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NATTIEZ, Jean-Jacques; BOILÈS, Charles. “Petite histoire critique de l´Ethnomusicologie”. En: Musique en Jeu, no. 28, Ed. De Seuil, sept. 1977, pp. 26-53. Trad. Ana María Locatelli de Pérgamo (1993, CSMMdeF). Digit. Constanza Milkes, rev. Luis Ferreira (2015, IIET) Pequeña historia crítica de la etnomusicología Es quizás a causa de su juventud, que la etnomusicología posee pocos panoramas sobre su propia historia. Gilbert Rouget le dedica cuatro páginas (desde fines del s. XVIII hasta 1930) en su artículo de la “Encyclopédie de la Pléiade” (1968, 1340-1343); Bruno Nettl enumera las grandes orientaciones en “Music in Primitive Culture” (1956, 24-44) y en el manual Theory and Method in Ethnomusicology (1964, 12-24), pero, a lo largo de todo este libro, cada problema es reubicado en una perspectiva histórica; se encuentran algunas indicaciones en The Wellsprings of Music, de Curt Sachs (1962, 5-32) y en Ethnomusicology de Jaap Kunst (1959), pero no hallamos ni la historia ni la contextualización de los problemas de obras ya clásicas como The Anthropology of Music, de Alan Merriam (1964), o en The Ethnomusicologist, de Mantle Hood (1971).1 Es quizás a Norma McLeod a quien debamos los detalles más importantes a este respecto: en su tesis doctoral incluye como introducción una historia de las técnicas de análisis (1966, 1-36) y en su artículo más reciente (1974) destinado a los antropólogos, cubre este tema, incluyendo los desarrollos más modernos, como el recurso a modelos lingüísticos.2 Todos estos panoramas tienen al menos un rasgo en común: la poca atención que le brindan a los trabajos publicados en lenguas extranjeras. Luego de una estadía de tres años en Europa, Nettl escribió: “Si bien los etnomusicólogos americanos son estimados en Europa, es sorprendente ver que sólo un pequeño número de sus resultados son conocidos allí y nosotros, en América, debemos admitir también que nos sucede lo mismo con los trabajos europeos” (1959, 67). Si se tiene alguna excusa por no conocer los trabajos redactados en lenguas difíciles, el silencio casi total de los americanos con respecto a la considerable obra Brailoiu se explica sin su difusión primero en rumano y sólo luego en francés,3 y quizás también por la dispersión de sus textos, que hasta las ediciones rumanas de 1967 y 1969 y franceses de 1973, no podían demostrar su pertenencia a un pensamiento global bien articulado. Inversamente, se podría tener una idea bastante deformada de la actividad etnomusicológica americana, si se tomasen sólo en cuenta publicaciones como Ethnomusicology o el Yearbook for Interamerican Research. El congreso de la sociedad de Etnomusicología reúne cada año entre 500 y 800 participantes y allí se pueden escuchar unas 60 comunicaciones de las cuales sólo unas pocas son publicadas. ¡La etnomusicología, como la musicología y particularmente el análisis, depende de la tradición oral! Y dado que es así, los etnomusicólogos deberían no solamente aprender la lengua de los aborígenes cuya música van a estudiar, sino también las lenguas de la etnomusicología, y rozarse, en algunos campos, con las culturas científicas de los otros países o de los otros continentes. La ciencia musicológica, como así también los hechos que estudia, producen discursos culturales determinados, y es quizás esta sordera entre las culturas científicas la que resulta más fácil de superar. Los autores de este artículo no pretenden escapar ellos mismos de las críticas que acaban de enumerar, y estas líneas desean prevenir al lector francés del Québec, situado en el cruce de las culturas francesa y anglo-sajona, y consignadas además por un francés y un americano sin hablar de sus puntos de vista tan cercanos, la reflexión teórica general intenta detenerse atentamente y con interés en los detalles empíricos. Nosotros hemos intentado ofrecer un vistazo lo más extenso posible sobre la evolución de esta disciplina, eligiendo deliberadamente un punto de vista epistemológico. Por esta razón hemos elegido tan sólo aquellos autores que creemos han aportado o cambiado alguna cosa en las herramientas, de todo tipo, de la etnomusicología: los modelos, las técnicas, los problemas propuestos o los campos de interés. La bibliografía y la discografía publicadas en este número harán justicia a los investigadores que sin haber influido, nos parece a nosotros, en el desarrollo de la etnomusicología como 1 disciplina, han jugado un papel importante por sus trabajos de colección y grabación. Las lagunas serán sin duda numerosas, y si una omisión resultante o pareciese escandalosa, deberá ser atribuida preferentemente a nuestra ignorancia y no a una mala intención. Es bastante difícil hablar de “escuelas” en etnomusicología. Los términos corriente o tendencia serán sin duda más adecuados. Además, el verdadero desarrollo de esta disciplina se inicia a comienzos de siglo. Se podría hablar de una historia sincrónica: en un mismo congreso de la Sociedad se codeaban los “antepasados” como Charles Seeger,4 los grandes modelos ya clásicos –Merriam, Nettl…- y los jóvenes investigadores todavía estudiantes. Es esa red de influencias la que vamos a tratar de desenmarañar. Y a tal fin hemos elegido, con la arbitrariedad que ello implica, tres fuentes principales: Berlín, América del Norte y Europa Central. Como no es posible decir todo al mismo tiempo, proponemos a partir de ahora, una especie de árbol genealógico de los principales investigadores del territorio que comenzaremos a investigar a través de sus principales ramas. Este recorrido es efectuado además con una idea principal: nosotros creemos que a lo largo de su historia, la etnomusicología ha puesto el acento tanto sobre el aspecto estrictamente musical de los fenómenos observados, como sobre sus dimensiones antropológicas. Existen estudios etnomusicológicos “puramente” musicológicos, y otros “puramente” etnográficos. Si bien el punto de vista antropológico ha penetrado en el campo de la etnomusicología, muy frecuentemente los dos tipos de descripciones están solamente yuxtapuestos. La especificidad de la disciplina resulta sin duda de la síntesis de las dos aproximaciones, pero esta necesidad auténticamente interdisciplinaria plantea problemas epistemológicos particulares que trataremos de abordar en la última sección. Gilman Boas Von Hornbostel Stumpf Sachs Fewkes Fletcher Densmore Underhill Herskovitz Kroeber Roberts Herzog Kunst Wiora Bukofzer Nathan Schaeffner Husman Brandel Lachmann Vega Apel Waterman Hood Seeger Kolinski Heins Schneider Carlisle Hickmann Kinney Merriam McLeod McAllester Nettl List Etzkorn Filiación de las corrientes alemanas y americanas I. PREHISTORIA Se suele citar frecuentemente el año 1884 para marcarlos comienzos de la etnomusicología: es una fecha que el filólogo y matemático Alexander John Ellis publicó en Proceedings of the Royal Society, sus “Tonometrical observations on some existing non-harmonic scales” que reeditaría el año siguiente en Journal of the Society of Arts bajo el título “On the musical scales of various nations”. Allí introduce el cent, centésima parte del semitono, medición utilizada todavía hoy. En esta obra formulaba una proposición revolucionaria para ala época “La conclusión final es que la escala musical no es única, y tampoco es natural. No está necesariamente fundada sobre las 2 leyes que rigen la constitución del sonido, tan magníficamente elaboradas por Helmholz, sino que son muy diversas, artificiales y muy caprichosas”. También Fétis había llegado a las mismas conclusiones en su Traité d'harmonie (publicado en 1840 pero redactado en 1815) aún cuando no había realizado un análisis técnico como el de Ellis. Sin dudas fue el primero que relativizó el sistema tonal occidental por su relación con otras culturas. Afirmaba también “la historia de la música abarca la del género humano”, lo cual no impidió sin embargo, censurar las “las faltas armónicas” ¡en la quinta Sinfonía de Beethoven! Señalamos además que, desde 1784, William Jones había escrito, en Calcuta, sus observaciones On the Musical Modes of the Hindoos, y que si bien tuvo la justa intuición de que su estructuración no tenía nada que ver con el de la tonalidad occidental, le solicitó a un músico que acomodara los ejemplos al gusto europeo (à la sauce européene). Si deseamos encontrar ,emociones anteriores extra-europeas, es necesario retroceder al Dictionnaire de musique, de J. J. Rousseau (1786) quien presenta transcripciones de una melodía china, una “canción de salvajes de Canadá”, una “danza canadiense”, una melodía suiza conocida como “ranz de las vacas”, y una canción persa. Y si bien estos ejemplos fueron adaptados al sistema europeo, la apertura auditiva que manifiestan conlleva, por cierto, gran ventaja respecto a los propósitos iracundos de Berlioz, o también de muchos de nuestros contemporáneos. Es necesario citar todavía a Memoire sur la musique des Chinois, del padre Amiot (1979) y los trabajos de Guillaume Villoteaus sobre el Egipto (1813, 1816) II. TRANSICIÓN A fines del s. XIX debemos insistir sobre cuatro trabajos característicos de las tendencias que se van a desarrollar a comienzos del siglo XX. • En 1882, Theodor Baker escribe en Leipzig una tesis sobre los salvajes de América del Norte luego de una investigación sobre el terreno entre los indios séneca del Estado de Nueva York. Los cantos son transcriptos directamente sobre el terreno, pero es el primer trabajo que combina la observación etnográfica y la descripción musicológica. • En 1886, Carl Stumpf publica un artículo sobre los cantos de los indios bella coola, luego de haber convivido con ellos. Su estudio es todavía considerado como la primera contribución científica de la etnomusicología. • La obra de R. Wallaschek, Primitive Music (1893), no es quizás más que una compilación de citas extraídas de escritos anteriores, pero es ciertamente uno de los primeros panoramas de música mundiales; además, el método seguido -el examen de un rasgo particular a través el conjunto de las culturas -prefigura la musicología comparada de Sachs. • Año 1889, es una fecha capital: el antropólogo J. W. Fewkes realiza las primeras grabaciones fonográficas de música étnica entre los indios zuñi y passamaquoddy, que van a ser transcriptos y analizados en 1891 por Benjamin Ives Gilman. • En 1900, el doctor Azoulay realiza grabaciones en la Exposición Universal de París, y ese mismo año se crean los Archivos de Viena. 3 • En 1902, en Alemania, Carl Stumpf constituye los archivos sonoros en el Instituto Psicológico de la Univ. De Berlín.5 Este archivo de fonogramas Phonogrammarchiv debuta gracias a la visita a Berlín de la orquesta de la corte de Siam, y luego se enriquece con lo obtenido por numerosas expediciones científicas. Dos grandes líneas se delinean desde ese momento la etnomusicología sobre terreno, sensible a los datos etnográficos, y la musicología de la música étnica: algunos adoptarán la costumbre de estudiar en gabinete la música colectada por otros. III. LA ESCUELA DE BERLÍN Aún cuando Stumpf realizó algunos trabajos de campo, como así también von Hornbostel entre los Pawnee, la mayoría de los investigadores berlineses trabajaron con grabaciones ajenas. El título de la publicación de Stumpf en 1892 es revelador: Phonographierte Indianermelodien. Los archivos sonoros constituyen el centro operacional de Carl Stumpf, Otto Abraham y Eric M. von Hornbostel.6 No es por azar que fueran cobijados en un comienza por el Instituto de Psicología: esta disciplina era considerada en esa época como la reina de las ciencias humanas. Estos investigadores se interesaban sobre todo en el estudio de los procesos mentales implicados en la música, basados principalmente en el análisis de las alturas y melodías, de los sistemas de afinación, la medida de las escalas y los instrumentos. Es necesario insistir particularmente sobre la colaboración de von Hornbostel con el eminente musicólogo Curt Sachs. Basados en la obra de Mahillon, establecieron una de las primeras grandes clasificaciones de instrumentos, y, conjuntamente elaboraron las nociones teóricas que orientarían la investigación durante muchísimos años: ellos retomaron la teoría de los Cielos Culturales de Fritz Graebner y Wilhelm Schmidt, y combinaron las consideraciones evolucionistas con las especulaciones sobre los orígenes de la música y los instrumentos musicales. En esta dirección, von Hornbostel propuso la teoría del ciclo de quintas sopladas Blasquintentheorie con la cual pensaba probar que la difusión de las flautas de pan se había hecho desde el Pacífico Sur hacia el Nuevo Mundo. Esta teoría, hoy día abandonada, fue objeto de intensas controversias durante numerosos años. Sachs desarrolló particularmente una teoría de la evolución musical en tres estadios que se vuelve a encontrar de una manera notable en los trabajos de alumnos, como Marius Schneider (quien se interesó particularmente en los años treinta en la música polifónica), y Rose Brandel (que trabajaba en África Central). Se puede tener una idea de este tipo de investigación con el libro de Walter Wiora, Die vier Weltalter der Musik (1961), traducido al francés como Les quatre âges de la musique (1963). De manera mucho más específica, Curt Sachs desarrolló un tipo de metodología de moda a comienzos del S. XX: consistía en seleccionar un rasgo o una característica aislada y examinar las manifestaciones de la misma a través del mundo entero. [Edward] Tylor había hecho algo semejante en antropología y Frazer en Folklore; se ha citado el trabajo de Wallachek realizado también con el mismo espíritu. Pero aún cuando parezca difícil hoy día aislar un rasgo de su contexto para hacer su estudio 4 universal, una de las tendencias, siempre vigentes y válidas de la etnomusicología, había nacido: la perspectiva comparativa.7 Los primeros trabajos de Curt Sachs están hechos con esta orientación. Es tan sólo luego de su llegada a los Estados Unidos (ligado a la Universidad de Nueva York, donde va a enseñar en la reserva de la sección de música de la New York Public Library) que escribiría sus importantes libros de síntesis: The Rise of Music in the Ancient World (1943), Rhythm and Tempo (1953) y The Wellspring of Music (póstumo, 1961). IV. POSTERIDAD DE LA ESCUELA DE BERLÍN Nose podría insistir lo suficiente acerca de la influencia que tuvieron los etnomusicólogos berlineses sobre el desarrollo de la disciplina. Von Hornbostel forma investigadores bien conocidos como Walter Wiora, Heinrich Hussmann, Robert Lachmann, Marius Schneider, Miecyslaw Kolinski y Hans Hickman. Estos tres últimos serán también alumnos de Curt Sachs, con Hans Nathan, Manfred Bukofzer y Danes Bartha. Debido a que se podía descubrir en cursos una música absolutamente nueva, von Hornbostel no influyó tan sólo a los etnomusicólogos, sino también a investigadores como el antropólogo Alfred Lewis Kroeber que fue el profesor de Helen Roberts - de quien hablaremos más adelante - y Roxanne Connick Carlisle, que hizo mucho para el desarrollo de la etnomusicología en Canadá. Es necesario subrayar también la influencia que le reconoce un etnomusicólogo particularmente importante, Jaap Kunst, cuyo aporte ha sido variado. El introdujo las palabras “ethnomusicology” y “colotomic”.8 Kunst mantuvo con von Hornbostel una vasta correspondencia que los estimuló recíprocamente. También correspondió y cambió publicaciones con numerosos teóricos de importancia, como Curt Sachs. Sus admirables estudios de terreno en los distintos países administrados por holandeses se hicieron conocidos rápidamente y fueron muy útiles para el desarrollo de la disciplina. La utilización del monocordio y sus esfuerzos para verificar los exactos sistemas de afinación explican que haya mantenido el interés por sus estudios: ellos recuerdan constantemente a los etnomusicólogos que los sistemas de afinación varían grandemente a través del mundo. Entre los numerosos etnomusicólogos que fueron influidos por Kunst, uno de los más importantes es sin duda Mantle Hood, que dirigió durante numerosos años, el Instituto de etnomusicología de la universidad de California en Los Ángeles (UCLA). Hood fue uno de los principales iniciadores del concepto de bi-musicalidad: esto implica que una de las mejores maneras de penetrar la música de otra cultura consiste en estudiarla intensivamente desde el interior y en hacerse un intérprete de la misma. Para esto, Hood desarrolló una especie de conservatorio mundial en UCLA, invitando a profesores y a conjuntos instrumentales de todas partes del mundo, principalmente de Asia y de Indonesia, con los cuales no solamente estudiaban los sistemas musicales, sino que aprendieron a ejecutar las obras. Hood hizo venir a UCLA a una figura particularmente original de la etnomusicología. Charles Seeger, quien, al margen de tener un interés muy grande por los problemas de la transcripción, fue uno de los raros autores que se preocuparon por la epistemología.9 Seeger afirmó siempre que el estudio del conjunto de la música concierne a los musicólogos y que por esta razón, los términos de “musicología histórica” y “etnomusicología” no eran felices. Constantemente rompió lanzas en favor del desarrollo de una teoría unificada de la lógica musical (1960) y de 5 un lenguaje que permitiera a los musicólogos discutir objetivamente los fenómenos musicales, en lugar de contentarse con consideraciones impresionistas y subjetivas que caracterizan frecuentemente la literatura musicológica, Seeger gusta de servirse de dicotomías para desarrollar sus ideas, y la mayoría de sus artículos se basan sobre ellas para ilustrar este modo de razonamiento (véase, por ejemplo, Seeger, 1966). Al margen de su actividad epistemológica, Seeger se interesó también en los problemas de ka transcripción. Tanto desde el punto de vista teórico – se le debe la distinción capital entre escrituras musicales “descriptivas” y “prescriptivas” (1958)- como práctica: para limitar las dificultades de la percepción subjetiva, inventó el melógrafo, un instrumento capaz de transcribir automáticamente las monodías, de las cuales daba un gráfico. Lamentablemente, el único ejemplar que existía en la UCLA se rompió, y sus logros no fueron juzgados lo suficientemente interesantes hoy día como para justificar nuevos gastos. Pero les permitió a muchos musicólogos comprender como su percepción auditiva podía ser etnocéntrica y nada fiable para un trabajo de transcripción adecuada. [André] Schaeffner estuvo en contacto con Sachs, en ocasión de su paso por el Museo del Trocadero (hoy día Museo del Hombre), antes que aquél emigrara a los EUA. La contribución principal de Schaeffner, al margen de los estudio sobre los sistemas musicales y sobre la música africana, frecuentemente bajo la óptica sociológica, versa sobre la organología. El título de su libro Origine des instruments de musique (1936, reeditado en 1968) dice mucho respecto a lo que le debe a la escuela alemana. El autor cita y discute frecuentemente el Geist und Werden der Musikinstrumente de Sachs, pero su subtítulo Introduction ethnologique à l'histoire de la musique instrumentale señala la influencia de la sociología francesa y subraya una de las grandes originalidades de la obra. Schaeffner retiene de la escuela alemana los interrogantes acerca de los orígenes de la música. Contra la tesis del origen lingüístico de la música por intermediación del canto, opone una hipótesis kinética: la música nace del cuerpo y del gesto. El ritmo devino de los pasos de danza, y el cuerpo, con las sonajas, por ejemplo, se rodeó literalmente de música. Se asiste así, a lo largo de todo el libro, a la reconstrucción de una filiación hipotética de los instrumentos: de la percusión y de la caja de resonancia, se pasa a la vibración de la cuerda sobre esa caja, luego, del arco musical a cuerda al arco musical de boca: ejemplo: “A esta pared sensible pudo sobreponerse un objeto que le comunica su propia excitación. Así se habría ido el resonador puro al instrumento de cuerdas. Cavidad; pared que la cubre; cuerda en unión con esta última: según tal proceso, el hombre podría haber pasado de la noción de cavidad sonora ala de cuerda tendida en la proximidad de esa cavidad. No habíamos visto acaso el bastón del ritmo disociarse de la cavidad que contenía y de arrojarla sobre la plancha que el golpea (tambor de madera); asimismo, entre el resonador y la mano que trata de excitarlo pudo insertarse la vibración de cuerpos intermedios, y es ahí donde comenzó la historia, entre otras, de los instrumentos de cuerdas” (1968, 145). Todo esto es maravillosamente lógico, pero a la manera de la lógica hegeliana: se trata de un modelo evolutivo puro, independientemente sin pruebas arqueológicas que no se poseerán sin duda jamás, del desarrollo real de los instrumentos en tal o cual cultura particular. Pero, parece difícil 6 admitir que esta evolución haya sido paralelamente la misma en cada civilización del mundo. Así, el aporte más sólido que la obra posee proviene de lo que le debe a la sociología francesa, y más particularmente ala insistencia de Marcel Mauss sobre el concepto de “hecho social total”. Para Schaeffner, los instrumentos “son en principio signos: su materia, su forma exterior, el hecho mismo de en “encierran” sonidos, están ligados a un conjunto de creencias, de hábitos y de necesidades humanas, que traducen elocuentemente. Se ubican en el cruce múltiple de técnicas artísticas, de ritos...” (1968, 303). El autor hace la síntesis de todo aquello importante que haya podido ser escrito en organología, se implica a sí mismo en los debates y propone al final del libro su propia clasificación, pero nunca se detiene- y este es un punto capital- en la sola descripción morfológica de los instrumentos: siempre están relacionados al sistema de pensamiento y al contexto etnográfico que les dio vida. Se puede ver en Miecyslaw Kolinski uno de los continuadores, siempre activo, de la escuela de Berlín en los EUA: el elaboró un método de análisis de la melodía(1956; 1961) cuyo objetivo es permitir la comparación entre las culturas musicales del mundo entero y lograr extraer los universales, basado sobre la idea, discutible, de que la octava es percibida universalmente de la misma manera, el fundó su sistema de análisis de las estructuras melódicas sobre el número de alturas en la escala (o el modo de un canto), puestas en relación con una jerarquización de las alturas derivadas del ciclo de quintas (tint theory). El obtiene así 348 tipos de estructuras de las cuales constata la presencia o ausencia en el corpus de una cultura dada, o en un conjunto de corpus distintos, enfocados en una perspectiva comparativa. El método no puede ser utilizado en las culturas que poseen intervalos diferentes al sistema europeo, y donde las escalas no pueden ser adaptadas a las idiosincrasias del sistema cromático. En cuanto a los movimientos melódicos, Kolinski realizó una taxonomía de 100 tipos que definen el contorno principal de la línea de canto. Como anteriormente, son utilizados estadísticamente en una óptica comparativa. Kolinski (1965) intentó nuevamente proponer un método riguroso para demostrar la tendencia ascendente o descendente de una pieza, según un sistema de cuantificación relativamente complejo. Uno está en principio seducido por su intento de medición del tiempo interno (1959). Remarcando que el número de notas por minuto es diferente en muchos cantos, incluso si poseen el mismo tiempo rítmico, el elabora una fórmula que indica la rapidez relativa de cada pieza. Se advierte así porque tal canto es percibido como más rápido que otro, aún cuando posean el mismo tiempo metronómico. Nettl (1973, 154) no cree en la eficacia del sistema, incluso en la música clásica occidental, pero su comentario parece explicarse por la discordancia entre medida de Kolinski y la realidad de la percepción de la velocidad musical entre los aborígenes de una cultura particular. Los métodos de Kolinski son bien conocidos en América del Norte, pero raramente han sido empleados, si no es por alguno de sus discípulos o por el mismo Kolinski. Sin duda ello se debe a que la mayoría de sus artículos consisten en exposiciones de su metodología y que él no publicó, hasta el presente, un estudio comparativo grande y definitivo que demuestre la validación de sus sistemas a propósito de millares de melodías que el afirma haber utilizado para elaborar sus herramientas. Pero su intento 7 sufre sobre todo de ser definido “a priori”, con la esperanza de que convendría para todos los sistemas del mundo. Este no es el caso entre los etnomusicólogos americanos que van a preocuparse por descubrir culturas musicales particulares, especialmente bajo un ángulo estilístico, elaborando previamente un nivel descriptivo neutro, con la ayuda de rasgos observados en el corpus musical. V-DESCRIPCIONES ESTILÍSTICAS Para poder comprender lo que distingue los trabajos de la escuela de Berlín de la americana, es necesario remontarse al antropólogo Franz Boas, cuya influencia fue a la vez directa e indirecta. Boas mismo reconoció en su obra la importancia de la música y la danza para interpretar las culturas: en su ya clásica obra, Central Eskimos (1888) presenta un anexo con transcripciones que se consideran como las más antiguas que se poseen de la cultura musical inuit. En el último de los capítulos de Primitive Art (1927), consagrado a la literatura, la música y la danza, insiste en la importancia del contenido antropológico de los cantos, y el estrecho vínculo entre los campos de actividad artística que las categorías occidentales tienden a separar. Por eso entusiasmó a sus alumnos de antropología para que describieran las ceremonias teniendo en cuenta los hechos musicales a ellas asociados. Boas fue profesor de Alfred Kroeber, quien influyó enormemente sobre Helen Roberts, pero el impacto de Boas se ejerció directamente sobre uno de los estudiantes más brillantes de von Hornbostel, George Herzog, quien llegó a EUA luego del golpe de estado hitleriano. El aporte de Herzog a la etnomusicología es fundamental, ya que él orientó el desarrollo de la disciplina hacia cuatro preocupaciones principales: la descripción estilística, la relación entre lingüística y etnomusicología, la actividad crítica y el desarrollo de tipologías. Siguiendo la tradición de von Hornbostel, se interesó en el estudio comparado de los estilos musicales. Su tesis doctoral trata sobre el estilo comparado de los Pima y los Papago, del cual presentó un resumen en el 23o. Congreso Internacional de Americanistas con el título “Musical Styles of North America” (1928). En el primer período de sus investigaciones, empleó como rasgos estilísticos fundamentales los esquemas rítmicos, el tiempo y el acompañamiento, como así también el movimiento, el ámbito melódico y la manera de cantar; luego añadió nociones como el equilibrio de la estructura formal y el curso de la melodía. Hacia 1938, también tomó en cuenta la manera en la cual terminan las piezas y los textos. En esta época Herzog estaba convencido de que ciertos rasgos fonéticos habían influido muchísimo sobre el estilo musical, y no cesaba de reclamar la penetración de la lingüística sobre el estilo musical. Le parecía que rasgos como el acento, la longitud silábica, el ritmo y la melodía de la palabra debían afectar las configuraciones musicales (1936, 10). Su obra tuvo una influencia directa sobre su alumno George List, quien estudió las relaciones entre la melodía de la palabra y la del canto (1961) y propuso así la primera tentativa de diferenciación entre palabra y canto. Indirectamente, es bajo la misma influencia de Herzog que algunos investigadores americanos iniciaron exploraciones sobre la utilización de modelos lingüísticos como herramienta posible de análisis musical. Herzog habría sido también uno de los primeros en subrayar los peligros del etnocentrismo y sus consecuencias nefastas para el resultado de las 8 investigaciones. El demostraba constantemente que tanto los europeos como los americanos dejaban de lado muchos aspectos de la substancia musical cuando transcribían directamente en el terreno, y en Musical typology in folksong (1973) llegó a afirmar que tal música había sido falsificada. También insistió mucho, como lo harían paralelamente e independientemente de él y en la misma época, Bartók y Brailoiu, para que el investigador procediera a grabar tan fiel como fuera posible, y no tan sólo por el placer de formar archivos y museos. Las colecciones de cilindros que llevó de Europa están actualmente conservadas en el Museo Americano de Historia Natural, en Nueva York y en los Archivos de Música Tradicional de la Universidad de Indiana. Durante toda su carrera, Herzog no cesó de reclamar, particularmente en sus informes, a menudo fuertes, por una mayor objetividad de la etnomusicología: una mejor formación de base, técnicas más elaboradas, una coordinación más sostenida de los proyectos y de mayor rigor científico. Pero el mayor desafío lanzado por Herzog a la etnomusicología, aún cuando él mismo no lo haya hecho, habría sido no considerar las clasificaciones como un fin en sí mismas, sino para interpretarlas en el contexto de la cultura misma: para él, la localización de una música en un sistema o en un index, con sus rasgos cuantificables, no era sino el primer paso hacia una compresión más profunda. Contemporánea de Herzog, Helen H. Roberts compartió su interés por los estudios descriptivos. Como él, raramente empleó cuadros estadísticos, prefiriendo proceder a las clasificaciones de los diferentes elementos presentes en un canto. En la tradición de los estudios de área cultural, desarrollados por Kroeber, Roberts introduce en los métodosde la etnomusicología, la lista de rasgos. Ella utilizó esta técnica por vez primera en Form in Primitive Music (1933) donde los rasgos estilísticos están clasificados según una lista de 36 variables, basadas en el análisis de los elementos relevados en un corpus de cantos de tres grupos de indígenas californianos. Ella subraya luego, en cada canto, la presencia o ausencia de esos rasgos y reagrupa los cantos según los rasgos que les son comunes. Ella utilizó el mismo método, con ciertas modificaciones, en su estudio Musical Areas of Aboriginal North American Indians (1936). También utilizando el principio de rasgos, Paul Collaer organizó hermosas síntesis cartográficas de las áreas culturales musicales (1957; 1960). Se vuelve a encontrar esta misma técnica en el libro de Jones, Studies in African Music (1959). Se puede situar en la tradición Herzog y Roberts, con sus listas de rasgos, a uno de los autores más prolíficos de la etnomusicología: Bruno Nettl. Su estudio descriptivo North American Indians Musical Styles (1954), refleja sus estudios con Herzog, pero también demuestra un igual interés por los estudios musicales comparativos (véase, por ej. 1973). Sus preocupaciones tratan también sobre las teorías y los métodos (1964), tanto como sobre las relaciones entre lingüística y musicología (1958). Nettl posee una vista particularmente aguda de la disciplina y sugirió desarrollar las herramientas y los dominios de las investigaciones que aún no fueron explorados por nadie, como el estudio comparado del vocabulario musical. VI. ESTUDIOS DE UN ÁREA CULTURAL MUSICAL Si bien se han realizado excelentes colecciones en el seno de grupos culturales únicos, pocos musicólogos han intentado grabar, a la vez transcribir y publicar la música de 9 varias culturas. Algunos de los primeros etnomusicólogos han trabajado en la tradición de ciertos folkloristas, intentando grabar la música con la finalidad de preservarlas de las alteraciones, inevitables y normales, causadas por los cambios culturales y la aculturación. Otros investigadores empezaron a documentar y coleccionar, porque se hacía evidente Que los buenos estudios musicales interculturales no podían hacerse sin un corpus adecuado. Frances Densmore trabajó desde dos puntos de vista, publicando los estudios sobre 13 tribus de indios de norteamericanos (véase p.ej. Densmore, 1922). Se critica en la actualidad la obra de Densmore sobre bases que no tienen ningún valor retrospectivo: sus análisis cubren 50 años de investigaciones, y habida cuenta de las herramientas intelectuales con que ella contaba en ese entonces, sus análisis valen mucho más que otros. Creemos esencial desmitificar algunas leyendas que han corrido respecto a su etnocentrismo. En realidad ella estuvo mucho más adelantada sobre ciertos aspectos de la etnomusicología -que sólo muchos años más tarde otros retomarían. En un principio Densmore relevó, al mismo tiempo que grababa la música, numerosas informaciones etnográficas. No era muy frecuente en esa época, y uno se pregunta incluso hoy, si muchos musicólogos no se contentan con documentar las grabaciones, algunas fotos y pocos datos sobre el significado del acontecimiento. En los primeros años de su carrera, ella practicaba una política sobre la cual Brailoiu iba a insistir: hacer muchas grabaciones de una misma pieza, varias versiones de un mismo canto por varios cantantes, lo que le permitió llegar a estudios comparativos de diversos tipos. Se puede decir también que Densmore intentó responder a ciertas preguntas que hoy día pertenecen a la semiología musical, aún cuando no continuó con esa línea. Mientras que algunos buscaban dilucidar la cuestión de los orígenes y a descubrir los esquemas de la difusión, mientras otros intentaban descubrir el estilo a grandes rasgos, ella se proponía dos preguntas: 1) ¿qué es lo propio musical de cada tribu? 2) ¿qué es lo que identifica un género particular? Para contestar estas preguntas agrupó las piezas según sus géneros (y no según sus incipits, contornos melódicos, finales de frases, modo, patrones rítmicos o estructura formal) luego intentó hacer la lista de los rasgos musicales que podrían ser propios del género. Lamentablemente su lista de rasgos distintivos es bastante trivial en comparación con los criterios actuales, pero sus objetivos metodológicos sobrepasan en ellos mismo a los mismos. Es absolutamente extraordinario leer, en sus comentarios una alusión a tal aspecto, que ella sospecha sería significativo de alguna cosa, pero la decepción se instala inmediatamente, porque ella no siguió ninguna sistematización en esa dirección, sin duda porque no sabía como construir un paradigma o quizás por falta de confianza en lo que para ella sólo fue intuición pasajera. Finalmente hay que señalar que Densmore, adelantándose a muchos otros, intento el estudio sinóptico de las culturas que le interesaban. Su método y sus conclusiones son de una importancia secundaria con relación al hecho que ella haya reconocido la necesidad de perseguir ese objetivo. Densmore fue una pionera remarcable en una disciplina que no tenía aún teoría bien desarrollada en el momento en que ella estaba activa. Ella debe ser saludada por su percepción de los problemas, que otros comenzaban solamente a entrever. Como colectora sistemática, Densmore habría sido, en su tiempo, única en su género, pero fue la precursora de una tradición que debería instalarse gracias a uno de los estudiantes más notables de Herzog: Davis McAllester. En su estudio Enemy Way 10 Music (1954), McAllester introdujo por primera vez un tipo de monografía que se convertiría en modelo para numerosos investigadores: la primer parte del libro describe la etnografía de los acontecimientos musicales, la segunda comprende las transcripciones y el análisis de esa música. Por primera vez un trabajo norteamericano intentaba combinar un material antropológico extenso con un estudio musicológico. Es ese paso decisivo de la etnomusicología y no es sino retrospectivamente que se puede reprocharle no haber relacionado más las informaciones antropológicas al análisis musical, si aún la etnomusicología de hoy día está apenas comenzando a trabajar esta orientación. VII. LA ETNOMUSICOLOGÍA EN LA EUROPA DEL ESTE Interrumpimos un instante el estudio de la etnomusicología anglosajona para volvernos hacia el movimiento europeo, paralelo al que venimos de estudiar y que se caracteriza por la colección y la transcripción extensiva de corpus propios a un área cultural dada. Pero esta orientación se ha hecho, sospechamos, a partir de una tradición muy distinta. La colección sistemática de la música popular en esta parte del mundo es muy antigua y quizás le debamos a Balakirev, el “jefe” del grupo de los Cinco, el haber recogido sistemáticamente y por vez primera una colección de cuarenta (40) melodías populares moujiks, que luego armonizaría cuidadosamente. Las preocupaciones del compositor estaban centradas básicamente en objetivos nacionalistas, porque, al margen del cosmopolitismo romántico de Tchaikovsky y de Rubinstein, se trataba de crear literalmente una música rusa, basada en la tradición popular. Uno no puede sorprenderse entonces, de que el desarrollo de la etnomusicología en Europa Oriental esté a menudo relacionado con los movimientos de afirmación nacional, e incluso estimulada por éstos. Cuando se piensa en la etnomusicología de estos países, inmediatamente vienen a nuestra mente los nombres de Bartók y de Kodaly. No debe olvidarse sin embargo, a Bela Vikar, quien, desde 1889 recogió los cantos épicos de la Carélie finlandesa, y que fue probablemente el primero en utilizar, en Europa,el fonógrafo, y el primero que creó una fonoteca, en Budapest. En 1901 el finés Ilmari Krohn publicó la primera recopilación de cantos populares finlandeses para los cuales elaboró un sistema de clasificación. Bartók se iniciaría en el trabajo de campo con Vikár y retomaría el sistema de Krohn para el análisis de su material húngaro, y es bajo la influencia de Kodály que realizó sus primeras recopilaciones en 1906. Pero si el interés por el folklore era una tradición entre los compositores desde el grupo de los Cinco, Bartók, aunque compositor, iba a remarcar el interés y los alcances científicos de la etnomusicología pidiéndole a los colectores que pasaran de los objetivos puramente estéticos a la investigación científica (1968, 164). Varios rasgos caracterizan la obra etnomusicológica de Bartók: 1. Si bien reconoció el profundo estímulo que ejerce el nacionalismo en favor de la preservación y del estudio de las culturas nacionales, insistió mucho sobre la 11 necesidad de no dejarse enceguecer por aquél: y puso como evidencia que el llamado “ritmo húngaro” se encontraba entre los rumanos y los turcos (1968, 190). 2. En la época en que la ideología nazi convertía en tema crucial este tema, Bartók mostró, por el contrario, qué riqueza podía resultar de la mezcla de las culturas y de los estilos musicales (1968, 192-194). 3. Habiendo comenzado por el estudio de la música popular húngara, pronto se dio cuenta de la necesidad de no limitarse a una sola cultura. El etnomusicólogo Djoudjeff ha hallado en su obra 11000 melodías transcriptas, a cuyo lado había 3700 húngaras, 3500 rumanas, 3223 eslovacas, 89 turcas, 65 árabes y más de 200 serbocroatas, ucranianas y búlgaras. El objetivo de Bartók era eminentemente comparativo y, al mismo tiempo, histórico: es necesario, decía él, “desenredar la filiaciones y las interdependencias” (1968, 167) y su objetivo último habría sido “reunir todas las músicas populares de la tierra en varias formas, algunos tipos y algunos estilos primitivos” (1968, 190). Para llegar a esto, el consideraba como absolutamente capitales la utilización del fonógrafo y las transcripciones minuciosas que hicieron la admiración de los más grandes, como Herzog lo hizo en su prefacio a la recopilación póstuma de Bartók: “Serbo-Croatian Folksong”. 4. Estudiando el libro de Bartók “Slovenské L'udové Piesne” (1959) uno puede hacerse una idea clara del sistema de clasificación que emplea este autor. Elegía deliberadamente la clasificación según los ritmos y la estructura de los versos: melodías de 4, 3, 2 versos, de forma indefinida, y música instrumental, luego cada una de las categorías se subdividían según el tipo de ritmo (puntuado, no puntuado) y estos últimos, a su vez, según fuesen isométricos o heterométricos. En el detalle, otros rasgos eran tomados en cuenta: altura final, ámbito, estructura de las estrofas, funciones modales. En el “Corpus Musicae Popularis Hungaricae” (1951-1966) los motivos son sistemáticamente clasificados con sus variantes. Se encontrará una excelente síntesis de las técnicas analíticas de Bartók y Kodaly en el pequeño libro de Stephen Erdely, “Methods and principles of Hungarian Ethnomusicology” (1965). 5. Aún cuando aquí no demos sino un resumen muy general de la óptica de Bartók, se ve bien que su trabajo comparativo y morfológico es al mismo tiempo inductivo, ya que en él, siempre se parte del material empírico antes de proceder a las generalidades: “Se trata de confrontar los repertorios de diversos territorios explorados, de extraer los elementos que les son comunes y aquéllos que les pertenecen a cada uno como propios: el folklore musical descriptivo cederá su lugar al folklore musical comparado”. 6. Finalmente, Bartók mostró e ilustró él mismo la complejidad del trabajo del etnomusicólogo, subrayando las relaciones de la música con todos los otros aspectos de la vida social, y de todas las relaciones de la musicología con las otras ciencias: filología, fonética, coreografía, sociología, historia, conocimiento de lenguas (1968, 166). 12 Por más dominante e impresionante que sea la figura de Bartók, no hay que subestimar los nombres de quienes, al lado de Kodály, trabajaron con él: Lajhata, Vargyas, Járdányi, por no citar sino a algunos de ellos, ni las tareas de orientación idéntica- colección, transcripción, análisis- que florecieron en los otros países, aún cuando de manera menos sistemática y sobre todo menos seguida.10 Si Hungría produjo un gran compositor y un gran colector de música que tuvo también tiempo para reflexionar sobre su disciplina, Rumania vio nacer a uno de los grandes teóricos de la etnomusicología: Constantin Brailoiu. Bartók escribía respecto a él: “no sólo es el mayor y más importante conocedor del folklore rumano, sino que está considerado también como uno de los mejores folkloristas de Europa” (1968, 178). Por su parte Brailoiu no dejó nunca de subrayar su deuda hacia su maestro. En la misma orientación se va a convertir en un gran recolector (en particular entre 1929 y 1932) y creará los archivos rumanos de folklore en 1929, continuando su carrera en Ginebra, donde lanza loa Archivos Internacionales de la Música Popular en 1944, luego a París donde trabaja en el Centre National de la Recherche Scientifique, desde 1948 hasta su prematura muerte en 1958. La obra de Brailoiu no tiene la audiencia que merece, lo dijimos ya al comienzo. Es bien seguro, de difícil acceso, sus monografías, “Notes sur la plainte funèbre du village de Dragus et les Plaintes funèbres de l'Oas”, fueron editadas en rumano (1932 y 1938), pero se encuentran, históricamente, con “Vie musicale d'un village”, obra póstuma de 1960, entre las primeras monografías de etnografía musical sobre una región limitada. Obra inacabada también: sus estudios sobre el departamento de Gorj, que esperan todavía un editor que tendrá primero que establecer el texto (600 páginas manuscritas). Al lado de la publicación de recolecciones y de discos, la obra teórica de Brailoiu trata sobre dos regiones esenciales (que le bastaron a Rouget para el armado de la edición francesa): la crítica de la disciplina y la elaboración de una metodología por una parte; la aproximación inmanente de los sistemas musicales del otro: ella trata esencialmente sobre el ritmo y las escalas. Pero más allá de la dispersión de sus artículos, es una concepción coherente de la etnomusicología la que se desprende. Con toda seguridad, en “Esquisse d' une méthode de folklore musical” de 1931, comprendido sobre todo como un texto práctico, insiste sobre aspectos que se han vuelto ya moneda corriente: necesidad de registros fonográficos, de fotos y en lo posible de cine y sistema de fichaje. Pero el etnomusicólogo actual puede todavía sacar provecho de tres ideas claves: 1. los estudios del folklore musical se sitúan entre la musicología y la sociología: todo lo que Brailoiu dice sobre referencias o datos concernientes a los informantes, la de que es necesario basar las clasificaciones de los cantos sobre los géneros tales como el pueble los concibe, todo eso resta como muy válido; 2. en la medida en que no es posible encontrar a todos los miembros de una aldea, es necesario definir con criterios precisos cuáles son los informantes tipo: Brailoiu ilustró la necesidad y la validación de este método en “Vida musical de una aldea”; 13 3. pero se debe retener sobre todo su insistencia sobre el concepto de Variationstrieb: “A cada repetición, el intérprete popular introduce el ritmo, en la línea melódica, e incluso en la arquitectura, alteraciones más o menos sensibles que se pueden llamar variaciones, apenas comenzado, es el problema quizásmás arduo, pero ciertamente el más importante, del folklore musical: nosotros llegamos así a las fuentes mismas de la creación musical” (1931: 55). es entonces superfluo buscar el origen y la difusión de un canto: no hay melodías más auténticas que otras. Así, es necesario esforzarse en coleccionar una decena de versiones de una misma pieza, a fin de poder mostrar esta “tendencia a la variación”. Brailoiu propone establecer cuadros sinópticos en los cuales sólo los elementos nuevos de cada melodía, por relación a la primera transcripción, están reescritos. Se puede considerar que, en musicología, Brailoiu es el padre irrecusable del paradigma que Ruwet cita por otra parte entre los autores que influyeron sobre su método (cf. Ruwet, 1972, 104-105 y Nattiez, 1975, 240). La concepción de la variación en Brailoiu puede simbolizar el conjunto de sus ideas: lo que esos paradigmas pueden hacer aparecer, es el sistema de la creación popular, y es considerando esos elementos como forman un todo, que abordó el ritmo, en particular el que llamó el “giusto syllabique” y las escalas, sobretodo el pentatonismo con la cuestión de los “Pyén”. “El momento ha llegado- escribió- de cambiar de vocabulario y de hablar, desde ahora, no de una “escala” o “gama” sino de un “sistema” pentatónico, caracterizado por estos “pentatonismos” cuya identificación es seguramente el único modo de echar algo de claridad sobre un tema que la irreflexión y la rutina han, poco a poco, transformado en charada” (1967, 329). El tono, se lo ve, se puede volver irónico o mordaz, en particular respecto a la escuela alemana, de la cual no acepta las especulaciones sobre el origen de la música y las hipótesis difusionistas. Tampoco admite, y es una lección de probidad científica todavía válida hoy día, que no se respete la autenticidad de los hechos dados para hacer encuadrar con una teoría “a priori”: “para alcanzar el éxito, dijo a propósito de una teoría de Riemann, fue necesario, luego de un pedido de principio arbitrario, la omisión querida de todo lo que, en lo concreto, podría trabar una argumentación guiada hacia un objetivo establecido de antemano” (1967, 301-302). En sus discusiones sobre las escalas, no tiene sino desprecio por las llamadas escalas defectivas (1967, 325) aún cuando el no evitó hablar él mismo, de pre-pentatonismo (1967, 363). Y si considera que los “Pyén” no son constitutivos de una escala, al menos propuso criterios apara definirlos: “Los pyén”: 1) son siempre más raros que los sonidos constituidos; 2) sólo tienen papel de sonidos de adorno; 3) varían; 4) se atribuyen frecuentemente a una entonación dubitativa” (1967, 333). Si Brailoiu puede ser considerado como uno de los más grandes etnomusicólogos es porque, a más de la elegancia de su estilo - “La vie antérieure” es una página de escritor - reúne cualidades fundamentales; conocimiento íntimo del corpus, rechazo de generalizaciones apresuradas, conclusiones extraídas de hechos controlables, elegancia de la formulación teórica. La obra de Brailoiu constituye, por cierto se la ve así, “un conjunto que, por su calidad, su amplitud y variedad, no tiene nada equivalente en la historia de la etnomusicología”. (Rouget, 1973, XVII) VIII. EUROPA OCCIDENTAL 14 Es posible que uno se sorprenda al saber que Francia, al lado de los tres grandes lugares que nosotros hemos elegido- Berlín, América del Norte, Europa Oriental- no constituya también una suerte de escuela o de movimiento. Es necesario admitir, por cierto, que en Europa Occidental no se encuentran grandes ejes de referencia como los que han trazado Merriam, Hood o Bartók; no se encuentran revistas especializadas que posean la dimensión y la audiencia de Ethnomusicology; tampoco se encuentran grandes proyectos colectivos de largo aliento, como la edición de los corpus nacionales de Europa central. La rica experiencia de los Colloques de Wégimont, en los años cincuenta, lanzados por Collaer, tampoco dio origen a estructuras permanentes de cambios y discusiones. Visto desde América, la actividad etnomusicológica europea parece ser el resultado de emprendimientos individuales que se inscriben e la continuación de las grandes tendencias ya citadas. Esto no significa que el trabajo que se efectúa no sea por cierto digno de interés, todo lo contrario. Uno solamente se lamenta que el breve panorama que vamos a ofrecer a continuación tenga tan sólo el alcance de una enumeración. Citaremos en principio la actividad de Zygmunt Estreicher, quien trabajó fundamentalmente sobre las colecciones recogidas por otros, pero cuyos estudios relativos a la música de los Esquimales del Cobre fueron muy notables, sobre todo por la originalidad del sistema de transcripción (1948 a y b); Alain Daniélou, en Berlín, donde hasta una fecha muy reciente dirigió con gran eficacia el Instituto Internacional para Estudios Musicales Comparados, en la cual editó las memorables colecciones discográficas de la UNESCO, y además muy bien conocido por sus estudios sobre la India del Norte, su Traité de Musicologie Comparée (1959) su Sémantique musicale (1967) que toman como exactas las místicas de la Antigüedad y de Oriente: si bien pueden estimular la imaginación a través de los interrogantes que despiertan nos dejan perplejos, como toda perspectiva metafísica que se reintroduce en la ciencia.11 En Francia, Claudie Marcel-Dubois, alumna de Brailoiu, dirige, en el seno del museo de Artes y Tradiciones populares, el Departamento de Etnomusicología que creó allí en 1944, ella se dedica con Maguy Pichonnet-Andral al estudio del folklore musical francés, utilizando el principio de la transcripción musical sinóptica de Brailoiu y de las técnicas inspiradas en el documental automático.12 En el Museo del hombre, Gilbert Rouget trabaja particularmente sobre la música africana y sus diversas publicaciones, frecuentemente importantes, testimonian el gran interés marcado por los problemas de la organología, la transcripción y la acústica.13 Señalemos además la obra y la enseñanza de Trần Văn Khê, especialista en Vietnam y más, generalmente del Asia, que dirige el centro de estudios de música oriental. No podemos dejar de señalar muy particularmente las investigaciones de Simha Arom cuyos procedimientos de grabación en play-back de las músicas polifónicas africanas (1973; 1976) podrían revolucionar muy bien la etnomusicología del continente, con los descubrimientos que le permitieron investigar sobre la organización de las partes y su jerarquía específica. En fin, en un país sonde, generalmente, se escribe mucho, pero en el cual faltan grandes obras etnomusicológicas de síntesis, es necesario señalar el bello libro del Hugo Zemp sobre La Musique Dan, cuyo desarrollo se inspira directamente sobre las reflexiones del americano Merriam (reseñado en Musique en Jeu, 0). 15 IX. LA ANTROPOLOGÍA DE LA MÚSICA El nombre de Merriam está indudablemente ligado a esta tendencia de la etnomusicología que tiene ya cerca de 20 años. Merriam comenzó su carrera utilizando algunos métodos de Kolinski, sobre todo en su obra indios flathead (1967). A las herramientas de Kolinski, Merriam añade rasgos descriptivos y estudios estadísticos sobre los intervalos ascendentes y descendentes. Este análisis se compara a las caracterizaciones más impresionistas de Herzog y Nettl, pero el concluye (1967: 330), que no es posible, a partir de su iniciativa, definir lo que distingue la música de los Flathead de las otras agrupaciones aborígenes. El problema de Merriam es constante en los estudios estadísticos de la música: el objetivo es demasiado vasto con relación al estallido de la música en pequeños fragmentos que pueden serenumerados, pero cuyas relaciones significativas se van desintegrando en el camino. Su libro, titulado precisamente, The Anthropology of Music (1964), constituye sin duda una contribución muy importante para la etnomusicología. La obra no sólo reúne las ideas de Merriam, sino también la de numerosos investigadores, y en este aspecto, representa una cómoda síntesis. Se puede hallar allí, parece ser, la influencia de Boas sobre Herskovitz, que describe las ceremonias musicales del Dahomey y de Surinam, y enseñó a Richard Waterman que estudiaba los problemas de la aculturación en la música afroamericana: ambos fueron profesores y amigos de Merriam. Este libro no ofrece reales respuestas a los enigmas planteados por el acercamiento antropológico de la música, en el sentido de que hace más alusión a una posible metodología que a una descripción de los procedimientos, pero reúne cierto número de cuestiones provocantes, con la esperanza de que los etnomusicólogos hallen las respuestas. En suma, él define ejes de observación: la cultura musical material, los instrumentos y sus relaciones con lo que significan en la población, el texto de los cantos, las categorías musicales de los autóctonos, la formación, el papel y el status del músico en tanto actividad cultural creadora (1964, 45-48). Es siguiendo este plan, que el mismo proclama, que el joven musicólogo suizo Hugo Zemp, actualmente en el CNRS y en el Museo del Hombre de París, describió la ubicación de la Musique Dan (1971) en “el pensamiento y la vida social de una sociedad africana”. Esta monografía, ya señalada, es un modelo del género: ella se apoya sobre minuciosas observaciones reunidas en el curso de trabajos de terreno a lo largo de seis años. Al lado de los libros de J. H. Kwabena Nketia, Drumming in Akan Communities of Ghana (1963) y de H. Tracey, Chopi Musicians (1948) y de numerosos artículos que tratan sobre puntos particulares (Blacking, Schaeffner, Calame-Griaule, Rouget) la obra de Zemp es una de las pocas que explica, de manera profunda, como los hechos musicales se relacionan con un sistema de pensamiento. No hablaremos acá de John Blacking, cuyas cuatro conferencias reunidas en el pequeño libro How Musical is Man? Es constantemente citado en los trabajos americanos recientes representativo de una de las corrientes etnomusicológicas contemporáneas; él mismo presenta la síntesis de sus ideas en el artículo que publicamos más adelante. Examinaremos en la última sección algunas de sus hipótesis de trabajo. 16 Antes de iniciar una discusión con esta corriente, debemos detenernos un instante sobre el trabajo de Alan Lomax: es uno de los raros investigadores que intentó estudiar estadísticamente la música, y en gran escala, con la finalidad de rendir cuenta de los problemas etnográficos. El sistema analítico que él creó se llamó cantométrico (Lomax, 1968). El cuadro de la codificación es una especie de lista compleja de rasgos, con 36 variables concernientes a los diversos aspectos del canto, tanto la música misma como su ejecución. Cada parámetro es objeto de 13 variables, lo que da un conjunto de 217 puntos, consignados en el cuadro. Dos evaluadores analizaron, con la ayuda de esta grilla, los cantos provenientes de 233 culturas diferentes, y los resultados fueron sometidos a diversos procedimientos estadísticos. La hipótesis de Lomax es que los paquetes de rasgos reflejan ciertos aspectos de la cultura, particularmente el tipo de subsistencia, la integración en el grupo, la repartición social según el sexo y los efectos de situaciones de stress en la infancia. Los resultados de Lomax, si bien muy interesantes, no son concluyentes, y demandan la prolongación de las investigaciones. La dificultad del sistema de codificación estriba en que él elabora una hipótesis de equivalencia universal de todos los fenómenos acústicos. Pero, ciertos artefactos musicales son análogos pero no homólogos, y debido a que Lomax no se da cuenta de esto, es incapaz de hallar alguna relación estable entre los parámetros puramente musicales y los puramente culturales. Al lado de las lecciones que se pueden obtener de Folksong Style and Culture, es necesario reconocer en esta obra una de las primeras tentativas importantes para responder a cuestiones musicológicas en etnografía y a problemas etnológicos en el análisis musical. Después de todo, eso es la Etnomusicología. X. APROXIMACIONES ANTROPOLÓGICAS/ APROXIMACIONES LINGÜÍSTICAS Ya se habrá notado que los lazos entre las dos ramas que constituyen la etnomusicología, la antropología y la musicología, estaban lejos de estar establecidos de manera satisfactoria. Se acaban de ver las dificultades del intento de Lomax, también es imposible dejar de ver la ausencia de ejemplos musicales en el libro de Merriam (1964) y de Zemp14. En el futuro, y según el ejemplo del pionero McAllester ¿la etnomusicología, debe dedicarse tan sólo a la yuxtaposición de descripciones etnográficas y musicológicas? En una reseña reciente sobre el libro de Blacking (1975), Steven Feld notaba: “Si los musicólogos ignoran al pueblo, los antropólogos ignoran el sonido” (1975). Esto es más o menos cierto según los autores. He aquí la manera en que Merriam, como antropólogo, encara la aproximación musicológica: “Me parece que en la historia de la etnomusicología, se ha dado una importancia y un peso indebido a los sonidos musicales considerados como una cosa en sí. Es decir, que se ha considerado a los sonidos producidos por un grupo particular de gente, como fenómenos hechos de partes interrelacionadas que se comportaban según ciertos principios y ciertas regularidades que les son propias. Nosotros las hemos considerado como si ellas formases un sistema estructural, en términos sincrónicos estáticos, y hemos intentado hacer nuestros análisis sin referencia al comportamiento humano que se encuentra en el origen del sistema sonoro” (Merriam, 1962, 211-212); a lo que Norma McLeod, que lo cita, replica: “En mi opinión, esta afirmación no es verdadera: es precisamente lo 17 que nosotros no hemos hecho para nada. La música no ha sido jamás analizada, propiamente hablando, ella fue descripta subjetivamente en algunas de sus partes” (1966, 31). McLeod atenuaría quizás hoy la última parte de su afirmación, pero es cierto que el análisis etnomusicológico anterior a los años sesenta, por ser inmanente, no es sistematizado (no decimos estructural), es decir que no está basado en un balance lo más exhaustivo posible del material musical, y explica muy poco los criterios de sus pasos sucesivos. Así, cuando aparecieron los primeros intentos de utilización de modelos lingüísticos en etnomusicología, pudieron aparecer como una prolongación del enfoque musicológico inmanente, surgido en gran parte, de la escuela alemana. En realidad, parece que esos pioneros tenían fundamentalmente como objetivo, otorgarle al análisis etnomusicológico métodos más rigurosos, el status científico que le faltaba. Desde este punto de vista, las primeras formulaciones no podían escapar a la crítica antropológica y Feld no estaba equivocado al escribir: “Las preocupaciones de Nattiez son principalmente metodológicas: el afirma que la etnomusicología reforzará su status científico adaptando una “metodología rigurosa” (1974, 199).15 No se puede olvidar que en esa época, el movimiento de inspiración lingüística estaba fuertemente influido por ciertos postulados epistemológicos del enfoque estructuralista, en particular la idea de la descripción sistemática de las relaciones entre los constituyentes del objeto considerados como un todo y la expresión de esas relaciones en un modelo tan formalizado como fuera posible, ya que eran la condiciónnecesaria y suficiente de una análisis adecuado del objeto. Pero en el opuesto de la actitud, las exigencias y las afirmaciones de la actitud antropológica no son menos grandes: “En tanto el análisis formal no comience por el análisis de la situación social que engendra la música, no tiene sentido” (Blacking, 1973, 71). “Parece razonable considerar la explicación etnomusicológica como una teoría de las cosas que las personas deben conocer 16para comprender, ejecutar y crear la música aceptada en su cultura” (Feld, 1974, 211). Así, la música de tradición oral no se explicaría sino por las situaciones sociales de las que surgió, y todo análisis que no se apoyase exclusivamente sobre las categorías cognitivas de los autóctonos estaría condenado al fracaso. Así definida, la oposición aproximación musicológica / aproximación antropológica corresponde a la oposición ya clásica entre punto de vista etic y punto de vista emic: en el etic, uno se basa en las categorías del investigador occidental; en el emic, uno intenta adoptar las configuraciones culturales de los informantes. Se sobreentiende que el análisis etnomusicológico erraría su objetivo si no pudiese describir los corpus que trata desde un punto de vista emic, pero uno puede preguntarse tres cosas: 1. Las aproximaciones musicológicas en etnomusicología son siempre etic? 2. ¿Puede existir una aproximación émicamente pura, es decir exenta de todo recurso a las categorías de pensamiento, métodos y herramientas del investigador? 3. El punto de vista emic es el único que permite responder a las preguntas que se formulan la mayoría de los etnomusicólogos? Se cometería un gran contrasentido si se pensase que el estructuralismo en general rechaza el enfoque emic, ya que es en su seno que nació la fonología - disciplina 18 lingüística que se propone reconocer, a través de los sonidos que estudia el enfoque físico de la fonética - y en la distinción etic/emic 17 ha sido teorizada para ser aplicada a los diferentes sectores de las ciencias sociales (Pike, 1967, cap. II) [Not. Trad.1] No puede extrañarnos entonces, que las primeras tratativas para utilizar modelos fonológicos en música hayan sido aplicadas sobre problemas etnomusicológicos. Para el etnomusicólogo, en efecto, el problema es el mismo que para el lingüista: cuando entiendo dos sonidos distintos pero cercanos, un do y un do elevado un cuarto de tono, una r “roulé” o una r “grassaryé”, corresponden para el informante a una sola o a dos entidades en su sistema? [Not. Trad.2] quizá la referencia a la fonología haya sido durante mucho tiempo programática para justificar las reticencias de Feld (1974: 198) pero era necesario primero que el principio de la distinción fuese reconocido, y luego que hiciese sus pruebas. A los textos de la primera fase, bien conocidos por los lectores de musique en jeu 5, (Jakobson, Nettl, Bright), es necesario añadir el paso decisivo realizado en 1972 por Vida Chenoweth, quien propuso cinco reglas para pasar de la observación etic a la reconstrucción emic (1972, cap. IX) aún cuando su aplicación pueda presentar problemas (Nattiez, 1975, 223-233). Uno está a la espera de su gran obra sobre las músicas de Nueva Guinea donde el método se aplicó para el conjunto de un corpus. La reconstitución de la escala de una cultura musical supone dos operaciones fundamentales: 1. la aplicación de reglas, de carácter paradigmático, distribucionales y estadísticas, a un corpus, con la finalidad de determinar qué sonidos, más raros que otros, tienen la oportunidad de ser debidos a variaciones individuales de ejecución; 2. la verificación, al lado de los informantes, en particular cometiendo errores voluntarios, acerca de la exactitud de las conclusiones de la primera etapa. La primera fase supone una metodología etic, de carácter universal e inventada por el investigador occidental para deslindar los fenómenos emic en cualquier civilización musical. La segunda, que es una etapa de validación, posee un carácter emic, ya que la información se deduce directamente del comportamiento de los autóctonos. La situación no es exactamente semejante en el segundo sector, donde han intervenido modelos Lingüísticos: la delimitación de unidades de una pieza musical, unidades más vastas que la simple concatenación de las unidades de base del sistema y que, por analogía, se podrían llamar morfémicas. Aquí, el procedimiento consiste en segmentar una pieza en unidades de distintas longitudes y pertenecientes a niveles jerárquicos variados. Hemos expuesto en otro lugar, y largamente, los principios y las dificultades del método de Ruwet (Nattiez, 1975, 239-278). Es necesario por otra parte constatar que, si este autor suministró la presentación teórica más elaborada de un procedimiento de análisis taxonómico, [Not. Trad. 3] los investigadores, y en particular los etnomusicólogos que han intentado un trabajo analítico en la misma perspectiva, sin conocer su texto, han hallado, al explicitarlos más o menos, los mismos tipos de procedimientos: el criterio de repetición, la dialéctica repetición/ transformación, la paradigmatización. Al lado de los trabajos de Simha Arom (1969; 1970) que se dice continuador exclusivo de Ruwet, pensamos particularmente en J. Beecker (1969), V. C. Chenoweth (1972), N. McLeod (1966). 19 Pero no basta con definir las unidades morfémicas a partir de las unidades emic de base (las unidades constitutivas de la escala) para obtener unidades emic: la substancia emic, pero no la delimitación. Ahora, a diferencia de la situación precedente donde la émicidad de las unidades escalísticas puede ser postulada a partir de la observación del texto mismo, dado que está determinada por la rareza de ciertas unidades, y sospechadas por esta razón de ser etic, la émicidad de las unidades morfémicas no puede ser establecida sino por una investigación al lado de los informantes. Si la cultura en cuestión desarrolló un metalenguaje teórico pasablemente elaborado, como sucede en Indonesia, por ejemplo, todo va bien. Pero, más frecuentemente, donde este vocabulario falta completamente, o donde no es confiable, como lo ha subrayado oportunamente Asch, en un texto que sólo ha conocido una restringida difusión, “no es correcto formular la hipótesis de que las afirmaciones del informante, tales como éste las enuncia, contengan la información necesaria para deducir la significación y el objetivo de una pieza musical. La razón de nuestra posición es que, como los lingüistas lo han subrayado, las palabras en ellas mismas no poseen significación, pero brindan sobre todo una aproximación rápida de la significación al remitirnos a los aspectos específicos del mundo percibido por los informantes”. (Asch, 1972, 2) La experiencia de terreno de McLeod, en Madagascar, lo confirma “Me ha sido imposible extraer criterios para el análisis formal a partir de las explicaciones de los informantes” (1966, 59). Si se quiere proceder sobre el terreno a test apropiados que no recurran necesariamente a lo verbal, es necesario que uno mismo haya procedido a un análisis taxonómico preliminar, el cual las circunstancias nos obligarán a veces a tomar en cuenta, y cuyas herramientas son a la vez etic y universales. El intento taxonómico se basa en efecto sobre dos postulados: 1) siendo siempre el material musical de base de naturaleza finita- en cualquier corpus de música- no existe música que en niveles más o menos abstractos no esté basada en la dialéctica de la repetición y de la no repetición. 2) en consecuencia, no existe no existe ninguna producción musical que no revele un cierto un cierto grado de organización.18 En el nivel morfémico el análisis etic es, por lo tanto,una primera necesidad, triplemente justificada: 1) es la fase que precede el recurso a las técnicas de terreno que permiten identificar los constituyentes emic; 2) en caso de ausencia total de informaciones emic, este análisis le permite al musicólogo hacer aparecer un determinado número de rasgos de organización que, en tal sentido, no están desprovistos de toda pertinencia. (cf. Por ej. El trabajo de J. Becker ya citado); 3) aún cuando se posea una información emic rica, las operaciones analíticas de segmentación y descripción son de naturaleza etic. En su investigación sobre las danzas de tambor de los slavey, Michael Asch insistía sobre este último aspecto. Habiendo obtenido de los informantes la clasificación autóctona de las danzas, Asch la puso en relación con los rasgos musicológicos habituales empleados en Occidente: “La derivación comenzó con una descripción etic (independiente del contexto cultural) de las cualidades sonoras a examinar, como ser: altura, metro, melodía, ritmo y la forma vocalizada de los sonidos cantados. Luego (…) los datos obtenidos fueron analizados de manera de extraer reglas emic, es decir, pertinentes culturalmente. Este análisis fue realizado primero clasificando las piezas 20 musicales descriptas éticamente, según las significaciones que les fueron asociadas en la cultura y examinando las relaciones entre estas categorías y las variaciones en las propiedades formales de esas piezas” (Asch, 1972, 4). Este procedimiento es idéntico al que siguieron Boilès (1969; 1973) y McLeod (1971) en algunos de sus trabajos. En el caso de Asch, la terminología autóctona no trabaja sino sobre los géneros. En otras investigaciones, trabaja sobre las mismas estructuras: pensamos en particular en el artículo de Davis Sapir sobre los cantos fúnebres de los Diola-Fongy (1969). Las unidades integradas en su modelo corresponden a cuatro términos de los Diola: kit, sanken, buj y fon (1969, 188). Luego, esas unidades son el objeto de un tratamiento transformacional. Y si Feld tuvo razón en subrayar que de esta manera Sapir utilizaba una aproximación a la vez etic y emic (1974: 199) no hay lugar para extrañarse ni para reprochárselo. La gramática generativa de Sapir nos ofrece la ocasión de precisar un punto importante sobre lo que constituye, según el enfoque fonológico y morfémico, el tercer sector en el que la reciente etnomusicología integró un modelo lingüístico: las gramáticas generativas. [Not. trad. 4] utilizando las informaciones obtenidas a través del análisis taxonómico de una serie de piezas, ellas permiten dar cuenta de la homogeneidad estilística de un corpus. Pero, y es un caso frecuente de confusión, una gramática generativa no es necesariamente un modelo de creatividad musical. En Chomsky, incluso si eso es discutible, pretende ser a la vez un modelo descriptivo de la emisión y recepción del objeto a través de las estructuras inmanentes. Nada garantiza que las reglas (y no las unidades) propuestas por Sapir, al igual que las de Becker, en un artículo que aparecerá aquí mismo, correspondan al esquema consciente entre los autóctonos. Lo que una gramática generativa permite, es rendir cuenta de manera elegante y económica de las relaciones entre los constitutivos de piezas pertenecientes a un corpus. La fabricación de datos falsos permite validar esta descripción estilística en lo que concierne a los emergentes de la gramática, pero ella no valida necesariamente las reglas empleadas, es decir, las estrategias propias de los informantes. Émicidad de las unidades y émicidad de los procesos son dos cosas diferentes, para las cuales es necesario encontrar distintos test de validación específicos y adecuados. Al introducir, con las gramáticas generativas, la noción de estilo, aportamos otro argumento a favor de la necesidad, para el etnomusicólogo, de pasar por una fase etic. Y es un punto, precisamente, donde el enfoque “puramente” antropológico de Blacking y Feld nos parece inadecuado. Para Blacking, en efecto, el objetivo de la etnomusicología es describir “todos los factores que generan 19 los patrones sonoros producidos por un compositor o una sociedad” (1970, 69). Y es de allí que Feld sacó su concepto de etnomusicología generativa. Para el autor de How Musical is Man?, no puede haber, en etnomusicología ningún análisis pertinente del sólo texto musical, pues éste es siempre el resultado de un comportamiento que no explica. Dicho de otro modo, la descripción de la estructura profunda de las músicas étnicas no puede ser suficiente, es necesario recurrir a las estructuras profundas que las engendran. El recurso al vocabulario chomskiano es aquí ampliamente metafórico, y Feld, en una crítica por otra parte elogiosa del libro de Blacking, no se equivocó al revelar tres sentidos del término estructura profunda: 1) un nivel abstracto de representación cultural (obligaciones específicas sobre el significado de una frase musical), 2) una estructura abstracta de la cual son extraídas melodías consideradas análogas, 3) 21 elementos de organización musical conocidos por la psiquis humana y más directamente accesibles a través de las experiencias corporales” (Feld, 1975). Además, en Blacking, nunca se sabe claramente si la música es el reflejo de la sociedad o el resultado de un proceso social, lo cual no siempre es lo mismo, su posición está sujeta a los mismos tipos de cuestionamiento que los acercamientos neo-marxistas de la música: si las estructuras de superficie están íntegramente determinadas por los fenómenos sociales, es necesario hacer explícita esta relación. O se podría mostrar fácilmente- sólo nos falta el espacio para ello- que si las “estructuras de superficie de los cantos de los niños venda han sido tomados, en ciertos tramos a través de la estructura armónica de la danza nacional venda, no todos lo son, como uno puede verlo examinando en detalle la figura II de la página 182 (en Blacking, 1967). Esto prueba, al menos, que varios análisis o explicaciones deben o pueden ser dados para la misma pieza. Pero, es precisamente eso lo que Blacking rechaza: animado por una aspiración romántica hacia la culminación de la ciencia y la unidad del pensamiento, el escribe: “El número de interpretaciones estructurales posibles será reducido enormemente, si el sistema musical de un solo compositor o de una cultura fuese examinado en su contexto cultural total” (1973:19). Dicho de otro modo, las diversas posibilidades de interpretación de las estructuras de superficie serían reducidas, se verían conducidas a una sola, por su relación con la estructura profunda. Ahora, si examinamos la obra de Blacking, podemos percibir que el toma en cuenta los fenómenos de superficie por ellos mismos. Él analizó los cantos de los niños venda como un todo, porque le parecieron representar rasgos estilísticos propios y distintos del resto de la música de los Venda.20 Esta interpretación de la homogeneidad estilística posee un real carácter etic, y necesariamente precedió la explicación citada más arriba.21 Por otra parte, Blacking también escribió: “En el transcurso de una misma circunstancia, la misma música puede tener una variedad de significaciones para diferentes miembros del público” (1962, 51). En la medida en que esas significaciones estén bien relacionadas a la misma materia sonora, es importante describir la totalidad de los rasgos de los cuales algunos están relacionados con tal significación: es necesario entonces poder proceder a una descripción etic de superficie. Que se trate de procesos cognitivos creadores o de procesos perceptivos, el hecho musical debe ser objeto de una descripción
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