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Introducción La primera Conferencia de Pastores se celebró el 19 de marzo de 1980, en la congregación Grace Community Church, donde 159 hombres se reunieron para enfocarse en el tema del ministerio pastoral. Desde el principio, el objetivo era poner en práctica el mandato de Pablo a Timoteo: «Lo que has oído de mí ante muchos testigos, esto encarga a hombres fieles que sean idóneos para enseñar también a otros» (2 Timoteo 2:2, rvr60). Lo que comenzó como un pequeño evento se ha convertido, por la gracia de Dios, en un movimiento internacional con miles de asistentes en cada primavera. Con los años, los pastores de todos los estados de la Unión Americana y cerca de cien países han llegado a la conferencia para ser desafiados y alentados en las áreas de predicación, teología, liderazgo, discipulado y consejería. Mi propio corazón ha sido profundamente bendecido por los hombres fieles que he conocido, con los que he confraternizado en la conferencia. Desde su creación, la Conferencia de Pastores ha ofrecido cientos de sermones dirigidos específicamente a pastores y líderes de iglesias. Debido a que la verdad de la Palabra de Dios es atemporal, esos mensajes son todavía tan ricos y poderosos hoy como cuando fueron predicados por primera vez. Es por eso por lo que estaba tan agradecido cuando Harvest House Publishers se acercó a mí con respecto a la publicación de este segundo volumen, una colección de los mensajes más memorables de la Conferencia de Pastores sobre el tema de liderazgo. Nada es más urgentemente y necesario en la iglesia de hoy que la fiel proclamación de la Palabra de Dios, por lo que un libro sobre este tema es tan oportuno. De acuerdo con las instrucciones de Pablo a Timoteo, el objetivo de este volumen es animar a los pastores a cumplir su mandato pastoral: predicar la Palabra a tiempo y fuera de tiempo (2 Timoteo 4:2, rvr60). Los siguientes capítulos se han editado lo más mínimo posible para que reflejen el contenido original de los mensajes de la Conferencia de Pastores. Este libro es para todos aquellos que predican y enseñan las Escrituras, hayan estado ellos en la Conferencia de Pastores o no. Es mi oración que al leerlo, su pasión por la verdad arda más y su determinación para la gloria de Cristo se haga más fuerte a medida que tratan de servir y guiar a sus iglesias. Para el Gran Pastor, John MacArthur 1. Predicar la Palabra John MacArthur 2 Timoteo 3:1—4:4 Hay un texto de la Escritura que me encanta y sobre el cual he predicado numerosas veces a través de los años. Es un texto que mi padre escribió dentro de la hoja de guarda de una Biblia que me dio cuando le dije que me sentía llamado a predicar. El texto es 2 Timoteo 4:2 (rvr60): «Que prediques la palabra; que instes a tiempo y fuera de tiempo; redarguye, reprende, exhorta con toda paciencia y doctrina». Este breve versículo define el ministerio bíblico en un mandato central: «Predica la Palabra». A este mandato se le podría añadir 1 Timoteo 3:2 (rvr60), que dice que los pastores, supervisores y ancianos deben ser aptos para enseñar y para predicar. Debemos predicar la Palabra con habilidad. Ese es nuestro llamamiento y este versículo es concluyente puesto que habla muy concisamente llamándonos a «predicar la Palabra». Ahora, ha de notar que el apóstol Pablo habla del tiempo y el tono de nuestra predicación. En cuanto a lo temporal, se refiere «a tiempo y fuera de tiempo». Podríamos discutir lo que eso significa, pero si puedo llevarle a una simple conclusión, las únicas posibilidades son estar a tiempo o fuera de tiempo; por lo tanto, eso significa todo el tiempo. Debemos predicar la Palabra todo el tiempo. No hay tiempo en el que cambiemos esa comisión, no hay tiempo en el que ese método ministerial se reserve para otra cosa. La predicación de la Palabra debe hacerse todo el tiempo. En cuanto al tono, observe que es doble: hay el aspecto negativo que censura y reprende, además del aspecto positivo que consiste en tomar la verdad de Dios y exhortar a la gente con mucha paciencia e instrucción. Respecto de lo negativo debemos enfrentar el error y el pecado. En referencia a lo positivo debemos enseñar la sana doctrina y la vida piadosa. Tenemos que exhortar a las personas a ser obedientes a la Palabra, por lo que debemos tener una gran paciencia y permitirles el tiempo para madurar en su obediencia. Si toda palabra de Dios es verdadera y pura, y toda palabra es alimento para el creyente, entonces toda palabra debe proclamarse. Este es un mandato sencillo: Predica la Palabra todo el tiempo. Jesús dijo: «No sólo de pan vive el hombre, sino de toda palabra que sale de la boca de Dios» (Mateo 4:4). Esa verdad nos llama a un ministerio expositivo en el que tratamos con cada palabra que sale de la boca de Dios. Si toda palabra de Dios es verdadera y pura, y toda palabra es alimento para el creyente, entonces toda palabra debe proclamarse. Las personas están muriéndose de hambre por la Palabra de Dios, pero no lo saben. Están hambrientos, están tratando de alcanzar, están agarrando. Se dan cuenta de los lugares huecos de su vida, de la superficialidad, de la falta de percepción, de la falta de comprensión. No pueden resolver los problemas de la vida. Están muriendo de hambre de la Palabra de Dios y se les están ofreciendo sustitutos que no ayudan. Dios ha ordenado que su Palabra les sea suministrada porque solo ella puede alimentarlos y el método por el que se entrega es la predicación. Pablo escribió: «¿Y cómo oirán si no hay quien les predique?» (Romanos 10:14). Martín Lutero dijo: «La máxima adoración a Dios es la predicación de la Palabra».¹ Dios es revelado a través de su Palabra; por lo tanto, predicar su Palabra es predicar su carácter, su voluntad y todo lo que lo define en términos verdaderos y lo exalta como debe ser exaltado. Nuestro mandato entonces no procede de la cultura, viene del cielo. Es el Dios del cielo el que nos ha mandado a través de las páginas de la Escritura a predicar la Palabra, a predicar cada palabra y a traer a las almas hambrientas el único alimento que nutre: la verdad de Dios. La Biblia es la Palabra inerrante e infalible del Dios viviente. Es más cortante que cualquier espada de dos filos, cada palabra en ella es pura y verdadera. Debemos predicar la Palabra de Dios en su totalidad y desplegar toda su verdad. Esa es la orden. Este mandato conciso, claro e inequívoco de predicar la Palabra es apoyado por cinco potentes realidades que nos motivan en este empeño. A pesar de que estas cinco realidades son suficientemente potentes individualmente para motivar a un hombre a predicar la Palabra de Dios, juntas proporcionan un formidable conjunto motivacional como ningún otro texto de la Escritura. Predicar la Palabra a causa del peligro de los tiempos (3:1-9) Primero, debemos predicar la Palabra a causa del peligro de los tiempos. En 2 Timoteo 3:1, Pablo comenzó su instrucción diciéndole a Timoteo: «Ten en cuenta que en los últimos días…» los últimos días comenzaron cuando el Mesías vino por primera vez. El apóstol Juan dijo: «Queridos hijos, esta es la hora final» (1 Juan 2:18). Pablo escribió: «… en los últimos días vendrán tiempos difíciles» (2 Timoteo 3:1). La frase «tiempos difíciles» puede traducirse como «épocas» más que «tiempos». No se trata de una referencia al tiempo del reloj ni al del calendario. La palabra usada aquí en el texto griego original es kairos, que significa estaciones, épocas o movimientos. La palabra traducida como «peligrosos» podría haber sido traducida como «salvaje». Llegarán tiempos peligrosos y arriesgados. Estos tiempos amenazarán a la verdad, al evangelio y a la iglesia. De acuerdo a 2 Timoteo 3:13, aumentarán en severidad porque los «malvados embaucadores irán de mal en peor, engañando y siendo engañados». Desde el comienzo de los últimos días hasta que Jesús venga, habrá una escalada de severidad y frecuencia de estas épocas peligrosas. Estamos hablando de movimientos y épocas que comenzaron cuando Jesús vino y comenzó la iglesia,y que han continuado de modo consecutivo. No es que vienen y van; más bien, vienen, se quedan y aumentan en frecuencia, de forma que hay mayor peligro ahora que nunca. Estas épocas definen para nosotros el peligro que amenaza la vida de la iglesia y la verdad. Veamos algunos de ellos, sugeridos por J. W. Montgomery en su libro Damned Through the Church.² Las épocas peligrosas Sacramentalismo La primera y más destacada época de peligro lanzada contra la iglesia comenzó en el siglo cuarto: el sacramentalismo. Esto comenzó con el desarrollo del Sacro Imperio Romano y Constantino, que se convirtió en el sistema católico romano de la salvación por ritual. La iglesia se convirtió en un sustituto de Cristo; es decir, la gente estaba más conectada a la iglesia y al sistema que a Cristo y a una relación personal con Él. El sacramentalismo se convirtió en enemigo del verdadero evangelio, enemigo de la gracia y la fe, por lo que condujo a la persecución y a la ejecución de los verdaderos creyentes. No fue sino hasta la Reforma, en el siglo dieciséis, que el sacramentalismo comenzó a debilitarse. Racionalismo Poco después de la Reforma llegó la segunda época de peligro: el racionalismo. A medida que la gente salía de la Reforma y entraba en el Renacimiento y la Revolución Industrial, se separaban de la institución monolítica del catolicismo romano y recuperaban su propia identidad, comenzando a pensar por sí mismos. Empezaron a descubrir, inventar cosas y desarrollarlas, y a sentir su libertad. Comenzaron a adorar a sus propias mentes, de forma que la razón humana se convirtió en dios. Thomas Paine escribió el libro La edad de la razón, en el que desacreditaba la Biblia y afirmaba que la mente humana es dios, por lo que la Biblia se convirtió en esclava del racionalismo. Los racionalistas asaltaron las Escrituras y negaron sus milagros, su inspiración, la deidad de Cristo y el evangelio de la gracia, todo en nombre de la erudición y la razón humana. Estas épocas no han desaparecido. Aún tenemos religiones sacramentales en todo el mundo y todavía tenemos racionalismo. Este último ha destruido todos los seminarios de Europa. Nunca olvidaré la vez que visité la Capilla de San Salvador en la Universidad de St. Andrews, en Escocia, y estuve de pie en el púlpito donde John Knox inició la Reforma Escocesa. En un momento en que Roma estaba en el poder, Knox predicó allí el evangelio de la gracia y la fe en medio de un sistema basado en las obras. Él tomó su posición contra ese sistema masivo y poderoso que mantenía a las personas en una servidumbre religiosa. Afuera de esa pequeña capilla, en una de las cercanas calles adoquinadas, hay tres grupos de iniciales. Estas representan los nombres de tres jóvenes estudiantes que, a finales de su adolescencia, escucharon la predicación de John Knox, creyeron al evangelio y se tornaron a Jesucristo por fe. Como consecuencia, las autoridades católicas los quemaron en la hoguera. Como homenaje a esos estudiantes, sus iniciales fueron inscritas en el lugar donde fueron quemados. Justo al otro lado de la calle está el colegio teológico de la Universidad de St. Andrews. Todos los días, los profesores de esa escuela caminan a la taberna al otro lado de la calle, pisando las iniciales de los mártires que murieron por la verdad que estos teólogos racionalistas rechazan. Adoran al dios del intelecto humano y niegan la veracidad de la Escritura. Ortodoxismo Al racionalismo lo siguió el ortodoxismo, una ortodoxia fría, muerta e indiferente. Aunque en el siglo diecinueve los grandes avances en la tecnología de la imprenta permitieron la producción en masa de Biblias, muchas personas se mostraron indiferentes dado que su ortodoxia era muerta y fría. Su espiritualidad era superficial o inexistente. Politicismo Luego vino la política. La iglesia se preocupó por ganar poder político. Desarrolló el evangelio social, la reconstrucción y la teología de la liberación en un intento por traer el cambio a través de los medios humanos en lugar de la salvación en Cristo. Ecumenismo El ecumenismo fue la quinta época peligrosa y estalló durante la década de 1950. Todo el mundo estaba hablando de unidad y dejando de lado el dogma para evitar divisiones sobre cuestiones doctrinales. Eso produjo sentimentalismo y con ello vino una nueva hermenéutica para la interpretación de la Escritura llamada la «Ética de Jesús». Se definió a Jesús como un tipo agradable que nunca habría dicho nada fuerte, por lo que los defensores del ecumenismo quitaron de la Biblia el juicio y la retribución. El mal fue tolerado y la doctrina se despreció, lo que llevó a la falta de discernimiento. Experiencialismo La sexta época fue el experiencialismo, que caracterizó la década de 1960. La verdad se definió como un sentimiento que se originaba en la intuición, las visiones, las profecías o las revelaciones especiales. Uno ya no miraba hacia la Palabra objetiva de Dios para determinar la verdad, sino más bien hacia alguna intuición subjetiva. Esta perspectiva planteaba un inmenso peligro para la iglesia y alejaba a la gente de la Palabra de Dios. Subjetivismo La séptima época fue el subjetivismo. En la década de 1980, la sicología capturó a la iglesia y muchos creyentes se metieron en la autocontemplación narcisista. Les preocupaba si podrían ascender un poco en la escalera de la comodidad, obtener más éxito y ganar más dinero. Desarrollaron una teología centrada en el hombre y basada en las necesidades. Como resultado, la comodidad personal se convirtió en el objetivo final. Misticismo El misticismo fue la octava época. Se desarrolló en la década de 1990 y permitió a las personas creer en lo que quisieran. Al mismo tiempo, el pragmatismo permitía que las personas definieran al ministerio. Se dijo que la iglesia existía para servir a la gente. Un ministro determinó su plan ministerial distribuyendo una encuesta para averiguar lo que la gente quería. La verdad se convirtió en sierva de lo que funciona. La predicación exponencial fue vista como un método de entrega por correo a caballo en una era de computadoras a un montón de gente que, para empezar, no la quería. Se decía que la clave para un ministerio eficaz era la imagen o el estilo en vez del contenido. Sincretismo La novena época fue la del sincretismo, la creencia de que todas las religiones monoteístas adoran al mismo Dios y que todos los monoteístas van al cielo. A nuestra cultura le gusta suponer que el cielo estará ocupado por seguidores de Confucio, Buda, Mahoma, judíos ortodoxos e incluso ateos, puesto que todos buscaron la verdad. Eso es el sincretismo. Como puede ver, la iglesia se ha enfrentado a una época peligrosa tras otra, épocas que nunca se van. Más bien se quedan y se acumulan, de modo que la iglesia se ocupe de todas ellas. Como pastor, usted se enfrenta a un formidable conjunto de fortalezas (2 Corintios 10:4-5). Son fuertes y bien diseñadas fortificaciones ideológicas que deben ser combatidas hábilmente con la verdad de Dios. Esto requiere que usted sea eficaz en el uso que haga de la Palabra. No es fácil discernir, comprender los problemas que se nos presentan, y traer la porción apropiada de la Escritura para soportar los peligros inminentes que nos rodean. La mayoría del cristianismo no se preocupa; pero nosotros que llevamos la responsabilidad como pastores del rebaño de Dios sí lo hacemos. Esos peligros se acumulan y empeoran, resultando en una falta de discernimiento y un creciente desdén por la doctrina. El culpable y el crédulo Al empezar en 2 Timoteo 3:2, Pablo define esas épocas peligrosas describiendo a las personas que están tras ellas. Son «gente… llena de egoísmo y avaricia; serán jactanciosos, arrogantes, blasfemos, desobedientes a los padres, ingratos, impíos, insensibles, implacables, calumniadores, libertinos, despiadados, enemigos de todo lo bueno, traicioneros, impetuosos, vanidosos y más amigos del placer que de Dios» (3:2-4). Ahora, si usted aplicara esa lista a alguien en la actualidad, ¿no sería políticamenteincorrecto? ¿Puede imaginarse a alguien confrontando a otro individuo en el error y pasándolo por esa lista? Eso me recuerda el enfoque de Jesús. Él se acercaba a los líderes religiosos de su tiempo que estaban equivocados y les decía: «Ustedes serpientes, víboras, perros, inmundos, tumbas pestíferas pintadas de blanco». ¿Qué tan bien funcionaría eso hoy? En 2 Timoteo 3:5, Pablo revela que los falsos maestros tienen apariencia de piedad. El rostro que ellos quieren representar es el de la piedad, pero el poder está ausente. No tienen el poder de Dios porque no conocen a Dios. En la Segunda Epístola a Timoteo (3:6) continúa diciendo que «van de casa en casa cautivando a mujeres débiles cargadas de pecados, que se dejan llevar de toda clase de pasiones». Hoy entran en los hogares a través de los medios de comunicación, así como en persona, y se dirigen a las mujeres, a quienes Dios diseñó para ser protegidas por hombres fieles. Ellos cautivan a las mujeres débiles que están cargadas de pecados y les enseñan error. Al igual que Janes y Jambres, los dos magos de Egipto que se opusieron a Moisés, estos hombres se oponen a la verdad. Estos falsos maestros tienen mentes depravadas, por lo que deben ser rechazados. Necesitamos hombres piadosos que puedan entrar en la batalla, hombres que comprendan la Palabra de Dios con claridad. Los engaños de Satanás no carecen de sutileza. No siempre es obvio en la superficie lo que realmente está pasando. Es por eso que necesitamos hombres formidables que entiendan la Palabra de Dios. Necesitamos hombres que entiendan los asuntos de su tiempo, que tengan un valor santo, y que estén dispuestos a entrar en la batalla para poder asaltar al enemigo con gracia e implacablemente con la verdad. En 2 Corintios 10:4 Pablo afirma que nuestra labor como pastores es destruir fortalezas ideológicas y traer a todos los que están cautivos a la obediencia a Cristo. Queremos liberar a los que están cautivos en las fortalezas que han erigido estas épocas peligrosas. Estamos llamados a custodiar la verdad y a predicarla. No podemos hacer ninguna de las dos cosas si no entendemos la verdad. Se necesitan hombres bien entrenados para enfrentarse a las sutilezas y a las variaciones de las artimañas de Satanás. Predicar la Palabra por la devoción de los santos (3:10-14) La segunda razón por la que debemos predicar la Palabra es por la devoción de los santos. En 2 Timoteo 3:10-11, Pablo encarga a Timoteo: «Tú, en cambio, has seguido paso a paso mis enseñanzas, mi manera de vivir, mi propósito, mi fe, mi paciencia, mi amor, mi constancia, mis persecuciones y mis sufrimientos». En otras palabras: «Timoteo, tú me seguiste, fuiste mi discípulo y yo revisé los patrones del ministerio para ti. Viste mi propósito y mi deber ministerial — enseñar y vivir— así que proclama y vive la verdad en el nombre de Jesús. Viste cómo la enseñé y la viví; esa es mi integridad». Pablo estaba rigurosamente centrado en la responsabilidad que tenía de proclamar la verdad. Y Timoteo vio la fidelidad de Pablo a este propósito. Así que perseveró en su amor por la gente y Dios, incluso frente a la persecución y al sufrimiento. En resumen, Pablo dijo: «Viste cómo ministré. Viste la forma en que lo hice. Lo hice con amor. Lo hice con atención. Lo hice implacablemente. Lo hice pacientemente. Lo hice amorosamente. Aguanté la crítica. Aguanté el dolor. Aguanté el sufrimiento. Aguanté los encarcelamientos. Aguanté las palizas, los azotes y los apedreamientos. Estuviste conmigo en Antioquía, Iconio y Listra; tú viste todo eso». Pablo entonces desafió a Timoteo a persistir «en lo que has aprendido y de lo cual estás convencido, pues sabes de quiénes lo aprendiste» (2 Timoteo 3:14). Así que dijo: «Timoteo, haz simple y exactamente lo que te dije que hicieras». Muchas personas hoy quieren reinventar el ministerio, ¿se has dado cuenta? Pero Pablo dijo: «Hazlo exactamente como te dije que lo hicieras». En 2 Timoteo 3:17 (rvr60) Pablo llamó a Timoteo «hombre de Dios». Es un término técnico usado sólo dos veces en el Nuevo Testamento (en rvr60), ambas veces en Timoteo. Se usa más de 70 veces en el Antiguo Testamento, cada una de las cuales se refiere a un predicador. Pablo estaba diciendo: «Timoteo, tú eres simplemente otro hombre de Dios. Hay una larga línea de estos hombres de Dios, hombres llamados por Dios y dotados por Él para proclamar su verdad. No te puedes salir del paso. No puedes ir a tu manera o inventar tu propio enfoque. Tú eres un hombre en una larga línea de hombres que son llamados a predicar la Palabra. Es lo que debes hacer». Así es como yo veo mi propia vida, eso me trae a la mente un recuerdo de la infancia acerca de mi abuelo. Él fue un fiel predicador de la Palabra de Dios a todo lo largo de su ministerio hasta su fallecimiento. Mientras yacía en su lecho de muerte en su casa, mi padre y yo estábamos allí, cuando mi padre le preguntó: «Papá, ¿hay algo que quieras hacer?» Mi abuelo respondió: «Sí, quiero predicar una vez más». Mientras moría de cáncer, sólo quería una cosa: predicar una vez más. Tenía preparado un sermón que no había predicado. Eso es algo difícil para un predicador; es fuego en sus huesos. Necesitaba sacárselo. Mi abuelo había preparado un sermón acerca del cielo y murió sin poder predicarlo jamás. Así que mi papá tomó sus notas, las imprimió y se las pasó a todos en el funeral. De esa manera, mi abuelo predicó acerca del cielo desde el cielo. Ese incidente tuvo un efecto tremendo en mí como joven. Qué hombre tan fiel; hasta el último aliento, todo lo que mi abuelo quería hacer era predicar la Palabra una vez más. Lo mismo sucedió con mi padre. Durante todo su ministerio fue diligente en predicar la Palabra. Como mencioné antes, me dio una Biblia en la que escribió en la hoja de guarda: «Predica la Palabra». Al final terminé yendo al Seminario Talbot porque quería estudiar con el doctor Charles Feinberg. El doctor Feinberg era el erudito bíblico más brillante que yo conocía. Por ejemplo, se enseñó a sí mismo holandés en dos semanas para poder leer una teología holandesa. Estudió catorce años para ser rabino y terminó convertido a Cristo. Luego asistió al Seminario Teológico de Dallas, donde obtuvo su doctorado. El doctor Lewis Sperry Chafer, que era el presidente del Seminario Teológico de Dallas en ese momento, dijo acerca de Feinberg que era el único estudiante que llegó al seminario sabiendo más cuando empezó que cuando se fue. El doctor Feinberg posteriormente asistió a la Universidad Johns Hopkins para obtener un doctorado en arqueología. Tenía una mente inmensa, brillante y amaba la Palabra de Dios. Leía la Biblia cuatro veces al año y estaba absolutamente comprometido con el hecho de que cada palabra de la Escritura es inerrante, inspirada y verdadera. Era el hombre que yo quería que influyera en mi vida. Durante mi primer año en el seminario, mi primera clase bajo el doctor Feinberg fue introducción al Antiguo Testamento. Fue un curso exigente que incluyó un montón de material tedioso que era difícil de absorber para un atleta universitario que de repente se interesó en la academia. El primer día que un estudiante hizo una pregunta, el doctor Feinberg bajó la cabeza, sin levantar la vista y dijo: «Si no tienes una pregunta más inteligente que esa, no hagas más. Estás tomando un tiempo valioso». ¡No hubo más preguntas ese semestre! Él tuvo todo el tiempo para sí mismo. Era muy serio en cuanto a las cosas de Dios y las Escrituras. Ese mismo año, Feinberg me asignó a predicar un texto ante el cuerpo estudiantil y la facultad. Trabajé incontables horas para ese sermón. El profesorado se sentaba detrás de uno, escribía notas mientras uno predicaba y después le darían sus críticas. Prediqué el mensaje y pensé que lo había hecho bien. Cuando terminé, el doctor Feinberg me entregó una hoja de papel con una escritura roja en la parte delantera: «Erró por completo el punto más importante del pasaje». ¿Cómo pude hacer eso? ¿Cómo pude errar por completo el punto central?Fue la mejor lección que tuve en el seminario. El doctor Feinberg estaba molesto y me llamó a su oficina porque quería hacer una inversión en mí y no apreciaba lo que yo había hecho. Después de todo, el manejo correcto de la Palabra de Dios es el punto central del ministerio. Ese día, recibí una enseñanza que nunca he olvidado. Desde entonces, el doctor Feinberg ha estado sentado en mi hombro susurrando: «¡No yerre el punto central del pasaje, MacArthur!» El día de la graduación, el doctor Feinberg me llamó a su oficina y me dijo: «Tengo un regalo para usted». Agarró una caja grande, en ella estaban los treinta y cinco volúmenes de Keil y Delitzsch, un conjunto de comentarios del Antiguo Testamento hebreo. Me dijo: «Es el conjunto que he usado durante años y años. Tengo todas mis notas en los márgenes; quiero dárselo como regalo». Esta fue una expresión de su amor por mí, pero también fue otra manera de decir: «Ahora no tiene excusa para errar el punto central de un pasaje del Antiguo Testamento». Uno de los momentos más destacados de mi vida fue cuando la familia del doctor Feinberg me pidió que hablara en su funeral. En alguna parte del camino él debió haberles dicho que pensaba que al fin yo había llegado al sitio en que podía descifrar el punto central de un pasaje. Ahora está con el Señor, pero no quiero hacer nada diferente. Solo quiero seguir haciendo lo que los profetas, apóstoles, predicadores, evangelistas, pastores y misioneros fieles han hecho a través de los siglos. Estoy asombrado ante la audacia de las personas en el ministerio de hoy que se apresuran a descartar el modelo de predicación ordenado por Dios, y mandado por las Escrituras, e inventar el suyo. ¡Qué audacia! ¿Quiénes se piensan que son? Así que, predique la Palabra por la devoción de los santos que vinieron antes que usted. Póngase en línea, tome el testigo y corra su vuelta. Predicar la Palabra debido a la dinámica de la Escritura (3:15-17) La tercera razón por la que predicamos la Palabra es a causa de la dinámica de la Escritura. Pablo escribió a Timoteo: «Desde la niñez has sabido las Sagradas Escrituras» (2 Timoteo 3:15). Desde el momento en que Timoteo era un bebé en los brazos de su madre, fue presentado a «los escritos sagrados». Es un término greco judío que se refiere al Antiguo Testamento, hiera grammata. Pablo dijo: «Has sabido [el Antiguo Testamento, el cual] te [puede] hacer sabio para la salvación por la fe que es en Cristo Jesús». Aunque los padres de Timoteo eran judíos y gentiles, él todavía tenía la influencia de la ley del Antiguo Testamento en su familia. Pablo estaba diciendo que desde que Timoteo era un niño, la ley lo estaba preparando para el evangelio. Los judíos solían decir que sus hijos «bebían» la ley de Dios con la leche de su madre y estaba tan impresa en sus corazones y en sus mentes que más pronto se olvidarían sus nombres que olvidarse de la ley de Dios. La ley era el tutor que conducía a Cristo, y Timoteo fue criado sobre los sagrados escritos del Antiguo Testamento. Se le había dado la sabiduría que necesitaba para que cuando el evangelio se predicara, lo aprehendiera porque su comprensión de la ley del Antiguo Testamento lo capacitaba para ello. En última instancia, Pablo estaba diciendo: «Tú sabes que la Palabra de Dios tiene el poder de guiarte a la salvación. ¿Qué otra cosa predicarías?» Porque es más cortante que cualquier espada de dos filos (Hebreos 4:12). Pedro declaró: «Ustedes han nacido de nuevo… mediante la palabra de Dios que vive y permanece» (1 Pedro 1:23). Es el poder de la Palabra lo que convierte el alma y produce la salvación. Uno se compromete a predicar la Palabra cuando entiende que ella es el poder que convierte el alma. Si usted no predica la Palabra, entonces es porque no cree que es la única fuente de salvación y santificación, no importa lo que pueda afirmar de otra manera. En 2 Timoteo 3:16-17 leemos: «Toda la Escritura es inspirada por Dios y útil para enseñar, para reprender, para corregir y para instruir en la justicia, a fin de que el siervo de Dios [y todo el que siga su modelo] esté enteramente capacitado para toda buena obra». Es el poder de la Palabra lo que salva y santifica. Provee doctrina, reprueba el error y el pecado, endereza y entrena en el camino de la justicia. Esa es la secuencia. A través de la predicación de la Palabra, usted establece el fundamento de la doctrina para reprobar el error y el pecado. En el texto griego original, esto habla de poner en pie a alguien que ha caído. Usted lo recoge, corrige su error y su iniquidad, y luego lo coloca en el camino de la rectitud. Usted lo entrena para vivir una vida obediente. Es la Palabra lo que hace completo al hombre de Dios y a todos los que siguen su modelo. Los prepara espiritualmente. Eso es lo que llamamos la suficiencia de la Escritura; la Palabra de Dios salva completamente y santifica completamente. ¿Qué otra cosa se podría usar? No puedo comprender por qué alguien usaría otra cosa que la Palabra que salva y santifica. Predicar la Palabra debido a la demanda del Soberano (4:1-2) La siguiente razón, predicamos la Palabra debido a la demanda del Soberano. 2 Timoteo 4:1 es un versículo aterrador que me llena de temor santo. Debería aterrorizar a todo predicador. Ese versículo nos ayuda a entender por qué John Knox, antes de subir al púlpito para predicar, caía sobre su rostro y estallaba en lágrimas de temor. Temía con reverencia que distorsionara la verdad; sabía que estaba bajo el escrutinio divino. Pablo escribió: «En presencia de Dios y de Cristo Jesús, que ha de venir en su reino y que juzgará a los vivos y a los muertos, te doy este solemne encargo: Predica la palabra». El mandato «te doy este solemne encargo» es muy en serio. Pablo le estaba ordenando a Timoteo — y a todos los predicadores— con toda solemnidad y seriedad. «Mi amigo», dijo Pablo, «estás bajo el escrutinio de Dios, el que va a juzgar a todos los que están vivos y a todos los que han muerto». La construcción griega aquí puede ser presentada «en la presencia de Dios, sí, Jesucristo», puesto que Él es presentado como juez en el versículo. Estamos predicando bajo el escrutinio del juez omnisciente y santo. Estoy de acuerdo con lo que Pablo escribió en 1 Corintios 4:3-4: «Muy poco me preocupa que me juzguen ustedes o cualquier tribunal humano… el que me juzga es el Señor». Un predicador no puede forjar su fidelidad basado en que a sus oyentes les guste o no su sermón. Él puede apreciar los elogios de sus oyentes y escuchar sus críticas pero, al final, debe predicar para honrar a Aquel que es el juez. Es Cristo quien revelará las cosas secretas del corazón. Él dará una recompensa a los que son dignos de ella, solo su juicio cuenta. Un reportero me preguntó una vez: «¿Para quién prepara sus sermones?» Le dije: «Para ser sincero contigo, los preparo para Dios. Él es el juez delante del cual tengo que estar de pie. Él es el que realmente cuenta. Quiero tener el mensaje correcto delante de Él. No quiero tomar la Palabra del Dios viviente y de alguna manera corromperla, o reemplazarla por mis propias reflexiones». El autor de Hebreos dice: «Obedezcan a sus dirigentes y sométanse a ellos, pues cuidan de ustedes como quienes tienen que rendir cuentas» (13:17). Todo ministro tendrá que rendir cuentas algún día ante el Señor. Quiero dar lo mejor al Señor y edificar sobre el fundamento con oro, plata y piedras preciosas (1 Corintios 3:12). Quiero recibir esa recompensa que evidencia mi amor por Él, una recompensa que puedo poner a sus pies en honor y alabanza. Algún día todos estaremos ante ese tribunal para el momento en que recompense nuestros trabajos. Este asunto de la predicación es algo muy serio para mí. A veces la gente me dice: «Pasas mucho tiempo preparándote. ¿Por qué?»¡Porque la Palabra de Dios lo merece! Podríamos pasar con menos puesto que nuestros oyentes no tienen grandes expectativas. Con la mayoría de los oyentes, algunas buenas historias lograrán satisfacerlos. Pero con Dios, la tareade predicar es otra cosa. Cuando predicamos, debemos tenerlo a Él en mente y honrar su verdad. Predicar la Palabra por el engaño de lo sensual (4:3-4) Otra razón por la que debemos predicar la Palabra es debido a lo engañoso de lo sensual. El gran enemigo de la Palabra de Dios es cualquier cosa fuera de la Palabra de Dios; por ejemplo: la palabra de Satanás, la palabra de los demonios y la palabra del hombre. Vivimos en épocas peligrosas inventadas por espíritus seductores y mentirosos e hipócritas. En 2 Timoteo 4:3, Pablo identifica para nosotros lo que hace posible que los falsos maestros sean exitosos: «Llegará el tiempo en que no van a tolerar la sana doctrina». La gente no querrá oír una enseñanza sana y saludable. No querrán enseñanzas profundas y sólidas de la Palabra. Solo querrán que le cosquilleen sus oídos. Ellos serán impulsados por lo sensual, no por lo cognitivo. No se interesarán en la verdad ni en la teología. Al contrario, van a querer sensaciones de cosquilleo en sus oídos en vez de las grandes verdades que salvan y santifican. Según 2 Timoteo 2:16, la gente querrá oír el parloteo mundano y vacío que produce impiedad y se propaga como gangrena. Estamos en tal época ahora. La gente dice que enseñar la doctrina y ser claro acerca de la Palabra de Dios es divisivo, poco amoroso y orgulloso. El estado de ánimo prevaleciente en la cultura occidental posmoderna es que cada uno determina la verdad para sí mismo y la opinión de cada uno es tan válida como la de todos los demás. No hay espacio para una doctrina absoluta y autorizada. Ese es otro «ismo» que puede agregar a la lista de épocas peligrosas, el relativismo. No quedará ninguna iglesia que pelee cualquier cosa si no preservamos la verdad. Incluso la iglesia cristiana evangélica ha sido víctima de ese plan. Muchos cristianos están dispuestos a hablar contra el aborto, la homosexualidad y la eutanasia. Están dispuestos a luchar por las libertades religiosas en Estados Unidos y, entre otras cosas, a preservar la oración en las escuelas. Pero la peor forma de maldad es la perversión de la verdad de Dios; es decir, la doctrina errónea y la falsa enseñanza. La iglesia hoy trata el error espiritual con indiferencia como si fuera inofensivo, como si una interpretación correcta de la Escritura fuera innecesaria. Mientras muchos cristianos están luchando contra cuestiones eventuales, están regalando las verdades esenciales que definen nuestra fe. Eso es suicidio. No quedará ninguna iglesia que pelee cualquier cosa si no preservamos la verdad. La capacidad para distinguir entre la verdad y el error es absolutamente crítica. Usted no puede hablar la verdad ni guardarla si no la entiende. Es por eso que en nuestra iglesia empezamos el Seminario del Maestro, para entrenar a hombres que puedan hacer eso. Estos hombres no se preocupan por averiguar lo que es culturalmente relevante. Ellos van por todo el mundo con la Palabra de Dios, clasifican los asuntos y traen la verdad de Dios sobre la sociedad en la que viven. No importa qué idioma usted hable o dónde viva, cada uno de los que le rodean está en la misma condición de necesidad, destituido espiritualmente delante de Dios. Y la verdad de Dios trasciende todas las culturas. Vivimos en una época en que los falsos maestros no quieren decirle la verdad a la gente. No quieren llamar al error por su nombre: «error». No quieren enfrentar al pecado porque lo «aman». Pero los falsos maestros no aman a sus oyentes. Si lo hicieran, buscarían el mejor y más alto bien para todos y proclamarían la verdad de la Palabra de Dios. Si yo digo: «No creo que confrontarlos sea amoroso», entonces no amo a la gente. Más bien, me estoy amando a mí mismo; estoy más preocupado porque la gente guste de mí que por decir la verdad. Es más amoroso confrontar el error de la gente y mostrarles la verdad que puede llevarlos a las bendiciones y al bienestar que produce el mayor bien de Dios en sus vidas. Al contrario, tenemos una pérdida de la verdad, una pérdida de la convicción, una pérdida del discernimiento, una pérdida de la santidad, una pérdida del poder divino y una pérdida de la bendición; todo porque la gente quiere que le cosquilleen sus oídos. «Cuéntame un poco sobre el éxito. Cuéntame algo sobre la prosperidad. Dame algo de emoción. Eleva mis sentimientos de bienestar, autoestima y estreméceme emocionalmente». En 2 Timoteo 4:3 dice que esas personas «se rodearán de maestros que les digan las novelerías que quieren oír». El mercado crea la demanda. Como dijera Marvin Vincent en Word Studies in the New Testament: «En los períodos de fe inestable, de escepticismo y de especulaciones curiosas en materia de religión, los maestros de todo tipo pululan como las moscas en Egipto. La demanda crea la oferta. Los oyentes invitan y forman a sus propios predicadores. Si la gente desea un becerro para adorar, siempre se puede encontrar un fabricante de becerros ministeriales».³ Estuve en Florida en el tiempo en que la gente era estremecida por la locura que estaba ocurriendo en nombre del avivamiento; las personas daban vueltas alrededor y hacían como que buceaban en el suelo girando y hablando de manera extraña e ininteligible. Permanecían diciendo: «Esto es obra de Dios». ¿Puedo ser sincero con usted? Tal comportamiento es una ofensa a nuestro Dios racional, revelador de la verdad. Es una ofensa a la verdadera obra de su Hijo. Usar los nombres de Dios, de Cristo o del Espíritu Santo en cualquier orgía sin sentido y emocional marcada por comportamiento irracional, sensual y carnal producido por estados alterados de conciencia, presión de grupo, aumento de la expectativa o sugestión, es una ofensa a la verdadera obra del Espíritu Santo. Eso es manipulación socio-síquica, mesmerismo; es una prostitución de la revelación gloriosa de Dios enseñada con claridad y poder a una mente ansiosa, atenta y controlada. Lo que nutre los deseos sensuales de forma pragmática o extática no puede honrar a Dios. Usted tiene que predicar la verdad a la mente. Allí es donde se libra la verdadera batalla. Así que nosotros, los que somos predicadores, tenemos que traer a Dios a la gente a través de su Palabra. Esa es la única manera en que podemos hacerlo. La gente está hambrienta del conocimiento de Dios; simplemente que no lo saben. Pero cuando empezamos a entregar la verdad, se enteran. J. I. Packer dijo, acerca del expositor bíblico Martyn Lloyd-Jones, lo siguiente: «Él trajo más conocimiento de Dios que cualquier otro hombre».⁴ ¡Qué elogio! Oración Padre, te damos gracias porque no necesitamos vagar entre la neblina en cuanto a la dirección en el ministerio. Te agradecemos que nos lo hayas aclarado. Te damos gracias porque estás levantando hombres que proclamarán la verdad. Te damos gracias, Padre, por su devoción y compromiso con el cumplimiento de este mandato. Oh Señor, concédeles poder, fidelidad e integridad y eficacia mientras se esfuerzan por servirte y llevar a cabo esta comisión. Te damos gracias por los hombres que enfrentarán las épocas peligrosas, que mantienen la devoción hacia los santos que fueron antes que ellos y que fueron fieles, hombres que expresarán la dinámica de la Palabra, que cumplirán con su responsabilidad ante ti como su Soberano y que confrontarán los deseos del mundo sensual con la verdad poderosa y racional de la Escritura. Padre, sigue levantándolos. Te damos toda la gloria en el nombre de Cristo. Amén. 2. El llamado de Dios Mark Dever Ezequiel 1:28—3:15 Soy pastor de una iglesia en Washington, DC, con unos 350 miembros; con una asistencia aproximada de 400 a 500 personas cada domingo por la mañana. Como la iglesia está ubicada en el centro de la ciudad, tenemos miembros de unos treinta países. Nuestros visitantes van desde congresistas hasta embajadores. Por un tiempo tuvimos uno de los funcionarios oficiales de más alto rango de la embajada china quien, por dos años, celebró el Día de Acción de Gracias con mi familia. Él nunca había asistido a una iglesia cristiana antes devisitar Capitol Hill. Ministrar en ese contexto nos ha proporcionado grandes oportunidades para difundir el evangelio. También he aprendido que los diplomáticos son de las personas más fascinantes en Washington. El historiador Will Durant dijo: «No decir nada, especialmente cuando se está hablando, es la mitad del arte de la diplomacia».¹ Ahora bien, los diplomáticos pudieran pensar que la observación de Durant es fuerte, pero a través de los años he leído algunas declaraciones que respaldan el punto de Durant. Por ejemplo, el presidente McKinley le preguntó una vez a un ayudante del ministro de estado cómo decirles no a seis embajadores europeos que venían a verlo sobre cierto asunto. El diplomático de carrera agarró de inmediato un sobre y escribió lo siguiente en el reverso: El gobierno de los Estados Unidos aprecia el carácter humanitario y desinteresado de la comunicación que ahora se hace a favor de las potencias nombradas y, por su parte, confía en que igual apreciación será mostrada por sus esfuerzos serios y altruistas para cumplir un deber con la humanidad concluyendo una situación cuya prolongación indefinida se ha vuelto insufrible.² El presidente leyó el mensaje a cada uno de los embajadores, los cuales quedaron satisfechos. Otro presidente estadounidense, Franklin Roosevelt, estaba convencido de que los políticos y los diplomáticos rara vez se escuchaban unos a otros. Para demostrar su punto, durante una recepción diplomática, Roosevelt resolvió saludar a sus invitados que estaban parados en línea diciendo: «Asesiné a mi abuela esta mañana».³ La historia continúa diciendo que con una sola excepción, el presidente recibió respuestas muy corteses. Estamos haciendo un poquito de deporte con esto, pero la diplomacia es un asunto serio; no solo para Washington, sino para todo el mundo. Nosotros los estadounidenses tendemos a inclinarnos hacia lo que se llama «Wilsonianismo», que lleva el nombre de Woodrow Wilson debido a que este abogaba por la idea de que hay un bien subyacente en las personas y todo lo que tenemos que hacer es ayudar a reafirmarlo. Henry Kissinger escribió un libro serio e importante sobre el tema titulado Diplomacy,⁴ en el que argumentó en contra de esa ideología. Kissinger pasó su carrera contendiendo para que los estadounidenses tuvieran una visión más real de la humanidad, asumiendo que incluso en el mejor de los mundos todavía habrá choques de intereses. Dado que existen conflictos, necesitamos a los diplomáticos; representantes profesionales que unas veces trabajan para obtener ventajas a corto plazo y otras para intereses a largo plazo. Por eso, cuando tornamos nuestra atención al libro de Ezequiel, vemos que el escenario es un conflicto político entre el Imperio Babilónico y Judá. Babilonia conquistó a la pequeña nación de Judá y comenzó a exilar a algunos de sus ciudadanos. Sin embargo, el libro de Ezequiel no trata solo sobre el conflicto entre Israel y Babilonia, sino más fundamentalmente sobre el conflicto entre Israel y Dios. A medida que el pueblo rebelde continuaba en su insurgencia, ¿cómo reaccionaría Dios? Algunos asumen que Dios participa en una especie de diplomacia religiosa, que llama a los profesionales religiosos que están al día con las últimas informaciones de las encuestas y usan grupos focales para determinar cómo mercadear la religión. Esos profesionales suelen dirigir la diplomacia en nombre de Dios exigiendo una concesión por un lado y transigiendo por el otro, negociando erróneamente por Dios y esperando que algo bueno pueda salir de ello. Este tipo de mentalidad considera que el individuo se esfuerza por parecer más razonable y más diplomático para Dios. Si eso es lo que piensa en cuanto a cómo interactúa Dios con su pueblo, entonces nuestro estudio de Ezequiel debe ser de interés para usted, particularmente como pastor. Comencemos leyendo Ezequiel 1:28—3:15: El resplandor era semejante al del arco iris cuando aparece en las nubes en un día de lluvia. Tal era el aspecto de la gloria del Señor. Ante esa visión, caí rostro en tierra y oí que una voz me hablaba. Esa voz me dijo: «Hijo de hombre, ponte en pie, que voy a hablarte.» Mientras me hablaba, el Espíritu entró en mí, hizo que me pusiera de pie, y pude oír al que me hablaba. Me dijo: «Hijo de hombre, te voy a enviar a los israelitas. Es una nación rebelde que se ha sublevado contra mí. Ellos y sus antepasados se han rebelado contra mí hasta el día de hoy. Te estoy enviando a un pueblo obstinado y terco, al que deberás advertirle: “Así dice el Señor omnipotente.” Tal vez te escuchen, tal vez no, pues son un pueblo rebelde; pero al menos sabrán que entre ellos hay un profeta. Tú, hijo de hombre, no tengas miedo de ellos ni de sus palabras, por más que estés en medio de cardos y espinas, y vivas rodeado de escorpiones. No temas por lo que digan, ni te sientas atemorizado, porque son un pueblo obstinado. Tal vez te escuchen, tal vez no, pues son un pueblo rebelde; pero tú les proclamarás mis palabras. Tú, hijo de hombre, atiende bien a lo que te voy a decir, y no seas rebelde como ellos. Abre tu boca y come lo que te voy a dar.» Entonces miré, y vi que una mano con un rollo escrito se extendía hacia mí. La mano abrió ante mis ojos el rollo, el cual estaba escrito por ambos lados, y contenía lamentos, gemidos y amenazas. Y me dijo: «Hijo de hombre, cómete este rollo escrito, y luego ve a hablarles a los israelitas.» Yo abrí la boca y él hizo que me comiera el rollo. Luego me dijo: «Hijo de hombre, cómete el rollo que te estoy dando hasta que te sacies.» Y yo me lo comí, y era tan dulce como la miel. Otra vez me dijo: «Hijo de hombre, ve a la nación de Israel y proclámale mis palabras. No te envío a un pueblo de lenguaje complicado y difícil de entender, sino a la nación de Israel. No te mando a naciones numerosas de lenguaje complicado y difícil de entender, aunque si te hubiera mandado a ellas seguramente te escucharían. Pero el pueblo de Israel no va a escucharte porque no quiere obedecerme. Todo el pueblo de Israel es terco y obstinado. No obstante, yo te haré tan terco y obstinado como ellos. ¡Te haré inquebrantable como el diamante, inconmovible como la roca! No les tengas miedo ni te asustes, por más que sean un pueblo rebelde.» Luego me dijo: «Hijo de hombre, escucha bien todo lo que voy a decirte, y atesóralo en tu corazón. Ahora ve adonde están exiliados tus compatriotas. Tal vez te escuchen, tal vez no; pero tú adviérteles: “Así dice el Señor omnipotente.”» Entonces el Espíritu de Dios me levantó, y detrás de mí oí decir con el estruendo de un terremoto: «¡Bendita sea la gloria del Señor, donde él habita!» Oí el ruido de las alas de los seres vivientes al rozarse unas con otras, y el de las ruedas que estaban junto a ellas, y el ruido era estruendoso. El Espíritu me levantó y se apoderó de mí, y me fui amargado y enardecido, mientras la mano del Señor me sujetaba con fuerza. Así llegué a Tel Aviv, a orillas del río Quebar, adonde estaban los israelitas exiliados, y totalmente abatido me quedé con ellos durante siete días. Al iniciar nuestro estudio, necesitamos reconocer que nuestro llamado a ser pastores no fue exactamente como el de Ezequiel. Muchas veces cuando vamos al Antiguo Testamento tratamos de trazar correlaciones directas entre los personajes bíblicos y nosotros, analogías que no son necesariamente precisas. Una mirada al Antiguo Testamento para propósitos ejemplares es buena, porque Pablo sancionó eso en su carta a los Corintios cuando dijo: «Todo eso sucedió para servirnos de ejemplo» (1 Corintios 10:6). Al mismo tiempo, sin embargo, no hallaremos paralelos exactos entre la comisión de Ezequiel y la nuestra. Aun así, hay algunos detalles en este texto que nos instruyen. Si somos llamados a ser mensajeros, ministros y maestros de la Palabra de Dios, debemos considerar cuatro declaraciones de este pasaje que nos beneficiarán a nosotros, a nuestros ministerios y a aquellos a quienes ministramos. El mensaje debe ser la Palabra de Dios Un aspectomuy importante de nuestro llamamiento como pastores es que el mensaje que proclamamos debe ser la Palabra de Dios. Aquel que sirve como mensajero no está llamado a ser creativo. Por el contrario, está comisionado para dar las palabras de Dios solamente. Una de las razones por las que me gustan tanto los puritanos es que valoran la sencillez. Si le dijera a un pastor puritano que usted piensa que él es doloroso, patético y sencillo, lo halagaría. Doloroso implica que aguanta los dolores del ministerio. Patético quiere decir que siente por el rebaño. Sencillez por no atraer la atención a sí mismo, sino tratar directamente con el alma del prójimo. Es esta clase de sencillez la que Dios instó a Ezequiel a que demostrara. Ezequiel debía ser, si se quiere, el asno sobre el cual Cristo se sentó para entrar en Jerusalén. El profeta era simplemente para que llevara la Palabra de Dios y el rollo mencionado en Ezequiel 2:9 simbolizaba eso. El rollo es una imagen de la Palabra de Dios que llegó a Ezequiel antes de que saliera al pueblo. Sin embargo, la pregunta era esta: ¿Recibiría Ezequiel la Palabra de Dios? A diferencia de la casa rebelde de Israel, Ezequiel fue obediente a las instrucciones de Dios. Pasó el examen. Veamos los detalles de su reacción en Ezequiel 1:28—2:2: El resplandor era semejante al del arco iris cuando aparece en las nubes en un día de lluvia. Tal era el aspecto de la gloria del Señor. Ante esa visión, caí rostro en tierra y oí que una voz me hablaba. Esa voz me dijo: «Hijo de hombre, ponte en pie, que voy a hablarte». Mientras me hablaba, el Espíritu entró en mí, hizo que me pusiera de pie, y pude oír al que me hablaba. Dios puso a Ezequiel de pie porque quería que el profeta estuviera lúcido y fuera capaz de concentrarse para entender el mensaje que estaba a punto de recibir. A diferencia de lo que sucede en las experiencias religiosas paganas, a Ezequiel se le requeriría tener una mente clara. No debía estar en trance o frenesí, sino en un estado de alerta. Como resultado, el profeta tendría que levantarse y escuchar. La Palabra dada a Ezequiel incluía lamento y aflicción: Tú, hijo de hombre, atiende bien a lo que te voy a decir, y no seas rebelde como ellos. Abre tu boca y come lo que te voy a dar. Entonces miré, y vi que una mano con un rollo escrito se extendía hacia mí. La mano abrió ante mis ojos el rollo, el cual estaba escrito por ambos lados, y contenía lamentos, gemidos y amenazas (Ezequiel 2:8-10). A veces el mensaje que Dios tiene para su pueblo es fuerte pero, amigo mío, si es la Palabra de Dios, no le hacemos a su pueblo ningún servicio alterándola o negándonos a dársela. El pastor y evangelista A. B. Earle dijo que el texto que le parecía más bendecido de Dios para la conversión de las almas en su ministerio era Marcos 3:29 (ntv): «Pero todo el que blasfeme contra el Espíritu Santo jamás será perdonado. Este es un pecado que acarrea consecuencias eternas».⁵ Jonathan Edwards afirmó que hallaba que Romanos 3:19 era el más usado por Dios para la conversión de las almas en su ministerio: «Ahora bien, sabemos que todo lo que dice la ley, lo dice a quienes están sujetos a ella, para que todo el mundo se calle la boca y quede convicto delante de Dios». El pueblo de Dios necesita saber toda la verdad. Dios usará el mensaje que prediquemos aun cuando el contenido sea pesado. Debemos conocer y enseñar las cosas que nuestra gente no quiere oír. Necesitamos asegurarnos de que nuestro mensaje es la Palabra de Dios, nada más. Tenemos que estar dispuestos a decir: «Dios, lo que estás hablando, eso daré. Si está en tu Palabra, yo la predicaré, y no iré más allá presentando algo que no sea la Palabra de Dios como la Palabra de Dios». Dios no comisionaba a Ezequiel para que diera conferencias religiosas sobre los temas que él deseaba. Ezequiel era mensajero de Dios siempre y cuando diera el mensaje de Dios. Si hubiera comenzado a declarar cualquier otra cosa, entonces habría dejado de ser el heraldo de Dios. Esto se ve en los pasajes siguientes: Ezequiel 2:4 — «Te estoy enviando a un pueblo obstinado y terco, al que deberás advertirle: “Así dice el Señor omnipotente”». Ezequiel 3:4 — «Otra vez me dijo: “Hijo de hombre, ve a la nación de Israel y proclámale mis palabras”». Ezequiel 3:11— «Ahora ve adonde están exiliados tus compatriotas. Tal vez te escuchen, tal vez no; pero tú adviérteles: “Así dice el Señor omnipotente”» (énfasis mío). Dios le dijo a Ezequiel que escuchara, comiera y se animara para que luego fuera y hablara. No era que Ezequiel fuese tan extremadamente perspicaz que Dios decidió que debía ir al circuito de conferencias. No, Ezequiel era un sacerdote entrenado en la ley de Dios que fue llevado cautivo y exiliado en Babilonia, pero Dios lo llamó para que fuera profeta. Recibió ese llamado no por su propia intuición, sino por la voluntad de Dios. Cualquiera que dice ser llamado al ministerio tiene que darse cuenta de que es mensajero de Dios siempre y cuando diga el mensaje de Dios. Si usted es un ministro de la Palabra de Dios, tenga cuidado con el peligro del mal uso de su posición. Cualquiera que dice ser llamado al ministerio tiene que darse cuenta de que es mensajero de Dios siempre y cuando diga el mensaje de Dios. No estamos llamados a ser predicadores en el sentido de que podamos predicar lo que queramos, como tampoco apreciaríamos que nuestro cartero nos escribiera notas y luego las pasara a través de nuestra puerta o las pusiera en el buzón. El cartero es valioso para nosotros solamente mientras nos entregue fielmente el correo que otros envían. Espero que usted no haya estado escribiendo sus propios pensamientos y presentándolos al pueblo de Dios como si fueran palabras de Dios. Si hay una persona en el universo en cuya boca no quisiera poner mis palabras, sería Dios. Cuando esté de pie delante del pueblo de Dios, asegúrese de que es la Palabra de Dios la que está dándole a ellos. Sea cuidadoso con las cosas que usted identifique como parte esencial del cristianismo y que no lo son, y tenga cuidado con las cosas que usted dice que su Palabra está diciendo. El mensajero debe ser comprensivo Un diplomático francés estaba a punto de asumir una nueva embajada cuando visitó al presidente Charles de Gaulle y le dijo: «Estoy muy alegre por mi asignación», a lo que De Gaulle respondió con el ceño fruncido: «Usted es un diplomático de carrera, la alegría es una emoción inapropiada en su profesión».⁷ En nuestro pasaje vemos que Ezequiel no era diplomático. No fue llamado a ser un profesional casual en sus negociaciones entre Dios y su pueblo rebelde; al contrario, como mensajero, debía ser comprensivo. Esa es la segunda declaración que debemos considerar como ministros. En este pasaje, Ezequiel es comprensivo con los destinatarios del mensaje. Es interesante ver que, aun cuando Ezequiel dice que la Palabra de Dios «era tan dulce como la miel» (3:3), su reacción posterior fue que «fui amargado y enardecido» (v. 14). ¿Por qué es eso? Creo que Ezequiel se fue amargado puesto que estaba triste por su pueblo. El mensaje que Ezequiel fue llamado a soportar, al menos inicialmente, era duro, y no tiene ningún Schadenfreude; es decir, goce por el dolor de otra persona. En vez de ello, Ezequiel tiene empatía, es comprensivo. Es natural que no quiera ser portador de malas noticias. Así mismo, el pecado o la denuncia de él no es algo para deleitarse. Considere su propio ministerio, cuando ve a un hermano o una hermana atrapado en el pecado, ¿saborea la idea de tener que enfrentarse a esa persona? Por supuesto que se deleita en el hecho de que Dios ama a su pueblo y que pueden ser liberados de su pecado. Pero, ¿le gusta el trabajo real de ser ese mensajero? De manera similar, Ezequiel no apreciaba ser mensajero a una gente terca y obstinada. Dios le dijo a Ezequiel que tenía un mensaje importante para el pueblo de Israel, pero el pueblo no lo escuchaba. Ezequiel no pudo haber apreciado este aspecto de su tarea. Sin embargo, la realidad es que Dios nosolo quiere que su Palabra vaya a los campos blancos de la cosecha. Su propósito es que su Palabra vaya a todas partes, incluso a algunas de las personas más difíciles, peligrosas e indiferentes en el mundo. Deberíamos esperar experimentar temor cuando encontremos que es necesario aconsejar a los padres con hijos intratables o ministrar a las personas que están atrapadas en el pecado. Es difícil cuando sabemos que la gente a la que estamos a punto de abordar es probable que se resista o no responda. Así que podemos relacionarnos con Ezequiel y por qué tendría un espíritu amargo en cuanto a la tarea a la que estaba siendo llamado o por qué se sentía abrumado por ella. Recuerdo haber asistido a una conferencia hace varios años en la que el orador dio una charla muy clara sobre el infierno. Recuerdo haber salido después y oír a la gente decir de una manera alegre: «¿No fue genial escuchar una palabra tan clara sobre el infierno?» Yo sabía lo que querían decir puesto que oímos muy poco con respecto al tema del infierno en la actualidad; además, el mensaje fue beneficioso. Pero no había nada que calificara eso en sus voces. Pensé: Seguramente esas personas no podrían haber contemplado la realidad de lo que acababan de escuchar con exactitud. Para aclarar, yo no estaba en desacuerdo con el orador en absoluto; es más, también estaba agradecido por haber escuchado su mensaje. Pero no podía imaginarme siendo feliz de la misma manera que esas otras personas. Pensar en el infierno y lo que significa para los pecadores no arrepentidos debe provocar empatía. Por favor, entiendan que estoy de acuerdo con Jonathan Edwards cuando dice que Dios será glorificado en la condenación de los pecadores.⁸ Pero no estoy en el cielo aún. Mi corazón todavía no es perfectamente santo y mi empatía aún no está donde debería. Nuestro Señor Jesús, mientras estaba colgado en la cruz y mostrando la gloriosa justicia y misericordia de Dios, no se reía llevando nuestros dolores. Más bien era empático y nosotros, que somos mensajeros de Dios, también debemos tener empatía hacia aquellos a quienes les proclamamos la Palabra de Dios. A pesar de que nuestro mensaje puede ser desfavorable, no debemos ser duros con los receptores. La empatía de Ezequiel con su audiencia fue motivada por otro factor: la empatía de Dios. Cuando un individuo medita en la Escritura, su mente y su corazón se conforman a la mente y al corazón de Dios. De modo parecido, cuando Ezequiel recibió el mensaje del juicio divino, comenzó a conformarse a los sentimientos de Dios hacia su pueblo. Ezequiel internalizó esta palabra de juicio y se sintió obligado a sentir como Dios sentía por la desobediencia del pueblo. Al mismo tiempo, no dejó que sus sentimientos doblegaran las duras verdades de Dios. Era fiel al mensaje de Dios y nosotros también debemos serlo. Debemos ser fieles por el bien de nuestro pueblo y también debemos ser fieles por el amor de Dios. Como pastor, ¿dirigirá toda su empatía hacia las personas y ninguna hacia Dios? ¿Está tentado a condenar a Dios por ser demasiado severo cuando lee ciertos pasajes de la Escritura? Permítanme sugerir que en vez de tratar de exculpar a Dios y no hacerle culpable de algo de lo que usted percibe que lo es, ¿por qué no hacer una pausa y tratar de tener empatía con Dios? Suponga por un momento que Él tiene razón, que es infinitamente santo y que puede requerir justamente todo de nosotros; luego vea lo que eso hace a su evaluación de la situación. Como mensajeros de Dios, debemos tener empatía con Él. No estoy diciendo que Dios necesite ser el objeto de nuestra compasión. Más bien, debemos compartir la perspectiva de nuestro Padre. Debemos preocuparnos por su nombre, su gloria y su honor. Cuando es necesario confrontar a alguien, no se preocupe por cómo esa persona pudiera ofenderse por su mensaje. En vez de eso, piense en cuán herido está Dios, cuán ofendido se siente. Después de todo, el pecado es una rebelión personal contra Dios y su señorío. Si hemos de ser sus mensajeros, debemos ser empáticos no solo con las personas sino también con Dios, nuestro Creador y Redentor. El mensajero debe saber que Dios proveerá Si el corazón y el alma de nuestro ministerio es predicar la Biblia, entonces no tenemos que preocuparnos por quedarnos sin cosas que decir. La Palabra de Dios es inagotable y Él es completamente suficiente para suplir todo lo necesario. Como hemos visto, Dios proveyó su Palabra a Ezequiel, y leemos en Ezequiel 3:14 que Él también proveyó un camino: «Me levantó, pues, el Espíritu, y me tomó». Dios llevó al profeta a un lugar específico y prometió capacitarlo para cumplir su misión. Él capacitó a Ezequiel con valor para dirigirse a un pueblo duro y obstinado: Acaso ellos escuchen; pero si no escucharen, porque son una casa rebelde, siempre conocerán que hubo profeta entre ellos. Y tú, hijo de hombre, no les temas, ni tengas miedo de sus palabras, aunque te hallas entre zarzas y espinos, y moras con escorpiones; no tengas miedo de sus palabras, ni temas delante de ellos, porque son casa rebelde (2:5-6). Dios continuó diciéndole a Ezequiel: «Mas la casa de Israel no te querrá oír, porque no me quiere oír a mí; porque toda la casa de Israel es dura de frente y obstinada de corazón. He aquí yo he hecho tu rostro fuerte contra los rostros de ellos, y tu frente fuerte contra sus frentes. Como diamante, más fuerte que pedernal he hecho tu frente» (3:7-9). Debido a que Israel era rebelde, Dios prometió hacer fuerte a Ezequiel a fin de que estuviera preparado para llevar a cabo su tarea. Lo que Dios comienza lo completará; Él proveerá la fuerza que su mensajero necesita para mantener el curso. Cuando Dios le dijo a Ezequiel que hablara, le dio las palabras. Cuando Dios le dijo a Ezequiel que fuera, lo llevó al lugar. Cuando Dios le dijo a Ezequiel que la gente sería dura, le prometió a Ezequiel hacerlo más fuerte. Como resultado, la determinación de Ezequiel para hablar era más fuerte que la negativa de la gente a escuchar. Los pastores no pueden confiar en su propia habilidad, sino en la de Dios. Agustín oró: «Dadme la gracia de hacer lo que me mandáis y mandadme que haga lo que queráis». Esa debería ser nuestra oración. Recuerdo una interacción que tuve con alguien a principios de mi ministerio pastoral. Durante una comida en la iglesia, me senté al lado de uno de los miembros más antiguos de la iglesia, alguien a quien yo no parecía agradarle. Ese miembro se volvió hacia mí y dijo: —No me gustan los pastores jóvenes. Yo respondí con calma: —¿De veras? —y continué comiendo. Entonces él dijo: —Bueno, podría hacer una excepción en su caso. —Me volteé y dije: —Supongo que usted ha visto a un buen número de pastores ir y venir, ¿verdad? —Sí —respondió. En ese momento dije: —Bueno, creo que usted se ha encontrado con su calza —y continué comiendo. A veces una resolución santa, no una dureza descortés, es exactamente a lo que el Señor nos llama. Si Él le ha hecho mensajero para un pueblo duro y obstinado, debe de alguna manera hacerle más fuerte y tenaz. No estoy animándole a caer en egoísmo pecaminoso, arrogancia, impaciencia o inmadurez mientras lleva a cabo su tarea. Pero entienda que cuando el camino es duro, Dios le proveerá la energía que necesita. Usted nunca ha estado y nunca estará en una situación más allá de lo que Dios le puede permitir soportar. Ore para que lo capacite para soportar, y sepa que Él proveerá. El mensajero debe esperar que lo rechacen La declaración final que debemos considerar es que el mensajero de Dios debe esperar el rechazo. Uno de los detalles más interesantes sobre el libro de Ezequiel (de la versión Reina Valera 1960) es el uso frecuente del título «hijo del hombre». Es usado 93 veces y los eruditos han derramado infinita cantidad de tinta especulando sobre todo lo que podría estar involucrado en su significado. El título «hijo del hombre» parece significar mortal o sujeto a muerte, y a menudo tiende a asociarse con el rechazo. Ezequiel se refiere así mismo como «hijo del hombre» porque se entendía a sí mismo como el embajador rechazado de un Rey rechazado. Ezequiel no fue el único que enfrentó el rechazo en el Antiguo Testamento. Isaías presentó al Siervo Sufriente como un individuo rechazado: «No hay parecer en él, ni hermosura; le veremos, mas sin atractivo para que le deseemos. Despreciado y desechado entre los hombres, varón de dolores, experimentado en quebranto; y como que escondimos de él el rostro, fue menospreciado, y no lo estimamos» (53:2-3). De esa manera Isaías profetizó que el Mesías sería despreciado y rechazado. Por lo tanto, no es de extrañar que fuera común que Jesús se refiriera a sí mismo con el título de «Hijo del Hombre». Por ejemplo, leemos en Marcos 8:31: «Y comenzó a enseñarles que le era necesario al Hijo del Hombre padecer mucho, y ser desechado por los ancianos, por los principales sacerdotes y por los escribas, y ser muerto, y resucitar después de tres días». Un poco más adelante en Marcos 9:31 leemos: «Porque enseñaba a sus discípulos, y les decía: El Hijo del Hombre será entregado en manos de hombres, y le matarán; pero después de muerto, resucitará al tercer día». Jesús entonces usó este título nuevamente en Marcos 10:33-34: He aquí subimos a Jerusalén, y el Hijo del Hombre será entregado a los principales sacerdotes y a los escribas, y le condenarán a muerte, y le entregarán a los gentiles; y le escarnecerán, le azotarán, y escupirán en él, y le matarán; mas al tercer día resucitará. Al adoptar el título de «Hijo del Hombre», Jesús afirmaba una larga tradición de rechazo, lo que explicó citando Salmos 22:1: «Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has desamparado?», y Salmos 118:22. «La piedra que desecharon los edificadores ha venido a ser cabeza del ángulo». Si usted quiere sobrevivir en el ministerio, debe ser testigo del rechazo que Jesús experimentó. Debe reflexionar en el ministerio de Él. No debe permitir que la carnalidad en su propio corazón le aliente a encontrar una manera de tener más éxito en el ministerio que Jesús. El sufrimiento es común a los creyentes. Toda la carta de 1 Pedro fue escrita para erradicar cualquier confusión que los cristianos tuvieran con respecto a sus pruebas. La confusión existe porque el sufrimiento parece ser contrario a la intuición. La lógica que algunos tienen es que cuando nos volvemos a Dios, debemos experimentar bendiciones y no pruebas. Pero la Escritura nos dice que la gente en la iglesia del primer siglo sufrió. Pedro alentó a algunas de esas personas diciéndoles en 1 Pedro 2:20-21: «Mas si haciendo lo bueno sufrís, y lo soportáis, esto ciertamente es aprobado delante de Dios. Pues para esto fuisteis llamados; porque también Cristo padeció por nosotros, dejándonos ejemplo, para que sigáis sus pisadas». En otras palabras: «No te desanimes por tu sufrimiento. Si estás sufriendo por hacer el bien, eso es una señal de que estás en el camino correcto. Mira a quién estás siguiendo. ¿Qué le sucedió? ¿Recibió aceptación universal y aclamación? No, Él conoció el rechazo y el sufrimiento». Al apelar al ejemplo de Cristo, Pedro acusó a sus compañeros creyentes de las siguientes palabras: Amados, no os sorprendáis del fuego de prueba que os ha sobrevenido, como si alguna cosa extraña os aconteciese, sino gozaos por cuanto sois participantes de los padecimientos de Cristo, para que también en la revelación de su gloria os gocéis con gran alegría (1 Pedro 4:12-13). Ahora, es cierto que algunos de los sufrimientos que enfrentamos se deben a nuestra propia estupidez. Incluso un gran ministro como Jonathan Edwards cometió errores absurdos como pastor. Cuando fue despedido de su iglesia en North Hampton, no fue solo porque era fiel a predicar la Palabra de Dios. También había convocado públicamente a algunos de los hijos de las prominentes familias para que hablaran con él en relación con un asunto escandaloso, implicando involuntariamente que los chicos eran culpables de algún crimen atroz. Edwards cometió errores pastorales relativamente pequeños que tuvieron consecuencias graves. Si usted está presentando el evangelio de una manera que lo hace atractivo a la persona carnal, está disponiendo a su iglesia a malinterpretar lo que significa seguir a Cristo. Aunque algo del sufrimiento que experimentamos es traído sobre nosotros mismos, hay aún más que se encuentra en medio de un ministerio fiel. Es normal que el mensajero de la Palabra de Dios enfrente el rechazo en un mundo caído. Si usted está presentando el evangelio de una manera que lo hace atractivo a la persona carnal, está disponiendo a su iglesia a malinterpretar lo que significa seguir a Cristo. La predicación fiel de la Palabra de Dios resultará en cierto rechazo. Ahora, aunque el rechazo es normal, no es definitivo. ¡Alabado sea Dios por semejante esperanza! Lea conmigo otra referencia al título «Hijo de Hombre», uno que aparece en Daniel 7:13-14: Miraba yo en la visión de la noche, y he aquí con las nubes del cielo venía uno como un hijo de hombre, que vino hasta el Anciano de días, y le hicieron acercarse delante de él. Y le fue dado dominio, gloria y reino, para que todos los pueblos, naciones y lenguas le sirvieran; su dominio es dominio eterno, que nunca pasará, y su reino uno que no será destruido. En el Nuevo Testamento vemos quién es este «Hijo de Hombre». Cuando le preguntaron a Jesús si era el Mesías, dijo al sumo sacerdote: «Yo soy; y veréis al Hijo del Hombre sentado a la diestra del poder, y viniendo en las nubes del cielo» (Marcos 14:62). El Siervo Sufriente es también el Rey glorioso. El patrón que se ve en la enseñanza de Jesús, en el libro de los Hechos, en 1 Pedro y en otros lugares en la Biblia es sufrimiento y luego gloria. Cuidado cuando alguien venga predicando solo gloria. Pero usted tampoco quiere a alguien que predique solo sufrimiento. Porque el sufrimiento es seguido por la gloria. No hay nada que suframos en el ministerio que no nos sea retribuido infinitamente. Desde los bordes del cielo reflexionaremos y diremos: «Ah, valió la pena mil veces». Por eso vemos la entrada de Jesús en Jerusalén en la semana de la pasión y la llamamos la entrada triunfal. Sabemos que Él va a ser traicionado y muerto, pero también sabemos que esa no es toda la historia. Jesús resucitará de entre los muertos, ascenderá al cielo y reinará allí hasta que regrese y reúna al universo para adorarle. Así que si usted ha sido llamado a servir como uno de los mensajeros de Él, recuerde estas palabras: «… puestos [fijos] los ojos en Jesús, el autor y consumador de la fe, el cual por el gozo puesto delante de él sufrió la cruz, menospreciando el oprobio, y se sentó a la diestra del trono de Dios. Considerad a aquel que sufrió tal contradicción de pecadores contra sí mismo, para que vuestro ánimo no se canse hasta desmayar» (Hebreos 12:2-3). Oración Dios, tú conoces el cansancio que tus mensajeros pueden sentir, el cual es mucho más que físico. Oramos, Señor, para que toda oposición que sentimos por parte de los hombres pecadores sea puesta en perspectiva cuando consideremos a Aquel que soportó tal oposición. Oh, Dios, danos corazones que estén fijos en la presentación del Señor Jesucristo en tu Palabra. Danos tiempo, paciencia y disciplina para meditar en Cristo. Ayúdanos a comprender más la manera de seguir a Cristo y ser tus mensajeros. Opera en nuestros corazones con tu Espíritu de una manera que nunca sería a través de la elocuencia de un orador ni de la exactitud de las descripciones de un libro, sino solamente como tu Santo Espíritu puede trabajar a través de nuestros corazones, a través de cada una de nuestras situaciones, para que recibas toda la gloria. Oramos en el nombre de Jesús, amén. 3. Epitafio de un predicador fiel John MacArthur 2 Timoteo 4:6-8 Las palabras de los hombres agonizantes tienden a ser despojadas de toda hipocresía, a revelar lo que reside dentro del corazón del individuo. Por ejemplo, Napoleón, en su lecho de muerte, expresó: «Muero antes de mi tiempo y micuerpo será dado de vuelta a la tierra para convertirse en alimento de gusanos, tal es el destino que tan pronto espera al gran Napoleón».¹ Fue Mahatma Gandhi quien dijo, al borde de su muerte: «Mis días están contados. Por primera vez en cincuenta años me encuentro en el pantano de la desesperación, todo a mi alrededor es oscuridad, estoy orando por la luz». Lo interesante es que la frase «pantano de la desesperación» proviene del libro Progreso del Peregrino, que Gandhi había leído pero no creído. Fue Charles Maurice de Talleyrand, un prominente diplomático francés del siglo diecinueve, quien escribió en una hoja de papel encontrada después de su muerte: «Qué cuidados, qué agitación, qué ansiedades, qué mala voluntad, qué tristes complicaciones, y todo esto sin otros resultados que excepto una gran fatiga de la mente y del cuerpo, y un profundo sentimiento de desánimo con respecto al futuro, y repugnancia con respecto al pasado».² ¡Qué miserables maneras de morir! Sin embargo, hay mejores formas de hacerlo. Recuerdo, en mi niñez, que visité la congregación Christ Church, en Filadelfia. Mientras recorría los predios de la iglesia encontré la tumba de Benjamín Franklin. No puedo dar fe de la pureza de su religión, pero me gustó el epitafio que escribió para sí mismo; tanto, que lo memoricé: El cuerpo de B. Franklin, impresor. Como la cubierta de un viejo libro, Sus contenidos arrancados, Despojado de su rotulación y del dorado, Yace aquí, comida para gusanos. Pero el trabajo no se perderá: Porque, como él creía, Aparecerá una vez más En una edición nueva y más elegante, Corregida y mejorada Por el Autor.³ Al igual que Ben Franklin, el apóstol Pablo escribió su propio epitafio. Esto es lo que dijo: Porque yo ya estoy para ser sacrificado, y el tiempo de mi partida está cercano. He peleado la buena batalla, he acabado la carrera, he guardado la fe. Por lo demás, me está guardada la corona de justicia, la cual me dará el Señor, juez justo, en aquel día; y no sólo a mí, sino también a todos los que aman su venida (2 Timoteo 4:6-8). Fiel hasta el fin Quiero llevarlo no a los próximos años de su ministerio, sino al final de su vida. Deseo que piense en lo que su epitafio dirá. La Segunda Carta de Timoteo (4:6- 8) contiene el epitafio del mayor siervo de Dios entre los hombres; aquí encontramos la evaluación de Pablo acerca de su propia vida. Cuando la escribió, estaba al borde de la muerte; su juicio se había realizado, su sentencia era la muerte y su ejecución era inminente. Pablo sabía que ese encarcelamiento sería el último y que estaba de camino al martirio. Supongo que por los estándares humanos ese no era un buen momento para que Pablo dejara el mundo. Estoy seguro de que entre muchos creyentes en la iglesia primitiva, había un profundo e intenso amor y afecto por el apóstol. Después de todo, muchos creyentes gentiles eran capaces de rastrear su linaje espiritual hasta su ministerio; ellos estaban en deuda con él porque les había presentado a Cristo como su Salvador. ¿Quién podría reemplazarlo? Él fue el último de los apóstoles y no hubo sucesión apostólica después de él. Pablo tuvo experiencias directas con el Jesús resucitado en varias ocasiones, siendo la primera en el camino a Damasco. No había nadie como él y, sin embargo, ya era su hora de partir. La partida de Pablo sucedió en un momento aparentemente inapropiado para la iglesia. Por ejemplo, la iglesia de Éfeso, donde Timoteo estaba pastoreando, había caído en tiempos difíciles. Pablo había iniciado esa congregación y había llegado al punto en que la gente se desviaba de la verdad y abandonaba la búsqueda de las cosas sagradas, y los líderes corruptos estaban desviando a la gente. Como resultado, la iglesia estaba errando en doctrina y conducta. Es por eso que Pablo había dejado a Timoteo al mando; esperaba que este arreglara las cosas. Pero la resistencia desde el interior de la iglesia y la persecución desde afuera evidentemente hicieron que Timoteo vacilara. En el comienzo de la carta que lleva su epitafio, Pablo escribió a Timoteo: «Trayendo a la memoria la fe no fingida que hay en ti» (2 Timoteo 1:5). Esa es una declaración interesante, es como escribir una carta a alguien diciendo: «Querido amigo, sé que eres cristiano, pero…» ¿Por qué Pablo le recordaría a Timoteo que el joven discípulo estaba en la fe?, a menos que hubiera ciertas cosas que pudieran poner en duda eso. Pablo entonces continuó explicando por qué mencionó la «fe no fingida» de Timoteo: «Por lo cual te aconsejo que avives el fuego del don de Dios que está en ti» (1:6). Él estaba diciendo: «Timoteo, tú tienes un don para la predicación y el ministerio, que fue afirmado por los ancianos de la iglesia. Avívalo». Pablo estaba preocupado porque Timoteo evidentemente había vacilado en el uso de sus dones. Debido a la presión desde el interior y la persecución desde el exterior, estaba empezando a colapsar. Por eso, en el versículo siguiente, Pablo le hizo esta exhortación: «No nos ha dado Dios espíritu de cobardía» (1:7). Cuando Pablo hablaba de la «cobardía» de Timoteo, se refería a pusilanimidad. Eso era muy serio; no solo porque Pablo, el último de los apóstoles, estaba a punto de partir, sino porque el reemplazo suyo, Timoteo, estaba decayendo. Había llegado al punto en el que Pablo consideró necesario decir: «No seas cobarde. Sigue haciendo lo que se te enseñó que hicieras». En el versículo 8 Pablo agregó: «No te avergüences de dar testimonio de nuestro Señor». Unos cuantos versos más tarde, Pablo exhortó: «Retén la forma de las sanas palabras… Guarda el buen depósito por el Espíritu Santo que mora en nosotros» (1:13-14). Cuando usted enfrenta persecución de los de afuera y resistencia de los de dentro de la iglesia, se encontrará tentado a cambiar su doctrina y transigir para poder aliviar algo de la presión. Pero Pablo le dijo a Timoteo que combatiera esa tentación y guardara lo que se le había confiado. Tenemos una idea de lo terrible que debió haber sido la situación cuando Pablo añadió: «Ya sabes esto, que me abandonaron todos los que están en Asia» (1:15). La implicación es: «Timoteo, ¿también tú te vas a desviar?» Es un lenguaje fuerte el de Pablo. Revela la condición del corazón de Timoteo y la salud de la iglesia de Éfeso. Pablo le había dado a Timoteo la responsabilidad de dirigir la iglesia en Éfeso y ser un ejemplo para las otras congregaciones. Sin embargo, Timoteo estaba dejándose llevar por la debilidad. Por eso en 2 Timoteo 2:1 Pablo escribió: «Tú, pues, hijo mío, esfuérzate en la gracia que es en Cristo Jesús». En los versículos que siguen, insistió: «Sé un soldado», «Sé un atleta», «Sé un labrador muy trabajador», «Sé un obrero diligente», «Sé un utensilio para honra y huye de los deseos juveniles» y «Sé esclavo del Señor». Pablo ordenó a Timoteo que no cediera, fallara ni transigiera. En el capítulo siguiente, Pablo escribió: «Persiste tú en lo que has aprendido» (3:14). Es importante recordar, en cuanto a lo contextual, que en 2 Timoteo 3:16 Pablo le recordó a Timoteo que toda la Escritura fue inspirada por Dios y que era provechosa para toda buena obra. Entonces en 4:2 Pablo exhortó al joven a «predicar la palabra». Toda la epístola de 2 Timoteo fue un intento del apóstol Pablo, bajo la inspiración del Espíritu Santo, por infundir fuerza en un Timoteo debilitado. Se puede ver, entonces, que desde una perspectiva humana, este no era el momento óptimo para que el apóstol Pablo partiera. Sin embargo, Pablo continuó expresando una confianza tranquila mientras se preparaba para hacerse a un lado y dejar que Timoteo lo sucediera. Después de confrontar con valentía a Timoteo, Pablo exhibió entonces una actitud triunfante al resumir su vida con estas palabras: «He peleado la buena batalla, he acabado la carrera, he guardado la fe» (4:7). En esencia, Pablo estaba diciendo: «Estoy listo para partir». Usted no puede controlar la generación que viene ni puede determinar qué pasará después de que se haya ido. Como vemos,
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