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Diamantes-por-pulir-Ignacio-Iturbe

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Colección: Edu.com
Director de la colección: Ricardo Regidor
© Ignacio Iturbe, 2011
© Ediciones Palabra, S.A., 2011
Paseo de la Castellana, 210 - 28046 MADRID (España)
Telf.: (34) 91 350 77 20 - (34) 91 350 77 39
www.palabra.es
epalsa@palabra.es
Diseño de cubierta: Marta Tapias
ISBN eBook: 978-84-9840-575-0
ePub: CrearLibrosDigitales
Todos los derechos reservados.
No está permitida la reproducción total o parcial de este libro, ni su tratamiento informático, ni la transmisión de
ninguna forma o por cualquier medio, ya sea electrónico, mecánico, por fotocopia, por registro u otros métodos,
sin el permiso previo y por escrito del editor.
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http://www.palabra.es
mailto:epalsa@palabra.es
PRÓLOGO
¡Diamantes! Las piedras más bellas y valiosas del planeta. Preciosa metáfora,
elegida por el autor, como protagonista del título. Metáfora que quiere sugerirte la
grandiosidad de la labor de padre, de madre, de educador. Metáfora, porque en toda la
Creación no existe nada comparable a la dignidad de un ser humano. Nada comparable
con la maravillosa experiencia del don de un hijo.
Tienes uno o varios «diamantes» en tus manos. Este libro te ayudará a ser un experto
diamantista. En él encontrarás compañía, recursos, trucos y recetas maestras que tu
creatividad sabrá poner en juego cada día en la educación de aquellos que tienes
encomendados. Has de tener conciencia de la grandeza de tu labor.
Labrar un diamante no lo puede hacer cualquiera. Requiere aptitud, formación,
experiencia y paciencia. Formar un hijo requiere, además, ilusión, esperanza, optimismo,
ingenio, visión de futuro, abnegación.
¿Es acaso más difícil la educación de un ser humano que la labor de pulir un
diamante? Sí, indudablemente, sí. También es una experiencia incomparablemente bella
y enriquecedora.
Necesitas verdadera vocación para educar. Vocación de amor. Pierre Termier la
definió como «una pasión de amor». Tu vocación de padre o madre te ayudará a enseñar
«la verdad y la belleza conocidas y el modo de buscar las ignoradas». ¿No es esta una
labor apasionante? Te apasionará cuando la ames profundamente. La amarás
profundamente cuando pongas todo tu potencial en ella.
Diamantes por pulir fomentará en ti la pasión de amor por formar. Su riqueza de
contenidos, la variedad de temas y la agilidad con la que está escrito te facilitará su
lectura y la ilusión por aprovechar «la edad de oro» de tus hijos.
«La frialdad de un mundo técnicamente perfecto nos ha ayudado a redescubrir cuánto
más importa a veces lo que sentimos y anhelamos frente a lo que pensamos y sabemos».
Ojalá estas páginas llenas de experiencia, de juegos, de consejos prácticos te ayuden a
reflexionar en las palabras anteriores. Debes, dejando a un lado ese mundo
«técnicamente perfecto», sentir que lo más grande que llevas entre manos es «labrar»
cada día, cada momento, cada instante, a tus hijos. Descubre el anhelo que
indudablemente sientes por hacerlos felices, por darles una infancia llena de recuerdos
inolvidables. Redescubre la esperanza que tienes puesta en cada uno de ellos.
Y, aunque pienses que este ideal de educación es inalcanzable, fomenta en tu
inteligencia, en tu corazón y en tu voluntad la constancia que necesitas para estar
pendiente de sus pequeños y grandes problemas, escucharlos, divertirte con ellos, salir al
paso de las dificultades que siempre aparecen, perseguir hábitos con objetivos pequeños,
concretos y fáciles de cumplir.
La creatividad será tu gran aliada en la formulación de metas, planes individuales,
modos y formas de tratar a cada uno, teniendo en cuenta sus rasgos de carácter. «La
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investigación muestra que la gente realiza su trabajo más creativo cuando le entusiasma
lo que hace».
¡Entusiásmate con tus hijos! Así serás creativo o creativa, ingeniosa o ingenioso e
innovador e innovadora en tu familia. Si estás leyendo tú solo o tú sola el libro, invita a
tu cónyuge a hacerlo juntos. Este puede ser un buen momento para comenzar o
recomenzar la labor de padres. Nadie os puede sustituir. Nadie os puede suplir. Hacéis
falta los dos. Sois complementarios. Vuestros hijos os necesitan unidos y coordinados
para educarlos con amor.
Tu hogar, de este modo, se convertirá en un recinto donde reine la armonía, la
serenidad, el respeto, la alegría, el entusiasmo, el afecto. Valores perdidos por una
sociedad que se mueve a ritmo trepidante, que ha perdido el rumbo, que concede más
importancia al tener, al trabajo profesional, a la mejora de la calidad de vida teniendo
como apoyo el dinero.
Tú convéncete de que la formación de un auténtico ser humano es la mejor aportación
que puedes hacer para el siguiente milenio. No solo habrás educado a un hijo o a una
hija, sino que habrás educado a generaciones.
¡Nunca te olvides de reconocer sus pequeños-grandes esfuerzos! Aprenderás a saber
motivar, reforzando sus buenas acciones. El proceso de la motivación implica «querer
hacer y saber hacer». Anímales, apóyales, espera mucho de ellos, cree profundamente en
sus posibilidades, ilusiónalos. Te aseguro que, de este modo, elevarás la categoría de tu
vocación formativa de amor.
La sociedad de hoy y del mañana te pide, a gritos, que necesita hombres y mujeres
como tú quieres prepararlos para ese mundo que han de cambiar. Cambiarán las
estructuras si consigues contagiarles humanismo y solidaridad por el ser humano en cada
una de sus edades. Si los preparas con el objetivo de llegar a ser grandes hombres,
grandes mujeres.
Pulir un diamante requiere que se estudie, previamente, las características de esa
piedra en bruto que está aún sin pulir. Algunos requerirán labrarles la cara superior;
otros, dejar superficies planas o tallarlos con biseles. En estas páginas encontrarás,
también, el modo de aprender a respetar y querer la «forma» y el «color» de esa «piedra
preciosa» que es tu hijo. Aprenderás la forma de «trabajarlos» como cada uno precisa.
Obtendrás, si eres constante, esa joya de gran valor, diáfana, de incomparable brillo.
La sabiduría de Marañón nos advierte que «la verdadera misión del maestro, mucho
más que enseñar, mucho más que enseñar cosas, es diagnosticar». Tú eres el mejor
maestro para tus hijos. Analiza su personalidad, sus perfiles intelectuales, sus puntos
fuertes y sus puntos débiles. Fomenta la esperanza y el optimismo: los grandes retos de
la antropología. Prepáralos en la ciencia más difícil de enseñar y más eficaz para la vida:
el arte de hacer felices a los demás. La ciencia del dar y darse. Camino que les llevará a
la propia felicidad y, todavía más importante, a la de aquellos que estarán a su lado cada
día.
Estudia con profundidad los consejos del libro, consúltalos con frecuencia, vuelve a
leerlos cuando llegue el desánimo. No permitas que te arrastren los sentimientos y
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estados de ánimo que enferman: tristeza, ansiedad, angustia, enfado, pesimismo. Lucha
contra ellos porque a todos nos acechan con frecuencia en esta bonita pero ardua labor.
Pide consejo a la sabiduría que siempre han aportado los libros.
Difúndelo a tus amigos, porque también necesitan ayudar al afrontar los retos de la
formación. Habla de lo que estas páginas te han enseñado, te van a enseñar. Así, no solo
afianzarás tus avances, sino que también realizarás una gran labor social. 
Recuerda que la dureza de un diamante requiere, para poder labrarlo, la dureza de otra
piedra de su misma naturaleza. Tú necesitas ser un diamante de la educación: incisivo,
preciso, exacto. Tendrás que exigirte. Los grandes educadores han mejorado formando y
aconsejando. Cuando, entre líneas, leas algo que quieras conseguir en tus hijos, formula
un objetivo para ti. Observa si tú ya lo tienes adquirido o disponte a dar buen ejemplo. El
mejor ejemplo es el de aquel que siempre vuelve a empezar un día y otro y sabe
rectificar una y otra vez.
Por último, piensa, mientras labras esa «joya preciosa», que los mejores diamantistas,
los de Amberes, Londres o Tel Aviv, no las tallan para quedárselas ni trabajan para ellos.
Esas obras de arte, las piedras más bellas y valiosasdel planeta, formarán parte de la
corona de una reina… ¡quién sabe!
Tú no te olvides de que, si pules un diamante, ese diamante está destinado a un gran
fin, un destino que ni siquiera puedes ahora soñar. Un destino que deberás respetar y
querer porque el don más grande que tiene tu hijo es el de la libertad. Libertad que
habrás sabido educar, fomentar y potenciar. Tu «diamante», ya «pulido», tendrá un
destino acorde a la dignidad y a la grandeza de ese ser humano que, con tanto esfuerzo y
amor, has sabido «labrar» para el mundo entero.
Amparo Catret Mascarell
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PARTE I. PERIODOS SENSITIVOS
«El idioma del corazón es universal, solo se necesita
sesibilidad para entenderlo y hablarle»
(Jacques Duclós)
«El alma de los niños es un espejo donde se retrata
la naturaleza»
(Cicerón)
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Introducción. Como una segunda infancia
Después de pasar la barrera y la crisis en torno a los seis años, los hijos se
encuentran en una segunda infancia. Por una parte, han dejado de ser niños pequeños,
pero aún han de transcurrir unos cuantos años antes de que la adolescencia haga acto de
presencia.
Los seis años marcaron, dentro del desarrollo del niño, una importante etapa de
transición que conllevó toda una serie de reacciones fisiológicas y psíquicas. Durante
unos meses, el niño se sintió desorientado, incómodo y con miedo, reaccionando a veces
de forma desproporcionada, violenta o, como mínimo, desconcertante. Como si se tratara
de una pequeña adolescencia. Las causas son el propio desarrollo, los cambios que
experimenta y las nuevas realidades de las que ahora toma conciencia: es la crisis de los
seis años, que da paso a una de las etapas más interesantes y aprovechables en la vida de
chicos y chicas.
Una infantil presunción
Tras pasar esta crisis se produce una etapa de estabilidad emocional. A partir de ahora
se sucederán unos años de remanso, de calma, lo que no supone un retroceso o
estancamiento en su evolución. Es un período de concentración de fuerzas para futuros
«saltos» y «revoluciones» que pueden sorprender a los padres. Esta calma es necesaria
ya que proporciona a los hijos una cierta seguridad en sí mismos, algo así como una
ingenua e infantil presunción.
Si en el plano emocional se habla de remanso, en el físico hay que hablar de
desbordamientos y riadas. Las dos características conviven juntas y se complementan: a
la vez que necesitan esa seguridad emocional como una batería cargada para el futuro,
necesitan también descargar la energía sobrante, que a estas edades es mucha. Han de
moverse y jugar, realizar actividades, estar continuamente en acción, practicar deportes.
Todo ello se ve favorecido con una coordinación más fina, con el crecimiento continuo
de su cuerpo, con el fortalecimiento de sus músculos…
Edad de la razón
Empieza a surgir ahora en los niños el pensamiento lógico-concreto. Es decir, puede
decirse que comienzan a razonar, a partir de situaciones concretas. Se produce el paso de
su mundo al mundo de los otros y comienzan a reconocer, en efecto, que sus puntos de
vista son relativos ya que existen otros distintos. Los hijos, a estas edades, pueden
sorprender por su cordura, por sus razonamientos aplastantes y por su gran lógica…
siempre adaptada a su edad.
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Son más «realistas», en el sentido de que lo no-real pierde interés: solo es real lo
concreto, lo que tocan… Cuando se habla con ellos se comprueba cómo desconectan en
cuanto se les habla de una manera demasiado elevada; volverán a hacer caso en cuanto
se toquen temas como el fútbol o algún compañero de clase. Se trata de una evolución
normal. Han dejado atrás la etapa de la imaginación, ahora se encuentran en la del
realismo, y con la adolescencia y consiguiente madurez llegarán a la del pensamiento
abstracto, a los ideales elevados, etc. 
De todas maneras, siguen gustándoles, porque siguen siendo niños a pesar de todo, lo
fantástico de los cuentos, lo maravilloso de las historias, lo increíble y lo imposible.
Buenos compañeros
El sentido del compañerismo cobra gran importancia para chicos y chicas, a la vez que
el colegio se convierte en el centro de su vida. Ese será su mundo: las clases, profesores
y compañeros, sobre todo. Va afianzándose su sociabilidad, su capacidad de jugar en
grupo, de hacer amigos y de formar pandillas. 
En todo este nuevo ámbito (hasta ahora se movían únicamente alrededor de sus padres
y de su casa) deben sentirse queridos y aceptados para evitar frustraciones. Este proceso
avanza de la mano de otra tendencia: se hacen más autónomos de sus padres.
En ti confío
Nunca y por nada han de perder los niños la confianza y la seguridad en sus padres,
por lo que hay que cuidar especialmente el equilibrio afectivo y moral en casa. Antes, no
se enteraban demasiado del ambiente que se vivía en el hogar; cuando sean mayores ya
tendrán sus propias ideas… Pero ahora, a partir de los siete años, son como un amasijo
de arcilla al que se va dando forma día a día como unos pequeños diamantes que se van
puliendo; cuando lleguen a la adolescencia ya se habrá endurecido y será más
complicado tallar. 
Hay que consolidar la autoridad basándola en la libertad y la confianza. Los hijos
pertenecen a unas generaciones nuevas, con unas costumbres y modos distintos, a los
que no hay que oponerse por sistema. Una madre, padre o profesor, excesivamente
autoritario o superprotector, por ejemplo, podría estropear el proceso normal de
desarrollo.
Por tanto, casi hay que rechazar de plano los castigos físicos y las brusquedades, por
la gran sensibilidad de los niños y por lo frágil de su personalidad en evolución. Se debe
corregir con prudencia y sin precipitaciones y siempre es importante escuchar sus
razones, recordando que su lógica es distinta a la adulta.
Pequeños filósofos
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Puesto que ya son capaces de razonar, se puede comenzar a favorecer mucho, desde
ya, el diálogo… en casa, en clase, con los compañeros, etc. Hacerles muy a menudo
preguntas abiertas (en las que tienen muchas alternativas para responder), pedirles su
opinión, hablar con ellos como si fueran personas mayores… Así se les ayuda a conocer
el mundo que les rodea de una forma más concreta y exacta de la que ellos se imaginan.
Podrá comprobarse cómo se sorprenden continuamente ante las explicaciones de sus
padres, como si no hicieran más que aprender cosas nuevas día tras día.
Mini voluntarios
Por último, también hay que impulsar una de las tendencias que aparece con más
fuerza: la sociabilidad, el compañerismo y la solidaridad. Son como pequeños
voluntarios dispuestos a ayudar en lo que haga falta y a quien sea necesario… solo piden
un poquito de motivación y de reconocimiento. En casa y en la clase debería respirarse
un ambiente de afecto y de preocupación por los demás constantemente.
UN CONSEJO PRÁCTICO
Una palabra clave para la educación de los hijos a todas las edades: diálogo. Pero
ahora tiene una gran importancia como base de la confianza y cimiento para una buena
adolescencia. A estas edades, las conversaciones tienen unas características propias, ya
que hay que hablar más de lo real, concreto y anecdótico. Es necesario para conseguir
mantener el interés de esa conversación, ya que lo importante es hablar, más que de lo
que se habla.
Piensa que…
Si aún está en plena crisis de los seis años, habrá que esperar antes de proponerse
nada, ya que no está receptivo. Pero, en cuanto se tranquilice, hay que actuar sin
demora aunque el remanso de paz y la ausencia de problemas no lo «recuerden».
Los niños y niñas necesitan expansionarse físicamente y gastar energías, por lo que
hay que procurar que puedan moverse fuera de casa a menudo. En muchas ocasiones
pueden bajar solos a la calle o al parque. Esto les dará libertad, responsabilidad y
movimiento.
A estas edades, cualquier actividad puede ser formativa para chicos y chicas. Hay
que procurar que aprovechen el tiempo y se acostumbren a estar siempre ocupados:
deportes, juegos, hobbies, libros…
Con un poco de motivación, los chicos y chicas son capaces de actuar como se les
diga…Pero también necesitan que les reconozcan cuando hacen las cosas bien.
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Antes de corregir hay que escuchar sus «lógicas» razones; y, si se merece el castigo,
se rechazarán de plano los físicos.
Se puede aprovechar su voluntarismo innato: primero, en casa; luego, poco a poco,
en círculos más amplios hasta orientarle hacia alguna actividad de voluntariado
cuando sea más mayor.
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Capítulo 1.La edad de oro en educación. Sus períodos sensitivos
En el desarrollo de los hijos existen unos períodos en los que parece que el
organismo tiende intuitivamente a realizar una determinada acción: son los períodos
sensitivos. Y, precisamente, entre los siete y los doce años se produce una de las etapas
más fructíferas e interesantes de la educación de los hijos pues tienen lugar períodos
sensitivos, como el de la generosidad, la perseverancia o el esfuerzo.
¿Qué son los períodos sensitivos? Son momentos en la vida de los hijos en los que el
aprendizaje es ayudado por una tendencia natural; parece como si todo su ser se viera
estimulado a actuar en un determinado sentido. Se habla de períodos, precisamente,
porque corresponden a una determinada etapa de la vida, y se llaman sensitivos porque
son independientes de la voluntad. Aunque, como es natural, no se adquiere realmente
una virtud hasta que los hijos no quieren, libremente, repetir los actos propios de dicha
virtud. 
El hecho de que existan estos períodos sensitivos tiene unas consecuencias: deja
huellas positivas en las células cerebrales (es decir, ayuda a la creación de hábitos) y se
obtienen resultados altos con un nivel bajo de esfuerzo.
Una sola vez
Los períodos sensitivos suceden una sola vez en la vida y desaparecen con la edad
adulta, es decir, alrededor de los veinte años. Hasta los 12 años tienen lugar el 80% de
estos períodos, por lo que la educación cobra especial importancia en esta etapa. Estos
períodos varían poco de un niño a otro. Las máximas diferencias dependen de las razas y
del clima de donde proceden. Dentro de una misma región las diferencias son pequeñas
y en una misma familia aún menores. 
La duración de estos períodos es muy variable y no se adaptan a una regla fija. Pueden
durar desde unos meses («el afán por andar» en los bebés) hasta más de diez años («el
placer de repetir»), pero la intensidad no es constante siempre. Igual que la experiencia
muestra que existe una edad idónea para comenzar a practicar los ejercicios físicos
como, por ejemplo, determinados deportes, también existen unos años en los que se
forjan los valores más importantes del carácter y de la personalidad de los hijos e hijas. 
La edad de oro
A partir de los siete años y hasta la llegada de la adolescencia, los padres van a vivir
unos años tranquilos durante los cuales los hijos se convierten en pequeñas y
encantadoras personas. Se encuentran en una segunda infancia, una etapa que es como
un remanso de tranquilidad y estabilidad… Justo el mejor momento para sembrar,
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cuando la tierra está húmeda y blanda: aún han de transcurrir unos cuantos años antes de
que la adolescencia endurezca el terreno. 
Se dice que los hijos se encuentran en la edad de oro de la educación, pues tienen
lugar un amplio número de períodos sensitivos que hacen referencia al comportamiento
y al carácter. Esta edad de oro suele terminar antes de los doce años: tan buenas
disposiciones hay que aprovecharlas para que realicen actos buenos.
Con un poco de motivación se puede aprovechar esta característica de la edad para
que los hijos adquieran buenos hábitos. Será algo sencillo, pues todo su ser está
preparado para adquirirlos; poco a poco deberán ir asimilándolos y comprendiendo por
qué deben portarse así. Esperar lo contrario puede ser irreal: por ejemplo, pretender que
sean sinceros cuando puedan comprender que deben serlo… pero sin haber tenido nunca
la oportunidad de ejercitarse.
Peligro: dejarlo estar
Pero por el mismo motivo existe el peligro de que, como no van a darse grandes
problemas durante estos años, se piense que no hace falta actuar. Al contrario, hay que
aprovechar muy bien estos años. Es una etapa crucial en la que ocurre como en una
pendiente empinada, si no se avanza, se retrocede; es imposible quedarse parado y
dejarlo estar. 
Estos años pueden coincidir con la escalada profesional de los padres, que,
frecuentemente, no tienen tiempo de estar a su lado. Además, la influencia externa es
fuerte y puede llevar a los hijos por otros derroteros, echando por tierra sus buenas
disposiciones. 
Cuando se sabe ayudar y apoyar a los hijos en esta edad, se evitan la mayor parte de
los problemas que surgirán en los años críticos de la adolescencia. La educación no es
una lotería, no basta con pensar «a ver si tenemos suerte»; resulta mucho más efectivo
adelantarse a los acontecimientos y preocuparse antes por los hijos, para no tener
necesidad de hacerlo después. En educación, prevenir es más fácil.
Los más importantes
A continuación se ofrecen algunos de los períodos sensitivos más importantes: 
SINCERIDAD. El período sensitivo de la sinceridad se vive entre los tres y los nueve
años; a partir de los siete, como una consecuencia de la justicia: saben que deben decir la
verdad sin necesidad de haber recibido clases especiales. Al llegar al uso de razón
comienzan a comprender el valor moral de la verdad y son capaces de esforzarse por
vivirla, aunque a veces les cuesta.
Por la parte positiva de su naturaleza, los hijos tienden a ser sinceros, pero, cuando no
se fomenta esa costumbre, pueden descubrir las grandes ventajas de saber mentir. La
virtud de la sinceridad es básica en la adolescencia y, por ello, deben vivirla desde
pequeños y conocer su valor. 
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ESTUDIO. El niño de siete a doce años está predispuesto a estudiar viviendo
períodos sensitivos que le ayudan: el afán de aprender y la tendencia a la curiosidad.
Saber cosas nuevas le apasiona, descubrir la naturaleza, la vida de las plantas y los
animales… Les gusta destacar, sobresalir y son capaces de luchar por ser los mejores.
Por otra parte, los problemas familiares o ser rechazado por un grupo de amigos pueden
ocasionar reacciones contrarias al estudio.
Cuando un niño o niña de siete a doce años no estudia, se debe pensar que existe un
problema y la forma directa de que se recupere es descubrirlo cuanto antes. Los períodos
sensitivos que está viviendo juegan a favor y, en general, con amor, motivaciones
positivas y paciencia se puede corregir el problema.
GENEROSIDAD. El período sensitivo de la generosidad se vive entre los siete y los
once años. Sin duda en estas edades, los niños experimentan el impulso de ser generosos,
prestar servicios y ayudar. El valor de la generosidad es muy difícil de apreciar
objetivamente por otros, pues depende más del esfuerzo y de los motivos internos de la
persona que entrega, que del acto exterior que se pueda contemplar.
Es misión de los padres ayudar a los hijos para que sean generosos. Esta edad es el
momento oportuno para desarrollar tres virtudes: generosidad, laboriosidad y
reciedumbre. El sentido natural de la justicia, la apertura hacia los padres y la tendencia a
obedecer ayudarán a consolidar la generosidad; pueden existir rebeliones pero serán
cortas y se olvidarán pronto. A los siete años, la razón está empezando a trabajar y se
despierta en los niños una tendencia natural a ayudar, a hacer encargos, a darse; pero es
necesario encauzarlos, guiarlos y hacerles descubrir la necesidad de ser generosos y la
alegría que se siente después de serlo.
Es conveniente explicarles que la generosidad y el servicio a los demás es un deber de
las personas que se gratifica por sí mismo, con la alegría del deber cumplido y con la
satisfacción de realizar algo bien hecho. A esta edad, ya se comprende este lenguaje.
Además del ejemplo de los padres, una constante que no cambia, hay que
proporcionarles distintas oportunidades para darse y enseñarles a que las busquen ellos
solos:
• Ayudar en casa
• Cuidar a un hermano pequeño
• Prestar cosas a un amigo
•Tomar la peor parte en el postre
• Repartir golosinas
• Saber perdonar a los demás
• Acordarse de dar las gracias
FORTALEZA Y CARÁCTER. A estas edades hay que ayudar a los hijos a adquirir
unas capacidades muy importantes para poder enfrentarse a la vida: la voluntad para la
lucha y la capacidad de sacrificio. Para ello, hay que esforzarse diaria y continuamente,
como un entrenamiento, en esa multitud de pequeños detalles que suponen un
vencimiento.
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UN CONSEJO PRÁCTICO
A estas edades, los hijos se sienten apasionados por los pequeños retos, especialmente
si conllevan algo de esfuerzo. Suele ser uno de los modos más adecuados para
motivarles, apelando a su capacidad de autosuperación. Por ejemplo, se puede establecer
un compromiso entre padre e hija: ella se sienta a estudiar a una hora fija, mientras que
su padre se sienta a leer un libro a esa misma hora.
PIENSA QUE...
Que existan los períodos sensitivos no quiere decir que los hijos se desarrollen
mecánicamente y que no estimular una capacidad en su momento sea irreversible.
Al contrario, por ser libres y por querer hacerlo, se puede llevar a cabo un
aprendizaje fuera de su período sensitivo natural. Eso sí, siempre costará más trabajo
y se aprenderá peor. 
También es posible que, existiendo un período y experimentando el niño las ganas
de hacer algo, libremente se niegue a hacerlo. Por eso los padres no pueden quedarse
dormidos: no basta con que tengan lugar los períodos, hay que actuar, pues hay
circunstancias (como el ambiente exterior) que suelen jugar en contra.
Si se tienen hijos en esta edad, el campo que se presenta es inmenso. Un primer paso
consiste en reservar una tarde, marido y mujer, para pensar tranquilamente en cada
uno de los hijos, con el mismo interés y eficacia que se espera de una reunión
profesional. Se trata de reflexionar sobre los puntos fuertes y débiles, dónde interesa
más insistir, etc.
Cualquier actividad puede ser formativa. Jugar a un juego de mesa, por ejemplo,
puede ser educativo si se respetan las reglas, si se vive la generosidad, si se respeta
al contrario… Por eso, hay que procurar que aprovechen el tiempo y se acostumbren
a estar siempre ocupados: deportes, juegos, hobbies, libros…
El interés por aprovechar esta etapa única en la educación en los hijos es ya algo
positivo. Quizá los esfuerzos no parezcan recompensados a corto plazo; no importa:
si se trabaja con constancia, se recogerán los primeros frutos al llegar la
adolescencia.
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Capítulo 2. Educar en el esfuerzo. No me apetece...
«Es que no me apetece, es que no tengo ganas…». Si esta fuera la razón para hacer
las cosas, los hijos… ¿estudiarían alguna vez?, ¿se harían la cama? Y, cuando crezcan,
¿sabrán enfrentarse a las dificultades de la vida? Porque solo apetece lo fácil y lo
cómodo. Una tarea urgente para no hacer de los hijos unos blandos consiste en
enseñarles el valor del esfuerzo, la necesidad de tener fuerza de voluntad.
Entre los 7 y los 12 años (período conocido como preadolescencia), los hijos se
encuentran en un momento decisivo de su vida. Es el momento de educarles en la
generosidad, ayudarles a ser trabajadores, sinceros… Y, por supuesto, es cuando se da el
pistoletazo de salida para crear en ellos la capacidad de esfuerzo.
No es que sea imposible, pero en la adolescencia costará mucho más hacer de los hijos
personas que no se arredran ante las dificultades y hacen siempre lo que tienen que
hacer. Por eso hay que comenzar ahora que se está a tiempo y tienen mucho a favor.
Ir de duros
Además, solo hay que pensar en la típica imagen bastante frecuente entre los
adolescentes y jóvenes de hoy: chicos y chicas blandos, con una personalidad débil,
caprichosa e inconstante, incapaces de ponerse metas concretas y cumplirlas. Al no
haber luchado ni haberse esforzado a menudo en cosas pequeñas, tienen el peligro de
convertirse en no aptos para cualquier tarea seria y ardua en el futuro. Y, claro, la vida
está llena de este tipo de tareas.
Si se quiere evitar esta situación, hay que ayudar a chicos y chicas, cada día más, a
adquirir unas capacidades muy importantes para poder enfrentarse a la vida: la voluntad
para la lucha, la capacidad de sacrificio y el afán de superación. Y, si no se consiguen, se
cae en la mediocridad, el desorden, la dejadez… Por eso, no extraña que hayan llamado
a la fuerza de voluntad la facultad de la victoria.
Evitar la tentación
Quién más, quién menos, puede caer en la tentación de creer que una parte importante
de la labor de padres consiste en evitar los escollos a los hijos y sustraerles al dolor. La
mejor herencia para ellos, sin embargo, consiste en dotarles de la capacidad de valerse
por sí mismos, que sean capaces de ser útiles a la sociedad y de formar una familia… en
cualquier circunstancia, incluso en las dificultades.
Con muy buena intención, algunos padres pueden actuar de un modo
contraproducente para sus hijos: proporcionarles una vida fácil y cómoda, darles todo
hecho, quitar de su camino todo sufrimiento y dolor, hacer comentarios llenos de
compasión hacia ellos en su presencia, tratarles siempre como a niños, proporcionarles
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mimos, carantoñas y blandenguerías… Todo ello acabará perjudicándoles pues han de
ser ellos, no sus padres, quienes tendrán que superar las dificultades futuras con sus
propias energías.
Criterios generales
Para fomentar en los hijos la fuerza de voluntad, se puede comenzar teniendo en
cuenta una serie de criterios generales para vivir el esfuerzo en el hogar:
El ejemplo por parte de los adultos tiene una gran importancia, especialmente el de los
padres.
El ejemplo por parte de los adultos tiene una gran importancia, especialmente el de los
padres.
Los chicos necesitan motivos valiosos por los que valga la pena esforzarse y contrariar
los gustos cuando sea necesario. Hay que presentar el esfuerzo como algo positivo y
necesario para conseguir la meta propuesta: lo natural es esforzarse, la vida es lucha.
A esta edad hace falta cierta exigencia por parte de los padres. Con los años, es lo
deseable, se transformará en autoexigencia.
Hay que plantear metas a corto plazo, concretas, diarias, que los padres puedan
controlar fácilmente: ponerse a estudiar a hora fija, dejar la ropa doblada por la noche,
acabar lo que se comienza, etc.
Las tareas que se propongan a los hijos han de suponer cierto esfuerzo, adaptado a las
posibilidades de cada uno. Que los hijos se ganen lo que quieren conseguir.
Las tareas tendrán una dificultad graduada y progresiva, según vayan madurando.
Conseguir metas difíciles por sí mismos, gracias al propio esfuerzo, les hace sentirse
útiles, contentos y seguros.
Muchas veces el fracaso será más eficaz que el éxito, en la búsqueda de una voluntad
fuerte.
Disciplina
Un buen medio para fortalecer la voluntad consiste en seguir una disciplina y una
exigencia. Por ejemplo, ateniéndose a unas normas de convivencia en casa, en el
colegio… Por eso son convenientes los juegos y deportes: en ellos deberán observar
unas reglas elementales que les creen hábitos de disciplina: horarios de entrenamiento,
obedecer al entrenador, cuidar de su material, etc.
Al hacer vivir esta disciplina hay que tener en cuenta el modo de ser, la edad y las
posibilidades de cada uno de los hijos, respetando su personalidad y sabiendo conjugar la
exigencia y la firmeza, con el cariño y la comprensión.
Es importantísimo que los hijos lleguen a comprender el valor de la obediencia.
Haciendo caso a los padres y profesores, chicos y chicas actúan con un objetivo concreto
y preciso en vez de seguir los impulsos de las propias ganas o apetencias. Se les debe
acostumbrar a comprender las razones de la obediencia: obedeciendo encauzan sus
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energías y capacidades, lo que les ayudará a construir una personalidad fuerte y definida.
Pero para que haya obediencia ha de existir autoridad efectiva de los padres: no hay que
tener miedo a exigir.
Contar con un horario les ayudará a desarrollar su capacidad de autoexigencia. Es
bueno que los hijos cumplan un plan,sin cuadricularles ni encorsetarles, incluso que lo
escriban ellos mismos con ayuda de sus padres. Si desde pequeños se acostumbran a
hacer en cada momento lo que deben y no lo que les apetece, se habrá avanzado
decididamente hacia una voluntad fuerte. Dentro del horario tiene una particular
importancia la puntualidad al levantarse.
Renuncias y sacrificios
El dominio de sí mismo es otra buena escuela para el fortalecimiento de la voluntad.
El autodominio consiste en controlar los impulsos espontáneos que no vengan a cuento:
levantarse mientras se estudia, gritar, lanzarse a por su comida preferida, incluso antes de
que se ponga el plato encima de la mesa… Poco a poco, chicos y chicas deben
controlarse y, en concreto:
Vencer el mal humor.
Renunciar a la curiosidad en cosas que no les incumben.
Saber acabar todos los proyectos que han empezado.
Dominar la impaciencia.
El vencimiento habitual en estas cosas, aparentemente menudas, va creando hábitos de
autodominio y de renuncia. Constituye un entrenamiento insustituible para la batalla de
la vida diaria que les espera dentro de unos años. Es deber primordial de los padres
prepararles para esa batalla oculta, para que no se desanimen ante las contradicciones ni
ante las derrotas pequeñas o grandes que, inevitablemente, sufrirán.
A veces convendrá renunciar a cosas buenas para robustecer esta fuerza de voluntad e
ir alcanzando la madurez. Por ejemplo, ceder el asiento a una persona mayor en el
autobús, dejar el bombón para la hermana pequeña o el amigo, etc. Otras veces,
interesará crear las ocasiones: preparar una excursión con la familia en la que se ande
mucho, cocinar con toda la intención un plato no especialmente del agrado de los
hijos… 
Trabajo bien hecho
Sin duda alguna, no hay medio más efectivo para desarrollar la fuerza de voluntad que
el trabajo; pero el trabajo bien hecho. Una persona que, desde pequeña, se acostumbra a
trabajar esforzadamente no se dejará llevar por la ley del gusto y de la simple apetencia.
Para ello, hay que enseñarles a realizar sus actividades con perfección, ya se trate del
estudio o de los encargos que tienen en casa para ser útiles. Que terminen bien las cosas,
y no se acostumbren a ser chapuceros o a dejar sus tareas a medio hacer. Como afirman
varios profesores y psicólogos, la obra bien hecha, el trabajo bien acabado, es un
17
fundamento seguro para educar una voluntad fuerte. Para que el trabajo cumpla su
función educativa, ha de ser realizado con la mayor perfección de que es capaz la
persona en cada momento.
UN CONSEJO PRÁCTICO
Para educarle en el esfuerzo, se pueden proponer una serie de objetivos concretos, a
corto plazo, que sean fáciles de controlar diariamente. La fuerza de voluntad se forja en
cumplir habitualmente todo lo que hay que hacer, aunque no apetezca. Así, una semana
se le puede decir que se esfuerce por acabar siempre su plato de comida; otra, que se
levante puntualmente de la cama, etc.
Piensa que…
Es bueno establecer junto al hijo un horario, con el suficiente tiempo libre para que
no sea ni agobiante ni fácil. Así siempre sabrá lo que tiene que hacer y lo que no.
Al comenzar algo, hay que preguntarle si cree que va a terminarlo, porque, si lo
empieza, se le exigirá que lo acabe.
En sus deberes del colegio y en sus encargos se le debe exigir la mayor perfección,
de acuerdo a su madurez, que sea capaz de alcanzar.
A veces, es bueno provocar situaciones algo molestas por su incomodidad:
caminatas largas, comida que no le gusta, recados molestos, madrugones…
Dejar pasar tiempo entre una petición que haga y su cumplimiento ayudará a
fortalecer su voluntad. Si se lo gana, aún mejor.
Antes de hacerle nada, hay que probar a que lo haga él por sí mismo. A pesar de que
a sus padres le cueste la mitad de tiempo.
Es necesario exigirle autodominio en sus impulsos espontáneos, en su mal humor y
en sus impaciencias.
No hay que permitirle quejarse de los esfuerzos y las contrariedades. Que tampoco
oiga nunca comentarios de compasión hacia él.
Se les debe acostumbrar a ir asumiendo responsabilidad en sus acciones y
decisiones.
¿QUIERES SER UNA PERSONA FUERTE?
Espera un momento y párate a pensar. ¿Cuántos años tienes? ¿Ocho? ¿Diez? Te
encuentras en la edad justa para acostumbrarte a los esfuerzos, para perder el miedo a las
dificultades… pero, claro, para eso hay que entrenarse a diario:
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Niégate a lo fácil, desconfía de cuanto se te ofrece sin esfuerzo. No existen los
cursos de idiomas sin esfuerzo.
Exígete una mayor perfección cada día en lo que haces: en tus apuntes, en tus tareas
del colegio.
Lucha cada día contra los defectos que tienes y que conoces muy bien.
No te dejes vencer por el desánimo y vuelve a insistir todas las veces que sean
necesarias.
Entiende el valor positivo de los sacrificios cuando tienes que quedarte a cuidar de
tu hermano en vez de ir a jugar un partido de fútbol.
Cuida los detalles pequeños: sí importa usar jabón al lavarse las manos.
Afronta con serenidad los acontecimientos, pensando dos veces las cosas antes de
hacerlas.
No dejes que te domine la pereza. Ten siempre algo que hacer.
Imponte un horario para las actividades, como modo permanente de exigirte.
Cumple todos los compromisos, no reveles los secretos que te confían, acaba lo que
empiezas y procura no comenzar lo que sospechas que no podrás llevar al final.
Responde noblemente de las propias acciones, asumiendo la responsabilidad de lo
que haces.
Procura mantener el buen humor cuando las cosas no han salido como deseabas.
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Capítulo 3.Aprender a ser generoso. La alegría de dar y darse
A partir de los siete u ocho años comienzan las relaciones de amistad realmente
desinteresadas y los chicos y chicas descubren con mayor profundidad lo gratificante de
pensar en los demás. Es el momento de ayudarles a salir del egocentrismo infantil y
enseñarles, de modo práctico, a comprender que el egoísmo es uno de los grandes
enemigos de la felicidad.
A veces, chicos y chicas tienen unas manifestaciones de egoísmo asombrosas: les
molesta que otros disfruten más que ellos y les cuesta prestar, compartir, ayudar y
preocuparse de los demás… No significa que sean casos perdidos de egoístas, sino que
aún no han aprendido a ser generosos. Y es justamente a partir de los ocho o nueve años,
cuando se inicia el mejor momento para educar en la generosidad. Los hijos se
encuentran en este período sensitivo, especialmente sensibles a lo que suponga
compartir, pensar en los demás, dar parte de su tiempo… 
El gran tesoro
Es conveniente explicarles que la generosidad y el servicio a los demás es un deber de
las personas que se gratifica por sí mismo, con la alegría del deber cumplido y con la
satisfacción de realizar algo bien hecho. A esta edad ya se comprende este lenguaje pero
quizá lo entiendan mejor con pequeñas historias o con ejemplos gráficos.
Para hablarles de la generosidad se les puede decir que todos tienen la posibilidad de
darse a los demás para hacerles un bien y que esa capacidad es como un tesoro que se
posee y se debe repartir, porque si no se entrega, no sirve ni para uno mismo ni para
nadie. Ese tesoro solo tiene un fin: repartirlo para hacer el bien a los demás, y es eso lo
que da la felicidad. Si no se da nada, la gente se hace egoísta y el egoísmo solo produce
tristeza.
El premio: la felicidad
Se trata, en definitiva, de que sepan buscar la felicidad de los demás pues es uno de
los caminos más directos para lograr la propia. Pero a los chicos no les sirven las teorías,
necesitan experimentarlo.
Quizá se pueda comenzar por demostrar lo contrario: el egoísmo produce tristeza.
Seguro que llegará una oportunidad en que el hijo o la hija se haya emperrado en no
prestar algo, en no ceder parte de su tiempo para ayudar, etc. Tras dejar pasar algo de
tiempo (al día siguiente, por ejemplo, para que aún se acuerde), se le hará ver lo mal que
lo pasó, lo triste que estuvo y el mal rato que hizo pasar a los demás. 
De igual modo, también llegará una ocasión en la que haya cedido a sus gustos para
ayudara los demás. Es el momento de los elogios y reconocimientos, grandes armas
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educativas de las que disponen los padres. Así, se dará cuenta de que, además de echar
una mano a otro y sentirse feliz, pone contentos a sus padres.
¿A ti te gustaría?
A veces, el chico entiende mejor todo cuando ha sufrido el egoísmo de otro
compañero o de algún hermano más pequeño. Se pueden aprovechar estos momentos
para que comprendan que, siendo generosos, no solo se hacen felices a los demás, sino
que somos felices nosotros mismos. E, igualmente, si un hijo está un poco insoportable,
se le puede decir: «¿A ti te gustaría que hicieran contigo lo que estás haciendo tú?».
Cuando cuente que una amiga suya no le ha dejado jugar con su pelota (o cualquier
otra circunstancia) se le puede hacer ver: «¿A que no te gusta que hagan eso contigo?
¿Tú crees que el otro niño es más feliz? ¿No hubiera sido mejor para todos que prestara
su balón? Pues yo quiero que tú seas feliz y hagas feliz a los demás».
«Hogares generosos»
El chico o chica no aprenderá a base de sermones, sino respirando ese ambiente en su
propia casa. El ejemplo de padres y hermanos vuelve a convertirse en fundamental. Es
hora de autoexaminarse: ¿Sale malparado en el hogar todo lo que signifique esfuerzo,
preocupación por los demás, cesión del propio tiempo?
Esta es una lista de objetivos que pueden establecerse para construir un hogar
generoso:
Hablar bien de la gente, especialmente cuando no está presente.
Escuchar con paciencia a los demás, esperando el turno, aunque lo que se quiera decir
parezca más interesante: es más importante no cortar a mamá o al hermano.
Elegir temas de conversación que gustan a los demás.
Aceptar los encargos con alegría, sin criticar, porque se es una familia.
Cuando en la televisión aparezca una desgracia, comentarla como tal, interesándose
por el dolor ajeno. Si es posible, hacer algo para ayudar.
Ahorrar algo de dinero para comprar regalos a los hermanos o a los padres en el día de
su cumpleaños. Comprar con su paga golosinas a los más pequeños los domingos o
echar algo de dinero en la iglesia los domingos o darlo a los necesitados.
Ayudar a los hermanos más pequeños no es una carga, sino un deber. 
A través del juego
Para los chicos, gran parte de su vivir es jugar, y el juego puede tener un gran valor
educativo y una influencia considerable sobre su formación. Tanto en las actividades
deportivas como en todo tipo de juegos, deben comprender pronto que el mejor medio
para divertirse es hacer que los demás se diviertan: los planteamientos egoístas
desembocan en grandes aburrimientos.
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UN CONSEJO PRÁCTICO
El amigo invisible: En este juego, se apunta cada nombre en un papel y se meten los
papeles en un saco. Luego, cada uno saca un papel y le toca un nombre. El juego
consiste en actuar como el amigo invisible de la persona que nos ha tocado sin que se dé
cuenta.
A la semana siguiente, o cuando se decida, cada uno intentará averiguar quién ha sido
su amigo invisible y qué detalle de generosidad ha tenido con él. Al final, todos dirán lo
que han hecho por los demás (ayudar a subir la bolsa de la compra a mamá, explicar una
lección al hermano pequeño, etc.). El juego puede hacerse para toda la semana o solo un
domingo, o aprovechando un día de campo, etc.
Piensa que…
A esta edad, los hijos no se mostrarán especialmente egoístas. Sin embargo, no se
puede esperar a que lo sean para comenzar a educarles en la generosidad. Este es el
momento propicio.
Se debe procurar de vez en cuando (no muy a menudo para que no sea un rollo)
hablar con el hijo o hija del tesoro de la generosidad y de lo feliz que hace darse a
los demás.
Las pequeñas historietas graciosas, o con sucedidos reales curiosos en los que se
destaquen actos generosos, pueden ser de gran ayuda.
Si se es testigo, junto al chico, de un comportamiento egoísta, se puede aprovechar
para enseñarle que eso provoca tristeza y no es lo que se quiere de él.
Si se niega a dejar un juguete o a hacer un recado, etc., se puede cambiar la situación
planteándole: «¿A ti te gustaría que hicieran esto contigo?». Cuando se tranquilice,
se le explicará, además, que siendo egoísta solo se pasa mal.
Cuanto más se relacione con sus amigos más aprenderá a ser generoso, a ceder y a
ayudar. Para ello son muy importantes las actividades deportivas, especialmente las
de equipo.
EL CUENTO DE LA GENEROSIDAD
Había un rey que deseaba edificar un gran palacio y encargó a uno de sus hijos que
lo construyera. Le entregó la suma de dinero necesaria. Pero el muchacho, que era
un listillo, pensó: «Construiré el palacio con malos materiales, más baratos, y me
quedaré con el dinero que ahorre. Poco me importa si después se viene abajo el
palacio». Así lo hizo y, cuando lo hubo terminado, se presentó ante su padre y le dio
la noticia: «El palacio está terminado». El rey tomó las llaves y se las devolvió a su
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hijo con estas palabras: «Te entrego el palacio que construiste. Es para ti. Esta es tu
herencia».
Cuando uno actúa habitualmente con esa mentalidad de buscar el provecho propio
por encima de casi todo, suele sucederle como a este personaje del cuento: en cierto
momento de su vida recibe el pago a su falta de generosidad. Se encuentra con que,
con su egoísmo, se ha hecho mucho daño a sí mismo.
REPETICIÓN DE ACTOS GENEROSOS
La generosidad, como toda virtud, se logra a través de la repetición de actos, hasta que
los hijos adquieren esta virtud como una característica más de su personalidad. A lo
largo del día, se les puede insistir en numerosos detalles para que vayan realizando actos
de generosidad, apelando siempre a ese tesoro que guardan.
En lo material
Dentro de un orden material, se puede insistir en:
Dejar a sus compañeros el material de clase, aunque a veces lo estropeen. 
Cuando se le haga un regalo especial, decirle que no se lo guarde solo para él, que lo
enseñe y lo deje. 
A sus hermanos debería prestar algo de su propia ropa, sus juguetes, etc. 
Puede dar parte del dinero que tiene ahorrado a personas necesitadas o echarlo en el
cepillo de la iglesia. 
En su cumpleaños o en Reyes puede apartar un regalo sin abrir y donarlo a chicos
necesitados.
Dar de su tiempo
El gastar algo de tiempo en los demás es otra faceta de la generosidad muy importante, y
requiere un esfuerzo mayor: 
Acompañar a algún amigo, aunque se desvíe un poco del trayecto.
Explicar una asignatura a un compañero o hermano.
Cuidar a un hermano pequeño en su tiempo libre.
Ir a visitar a los abuelos y pasar un rato con ellos.
Actos que cuestan
Por último, hay otro tipo de actos que suponen un vencimiento más intenso de las
propias inclinaciones, pero que también son necesarios para una buena educación de la
generosidad: 
Jugar con amigos que no le caen bien o, al menos, no marginarlos.
Hacer en casa algún encargo que no le gusta a nadie.
Hablar a solas con un amigo o amiga para explicarle que ha hecho algo que no está bien
y que no lo repita.
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Capítulo 4.El despertar moral. ¿Lo he hecho bien?
Con el despertar de la razón en los niños, alrededor de los siete años, se produce el
nacimiento de la conciencia moral. La evolución normal de su desarrollo les lleva a estar
especialmente sensibles para asimilar personalmente los criterios morales: descubrir qué
es lo bueno y qué es lo malo y actuar en consecuencia. Necesitan, para una buena
formación de su conciencia, un ambiente de disciplina, cariño y exigencia positiva
alrededor, así como unos buenos modelos en los que fijarse.
Los niños de estas edades tienden naturalmente a comportarse como se espera de
ellos. Les gusta agradar a sus padres y a sus profesores, y con ese objetivo hacen las
cosas bien. Se puede caer en la trampa de creer que no hay que actuar. Al contrario, hay
que ayudarles a que asuman personalmente los criterios morales, dándoles razones y
modelos adecuados, procurando un ambiente de disciplina y exigencia positiva… Si no
los fundamentan bien ahora, la revisión que trae consigo la adolescencia, con la pérdida
de la referencia alos padres como modelo, les afectará mucho y puede que lleguen a
desorientarse.
Tan buenas disposiciones hay que aprovecharlas para que realicen actos buenos. Los
pequeños retos les apasionan, especialmente si conllevan algo de esfuerzo. Con un poco
de motivación, esta característica de la edad puede ser de mucha ayuda para que
adquieran buenos hábitos. 
Quizá, al principio, los motivos no sean los más acertados y se pongan a estudiar a la
hora en punto solo porque también lo hacen sus compañeros. No importa: se trata de que
adquieran buenos hábitos y poco a poco vayan asimilando y comprendiendo por qué
deben portarse así. Esperar lo contrario puede ser irreal: que sean trabajadores cuando
comprendan que deben serlo, pero sin haberlo ejercitado nunca.
El gran salto
Cuando llegue a los 8 o los 9 años se produce un gran desarrollo en el sentido moral
de los chicos y de las chicas, debido a varios factores:
Por el desarrollo de su inteligencia. 
Por su creciente poder de interiorización, es decir, de asimilación de lo que ve y se le
dice.
Y por el gran número de oportunidades de participación y desempeño de nuevos
papeles en todos los ámbitos en los que se desenvuelve. Es mucho más independiente y
autónomo: quizá ya vaya al colegio solo, entre en algún equipo deportivo, etc.
Es ya la edad en la que comienzan a sopesar y analizar los motivos y las
consecuencias de sus acciones. La conciencia moral se torna más coherente. Los chicos y
chicas desarrollarán también a partir de ahora la capacidad de considerar varias
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alternativas para resolver un problema y la capacidad de mirar las cosas desde el punto
de vista del compañero o del amigo. 
Así son las reglas
Debido a una fase de su desarrollo moral, a los niños les gustan mucho las reglas y las
normas. A veces, las aplican e interpretan exageradamente: no hay más que observar
alguno de sus juegos. Para no perjudicar la formación de su conciencia, no conviene
ridiculizar ni ironizar estos extremos. Las normas y las reglas son necesarias y hay que
vivir de acuerdo a ellas. Para potenciarlo, los padres han de esforzarse en cumplir las
normas cívicas. Con sus explicaciones y ejemplo se estará formando su conciencia y
haciendo que asuma criterios correctos.
Tanto en el colegio como en casa, habrá que ir comentando periódicamente con los
hijos las reglas que les proponen sus padres para vivir en el hogar, tanto las de
convivencia (puntualidad a la hora de comer) como las morales (en casa no se habla mal
de nadie). Además, hay que concretárselas en pocas y pequeñas para que los hijos se
sientan obligados a vivirlas diariamente.
Héroes y modelos
Al ponerse en el lugar del otro, al juzgar comportamientos de otras personas, el niño
comienza a compararse y a regular su conducta de acuerdo con lo observado. Es algo
natural: intenta agradar y hacer lo que ve que otros hacen. De aquí la fuerza moral del
ejemplo de los adultos, especialmente de quienes tienen autoridad sobre el niño, tanto
padres como profesores. Pero también los líderes de la pandilla, los primos… todo aquel
que tenga algún ascendiente puede condicionar lo que piense que es lo bueno y lo malo.
A estas edades se forman los ideales infantiles y el chico se siente atraído por
«héroes». Especialmente por aquellos que personalizan el gusto por la aventura y por lo
excepcional, la valentía, la nobleza, la amistad: esto es, los valores que reflejan la
grandeza de ánimo. De ahí la importancia tanto de nuestro ejemplo como el de los libros
y la televisión.
Autonomía y propia iniciativa
Poco a poco, sus criterios morales y sus razonamientos no se irán basando
exclusivamente en lo que le dicen sus padres. Si se les ayuda a formar una conciencia
segura y recta y tienen unos criterios morales propios y asumidos, no habrá problema
para fomentar la creación de una mentalidad crítica, muy importante posteriormente. No
se trata de cuestionar todo, pero tampoco de aceptarlo sin más. 
Se puede comenzar por explicar siempre los porqués de las normas de casa, de lo que
tienen que hacer… En definitiva, fomentar el crecimiento personal del niño como sujeto
que piensa, siente, decide y actúa libremente. Por lo tanto, muchas veces habrá que
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dejarle decidir por su cuenta, sin dárselo todo hecho, haciéndole ver las consecuencias,
las responsabilidades… Las preguntas del tipo «¿tú qué crees que es mejor?» o «¿tú qué
harías?» pueden ayudar en esta tarea.
La formación moral, la presentación de ejemplos, las normas de conducta… han de
estar impregnadas de sentido positivo, lo que fortalece la libertad y es antídoto contra los
escrúpulos. Todo ello ha de producirse en un ambiente de disciplina, cariño y seguridad.
El tono de amenaza, la obediencia ciega, etc., no favorecen la asimilación personal de las
enseñanzas morales y luego son puestas en tela de juicio durante la pubertad.
A los hijos comienzan a importarle mucho lo que los otros piensan de él. Surge el
sentimiento de vergüenza al saberse juzgado por otro y, más tarde, el miedo al ridículo o
a la crítica. Es el momento de enseñar a superarlo, para que sea capaz de tomar
decisiones libres, es decir, que no se vean afectadas por el qué dirán o por los
inconvenientes exteriores. Algo muy importante en la adolescencia.
UN CONSEJO PRÁCTICO
En casa se pueden realizar, como un juego, diversas dramatizaciones en las que los
hijos tengan que actuar en el papel de otro personaje. Han de jugar a ser «malos, muy
malos» (como Jafar en Aladdin), «traviesos» (la sirenita), «valientes» (como Indiana
Jones)… Esto les ayudará a tener en cuenta los distintos puntos de vista.
LITERATURA INFANTIL
La literatura infantil es uno de los mejores medios para la creación de modelos. No
se trata de presentar solo lo bueno, sino también, y con toda claridad, lo malo. Que
ellos mismos entiendan y razonen por qué son buenas o malas las cosas que ocurren
en los libros o lo que hacen los personajes… sin interrumpir continuamente las
narraciones con consideraciones moralizantes, que les aburren.
Las narraciones deben resultar ágiles, con vida. Han de ser interesantes, ricas en
acontecimientos, vicisitudes y distintos tipos de personajes que actúen de modos
muy diversos. Deben presentar sentimientos y juicios asequibles a los niños,
procurando que el interés de la acción se incline hacia lo bueno y lo justo, a la
elección de lo mejor. A los chicos y chicas de estas edades, suelen gustarles las
biografías sencillas, la historia, las narraciones… No conectan con los libros de
carácter romántico.
Piensa que…
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Se pueden llevar a la práctica sus juicios morales para que se dé cuenta de que no es
un juego. Caso práctico: Se ha quedado con algo de un compañero; se le hace ver
que está mal y que hay que arreglar la situación; el chico decide llevárselo a casa;
los padres tendrán que ir con él, aunque pasen más apuro que su hijo.
Cuando se cuenten ciertas situaciones o recuerdos en casa, podemos ir preguntando
de vez en cuando qué habría hecho él y por qué. También pueden aprovecharse las
noticias o las historias de los libros.
Los libros y las películas son un almacén de modelos para los pequeños. Hay que
saber elegir buenos títulos, haciendo, si es preciso, un esfuerzo extra para
informarse.
Un chico o chica de estas edades busca modelos de comportamiento y se fijará en
aquellos con alguna autoridad o ascendiente sobre él: padres, profesores… Pero
también amigos, primos, líderes de la pandilla, futbolistas…
Una motivación excepcional para un chico o chica de estas edades es plantearle lo
que tiene que hacer como un reto personal. 
Cuando se pide a un hijo que se comporte de una determinada manera, es bueno
razonárselo siempre para que lo asuma como propio.
A estas edades son muy extremistas en la aplicación de las normas y de las reglas.
Es una etapa de su desarrollo que le forma la conciencia, por lo que no hay que
cortarlo.
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Capítulo 5.La educación sexual en casa
«Les enseñamos los más diversos conocimientos. Les proporcionamos los maestros
más eminentes. Pero en loque se refiere a este instinto sagrado que nace en ellos que
gobernará su vida de hombres, de maridos y de padres, callamos vergonzosamente.
Dejamos que se instruyan entre sí. Dejamos a un chiquillo de 12 años, más precozmente
“informado” que nuestro hijo, el cuidado de ilustrarlo acerca del más grande de los
misterios de la vida» (Maxence van der Meersch, escritor).
Es un problema que se da en todos los países. Según diversos estudios, la mayoría de
los chicos y chicas han recibido sus primeros conocimientos sobre sexualidad a través de
medios poco apropiados, como pueden ser amigos, conversaciones, lecturas…
Evidentemente, en los últimos años se ha avanzado mucho en este campo. Los padres de
hoy son por lo general más abiertos que los de antes… Pero eso no quiere decir que no
siga existiendo un largo camino por recorrer en este sentido. 
¿Mentalidad deformada?
No dar a los hijos una adecuada educación sexual puede significar que crezcan con
una mentalidad deformada sobre estos temas, que vivan momentos de angustia que se les
debería evitar, que desconfíen de unos padres incapaces de aclararles sus dudas…
Hay que tener presente que el instinto sexual comienza a aparecer en forma de
curiosidad en la segunda infancia y se despierta con especial intensidad en la
adolescencia, cuando la voluntad es todavía débil, cuando el conocimiento de las cosas
es aún incompleto.
A todo ello hay que unir esas circunstancias que se dan en la sociedad actual y que
suelen contribuir a agravar el problema: un ambiente generalizado que se erotiza cada
día más a través del cine, las revistas y la televisión. Lo sexual está de moda, sobre todo
lo deformado. En la sociedad existe un confusionismo de ideas sobre la familia y, en el
hogar, los padres disponen cada vez de menos tiempo para los hijos, para escucharles y
atenderles. Parece que, a veces, no se dan cuenta de que los hijos, más que tal o cual
comodidad, prefieren sin dudarlo un instante el calor de la presencia y amistad de sus
padres.
Claridad, ante todo
En cualquier caso, la educación sexual que ha de ofrecerse a los hijos ha de ser, ante
todo, clara. Que el niño no se quede, después de que se le haya hablado, con más dudas
de las que antes tenía. La ignorancia no es buena. 
Eso sí, el que la educación sexual deba ser clara no quiere decir que sea total desde el
primer momento. Los hijos deben ir adquiriendo su conocimiento sexual paulatinamente
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al compás de su propio desarrollo. En ese ir cubriendo gradualmente las diversas etapas
de la educación sexual, el verdadero peligro está, como siempre, en que los padres
lleguen demasiado tarde.
Los compañeros, la televisión, las revistas, el ambiente, en definitiva, hacen que,
mucho antes de lo que se pueda sospechar, los hijos tengan ocasión de ser iniciados
incorrectamente.
Con detalles
También es importante que se les proporcione una información completa en cuanto a
los temas, extensa y profunda. Una posible lista de temas podría ser:
Maternidad, junto con detalles referentes a la menstruación, al embarazo, al parto, etc. 
Paternidad y, en el caso de los chicos a punto de entrar en la pubertad, hablar de los
fenómenos de erección y polución espontáneas.
La fuerza del instinto sexual y su finalidad. Su dominio (educación de la pureza), sus
abusos (masturbación), las posibles desviaciones…
Llegados a este punto, habrá que hacer especial hincapié en lo biológico y
propiamente genital –sin olvidar los aspectos de higiene– y a la vez extenderse hacia el
espíritu y, sobre todo, hacia las grandes razones del verdadero amor. Precisamente
porque ha de ser completa, no se puede concebir una verdadera educación sexual
separada de la educación general del joven.
¿Cómo lo hacemos?
No existen fórmulas prefabricadas a la hora de informar a los hijos sobre estas
cuestiones. Cada chico o chica es un caso particular al que se debe atender de acuerdo a
sus personales circunstancias de edad, temperamento, conocimientos que ya posee, etc.
Pero en todos los casos se han de respetar estas dos normas: no engañar nunca y
hablarles con gran sencillez. 
Se les debe transmitir los conocimientos con la misma naturalidad que sobre cualquier
otro tema que despierte la curiosidad del niño y aclarándole desde el primer momento
aspectos tales como: 
Que es bueno que quiera saber estas cosas y las pregunte a sus padres.
Que en el cuerpo no hay partes buenas y partes malas o feas, sino que todas las partes
son buenas porque tienen su finalidad.
Que los órganos sexuales tienen su nombre exactamente igual que los oídos, los dedos
y el ombligo. Y que deben conocer esos nombres y emplearlos con naturalidad en lugar
de las groseras expresiones que circulan a estas edades.
Cuestiones fundamentales
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Ya durante la más tierna infancia es bueno dejar claro a los hijos tres cuestiones
fundamentales: ¿De dónde vienen los niños? ¿Cómo nacen? ¿Cómo llegan al vientre de
la madre?
Más tarde, entre los siete y los 9 o 10 años los chicos comienzan a plantearse una
pregunta que hasta entonces estaba como latente en ellos. Seguramente se quedaron
tranquilos con que los niños están dentro de la madre y que, cuando ya pueden vivir
solos, nacen. Pero más pronto o más tarde suele surgir una inevitable cuestión: ¿Y cómo
entran en el vientre de la madre?
Una manera posible de explicarlo podría ser:
«Ya sabes que, cuando el niño es muy chiquitito, tiene un rinconcito resguardado en el
vientre de su madre, pero alguna vez te habrás preguntado cómo llegó hasta allí. Hoy te
lo vengo a explicar. En el padre hay como un poder especial que puede hacer surgir en la
madre un nuevo niño.
Habrás visto que los chicos y los hombres tienen junto a la colita por donde orinan
como una bolsa pequeña. Dentro de esa bolsa hay unas semillas –semen–. Al unirse estas
semillas del padre con un pequeño huevito –óvulo– que produce la madre, dan origen a
un nuevo niño.
Cuando papá y mamá se quieren, duermen juntos y se abrazan, el semen del padre
puede penetrar a través de su colita en el vientre de la madre, juntarse con el óvulo y así
comenzar a existir un niño. ¿Ves? La colita de los hombres –pene es su verdadero
nombre–, además de servir para orinar, sirve –cuando son papás– para acercar el semen
al óvulo y que un nuevo niño comience a vivir.
El pene entra en el vientre de la madre por aquella misma rendijita, ¿recuerdas?, por la
que después nace el niño. ¿Ves ahora por qué tienes que querer mucho a papá? ¡Sin él
nunca hubieras existido!».
Informaciones adaptadas
Evidentemente, todos estos conocimientos, fieles a la verdad, aunque adaptados a su
mentalidad, habrá que transmitírselos al niño antes de los 10 años, es decir, bastante
antes de la época en que las pasiones se despierten en él. De este modo, su adolescencia
no se verá perturbada por el deseo de saber lo que ignora, porque no ignorará nada de lo
que en su día y según lo que pedían sus años se le enseñó.
Por otro lado, en la preadolescencia, de los 11 a 12 años, habrá que prestar especial
atención a las chicas. Es muy importante que una hija se encuentre convenientemente
iniciada del hecho de la menstruación. Y será su madre la persona más indicada, por lo
general, para informarle: aclarándole los hechos, tranquilizándola…
Labor preparatoria
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Debemos tener presente que la educación sexual es algo más que una mera
instrucción. Y precisamente porque los años que se avecinan van a ser escenario de
graves tensiones emocionales y psíquicas, además de fisiológicas, se impone una labor
preparatoria que permita a los hijos afrontar con probabilidades de éxito las dificultades
que van a surgir.
En este sentido, habrá que luchar por construir una relación de auténtica amistad con
los hijos, en la medida en que esta es posible. Las relaciones padre-hijo o madre-hija van
a pasar por un período de crisis en los años siguientes, pero esta crisis será tanto más
pasajera cuanto más, en los años anteriores, los hijos se hayan sentido comprendidos por
sus padres.
Asimismo, habrá que procurar fortalecerla voluntad de los hijos a través de las
circunstancias más corrientes de la vida ordinaria: desde el acostumbrarles a horas fijas
de acostarse y levantarse, hasta respetar el tiempo de estudio, pasando por el esfuerzo
que han de realizar para conseguir su «paga» semanal, la ayuda de las tareas de casa…
Solo así, se les preparará para el futuro.
UN CONSEJO PRÁCTICO
Si, hasta hoy, nunca se ha hablado con el hijo o la hija sobre educación sexual, podría
ser conveniente establecer un tope: su décimo cumpleaños. A partir de entonces no habrá
que dejar pasar ni un día más sin hablar con él, aclarándole con naturalidad todas sus
dudas y curiosidades.
Piensa que…
No es recomendable recurrir a la fábula –hablar de cigüeñas, de que los niños vienen
de París o historias semejantes– para escapar de las dificultades que lleva consigo la
educación sexual. La naturaleza humana aspira a la verdad y el niño o la niña, por
pequeños que sean, tienen derecho a ella.
No se puede reducir la formación afectivo-sexual de los niños a una instrucción
sobre el comportamiento fisiológico de los órganos sexuales, como si se tratara de
una simple información biológica sobre el aparato sexual masculino y femenino y de
su funcionamiento, y de cómo se origina el ser humano o cómo nace.
Debe prestarse una gran atención a la educación de la afectividad, de modo que –a
pesar de su corta edad– puedan ir intuyendo la naturaleza del amor humano: cómo
dos seres humanos dan y reciben amor y cómo el sexo pertenece a la intimidad
humana y que debe ejercerse en el marco de una donación personal.
Ponerse a su nivel es la clave para lograr que la información le llegue en las dosis
adecuadas. Tan solo habrá que contestar a sus preguntas y facilitarle en todo
momento que puedan plantear las dudas e interrogantes que vayan surgiendo.
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Capítulo 6. Enséñale a usar el tiempo libre
En el mundo de los niños, el ocio y el tiempo libre tienen una importancia capital. El
tiempo libre bien usado supone un complemento imprescindible para la formación de los
chicos y chicas y su desarrollo personal. Pero resulta paradójico que en una sociedad
como la actual, en la que parece que se han multiplicado hasta el infinito las
posibilidades de diversión, pocas familias hayan entrevisto la riqueza de saber usar el
propio tiempo libre.
El empleo del tiempo libre es un problema que pesa sobre la conciencia de muchos
padres. Es algo que no se soluciona tan solo llenando las horas que les quedan tras la
vuelta del colegio, o los sábados y domingos o durante las vacaciones… No; eso no son
más que parches. La educación del uso del tiempo libre es algo más amplio que escribir
un catálogo de actividades divertidas para pasar el rato.
Cómo se divierten
En la actualidad, los hijos tienen multitud de variadas posibilidades de diversión.
Desde las videoconsolas a los juegos recreativos, pasando por el partido del domingo.
Sin embargo, como son incapaces todavía de realizar una elección personal y mucho
menos de autocontrolarse, acaban por dispersarse. Es decir: «sí» saben lo que les
divierte, pero «no» saben divertirse… Por eso, son capaces de polarizarse en la
televisión durante horas o con su Nintendo o jugando con el nuevo PC.
Es una edad paradójica, en la que los hijos aún no se poseen. Así, pueden pasarse
horas tumbados en el sofá sin saber qué hacer; y a la vez pueden divertirse como enanos
también durante horas si dan con algún elemento lo suficientemente motivador. Pueden
dedicarse a actividades pasivas, aunque sean de alta tecnología; y a la vez disfrutan con
el juego más tonto y la situación más absurda. 
Y, muchas veces, la diferencia se encuentra simplemente en tener una persona que les
oriente, les organice mínimamente y dé un primer paso… Como todos los monitores de
tiempo libre conocen, cualquier actividad puede ser la más divertida (incluso la que se
recuerda con entusiasmo durante el transcurso de los años), si alguien sabe motivarles.
Así que es falsa la idea de que a un chico o chica de esta edad haya que dejarle que se
divierta por sí solo. Es la edad de la educación del tiempo libre, que consiste sobre todo
en actitudes, disposiciones para saber encontrar un motivo de diversión, disfrute y
descanso en hasta lo aparentemente más nimio. Ahora hay que enseñarles; en la
adolescencia no se dejarán y, sin embargo, necesitarán estas aficiones como puntos de
anclaje.
¡Vaya aburrimiento!
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El aburrimiento es el gran enemigo del tiempo libre. Ya decían los antiguos que «la
ociosidad es la madre de todos los vicios». Pero hay que distinguir entre el aburrimiento
en una tarde lluviosa de invierno, en la que incluso los adultos tienen que esforzarse para
sacar partido de la situación, y el aburrimiento típico de la apatía.
Cuando un hijo –que probablemente se encuentra entrando ya en plena pubertad–
emplea su tiempo libre en la inactividad, y es evidente que se aburre soberanamente,
algo va mal. Así, hay que proponerse un doble objetivo: enseñarles qué deben evitar y
enseñarles a hacer de su ocio un tiempo de oportunidades que desarrollen su
personalidad y enriquezcan sus gustos.
Los padres deben guiar a los hijos en su elección del tiempo libre, de modo que sea un
bien para ellos. La primera idea que conviene hacerles entender es que el tiempo libre no
puede convertirse en un tiempo negativo, en el que estén sin hacer nada, tumbados
perezosamente. Es preciso que desde muy niños se acostumbren a emplearlo en algo
positivo.
Hay que evitar el ocio, entendido como el no hacer nada. Una de las actitudes más
importantes en este tema es ayudarles a entender que descansar significa realizar otro
tipo de actividades que requieren menos esfuerzo o esfuerzo diferente (estudio y deporte,
por ejemplo), que son más agradables, que ayudan y que descansan.
Restaurar fuerzas
Las posibilidades de tener tiempo libre son muy amplias en la infancia. El número de
horas que tienen para ellos al día suman un número muy grande al cabo de la semana.
Pero hemos de evitar la tentación de considerar ese tiempo como un vacío que hay que
ocupar. No debe olvidarse que el ocio constituye un insuperable restaurador de fuerzas.
Se necesita un descanso para volver a acometer con nuevas energías el deber personal,
que en el caso del niño suele ser el estudio. 
Por este motivo, las actividades extraescolares pueden ser grandes aliadas. A un hijo o
hija sensible, darle la oportunidad de aprender música, por ejemplo, puede significar
abrirle la puerta a un mundo de posibilidades y permitirle desarrollarse. Hay actividades
con las que aprenden, otras con las que se expresan… pero no han de ocupar toda la
jornada. Está muy bien que aprendan inglés o ajedrez; pero, además, han de poder contar
con el suficiente tiempo libre para poder jugar. Y ha de durar tanto como para que les
permita descansar y restaurar fuerzas.
Las actividades de ocio han de responder a intereses reales de los hijos y han de tender
a conseguir aficiones estables. De hecho, esta es la edad ideal para ello.
Tiempo de inventar
Además, se hace preciso hoy más que nunca disponer de un tiempo libre en el que las
iniciativas y la inventiva de los hijos puedan tener un lugar adecuado, capaz de
desarrollar su actitud creadora, estimulando sus aptitudes y cualidades personales. Quizá
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esta sea una de las mayores diferencias entre las zonas urbanas y las rurales, ya que lejos
de la ciudad es más fácil explorar, investigar…
Por eso hay que procurar un ambiente estimulante y creativo en el propio hogar; por
ejemplo, nada más atractivo que poseer una buena biblioteca con buenos libros o revistas
infantiles que les aficionen a la lectura, a los animales, etc. Tiempo para realizar
actividades que supongan creación, que no tengan un fin inmediato y que lleguen al
espíritu: música, dibujo, lectura…
Además, de acuerdo con las creencias de cada familia, el cultivo de lo religioso no
debe faltar en sus ratos libres, como iniciación y preparación a la vida de piedad que
desarrollarán plenamente cuando sean adultos. Laparticipación en lo sobrenatural puede
ser una de las más nobles ocupaciones del tiempo libre. Algo que les llevará a una mejor
conquista de su interioridad, punto de partida para poder desplegar todas sus
potencialidades.
En el hogar, y fuera de él, los padres han de complicarse y cansarse para ofrecer
suficientes alternativas al ocio pasivo. Por eso, por ejemplo, algunas familias deciden
invertir en un buen lugar de residencia, de modo que los hijos se sientan a gusto allí y
traigan a sus amigos para divertirse.
UN CONSEJO PRÁCTICO
Siempre quedan ratos muertos en casa, por ejemplo, tras hacer los deberes y antes de
cenar; o un domingo lluvioso por la tarde que nos hemos quedado en casa. Para esos
momentos puede ser oportuno contar con unas aficiones caseras que ayuden a
aprovechar el tiempo, sin caer en la tentación de la TV. Por ejemplo, coleccionar sellos,
rocas, etc.; o dedicarlo a leer; o aprovechar para dar de comer o limpiar a alguna
mascota; o algún juego de mesa.
10 IDEAS PARA TIEMPOS MUERTOS
¿Qué puede hacerse en casa cuando quedan ratos libres? He aquí algunas ideas de
actividades que se pueden tener previstas y preparadas para esos momentos:
1. Películas en inglés. Según la edad de los hijos, serán de dibujos animados o no. Con
estas películas, un tiempo en que no estaban haciendo nada puede convertirse en un rato
de aprendizaje y diversión. 
2. Periódico familiar. Se trata de que, con revistas viejas, recorten fotos y titulares que
puedan hacer alusión a alguien de la familia. Que las peguen en un folio y formen un
periódico. También puede servir para algún cumpleaños.
3. Plantar. Si cada hijo puede disponer de su planta, de su tiesto, durante los ratos
muertos podrán dedicarse a regar, a abonar, a ponerla a la luz, etc.
4. Comenzar el árbol genealógico. Siguiendo algún buen libro, se puede intentar
remontarse a algunos de los antepasados familiares.
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5. Campeonato de fútbol-chapas. Antes, hay que disponer de un número de chapas
suficiente para dos equipos y de un garbanzo. El campo puede ser una alfombra o el
mismo parquet, utilizando cinta adhesiva blanca para las fueras, áreas, etc. Las porterías
se hacen con cartón.
6. Juegos de mesa. También se puede disponer de algunos juegos de mesa para estos
ratos. Así, siempre serán momentos especiales. Juegos como el Risk o el Scrabble que
apasionen tanto a mayores como pequeños.
7. Maquetas. Para estos ratos muertos podemos tener una maqueta de aeromodelismo,
que se construye entre todos poco a poco. Luego se pintará y, por último, todos pueden
hacerla volar.
8. El momento de los tebeos. Quizá se puedan guardar algunos tebeos que solo se
dejarán leer en momentos de este tipo, cuando se aburran, cuando hayan terminado sus
deberes, etc.
9. Fotos viejas. Echar un vistazo a las fotos que se guardan de la boda, de cuando sus
padres eran niños puede crear momentos muy divertidos. También pueden ordenarse
entre todos.
10. Crear juguetes que funcionen. Por ejemplo, el clásico teléfono con dos vasos de
yogur y una cuerda tensa entre ellos.
NOS VAMOS DE CAMPAMENTO
Por lo que supone de salirse de la rutina habitual, los campamentos de verano
cuentan con una serie de ventajas educativas, complementarias a las que reciben en
el colegio y en la familia. El estar lejos de casa y de la protección familiar les ayuda
a valerse cada vez más por sí mismos y a desarrollar en gran medida su
personalidad. El no poder depender de los padres en cosas tan simples como hacerse
la cama o recoger el saco de dormir hace que crezca su confianza en sí mismos y su
autoestima.
Otra de las grandes ventajas educativas de este tipo de actividades reside en que los
chicos y chicas crecen en reciedumbre. En los campamentos no existen esas
comodidades que, en casa, pueden parecer imprescindibles. Y, sin embargo, no se
echan de menos. Además, allí aprenden a no quejarse (o, simplemente, a quejarse
menos) si pasan un poco de calor, si les pican algunos mosquitos, si se duchan con
agua fría o les salen callos en los pies… Las excursiones, los juegos, el horario, etc.,
siempre suponen un cierto vencimiento contra la comodidad y la pereza, algo
esencial para los chicos y chicas de estas edades.
El principal problema de los chicos y chicas que van por primera vez a un
campamento suelen ser… los padres. Sin poder evitarlo, les cuesta dejarles irse por
primera vez tantos días fuera de casa. Sin embargo, hay que tener confianza en el
equipo de monitores, piezas clave del campamento. La oferta es variadísima y, al
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igual que a la hora de elegir colegio, siempre es más recomendable enviar a nuestros
hijos a campamentos que sabemos que están animados por un ideario educativo
concreto y de acuerdo con el nuestro.
Piensa que…
A estas edades, chicos y chicas suelen ver mucho la tele y les gustan especialmente
las series. No está mal si se seleccionan los programas que pueden ver cada día, y
nada más. También se puede ver con ellos algún capítulo entero de la serie para
confirmar su valor.
Puede resultar muy gráfico para los hijos realizar el cálculo de cuánto tiempo se
pierde viendo la tele. Por ejemplo, si se ven 3 horas al día: 3 × 7 × 52=1.092 horas al
año, 45 días enteros, o un mes y medio. Es decir, cada 12 años, nos pasamos más de
uno delante del televisor.
Si les gusta, se les puede apuntar a algún equipo porque, además de otras ventajas,
les ayudará a ordenar su tiempo. Tendrán ocupados, de manera estable, al menos
una tarde para entrenar y un sábado por la mañana para jugar.
También los fines de semana y en vacaciones los hijos han de levantarse a una hora
concreta, establecida, que les permita descansar adecuadamente. Es un modo
práctico de demostrar que el ocio consiste en aprovechar el tiempo libre.
Comenzar el verano con un campamento o similar puede ayudarles a situarse ante
esos días. Porque en los campamentos suele aprovecharse muy bien el tiempo,
realizando numerosas actividades divertidas. A la vuelta, superado el síndrome del
día después, será más fácil mantener un ritmo similar.
Existen asociaciones y clubes juveniles que pueden ayudar en la labor de la
educación del tiempo libre de los hijos, de modo que sea un tiempo formativo.
Para crear aficiones estables en los hijos hemos de darle oportunidades para
experimentar por su propia cuenta. Así, por ejemplo, es muy interesante que desde
pequeños tengan contacto con la naturaleza y el campo, por ejemplo, realizando
excursiones y acampadas.
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Capítulo 7.Amigos y compañeros
Entre bocadillos, clases y recreos, los compañeros de clase van a comenzar a
convertirse en parte importante de la vida de los hijos. Junto a ellos, aprenderán a prestar
lápices y diccionarios, compartir meriendas e, incluso, sus primeras aficiones… Cada
comienzo de curso, chicos y chicas se incorporan a una rutina que les llenará
prácticamente todo el día. Durante varios meses pasarán cientos de horas codo con codo
con chicos o chicas de su edad. El trato diario, la convivencia, el trabajo en conjunto…
serán un campo sembrado para que surja una cierta confianza. 
Amistad en el cole
En su clase, los hijos se encuentran rodeados por infinidad de compañeros. Cada uno
con su propia personalidad pero algunos, con gustos y aficiones similares a las suyas y
con los que comenzará a compartir intereses comunes. Este será el principio de una gran
amistad, una relación basada en el respeto, la preocupación y la auténtica camaradería
que probablemente no llegarán a olvidar nunca.
En cualquier caso, para que surja la amistad, hay que mantener las puertas
completamente abiertas. Aquel que se empeña en cerrarlas por su egoísmo es incapaz de
hacer buenos amigos.
¿Compañerismo o competitividad?
Precisamente por ello, es tan necesario evitar este tipo de actitudes. Encontrar el
equilibrio entre compañerismo y competitividad es clave para que los chicos puedan
compartir y estrechar lazos de amistad con sus compañeros. Los padres pueden colaborar
con sus hijos en casa encauzando su espíritu competitivo sano hacia la autosuperación
personal, motivándole

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