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Filosofia de Jean Guitton

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Facultad de Humanidades y Educación
Filosofía de la religión y la ciencia en Jean Guitton.
Dr. Nelson campos Villalobos
Académico, Facultad de Humanidades y Educación
Universidad Internacional SEK
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En este ensayo, el propósito es mostrar cómo entre personas que vienen de la ciencia y un sabio que ha dedicado su vida a reflexionar sobre el hecho religioso y sobre Dios en particular, con tolerancia, con afecto, analizan un tema que podría haberlos distanciado. Guitton, con su afabilidad, con su amor por la humanidad y su misticismo, contribuye a un análisis de la realidad que sobrecoge por su humildad y al mismo tiempo por su sabiduría, que intuye lo que la ciencia trata de demostrar. Es que para Guitton es imposible dejar de ver a Dios como el Creador de todo y la ciencia le presta alas para volar en un  pensamiento creador que no choca con los postulados religiosos o místicos. Creo que el libro Dios y la Ciencia es un texto que ningún científico, ningún educador o filósofo puede dejar de leer en beneficio de su profesión. El libro se convierte en un pilar de la tolerancia y es francamente inspirador para creyentes y  personas que buscan comprender al universo, a Dios y a los seres humanos. 
Jean Marie Pierre Guitton  nació el 18 de agosto de 1901, en Saint Etienne, un pueblo francés dedicado en gran parte a la fabricación de armas de mucha calidad, y falleció en Paris el 21 de marzo de 1999. En el año 1923 obtiene su diplomatura en filosofía y en 1933 su doctorado. Es  interesante ver que a través de su vida como filósofo estuvo al día en la ciencia y sus conocimientos fueron muy profundos en biología, física y cosmología, lo que le permitía ser un conversador ilustrado en las materias referidas a la filosofía de la vida.
El tema de su tesis doctoral demuestra el interés que tenía por la  religión: El tiempo y la eternidad en Plotino  y San Agustín. Siguiendo la buena tradición de filósofos como Kant y muchos más, dedicó algunos años a impartir docencia en colegios secundarios y quizás la claridad de sus escritos se deba al hábito que tenía de enseñar y a la necesidad de explicar bien a sus estudiantes. Su carrera como académico comenzó en la Universidad de Montpellier para pasar en 1955 a la Sorbonna, una Universidad donde la libertad y el apoyo a las ciencias y a las artes viene desde la edad media como ideal y como imperativo.
Un gran paréntesis en su vida fue su larga experiencia como prisionero de guerra de los alemanes, en Elsterhost, donde se mantuvo desde 1940 hasta el final de la gran conflagración, cuando fue liberado en 1945. Imaginemos lo que significaría para un hombre de ideas la permanencia en un campo de concentración, con guardianes crueles e ignorantes, al igual que muchos de los pobres prisioneros. En esos años crueles su fe católica le ayudó a mantenerse indemne ante lo azarosa de su situación y le dio las fuerzas para luchar contra el desequilibrio mental y  para resistir las penurias propias de un prisionero. Es un dato serio el que señala que un alto número de prisioneros se convirtieron en la post guerra en un problema psiquiátrico debido a la carencia de médicos especialistas en trastornos de guerra. Desde su pensamiento filosófico, esos años le permitieron profundizar sus reflexiones sobre la vida y sobre la religión, convirtiéndose  en el principal filósofo del catolicismo de su siglo. Su reputación en esta materia fue muy alta: fue amigo personal del Papa Pablo VI y con quien sostuvo una permanente comunicación. Es recordada su participación en el Concilio Vaticano II, donde fue el único laico en participar, lo que sin duda fue una excepción hecha a favor de una mente brillante y un pensador de gran misticismo.
En el libro Dios y la Ciencia, dos científicos se encuentran con el filósofo y revisan a las teorías vigentes sobre cosmología, física y filosofía de la religión y la ciencia. Los astrofísicos son los hermanos Igor y Grichka Bogdanov quienes no son ajenos a las ideas de Guitton, por tanto no hay un contrapunto dialéctico, sino que hay una reafirmación del misticismo de Guitton a través de la ciencia dura. Dicho esto, que es importante para entender el texto, veamos algunos puntos de interés para el análisis del tema.
Como señalan los autores en el prólogo, tratan de hacer una filosofía en voz alta, como la que practicaban los griegos y se acostumbraba entre  los filósofos medievales. Para ello tienen que hacer preguntas sencillas pero profundas. Recordemos que Guitton no desconocía los principios científicos, sino que había reflexionado mucho sobre las teorías cosmológicas, como la del Big Bang y además sabía acerca de la relatividad y la teoría cuántica, por tanto no es de sorprender que realice acotaciones propias de un conocedor de la ciencia y más que eso, de un filósofo que ha buscado en ella fundamentar su posición religiosa para los demás, porque él, en su profunda fe, no necesita fundamentar nada.
LA REALIDAD EN GUITTON
 En la siguiente cita extraída de su libro, podemos aprehender cómo Guitton procesaba, en clave  mística, a la realidad y como valoraba a la ciencia:
“Nací en el primer año del siglo XX. Alcanzada ya la edad en que los recuerdos se apartan del tiempo personal y ocupan su sitio entre grandes corrientes históricas, siento que he atravesado un siglo sin igual en la historia de la especie pensante sobre este planeta: siglo de rupturas irreversibles, de cambios imprevisibles. Con los últimos años del milenio, una larga época se acaba entramos a ciegas en un tiempo metafísico.
Nadie se atreve a decirlo: siempre se guarda silencio sobre lo esencial, que es insoportable. Pero una gran esperanza surge para los que piensan. En nuestros diálogos, deseamos mostrar que se acerca el momento de una fatal reconciliación entre los sabios y los filósofos, entre la ciencia y la fe. Impulsados por una conciencia profética, varios maestros del pensamiento habían anunciado esta aurora: Bergson, Teilhard de Chardin, Einstein, Broglie, y tantos otros”. Por su parte, Igor y Grichka Bogdanov han escogido este camino: me han pedido que dialogue con ellos sobre la nueva relación del Espíritu y la materia, sobre la presencia del Espíritu en el seno de la materia. Su proyecto es sustituir el «materialismo» y el «determinismo» que inspiraron a los maestros del siglo XIX por lo que se atreven a llamar metarrealismo: una nueva visión del mundo que, creen, ha de imponerse progresivamente entre los hombres del siglo XXI.
Yo no he podido rechazar su petición. He aceptado dialogar con ellos. Y he recordado otro diálogo, más secreto: mi encuentro con el filósofo alemán Heidegger, que tan gran influencia ha ejercido sobre este tiempo. Heidegger, que hablaba a través de símbolos, me enseñó sobre su mesa de trabajo, al lado de la imagen de su madre, un florero delgado, transparente, del que emergía una rosa. A sus ojos, esa rosa expresaba el misterio, el enigma del Ser. Ninguna palabra podría expresar lo que la rosa decía: estaba allí, sencilla, pura, serena, silenciosa, segura de sí misma; en una palabra, natural, como una cosa entre las cosas, manifestando la presencia del espíritu invisible bajo la materia demasiado visible. A lo largo de mi vida, mi pensamiento ha estado ocupado por un problema que a todos se plantea: el sentido de la vida y de la muerte. En el fondo, esta es la única cuestión con la que se enfrenta el animal pensante desde el origen: el animal pensante es el único que entierra a sus muertos, el único que piensa en la muerte, que piensa su muerte. Y para iluminar su camino en las tinieblas, para adaptarse a la muerte, este animal tan bien adaptado a la vida no tiene más que dos faros: uno se llama la religión; el otro, la ciencia “.
El diálogo fluye continuado, fácil, como en una conversación intrascendente  de amigos, pero en realidad oculta una profundidad, una trascendencia que abruma al lector pues se encuentra ante la voz de la sabiduría. Guitton ha despejado la antigua inconsistencia,la vieja lucha entre la religión y la  ciencia y lo establece desde el principio. No quedan dudas:
“Para la mayor parte de los espíritus ilustrados, la ciencia y la religión se opusieron  mutuamente en el último siglo. La ciencia refutaba a la religión en cada uno de sus descubrimientos; la religión, por su parte, prohibía a la ciencia ocuparse de la Causa Primera o interpretar la palabra bíblica. Pero hace poco hemos comenzado a vivir —sin todavía saberlo— el inmenso cambio que ha impuesto a nuestra razón, a nuestro pensamiento, a nuestra filosofía, el trabajo invisible de los físicos, los teóricos del mundo, los que piensan lo real”.
Esa es la clave: la realidad, aquella que el físico matemático Roger Penrose ha tratado  en vano de descubrir en las leyes científicas,  en su reciente libro que se llama justamente “Camino a la realidad”, un texto de más de mil páginas que cuesta leer por todo el sustrato matemático y físico que se requiere, en cambio Guitton sabe darse a entender en un lenguaje hermoso, preciso y claro. Pero, lo que importa es examinar lo que ocurre con las miradas de Guitton en contraste con la realidad de esta actualidad.
 
Guitton intuye que la realidad es difícil de aprehender, que es inaccesible y además está bajo un velo, que solamente deja dos posibilidades para deshacer: una que conduce al absurdo y otra al misterio. Al declarar inaccesible el problema no queda más que recurrir a la filosofía, pues como ha ocurrido con Penrose, la ciencia no es capaz de explicarla en la reciente actualidad, por más que se revista de fórmulas matemáticas. Incluso así se puede llegar al absurdo, porque los capítulos del libro de Penrose dedicados a las teorías de cuerdas no convencen de estar en presencia de ciencia dura, capaz de hacer predicciones. Si el científico es incapaz de medir, de conocer, de prever los efectos, de hacer experimentos con esas  cuerdas vibrando como partículas inaccesibles, no es una demostración suficiente afirmar que la matemática no rechaza a la teoría y que las fórmulas son impecables en su constructo. Eso no es demostración de nada. Por lo mismo, la aseveración de Guitton es válida. Vamos por un buen comienzo, al menos desde la filosofía.
Las ideas respecto a la dualidad entre el pensamiento real y la metafísica se da en el final de la introducción de Dios y la Ciencia, cuando Guitton escribe:
“En ese universo, mezcla de certezas y de ideas absolutas, la ciencia no podía dirigirse sino a la materia. El camino la conducía incluso a una especie de ateísmo virtual: una
frontera «natural» se levantaba entre el espíritu y la materia, entre Dios y la ciencia,
sin que nadie osara —ni siquiera imaginara— ponerla en duda.
Henos, pues, a comienzos del siglo XX. La teoría cuántica nos dice que para  comprender lo real hay que renunciar a la noción tradicional de materia: materia tangible, concreta, sólida. Que el espacio y el tiempo son ilusiones. Que una partícula puede ser detectada en dos sitios a la vez. Que la realidad fundamental no es cognoscible.
Estamos ligados a la realidad de esas entidades cuánticas que transcienden las categorías del tiempo y del espacio ordinarios. Existimos a través de «algo» cuya naturaleza y  cuyas asombrosas propiedades son difíciles de captar, pero que se asemeja más al espíritu que a la materia tradicional. Y es ahora, cerca de ese mundo desconocido y  abierto, cuando un verdadero diálogo entre Dios y la ciencia puede por fin comenzar”.
 
EL PENSAMIENTO METALÓGICO
El pensamiento lógico, con el cual los filósofos y los científicos pretenden desentrañar la realidad, ofrece dificultades a la hora de tratar de entender al universo y sus leyes. Como vimos en el caso del libro de Roger Penrose, las matemáticas resultan acercarse a la metafísica si no tenemos el cuidado de asentarnos en la realidad que vemos en la cotidianidad de la existencia. El laboratorio puede ayudarnos, pero si las teorías solamente funcionan en el plano ideal de las matemáticas, entonces no sabemos que rumbo tomará el conocimiento, o volveremos a la edad media en una especie de locura basada en las n dimensiones, los multiuniversos, los agujeros de gusano, las cuerdas y otras sutilezas que funcionan muy bien en el papel, pero que no tienen aplicación alguna en estos momentos.
Guitton propone la idea del pensamiento metalógico, el que va más del lenguaje pero que se basa en una filosofía fuerte, en donde la argumentación es posible y necesaria ante la fe basada solamente  en el sentimiento y en la revelación. 
Para la mayor parte de los espíritus ilustrados, la ciencia y la religión se opusieron mutuamente en el último siglo. La ciencia refutaba a la religión en cada uno de sus descubrimientos; la religión, por su parte, prohibía a la ciencia ocuparse de la Causa Primera o interpretar la palabra bíblica. Pero hace poco hemos comenzado a vivir
—sin todavía saberlo— el inmenso cambio que ha impuesto a nuestra razón, a nuestro
pensamiento, a nuestra filosofía, el trabajo invisible de los físicos, los teóricos del mundo, los que piensan lo real.
Mientras que el campo del pensamiento lógico se limita al análisis sistemático de los  Fenómenos desconocidos —aunque, a fin de cuentas, cognoscibles—, el pensamiento metalógico franquea la última frontera que lo separa de lo incognoscible: se sitúa más allá de los lenguajes, incluso más allá de las categorías del entendimiento. Sin perder nada de su rigor, toca el misterio e intenta describirlo. ¿Ejemplos?: la indecibilidad en matemáticas (que demuestra que es imposible probar que una proposición es verdadera o falsa) o la complementariedad en física (que enuncia que las partículas o, más exactamente, los fenómenos elementales son a la vez corpusculares y ondulatorios). Por lo tanto, el primer acto de un pensamiento metalógico,  el más decisivo, consiste  en admitir que existen límites físicos al conocimiento: una red de fronteras, progresivamente identificadas y a menudo calculadas, que cercan la realidad y que de ninguna manera es posible franquear. Un caso especialmente significativo de barrera física fue puesto de manifiesto por el físico alemán Max Planck en el mes de diciembre de 1900.
Se trata del «quantum de acción», más conocido por el nombre de «constante de Planck». De una pequeñez extrema (su valor es de 6,626.11 -34 julio-segundos), representa la más pequeña cantidad de energía que existe en nuestro mundo físico. Detengámonos un instante en este hecho, que es, a la vez, fuente de misterio y de asombro: la más pequeña «acción mecánica concebible». Estamos aquí frente a un muro dimensional: la constante de Planck señala el límite de la divisibilidad de la radiación y, por consiguiente, el límite último de toda divisibilidad.
La existencia de un límite inferior en el ámbito de la acción física introduce naturalmente otras fronteras absolutas alrededor del universo perceptible; entre otras, se tropieza con una longitud última —llamada «longitud de Planck»—, que representa el intervalo más pequeño posible entre dos objetos aparentemente separados.
Del mismo modo, el «tiempo de Planck»designa la unidad de tiempo más pequeña posible.
Esto nos plantea una pregunta inquietante: ¿por qué existen esas fronteras? ¿Qué misterio las ha hecho aparecer en esa forma tan precisa y, además, calculable? ¿Quién —o qué—ha decidido su existencia y    su valor? Y, por último, ¿qué hay más allá?
Esta última pregunta nos revela cómo piensa un místico ante la argumentación científica: la creencia, el sentir de la religión es la que conduce a la verdad absoluta y la ciencia es un vehículo más ante la fe.
EL ORIGEN DEL UNIVERSO
“Este es un planteamiento que trasciende la fe. El Big Bang está fundamentado en lo que sabe la ciencia, está fuertemente argumentado y los hechos están ante nuestros ojos. Ahora bien, en tiempos de Guitton, y basados en las observaciones del padre Lemaitre y de Huble, las galaxias estuvieron antes más juntas que ahora y por lo tanto, si retrocedemos 14.000 millones de años, toda la materia del universo estaba concentradaen un espacio no superior a la punta de un alfiler.
Lo que ahora nos dice la moderna cosmología es que el Big Bang es solamente el comienzo de la dilatación del universo, es decir, que no sabemos que había antes. Que fuese un gigantesco hoyo negro u otra acumulación de materia da lo mismo.
¿Por qué hay algo en lugar de nada? ¿Por qué apareció el universo? Ninguna ley física que se  deduzca de la observación permite responder a estas preguntas. Sin embargo, las mismas leyes nos autorizan a describir con precisión lo que sucedió al comienzo, 10 -43 segundos  después del espejismo del tiempo cero, un lapso de tiempo de una pequeñez inimaginable, puesto que el número 1 va precedido de 43 ceros. Comparativamente, 10 -43 segundos  representan, en un solo segundo, una duración mucho más larga que la de un relámpago en los quince mil millones de años que han transcurrido desde la aparición del universo.
¿Qué pasó, pues, en el origen, hace quince mil millones de años? Para saberlo, vamos a  remontarnos hasta el tiempo cero, hasta ese muro originario que los físicos llaman «muro de Planck». En ese tiempo lejano, todo lo que contiene el gran universo — planetas, soles y miles de millones de galaxias—estaba concentrado en una «singularidad» microcósmica de una pequeñez inimaginable. Apenas una chispa en el vacío. Sin olvidar, desde luego, que hablar del surgimiento del universo nos conducirá a la pregunta inevitable: ¿de dónde viene el primer «átomo de realidad»? ¿Cuál es el origen del inmenso tapiz cósmico que, en un misterio casi total, se extiende hoy hacia los dos infinitos?”
 
EL BIG BANG
Veamos como se mueve nuestro filósofo ante el problema del Big bang, teoría que antes era rechazada simplemente por los teológos, sin ninguna discusión, porque la búsqueda no era externa, sino basada en la propia contemplación de la naturaleza.
El problema epistemológico está en que debemos clarificar que el Big bang es el comienzo de la expansión del universo, no es el punto cero d la creación, por lo cual no importa lo que haya ocurrido antes ni de que tamaño era esa materia primordial que inicia su expansión creando al mismo tiempo el espacio-tiempo..
JEAN GUITTON.—Antes de entrar en el libro, deseo plantear la primera pregunta que me viene a la cabeza, la más obsesiva, la más vertiginosa de toda la investigación filosófica: ¿por qué hay algo en lugar de nada? ¿Por qué hay Ser, ese «no  sé qué» que nos separa de la nada? ¿Qué sucedió al principio de los tiempos y dio origen a todo lo que hoy existe, a esos árboles, a esas flores, a esos transeúntes que andan por la calle como si nada? ¿Qué fuerza ha dotado al universo de las formas que hoy lo cubren?
Estas preguntas son la materia prima de mi vida de filósofo; conducen mi pensamiento y cimentan toda mi búsqueda. Donde vaya, allí están, al alcance de la mente, extrañas y familiares, bien conocidas y sin embargo inseparables del misterio que las ha  engendrado. No se necesitan grandes decisiones; se piensa en estas cosas tan sencillamente como se respira. Los objetos más familiares pueden conducirnos hacia los enigmas más inquietantes.` Por ejemplo, esa llave de hierro que está sobre mi escritorio, delante de mí. Si pudiera reconstruir la historia de sus átomos, ¿hasta dónde tendría ,que remontarme? Y, ¿qué encontraría? 
IGOR BOGDANOV.—Como cualquier objeto, esa llave tiene una historia invisible en la que no se piensa nunca. Hace cien años, la llave se ocultaba tras el mineral bruto, en el corazón de una roca. Antes de ser desenterrado por un golpe de pico, el bloque de hierro que le dio origen llevaba allí miles de millones de años, prisionero de la piedra ciega.
J. G.—El metal de mi llave es, pues, tan antiguo como la misma Tierra, cuya edad hoy es estimada en cuatro mil quinientos millones de añosa, ¿Significa esto el fin de nuestra investigación? Intuyo que no.
Seguramente, es posible remontarse aún más en el pasado para encontrar el origen de la llave.
GKICHKA BUGDANOV.-El núcleo de hierro es el elemento más estable del universo. Podemos proseguir nuestro viaje al pasado hasta ese tiempo en el que la Tierra y el Sol no existían todavía. Sin embargo, el metal de su llave ya estaba allí, flotando en el espacio interestelar en forma de nube que contiene una gran cantidad de elementos
pesados, necesarios para la formación de nuestro sistema solar.
J. G.—Cedo aquí a esa curiosidad que cimenta la verdadera pasión del filósofo:
admitamos que, ocho o diez mil millones de años antes de tenerla entre mis manos, esta
llave existía en forma de átomos de hierro perdidos en una nube de materia naciente.
Pero, ¿de dónde venía esta nube?
I. B.—De una estrella, un sol que existía antes que el nuestro y que explotó, hace diez o doce mil millones de años. En ese momento, el universo estaba constituido esencialmente por inmensas nubes de hidrógeno que se condensan, se calientan, y acaban por encenderse y formar las primeras estrellas gigantes. En cierto modo, estas estrellas pueden ser comparadas a gigantescos hornos, destinados a fabricar los núcleos de los elementos pesados que son necesarios para la ascensión de la materia hacia la complejidad. Al final de su relativamente breve vida —apenas algunas decenas de millones de años—, estas estrellas gigantes explotan y lanzan al espacio interestelar los materiales que servirán para fabricar otras estrellas más pequeñas, llamadas estrellas de segunda generación, los planetas y los metales que contienen. Su llave, como todo lo que se encuentra en nuestro planeta, no es más que el «residuo» engendrado por la explosión de esa antigua estrella.
J. G.—Ése es el punto. Una simple llave nos lanza al fuego de las primeras estrellas.
Ese pequeño trozo de metal contiene toda la historia del universo, una historia que comenzó hace miles de millones de años, antes de la formación del sistema solar. Veo ahora extraños fulgores correr por el metal, cuya existencia depende de una larga cadena de causas y efectos que se extiende, en un período de tiempo impensable, de lo infinitamente pequeño a lo infinitamente grande, del átomo a las estrellas. El cerrajero que fabricó la llave no sabía que la materia que martillaba había nacido en el torbellino ardiente de una nube de hidrógeno primordial. De pronto, respiro con más amplitud. Y deseo ir más lejos, remontarme a un pasado todavía más remoto, anterior a la formación de las primeras estrellas. ¿Se puede decir algo más sobre los átomos que han de formar mi famosa llave?
Evidentemente que se puede decir mucho más, investigando las partículas que forman al átomo, pero ¿Qué más nos dirán que no pueden decirlo las partículas mayores tales como las que conforman a las  células comunes que no podamos encontrar en la macromoléculas y las que forman lo tejidos? ¿Es que la materia está pre-formada antes que exista? Entonces el vacío solo en su imaginario, al igual que la realidad y las cosas que se encuentran en ella.
 
 
No es posible, entonces, separar lo probable de lo que no es, pues pequeñas fluctuaciones pueden llevar a  cambio mayores, sin que podamos saber que ocasionóa a que. La ciencia no se inspira solamente en hechos científicos, sino en las grandes intuiciones y en la fe. Al menos es el mensaje que nos deja Jean Guitton en su libro.
 
 
 
 
 
REFERENCIAS
Artigas, Mariano: Dios y la ciencia. Jean Guitton dialoga con los científicos, en 
http://www.unav.es/cryf/diosylaciencia.html
Penrose, Roger (1911). Road to reality, A Complete Guide to the Laws of the Universe.
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
APENDICE 1
Bibliografía en español
(http://es.wikipedia.org/wiki/Jean_Guitton)
· Aprender a vivir y a pensar ( 2006 ), Encuentro, Madrid, ISBN 84-7490-799-3
· Jesucristo: meditaciones ( 2006 ), Belacqua de Ediciones y Publicaciones S.L. , ISBN 978-84-96326-51-4
· El trabajo intelectual ( 2005 ), Ediciones Rialp, S.A. , ISBN 978-84-321-3228-5
· Lo que yo creo ( 2004 ), Belacqua de Ediciones y Publicaciones S.L. , ISBN 978-84-95894-90-8
· Nuevo Arte de Pensar ( 2000 ), Encuentro Ediciones, S.A. , ISBN 978-84-7490-573-1· Retrato de Marta Robin ( 1999 ), Editorial Monte Carmelo , ISBN 978-84-7239-487-2
· Mi testamento filosófico ( 1998 ), Encuentro Ediciones, S.A. , ISBN 978-84-7490-502-1
· Dios y la ciencia ( 1996 ), Planeta-De Agostini , ISBN 978-84-395-5338-0
· El genio de Teresa de Lisieux ( 1996 ), Comercial Editora de Publicaciones, C.B. , ISBN 978-84-7050-431-0
· El héroe, el genio y el santo ( 1995 ), Editorial Complutense, S.A. , ISBN 978-84-89365-48-3
· Dios y la ciencia ( 1994 ), Editorial Debate , ISBN 978-84-7444-777-4
· Retrato del padre Lagrange: El que reconcilió la ciencia con la fe ( 1993 ), Ediciones Palabra, S.A. , ISBN 978-84-7118-902-8
· Lo impuro ( 1992 ), Promoción Popular Cristiana , ISBN 978-84-288-1105-7
· Dios y la ciencia: hacia el metarrealismo ( 1992 ), Editorial Debate , ISBN 978-84-7444-571-8
· El absurdo y el misterio ( 1990 ), Comercial Editora de Publicaciones, C.B. , ISBN 978-84-7050-230-9
· El Nuevo Testamento: una lectura nueva ( 1988 ), Ediciones San Pablo , ISBN 978-84-285-1258-9
· Silencio sobre lo esencial ( 1988 ), Comercial Editora de Publicaciones, C.B. , ISBN 978-84-7050-168-5
· Mi pequeño catecismo ( 1982 ), Editorial Herder, S.A. , ISBN 978-84-254-1175-5
· El trabajo intelectual ( 1981 ), Ediciones Rialp, S.A. , ISBN 978-84-321-1906-4
· Historia y destino ( 1978 ), Ediciones Rialp, S.A. , ISBN 978-84-321-1935-4
· Lo que yo creo ( 1973 ), Editorial Acervo, S.L. , ISBN 978-84-7002-150-3
· La superstición superada: (Rue du Bac) ( 1973 ), Editorial-Librería Ceme , ISBN 978-84-7349-002-3
· Cuando el amor no es romance ( 1971 ), Sociedad de Educación Atenas, S.A. , ISBN 978-84-7020-055-7
· Diálogos con Pablo VI ( 1967 ), Ediciones Cristiandad, S.L. , ISBN 978-84-7057-071-1
· La mujer en la casa ( 1967 ), Editorial Herder, S.A. , ISBN 978-84-254-0172-5
· Historia de mi búsqueda ( 1966 ), Pomaire, S.A. , ISBN 978-84-286-0058-3
· Justificación del tiempo ( 1966 ), Fax , ISBN 978-84-7071-115-2
· Cristo desgarrado: crisis y concilios en la Iglesia ( 1965 ), Ediciones Cristiandad, S.L. , ISBN 978-84-7057-060-5
· Jesús ( 1965 ), Fax , ISBN 978-84-7071-030-8
· Jesús ( 1965 ), Fax , ISBN 978-84-7071-307-1
· El seglar y la Iglesia ( 1964 ), Ediciones Cristiandad, S.L. , ISBN 978-84-7057-079-7
· La Virgen María ( 1964 ), Ediciones Rialp, S.A. , ISBN 978-84-321-0897-6
· Diálogo con los precursores: diario ecuménico ( 1963 ), Taurus Ediciones , ISBN 978-84-306-9409-9
· Hacia la unidad en el amor ( 1963 ), Fax , ISBN 978-84-7071-031-5
· La Iglesia y el Evangelio ( 1961 ), Fax , ISBN 978-84-7071-028-5
· La existencia temporal. Encuentro. 2005. ISBN9788474901467. http://books.google.es/books?id=Y3ePNEdqIUsC.
 
 
APENDICE 2.
NOTA: se agrega este apéndice, de Mariano Artigas por si el lector quiere conocer más las ideas literalmente expresadas en el libro de Jean Guitton, si bien recomiendo leer el texto completo. De todas maneras, el artículo de Artigas es muy claro y bien escrito.
Dios y la ciencia. Jean Guitton dialoga con los científicos
http://www.unav.es/cryf/diosylaciencia.html
Mariano Artigas
Publicado en Nuestro Tiempo, nº 468, junio 1993, pp. 80-87.
 
En un libro reciente que ya ha sido publicado en castellano1, Jean Guitton, de la Academia francesa, argumenta que los logros de la ciencia actual llevan hacia Dios. El profesor Mariano Artigas analiza las sugerencias de Guitton, que se basan en ideas ampliamente discutidas por científicos y filósofos en la actualidad.
 
Desde la antigüedad más remota hasta nuestros días, los pensadores han estudiado la posibilidad de tender puentes entre el mundo visible y el invisible. Siempre han existido dos grandes bloques: unos niegan que existan tales puentes y sostienen posiciones que van desde el materialismo hasta el agnosticismo, y otros afirman que los puentes existen y son transitables. En la época moderna, estas discusiones se encuentran frecuentemente relacionadas con el progreso de las ciencias.
 
El prestigioso pensador francés Jean Guitton pertenece al segundo bloque, el de quienes afirman la existencia de puentes, y pretende fundamentar sus razonamientos en los conocimientos científicos actuales. En su reciente libroDios y la ciencia mantiene un amplio diálogo con dos astrofísicos, los hermanos Igor y Grichka Bogdanov, que comparten las ideas de Guitton y les prestan la base científica.
 
El problema del puente
 
No son pocos quienes, en nuestros días, afirman que existen puentes entre la ciencia y la religión. Sin embargo, no todos los puentes son sólidos y ni siquiera llevan siempre al mismo lugar. Por ejemplo, Paul Davies escribía en 1983 que en la actualidad la ciencia proporciona un camino más seguro para llegar a Dios que el ofrecido por la religión tradicional, pero el puente de Davies conducía, en aquellas fechas, a una especie de panteísmo en el que se venían a identificar el universo y la divinidad en una mezcla incoherente y explosiva. Davies admite en la actualidad que el puente puede llevar a un Dios personal. Son abundantes las publicaciones en las que científicos, filósofos y teólogos tratan estas cuestiones con éxito desigual.
 
El puente de Guitton está diseñado para conducir hasta un Dios personal creador. Esta construido sobre pilares firmes: sobre la convicción de que el progreso científico manifiesta la existencia de un orden muy notable, y el orden del universo remite a un Creador inteligente. Lo que resulta problemático es el rigor de las argumentaciones, el paso de la física a la metafísica, o sea, el puente mismo.
 
En la contraportada del libro se dice que en la actualidad , la ciencia plantea cuestiones que, hasta una fecha reciente, pertenecían a la teología o a la metafísica, y se añade que esto es unaevidencia. Es lo mismo que en los últimos años viene repitiendo Stephen Hawking. Las respuestas de Hawking y Guitton son muy diferentes, incluso opuestas, pero en ambos casos se tiene la sensación de que se lleva a la ciencia demasiado lejos, haciéndole decir cosas que realmente no está en condiciones de afirmar.
 
En efecto, como todo mortal, el científico se plantea problemas metafísicos, que a veces le vienen sugeridos por su trabajo, sobre todo si estudia el origen del universo, de la vida o del hombre. Pero no está claro que esos problemas pertenezcan a la propia ciencia. El motivo es que cada disciplina científica adopta puntos de vista particulares y los interrogantes metafísicos, en cambio, se dirigen a las cuestiones más radicales de la existencia; por tanto, exigen un tratamiento especial que supera las posibilidades del método científico. Cuando no se distinguen suficientemente las dos perspectivas, el puente se queda a medio hacer; en consecuencia, el transeunte que no se detenga caerá en el vacío. En el libro de Guitton, los tres autores exponen reflexiones interesantes, pero en más de una ocasión da la impresión de que pueden caer en el vacío: a veces, porque hacen decir a la ciencia cosas que no está en condiciones de decir, y en otros casos, porque aventuran explicaciones cuya coherencia es dudosa.
 
El origen del universo
 
En el primer capítulo se plantea el problema de la creación, a raíz de las explicaciones cosmológicas centradas en la Gran Explosión acaecida hace unos 15.000 millones de años. Casi todo el diálogo consiste en una divulgación de las teorías científicas generalmente aceptadas en la actualidad. De pronto, Guitton dice que ese panorama le hace experimentar un vértigo de irrealidad, como si al aproximarnos al comienzo del universo el tiempo se dilatase hasta llegar a ser infinito, y añade la siguiente reflexión: "¿no es preciso ver en este fenómeno una interpretación científica de la eternidad divina? Un Dios que no ha tenido comienzo y que no tendrá fin no está forzosamente fuera del tiempo, como a menudo se lo ha descrito: él es el tiempo mismo, a la vez cuantificable e infinito, un tiempo donde un solo segundo contiene la eternidad entera. Yo creo precisamente que un ser trascendente accede a una dimensión a la vez absoluta y relativa del tiempo: incluso me parece queesto es una condición indispensable para la creación".
 
El problema al que alude Guitton es importante, ya que se refiere a la relación entre nuestro mundo, inmerso en el tiempo, y la acción de Dios que está por encima del tiempo. Pero su reflexión no resulta muy clarificadora. ¿Cómo es posible que Dios sea el tiempo mismo, a la vez sujeto a medida (cuantificable) y eterno?, ¿es posible afirmar que Dios es el creador del mundo, como sin duda lo afirma Guitton, añadiendo a la vez que Dios no está fuera del tiempo?
 
Es importante advertir además que la cosmología científica, en su propio terreno, nada tiene que ver con el vértigo que lleva a Guitton a pensar en una dilatación del tiempo que, cuando se aproxima a la Gran Explosión, se dilataría hasta el infinito. Incluso es posible que la Gran Explosión nada tenga que ver con la creación del universo. En todo el capítulo, tanto Guitton como sus interlocutores pasan por alto esta posibilidad que, sin embargo, resulta crucial.
 
Ciencia y creación
 
Por el momento, poco sabemos acerca del origen de la Gran Explosión. Pudiera ser que coincidiera con la creación, pero la ciencia no puede asegurar que así sea. Más aún: nunca lo podrá asegurar. En el terreno de la física, siempre cabrá formular hipótesis sobre posibles estados anteriores del universo; desde luego, si realmente no han existido, no se conseguirá probar su existencia: pero siempre será posible pensar que quizá hayan existido y que, simplemente, no disponemos de teorías bien comprobadas acerca de ellos.
 
En resumen, la física no puededemostrar que un suceso concreto ha sido el origen absoluto del universo, o sea, la creación. Podemos concluir, mediante razonamientos filosóficos de otro tipo, que debe haber existido la creación, pero no podemos probar que haya tenido lugar en un momento que podamos fechar.
 
En el curso de sus reflexiones, Guitton cita a John Archibald Wheeler y a David Bohm. Se trata de dos físicos importantes que se han adentrado en especulaciones filosóficas tan discutibles como las que el propio Guitton aventura cuando añade que, en el comienzo de la Gran Explosión, pudo haber "una forma de energía primordial, de una potencia ilimitada. Creo que antes de la Creación reina una duración infinita. Un Tiempo Total, inagotable, que todavía no ha sido abierto o partido en pasado, presente y porvenir. A ese tiempo que todavía no ha sido separado en un orden simétrico cuyo presente no sería sino el doble reflejado, a ese tiempo absoluto que no transcurre, corresponde la misma energía, total, inagotable. El océano de energía ilimitada, eso es el Creador. Si no podemos comprender lo que ocurre detrás del Muro, es porque todas las leyes de la física pierden pie ante el misterio absoluto de Dios y de la Creación".
 
El valor de las metáforas
 
Estas reflexiones resultan sugerentes, pero sólo tienen valor como metáforas que no pueden interpretarse al pie de la letra. Hablar de Dios comoduración infinita, tiempo total oenergía primordial resulta más bien confuso, porque en Dios no hay duración, tiempo ni energía, y la eternidad divina no se despliega en el tiempo.
 
El lenguaje metafórico es legítimo. Nuestro lenguaje está lleno de metáforas, que se utilizan para explicar de modo figurado algo difícil de expresar, recurriendo a comparaciones con lo que nos es más familiar. Pero Guitton las utiliza en un sentido bastante fuerte, estableciendo una cierta continuidad entre lo que sucede en la naturaleza y lo que podemos decir acerca de Dios, como si la duración, el tiempo y la energía de que habla la ciencia fuesen una prolongación, a escala limitada, de lo que sucede en Dios mismo.
 
Está fuera de dudas que Guitton admite la trascendencia divina. Lo afirma expresamente al final del libro, a modo de conclusión. Lo que no está claro es el valor de sus metáforas, que además se apoyan en unos hechos que se dan como definitivamente adquiridos por la ciencia cuando, en realidad, caen fuera de su competencia. Guitton da por supuesto que el modelo de la Gran Explosión conduce a la creación absoluta del universo, y sobre esa precaria base afirma que, a través de ese viaje hasta los confines de la física, tiene la certeza indefinible de haber tocado el extremo metafísico de la realidad.
 
Al final del primer capítulo, Guitton afirma que "el más grande mensaje de la física teórica de los últimos diez años se refiere al hecho de que ha sabido descubrir que en el origen del universo se encuentra la perfección, un océano de energía infinita". En realidad, la física no dice nada semejante. La reflexión de Guitton puede resultar sugerente, pero no pertenece al ámbito de la ciencia y, desde la perspectiva filosófica, plantea dos serias dificultades: por una parte, identifica la Gran Explosión con el origen absoluto del universo, lo cual es inseguro, y por otra, identifica a Dios con una infinitud de energía, lo cual resulta confuso si se habla de energía en el contexto de la física.
 
Vida, orden y azar
 
Si las teorías físicas sobre el origen del universo llevan a pensar en un principio ordenador primordial, algo semejante ocurre, según Guitton, cuando estudiamos el origen de la vida. La fantástica aventura que habría dado lugar a los vivientes primitivos a partir de sus componentes químicos, no se explica recurriendo al puro azar, ya que supone que se han dado unas combinaciones sumamente improbables de los componentes. Si se supone que la naturaleza ha dispuesto de todo el tiempo necesario para probar todo tipo de combinaciones químicas hasta que, por azar, se acertó con la correcta, deberá admitirse, por ejemplo, que en esos ensayos se habrían formado un cantidad de compuestos químicos mayor que el nùmero de átomos que existe en el entero universo.
 
Los argumentos en contra del puro azar son, en efecto, serios, a menos que se admita la existencia de tendencias que se combinarían con una cierta aleatoriedad. A lo largo de los capítulos segundo y tercero, los Bodanov y Guitton exploran los datos científicos que indican la insuficienca del puro azar como explicación del orden natural. En el curso del diálogo, los hermanos Bogdanov exponen las teorías de Ilya Prigogine acerca de la formación de estructuras ordenadas a partir de otras menos ordenadas, así como sus repercusiones para explicar el posible origen químico de la vida.
 
En esta línea, los interlocutores dedican especial atención al principio antrópico. El universo que conocemos depende de modo crucial de los valores de un conjunto de magnitudes básicas, las constantes universales, tales como la constante de Planck y las intensidades de las fuerzas básicas de la naturaleza. Si esos valores, que se conocen en la actualidad con una gran precisión, fuesen ligeramente diferentes, no podría existir el universo que conocemos. Todo sugiere que el universo ha sido planeado para que, en último término, podamos existir los humanos.
 
Se trata de ideas muy debatidas en la actualidad, que enlazan con los razonamientos clásicos acerca de la existencia de una finalidad en la naturaleza y que, sin duda, resultan de gran interés. Quienes defienden que la organización del universo es el resultado de procesos casuales se encuentran con enormes dificultades. Guitton y los Bogdanov tienen razón cuando afirman la necesidad de admitir un principio ordenador superior al universo. Sin embargo, los datos científicos por sí solos no bastan para llegar a esa conclusión, a menos que se integren en un razonamiento propiamente filosófico.
 
Los fantasmas cuánticos
 
Uno de los aspectos más problemáticos del libro son las interpretaciones filosóficas que, a partir del capítulo cuarto, se exponen a propósito de la física cuántica. En resumen, viene a decirse, de modo repetitivo, que la física cuántica propone una imagen espiritualizada de la materia, proporcionando las bases para una filosofía en la cual se anulan las diferencias clásicas entre la materia y el espíritu: hay espíritu por todas partes, hasta en lo más material.
 
¿Que hay de cierto en ello? Ante todo, es verdadque el materialismo mecanicista, que pretendía explicar toda la realidad recurriendo a la combinación de partículas materiales, es difícilmente reconciliable con la física actual, porque las presuntas partículas, que serían comotrozos últimos de materia, no parecen existir. Las partículas subatómicas de la física actual son algo mucho más complejo. Si se pregunta hoy día a un físico qué son esas partículas, responderá que son los cuantos de los campos básicos de fuerzas, lo cual poco tiene que ver con la imagen de las bolas de billar.
 
Guitton y los Bogdanov afirman con énfasis que los campos son algo inmaterial, y de ahí extraen conclusiones de gran alcance acerca de la aproximación e interpenetración de la materia y el espíritu. Sin embargo, este razonamiento se basa en una confusión. Los campos de fuerzas de que habla la física son construcciones abstractas, teóricas, matemáticas. Sin duda, se refieren a algo real, pero no son una mera fotografía de la realidad. Y la realidad a la que se refieren es una realidad física, material, no espiritual.
 
En este ámbito se han acumulado múltiples equívocos de los que son responsables también algunos destacados físicos. Los debates acerca del verdadero significado de la física cuántica han dado lugar a una literatura muy amplia que aumenta de día en día. Los diálogos de Guitton y los Bogdanov no clarifican la cuestión, sino que más bien se apoyan en interpretaciones de dudoso valor, que dan como bien establecidas.
 
Los autores parecen afirmar, por ejemplo, que el famoso experimento de la doble ranura acerca del comportamiento de las partículas subatómicas establecería la existencia del espíritu, lo cual no resiste un análisis serio. Si lo que se quiere afirmar es que no existe nada puramente material, porque toda materia se encuentra estructurada y, además, está sostenida por la acción divina que da el ser a todo lo creado, no es necesario recurrir a argumentos poco consistentes con una presunta base física.
 
Ciencia, filosofía y religión: nuevas perspectivas
 
Es cierto que los nuevos desarrollos de la ciencia en las últimas décadas proporcionan una base de gran interés para la discusión de importantes problemas filosóficos. Uno de los méritos del libro de Guitton es que no sólo subraya este aspecto, sino que, además, incluye muchas explicaciones divulgativas acerca de los avances de las ciencias que resultan clarificadoras para el no especialista. El lenguaje es directo y sencillo, los argumentos son claros, y el lector puede hacerse una idea acerca de bastantes debates científico-filosóficos muy actuales.
 
Además, las ideas básicas que se defienden en el libro corresponden, con frecuencia, a problemas e intuiciones importantes. Es una lástima que se encuentren mezcladas con interpretaciones de dudoso valor, probablemente debidas al deseo de construir un puente que relacione directamente la ciencia con la afirmación del espíritu y de Dios. Los puentes existen, pero no siempre son tan directos ni tan sencillos como el libro parece sugerir. Requieren un trabajo más arduo, porque las ciencias, por sí mismas, son incompetentes para pronunciarse acerca de los problemas metafísicos, ni en un sentido ni en otro: proporcionan conocimientos que deben ser sometidos a valoración epistemológica e integrados en una reflexión propiamente filosófica. Los autores lo saben y en ocasiones lo afirman, pero a veces parecen olvidarlo.
 
No cabe hacer demasiados reproches a Guitton si se tiene en cuenta que existe en la actualidad una amplia literatura, por lo general de tendencia materialista o agnóstica, que incurre en defectos semejantes. Pero sería deseable distinguir con mayor claridad lo que dice la ciencia, lo que son interpretaciones discutibles, y los razonamientos propiamente filosóficos que llevan hasta Dios.
 
(1)  Jean Guitton, Grichka Bogdanov e Igor Bogdanov. Dios y la ciencia : hacia el metarrealismo; [versión castellana de Martín Sacristán]. Madrid: Debate, 1998. 4a ed.
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