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Conferência de Pastores: Liderança e Ministério

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Introducción
La	primera	Conferencia	de	Pastores	se	celebró	el	19	de	marzo	de	1980,	en	la
congregación	Grace	Community	Church,	donde	159	hombres	se	reunieron	para
enfocarse	en	el	tema	del	ministerio	pastoral.	Desde	el	principio,	el	objetivo	era
poner	en	práctica	el	mandato	de	Pablo	a	Timoteo:	«Lo	que	has	oído	de	mí	ante
muchos	testigos,	esto	encarga	a	hombres	fieles	que	sean	idóneos	para	enseñar
también	a	otros»
(2	Timoteo	2:2,	rvr60).
Lo	que	comenzó	como	un	pequeño	evento	se	ha	convertido,	por	la	gracia	de
Dios,	en	un	movimiento	internacional	con	miles	de	asistentes	en	cada	primavera.
Con	los	años,	los	pastores	de	todos	los	estados	de	la	Unión	Americana	y	cerca	de
cien	países	han	llegado	a	la	conferencia	para	ser	desafiados	y	alentados	en	las
áreas	de	predicación,	teología,	liderazgo,	discipulado	y	consejería.	Mi	propio
corazón	ha	sido	profundamente	bendecido	por	los	hombres	fieles	que	he
conocido,	con	los	que	he	confraternizado	en	la	conferencia.
Desde	su	creación,	la	Conferencia	de	Pastores	ha	ofrecido	cientos	de	sermones
dirigidos	específicamente	a	pastores	y	líderes	de	iglesias.	Debido	a	que	la	verdad
de	la	Palabra	de	Dios	es	atemporal,	esos	mensajes	son	todavía	tan	ricos	y
poderosos	hoy	como	cuando	fueron	predicados	por	primera	vez.	Es	por	eso	por
lo	que	estaba	tan	agradecido	cuando	Harvest	House	Publishers	se	acercó	a	mí
con	respecto	a	la	publicación	de	este	segundo	volumen,	una	colección	de	los
mensajes	más	memorables	de	la	Conferencia	de	Pastores	sobre	el	tema	de
liderazgo.	Nada	es	más	urgentemente	y	necesario	en	la	iglesia	de	hoy	que	la	fiel
proclamación	de	la	Palabra	de	Dios,	por	lo	que	un	libro	sobre	este	tema	es	tan
oportuno.	De	acuerdo	con	las	instrucciones	de	Pablo	a	Timoteo,	el	objetivo	de
este	volumen	es	animar	a	los	pastores	a	cumplir	su	mandato	pastoral:	predicar	la
Palabra	a	tiempo	y	fuera	de	tiempo	(2	Timoteo	4:2,	rvr60).	Los	siguientes
capítulos	se	han	editado	lo	más	mínimo	posible	para	que	reflejen	el	contenido
original	de	los	mensajes	de	la	Conferencia	de	Pastores.
Este	libro	es	para	todos	aquellos	que	predican	y	enseñan	las	Escrituras,	hayan
estado	ellos	en	la	Conferencia	de	Pastores	o	no.	Es	mi	oración	que	al	leerlo,	su
pasión	por	la	verdad	arda	más	y	su	determinación	para	la	gloria	de	Cristo	se	haga
más	fuerte	a	medida	que	tratan	de	servir	y	guiar	a	sus	iglesias.
Para	el	Gran	Pastor,
John	MacArthur
1.	Predicar	la	Palabra
John	MacArthur
2	Timoteo	3:1—4:4
Hay	un	texto	de	la	Escritura	que	me	encanta	y	sobre	el	cual	he	predicado
numerosas	veces	a	través	de	los	años.	Es	un	texto	que	mi	padre	escribió	dentro
de	la	hoja	de	guarda	de	una	Biblia	que	me	dio	cuando	le	dije	que	me	sentía
llamado	a	predicar.	El	texto	es	2	Timoteo	4:2	(rvr60):	«Que	prediques	la	palabra;
que	instes	a	tiempo	y	fuera	de	tiempo;	redarguye,	reprende,	exhorta	con	toda
paciencia	y	doctrina».
Este	breve	versículo	define	el	ministerio	bíblico	en	un	mandato	central:	«Predica
la	Palabra».	A	este	mandato	se	le	podría	añadir	1	Timoteo	3:2	(rvr60),	que	dice
que	los	pastores,	supervisores	y	ancianos	deben	ser	aptos	para	enseñar	y	para
predicar.	Debemos	predicar	la	Palabra	con	habilidad.	Ese	es	nuestro	llamamiento
y	este	versículo	es	concluyente	puesto	que	habla	muy	concisamente	llamándonos
a	«predicar	la	Palabra».
Ahora,	ha	de	notar	que	el	apóstol	Pablo	habla	del	tiempo	y	el	tono	de	nuestra
predicación.	En	cuanto	a	lo	temporal,	se	refiere	«a	tiempo	y	fuera	de	tiempo».
Podríamos	discutir	lo	que	eso	significa,	pero	si	puedo	llevarle	a	una	simple
conclusión,	las	únicas	posibilidades	son	estar	a	tiempo	o	fuera	de	tiempo;	por	lo
tanto,	eso	significa	todo	el	tiempo.	Debemos	predicar	la	Palabra	todo	el	tiempo.
No	hay	tiempo	en	el	que	cambiemos	esa	comisión,	no	hay	tiempo	en	el	que	ese
método	ministerial	se	reserve	para	otra	cosa.	La	predicación	de	la	Palabra	debe
hacerse	todo	el	tiempo.
En	cuanto	al	tono,	observe	que	es	doble:	hay	el	aspecto	negativo	que	censura	y
reprende,	además	del	aspecto	positivo	que	consiste	en	tomar	la	verdad	de	Dios	y
exhortar	a	la	gente	con	mucha	paciencia	e	instrucción.	Respecto	de	lo	negativo
debemos	enfrentar	el	error	y	el	pecado.	En	referencia	a	lo	positivo	debemos
enseñar	la	sana	doctrina	y	la	vida	piadosa.	Tenemos	que	exhortar	a	las	personas	a
ser	obedientes	a	la	Palabra,	por	lo	que	debemos	tener	una	gran	paciencia	y
permitirles	el	tiempo	para	madurar	en	su	obediencia.
Si	toda	palabra	de	Dios	es	verdadera	y	pura,	y	toda	palabra	es	alimento
para	el	creyente,	entonces	toda	palabra	debe	proclamarse.
Este	es	un	mandato	sencillo:	Predica	la	Palabra	todo	el	tiempo.	Jesús	dijo:	«No
sólo	de	pan	vive	el	hombre,	sino	de	toda	palabra	que	sale	de	la	boca	de	Dios»
(Mateo	4:4).	Esa	verdad	nos	llama	a	un	ministerio	expositivo	en	el	que	tratamos
con	cada	palabra	que	sale	de	la	boca	de	Dios.	Si	toda	palabra	de	Dios	es
verdadera	y	pura,	y	toda	palabra	es	alimento	para	el	creyente,	entonces	toda
palabra	debe	proclamarse.
Las	personas	están	muriéndose	de	hambre	por	la	Palabra	de	Dios,	pero	no	lo
saben.	Están	hambrientos,	están	tratando	de	alcanzar,	están	agarrando.	Se	dan
cuenta	de	los	lugares	huecos	de	su	vida,	de	la	superficialidad,	de	la	falta	de
percepción,	de	la	falta	de	comprensión.	No	pueden	resolver	los	problemas	de	la
vida.	Están	muriendo	de	hambre	de	la	Palabra	de	Dios	y	se	les	están	ofreciendo
sustitutos	que	no	ayudan.	Dios	ha	ordenado	que	su	Palabra	les	sea	suministrada
porque	solo	ella	puede	alimentarlos	y	el	método	por	el	que	se	entrega	es	la
predicación.	Pablo	escribió:	«¿Y	cómo	oirán	si	no	hay	quien	les	predique?»
(Romanos	10:14).	Martín	Lutero	dijo:	«La	máxima	adoración	a	Dios	es	la
predicación	de	la	Palabra».¹	Dios	es	revelado	a	través	de	su	Palabra;	por	lo	tanto,
predicar	su	Palabra	es	predicar	su	carácter,	su	voluntad	y	todo	lo	que	lo	define	en
términos	verdaderos	y	lo	exalta	como	debe	ser	exaltado.
Nuestro	mandato	entonces	no	procede	de	la	cultura,	viene	del	cielo.	Es	el	Dios
del	cielo	el	que	nos	ha	mandado	a	través	de	las	páginas	de	la	Escritura	a	predicar
la	Palabra,	a	predicar	cada	palabra	y	a	traer	a	las	almas	hambrientas	el	único
alimento	que	nutre:	la	verdad	de	Dios.	La	Biblia	es	la	Palabra	inerrante	e
infalible	del	Dios	viviente.	Es	más	cortante	que	cualquier	espada	de	dos	filos,
cada	palabra	en	ella	es	pura	y	verdadera.	Debemos	predicar	la	Palabra	de	Dios
en	su	totalidad	y	desplegar	toda	su	verdad.	Esa	es	la	orden.
Este	mandato	conciso,	claro	e	inequívoco	de	predicar	la	Palabra	es	apoyado	por
cinco	potentes	realidades	que	nos	motivan	en	este	empeño.	A	pesar	de	que	estas
cinco	realidades	son	suficientemente	potentes	individualmente	para	motivar	a	un
hombre	a	predicar	la	Palabra	de	Dios,	juntas	proporcionan	un	formidable
conjunto	motivacional	como	ningún	otro	texto	de	la	Escritura.
Predicar	la	Palabra	a	causa	del	peligro	de	los	tiempos
(3:1-9)
Primero,	debemos	predicar	la	Palabra	a	causa	del	peligro	de	los	tiempos.	En	2
Timoteo	3:1,	Pablo	comenzó	su	instrucción	diciéndole	a	Timoteo:	«Ten	en
cuenta	que	en	los	últimos	días…»	los	últimos	días	comenzaron	cuando	el	Mesías
vino	por	primera	vez.	El	apóstol	Juan	dijo:	«Queridos	hijos,	esta	es	la	hora	final»
(1	Juan	2:18).	Pablo	escribió:	«…	en	los	últimos	días	vendrán	tiempos	difíciles»
(2	Timoteo	3:1).	La	frase	«tiempos	difíciles»	puede	traducirse	como	«épocas»
más	que	«tiempos».	No	se	trata	de	una	referencia	al	tiempo	del	reloj	ni	al	del
calendario.	La	palabra	usada	aquí	en	el	texto	griego	original	es	kairos,	que
significa	estaciones,	épocas	o	movimientos.	La	palabra	traducida	como
«peligrosos»	podría	haber	sido	traducida	como	«salvaje».	Llegarán	tiempos
peligrosos	y	arriesgados.	Estos	tiempos	amenazarán	a	la	verdad,	al	evangelio	y	a
la	iglesia.	De	acuerdo	a	2	Timoteo	3:13,	aumentarán	en	severidad	porque	los
«malvados	embaucadores	irán	de	mal	en	peor,	engañando	y	siendo	engañados».
Desde	el	comienzo	de	los	últimos	días	hasta	que	Jesús	venga,	habrá	una	escalada
de	severidad	y	frecuencia	de	estas	épocas	peligrosas.
Estamos	hablando	de	movimientos	y	épocas	que	comenzaron	cuando	Jesús	vino
y	comenzó	la	iglesia,y	que	han	continuado	de	modo	consecutivo.	No	es	que
vienen	y	van;	más	bien,	vienen,	se	quedan	y	aumentan	en	frecuencia,	de	forma
que	hay	mayor	peligro	ahora	que	nunca.	Estas	épocas	definen	para	nosotros	el
peligro	que	amenaza	la	vida	de	la	iglesia	y	la	verdad.	Veamos	algunos	de	ellos,
sugeridos	por	J.	W.	Montgomery	en	su	libro	Damned	Through	the	Church.²
Las	épocas	peligrosas
Sacramentalismo
La	primera	y	más	destacada	época	de	peligro	lanzada	contra	la	iglesia	comenzó
en	el	siglo	cuarto:	el	sacramentalismo.	Esto	comenzó	con	el	desarrollo	del	Sacro
Imperio	Romano	y	Constantino,	que	se	convirtió	en	el	sistema	católico	romano
de	la	salvación	por	ritual.	La	iglesia	se	convirtió	en	un	sustituto	de	Cristo;	es
decir,	la	gente	estaba	más	conectada	a	la	iglesia	y	al	sistema	que	a	Cristo	y	a	una
relación	personal	con	Él.	El	sacramentalismo	se	convirtió	en	enemigo	del
verdadero	evangelio,	enemigo	de	la	gracia	y	la	fe,	por	lo	que	condujo	a	la
persecución	y	a	la	ejecución	de	los	verdaderos	creyentes.	No	fue	sino	hasta	la
Reforma,	en	el	siglo	dieciséis,	que	el	sacramentalismo	comenzó	a	debilitarse.
Racionalismo
Poco	después	de	la	Reforma	llegó	la	segunda	época	de	peligro:	el	racionalismo.
A	medida	que	la	gente	salía	de	la	Reforma	y	entraba	en	el	Renacimiento	y	la
Revolución	Industrial,	se	separaban	de	la	institución	monolítica	del	catolicismo
romano	y	recuperaban	su	propia	identidad,	comenzando	a	pensar	por	sí	mismos.
Empezaron	a	descubrir,	inventar	cosas	y	desarrollarlas,	y	a	sentir	su	libertad.
Comenzaron	a	adorar	a	sus	propias	mentes,	de	forma	que	la	razón	humana	se
convirtió	en	dios.	Thomas	Paine	escribió	el	libro	La	edad	de	la	razón,	en	el	que
desacreditaba	la	Biblia	y	afirmaba	que	la	mente	humana	es	dios,	por	lo	que	la
Biblia	se	convirtió	en	esclava	del	racionalismo.	Los	racionalistas	asaltaron	las
Escrituras	y	negaron	sus	milagros,	su	inspiración,	la	deidad	de	Cristo	y	el
evangelio	de	la	gracia,	todo	en	nombre	de	la	erudición	y	la	razón	humana.
Estas	épocas	no	han	desaparecido.	Aún	tenemos	religiones	sacramentales	en
todo	el	mundo	y	todavía	tenemos	racionalismo.	Este	último	ha	destruido	todos
los	seminarios	de	Europa.	Nunca	olvidaré	la	vez	que	visité	la	Capilla	de	San
Salvador	en	la	Universidad	de	St.	Andrews,	en	Escocia,	y	estuve	de	pie	en	el
púlpito	donde	John	Knox	inició	la	Reforma	Escocesa.	En	un	momento	en	que
Roma	estaba	en	el	poder,	Knox	predicó	allí	el	evangelio	de	la	gracia	y	la	fe	en
medio	de	un	sistema	basado	en	las	obras.	Él	tomó	su	posición	contra	ese	sistema
masivo	y	poderoso	que	mantenía	a	las	personas	en	una	servidumbre	religiosa.
Afuera	de	esa	pequeña	capilla,	en	una	de	las	cercanas	calles	adoquinadas,	hay
tres	grupos	de	iniciales.	Estas	representan	los	nombres	de	tres	jóvenes
estudiantes	que,	a	finales	de	su	adolescencia,	escucharon	la	predicación	de	John
Knox,	creyeron	al	evangelio	y	se	tornaron	a	Jesucristo	por	fe.	Como
consecuencia,	las	autoridades	católicas	los	quemaron	en	la	hoguera.	Como
homenaje	a	esos	estudiantes,	sus	iniciales	fueron	inscritas	en	el	lugar	donde
fueron	quemados.	Justo	al	otro	lado	de	la	calle	está	el	colegio	teológico	de	la
Universidad	de	St.	Andrews.	Todos	los	días,	los	profesores	de	esa	escuela
caminan	a	la	taberna	al	otro	lado	de	la	calle,	pisando	las	iniciales	de	los	mártires
que	murieron	por	la	verdad	que	estos	teólogos	racionalistas	rechazan.	Adoran	al
dios	del	intelecto	humano	y	niegan	la	veracidad	de	la	Escritura.
Ortodoxismo
Al	racionalismo	lo	siguió	el	ortodoxismo,	una	ortodoxia	fría,	muerta	e
indiferente.	Aunque	en	el	siglo	diecinueve	los	grandes	avances	en	la	tecnología
de	la	imprenta	permitieron	la	producción	en	masa	de	Biblias,	muchas	personas
se	mostraron	indiferentes	dado	que	su	ortodoxia	era	muerta	y	fría.	Su
espiritualidad	era	superficial	o	inexistente.
Politicismo
Luego	vino	la	política.	La	iglesia	se	preocupó	por	ganar	poder	político.
Desarrolló	el	evangelio	social,	la	reconstrucción	y	la	teología	de	la	liberación	en
un	intento	por	traer	el	cambio	a	través	de	los	medios	humanos	en	lugar	de	la
salvación	en	Cristo.
Ecumenismo
El	ecumenismo	fue	la	quinta	época	peligrosa	y	estalló	durante	la	década	de	1950.
Todo	el	mundo	estaba	hablando	de	unidad	y	dejando	de	lado	el	dogma	para
evitar	divisiones	sobre	cuestiones	doctrinales.	Eso	produjo	sentimentalismo	y
con	ello	vino	una	nueva	hermenéutica	para	la	interpretación	de	la	Escritura
llamada	la	«Ética	de	Jesús».	Se	definió	a	Jesús	como	un	tipo	agradable	que
nunca	habría	dicho	nada	fuerte,	por	lo	que	los	defensores	del	ecumenismo
quitaron	de	la	Biblia	el	juicio	y	la	retribución.	El	mal	fue	tolerado	y	la	doctrina
se	despreció,	lo	que	llevó	a	la	falta	de	discernimiento.
Experiencialismo
La	sexta	época	fue	el	experiencialismo,	que	caracterizó	la	década	de	1960.	La
verdad	se	definió	como	un	sentimiento	que	se	originaba	en	la	intuición,	las
visiones,	las	profecías	o	las	revelaciones	especiales.	Uno	ya	no	miraba	hacia	la
Palabra	objetiva	de	Dios	para	determinar	la	verdad,	sino	más	bien	hacia	alguna
intuición	subjetiva.	Esta	perspectiva	planteaba	un	inmenso	peligro	para	la	iglesia
y	alejaba	a	la	gente	de	la	Palabra	de	Dios.
Subjetivismo
La	séptima	época	fue	el	subjetivismo.	En	la	década	de	1980,	la	sicología	capturó
a	la	iglesia	y	muchos	creyentes	se	metieron	en	la	autocontemplación	narcisista.
Les	preocupaba	si	podrían	ascender	un	poco	en	la	escalera	de	la	comodidad,
obtener	más	éxito	y	ganar	más	dinero.	Desarrollaron	una	teología	centrada	en	el
hombre	y	basada	en	las	necesidades.	Como	resultado,	la	comodidad	personal	se
convirtió	en	el	objetivo	final.
Misticismo
El	misticismo	fue	la	octava	época.	Se	desarrolló	en	la	década	de	1990	y	permitió
a	las	personas	creer	en	lo	que	quisieran.	Al	mismo	tiempo,	el	pragmatismo
permitía	que	las	personas	definieran	al	ministerio.	Se	dijo	que	la	iglesia	existía
para	servir	a	la	gente.	Un	ministro	determinó	su	plan	ministerial	distribuyendo
una	encuesta	para	averiguar	lo	que	la	gente	quería.	La	verdad	se	convirtió	en
sierva	de	lo	que	funciona.	La	predicación	exponencial	fue	vista	como	un	método
de	entrega	por	correo	a	caballo	en	una	era	de	computadoras	a	un	montón	de
gente	que,	para	empezar,	no	la	quería.	Se	decía	que	la	clave	para	un	ministerio
eficaz	era	la	imagen	o	el	estilo	en	vez	del	contenido.
Sincretismo
La	novena	época	fue	la	del	sincretismo,	la	creencia	de	que	todas	las	religiones
monoteístas	adoran	al	mismo	Dios	y	que	todos	los	monoteístas	van	al	cielo.	A
nuestra	cultura	le	gusta	suponer	que	el	cielo	estará	ocupado	por	seguidores	de
Confucio,	Buda,	Mahoma,	judíos	ortodoxos	e	incluso	ateos,	puesto	que	todos
buscaron	la	verdad.	Eso	es	el	sincretismo.
Como	puede	ver,	la	iglesia	se	ha	enfrentado	a	una	época	peligrosa	tras	otra,
épocas	que	nunca	se	van.	Más	bien	se	quedan	y	se	acumulan,	de	modo	que	la
iglesia	se	ocupe	de	todas	ellas.	Como	pastor,	usted	se	enfrenta	a	un	formidable
conjunto	de	fortalezas	(2	Corintios	10:4-5).	Son	fuertes	y	bien	diseñadas
fortificaciones	ideológicas	que	deben	ser	combatidas	hábilmente	con	la	verdad
de	Dios.	Esto	requiere	que	usted	sea	eficaz	en	el	uso	que	haga	de	la	Palabra.	No
es	fácil	discernir,	comprender	los	problemas	que	se	nos	presentan,	y	traer	la
porción	apropiada	de	la	Escritura	para	soportar	los	peligros	inminentes	que	nos
rodean.	La	mayoría	del	cristianismo	no	se	preocupa;	pero	nosotros	que	llevamos
la	responsabilidad	como	pastores	del	rebaño	de	Dios	sí	lo	hacemos.	Esos
peligros	se	acumulan	y	empeoran,	resultando	en	una	falta	de	discernimiento	y	un
creciente	desdén	por	la	doctrina.
El	culpable	y	el	crédulo
Al	empezar	en	2	Timoteo	3:2,	Pablo	define	esas	épocas	peligrosas	describiendo	a
las	personas	que	están	tras	ellas.	Son	«gente…	llena	de	egoísmo	y	avaricia;	serán
jactanciosos,	arrogantes,	blasfemos,	desobedientes	a	los	padres,	ingratos,	impíos,
insensibles,	implacables,	calumniadores,	libertinos,	despiadados,	enemigos	de
todo	lo	bueno,	traicioneros,	impetuosos,	vanidosos	y	más	amigos	del	placer	que
de	Dios»	(3:2-4).	Ahora,	si	usted	aplicara	esa	lista	a	alguien	en	la	actualidad,	¿no
sería	políticamenteincorrecto?	¿Puede	imaginarse	a	alguien	confrontando	a	otro
individuo	en	el	error	y	pasándolo	por	esa	lista?	Eso	me	recuerda	el	enfoque	de
Jesús.	Él	se	acercaba	a	los	líderes	religiosos	de	su	tiempo	que	estaban
equivocados	y	les	decía:	«Ustedes	serpientes,	víboras,	perros,	inmundos,	tumbas
pestíferas	pintadas	de	blanco».	¿Qué	tan	bien	funcionaría	eso	hoy?
En	2	Timoteo	3:5,	Pablo	revela	que	los	falsos	maestros	tienen	apariencia	de
piedad.	El	rostro	que	ellos	quieren	representar	es	el	de	la	piedad,	pero	el	poder
está	ausente.	No	tienen	el	poder	de	Dios	porque	no	conocen	a	Dios.
En	la	Segunda	Epístola	a	Timoteo	(3:6)	continúa	diciendo	que	«van	de	casa	en
casa	cautivando	a	mujeres	débiles	cargadas	de	pecados,	que	se	dejan	llevar	de
toda	clase	de	pasiones».	Hoy	entran	en	los	hogares	a	través	de	los	medios	de
comunicación,	así	como	en	persona,	y	se	dirigen	a	las	mujeres,	a	quienes	Dios
diseñó	para	ser	protegidas	por	hombres	fieles.	Ellos	cautivan	a	las	mujeres
débiles	que	están	cargadas	de	pecados	y	les	enseñan	error.	Al	igual	que	Janes	y
Jambres,	los	dos	magos	de	Egipto	que	se	opusieron	a	Moisés,	estos	hombres	se
oponen	a	la	verdad.	Estos	falsos	maestros	tienen	mentes	depravadas,	por	lo	que
deben	ser	rechazados.
Necesitamos	hombres	piadosos	que	puedan	entrar	en	la	batalla,	hombres	que
comprendan	la	Palabra	de	Dios	con	claridad.	Los	engaños	de	Satanás	no	carecen
de	sutileza.	No	siempre	es	obvio	en	la	superficie	lo	que	realmente	está	pasando.
Es	por	eso	que	necesitamos	hombres	formidables	que	entiendan	la	Palabra	de
Dios.	Necesitamos	hombres	que	entiendan	los	asuntos	de	su	tiempo,	que	tengan
un	valor	santo,	y	que	estén	dispuestos	a	entrar	en	la	batalla	para	poder	asaltar	al
enemigo	con	gracia	e	implacablemente	con	la	verdad.
En	2	Corintios	10:4	Pablo	afirma	que	nuestra	labor	como	pastores	es	destruir
fortalezas	ideológicas	y	traer	a	todos	los	que	están	cautivos	a	la	obediencia	a
Cristo.	Queremos	liberar	a	los	que	están	cautivos	en	las	fortalezas	que	han
erigido	estas	épocas	peligrosas.	Estamos	llamados	a	custodiar	la	verdad	y	a
predicarla.	No	podemos	hacer	ninguna	de	las	dos	cosas	si	no	entendemos	la
verdad.	Se	necesitan	hombres	bien	entrenados	para	enfrentarse	a	las	sutilezas	y	a
las	variaciones	de	las	artimañas	de	Satanás.
Predicar	la	Palabra	por	la	devoción	de	los	santos
(3:10-14)
La	segunda	razón	por	la	que	debemos	predicar	la	Palabra	es	por	la	devoción	de
los	santos.	En	2	Timoteo	3:10-11,	Pablo	encarga	a	Timoteo:	«Tú,	en	cambio,	has
seguido	paso	a	paso	mis	enseñanzas,	mi	manera	de	vivir,	mi	propósito,	mi	fe,	mi
paciencia,	mi	amor,	mi	constancia,	mis	persecuciones	y	mis	sufrimientos».	En
otras	palabras:	«Timoteo,	tú	me	seguiste,	fuiste	mi	discípulo	y	yo	revisé	los
patrones	del	ministerio	para	ti.	Viste	mi	propósito	y	mi	deber	ministerial	—
enseñar	y	vivir—	así	que	proclama	y	vive	la	verdad	en	el	nombre	de	Jesús.	Viste
cómo	la	enseñé	y	la	viví;	esa	es	mi	integridad».	Pablo	estaba	rigurosamente
centrado	en	la	responsabilidad	que	tenía	de	proclamar	la	verdad.	Y	Timoteo	vio
la	fidelidad	de	Pablo	a	este	propósito.	Así	que	perseveró	en	su	amor	por	la	gente
y	Dios,	incluso	frente	a	la	persecución	y	al	sufrimiento.
En	resumen,	Pablo	dijo:	«Viste	cómo	ministré.	Viste	la	forma	en	que	lo	hice.	Lo
hice	con	amor.	Lo	hice	con	atención.	Lo	hice	implacablemente.	Lo	hice
pacientemente.	Lo	hice	amorosamente.	Aguanté	la	crítica.	Aguanté	el	dolor.
Aguanté	el	sufrimiento.	Aguanté	los	encarcelamientos.	Aguanté	las	palizas,	los
azotes	y	los	apedreamientos.	Estuviste	conmigo	en	Antioquía,	Iconio	y	Listra;	tú
viste	todo	eso».
Pablo	entonces	desafió	a	Timoteo	a	persistir	«en	lo	que	has	aprendido	y	de	lo
cual	estás	convencido,	pues	sabes	de	quiénes	lo	aprendiste»	(2	Timoteo	3:14).
Así	que	dijo:	«Timoteo,	haz	simple	y	exactamente	lo	que	te	dije	que	hicieras».
Muchas	personas	hoy	quieren	reinventar	el	ministerio,	¿se	has	dado	cuenta?	Pero
Pablo	dijo:	«Hazlo	exactamente	como	te	dije	que	lo	hicieras».
En	2	Timoteo	3:17	(rvr60)	Pablo	llamó	a	Timoteo	«hombre	de	Dios».	Es	un
término	técnico	usado	sólo	dos	veces	en	el	Nuevo	Testamento	(en	rvr60),	ambas
veces	en	Timoteo.	Se	usa	más	de	70	veces	en	el	Antiguo	Testamento,	cada	una
de	las	cuales	se	refiere	a	un	predicador.	Pablo	estaba	diciendo:	«Timoteo,	tú	eres
simplemente	otro	hombre	de	Dios.	Hay	una	larga	línea	de	estos	hombres	de
Dios,	hombres	llamados	por	Dios	y	dotados	por	Él	para	proclamar	su	verdad.	No
te	puedes	salir	del	paso.	No	puedes	ir	a	tu	manera	o	inventar	tu	propio	enfoque.
Tú	eres	un	hombre	en	una	larga	línea	de	hombres	que	son	llamados	a	predicar	la
Palabra.	Es	lo	que	debes	hacer».
Así	es	como	yo	veo	mi	propia	vida,	eso	me	trae	a	la	mente	un	recuerdo	de	la
infancia	acerca	de	mi	abuelo.	Él	fue	un	fiel	predicador	de	la	Palabra	de	Dios	a
todo	lo	largo	de	su	ministerio	hasta	su	fallecimiento.	Mientras	yacía	en	su	lecho
de	muerte	en	su	casa,	mi	padre	y	yo	estábamos	allí,	cuando	mi	padre	le	preguntó:
«Papá,	¿hay	algo	que	quieras	hacer?»	Mi	abuelo	respondió:	«Sí,	quiero	predicar
una	vez	más».	Mientras	moría	de	cáncer,	sólo	quería	una	cosa:	predicar	una	vez
más.	Tenía	preparado	un	sermón	que	no	había	predicado.	Eso	es	algo	difícil	para
un	predicador;	es	fuego	en	sus	huesos.	Necesitaba	sacárselo.
Mi	abuelo	había	preparado	un	sermón	acerca	del	cielo	y	murió	sin	poder
predicarlo	jamás.	Así	que	mi	papá	tomó	sus	notas,	las	imprimió	y	se	las	pasó	a
todos	en	el	funeral.	De	esa	manera,	mi	abuelo	predicó	acerca	del	cielo	desde	el
cielo.	Ese	incidente	tuvo	un	efecto	tremendo	en	mí	como	joven.	Qué	hombre	tan
fiel;	hasta	el	último	aliento,	todo	lo	que	mi	abuelo	quería	hacer	era	predicar	la
Palabra	una	vez	más.
Lo	mismo	sucedió	con	mi	padre.	Durante	todo	su	ministerio	fue	diligente	en
predicar	la	Palabra.	Como	mencioné	antes,	me	dio	una	Biblia	en	la	que	escribió
en	la	hoja	de	guarda:	«Predica	la	Palabra».	Al	final	terminé	yendo	al	Seminario
Talbot	porque	quería	estudiar	con	el	doctor	Charles	Feinberg.	El	doctor	Feinberg
era	el	erudito	bíblico	más	brillante	que	yo	conocía.	Por	ejemplo,	se	enseñó	a	sí
mismo	holandés	en	dos	semanas	para	poder	leer	una	teología	holandesa.	Estudió
catorce	años	para	ser	rabino	y	terminó	convertido	a	Cristo.	Luego	asistió	al
Seminario	Teológico	de	Dallas,	donde	obtuvo	su	doctorado.	El	doctor	Lewis
Sperry	Chafer,	que	era	el	presidente	del	Seminario	Teológico	de	Dallas	en	ese
momento,	dijo	acerca	de	Feinberg	que	era	el	único	estudiante	que	llegó	al
seminario	sabiendo	más	cuando	empezó	que	cuando	se	fue.
El	doctor	Feinberg	posteriormente	asistió	a	la	Universidad	Johns	Hopkins	para
obtener	un	doctorado	en	arqueología.	Tenía	una	mente	inmensa,	brillante	y
amaba	la	Palabra	de	Dios.	Leía	la	Biblia	cuatro	veces	al	año	y	estaba
absolutamente	comprometido	con	el	hecho	de	que	cada	palabra	de	la	Escritura	es
inerrante,	inspirada	y	verdadera.	Era	el	hombre	que	yo	quería	que	influyera	en
mi	vida.
Durante	mi	primer	año	en	el	seminario,	mi	primera	clase	bajo	el	doctor	Feinberg
fue	introducción	al	Antiguo	Testamento.	Fue	un	curso	exigente	que	incluyó	un
montón	de	material	tedioso	que	era	difícil	de	absorber	para	un	atleta
universitario	que	de	repente	se	interesó	en	la	academia.	El	primer	día	que	un
estudiante	hizo	una	pregunta,	el	doctor	Feinberg	bajó	la	cabeza,	sin	levantar	la
vista	y	dijo:	«Si	no	tienes	una	pregunta	más	inteligente	que	esa,	no	hagas	más.
Estás	tomando	un	tiempo	valioso».	¡No	hubo	más	preguntas	ese	semestre!	Él
tuvo	todo	el	tiempo	para	sí	mismo.	Era	muy	serio	en	cuanto	a	las	cosas	de	Dios	y
las	Escrituras.
Ese	mismo	año,	Feinberg	me	asignó	a	predicar	un	texto	ante	el	cuerpo	estudiantil
y	la	facultad.	Trabajé	incontables	horas	para	ese	sermón.	El	profesorado	se
sentaba	detrás	de	uno,	escribía	notas	mientras	uno	predicaba	y	después	le	darían
sus	críticas.	Prediqué	el	mensaje	y	pensé	que	lo	había	hecho	bien.	Cuando
terminé,	el	doctor	Feinberg	me	entregó	una	hoja	de	papel	con	una	escritura	roja
en	la	parte	delantera:	«Erró	por	completo	el	punto	más	importante	del	pasaje».
¿Cómo	pude	hacer	eso?	¿Cómo	pude	errar	por	completo	el	punto	central?Fue	la
mejor	lección	que	tuve	en	el	seminario.	El	doctor	Feinberg	estaba	molesto	y	me
llamó	a	su	oficina	porque	quería	hacer	una	inversión	en	mí	y	no	apreciaba	lo	que
yo	había	hecho.	Después	de	todo,	el	manejo	correcto	de	la	Palabra	de	Dios	es	el
punto	central	del	ministerio.	Ese	día,	recibí	una	enseñanza	que	nunca	he
olvidado.	Desde	entonces,	el	doctor	Feinberg	ha	estado	sentado	en	mi	hombro
susurrando:	«¡No	yerre	el	punto	central	del	pasaje,	MacArthur!»
El	día	de	la	graduación,	el	doctor	Feinberg	me	llamó	a	su	oficina	y	me	dijo:
«Tengo	un	regalo	para	usted».	Agarró	una	caja	grande,	en	ella	estaban	los	treinta
y	cinco	volúmenes	de	Keil	y	Delitzsch,	un	conjunto	de	comentarios	del	Antiguo
Testamento	hebreo.	Me	dijo:	«Es	el	conjunto	que	he	usado	durante	años	y	años.
Tengo	todas	mis	notas	en	los	márgenes;	quiero	dárselo	como	regalo».	Esta	fue
una	expresión	de	su	amor	por	mí,	pero	también	fue	otra	manera	de	decir:	«Ahora
no	tiene	excusa	para	errar	el	punto	central	de	un	pasaje	del	Antiguo
Testamento».
Uno	de	los	momentos	más	destacados	de	mi	vida	fue	cuando	la	familia	del
doctor	Feinberg	me	pidió	que	hablara	en	su	funeral.	En	alguna	parte	del	camino
él	debió	haberles	dicho	que	pensaba	que	al	fin	yo	había	llegado	al	sitio	en	que
podía	descifrar	el	punto	central	de	un	pasaje.	Ahora	está	con	el	Señor,	pero	no
quiero	hacer	nada	diferente.	Solo	quiero	seguir	haciendo	lo	que	los	profetas,
apóstoles,	predicadores,	evangelistas,	pastores	y	misioneros	fieles	han	hecho	a
través	de	los	siglos.	Estoy	asombrado	ante	la	audacia	de	las	personas	en	el
ministerio	de	hoy	que	se	apresuran	a	descartar	el	modelo	de	predicación
ordenado	por	Dios,	y	mandado	por	las	Escrituras,	e	inventar	el	suyo.	¡Qué
audacia!	¿Quiénes	se	piensan	que	son?
Así	que,	predique	la	Palabra	por	la	devoción	de	los	santos	que	vinieron	antes	que
usted.	Póngase	en	línea,	tome	el	testigo	y	corra	su	vuelta.
Predicar	la	Palabra	debido	a	la	dinámica	de	la	Escritura
(3:15-17)
La	tercera	razón	por	la	que	predicamos	la	Palabra	es	a	causa	de	la	dinámica	de	la
Escritura.	Pablo	escribió	a	Timoteo:	«Desde	la	niñez	has	sabido	las	Sagradas
Escrituras»	(2	Timoteo	3:15).	Desde	el	momento	en	que	Timoteo	era	un	bebé	en
los	brazos	de	su	madre,	fue	presentado	a	«los	escritos	sagrados».	Es	un	término
greco	judío	que	se	refiere	al	Antiguo	Testamento,	hiera	grammata.	Pablo	dijo:
«Has	sabido	[el	Antiguo	Testamento,	el	cual]	te	[puede]	hacer	sabio	para	la
salvación	por	la	fe	que	es	en	Cristo	Jesús».
Aunque	los	padres	de	Timoteo	eran	judíos	y	gentiles,	él	todavía	tenía	la
influencia	de	la	ley	del	Antiguo	Testamento	en	su	familia.	Pablo	estaba	diciendo
que	desde	que	Timoteo	era	un	niño,	la	ley	lo	estaba	preparando	para	el
evangelio.	Los	judíos	solían	decir	que	sus	hijos	«bebían»	la	ley	de	Dios	con	la
leche	de	su	madre	y	estaba	tan	impresa	en	sus	corazones	y	en	sus	mentes	que
más	pronto	se	olvidarían	sus	nombres	que	olvidarse	de	la	ley	de	Dios.
La	ley	era	el	tutor	que	conducía	a	Cristo,	y	Timoteo	fue	criado	sobre	los	sagrados
escritos	del	Antiguo	Testamento.	Se	le	había	dado	la	sabiduría	que	necesitaba
para	que	cuando	el	evangelio	se	predicara,	lo	aprehendiera	porque	su
comprensión	de	la	ley	del	Antiguo	Testamento	lo	capacitaba	para	ello.	En	última
instancia,	Pablo	estaba	diciendo:	«Tú	sabes	que	la	Palabra	de	Dios	tiene	el	poder
de	guiarte	a	la	salvación.	¿Qué	otra	cosa	predicarías?»	Porque	es	más	cortante
que	cualquier	espada	de	dos	filos	(Hebreos	4:12).	Pedro	declaró:	«Ustedes	han
nacido	de	nuevo…	mediante	la	palabra	de	Dios	que	vive	y	permanece»	(1	Pedro
1:23).	Es	el	poder	de	la	Palabra	lo	que	convierte	el	alma	y	produce	la	salvación.
Uno	se	compromete	a	predicar	la	Palabra	cuando	entiende	que	ella	es	el	poder
que	convierte	el	alma.	Si	usted	no	predica	la	Palabra,	entonces	es	porque	no	cree
que	es	la	única	fuente	de	salvación	y	santificación,	no	importa	lo	que	pueda
afirmar	de	otra	manera.	En	2	Timoteo	3:16-17	leemos:	«Toda	la	Escritura	es
inspirada	por	Dios	y	útil	para	enseñar,	para	reprender,	para	corregir	y	para
instruir	en	la	justicia,	a	fin	de	que	el	siervo	de	Dios	[y	todo	el	que	siga	su
modelo]	esté	enteramente	capacitado	para	toda	buena	obra».	Es	el	poder	de	la
Palabra	lo	que	salva	y	santifica.	Provee	doctrina,	reprueba	el	error	y	el	pecado,
endereza	y	entrena	en	el	camino	de	la	justicia.	Esa	es	la	secuencia.
A	través	de	la	predicación	de	la	Palabra,	usted	establece	el	fundamento	de	la
doctrina	para	reprobar	el	error	y	el	pecado.	En	el	texto	griego	original,	esto	habla
de	poner	en	pie	a	alguien	que	ha	caído.	Usted	lo	recoge,	corrige	su	error	y	su
iniquidad,	y	luego	lo	coloca	en	el	camino	de	la	rectitud.	Usted	lo	entrena	para
vivir	una	vida	obediente.	Es	la	Palabra	lo	que	hace	completo	al	hombre	de	Dios
y	a	todos	los	que	siguen	su	modelo.	Los	prepara	espiritualmente.	Eso	es	lo	que
llamamos	la	suficiencia	de	la	Escritura;	la	Palabra	de	Dios	salva	completamente
y	santifica	completamente.	¿Qué	otra	cosa	se	podría	usar?	No	puedo	comprender
por	qué	alguien	usaría	otra	cosa	que	la	Palabra	que	salva	y	santifica.
Predicar	la	Palabra	debido	a	la	demanda	del	Soberano
(4:1-2)
La	siguiente	razón,	predicamos	la	Palabra	debido	a	la	demanda	del	Soberano.	2
Timoteo	4:1	es	un	versículo	aterrador	que	me	llena	de	temor	santo.	Debería
aterrorizar	a	todo	predicador.	Ese	versículo	nos	ayuda	a	entender	por	qué	John
Knox,	antes	de	subir	al	púlpito	para	predicar,	caía	sobre	su	rostro	y	estallaba	en
lágrimas	de	temor.	Temía	con	reverencia	que	distorsionara	la	verdad;	sabía	que
estaba	bajo	el	escrutinio	divino.	Pablo	escribió:	«En	presencia	de	Dios	y	de
Cristo	Jesús,	que	ha	de	venir	en	su	reino	y	que	juzgará	a	los	vivos	y	a	los
muertos,	te	doy	este	solemne	encargo:	Predica	la	palabra».	El	mandato	«te	doy
este	solemne	encargo»	es	muy	en	serio.	Pablo	le	estaba	ordenando	a	Timoteo	—
y	a	todos	los	predicadores—	con	toda	solemnidad	y	seriedad.
«Mi	amigo»,	dijo	Pablo,	«estás	bajo	el	escrutinio	de	Dios,	el	que	va	a	juzgar	a
todos	los	que	están	vivos	y	a	todos	los	que	han	muerto».	La	construcción	griega
aquí	puede	ser	presentada	«en	la	presencia	de	Dios,	sí,	Jesucristo»,	puesto	que	Él
es	presentado	como	juez	en	el	versículo.	Estamos	predicando	bajo	el	escrutinio
del	juez	omnisciente	y	santo.	Estoy	de	acuerdo	con	lo	que	Pablo	escribió	en	1
Corintios	4:3-4:	«Muy	poco	me	preocupa	que	me	juzguen	ustedes	o	cualquier
tribunal	humano…	el	que	me	juzga	es	el	Señor».	Un	predicador	no	puede	forjar
su	fidelidad	basado	en	que	a	sus	oyentes	les	guste	o	no	su	sermón.	Él	puede
apreciar	los	elogios	de	sus	oyentes	y	escuchar	sus	críticas	pero,	al	final,	debe
predicar	para	honrar	a	Aquel	que	es	el	juez.	Es	Cristo	quien	revelará	las	cosas
secretas	del	corazón.	Él	dará	una	recompensa	a	los	que	son	dignos	de	ella,	solo
su	juicio	cuenta.
Un	reportero	me	preguntó	una	vez:	«¿Para	quién	prepara	sus	sermones?»	Le
dije:	«Para	ser	sincero	contigo,	los	preparo	para	Dios.	Él	es	el	juez	delante	del
cual	tengo	que	estar	de	pie.	Él	es	el	que	realmente	cuenta.	Quiero	tener	el
mensaje	correcto	delante	de	Él.	No	quiero	tomar	la	Palabra	del	Dios	viviente	y
de	alguna	manera	corromperla,	o	reemplazarla	por	mis	propias	reflexiones».
El	autor	de	Hebreos	dice:	«Obedezcan	a	sus	dirigentes	y	sométanse	a	ellos,	pues
cuidan	de	ustedes	como	quienes	tienen	que	rendir	cuentas»	(13:17).	Todo
ministro	tendrá	que	rendir	cuentas	algún	día	ante	el	Señor.	Quiero	dar	lo	mejor	al
Señor	y	edificar	sobre	el	fundamento	con	oro,	plata	y	piedras	preciosas	(1
Corintios	3:12).	Quiero	recibir	esa	recompensa	que	evidencia	mi	amor	por	Él,
una	recompensa	que	puedo	poner	a	sus	pies	en	honor	y	alabanza.	Algún	día
todos	estaremos	ante	ese	tribunal	para	el	momento	en	que	recompense	nuestros
trabajos.
Este	asunto	de	la	predicación	es	algo	muy	serio	para	mí.	A	veces	la	gente	me
dice:	«Pasas	mucho	tiempo	preparándote.	¿Por	qué?»¡Porque	la	Palabra	de	Dios
lo	merece!	Podríamos	pasar	con	menos	puesto	que	nuestros	oyentes	no	tienen
grandes	expectativas.	Con	la	mayoría	de	los	oyentes,	algunas	buenas	historias
lograrán	satisfacerlos.	Pero	con	Dios,	la	tareade	predicar	es	otra	cosa.	Cuando
predicamos,	debemos	tenerlo	a	Él	en	mente	y	honrar	su	verdad.
Predicar	la	Palabra	por	el	engaño	de	lo	sensual
(4:3-4)
Otra	razón	por	la	que	debemos	predicar	la	Palabra	es	debido	a	lo	engañoso	de	lo
sensual.	El	gran	enemigo	de	la	Palabra	de	Dios	es	cualquier	cosa	fuera	de	la
Palabra	de	Dios;	por	ejemplo:	la	palabra	de	Satanás,	la	palabra	de	los	demonios
y	la	palabra	del	hombre.	Vivimos	en	épocas	peligrosas	inventadas	por	espíritus
seductores	y	mentirosos	e	hipócritas.	En	2	Timoteo	4:3,	Pablo	identifica	para
nosotros	lo	que	hace	posible	que	los	falsos	maestros	sean	exitosos:	«Llegará	el
tiempo	en	que	no	van	a	tolerar	la	sana	doctrina».	La	gente	no	querrá	oír	una
enseñanza	sana	y	saludable.	No	querrán	enseñanzas	profundas	y	sólidas	de	la
Palabra.	Solo	querrán	que	le	cosquilleen	sus	oídos.	Ellos	serán	impulsados	por	lo
sensual,	no	por	lo	cognitivo.	No	se	interesarán	en	la	verdad	ni	en	la	teología.	Al
contrario,	van	a	querer	sensaciones	de	cosquilleo	en	sus	oídos	en	vez	de	las
grandes	verdades	que	salvan	y	santifican.	Según	2	Timoteo	2:16,	la	gente	querrá
oír	el	parloteo	mundano	y	vacío	que	produce	impiedad	y	se	propaga	como
gangrena.
Estamos	en	tal	época	ahora.	La	gente	dice	que	enseñar	la	doctrina	y	ser	claro
acerca	de	la	Palabra	de	Dios	es	divisivo,	poco	amoroso	y	orgulloso.	El	estado	de
ánimo	prevaleciente	en	la	cultura	occidental	posmoderna	es	que	cada	uno
determina	la	verdad	para	sí	mismo	y	la	opinión	de	cada	uno	es	tan	válida	como
la	de	todos	los	demás.	No	hay	espacio	para	una	doctrina	absoluta	y	autorizada.
Ese	es	otro	«ismo»	que	puede	agregar	a	la	lista	de	épocas	peligrosas,	el
relativismo.
No	quedará	ninguna	iglesia	que	pelee	cualquier	cosa	si	no	preservamos	la
verdad.
Incluso	la	iglesia	cristiana	evangélica	ha	sido	víctima	de	ese	plan.	Muchos
cristianos	están	dispuestos	a	hablar	contra	el	aborto,	la	homosexualidad	y	la
eutanasia.	Están	dispuestos	a	luchar	por	las	libertades	religiosas	en	Estados
Unidos	y,	entre	otras	cosas,	a	preservar	la	oración	en	las	escuelas.	Pero	la	peor
forma	de	maldad	es	la	perversión	de	la	verdad	de	Dios;	es	decir,	la	doctrina
errónea	y	la	falsa	enseñanza.	La	iglesia	hoy	trata	el	error	espiritual	con
indiferencia	como	si	fuera	inofensivo,	como	si	una	interpretación	correcta	de	la
Escritura	fuera	innecesaria.	Mientras	muchos	cristianos	están	luchando	contra
cuestiones	eventuales,	están	regalando	las	verdades	esenciales	que	definen
nuestra	fe.	Eso	es	suicidio.	No	quedará	ninguna	iglesia	que	pelee	cualquier	cosa
si	no	preservamos	la	verdad.
La	capacidad	para	distinguir	entre	la	verdad	y	el	error	es	absolutamente	crítica.
Usted	no	puede	hablar	la	verdad	ni	guardarla	si	no	la	entiende.	Es	por	eso	que	en
nuestra	iglesia	empezamos	el	Seminario	del	Maestro,	para	entrenar	a	hombres
que	puedan	hacer	eso.	Estos	hombres	no	se	preocupan	por	averiguar	lo	que	es
culturalmente	relevante.	Ellos	van	por	todo	el	mundo	con	la	Palabra	de	Dios,
clasifican	los	asuntos	y	traen	la	verdad	de	Dios	sobre	la	sociedad	en	la	que	viven.
No	importa	qué	idioma	usted	hable	o	dónde	viva,	cada	uno	de	los	que	le	rodean
está	en	la	misma	condición	de	necesidad,	destituido	espiritualmente	delante	de
Dios.	Y	la	verdad	de	Dios	trasciende	todas	las	culturas.
Vivimos	en	una	época	en	que	los	falsos	maestros	no	quieren	decirle	la	verdad	a
la	gente.	No	quieren	llamar	al	error	por	su	nombre:	«error».	No	quieren	enfrentar
al	pecado	porque	lo	«aman».	Pero	los	falsos	maestros	no	aman	a	sus	oyentes.	Si
lo	hicieran,	buscarían	el	mejor	y	más	alto	bien	para	todos	y	proclamarían	la
verdad	de	la	Palabra	de	Dios.
Si	yo	digo:	«No	creo	que	confrontarlos	sea	amoroso»,	entonces	no	amo	a	la
gente.	Más	bien,	me	estoy	amando	a	mí	mismo;	estoy	más	preocupado	porque	la
gente	guste	de	mí	que	por	decir	la	verdad.	Es	más	amoroso	confrontar	el	error	de
la	gente	y	mostrarles	la	verdad	que	puede	llevarlos	a	las	bendiciones	y	al
bienestar	que	produce	el	mayor	bien	de	Dios	en	sus	vidas.	Al	contrario,	tenemos
una	pérdida	de	la	verdad,	una	pérdida	de	la	convicción,	una	pérdida	del
discernimiento,	una	pérdida	de	la	santidad,	una	pérdida	del	poder	divino	y	una
pérdida	de	la	bendición;	todo	porque	la	gente	quiere	que	le	cosquilleen	sus	oídos.
«Cuéntame	un	poco	sobre	el	éxito.	Cuéntame	algo	sobre	la	prosperidad.	Dame
algo	de	emoción.	Eleva	mis	sentimientos	de	bienestar,	autoestima	y	estreméceme
emocionalmente».	En	2	Timoteo	4:3	dice	que	esas	personas	«se	rodearán	de
maestros	que	les	digan	las	novelerías	que	quieren	oír».	El	mercado	crea	la
demanda.
Como	dijera	Marvin	Vincent	en	Word	Studies	in	the	New	Testament:	«En	los
períodos	de	fe	inestable,	de	escepticismo	y	de	especulaciones	curiosas	en	materia
de	religión,	los	maestros	de	todo	tipo	pululan	como	las	moscas	en	Egipto.	La
demanda	crea	la	oferta.	Los	oyentes	invitan	y	forman	a	sus	propios	predicadores.
Si	la	gente	desea	un	becerro	para	adorar,	siempre	se	puede	encontrar	un
fabricante	de	becerros	ministeriales».³
Estuve	en	Florida	en	el	tiempo	en	que	la	gente	era	estremecida	por	la	locura	que
estaba	ocurriendo	en	nombre	del	avivamiento;	las	personas	daban	vueltas
alrededor	y	hacían	como	que	buceaban	en	el	suelo	girando	y	hablando	de	manera
extraña	e	ininteligible.	Permanecían	diciendo:	«Esto	es	obra	de	Dios».	¿Puedo
ser	sincero	con	usted?	Tal	comportamiento	es	una	ofensa	a	nuestro	Dios	racional,
revelador	de	la	verdad.	Es	una	ofensa	a	la	verdadera	obra	de	su	Hijo.	Usar	los
nombres	de	Dios,	de	Cristo	o	del	Espíritu	Santo	en	cualquier	orgía	sin	sentido	y
emocional	marcada	por	comportamiento	irracional,	sensual	y	carnal	producido
por	estados	alterados	de	conciencia,	presión	de	grupo,	aumento	de	la	expectativa
o	sugestión,	es	una	ofensa	a	la	verdadera	obra	del	Espíritu	Santo.	Eso	es
manipulación	socio-síquica,	mesmerismo;	es	una	prostitución	de	la	revelación
gloriosa	de	Dios	enseñada	con	claridad	y	poder	a	una	mente	ansiosa,	atenta	y
controlada.
Lo	que	nutre	los	deseos	sensuales	de	forma	pragmática	o	extática	no	puede
honrar	a	Dios.	Usted	tiene	que	predicar	la	verdad	a	la	mente.	Allí	es	donde	se
libra	la	verdadera	batalla.	Así	que	nosotros,	los	que	somos	predicadores,	tenemos
que	traer	a	Dios	a	la	gente	a	través	de	su	Palabra.	Esa	es	la	única	manera	en	que
podemos	hacerlo.	La	gente	está	hambrienta	del	conocimiento	de	Dios;
simplemente	que	no	lo	saben.	Pero	cuando	empezamos	a	entregar	la	verdad,	se
enteran.	J.	I.	Packer	dijo,	acerca	del	expositor	bíblico	Martyn	Lloyd-Jones,	lo
siguiente:	«Él	trajo	más	conocimiento	de	Dios	que	cualquier	otro	hombre».⁴
¡Qué	elogio!
Oración
Padre,	te	damos	gracias	porque	no	necesitamos	vagar	entre	la	neblina	en	cuanto
a	la	dirección	en	el	ministerio.	Te	agradecemos	que	nos	lo	hayas	aclarado.	Te
damos	gracias	porque	estás	levantando	hombres	que	proclamarán	la	verdad.	Te
damos	gracias,	Padre,	por	su	devoción	y	compromiso	con	el	cumplimiento	de
este	mandato.
Oh	Señor,	concédeles	poder,	fidelidad	e	integridad	y	eficacia	mientras	se
esfuerzan	por	servirte	y	llevar	a	cabo	esta	comisión.	Te	damos	gracias	por	los
hombres	que	enfrentarán	las	épocas	peligrosas,	que	mantienen	la	devoción	hacia
los	santos	que	fueron	antes	que	ellos	y	que	fueron	fieles,	hombres	que
expresarán	la	dinámica	de	la	Palabra,	que	cumplirán	con	su	responsabilidad	ante
ti	como	su	Soberano	y	que	confrontarán	los	deseos	del	mundo	sensual	con	la
verdad	poderosa	y	racional	de	la	Escritura.	Padre,	sigue	levantándolos.	Te	damos
toda	la	gloria	en	el	nombre	de	Cristo.	Amén.
2.	El	llamado	de	Dios
Mark	Dever
Ezequiel	1:28—3:15
Soy	pastor	de	una	iglesia	en	Washington,	DC,	con	unos	350	miembros;	con	una
asistencia	aproximada	de	400	a	500	personas	cada	domingo	por	la	mañana.
Como	la	iglesia	está	ubicada	en	el	centro	de	la	ciudad,	tenemos	miembros	de
unos	treinta	países.	Nuestros	visitantes	van	desde	congresistas	hasta
embajadores.	Por	un	tiempo	tuvimos	uno	de	los	funcionarios	oficiales	de	más
alto	rango	de	la	embajada	china	quien,	por	dos	años,	celebró	el	Día	de	Acción	de
Gracias	con	mi	familia.	Él	nunca	había	asistido	a	una	iglesia	cristiana	antes	devisitar	Capitol	Hill.	Ministrar	en	ese	contexto	nos	ha	proporcionado	grandes
oportunidades	para	difundir	el	evangelio.
También	he	aprendido	que	los	diplomáticos	son	de	las	personas	más	fascinantes
en	Washington.	El	historiador	Will	Durant	dijo:	«No	decir	nada,	especialmente
cuando	se	está	hablando,	es	la	mitad	del	arte	de	la	diplomacia».¹	Ahora	bien,	los
diplomáticos	pudieran	pensar	que	la	observación	de	Durant	es	fuerte,	pero	a
través	de	los	años	he	leído	algunas	declaraciones	que	respaldan	el	punto	de
Durant.	Por	ejemplo,	el	presidente	McKinley	le	preguntó	una	vez	a	un	ayudante
del	ministro	de	estado	cómo	decirles	no	a	seis	embajadores	europeos	que	venían
a	verlo	sobre	cierto	asunto.	El	diplomático	de	carrera	agarró	de	inmediato	un
sobre	y	escribió	lo	siguiente	en	el	reverso:
El	gobierno	de	los	Estados	Unidos	aprecia	el	carácter	humanitario	y
desinteresado	de	la	comunicación	que	ahora	se	hace	a	favor	de	las	potencias
nombradas	y,	por	su	parte,	confía	en	que	igual	apreciación	será	mostrada	por	sus
esfuerzos	serios	y	altruistas	para	cumplir	un	deber	con	la	humanidad
concluyendo	una	situación	cuya	prolongación	indefinida	se	ha	vuelto	insufrible.²
El	presidente	leyó	el	mensaje	a	cada	uno	de	los	embajadores,	los	cuales
quedaron	satisfechos.
Otro	presidente	estadounidense,	Franklin	Roosevelt,	estaba	convencido	de	que
los	políticos	y	los	diplomáticos	rara	vez	se	escuchaban	unos	a	otros.	Para
demostrar	su	punto,	durante	una	recepción	diplomática,	Roosevelt	resolvió
saludar	a	sus	invitados	que	estaban	parados	en	línea	diciendo:	«Asesiné	a	mi
abuela	esta	mañana».³	La	historia	continúa	diciendo	que	con	una	sola	excepción,
el	presidente	recibió	respuestas	muy	corteses.
Estamos	haciendo	un	poquito	de	deporte	con	esto,	pero	la	diplomacia	es	un
asunto	serio;	no	solo	para	Washington,	sino	para	todo	el	mundo.	Nosotros	los
estadounidenses	tendemos	a	inclinarnos	hacia	lo	que	se	llama	«Wilsonianismo»,
que	lleva	el	nombre	de	Woodrow	Wilson	debido	a	que	este	abogaba	por	la	idea
de	que	hay	un	bien	subyacente	en	las	personas	y	todo	lo	que	tenemos	que	hacer
es	ayudar	a	reafirmarlo.	Henry	Kissinger	escribió	un	libro	serio	e	importante
sobre	el	tema	titulado	Diplomacy,⁴	en	el	que	argumentó	en	contra	de	esa
ideología.	Kissinger	pasó	su	carrera	contendiendo	para	que	los	estadounidenses
tuvieran	una	visión	más	real	de	la	humanidad,	asumiendo	que	incluso	en	el
mejor	de	los	mundos	todavía	habrá	choques	de	intereses.
Dado	que	existen	conflictos,	necesitamos	a	los	diplomáticos;	representantes
profesionales	que	unas	veces	trabajan	para	obtener	ventajas	a	corto	plazo	y	otras
para	intereses	a	largo	plazo.	Por	eso,	cuando	tornamos	nuestra	atención	al	libro
de	Ezequiel,	vemos	que	el	escenario	es	un	conflicto	político	entre	el	Imperio
Babilónico	y	Judá.	Babilonia	conquistó	a	la	pequeña	nación	de	Judá	y	comenzó	a
exilar	a	algunos	de	sus	ciudadanos.	Sin	embargo,	el	libro	de	Ezequiel	no	trata
solo	sobre	el	conflicto	entre	Israel	y	Babilonia,	sino	más	fundamentalmente
sobre	el	conflicto	entre	Israel	y	Dios.	A	medida	que	el	pueblo	rebelde	continuaba
en	su	insurgencia,	¿cómo	reaccionaría	Dios?
Algunos	asumen	que	Dios	participa	en	una	especie	de	diplomacia	religiosa,	que
llama	a	los	profesionales	religiosos	que	están	al	día	con	las	últimas
informaciones	de	las	encuestas	y	usan	grupos	focales	para	determinar	cómo
mercadear	la	religión.	Esos	profesionales	suelen	dirigir	la	diplomacia	en	nombre
de	Dios	exigiendo	una	concesión	por	un	lado	y	transigiendo	por	el	otro,
negociando	erróneamente	por	Dios	y	esperando	que	algo	bueno	pueda	salir	de
ello.	Este	tipo	de	mentalidad	considera	que	el	individuo	se	esfuerza	por	parecer
más	razonable	y	más	diplomático	para	Dios.	Si	eso	es	lo	que	piensa	en	cuanto	a
cómo	interactúa	Dios	con	su	pueblo,	entonces	nuestro	estudio	de	Ezequiel	debe
ser	de	interés	para	usted,	particularmente	como	pastor.
Comencemos	leyendo	Ezequiel	1:28—3:15:
El	resplandor	era	semejante	al	del	arco	iris	cuando	aparece	en	las	nubes	en	un
día	de	lluvia.	Tal	era	el	aspecto	de	la	gloria	del	Señor.	Ante	esa	visión,	caí	rostro
en	tierra	y	oí	que	una	voz	me	hablaba.
Esa	voz	me	dijo:	«Hijo	de	hombre,	ponte	en	pie,	que	voy	a	hablarte.»	Mientras
me	hablaba,	el	Espíritu	entró	en	mí,	hizo	que	me	pusiera	de	pie,	y	pude	oír	al	que
me	hablaba.	Me	dijo:	«Hijo	de	hombre,	te	voy	a	enviar	a	los	israelitas.	Es	una
nación	rebelde	que	se	ha	sublevado	contra	mí.	Ellos	y	sus	antepasados	se	han
rebelado	contra	mí	hasta	el	día	de	hoy.	Te	estoy	enviando	a	un	pueblo	obstinado
y	terco,	al	que	deberás	advertirle:	“Así	dice	el	Señor	omnipotente.”	Tal	vez	te
escuchen,	tal	vez	no,	pues	son	un	pueblo	rebelde;	pero	al	menos	sabrán	que	entre
ellos	hay	un	profeta.	Tú,	hijo	de	hombre,	no	tengas	miedo	de	ellos	ni	de	sus
palabras,	por	más	que	estés	en	medio	de	cardos	y	espinas,	y	vivas	rodeado	de
escorpiones.	No	temas	por	lo	que	digan,	ni	te	sientas	atemorizado,	porque	son	un
pueblo	obstinado.
Tal	vez	te	escuchen,	tal	vez	no,	pues	son	un	pueblo	rebelde;	pero	tú	les
proclamarás	mis	palabras.	Tú,	hijo	de	hombre,	atiende	bien	a	lo	que	te	voy	a
decir,	y	no	seas	rebelde	como	ellos.	Abre	tu	boca	y	come	lo	que	te	voy	a	dar.»
Entonces	miré,	y	vi	que	una	mano	con	un	rollo	escrito	se	extendía	hacia	mí.	La
mano	abrió	ante	mis	ojos	el	rollo,	el	cual	estaba	escrito	por	ambos	lados,	y
contenía	lamentos,	gemidos	y	amenazas.
Y	me	dijo:	«Hijo	de	hombre,	cómete	este	rollo	escrito,	y	luego	ve	a	hablarles	a
los	israelitas.»	Yo	abrí	la	boca	y	él	hizo	que	me	comiera	el	rollo.	Luego	me	dijo:
«Hijo	de	hombre,	cómete	el	rollo	que	te	estoy	dando	hasta	que	te	sacies.»	Y	yo
me	lo	comí,	y	era	tan	dulce	como	la	miel.
Otra	vez	me	dijo:	«Hijo	de	hombre,	ve	a	la	nación	de	Israel	y	proclámale	mis
palabras.	No	te	envío	a	un	pueblo	de	lenguaje	complicado	y	difícil	de	entender,
sino	a	la	nación	de	Israel.	No	te	mando	a	naciones	numerosas	de	lenguaje
complicado	y	difícil	de	entender,	aunque	si	te	hubiera	mandado	a	ellas
seguramente	te	escucharían.	Pero	el	pueblo	de	Israel	no	va	a	escucharte	porque
no	quiere	obedecerme.	Todo	el	pueblo	de	Israel	es	terco	y	obstinado.	No
obstante,	yo	te	haré	tan	terco	y	obstinado	como	ellos.	¡Te	haré	inquebrantable
como	el	diamante,	inconmovible	como	la	roca!	No	les	tengas	miedo	ni	te
asustes,	por	más	que	sean	un	pueblo	rebelde.»	Luego	me	dijo:	«Hijo	de	hombre,
escucha	bien	todo	lo	que	voy	a	decirte,	y	atesóralo	en	tu	corazón.	Ahora	ve
adonde	están	exiliados	tus	compatriotas.	Tal	vez	te	escuchen,	tal	vez	no;	pero	tú
adviérteles:	“Así	dice	el	Señor	omnipotente.”»
Entonces	el	Espíritu	de	Dios	me	levantó,	y	detrás	de	mí	oí	decir	con	el	estruendo
de	un	terremoto:	«¡Bendita	sea	la	gloria	del	Señor,	donde	él	habita!»	Oí	el	ruido
de	las	alas	de	los	seres	vivientes	al	rozarse	unas	con	otras,	y	el	de	las	ruedas	que
estaban	junto	a	ellas,	y	el	ruido	era	estruendoso.	El	Espíritu	me	levantó	y	se
apoderó	de	mí,	y	me	fui	amargado	y	enardecido,	mientras	la	mano	del	Señor	me
sujetaba	con	fuerza.	Así	llegué	a	Tel	Aviv,	a	orillas	del	río	Quebar,	adonde
estaban	los	israelitas	exiliados,	y	totalmente	abatido	me	quedé	con	ellos	durante
siete	días.
Al	iniciar	nuestro	estudio,	necesitamos	reconocer	que	nuestro	llamado	a	ser
pastores	no	fue	exactamente	como	el	de	Ezequiel.	Muchas	veces	cuando	vamos
al	Antiguo	Testamento	tratamos	de	trazar	correlaciones	directas	entre	los
personajes	bíblicos	y	nosotros,	analogías	que	no	son	necesariamente	precisas.
Una	mirada	al	Antiguo	Testamento	para	propósitos	ejemplares	es	buena,	porque
Pablo	sancionó	eso	en	su	carta	a	los	Corintios	cuando	dijo:	«Todo	eso	sucedió
para	servirnos	de	ejemplo»	(1	Corintios	10:6).	Al	mismo	tiempo,	sin	embargo,
no	hallaremos	paralelos	exactos	entre	la	comisión	de	Ezequiel	y	la	nuestra.	Aun
así,	hay	algunos	detalles	en	este	texto	que	nos	instruyen.	Si	somos	llamados	a	ser
mensajeros,	ministros	y	maestros	de	la	Palabra	de	Dios,	debemos	considerar
cuatro	declaraciones	de	este	pasaje	que	nos	beneficiarán	a	nosotros,	a	nuestros
ministerios	y	a	aquellos	a	quienes	ministramos.
El	mensaje	debe	ser	la	Palabra	de	Dios
Un	aspectomuy	importante	de	nuestro	llamamiento	como	pastores	es	que	el
mensaje	que	proclamamos	debe	ser	la	Palabra	de	Dios.	Aquel	que	sirve	como
mensajero	no	está	llamado	a	ser	creativo.	Por	el	contrario,	está	comisionado	para
dar	las	palabras	de	Dios	solamente.	Una	de	las	razones	por	las	que	me	gustan
tanto	los	puritanos	es	que	valoran	la	sencillez.	Si	le	dijera	a	un	pastor	puritano
que	usted	piensa	que	él	es	doloroso,	patético	y	sencillo,	lo	halagaría.	Doloroso
implica	que	aguanta	los	dolores	del	ministerio.	Patético	quiere	decir	que	siente
por	el	rebaño.	Sencillez	por	no	atraer	la	atención	a	sí	mismo,	sino	tratar
directamente	con	el	alma	del	prójimo.
Es	esta	clase	de	sencillez	la	que	Dios	instó	a	Ezequiel	a	que	demostrara.
Ezequiel	debía	ser,	si	se	quiere,	el	asno	sobre	el	cual	Cristo	se	sentó	para	entrar
en	Jerusalén.	El	profeta	era	simplemente	para	que	llevara	la	Palabra	de	Dios	y	el
rollo	mencionado	en	Ezequiel	2:9	simbolizaba	eso.	El	rollo	es	una	imagen	de	la
Palabra	de	Dios	que	llegó	a	Ezequiel	antes	de	que	saliera	al	pueblo.	Sin
embargo,	la	pregunta	era	esta:	¿Recibiría	Ezequiel	la	Palabra	de	Dios?
A	diferencia	de	la	casa	rebelde	de	Israel,	Ezequiel	fue	obediente	a	las
instrucciones	de	Dios.	Pasó	el	examen.	Veamos	los	detalles	de	su	reacción	en
Ezequiel	1:28—2:2:
El	resplandor	era	semejante	al	del	arco	iris	cuando	aparece	en	las	nubes	en	un
día	de	lluvia.	Tal	era	el	aspecto	de	la	gloria	del	Señor.	Ante	esa	visión,	caí	rostro
en	tierra	y	oí	que	una	voz	me	hablaba.	Esa	voz	me	dijo:	«Hijo	de	hombre,	ponte
en	pie,	que	voy	a	hablarte».	Mientras	me	hablaba,	el	Espíritu	entró	en	mí,	hizo
que	me	pusiera	de	pie,	y	pude	oír	al	que	me	hablaba.
Dios	puso	a	Ezequiel	de	pie	porque	quería	que	el	profeta	estuviera	lúcido	y	fuera
capaz	de	concentrarse	para	entender	el	mensaje	que	estaba	a	punto	de	recibir.	A
diferencia	de	lo	que	sucede	en	las	experiencias	religiosas	paganas,	a	Ezequiel	se
le	requeriría	tener	una	mente	clara.	No	debía	estar	en	trance	o	frenesí,	sino	en	un
estado	de	alerta.	Como	resultado,	el	profeta	tendría	que	levantarse	y	escuchar.
La	Palabra	dada	a	Ezequiel	incluía	lamento	y	aflicción:
Tú,	hijo	de	hombre,	atiende	bien	a	lo	que	te	voy	a	decir,	y	no	seas	rebelde	como
ellos.	Abre	tu	boca	y	come	lo	que	te	voy	a	dar.	Entonces	miré,	y	vi	que	una	mano
con	un	rollo	escrito	se	extendía	hacia	mí.	La	mano	abrió	ante	mis	ojos	el	rollo,	el
cual	estaba	escrito	por	ambos	lados,	y	contenía	lamentos,	gemidos	y	amenazas
(Ezequiel	2:8-10).
A	veces	el	mensaje	que	Dios	tiene	para	su	pueblo	es	fuerte	pero,	amigo	mío,	si	es
la	Palabra	de	Dios,	no	le	hacemos	a	su	pueblo	ningún	servicio	alterándola	o
negándonos	a	dársela.
El	pastor	y	evangelista	A.	B.	Earle	dijo	que	el	texto	que	le	parecía	más
bendecido	de	Dios	para	la	conversión	de	las	almas	en	su	ministerio	era	Marcos
3:29	(ntv):	«Pero	todo	el	que	blasfeme	contra	el	Espíritu	Santo	jamás	será
perdonado.	Este	es	un	pecado	que	acarrea	consecuencias	eternas».⁵	Jonathan
Edwards	afirmó	que	hallaba	que	Romanos	3:19	era	el	más	usado	por	Dios	para
la	conversión	de	las	almas	en	su	ministerio:	«Ahora	bien,	sabemos	que	todo	lo
que	dice	la	ley,	lo	dice	a	quienes	están	sujetos	a	ella,	para	que	todo	el	mundo	se
calle	la	boca	y	quede	convicto	delante	de	Dios». 	El	pueblo	de	Dios	necesita
saber	toda	la	verdad.	Dios	usará	el	mensaje	que	prediquemos	aun	cuando	el
contenido	sea	pesado.	Debemos	conocer	y	enseñar	las	cosas	que	nuestra	gente
no	quiere	oír.	Necesitamos	asegurarnos	de	que	nuestro	mensaje	es	la	Palabra	de
Dios,	nada	más.	Tenemos	que	estar	dispuestos	a	decir:	«Dios,	lo	que	estás
hablando,	eso	daré.	Si	está	en	tu	Palabra,	yo	la	predicaré,	y	no	iré	más	allá
presentando	algo	que	no	sea	la	Palabra	de	Dios	como	la	Palabra	de	Dios».
Dios	no	comisionaba	a	Ezequiel	para	que	diera	conferencias	religiosas	sobre	los
temas	que	él	deseaba.	Ezequiel	era	mensajero	de	Dios	siempre	y	cuando	diera	el
mensaje	de	Dios.	Si	hubiera	comenzado	a	declarar	cualquier	otra	cosa,	entonces
habría	dejado	de	ser	el	heraldo	de	Dios.	Esto	se	ve	en	los	pasajes	siguientes:
Ezequiel	2:4	—	«Te	estoy	enviando	a	un	pueblo	obstinado	y	terco,	al	que
deberás	advertirle:	“Así	dice	el	Señor	omnipotente”».
Ezequiel	3:4	—	«Otra	vez	me	dijo:	“Hijo	de	hombre,	ve	a	la	nación	de	Israel	y
proclámale	mis	palabras”».
Ezequiel	3:11—	«Ahora	ve	adonde	están	exiliados	tus	compatriotas.	Tal	vez	te
escuchen,	tal	vez	no;	pero	tú	adviérteles:	“Así	dice	el	Señor	omnipotente”»
(énfasis	mío).
Dios	le	dijo	a	Ezequiel	que	escuchara,	comiera	y	se	animara	para	que	luego	fuera
y	hablara.	No	era	que	Ezequiel	fuese	tan	extremadamente	perspicaz	que	Dios
decidió	que	debía	ir	al	circuito	de	conferencias.	No,	Ezequiel	era	un	sacerdote
entrenado	en	la	ley	de	Dios	que	fue	llevado	cautivo	y	exiliado	en	Babilonia,	pero
Dios	lo	llamó	para	que	fuera	profeta.	Recibió	ese	llamado	no	por	su	propia
intuición,	sino	por	la	voluntad	de	Dios.
Cualquiera	que	dice	ser	llamado	al	ministerio	tiene	que	darse	cuenta	de	que
es	mensajero	de	Dios	siempre	y	cuando	diga	el	mensaje	de	Dios.
Si	usted	es	un	ministro	de	la	Palabra	de	Dios,	tenga	cuidado	con	el	peligro	del
mal	uso	de	su	posición.	Cualquiera	que	dice	ser	llamado	al	ministerio	tiene	que
darse	cuenta	de	que	es	mensajero	de	Dios	siempre	y	cuando	diga	el	mensaje	de
Dios.	No	estamos	llamados	a	ser	predicadores	en	el	sentido	de	que	podamos
predicar	lo	que	queramos,	como	tampoco	apreciaríamos	que	nuestro	cartero	nos
escribiera	notas	y	luego	las	pasara	a	través	de	nuestra	puerta	o	las	pusiera	en	el
buzón.	El	cartero	es	valioso	para	nosotros	solamente	mientras	nos	entregue
fielmente	el	correo	que	otros	envían.
Espero	que	usted	no	haya	estado	escribiendo	sus	propios	pensamientos	y
presentándolos	al	pueblo	de	Dios	como	si	fueran	palabras	de	Dios.	Si	hay	una
persona	en	el	universo	en	cuya	boca	no	quisiera	poner	mis	palabras,	sería	Dios.
Cuando	esté	de	pie	delante	del	pueblo	de	Dios,	asegúrese	de	que	es	la	Palabra	de
Dios	la	que	está	dándole	a	ellos.	Sea	cuidadoso	con	las	cosas	que	usted
identifique	como	parte	esencial	del	cristianismo	y	que	no	lo	son,	y	tenga	cuidado
con	las	cosas	que	usted	dice	que	su	Palabra	está	diciendo.
El	mensajero	debe	ser
comprensivo
Un	diplomático	francés	estaba	a	punto	de	asumir	una	nueva	embajada	cuando
visitó	al	presidente	Charles	de	Gaulle	y	le	dijo:	«Estoy	muy	alegre	por	mi
asignación»,	a	lo	que	De	Gaulle	respondió	con	el	ceño	fruncido:	«Usted	es	un
diplomático	de	carrera,	la	alegría	es	una	emoción	inapropiada	en	su	profesión».⁷
En	nuestro	pasaje	vemos	que	Ezequiel	no	era	diplomático.	No	fue	llamado	a	ser
un	profesional	casual	en	sus	negociaciones	entre	Dios	y	su	pueblo	rebelde;	al
contrario,	como	mensajero,	debía	ser	comprensivo.	Esa	es	la	segunda
declaración	que	debemos	considerar	como	ministros.
En	este	pasaje,	Ezequiel	es	comprensivo	con	los	destinatarios	del	mensaje.	Es
interesante	ver	que,	aun	cuando	Ezequiel	dice	que	la	Palabra	de	Dios	«era	tan
dulce	como	la	miel»	(3:3),	su	reacción	posterior	fue	que	«fui	amargado	y
enardecido»	(v.	14).	¿Por	qué	es	eso?
Creo	que	Ezequiel	se	fue	amargado	puesto	que	estaba	triste	por	su	pueblo.	El
mensaje	que	Ezequiel	fue	llamado	a	soportar,	al	menos	inicialmente,	era	duro,	y
no	tiene	ningún	Schadenfreude;	es	decir,	goce	por	el	dolor	de	otra	persona.	En
vez	de	ello,	Ezequiel	tiene	empatía,	es	comprensivo.	Es	natural	que	no	quiera	ser
portador	de	malas	noticias.	Así	mismo,	el	pecado	o	la	denuncia	de	él	no	es	algo
para	deleitarse.	Considere	su	propio	ministerio,	cuando	ve	a	un	hermano	o	una
hermana	atrapado	en	el	pecado,	¿saborea	la	idea	de	tener	que	enfrentarse	a	esa
persona?	Por	supuesto	que	se	deleita	en	el	hecho	de	que	Dios	ama	a	su	pueblo	y
que	pueden	ser	liberados	de	su	pecado.	Pero,	¿le	gusta	el	trabajo	real	de	ser	ese
mensajero?
De	manera	similar,	Ezequiel	no	apreciaba	ser	mensajero	a	una	gente	terca	y
obstinada.	Dios	le	dijo	a	Ezequiel	que	tenía	un	mensaje	importante	para	el
pueblo	de	Israel,	pero	el	pueblo	no	lo	escuchaba.	Ezequiel	no	pudo	haber
apreciado	este	aspecto	de	su	tarea.	Sin	embargo,	la	realidad	es	que	Dios	nosolo
quiere	que	su	Palabra	vaya	a	los	campos	blancos	de	la	cosecha.	Su	propósito	es
que	su	Palabra	vaya	a	todas	partes,	incluso	a	algunas	de	las	personas	más
difíciles,	peligrosas	e	indiferentes	en	el	mundo.
Deberíamos	esperar	experimentar	temor	cuando	encontremos	que	es	necesario
aconsejar	a	los	padres	con	hijos	intratables	o	ministrar	a	las	personas	que	están
atrapadas	en	el	pecado.	Es	difícil	cuando	sabemos	que	la	gente	a	la	que	estamos
a	punto	de	abordar	es	probable	que	se	resista	o	no	responda.	Así	que	podemos
relacionarnos	con	Ezequiel	y	por	qué	tendría	un	espíritu	amargo	en	cuanto	a	la
tarea	a	la	que	estaba	siendo	llamado	o	por	qué	se	sentía	abrumado	por	ella.
Recuerdo	haber	asistido	a	una	conferencia	hace	varios	años	en	la	que	el	orador
dio	una	charla	muy	clara	sobre	el	infierno.	Recuerdo	haber	salido	después	y	oír	a
la	gente	decir	de	una	manera	alegre:	«¿No	fue	genial	escuchar	una	palabra	tan
clara	sobre	el	infierno?»	Yo	sabía	lo	que	querían	decir	puesto	que	oímos	muy
poco	con	respecto	al	tema	del	infierno	en	la	actualidad;	además,	el	mensaje	fue
beneficioso.	Pero	no	había	nada	que	calificara	eso	en	sus	voces.	Pensé:
Seguramente	esas	personas	no	podrían	haber	contemplado	la	realidad	de	lo	que
acababan	de	escuchar	con	exactitud.	Para	aclarar,	yo	no	estaba	en	desacuerdo
con	el	orador	en	absoluto;	es	más,	también	estaba	agradecido	por	haber
escuchado	su	mensaje.	Pero	no	podía	imaginarme	siendo	feliz	de	la	misma
manera	que	esas	otras	personas.	Pensar	en	el	infierno	y	lo	que	significa	para	los
pecadores	no	arrepentidos	debe	provocar	empatía.
Por	favor,	entiendan	que	estoy	de	acuerdo	con	Jonathan	Edwards	cuando	dice
que	Dios	será	glorificado	en	la	condenación	de	los	pecadores.⁸	Pero	no	estoy	en
el	cielo	aún.	Mi	corazón	todavía	no	es	perfectamente	santo	y	mi	empatía	aún	no
está	donde	debería.	Nuestro	Señor	Jesús,	mientras	estaba	colgado	en	la	cruz	y
mostrando	la	gloriosa	justicia	y	misericordia	de	Dios,	no	se	reía	llevando
nuestros	dolores.	Más	bien	era	empático	y	nosotros,	que	somos	mensajeros	de
Dios,	también	debemos	tener	empatía	hacia	aquellos	a	quienes	les	proclamamos
la	Palabra	de	Dios.	A	pesar	de	que	nuestro	mensaje	puede	ser	desfavorable,	no
debemos	ser	duros	con	los	receptores.
La	empatía	de	Ezequiel	con	su	audiencia	fue	motivada	por	otro	factor:	la
empatía	de	Dios.	Cuando	un	individuo	medita	en	la	Escritura,	su	mente	y	su
corazón	se	conforman	a	la	mente	y	al	corazón	de	Dios.	De	modo	parecido,
cuando	Ezequiel	recibió	el	mensaje	del	juicio	divino,	comenzó	a	conformarse	a
los	sentimientos	de	Dios	hacia	su	pueblo.	Ezequiel	internalizó	esta	palabra	de
juicio	y	se	sintió	obligado	a	sentir	como	Dios	sentía	por	la	desobediencia	del
pueblo.	Al	mismo	tiempo,	no	dejó	que	sus	sentimientos	doblegaran	las	duras
verdades	de	Dios.	Era	fiel	al	mensaje	de	Dios	y	nosotros	también	debemos	serlo.
Debemos	ser	fieles	por	el	bien	de	nuestro	pueblo	y	también	debemos	ser	fieles
por	el	amor	de	Dios.
Como	pastor,	¿dirigirá	toda	su	empatía	hacia	las	personas	y	ninguna	hacia	Dios?
¿Está	tentado	a	condenar	a	Dios	por	ser	demasiado	severo	cuando	lee	ciertos
pasajes	de	la	Escritura?	Permítanme	sugerir	que	en	vez	de	tratar	de	exculpar	a
Dios	y	no	hacerle	culpable	de	algo	de	lo	que	usted	percibe	que	lo	es,	¿por	qué	no
hacer	una	pausa	y	tratar	de	tener	empatía	con	Dios?	Suponga	por	un	momento
que	Él	tiene	razón,	que	es	infinitamente	santo	y	que	puede	requerir	justamente
todo	de	nosotros;	luego	vea	lo	que	eso	hace	a	su	evaluación	de	la	situación.
Como	mensajeros	de	Dios,	debemos	tener	empatía	con	Él.	No	estoy	diciendo
que	Dios	necesite	ser	el	objeto	de	nuestra	compasión.	Más	bien,	debemos
compartir	la	perspectiva	de	nuestro	Padre.	Debemos	preocuparnos	por	su
nombre,	su	gloria	y	su	honor.
Cuando	es	necesario	confrontar	a	alguien,	no	se	preocupe	por	cómo	esa	persona
pudiera	ofenderse	por	su	mensaje.	En	vez	de	eso,	piense	en	cuán	herido	está
Dios,	cuán	ofendido	se	siente.	Después	de	todo,	el	pecado	es	una	rebelión
personal	contra	Dios	y	su	señorío.	Si	hemos	de	ser	sus	mensajeros,	debemos	ser
empáticos	no	solo	con	las	personas	sino	también	con	Dios,	nuestro	Creador	y
Redentor.
El	mensajero	debe	saber	que	Dios	proveerá
Si	el	corazón	y	el	alma	de	nuestro	ministerio	es	predicar	la	Biblia,	entonces	no
tenemos	que	preocuparnos	por	quedarnos	sin	cosas	que	decir.	La	Palabra	de	Dios
es	inagotable	y	Él	es	completamente	suficiente	para	suplir	todo	lo	necesario.
Como	hemos	visto,	Dios	proveyó	su	Palabra	a	Ezequiel,	y	leemos	en	Ezequiel
3:14	que	Él	también	proveyó	un	camino:	«Me	levantó,	pues,	el	Espíritu,	y	me
tomó».	Dios	llevó	al	profeta	a	un	lugar	específico	y	prometió	capacitarlo	para
cumplir	su	misión.	Él	capacitó	a	Ezequiel	con	valor	para	dirigirse	a	un	pueblo
duro	y	obstinado:
Acaso	ellos	escuchen;	pero	si	no	escucharen,	porque	son	una	casa	rebelde,
siempre	conocerán	que	hubo	profeta	entre	ellos.	Y	tú,	hijo	de	hombre,	no	les
temas,	ni	tengas	miedo	de	sus	palabras,	aunque	te	hallas	entre	zarzas	y	espinos,	y
moras	con	escorpiones;	no	tengas	miedo	de	sus	palabras,	ni	temas	delante	de
ellos,	porque	son	casa	rebelde	(2:5-6).
Dios	continuó	diciéndole	a	Ezequiel:	«Mas	la	casa	de	Israel	no	te	querrá	oír,
porque	no	me	quiere	oír	a	mí;	porque	toda	la	casa	de	Israel	es	dura	de	frente	y
obstinada	de	corazón.	He	aquí	yo	he	hecho	tu	rostro	fuerte	contra	los	rostros	de
ellos,	y	tu	frente	fuerte	contra	sus	frentes.	Como	diamante,	más	fuerte	que
pedernal	he	hecho	tu	frente»	(3:7-9).
Debido	a	que	Israel	era	rebelde,	Dios	prometió	hacer	fuerte	a	Ezequiel	a	fin	de
que	estuviera	preparado	para	llevar	a	cabo	su	tarea.	Lo	que	Dios	comienza	lo
completará;	Él	proveerá	la	fuerza	que	su	mensajero	necesita	para	mantener	el
curso.	Cuando	Dios	le	dijo	a	Ezequiel	que	hablara,	le	dio	las	palabras.	Cuando
Dios	le	dijo	a	Ezequiel	que	fuera,	lo	llevó	al	lugar.	Cuando	Dios	le	dijo	a
Ezequiel	que	la	gente	sería	dura,	le	prometió	a	Ezequiel	hacerlo	más	fuerte.
Como	resultado,	la	determinación	de	Ezequiel	para	hablar	era	más	fuerte	que	la
negativa	de	la	gente	a	escuchar.
Los	pastores	no	pueden	confiar	en	su	propia	habilidad,	sino	en	la	de	Dios.
Agustín	oró:	«Dadme	la	gracia	de	hacer	lo	que	me	mandáis	y	mandadme	que
haga	lo	que	queráis». 	Esa	debería	ser	nuestra	oración.
Recuerdo	una	interacción	que	tuve	con	alguien	a	principios	de	mi	ministerio
pastoral.	Durante	una	comida	en	la	iglesia,	me	senté	al	lado	de	uno	de	los
miembros	más	antiguos	de	la	iglesia,	alguien	a	quien	yo	no	parecía	agradarle.
Ese	miembro	se	volvió	hacia	mí	y	dijo:
—No	me	gustan	los	pastores	jóvenes.
Yo	respondí	con	calma:
—¿De	veras?	—y	continué	comiendo.
Entonces	él	dijo:
—Bueno,	podría	hacer	una	excepción	en	su	caso.
—Me	volteé	y	dije:
—Supongo	que	usted	ha	visto	a	un	buen	número	de	pastores	ir	y	venir,	¿verdad?
—Sí	—respondió.
En	ese	momento	dije:
—Bueno,	creo	que	usted	se	ha	encontrado	con	su	calza	—y	continué	comiendo.
A	veces	una	resolución	santa,	no	una	dureza	descortés,	es	exactamente	a	lo	que
el	Señor	nos	llama.	Si	Él	le	ha	hecho	mensajero	para	un	pueblo	duro	y	obstinado,
debe	de	alguna	manera	hacerle	más	fuerte	y	tenaz.	No	estoy	animándole	a	caer
en	egoísmo	pecaminoso,	arrogancia,	impaciencia	o	inmadurez	mientras	lleva	a
cabo	su	tarea.	Pero	entienda	que	cuando	el	camino	es	duro,	Dios	le	proveerá	la
energía	que	necesita.	Usted	nunca	ha	estado	y	nunca	estará	en	una	situación	más
allá	de	lo	que	Dios	le	puede	permitir	soportar.	Ore	para	que	lo	capacite	para
soportar,	y	sepa	que	Él	proveerá.
El	mensajero	debe	esperar	que	lo	rechacen
La	declaración	final	que	debemos	considerar	es	que	el	mensajero	de	Dios	debe
esperar	el	rechazo.	Uno	de	los	detalles	más	interesantes	sobre	el	libro	de
Ezequiel	(de	la	versión	Reina	Valera	1960)	es	el	uso	frecuente	del	título	«hijo	del
hombre».	Es	usado	93	veces	y	los	eruditos	han	derramado	infinita	cantidad	de
tinta	especulando	sobre	todo	lo	que	podría	estar	involucrado	en	su	significado.
El	título	«hijo	del	hombre»	parece	significar	mortal	o	sujeto	a	muerte,	y	a
menudo	tiende	a	asociarse	con	el	rechazo.	Ezequiel	se	refiere	así	mismo	como
«hijo	del	hombre»	porque	se	entendía	a	sí	mismo	como	el	embajador	rechazado
de	un	Rey	rechazado.
Ezequiel	no	fue	el	único	que	enfrentó	el	rechazo	en	el	Antiguo	Testamento.
Isaías	presentó	al	Siervo	Sufriente	como	un	individuo	rechazado:	«No	hay
parecer	en	él,	ni	hermosura;	le	veremos,	mas	sin	atractivo	para	que	le	deseemos.
Despreciado	y	desechado	entre	los	hombres,	varón	de	dolores,	experimentado	en
quebranto;	y	como	que	escondimos	de	él	el	rostro,	fue	menospreciado,	y	no	lo
estimamos»	(53:2-3).	De	esa	manera	Isaías	profetizó	que	el	Mesías	sería
despreciado	y	rechazado.	Por	lo	tanto,	no	es	de	extrañar	que	fuera	común	que
Jesús	se	refiriera	a	sí	mismo	con	el	título	de	«Hijo	del	Hombre».	Por	ejemplo,
leemos	en	Marcos	8:31:	«Y	comenzó	a	enseñarles	que	le	era	necesario	al	Hijo
del	Hombre	padecer	mucho,	y	ser	desechado	por	los	ancianos,	por	los
principales	sacerdotes	y	por	los	escribas,	y	ser	muerto,	y	resucitar	después	de
tres	días».
Un	poco	más	adelante	en	Marcos	9:31	leemos:	«Porque	enseñaba	a	sus
discípulos,	y	les	decía:	El	Hijo	del	Hombre	será	entregado	en	manos	de	hombres,
y	le	matarán;	pero	después	de	muerto,	resucitará	al	tercer	día».	Jesús	entonces
usó	este	título	nuevamente	en	Marcos	10:33-34:
He	aquí	subimos	a	Jerusalén,	y	el	Hijo	del	Hombre	será	entregado	a	los
principales	sacerdotes	y	a	los	escribas,	y	le	condenarán	a	muerte,	y	le	entregarán
a	los	gentiles;	y	le	escarnecerán,	le	azotarán,	y	escupirán	en	él,	y	le	matarán;	mas
al	tercer	día	resucitará.
Al	adoptar	el	título	de	«Hijo	del	Hombre»,	Jesús	afirmaba	una	larga	tradición	de
rechazo,	lo	que	explicó	citando	Salmos	22:1:	«Dios	mío,	Dios	mío,	¿por	qué	me
has	desamparado?»,	y	Salmos	118:22.	«La	piedra	que	desecharon	los
edificadores	ha	venido	a	ser	cabeza	del	ángulo».	Si	usted	quiere	sobrevivir	en	el
ministerio,	debe	ser	testigo	del	rechazo	que	Jesús	experimentó.	Debe	reflexionar
en	el	ministerio	de	Él.	No	debe	permitir	que	la	carnalidad	en	su	propio	corazón
le	aliente	a	encontrar	una	manera	de	tener	más	éxito	en	el	ministerio	que	Jesús.
El	sufrimiento	es	común	a	los	creyentes.	Toda	la	carta	de	1	Pedro	fue	escrita	para
erradicar	cualquier	confusión	que	los	cristianos	tuvieran	con	respecto	a	sus
pruebas.	La	confusión	existe	porque	el	sufrimiento	parece	ser	contrario	a	la
intuición.	La	lógica	que	algunos	tienen	es	que	cuando	nos	volvemos	a	Dios,
debemos	experimentar	bendiciones	y	no	pruebas.	Pero	la	Escritura	nos	dice	que
la	gente	en	la	iglesia	del	primer	siglo	sufrió.	Pedro	alentó	a	algunas	de	esas
personas	diciéndoles	en	1	Pedro	2:20-21:	«Mas	si	haciendo	lo	bueno	sufrís,	y	lo
soportáis,	esto	ciertamente	es	aprobado	delante	de	Dios.	Pues	para	esto	fuisteis
llamados;	porque	también	Cristo	padeció	por	nosotros,	dejándonos	ejemplo,	para
que	sigáis	sus	pisadas».
En	otras	palabras:	«No	te	desanimes	por	tu	sufrimiento.	Si	estás	sufriendo	por
hacer	el	bien,	eso	es	una	señal	de	que	estás	en	el	camino	correcto.	Mira	a	quién
estás	siguiendo.	¿Qué	le	sucedió?	¿Recibió	aceptación	universal	y	aclamación?
No,	Él	conoció	el	rechazo	y	el	sufrimiento».
Al	apelar	al	ejemplo	de	Cristo,	Pedro	acusó	a	sus	compañeros	creyentes	de	las
siguientes	palabras:
Amados,	no	os	sorprendáis	del	fuego	de	prueba	que	os	ha	sobrevenido,	como	si
alguna	cosa	extraña	os	aconteciese,	sino	gozaos	por	cuanto	sois	participantes	de
los	padecimientos	de	Cristo,	para	que	también	en	la	revelación	de	su	gloria	os
gocéis	con	gran	alegría	(1	Pedro	4:12-13).
Ahora,	es	cierto	que	algunos	de	los	sufrimientos	que	enfrentamos	se	deben	a
nuestra	propia	estupidez.	Incluso	un	gran	ministro	como	Jonathan	Edwards
cometió	errores	absurdos	como	pastor.	Cuando	fue	despedido	de	su	iglesia	en
North	Hampton,	no	fue	solo	porque	era	fiel	a	predicar	la	Palabra	de	Dios.
También	había	convocado	públicamente	a	algunos	de	los	hijos	de	las
prominentes	familias	para	que	hablaran	con	él	en	relación	con	un	asunto
escandaloso,	implicando	involuntariamente	que	los	chicos	eran	culpables	de
algún	crimen	atroz.	Edwards	cometió	errores	pastorales	relativamente	pequeños
que	tuvieron	consecuencias	graves.
Si	usted	está	presentando	el	evangelio	de	una	manera
que	lo	hace	atractivo	a	la	persona	carnal,
está	disponiendo	a	su	iglesia	a	malinterpretar	lo	que	significa	seguir	a
Cristo.
Aunque	algo	del	sufrimiento	que	experimentamos	es	traído	sobre	nosotros
mismos,	hay	aún	más	que	se	encuentra	en	medio	de	un	ministerio	fiel.	Es	normal
que	el	mensajero	de	la	Palabra	de	Dios	enfrente	el	rechazo	en	un	mundo	caído.
Si	usted	está	presentando	el	evangelio	de	una	manera	que	lo	hace	atractivo	a	la
persona	carnal,	está	disponiendo	a	su	iglesia	a	malinterpretar	lo	que	significa
seguir	a	Cristo.	La	predicación	fiel	de	la	Palabra	de	Dios	resultará	en	cierto
rechazo.
Ahora,	aunque	el	rechazo	es	normal,	no	es	definitivo.	¡Alabado	sea	Dios	por
semejante	esperanza!	Lea	conmigo	otra	referencia	al	título	«Hijo	de	Hombre»,
uno	que	aparece	en	Daniel	7:13-14:
Miraba	yo	en	la	visión	de	la	noche,	y	he	aquí	con	las	nubes	del	cielo	venía	uno
como	un	hijo	de	hombre,	que	vino	hasta	el	Anciano	de	días,	y	le	hicieron
acercarse	delante	de	él.	Y	le	fue	dado	dominio,	gloria	y	reino,	para	que	todos	los
pueblos,	naciones	y	lenguas	le	sirvieran;	su	dominio	es	dominio	eterno,	que
nunca	pasará,	y	su	reino	uno	que	no	será	destruido.
En	el	Nuevo	Testamento	vemos	quién	es	este	«Hijo	de	Hombre».	Cuando	le
preguntaron	a	Jesús	si	era	el	Mesías,	dijo	al	sumo	sacerdote:	«Yo	soy;	y	veréis	al
Hijo	del	Hombre	sentado	a	la	diestra	del	poder,	y	viniendo	en	las	nubes	del
cielo»	(Marcos	14:62).	El	Siervo	Sufriente	es	también	el	Rey	glorioso.	El	patrón
que	se	ve	en	la	enseñanza	de	Jesús,	en	el	libro	de	los	Hechos,	en	1	Pedro	y	en
otros	lugares	en	la	Biblia	es	sufrimiento	y	luego	gloria.	Cuidado	cuando	alguien
venga	predicando	solo	gloria.	Pero	usted	tampoco	quiere	a	alguien	que	predique
solo	sufrimiento.	Porque	el	sufrimiento	es	seguido	por	la	gloria.
No	hay	nada	que	suframos	en	el	ministerio	que	no	nos	sea	retribuido
infinitamente.	Desde	los	bordes	del	cielo	reflexionaremos	y	diremos:	«Ah,	valió
la	pena	mil	veces».	Por	eso	vemos	la	entrada	de	Jesús	en	Jerusalén	en	la	semana
de	la	pasión	y	la	llamamos	la	entrada	triunfal.	Sabemos	que	Él	va	a	ser
traicionado	y	muerto,	pero	también	sabemos	que	esa	no	es	toda	la	historia.	Jesús
resucitará	de	entre	los	muertos,	ascenderá	al	cielo	y	reinará	allí	hasta	que	regrese
y	reúna	al	universo	para	adorarle.
Así	que	si	usted	ha	sido	llamado	a	servir	como	uno	de	los	mensajeros	de	Él,
recuerde	estas	palabras:	«…	puestos	[fijos]	los	ojos	en	Jesús,	el	autor	y
consumador	de	la	fe,	el	cual	por	el	gozo	puesto	delante	de	él	sufrió	la	cruz,
menospreciando	el	oprobio,	y	se	sentó	a	la	diestra	del	trono	de	Dios.	Considerad
a	aquel	que	sufrió	tal	contradicción	de	pecadores	contra	sí	mismo,	para	que
vuestro	ánimo	no	se	canse	hasta	desmayar»	(Hebreos	12:2-3).
Oración
Dios,	tú	conoces	el	cansancio	que	tus	mensajeros	pueden	sentir,	el	cual	es	mucho
más	que	físico.	Oramos,	Señor,	para	que	toda	oposición	que	sentimos	por	parte
de	los	hombres	pecadores	sea	puesta	en	perspectiva	cuando	consideremos	a
Aquel	que	soportó	tal	oposición.	Oh,	Dios,	danos	corazones	que	estén	fijos	en	la
presentación	del	Señor	Jesucristo	en	tu	Palabra.	Danos	tiempo,	paciencia	y
disciplina	para	meditar	en	Cristo.	Ayúdanos	a	comprender	más	la	manera	de
seguir	a	Cristo	y	ser	tus	mensajeros.	Opera	en	nuestros	corazones	con	tu	Espíritu
de	una	manera	que	nunca	sería	a	través	de	la	elocuencia	de	un	orador	ni	de	la
exactitud	de	las	descripciones	de	un	libro,	sino	solamente	como	tu	Santo	Espíritu
puede	trabajar	a	través	de	nuestros	corazones,	a	través	de	cada	una	de	nuestras
situaciones,	para	que	recibas	toda	la	gloria.	Oramos	en	el	nombre	de	Jesús,
amén.
3.	Epitafio	de	un	predicador	fiel
John	MacArthur
2	Timoteo	4:6-8
Las	palabras	de	los	hombres	agonizantes	tienden	a	ser	despojadas	de	toda
hipocresía,	a	revelar	lo	que	reside	dentro	del	corazón	del	individuo.	Por	ejemplo,
Napoleón,	en	su	lecho	de	muerte,	expresó:	«Muero	antes	de	mi	tiempo	y	micuerpo	será	dado	de	vuelta	a	la	tierra	para	convertirse	en	alimento	de	gusanos,	tal
es	el	destino	que	tan	pronto	espera	al	gran	Napoleón».¹	Fue	Mahatma	Gandhi
quien	dijo,	al	borde	de	su	muerte:	«Mis	días	están	contados.	Por	primera	vez	en
cincuenta	años	me	encuentro	en	el	pantano	de	la	desesperación,	todo	a	mi
alrededor	es	oscuridad,	estoy	orando	por	la	luz».	Lo	interesante	es	que	la	frase
«pantano	de	la	desesperación»	proviene	del	libro	Progreso	del	Peregrino,	que
Gandhi	había	leído	pero	no	creído.	Fue	Charles	Maurice	de	Talleyrand,	un
prominente	diplomático	francés	del	siglo	diecinueve,	quien	escribió	en	una	hoja
de	papel	encontrada	después	de	su	muerte:	«Qué	cuidados,	qué	agitación,	qué
ansiedades,	qué	mala	voluntad,	qué	tristes	complicaciones,	y	todo	esto	sin	otros
resultados	que	excepto	una	gran	fatiga	de	la	mente	y	del	cuerpo,	y	un	profundo
sentimiento	de	desánimo	con	respecto	al	futuro,	y	repugnancia	con	respecto	al
pasado».²	¡Qué	miserables	maneras	de	morir!	Sin	embargo,	hay	mejores	formas
de	hacerlo.
Recuerdo,	en	mi	niñez,	que	visité	la	congregación	Christ	Church,	en	Filadelfia.
Mientras	recorría	los	predios	de	la	iglesia	encontré	la	tumba	de	Benjamín
Franklin.	No	puedo	dar	fe	de	la	pureza	de	su	religión,	pero	me	gustó	el	epitafio
que	escribió	para	sí	mismo;	tanto,	que	lo	memoricé:
El	cuerpo	de
B.	Franklin,	impresor.
Como	la	cubierta	de	un	viejo	libro,
Sus	contenidos	arrancados,
Despojado	de	su	rotulación	y	del	dorado,
Yace	aquí,	comida	para	gusanos.
Pero	el	trabajo	no	se	perderá:
Porque,	como	él	creía,
Aparecerá	una	vez	más
En	una	edición	nueva	y	más	elegante,
Corregida	y	mejorada
Por	el	Autor.³
Al	igual	que	Ben	Franklin,	el	apóstol	Pablo	escribió	su	propio	epitafio.	Esto	es	lo
que	dijo:
Porque	yo	ya	estoy	para	ser	sacrificado,	y	el	tiempo	de	mi	partida	está	cercano.
He	peleado	la	buena	batalla,	he	acabado	la	carrera,	he	guardado	la	fe.	Por	lo
demás,	me	está	guardada	la	corona	de	justicia,	la	cual	me	dará	el	Señor,	juez
justo,	en	aquel	día;	y	no	sólo	a	mí,	sino	también	a	todos	los	que	aman	su	venida
(2	Timoteo	4:6-8).
Fiel	hasta	el	fin
Quiero	llevarlo	no	a	los	próximos	años	de	su	ministerio,	sino	al	final	de	su	vida.
Deseo	que	piense	en	lo	que	su	epitafio	dirá.	La	Segunda	Carta	de	Timoteo	(4:6-
8)	contiene	el	epitafio	del	mayor	siervo	de	Dios	entre	los	hombres;	aquí
encontramos	la	evaluación	de	Pablo	acerca	de	su	propia	vida.	Cuando	la
escribió,	estaba	al	borde	de	la	muerte;	su	juicio	se	había	realizado,	su	sentencia
era	la	muerte	y	su	ejecución	era	inminente.	Pablo	sabía	que	ese	encarcelamiento
sería	el	último	y	que	estaba	de	camino	al	martirio.
Supongo	que	por	los	estándares	humanos	ese	no	era	un	buen	momento	para	que
Pablo	dejara	el	mundo.	Estoy	seguro	de	que	entre	muchos	creyentes	en	la	iglesia
primitiva,	había	un	profundo	e	intenso	amor	y	afecto	por	el	apóstol.	Después	de
todo,	muchos	creyentes	gentiles	eran	capaces	de	rastrear	su	linaje	espiritual	hasta
su	ministerio;	ellos	estaban	en	deuda	con	él	porque	les	había	presentado	a	Cristo
como	su	Salvador.	¿Quién	podría	reemplazarlo?	Él	fue	el	último	de	los	apóstoles
y	no	hubo	sucesión	apostólica	después	de	él.	Pablo	tuvo	experiencias	directas
con	el	Jesús	resucitado	en	varias	ocasiones,	siendo	la	primera	en	el	camino	a
Damasco.	No	había	nadie	como	él	y,	sin	embargo,	ya	era	su	hora	de	partir.
La	partida	de	Pablo	sucedió	en	un	momento	aparentemente	inapropiado	para	la
iglesia.	Por	ejemplo,	la	iglesia	de	Éfeso,	donde	Timoteo	estaba	pastoreando,
había	caído	en	tiempos	difíciles.	Pablo	había	iniciado	esa	congregación	y	había
llegado	al	punto	en	que	la	gente	se	desviaba	de	la	verdad	y	abandonaba	la
búsqueda	de	las	cosas	sagradas,	y	los	líderes	corruptos	estaban	desviando	a	la
gente.	Como	resultado,	la	iglesia	estaba	errando	en	doctrina	y	conducta.	Es	por
eso	que	Pablo	había	dejado	a	Timoteo	al	mando;	esperaba	que	este	arreglara	las
cosas.	Pero	la	resistencia	desde	el	interior	de	la	iglesia	y	la	persecución	desde
afuera	evidentemente	hicieron	que	Timoteo	vacilara.
En	el	comienzo	de	la	carta	que	lleva	su	epitafio,	Pablo	escribió	a	Timoteo:
«Trayendo	a	la	memoria	la	fe	no	fingida	que	hay	en	ti»
(2	Timoteo	1:5).	Esa	es	una	declaración	interesante,	es	como	escribir	una	carta	a
alguien	diciendo:	«Querido	amigo,	sé	que	eres	cristiano,	pero…»	¿Por	qué	Pablo
le	recordaría	a	Timoteo	que	el	joven	discípulo	estaba	en	la	fe?,	a	menos	que
hubiera	ciertas	cosas	que	pudieran	poner	en	duda	eso.
Pablo	entonces	continuó	explicando	por	qué	mencionó	la	«fe	no	fingida»	de
Timoteo:	«Por	lo	cual	te	aconsejo	que	avives	el	fuego	del	don	de	Dios	que	está
en	ti»	(1:6).	Él	estaba	diciendo:	«Timoteo,	tú	tienes	un	don	para	la	predicación	y
el	ministerio,	que	fue	afirmado	por	los	ancianos	de	la	iglesia.	Avívalo».	Pablo
estaba	preocupado	porque	Timoteo	evidentemente	había	vacilado	en	el	uso	de
sus	dones.	Debido	a	la	presión	desde	el	interior	y	la	persecución	desde	el
exterior,	estaba	empezando	a	colapsar.	Por	eso,	en	el	versículo	siguiente,	Pablo	le
hizo	esta	exhortación:	«No	nos	ha	dado	Dios	espíritu	de	cobardía»	(1:7).	Cuando
Pablo	hablaba	de	la	«cobardía»	de	Timoteo,	se	refería	a	pusilanimidad.	Eso	era
muy	serio;	no	solo	porque	Pablo,	el	último	de	los	apóstoles,	estaba	a	punto	de
partir,	sino	porque	el	reemplazo	suyo,	Timoteo,	estaba	decayendo.	Había	llegado
al	punto	en	el	que	Pablo	consideró	necesario	decir:	«No	seas	cobarde.	Sigue
haciendo	lo	que	se	te	enseñó	que	hicieras».	En	el	versículo	8	Pablo	agregó:	«No
te	avergüences	de	dar	testimonio	de	nuestro	Señor».
Unos	cuantos	versos	más	tarde,	Pablo	exhortó:	«Retén	la	forma	de	las	sanas
palabras…	Guarda	el	buen	depósito	por	el	Espíritu	Santo	que	mora	en	nosotros»
(1:13-14).	Cuando	usted	enfrenta	persecución	de	los	de	afuera	y	resistencia	de
los	de	dentro	de	la	iglesia,	se	encontrará	tentado	a	cambiar	su	doctrina	y	transigir
para	poder	aliviar	algo	de	la	presión.	Pero	Pablo	le	dijo	a	Timoteo	que
combatiera	esa	tentación	y	guardara	lo	que	se	le	había	confiado.
Tenemos	una	idea	de	lo	terrible	que	debió	haber	sido	la	situación	cuando	Pablo
añadió:	«Ya	sabes	esto,	que	me	abandonaron	todos	los	que	están	en	Asia»	(1:15).
La	implicación	es:	«Timoteo,	¿también	tú	te	vas	a	desviar?»
Es	un	lenguaje	fuerte	el	de	Pablo.	Revela	la	condición	del	corazón	de	Timoteo	y
la	salud	de	la	iglesia	de	Éfeso.	Pablo	le	había	dado	a	Timoteo	la	responsabilidad
de	dirigir	la	iglesia	en	Éfeso	y	ser	un	ejemplo	para	las	otras	congregaciones.	Sin
embargo,	Timoteo	estaba	dejándose	llevar	por	la	debilidad.	Por	eso	en	2	Timoteo
2:1	Pablo	escribió:	«Tú,	pues,	hijo	mío,	esfuérzate	en	la	gracia	que	es	en	Cristo
Jesús».	En	los	versículos	que	siguen,	insistió:	«Sé	un	soldado»,	«Sé	un	atleta»,
«Sé	un	labrador	muy	trabajador»,	«Sé	un	obrero	diligente»,	«Sé	un	utensilio	para
honra	y	huye	de	los	deseos	juveniles»	y	«Sé	esclavo	del	Señor».	Pablo	ordenó	a
Timoteo	que	no	cediera,	fallara	ni	transigiera.
En	el	capítulo	siguiente,	Pablo	escribió:	«Persiste	tú	en	lo	que	has	aprendido»
(3:14).	Es	importante	recordar,	en	cuanto	a	lo	contextual,	que	en	2	Timoteo	3:16
Pablo	le	recordó	a	Timoteo	que	toda	la	Escritura	fue	inspirada	por	Dios	y	que	era
provechosa	para	toda	buena	obra.	Entonces	en	4:2	Pablo	exhortó	al	joven	a
«predicar	la	palabra».	Toda	la	epístola	de	2	Timoteo	fue	un	intento	del	apóstol
Pablo,	bajo	la	inspiración	del	Espíritu	Santo,	por	infundir	fuerza	en	un	Timoteo
debilitado.
Se	puede	ver,	entonces,	que	desde	una	perspectiva	humana,	este	no	era	el
momento	óptimo	para	que	el	apóstol	Pablo	partiera.	Sin	embargo,	Pablo
continuó	expresando	una	confianza	tranquila	mientras	se	preparaba	para	hacerse
a	un	lado	y	dejar	que	Timoteo	lo	sucediera.	Después	de	confrontar	con	valentía	a
Timoteo,	Pablo	exhibió	entonces	una	actitud	triunfante	al	resumir	su	vida	con
estas	palabras:	«He	peleado	la	buena	batalla,	he	acabado	la	carrera,	he	guardado
la	fe»	(4:7).	En	esencia,	Pablo	estaba	diciendo:	«Estoy	listo	para	partir».
Usted	no	puede	controlar	la	generación	que	viene	ni	puede	determinar	qué
pasará	después	de	que	se	haya	ido.	Como	vemos,

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