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Arqueologia da Basura no Século XVI

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Francisco Carrillo Martín 
Breve arqueología (y apología) de la basura 
 
Corre el año 1570 cuando Lamberto Wyts, miembro del séquito de Ana de Austria en su 
viaje a Madrid para sus nupcias con Felipe II, compone el siguiente relato de la capital 
del reino: 
Tengo a esta villa por la más sucia y puerca de todas las de España, visto 
que no se ven por las calles otros que grandes servidores (como ellos les 
llaman), que son grandes orinales de mierda, vaciados por las calles, lo cual 
engendra una fetidez inestimable y villana, que si se os ocurre andar por el 
fango, pues sin eso no podéis ir a pie, vuestros zapatos se ponen negros, 
rojos y quemados. No lo digo por haberlo oído decir, sino por haberlo 
experimentado varias veces. Después de las diez no es divertido pasearse 
por la ciudad, tanto que, después de esa hora, oís volar orinales y vaciar la 
porquería por todas partes (Blasco 19). 
 
A pesar de las palabras de Wyts, sin duda sorprendido ante la contumacia de 
la recién creada Villa y Corte, una ciudad masificada, mal preparada para responder a 
las necesidades de la población capitalina, no debemos pensar que el caso madrileño 
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fuera una excepción a la época. Hasta que en el siglo XVIII se generalicen las primeras 
medidas efectivas de recogida de basuras y canalización de aguas negras, el método más 
común para desprenderse de cualquier inmundicia consiste, sencillamente, en arrojarla a 
la calle. 
 
La cotidianidad con la que se habita junto al desecho motiva un exacto 
conocimiento de su naturaleza y tipos, así como la definición de sus características con 
el fin de aplicar medidas que atenuasen algunos de los problemas que originaba a pie de 
calle. Los bandos municipales conceden especial importancia al vaciado de excrementos 
humanos y sobras alimenticias desde las casas, cuyo peligro para la salud, además de la 
amenaza que representaba para los transeúntes, podía ocasionar graves conflictos de 
orden público. En 1585 la "Sala de alcaldes" aconseja que estos vertidos se realicen a 
partir de las doce de la noche y desde las ventanas, que el lanzamiento se dirija a los 
medios de la calle para evitar "duchas a los viandantes", y que si se efectúa durante el 
día se avise al grito de "¡agua va!". Unos años después, el pregón sobre recogida de 
basuras del corregidor Gonzalo Manuel ofrece su categorización en tres grupos: los 
desperdicios que se pueden evacuar al grito de "¡agua va!" ("aguas mayores y menores, 
excrementos gruesos y fluidos"), aquellos que se recomienda sacar por las noches y en 
recipientes ("tierra, trapos viejos, retazos, vidrios quebrados, cascotes, cascos de ollas o 
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tinajas, retazo de papel, esteras, espuertas viejas, estiércol de caballo u otro animal, 
verduras, cascas de frutas o plumas de ave"), y los que no son basura y su retirada corre 
a cargo del propietario ("terreras de las obras, granjas, cascas de vendimia y estiércol") 
(Blasco 50). 
El rabelesiano exhibicionismo de la porquería incluye una de las prácticas 
más generalizadas de limpieza, las llamadas "mareas", en las que cuadrillas de 
barrenderos al manejo de unos carros provistos de palas y rodillos aprovechan las 
lluvias invernales para arrastrar los lodos, antes solidificados, a colectores como el que 
se ubicaba en la ahora emblemática Puerta del Sol. Toda una grotesca procesión de 
carros, mulas, “mangueros” y gañanes cuya pestilencia liberada impregna casas y calles 
y compromete la salud de quien encuentran a su paso. El contacto con la excrecencia, o 
el hallarse materialmente enterrado en ella (en otro de los documentos municipales se 
apunta la necesidad de eliminar estos lodos que "impedían ver a los que andaban por las 
calles"), convierte a la ciudad barroca en un espacio promiscuo que desactiva las 
dicotomías más tarde asumidas entre salud y enfermedad, alto y bajo, íntimo y público. 
Todo se mezcla en un entorno saturado donde los desechos se acumulan en las calles, 
los olores nauseabundos asaltan a cualquiera de sus habitantes o el contagio de 
enfermedades representa uno de los miedos urbanos menos infundados. 
El testimonio que Fray Francisco de Pereda escribe en 1604 reafirma la 
confusión entre estas instancias, además de ejemplificar la divergencia de perspectivas 
entre el súbdito centroeuropeo y el peninsular. Su retrato sugiere una curiosa 
equivalencia entre la habitual habitación en cuevas y sótanos (es decir, bajo capas de 
excrementos) y la vivienda en superficie, como si lo primero no supusiera especiales 
quebrantos para una población de por sí inmersa en sus detritos: 
Habiendo en el lugar muy grande población debajo de tierra, porque en 
todas las casas hay debajo de tierra aposento y sótanos, como encima en el 
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aire, y están igualmente habitadas de muchos hombres, con todo eso viven 
muy sanos, sin achaques, con muy buen color y sin dolencias, que es 
eficacísimo argumento de la sanidad del aire, pues vemos que en otros 
lugares no se puede vivir aun sobre la tierra, sino que es menester, para 
tener salud, que sean los aposentos altos (Blasco 59). 
 
Que por entonces no se haya instituido un mecanismo eficaz de eliminación de 
los desperdicios señala la ausencia de una mirada sobre la basura como la que se fragua 
a lo largo del siglo XVIII, en que su sistemático ocultamiento materializa el programa 
normativo, de permisos y exclusiones, que el espíritu ilustrado extiende por todos los 
ámbitos sociales. Los planes urbanos de gestión de basuras se unen, de acuerdo con la 
teorización foucaultiana, al conjunto de prácticas crecientemente reguladas que aspiran 
a una depuración integral de la polis en tanto entorno geográfico y cuerpo político. Lo 
que escapa a la asepsia de la norma se transforma en uso desviado que debe ocupar un 
lugar secreto, invisible en la esfera social. La basura se convierte así en ese 
conglomerado de objetos amenazantes e incompatibles con las virtudes ciudadanas. 
En 1761 y bajo el reinado de Carlos III se inician las obras de alcantarillado de 
Madrid a partir del plan elaborado por el ingeniero civil Teodoro Ardemans. En él se 
contempla la construcción de una red de letrinas en las viviendas, cañerías, pozos 
negros y colectores de aguas fecales que, en un orden simbólico, establece qué puede 
visibilizarse en el seno de la polis y qué debe desarrollarse al margen (o por debajo) de 
ella. La inauguración de esta primera red de albañales moderna coincide con otras 
iniciativas de saneamiento de la ciudad, como la ampliación de avenidas, el 
ensanchamiento de plazas (caso de la propia Puerta del Sol), o la creación de jardines 
urbanos sobre la premisa de racionalizar los usos del espacio público. 
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 Frente a la vida a pie de calle donde antes se desplegaban las más diversas 
actividades humanas, el paso hacia la modernidad clásica1 descubre el ámbito de lo 
privado como la esfera reservada para las prácticas que quedan al margen de la acción 
regulada. El higienismo que impregna el discurso dominante del siglo XIX no sólo 
representa, como ha señalado Gabriela Nouzeilles, el mecanismo que rige las 
condiciones sanitarias del cuerpo 
social, sino que ejerce de modelo 
cultural orientado por la utopía 
liberal de bienestar y progreso 
(37). Ciencia, moral y 
gobernabilidad se alían para 
apartar de la polis las actividades 
consideradas impúdicas2 y 
potencialmente desestabilizadoras. 
En este terreno de lo 
biopolítico, es decir, de la fuerza 
de ley que domestica el cuerpo 
social donde se refleja el de cada individuo (esos cuerpos que se miden y contabilizan, 
sobre los que se arbitran normas de comportamiento, consejos de salud, marcos de 
educación, horarios laborales, modos de ocio, lugares de tránsito, momentos de 
descanso, modelos de familia, hábitos sexuales y "tipos de exclusión" que reprimen sus 
desviaciones), el desarrollo social contemporáneo aparececomo la historia de la 
progresiva expansión del poder higienizante. 
 
1 Como nota aclaratoria, me refiero al periodo moderno que se inicia con las revoluciones liberales de 
finales del siglo XVIII y comienzos del XIX en los países occidentales. 
2 Como puntualiza Foucault, a comienzos del siglo XVII “las prácticas no buscaban el secreto; […] se 
tenía una tolerante familiaridad con lo ilícito. Los códigos de lo grosero, de lo obsceno y de lo indecente, 
si se los compara con los del siglo XIX, eran muy laxos” (2002, 9). 
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Las categorías foucaultianas aquí mencionadas, que el consenso posmoderno 
hizo caer en un cierto desuso, gozan de una nueva vitalidad en la crisis de legitimidad 
que vive Europa y Estados Unidos. En este sentido, podemos preguntarnos si la 
sociedad de consumo no oculta, tras el simulacro de la excitación de los placeres, una 
tecnocracia cuyo poder represivo y capacidad de control adquiere un alcance 
desconocido hasta el momento, o si el ciberactivismo no transcurre en el contexto de un 
universo digital animado por la lógica del entretenimiento y el consumo, y unas 
posibilidades, quizás más amplias, para las políticas de seguridad centradas en el rastreo 
y archivo de información3. 
 
 
La progresiva lejanía con esa frontera de lo real que representa la basura, ya sea 
como síntoma del conjunto social (en tanto excedente que cuestiona toda idea de 
integridad) o materia que apela a la percepción primera de los sentidos es, precisamente, 
la variable que explora Slavoj Zizek en su intervención para Examined Life (2008), un 
inusitado documental sobre filosofía donde el pensador esloveno plantea la necesidad de 
 
3 En este sentido, los recientes trabajos de Eugeny Morozov, como su conocido The Net Delusion: The 
Dark Side of Internet Freedom exploran el reverso de la utopía tecnológica y sus expectativas de 
transformación social a través del intercambio plural de información. 
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recuperar la visibilidad del desperdicio. Para Zizek, la posibilidad transformadora reside 
en una nueva mirada sobre la inmundicia que preserve su radicalidad, es decir, su 
incapacidad para reinsertarse en el ciclo de la producción a través de reciclados o 
reutilizaciones. La emancipación habita en su carácter eminentemente marginal e 
incompatible con la fuerza higienizante, cuyo poder subversivo semeja al de un orinal 
lanzado sobre la cabeza de cualquier Lamberto Wyts, esas calles que cubren de lodo las 
calzas de los cortesanos y amenazan con causarle una diarrea fatal. 
 
 
Obras consultadas: 
- Álvarez Sierra José: Carlos III y la higiene pública. Folletos para médicos (vol 51). 
Madrid: Dirección General de Sanidad, 1956. 
- Blasco Esquivias, Beatriz: ¡Agua va! La higiene urbana en Madrid (1561-1761). 
Cajamadrid, Madrid, 1998. 
- Foucault, Michel: Historia de la sexualidad, México, Siglo XXI, 29 ed. 2002. 
- Nouzeilles, Gabriela: Ficciones somáticas, naturalismo, nacionalismo y políticas 
médicas del cuerpo (Argentina 1880-1910). Rosario: Beatriz Viterbo 
editora, , 2000. 
- Taylor, Astra: Examined Life. Philosophy is in the Streets. Canada: Sphinx 
Productions, 2008. 
 
http://www.google.com.pr/search?hl=es&tbo=p&tbm=bks&q=bibliogroup:%22Folletos+para+m%C3%A9dicos%22&source=gbs_metadata_r&cad=2

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