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Literatura Venezolana Contemporânea

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Darle un tratamiento artístico al desastre o abordar la represión desde 
costados que sorprenden, no sólo porque evitan el lugar común sino 
también la queja estéril, es justo lo que hacen los autores venezolanos que 
analiza su coterránea Gisela Kozak. Dos novelas y un libro de poesía, una 
escritora y dos escritores condensan esta muestra contundente de letras 
contemporáneas que enfrentan sin tapujos la realidad compleja de la 
República Bolivariana, para ofrecer una lectura desde sus vértices.
Por Gisela Kozak Rovero - 4 octubre, 2019 10:14 pm
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Hacer catarsis y vivir otras vidas nos impele a perseguir nuestros propios miedos y
deseos en diversos oficios narrativos como la literatura, el cine y las series 
televisivas. En un mundo igualmente caracterizado por extraordinarios avances y 
por las amenazas ecológicas y el autoritarismo, necesitamos el arte del coraje, la 
belleza, la profecía y la esperanza tanto como el de los desesperanzados. 
Necesitamos que estos conviertan en poema, relato, drama o novela su percepción 
de los males del mundo; son los hombres y mujeres de la literatura que no 
conocen el final del camino como no lo conocemos nosotros. Simplemente dan 
constancia de su conciencia del presente sin ningún afán de complacernos en 
Adalber Salas Hernández (1987). Fuente > agencia-tc.org
cuanto a alcances y contradicciones de la condición humana en el mundo, sobre 
todo si ésta va ligada al poder político. Su rebeldía es volver el horror palabra viva, 
y con ello distanciarse de él como testimonio último de una moral posible, no 
complacer posibilitando el regodeo en supuestas o reales bondades humanas. Esta 
rebeldía es don mayor de la literatura, no sólo como el oficio de narrar para 
entretener sino como arte verbal que se sabe seguidor de una larga tradición 
basada en la impugnación de lo real, en la conciencia plena del lenguaje, de las 
tradiciones culturales y literarias contemporáneas y pasadas.
Analizaré tres ejemplos de esta literatura despiadada y rebelde. Provienen de 
venezolanos y hablan de Venezuela, directa o indirectamente, pero con un sabor a 
apocalipsis que trasciende la situación del país y conecta con aires de la época; 
además, sus autores tienen en común haber nacido en los ochenta del siglo 
pasado y haber emigrado a causa de la revolución bolivariana. Me refiero al 
poemario de Adalber Salas Hernández, La ciencia de las despedidas (Pre-textos, 
Valencia, 2018); y las novelas de Karina Sainz Borgo y de Rodrigo Blanco 
Calderón, La hija de la española (Lumen, Madrid, 2019), y The Night (Alfaguara, 
Madrid, 2016).
Salas Hernández (1987), poeta, ensayista y traductor, estudia el doctorado en 
Literatura en la Universidad de Nueva York. Tanto Sainz Borgo (1982) como Blanco 
Calderón (1981) viven en España, él en Málaga y ella en Madrid; la primera ha 
sido periodista especializada en el tema cultural; el segundo, profesor universitario 
y editor, actualmente culmina su tesis de doctorado en Literatura por la 
Universidad de Cergy-Pontoise (Francia).
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Publicados por editoriales de prestigio y cobertura internacional, cuentan con 
premios, traducciones, el favor de la crítica y, en distintos grados, con éxito de 
público. The Night ha hecho acreedor a Blanco Calderón del III Premio Bienal de 
Novela Mario Vargas Llosa, entregado por el Nobel peruano en Guadalajara, 
México, hace unos meses; igualmente, obtuvo el Premio Rive Gauche a la novela 
mejor traducida al francés, y además ha sido vertida al checo y al holandés. Salas 
Hernández ganó el Premio Arcipreste de Hita-Pretextos 2014 con un poemario, 
Salvoconducto, cuya línea continúa en La ciencia de las despedidas. En cuanto a 
Sainz Borgo, La hija de la española se ha convertido en un extraordinario éxito 
editorial en lengua española, vendido a decenas de países para ser traducido a 
múltiples idiomas. La literatura venezolana ha salido definitivamente de sus 
fronteras, proceso que desde luego se gesta de tiempo atrás con figuras como, por 
ejemplo, Rafael Cadenas, Yolanda Pantin y Alberto Barrera Tyszka.
¿POR QUÉ PRECISAMENTE La hija de la española se ha convertido en el texto con 
el cual los lectores en ruso, alemán, inglés, portugués y español tendrá una 
imagen de la revolución bolivariana? Las razones del éxito literario suelen 
simplificarse y no seré yo quien supere esta inclinación, pero hay autores y 
autoras que comprenden los códigos literarios de tal modo que pueden convertirse 
en éxitos consagrados por lectores, críticos y editores de fuste, combinación poco 
frecuente. Tal comprensión es un talento que no abunda, el cual no ha de 
reducirse a la búsqueda de lucro de las grandes editoriales, que efectivamente 
dejan a un lado textos de indudable valor; tampoco a la suerte (estar en el lugar 
adecuado en el momento adecuado) o al fervor crítico, que desde luego ayuda 
pero no demasiado a los autores de una ópera prima. Sainz Borgo conjuga un 
personalísimo lenguaje literario que evidencia lecturas atentas de buena narrativa, 
el ojo testimonial
de la periodista que facilita la comunicación y la contundencia en la creación de 
una novela corta pero efectiva en tiempos de lectores sumergidos en internet. Muy 
importante: su texto evidencia un manejo impecable del código de las distopías 
cinematográficas de corte apocalíptico, que ayuda a los potenciales lectores a 
entender que en Venezuela se vive uno de los posibles futuros de la humanidad. 
¿Acaso las distopías no muestran miseria, escasez de agua y alimentos, vidas 
sometidas a la necesidad perentoria a cada minuto, desastres ecológicos, violencia 
desbordada por parte de los detentadores del poder? En Venezuela se vive la 
política para la muerte; el lente distópico hace más comunicable esta situación.
La hija de la española apuesta por la crudeza del 
realismo consciente de quien ha leído a autores como 
el colombiano Fernando Vallejo y sabe cómo contar una 
historia en primera persona, cuyo indudable carácter 
ficcional es precisamente la razón por la cual se logra el 
efecto de volver carne y sangre frente a nuestros ojos a 
Adelaida Falcón, la protagonista de la novela. La voz de 
la ira contenida bajo la limpidez de la prosa despierta 
empatía y repulsión, cual personaje harapiento de una 
distopía cinematográfica. Adelaida odia a Venezuela con 
ganas y razones, lo cual puede despertar en lectores de 
origen venezolano la congoja de que no hay un 
resquicio para las complejidades de la belleza y la virtud en medio del horror, pero 
en mi opinión es un logro pues lo que menos necesitamos es complacencia. Una 
vez enterrada su madre —con la que comparte nombre y apellido puesto que su 
padre nunca estuvo presente—, Adelaida se sabe inerme ante el poder: el hombre 
es lobo del hombre. Todos contra todos y el miedo cerval hacia los demás, el más 
increíble logro de los regímenes totalitarios, tal como los definió Hannah Arendt en 
Los orígenes del totalitarismo.
Adelaida es la loba que enseña los dientes, que no se abstiene de descalificaciones 
racistas ni disimula una fobia a la gordura que se atempera cuando narra la 
delgadez generalizada de los hambrientos. Odia a la turba desdentada y 
aguardentosa, dirigida por la espantosa Mariscala, que canta reguetón mientras 
asesina y manipula el hambre ajena entregando selectivamente paquetes de 
comida. La conciencia de la discriminación, la desigualdad y la violencia, necesaria 
en un mundo como el que vivimos, no puede convertirse en ceguera. Los 
venezolanos sabemos perfectamente que gente como La Mariscala mantiene en el 
miedo a los sectores populares. Se puede ser mujer, pobre, negra, gorda y ser un 
monstruo, lo cual —con el perdón de la izquierda ciega— es una elección. Sobra 
dignidad en mujeres parecidas a La Mariscala que en la Venezuela de hoy jamás 
caerían en sus fechorías y denuncian los horrores que pasan con riesgo de supropia seguridad. Pero éstas, las valientes, no aparecen ni tienen que aparecer en 
esta novela.
Adelaida es capaz de actos deleznables movidos por su voluntad férrea de 
sobrevivir. Cuando encuentra muerta por razones desconocidas a su vecina Aurora 
Karina Sainz Borgo (1982). Fuente > 
venepress.com
Peralta, llamada por sus vecinos “la hija de la española”, decide suplantar su 
identidad y marcharse a España con sus papeles y dinero. Arroja su cuerpo por la 
ventana y luego lo quema aprovechando el caos general en las calles. Siempre al 
borde de no conseguir su objetivo de irse, dada la trapacería general para 
conseguir documentos falsos o verdaderos en Venezuela, sortea obstáculos que los 
venezolanos conocemos de sobra. Cual heroína del siglo XIX, Adelaida es presa de 
todos los males posibles y casi al borde de la inverosimilitud los va sorteando 
hasta llegar a una luminosa Madrid: ¿la familia de Aurora Peralta se tragará el 
cuento de la suplantación de su familiar? No lo sabemos. El triunfo de Adelaida 
Falcón sabe a amargura en estado puro.
EL ESCOMBRO puede ser señal del apocalipsis, así como los muertos que caminan 
una vez que el infierno se ha desbordado. Pero al igual que en La hija de la 
española, en el poemario La ciencia de las despedidas, de Adalber Salas 
Hernández, no es dios sino la política en su dimensión monstruosa la creadora del 
horror. Seis poemas se titulan “Historia natural del escombro”, nombre que alude a 
esa cualidad de aficionado que recoge y atesora muestras de un pasado cruel visto 
como propio de la naturaleza humana. ¿Lo “natural” humano huele a maldad? 
Pareciera. Los poemas así llamados tienen subtítulos inquietantes: “Huesos”, 
“Cabezas”, “Riñones”, “Lázaro”, “Auschwitz-Birkenau”, “Pompeya”. Aluden a 
decapitados, muertos a golpes, asesinados con gas, enfermos, muertos vivos, 
cadáveres disecados por la lava, procedentes de distintas culturas y épocas unidas 
por la geografía de lo infame. Ante la solidez dolorosa de los escombros, valen los 
últimos versos de “Historia natural del escombro: Auschwitz-Birkenau”:
Alguien observará todo esto sin
[curiosidad o terror,
pupilas cubiertas por la resina de la
[distancia, como si el pasado
no pudiera ser el futuro y el tiempo
[apenas
fuera del país de lo ya visto. Cuando
[estemos masticando las
entrañas de suelo y no tengamos la
[tela de un nombre
para cubrir nuestra desnudez, no
[podremos advertirles
que la historia es un largo toque de
[queda donde
realmente nada concilia el sueño
[por completo.
Con la crudeza de una brutal nota de prensa o del informe de la exhumación de 
cadáver, la muerte y los adioses migratorios se unen en la palabra “despedidas”. 
Este poemario, cuya admirable coherencia interna está dada por la cualidad de 
observador implacable del sujeto lírico, capaz de exponer el horror con languidez 
irónica, juega con la crónica y el retrato, con la arqueología y la literatura. Tal 
juego se establece desde la historia, la poesía y el arte. La ciencia de las 
despedidas instituye la observación de la crueldad como método que define un hilo 
conductor entre Pompeya, un campo de concentración nazi, la cabeza decapitada 
de Juan el Bautista y el antiguo héroe griego Odiseo, convertido en un vulgar 
emigrante ilegal que muere, según parece, en una riña callejera. Este hilo se 
extiende a un ministro del gobierno revolucionario, quien cuida que su cabeza 
permanezca en su lugar porque como se dice en “A day in the life”: “La / última 
vez fue una catástrofe: hallaron / la cabeza borracha y despeinada fuera de / un 
burdel”.
Ante el horror de los ministros, de los hombres gays asesinados por prostitutos a 
puñaladas (“Il miglior Fabbro”), de los muertos vivos que ya no caben en la 
morgue de Bello Monte en Caracas y se organizan con fines políticos (poema XX), 
cabe emigrar, como en el caso de Adelaida Falcón en La hija de la española. Pero 
ya no se trata sólo de
emigrar, se trata de un exilio. Según “Curso de intensivo de Biopolítica 2”, se 
puede regresar a hacer turismo desde camionetas blindadas y defendidas con 
profesionales armados para observar la vida de un país exmoderno, pero la ida es 
inevitable para muchos que se identifican con la voz que dice en el poema “XXIII”:
¿Motivo del viaje? Desde hace
años sueño con una barriga que
[me traga,
me alberga durante meses detrás
[de sus dientes
de yeso, en la noche blanda de
[su estómago,
para finalmente escupirme en
[costas extrañas.
LILAH ES LA JOVEN amada perdida entre los árboles, la musa de la canción “The 
Night”, cantada y compuesta por Mark Sandman (1952-1999), líder de la banda 
Morphine. Ella es refugio y belleza, la mujer vista desde el esplendor del afecto y 
el deseo. La historia de Sandman es la del artista y héroe moderno, de espaldas a 
toda convención pero capaz de convertirse en voz del deseo de otros. La mujer es 
también la interrogante de James Ellroy (1948), narrador estadunidense, al igual 
que Sandman, cuya vida escandalosa y nihilista es la de los hombres únicos e 
iluminados que llevaron al límite la libertad individual. La madre de Ellroy fue, por 
cierto, asesinada en su presencia. Son hijos del siglo XX que coinciden en una 
pregunta: ¿por qué hay hombres que matan a las mujeres?
La novela The Night, de Rodrigo Blanco Calderón, se basa también en esta 
pregunta; no por casualidad, Sandman y Ellroy aparecen como personajes de la 
novela, en un juego de correspondencias baudelerianas que recuerda también las 
aventuras de los personajes de Roberto Bolaño. La cultura literaria del autor es 
punto de partida para entender su proyecto estético, pero no una explicación que 
lo agota en lo absoluto. The Night es un policial gótico sin policías, una novela de 
perdedores y escritores sin destino que buscan en el lenguaje una clave del 
sentido de sus propias vidas. Un psiquiatra, Miguel Ardiles; un escritor que nunca 
termina sus proyectos, Matías Rye; y un publicista frustrado, perseguidor de los 
códigos que ordenan su existencia y el mundo, Pedro Álamo, se ven envueltos en 
una trama de crímenes contra jóvenes.
Unido a los otros personajes por la pasión literaria, los talleres de narrativa y su 
vida solitaria, el psiquiatra Ardiles no guarda distancia con sus pacientes y se 
Rodrigo Blanco Calderón (1981). 
Fuente > americadigital.com
involucra en sus vidas, bebe alcohol con ellos e indaga él mismo sobre los 
asesinatos, sobre la saña de los hombres que matan a mujeres, los hombres que 
matan a las tantas Lilah, la musa de la canción de Mark Sandman. En el 
entramado de esta historia tres crímenes terribles, que en efecto ocurrieron en 
Caracas, tienen lugar en una Venezuela con frecuentes cortes de luz eléctrica, los 
cuales sumen a la capital en una oscuridad poblada por criaturas nocturnas entre 
la mendicidad, la locura, la violencia y la droga. El psiquiatra Edmond Montesinos 
(inspirado en un exrector y candidato presidencial, que atendió como especialista 
a tres presidentes de Venezuela) mata a una paciente con la que había mantenido 
relaciones sexuales y que expresaba su depresión y desórdenes alimenticios en un 
blog. Por su parte, el hijo de un escritor y profesor universitario, Camejo Salas, 
conocido como el “Monstruo de los Palos Grandes”, mutila y tortura a una joven 
que, supuestamente, iba a fungir de modelo para sus cuadros. Por último, 
Margarita Lambert, vinculada al taller literario de Matías Rye, paciente de Miguel 
Ardiles y amante de Pedro Álamo, es arrojada al fuego junto a su madre, acción 
en la que está involucrado su exnovio violento y estafador.
Matías Rye, en una conversación con Ardiles, 
afirma que Venezuela vive una dictadura, cuya 
ineptitud se evidencia en los problemas con el 
servicio eléctrico, pero también en la impunidad, la 
tolerancia hacia el mal, la complicidad con 
personajes como Montesinos o Camejo Salas, 
cercanos a la revolución bolivariana.Se trata de 
un gobierno de izquierda rapaz, creador de ese 
escenario pesadillesco que justifica lo de “policial gótico”. Esta izquierda tiene su 
lejano antecedente en aquella que vivió el héroe tutelar de The Night en su 
apretado tejido de analogías y correspondencias (en el que es fácil a veces 
perderse por el empeño autoral en los juegos lingüísticos y literarios).
De nuevo, el artista moderno solitario emerge, esta vez desde el poeta venezolano 
Darío Lancini, autor del libro de palíndromos Oír a Darío (1975), cuya historia 
hasta los años setenta es contada en The Night por Pedro Álamo, su admirador. Se 
incluye la militancia de izquierda contra la dictadura de Marcos Pérez Jiménez y 
también contra la recién nacida democracia venezolana. Durante ésta, Lancini se 
asila en París, donde conoce una izquierda caviar enloquecida y rocambolesca; 
luego de su paso por Praga y Varsovia se despide del autoritarismo socialista como 
mentira de Estado. En la vida de Lancini (y del personaje de The Night), cuyo 
destino estuvo unido a quien fue también una militante de izquierda, la narradora 
Antonieta Madrid (personaje de esta novela), se imponen los caracteres desatados 
y libérrimos de los años sesenta y setenta. Entre ellos está una poeta genial y 
alcohólica, afecta a armar escándalos y seducir a lores y diplomáticos; o un 
guerrillero experto en escapársele a los gobiernos de Acción Democrática. Hablo 
de la izquierda que vivió la mejor época de Venezuela, con puente aéreo a París, y 
que décadas después vería la monstruosidad de su sueño encarnado en la 
revolución bolivariana, caldo de oscuridad y crimen. Una izquierda que puede 
contemplarse como un palíndromo, especialidad de Lancini, y que bajo la aparente 
diferencia de los significados, al leerlo de izquierda a derecha o de derecha 
izquierda, apunta a un solo sentido: autoritarismo.
La modernidad artística desplegada en forma de personajes novelescos en The 
Night es retratada con la ironía y el anhelo de quien la vio arruinarse y 
desaparecer. Sólo la literatura es capaz de conectar así el presente con el pasado e 
intuir la belleza tremenda —y la ingenuidad— de perseguir el sentido en una 
inmensa superficie de palabras que sólo señalan un fin: la muerte.
EN LA CONDICIÓN HUMANA, Hannah Arendt deja claro que tal condición no
sólo es dignidad de nacimiento sino construcción guiada por objetivos hoy tan 
despreciados como la libertad. La hija de la española, La ciencia de las despedidas
y The Night expresan una literatura testigo del desmoronamiento de la libertad en 
un mundo degradado, con olor a apocalipsis; no hablan de un futuro que no ha 
llegado sino de la experiencia de lo acontecido. Apocalipsis, destrucción y ruptura 
de la convivencia: es el mundo de los zombies, de los que sobrevivieron 
hecatombes, los que arrojaron a la basura los principios, los vencidos por el poder 
de los peores. Se trata de literatura que hace arte con el desastre ecológico, el 
crimen organizado, el fanatismo de cualquier signo histérico y represor, la ruina 
económica, el desprecio al conocimiento, el autoritarismo político sin cortapisas, la 
necropolítica. Las dos novelas y el poemario se diferencian de las distopías 
cinematográficas o de una literatura del pesimismo desde la comodidad de la 
contemplación. Este despiadado trío de libros nos advierte lo que ocurre cuando la 
razón, el humanismo, la verdad y la convivencia democrática se retiran del 
escenario, cuando nos hemos convertido en exmodernos, como en Venezuela.

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