
difícil encontrar una línea en la Escritura sobre la cual edificar la
doctrina de un Dios silente. Ese no es el cuadro que nos presenta la
Biblia. La gente invocaba (llamaba) a Dios porque así lo conocían;
un Dios a quien se puede escuchar. Un Dios que no se comunicara
con los hombres sería algo aterrador: “Si tú permaneces en silencio
seré como quienes descienden a la fosa” clamó el salmista (Salmo
28: 1).
Dios habla porque quiere, no porque lo urgimos a hacerlo. Es algo
que brota de su carácter y su disposición natural. Y no habla en
susurros. Por lo menos no lo hizo así cuando reveló su voluntad en
el Monte Sinaí. Su voz fue como una trompeta y la montaña vibró y
se conmovió de tal forma que el pueblo le imploró a Moisés: “Habla
tú con nosotros,y nosotros oiremos, pero no hable Dios con
nosotros,para que no muramos” (Éxodo 20: 19).
Un antiguo canto dice: “Escucha los susurros de Jesús.” El
evangelio del cual el compositor de ese himno tomó la frase
ciertamente no está en mi Biblia. En ella no vemos a Jesús
hablando quedamente sino en voz muy alta, calmando el mar,
echando fuera los demonios, resucitando a Lázaro, predicando a
millares, etc. Aún en la cruz, en sus últimos momentos, entregó el
Espíritu con “una gran voz” (Mateo 27: 50).
Dios es positivo y caluroso (para usar una expresión humana), y
sus palabras son dinámicas y punzantes.

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