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Image Rodelo Wilson INVESTIGANDO LA TRINIDAD editorial clie Editorial CLIE Galvani, 113 08224 TERRASSA (Barcelona) INVESTIGANDO LA TRINIDAD © 1994 por el autor: Dr. Rodelo Wilson Depósito Legal: B. 12.540-1994 ISBN 84-7465-721-9 Impreso en los Talleres Gráficos de la M.C.E. Horeb, E.R. n° 2.910 SE -Polígono Industrial Can Trias, c/Ramón Llull, s/n- 08232 VILADECAVALLS (Barcelona) Printed in Spain Clasifíquese: 01 TEOLOGÍA C.T.C. 01-01-0012-08 Referencia: 22.37.89 ÍNDICE De conocer a Dios ¿Quién es Dios? Un solo Dios en tres Personas El problema de ilustrar la Trinidad El misterio de Dios el Hijo Los nombres Padre, Hijo y Espíritu Identificando al Padre y al Hijo La Trinidad y la Iglesia católica Mirando al Espíritu Santo La Trinidad y la espiritualidad Bibliografía De conocer a Dios El doctor Tomas Enrique Huxley se creía un gran científico. Quizás lo era. Pero se equivocaba en su evaluación de verdades espirituales. En el año 1887 afirmó: «No hay evidencia de la existencia de un Ser tal como los teólogos describen a Dios». No es que Huxley negara la probabilidad de Dios. Pero estaba tan entregado a una creencia de evidencia y razón, que se consideraba un agnóstico, es decir, uno que le reconocía a Dios como impersonal, desconocido e imposible de conocer. El problema es que Huxley, juntamente con Hume y Kant, ha dejado su estampa sobre algunos modernos de la «Nueva Teología». Y niegan la realidad de un Dios personal de tal manera que dejan a los creyentes en la misma oscuridad y confusión que el antiguo agnosticismo filosófico. ¿Podemos conocer a Dios? ¿Es posible? El Dios de la Biblia declaró por medio del profeta Oseas, unos 750 años antes de Cristo: «Misericordia quiero yo, y no sacrificios; y conocimiento de Dios, más que holocaustos» (6:6). Huxley admiraba la religión expresada en Miqueas 6:8, es decir, hacer justicia, amar misericordia y caminar humildemente con Dios. Pero ¿cómo podría caminar humildemente con Dios sin haberle conocido personalmente? La verdad es que podemos conocer a Dios. Debemos conocer a Dios. ¡Tenemos que conocer a Dios! El mismo profeta Oseas dice: «Conozcamos y persistamos en conocer a Jehovah» (6:3). ¡Qué maravilla, qué Dios siendo infinito se pueda conocer! Él todo lo llena en todo y habita en luz inaccesible. Antecede a todas las cosas y todas las cosas subsisten en él. Pero se deja conocer. Esto es algo realmente maravilloso. Realmente, de todos los pensamientos que han ocupado la mente humana, «ninguno hay como la Trinidad de Dios, que a la vez sea tan difícil, tan desafiante y fascinante». Agustín de Hipona (354- 430) pasó treinta años escribiendo sus quince libros sobre este tema. Su obra titulada De Trinitate no es tan mencionada como otros de sus escritos. Pero representa una vida de estudio en el intento de conocer profundamente a Dios. La importancia del tema ¿Es importante conocer al Dios de la Biblia? Claramente, para muchos no es importante. Esto se debe a tres motivos. En primer lugar, la mayoría de la gente no busca a Dios y no le interesa conocerle. Como dice la Biblia, «No aprueba tener en cuenta a Dios» y además siendo hombre natural no acepta las cosas que son del Espíritu de Dios. Segundo, el tema es algo que no apela a la razón humana. El conde Lev Tolstoi (1828-1910) lo expresó así: «Uno puede decir con sus labios: yo creo que Dios es uno y a la vez tres, pero nadie puede creerlo, porque las palabras no tienen sentido». Aunque no comprendía el nuevo nacimiento, Tolstoi se esforzaba por conocer a Dios. Y ese conocimiento se le escapaba. Así son muchos que rechazan el concepto por no poderlo entender. Luego, en tercer lugar, el tema no es de interés ascendente dado el tenor del ambiente filosófico en que vivimos. El teólogo Roberto Johnson, decano del Seminario de North Park en Chicago, bosqueja los aspectos de este fenómeno en un artículo de la revista Christianity Today. Según su criterio, la década de 1960 producía una cantidad de interés y escritos sobre la persona de Dios el Padre y la naturaleza de la Iglesia. La década de 1970 produjo un cambio. El Espíritu Santo ocupaba los pensamientos de los escritores y predicadores. Pero con la llegada de 1980 el enfoque cambió otra vez. El hombre y sus propias necesidades fue el tema que ocupaba el lugar central en los pensamientos de los teólogos. En la época actual parece que no está de moda pensar demasiado en la Trinidad de Dios y su importancia. El tema ha sido superado por otras consideraciones. Debido a esta falta de interés en el estudio de la doctrina de Dios, han aparecido pocas publicaciones sobre el tema en estos años. El que ha contribuido mucho, sin embargo, es el teólogo Francisco Lacueva. Sus libros Un Dios en Tres Personas y Espiritualidad Trinitaria son joyas de pensamiento y expresión. ¿Será necesario entonces escribir algo más? Por vía de respuesta, citamos a Juan Goldinga y en su introducción al comentario sobre Daniel donde observa: «En la discusión del libro de Daniel, es difícil ser original». Pero cualquier parte de las Escrituras merece y demanda un estudio siempre fresco por mentes frescas y espíritus de las nuevas generaciones si esas generaciones han de asirse de ellas y ser asidas por ellas». Concluimos diciendo que un nuevo tratado siempre viene bien cuando otorga una nueva reflexión sobre temas bíblicos. ¿Por qué la Trinidad? ¿Es tan importante que estudiemos el tema de la Trinidad? Sí, lo es, porque la Trinidad es la más comprensiva y la formulación más inclusiva de las verdades dentro del cristianismo. En sí misma es la suma de las enseñanzas principales de la fe. Estamos de acuerdo. La buena práctica depende de la buena doctrina. Pero desafortunadamente muchos no pueden decir con el apóstol Pablo, «Yo sé a quién he creído» (2 Tim. 1:12), porque existe una lamentable ignorancia de la persona y carácter de Dios. Una de las principales denominaciones evangélicas hispanas publicó en sus Principios Doctrinales esta declaración: «Creemos que hay un solo Dios que se ha manifestado al mundo en distintas formas a través de las edades». Esto parece ser la doctrina de Sabelio y vamos a demostrar que no es lo que enseña la Biblia. Esperamos con este escrito despertar el interés de muchos en estudiar el tema de la Trinidad. Ernesto Schleiermacher, teólogo alemán del siglo pasado, observó una vez: «Nuestra fe en Cristo y comunión viva con él, sería lo mismo, aunque el hecho en sí (la Trinidad) fuera diferente». Pero no es cierto. Somos salvos por la fe, pero es la fe en el Dios de la Biblia y no un Dios de nuestra opinión o imaginación. La fe en lo que nuestros razonamientos producen tampoco salva. No es suficiente decir «yo creo en Dios», porque, como dice el apóstol Pablo, «hay muchos dioses y muchos señores» (1 Co. 8:5). Sólo lo que es sólidamente bíblico tiene valor. Y hace falta entender claramente la revelación bíblica en cuanto a la naturaleza de Dios. Solo lo que es claramente entendido y luego profundamente aceptado por fe se puede manifestar en la vida. Hay muchos enemigos La ignorancia es un terrible enemigo. La mayoría de los hispanos se consideran de la tradición católico-romana. Rahner observa que, a pesar de haber recibido la enseñanza ortodoxa, «en la práctica la mayoría de los católicos modernos se han criado como monoteístas, que significa que se concentran tanto en la simple ultimidad de Dios que descuidan su comunidad intrínseca». En otras palabras, Rahner está diciendo que ellos no conocen a Dios como Trino ni piensan en su carácter de Tres en Uno. En la práctica son unitarios. El hecho de que Dios existe en tres personas no tiene significado para ellos. Las sectas falsas constituyen un enemigo de la verdad bíblica acerca de Dios. Antiguamente la idolatría y el politeísmo azotabanal mundo. Pablo en Atenas comentaba: «Observo que sois de los más religiosos en todas las cosas. Pues, mientras pasaba y miraba vuestros monumentos sagrados, hallé también un altar en el cual estaba esta inscripción, “Al Dios no conocido”» (Hch. 17:23). Y todavía existe la adoración de muchos dioses en el mundo, aunque en este siglo se ha levantado el Comunismo y el Humanismo que niegan la existencia de Dios. Niegan no sólo el Dios de la Biblia, sino cualquier creencia en Dios. Y funcionan como instrumento de Satanás para cegar los ojos del entendimiento de los hombres, para que no les ilumine el resplandor del Evangelio de la gloria de Cristo, la imagen de Dios. Sería difícil concebir algo peor que el Comunismo. Pero se ha observado que «... la doctrina unitaria de que Dios existe en una sola persona es herejía destructora que ha perjudicado a América más que el Comunismo». El Unitarismo busca unir a todos los religiosos bajo la bandera de los buenos sentimientos y la liberalidad de pensamiento. Carece de sustancia y base bíblica, pero apela a muchos por su reputación de sabiduría y religiosidad. Y juntamente con esta herejía, vale mencionar otra amenaza. La llamada Iglesia de Jesucristo de los Santos del Ultimo Día, más conocida como la mormona, nos hace peligrar. Escuche al apóstol de ellos, James Talmadge, cuando se mofa de la idea de un Dios manifestado en tres personas. Dice: «Sería difícil concebir mayor número de contradicciones y faltas de concordancia en tan pocas palabras». Y el fundador del mormonismo, Joseph Smith, enseñó: «Yo siempre he declarado que Dios es un personaje distinto, que Jesucristo es un personaje aparte y distinto, y es espíritu; y estos tres constituyen tres personajes y tres Dioses». Talmadge explica: «Esto nunca puede entenderse en el sentido de que Padre, Hijo y Espíritu Santo sean de una sola sustancia». Claramente, su doctrina se opone a la Biblia. Y al fin, los llamados Testigos de Jehová andan liberalmente diseminando sus doctrinas perniciosas. Tienen éxito porque trabajan mucho y ofrecen algo que parece ser bíblico. Pero como dice el apóstol Pablo, «No irán más lejos, porque su insensatez será evidente a todos» (2 Ti. 3:9). Russell, primer profeta de ellos, escribió en sus estudios: «La doctrina de la Trinidad cae muy bien con las edades medievales, las cuales ayudaron a producirla». Y en otro tratado escrito por Russell, dice: «La doctrina de la Trinidad insulta la inteligencia y el raciocinio que nos ha dado Dios». Frente a tales declaraciones, nos vemos obligados como nunca a enseñar claramente los principios bíblicos acerca de la persona y carácter de nuestro único y verdadero Dios. Es doctrina práctica Mencionamos anteriormente que al comprender algo y apropiarlo por fe, podemos manifestarlo en la vida. Afirmamos que la doctrina de la Trinidad no es cosa superfina sino fundamental y, por lo tanto, práctica. En primer lugar, aceptamos lo que dice la Biblia acerca de Dios. Al aceptarlo por fe, le agradamos a Dios (ver He. 11:6). ¡Esto es práctico! Es interesante que en el libro de hebreos 1:1, «la fe es la constancia o real sustancia de las cosas que se esperan y la comprobación o evidencia de los hechos que no se ven». La palabra que se traduce de los hechos (como la RVA) o de lo que (Revisión de 1960) es la palabra griega pragmata. Esta palabra se refiere a un negocio o asunto de la vida común y diaria. Por eso, su forma castellana pragmática se refiere a una cosa práctica y útil. No es una cosa solamente teórica o filosófica. La fe en Dios, el Dios que se revela en la Biblia, es sumamente práctica, porque nos salva. Y pertenece a la vida diaria porque cambia nuestra conducta. Ahora, haremos la pregunta, ¿con qué fin queremos conocer a Dios? Moltmann observó que «según el pensamiento pragmático del mundo moderno, saber algo siempre significa dominarlo; el conocimiento es poder. Por medio de nuestro conocimiento científico adquirimos poder sobre cosas y podemos apropiarlas para nuestro uso. El pensamiento moderno ha hecho funcional el razonamiento. Para los padres griegos y de la iglesia, el conocimiento fue algo distinto; quería decir «conociendo en asombro». Al saber y percibir uno participa en la vida del otro. Aquí el conocimiento no transforma la otra persona o cosa en propiedad del conocedor; el conocedor no se apropia de lo que sabe. Al contrario, él mismo es transformado a través de la simpatía y llega a ser partícipe en lo que percibe. Su conocimiento le proporciona comunión». No es que queremos conocerle a Dios para dominarlo. Más bien, según la idea original de los padres de la Iglesia, queremos conocer a Dios para ser transformados y para poder llegar a ser partícipes de lo que entendemos. Y en este sentido la fe en lo que revela la Biblia es muy práctica. No es por demás. Al contrario, es algo que exige Dios, porque sin esa fe, no podemos agradar a Dios (He. 11:6). Fe produce conocimiento Es un principio bíblico que Dios revela sus verdades al que está dispuesto a recibirlas por fe y obedecerlas. Deuteronomio 29:29 dice: «Las cosas secretas pertenecen a Jehová nuestro Dios, pero las reveladas son para nosotros y para nuestros hijos para siempre, a fin de que cumplamos...» En este sentido también podemos referirnos a Romanos 16:26: «Pero ha sido manifestado ahora; y que por medio de las Escrituras proféticas y según el mandamiento del Dios eterno, se ha dado a conocer a todas las naciones para la obediencia a la fe». En Isaías 43:10 se lee: «Vosotros sois mis testigos, dice Jehová; mi siervo que yo escogí, para que me conozcáis y me creáis, a fin de que entendáis que Yo Soy». Aquí, hablando del pueblo Israel, Dios aclara el hecho de que la fe y obediencia producen conocimiento. Se comprende el carácter de Dios por medio de la creencia o fe. Pablo habla de conocer a Dios en Filipenses 3:10. Gerrit Verkuyl, el brillante traductor del Nuevo Testamento en la versión Berkeley, traduce Filipenses 3:9, 10 así: «Y ser hallado en él sin tener mi propia justicia basada en la ley, sino la que viene por fe en Cristo, basada en la fe que le conoce a él, y el poder de su resurrección...» Aunque casi nunca se traduce así, es posible. Y da a entender que es la fe que nos guía hacia el verdadero conocimiento de Dios. Este conocimiento de Dios no se estudia por saber, no más, sino para unirnos a la vida y la persona del Dios viviente. Desafortunadamente, como dice Bracken: «Es justo decir que por muchos años el dogma de la Trinidad ha sido presentado en los manuales de teología más como un triunfo de la razón especulativa que como un artículo vivo de la fe cristiana». Este juicio, sin duda, se puede aplicar más a la presentación de la doctrina en los círculos liberales. Pero se hace notar que Barth protestaba en su día la discusión de la naturaleza del Trino Dios pegado al tema de los atributos divinos, como si Dios fuera conocido en el curso de la revelación cristiana por lo que hace, sin saber lo que es. Se ve que nuestra razón por sí sola no comprende ni puede comprender a Dios. Hace falta una revelación, clara y divinamente inspirada, que nos pueda decir cómo es Dios. Y al tener esta revelación, tenemos que aceptarla por fe y obedecerla sin ponerla en tela de juicio. Nuestra tesis comienza justamente aquí, con fe en la revelación divina que nosotros llamamos la Biblia. Dios quiere que le conozcamos ¿Es posible, entonces, conocer a Dios, el infinito y eterno Dios del cual nos habla la Biblia? Ésta nos dice que sí. Habla 160 veces de conocer a Dios, 66 veces solamente en el libro de Ezequiel. Le podemos conocer visiblemente en su Hijo Jesucristo que es Uno con él (1 Jn. 5:20). Naturalmente, podemos y debemos crecer en ese conocimiento de Dios (2 P. 3:18), hasta que llegando a su misma presencia «conoceremos plenamente, así como fuimos conocidos» (1 Co. 13:12). ¿La religión de islam y susprofetas proponen que «no es la necesidad central del hombre el conocer a Dios, sino su necesidad de HIDAYAH (que es la guía divina) para conocer la voluntad de Dios». Por esta razón los mahometanos no hablan del carácter o persona de Dios. Creen más bien que es imposible conocer a Dios de manera personal. Nosotros diríamos que es imposible conocer la voluntad de Dios sin conocer primeramente a Dios personalmente. El judío decía que conocía la voluntad de Dios porque primeramente se gloriaba en Dios (Ro. 2:17, 18). Gloriarse aquí quiere decir «dar testimonio de él exaltadamente». El judío confesaba conocer a Dios. De este pasaje nos parece que el judío confesaba conocer a Dios en tres aspectos: quién es, cómo relacionarse con él y qué demanda de nosotros. Esto corresponde a reconocer su vida, aceptar su verdad y obedecer su voluntad. De esta manera conocemos a Dios. Es interesante que el Nuevo Testamento usa la palabra «Deidad» o «Divinidad» tres veces. Y a la vez usa tres palabras griegas muy similares. En Romanos 1:20 la palabra «Deidad», según Thayer y Vine, se refiere a sus características y naturaleza. O según Lightfoot se refiere a sus cualidades. En Hechos 17:29 la palabra «Divinidad» pone énfasis en la unidad y la verdad de Dios. Y luego, en Colosenses 2:9 la palabra «Deidad» enfoca la esencia y lo personal de Dios. Son tres palabras diferentes en griego que proporcionan cada una algo distinto. Así que Dios, siendo Uno, se revela en su Palabra de manera trinitaria. Y si le vamos a conocer, le tenemos que conocer en la manera que lo revela su Palabra. Como dice Juan 17:3, «ésta es la vida eterna: que te conozcan a ti, el único Dios verdadero, y a Jesucristo, a quien tú has enviado». Tal es el carácter del estudio que tenemos por delante. Los hombres, en general, lo estiman de poca consecuencia. Pero la consideración de la Trinidad de Dios motivó la convocación de grandes concilios en la historia. Produjo la excomulgación y aun la muerte de muchos. La división entre Iglesia católico-romana y católico griega fue ocasionada en el año 1054, en parte, por los distintos puntos de vista que tenían acerca de la Trinidad. ¿No sería mejor, entonces, que dejáramos a un lado estas cuestiones que dividen? ¡De ninguna manera! Como se ha observado, «solamente a base de la Trinidad nuestras convicciones específicamente bíblicas se han podido sostener, convicciones como el amor de Dios que elige, la encarnación, la provisión de expiación y una regeneración sobrenatural. Una vez desechada la doctrina de la Trinidad, las doctrinas asociadas con ella llegan a ser una carga y obstáculo a la fe». No es, entonces, una doctrina de poca consecuencia, sino fundamental para nuestra fe. Alguien ha dicho que el hombre que intenta comprender cabalmente la Trinidad de Dios puede perder su mente; y que el hombre que niega la Trinidad de Dios puede perder su alma. El pastor Vernon McGee expresó bien lo que tantos sentimos al decir: «Les aseguro que con todo mi corazón creo en la Trinidad de Dios. Me regocijo en el Trino Dios, creyendo que esta verdad no solamente es grande, sino que es única dentro de la fe cristiana. A la vez confieso que me es un misterio enigmático. Lo veo como un rompecabezas inescrutable. Es complicado, difícil y perturbador. Lo encuentro imposible de explicar. Pero, aunque no podemos comprenderlo cabalmente, por lo menos nos paramos frente a esta gran verdad y adoramos». No hay cosa más segura en todas las Escrituras. Ellas comienzan y terminan con el Trino Dios. Dice Isaías 48:16: «Acercaos a mí y oíd esto: desde el principio no he hablado en secreto; desde que las cosas sucedieron, allí he estado yo. Y ahora me ha enviado el Señor Jehová y su Espíritu». Cualquier hombre que se acerca a la Biblia con sinceridad tiene que aceptar al Dios de la Biblia. Y como el pastor McGee dice, cuando le aceptamos le adoramos. Para poder ver mejor la verdad del Trino Dios, vamos a mirarla con la ayuda de siete casos o puntos de consideración. De esta manera podemos integrar mejor los hechos bíblicos e históricos con lo práctico y diario. Todas las citas bíblicas vienen de la versión Reina Valera actualizada, a menos que se indique, al contrario. ¿Quién es Dios? Marción hablaba con los líderes de la iglesia en Roma. «Me parece a mí que él Dios del Antiguo Testamento no es el mismo Dios del Nuevo Testamento. Son muy distintos. Por lo tanto, el Mesías prometido por el Antiguo Testamento no puede ser Cristo del Nuevo Testamento.» «Pero Marción», respondieron, «tu padre fue pastor en Ponto y te criaste en hogar cristiano. Has conocido el Evangelio desde niño. ¿Cómo puedes decir estas cosas? Lo que tú dices es herejía. ¡Fuera de aquí! ¡Quedas excomulgado!» Así que Marción salió de la iglesia en Roma en el año 144 y formó sus propias iglesias. Creía en Dios, pero no en el Dios de la Biblia. Consideraba como malo el Dios del Antiguo Testamento y bueno el Dios del Nuevo Testamento. El uno para él sería severo y sin amor. El otro sería misericordioso y clemente. Muchos dicen que creen en Dios. Pero ¿en qué Dios? Muchos de los próceres de la América Latina, por ejemplo, fueron conocidos como deístas. Ellos admitían la existencia de Dios, pero negaban la revelación y las demandas de ese Dios. Se cree que el general José de San Martín fue uno de éstos. Tenía sentimientos religiosos, pero se veía a sí mismo como cristiano libre. A su criterio, la iglesia sería un instrumento para la disciplina social. Sin embargo, la verdadera fe es la que cree en el Dios de la Biblia, revelado en las páginas de las Sagradas Escrituras. ¿Cómo es ese Dios? ¿Cuál es su naturaleza? Esta es la cuestión a la que nos dedicamos en este capítulo. Y es de suma importancia. Se revela en la Biblia Job aprendió que alrededor de Dios hay una temible majestad y que él es el Todopoderoso a quien no podemos alcanzar, sublime en poder y en justicia, grande en rectitud y que no oprime (Job 37:22, 23). Este es el Dios del Antiguo Testamento como también del Nuevo Testamento. Otros profetas, inspirados por el soplo de Dios, dan eco a esta descripción. Jeremías 23:24 nos dice que Dios llena el cielo y la tierra y ve todo lo que pasa en su universo. Isaías 57:15 lo describe como el Alto y Sublime, el que habita la eternidad y cuyo nombre es Santo. Es inmutable, es decir, no cambia, y nunca pasará o dejará de existir según Salmo 102:26, 27. Su grandeza es inescrutable y él es digno de suprema alabanza según Salmo 145:3. Dios mismo se identifica en Éxodo 3:14 como YO SOY EL QUE SOY. En hebreo son tres palabras. Esta identificación se perpetúa en el nombre JEHOVÁ del versículo 15. Viene del verbo ser y quiere decir él es, como generalmente se cree, o él será. Establece el carácter eterno de su ser, por cuanto diciendo YO SOY, vive en el perpetuo presente. Además, esta identificación establece su personalidad. Se ven su conciencia y autodeterminación. La Biblia de las Américas traduce esta palabra SEÑOR dando a entender que en ella se manifiesta la soberanía y absoluta autodependencia del Eterno. Se revela como persona Dios es persona y no una mera fuerza o principio de operación. Él ve (Gn. 11:5), oye (Sal. 94:9), habla (Gn. 1:3), se enoja (Dt. 1:37) y se compadece (Sal. 111:4). Siendo persona él nos creó a nosotros (Hch. 14:15), sostiene a toda su creación (Neh. 9:6), gobierna su universo (Dn. 4:32) y renueva su hechura (Sal. 104:30). Así es el Dios de la Biblia. En el estudio de la teología se habla de los atributos de Dios. Atributos son las características de su esencia. Como sus características psicológicas manifiestan su personalidad, así sus características morales manifiestan su deidad. En su ser él es santo, y tiene nombre sobre todo nombre, por el cual se hizo conocer en el Antiguo Testamento (Lv. 11:44, 45). Como tal, es separado de sus criaturas y exaltado sobre todas ellas. Por esto, no sirvenlos razonamientos de los hombres y su sabiduría humana. Porque «mis pensamientos no son vuestros pensamientos, ni vuestros caminos son mis caminos, dice Jehová. Como son más altos los cielos que la tierra, así mis caminos son más altos que vuestros caminos, y mis pensamientos más altos que vuestros pensamientos» (Isaías 55:8, 9). Dios es digno de nuestro temor y adoración. Juntamente con su santidad Dios es justo (2 Cr. 12:6) y a la vez clemente (quiere decir que obra con gracia). Éxodo 34:6 dice: «Jehová pasó frente a Moisés y proclamó: Jehová, Jehová, Dios compasivo y clemente, lento para la ira y grande en misericordia y verdad». Esta expresión trinitaria de Dios enseña sus atributos o características con esta fórmula que se repite siete veces en la Biblia (aquí y en Neh. 9:17; Sal. 86:15; 103:8; 145:8; Jl. 2:13; Jon. 4:2). Se ven combinadas aquí las dos grandes características de su ser: es decir, su verdad o justicia y su misericordia. Esta última palabra lleva la idea de amar benignamente. Es un amor de gran deseo, que anhela manifestarse. Ciertamente Dios es amor (1 Jn. 4:8). Pero su amor siempre encuadra perfectamente con su justicia y verdad. No sacrifica ni el uno ni el otro en sus obras para con los hombres. En sus observaciones sobre esto fue Packer que dijo: «De la revelación de la Trinidad, aprendemos que la vida interna de Dios, autogenerada, su modo de existencia como dijéramos consiste en infinitas expresiones e intercambios de amor entre las tres Personas, en cada una de las cuales mora toda la plenitud de la Deidad. De esto se ve claramente el propósito de Dios en crear a los seres racionales, angelicales y humanos, que es extender este círculo de amor para incluirles a todos ellos». En otras palabras, Dios quiere compartirse con nosotros y darnos su vida. Nos ha hecho para tener compañerismo con él y para compartir su vida. Y compartiendo esa vida, comparte también sus atributos de amor y verdad con nosotros. Estas características son analógicas, es decir, aquellas por las cuales se revela Dios en sus relaciones con su creación. Pero queremos pensar también en sus características inmanentes o inherentes. Éstas son las que son inseparables de su ser, y son relacionadas solamente con sí mismo. Hay atributos que quiere Dios compartir con nosotros, y hay atributos que él no puede compartir con nadie. Por ejemplo, su omnipresencia, omnipotencia y omnisciencia son atributos de deidad que no comparte con nadie. Dios siempre reserva para sí el conocimiento de los secretos (Dt. 29:29), su propia gloria (Is. 42:8), y la venganza (Ro. 12:19). Éstos no son nuestros para compartir. Dios en sí es bueno. Salmo 136:1 dice: «Alabad a Jehová porque es bueno». La palabra hebrea usada aquí es Tov, y en la versión griega se traduce con AGATHOS. Esta palabra quiere decir del todo bueno. No es la palabra KALOS, que quiere decir bueno en apariencia o aspecto. Algo puede tener apariencia de ser bueno sin serlo. Esta palabra corresponde a la hebrea SHAFIR (nbü), que es agradable. Por ejemplo, en Hechos 5:1 hay una mujer llamada Safira. Ella fue del todo agradable y hermosa. Pero no era del todo buena, como descubrimos en esta historia. Por eso, en Marcos 10:18 Jesús le pregunta al joven rico: «¿Por qué me llamas bueno? Ninguno es bueno, sino sólo Dios». Había usado la palabra AGATHOS, que quiere decir del todo bueno. Y obviamente nadie es bueno en este sentido inherente, sino sólo Dios. La gente había discutido este punto acerca de Jesús (Jn. 7:12). Y ahora, Jesús le pregunta al joven rico si está convencido de ello o si solamente le está halagando sin realmente conocerle. Aunque se aplica la palabra a veces a hombres convertidos a Dios que por sus acciones demostraban la bondad de Dios, es evidente que nadie es del todo bueno sino sólo Dios (Sal. 14:3). Se revela como tres en uno La palabra traducida Dios a veces es singular, pero comúnmente es plural. Por ejemplo, en Job 37:22 se usa el nombre ELOHA (o H¡*b$) que es singular. El uso de este término referente a Dios es muy limitado, sin embargo. Solamente se usa 57 veces. En cambio, en Job 38:7 se usa el nombre ELOHIM (o H ‘5>!$) que es plural. Este término se emplea más de dos mil veces referente a Dios. Esto es muy interesante porque nos da la noción de que Dios es a la vez Uno y más que uno. La primera parte de la palabra ELOHIM es El y se usa mucho en la poesía hebrea para referirse a Dios siendo palabra singular. Pero ELOHIM es plural y da a entender que la esencia de su naturaleza se encuentra en cada una de sus partes. Tenemos algo similar en la palabra hebrea AGUA. Puede traducirse agua o aguas. La esencia de su entidad se encuentra en cada gota y molécula. Cada parte tiene identidad propia por sí, pero es en esencia o substancia exactamente igual que las demás partes. Y así es el Dios de la Biblia. Quizás el versículo más importante de la Biblia para los judíos es Deuteronomio 6:4, «Oye Israel; Jehová nuestro Dios Jehová uno es». Se recita siempre y establece el monoteísmo, o sea la adoración de un solo Dios. Seguramente, esto es lo que distinguía a Israel antiguamente de todas las naciones alrededor de ella. Y nosotros como cristianos seguimos este principio bíblico. Dios es uno. Pero ya hemos visto que la palabra Dios tiene en este caso la terminación plural. Para entender esto tenemos que comprender la palabra uno aquí empleada. Es la palabra EJAD '(ink) y quiere decir uno compuesto de partes. Hay otra palabra que significa uno absoluto y es EJID. Pero no se usa aquí. Es como decía Filón, el filósofo judío contemporáneo de Jesús: «Dios es unus non unicus, como los judíos recitan de su libro de oraciones «Ejad y no Ejid», que son los mismos pasos que tomamos para enseñar que la generación eternal en la naturaleza divina no es una contradicción». Esta unidad en la Deidad se ve claramente en la fórmula bautismal de Mateo 29:19: «...bautizándoles en el nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo». No es nombres sino más bien el singular nombre. Parece una contradicción porque se nombran Padre, Hijo y Espíritu Santo, tres distintos nombres. Pero «para un judío, una persona se define por su nombre, hasta el punto de que el nombre sustituye a la persona». En este caso el nombre representa su ser, carácter y atributos. Su nombre es Jehová, el que era, es y siempre será; inseparable e inmutable. Como ha dicho Augusto Strong en su excelente Teología Sistemática, «Dios trascendente, el Padre, es revelado por Dios inmanente, el Hijo. Esta misma naturaleza pertenece igual a Dios Padre y a Cristo. El Padre es la vida trascendental, sobre todo; el Hijo es la vida inmanente, por todo; el Espíritu Santo es la vida individualizada, en todo». A este paso de nuestro estudio es importante que entendamos esta gran verdad, que Dios es Uno y que no hay división en él. Vemos en 1 Corintios 8:4 y 8:6 que «No hay sino un solo Dios». Gálatas 3:20 reitera que «Dios es uno». Romanos 3:30 declara que «Hay un solo Dios», y 1 Timoteo 2:5 dice igual que «Hay un solo Dios y un solo Mediador entre Dios y los hombres, Jesucristo hombre». Efesios 4:6 anuncia «un solo Dios y Padre de todos, quien es sobre todos, a través de todos y en todos». Volviendo a 1 Corintios 8:6 podemos observar que tenemos aquí dos cláusulas paralelas donde la segunda sirve para aclarar el significado de la primera. En otras palabras, este solo Dios es también este solo Señor. Y para explicarlo completamente dice que somos de Dios, pero por Jesucristo. Nuestra vida viene por medio de Jesús, pero tiene su destino y fin en Dios, es para él. Dios se ha revelado como un solo Dios, pero existe en tres Personas. La perfecta unidad en la Deidad no prohíbe que Dios exista en tres personas. Porque «entre las personas divinas no hay superioridad de naturaleza, ni dependencia de causalidad, ni prioridad de tiempo, ya que las tres poseen en común la misma,idéntica e individual naturaleza, sustancia o esencia divina». Quiere decir esto que siempre actúan en conjunto, tienen los mismos deseos, el mismo carácter y un solo pensamiento. Es difícil concebirlo porque humanamente es imposible. A nuestro nivel humano una persona nunca puede ser íntimamente parte de otra. C.S. Lewis, el famoso literato inglés, lo explica así: «Dos personas son dos seres separados, como en dos dimensiones, digamos, sobre una hoja de papel plano, un cuadrado es una figura y dos cuadrados son dos figuras separadas. En el plano divino encontramos siempre personalidades, pero las encontramos combinadas de una manera nueva, la cual, nosotros que no vivimos en aquel plano, no podemos imaginar». Sigue diciendo qué un cubo es a la vez seis cuadros, sin dejar de ser un cubo. Esto es posible porque existe en tres dimensiones en vez de dos. Hay una dimensión en el Creador que no existe en sus criaturas. Se revela como eterno Debemos entender que es eterna la unidad dentro de la Trinidad. Es decir, siendo Dios, siempre ha existido, existe y existirá como un solo Dios en tres Personas. Si su unidad no fuera eterna, tiene que haber habido momento cuando comenzó y un momento cuando no existía como uno en tres Personas. Algunos piensan que esto es el caso. Pero esto significaría que Dios hubiera cambiado y por lo tanto sería mutable. Es cierto que las palabras unigénito y procede, referentes a Jesucristo y el Espíritu Santo (Jn. 3:16 y 15:26), parecen insinuar la preexistencia del que engendra o envía. Pero los términos son adaptados al entendimiento humano que no puede concebir de una vida sin comienzo ni fin. Describen hechos internos en Dios que toman lugar en la eternidad y son propios de su existencia. Como dice Lewis, «Tenemos que desechar toda imagen de propagación física y temporal de las palabras Padre e Hijo (y unigénito). El punto es que Cristo, de la misma naturaleza del Padre, es una persona distinta». Cristo revela la naturaleza divina porque es Dios, generado y no creado. Dentro de la unidad de Dios es evidente que cada persona divina tiene ciertas áreas de obra y énfasis. Se pueden llamar «distinciones de auto designación, para que una persona de la Deidad actúe de manera específica como mediadora para con los hombres, y en cambio, podemos ver que otro es la voz de Dios». En la redención, por ejemplo, es Dios Padre que elige, el Espíritu que santifica y Jesucristo que nos rocía con su sangre (1 P. 1:2). En 2 Tesalonicenses 2:13 es Dios Padre que escoge y el Espíritu que santifica para que encontremos la gloria del Señor Jesucristo. En hebreos 9:14 es la sangre de Cristo que mediante "el Espíritu se ofreció a Dios Padre, que nos limpia de pecado. Aunque haya un énfasis especial sobre el ministerio de uno u otro en la Deidad, nunca deja de existir unidad. Por esto, Champion comentó ya hace mucho: «Mientras hay en la Trinidad absolutamente el orden más sublime de paz y personalidad, no hay realmente ninguna individualidad en ella. Esto vemos por la definición de individuo. El individuo es uno que lleva por separado su existencia, es decir, puede ser separado de otros. Si las personas de la Trinidad pudieran ser separadas en existencias para funcionar aparte, no podrían constituir un solo ser». Tendrían que ser tres seres, y, por consiguiente, tres Dioses. Se revela como indivisible Las tres personas de la Trinidad tienen personalidad entonces, pero no tienen individualidad. Nunca son separadas la una de la otra. Paul Tillich (1886-1965) fue un teólogo de persuasión liberal que aseveraba que debemos hablar de Dios como personal, pero no como una personalidad. Tillich lo miraba como personal porque el hombre no puede tratarse con algo que no sea personal. Pero pensaba que, si tuviera Dios personalidad, sería limitado. Dios, según Tillich, se hace real en la experiencia de cada uno de manera mística haciéndose sentir como principio de vida, indefinido e incondicional. Pero todo su pensamiento referente a Dios es que él es simbólico. Por lo tanto, no se puede pensar de Dios en términos objetivos. Sólo Tillich sabía exactamente lo que quería decir esto; pero una cosa es segura: no es bíblico. Cuando Jesucristo ora en Getsemaní (Mt. 26:39) dice: «Padre mío, de ser posible, pase de mí esta copa. Pero no sea como yo quiero, sino como tú». Aquí vemos tanto su personalidad como la falta de individualidad. Personalmente expresa su deseo, pero ese deseo siempre tendría que sujetarse a la voluntad divina. No es capaz de hacer su propia voluntad porque está eternamente unida a la de Dios, nuestro Trino Dios. Más adelante en la cruz levanta su grito de angustia: «Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has desamparado?» (27:46). Como humanos estamos muy lejos de poder comprender aun la mínima parte de lo que pasó allí. Podemos sentir algo de la angustia que esta separación momentánea le causó a Cristo y entender que todo el pecado del mundo fue en ese instante cargado en él (Is. 53:6). Como la segunda Persona de la Trinidad asume nuestra carga de pecado y por un momento las terribles consecuencias de él. Pero nunca dejó de ser divino ni por ese momento y fue exaltado hasta lo sumo. Se revela como infinito Hay una palabra griega que expresa la unidad de la Trinidad. Es la palabra pericóreisis (TrepL^dippoLs). San Juan Damasceno fue un doctor de la Iglesia griega que murió después del año 754. Combatió la herejía con su libro Una exposición exacta de la fe ortodoxa. Usó esta palabra para designar la presencia inmanente recíproca del Padre y del Hijo. Evoca una compenetración mutua, puesto que quiere decir contener recíprocamente. Esta palabra se usa en varias partes del Nuevo Testamento para comunicar la idea de una circunscripción de partes para formar el todo. Por ejemplo, en Mateo 14:35 una variación de la palabra se traduce toda aquella región. En otras palabras, se está enfocando la unidad de la región compuesta de partes. Hall dice referente a esta palabra que «hay una circuncisión en la Trinidad. Quiere decir que las tres Personas, a base de su esencia común e indivisible, existen la una en la otra, no como partes de un todo más grande, sino poseyendo igualmente la plenitud de la deidad. Cada Persona por sí es Dios y Señor, y en cada Persona existen las otras Personas divinas en unidad inseparable, pero sin confusión de personalidad». Dios es infinito. Zofar preguntó a Job: «¿Alcanzarás tú las cosas profundas de Dios?» (Job 11:7). Desde luego, no las alcanzaremos en su totalidad, pero estamos seguros de que Dios nos ha revelado todo aquello que podemos alcanzar dentro de los límites de nuestra humanidad. Agustín de Hipona (354-430 d.C.) lo vio más claramente quizás que cualquier otro de su época. Para él, «Ser uno en esencia significa igualdad de perfecciones, unidad de voluntad y unidad de operaciones. Las tres Personas son infinitas en sí. Cada una está en la otra, todas están en cada una, cada una está en todas, todas están en todas, y todas son uno solo». Hace años un hermano nos manifestó que guardaba cierto temor del Espíritu Santo, pero le consideraba a Jesús como su gran Amigo. Al entender la verdad de que el Espíritu Santo es un Consolador exactamente igual a Jesucristo (Jn. 14:16), pudo superar sus sentimientos de miedo por el Espíritu. Le hicimos ver que la palabra otro es en griego otro del mismo tipo. Como había sido Jesucristo con los discípulos, así sería también el Espíritu con ellos. Por eso se llama el Espíritu de Cristo en Romanos 8:9 y 1 Pedro 1:11. Y por eso también, cuando recibimos a Cristo en nuestra vida, estamos recibiendo igualmente al Espíritu de Cristo. Se revela como amor La unión entre Padre, Hijo y Espíritu Santo en Dios es inconcebible, pero también lo es el amor de Dios. ¿Cómo puede ser que Dios nos hubiera podido amar aun estando nosotros muertos en delitos y pecados? ¡Si el uno nos pareceincreíble, también el otro! Aquí entra la fe por la cual vivimos (Ro. 1:17). La fe verdadera acepta la Palabra de Dios, aunque a veces no entiende y no ve el porqué. Dios Padre es amor, Dios Hijo es amor y Dios el Espíritu Santo es amor. Esto es así porque Dios es Uno en esencia, aunque tres en personas. El teólogo alemán Karl Barth (1886-1968) sabía sugerir que «no digamos persona sino más bien modo de ser». Este término, sin embargo, deja lugar para confusión. Da la impresión de que Dios se manifiesta de diferentes formas en vez de poseer personalidad. Modo de ser es un término menos conocido que personas y más sujeto a ambigüedades. Rahner, el teólogo católico, sugiere un término casi igual que Barth. Piensa que se debe usar la palabra manera de subsistir, pero esto tiene las mismas debilidades de modo de ser. En cuanto al amor, Dios tiene un solo modo de ser: es amor. Aunque existe en tres personas, ama igual. Emil Brunner (1889-1966) fue un teólogo suizo que rechazaba el término personas referente al Padre, Hijo y Espíritu Santo. Su interés radicaba más bien en la función de Dios en vez del Ser divino como tal. Por lo tanto, él prefería el término operaciones. Decía que Dios se manifiesta con distintas formas de operaciones a través de los nombres Padre, Hijo y Espíritu. Otra vez este término deja lugar para confusión, porque se refiere a las acciones de una potencia. Y aunque Dios obra poderosamente de distintas maneras y formas, no son sus acciones que definen su Ser, sino su Ser que tiene que definir sus acciones. Además, estamos hablando de la existencia de Dios y no de las divisiones económicas de su labor divina. Por más bien intencionados que sean estos intentos de aclarar el carácter del Ser divino, no hay motivo para dejar de usar el término personas referente al Padre, Hijo y Espíritu. Cada uno manifiesta las características y conciencia de personalidad. Como argumenta Jorge Smeaton, «Al remover del término persona toda noción de imperfección... tiene que admitirse que en el lenguaje humano no hay término que exprese mejor lo que quiere decir». Se revela por medio de nombres Las tres Personas del único y verdadero Dios se revelan por medio de los nombres Padre, Hijo y Espíritu Santo, como vemos en Mateo 28:19. Son términos escogidos por Dios y no por el hombre. Pero necesariamente son términos adoptados y adaptados para poder comunicar cierto significado al hombre. Aunque hay tres nombres identificando así a las tres Personas de la Trinidad, el nombre de cada uno está en el otro. En Juan 17:11, 12, el texto por todos considerado como mejor dice: «Padre santo, guárdalos en tu nombre que me has dado». La versión Reina-Valera revisión de 1960 dice: «Padre santo, a los que me has dado, guárdalos en tu nombre». Y hay manuscritos antiguos que llevan esta lectura. Pero al preferir la primera (que también sigue la RVA), estamos en armonía con Éxodo 23:21, donde el ángel de Jehová (el mismo Cristo) lleva el nombre de Dios en él. Y podemos decir lo mismo a base de Isaías 9:6 donde el Cristo lleva también el nombre Padre Eterno. En Jeremías 23:6 podemos ver lo mismo donde al Cristo se le llama Jehová, Justicia Nuestra. De igual manera es evidente que Dios Padre muchas veces se llama Salvador (Jud. 25), que generalmente se refiere al Hijo. E incluso el Espíritu Santo se llama a veces el Espíritu de Dios, como en 1 Pedro 4:14, o el Espíritu de Cristo, como en Filipenses 1:19. Como hemos dicho antes, para el judío nombres revelan carácter y obra. Esto está de acuerdo con Mateo 1:21, que dice: «y llamarás su nombre Jesús porque él salvará a su pueblo de sus pecados». El nombre Jesús quiere decir en hebreo Jehová salva. Este nombre, entonces, revela inmediatamente su identidad y su obra principal. El nombre de Dios revela su carácter y obra, su mismo Ser. Sólo Jesucristo conoce plenamente ese nombre, ese Ser de Dios (Jn. 17:26; 1:18). ¿Cómo es que solamente él lo conoce plenamente? Porque él es el único Dios que está en el seno del Padre (Jn. 1:18). Pareciera que las designaciones Padre, Hijo y Espíritu Santo establecerían una jerarquía dentro de la Deidad. Sería natural pensar que el Padre es lógicamente la persona de mayor importancia en el orden trinitario. Pero no es el caso. Parece ser el caso, como decimos, porque nosotros estamos acostumbrados a pensar en el padre de familia como progenitor y cuidador de su hijo. Y así es entre los seres humanos. Pero en la Deidad hay una perfecta y eterna unidad que niega una jerarquía. Dios Padre no era antes de Dios Hijo. Juan 1:1 lo aclara bien diciendo: «En el principio era el Verbo y el Verbo era con Dios, y el Verbo era Dios». Los Testigos de Jehová, en su Biblia Nuevo Mundo, traducen la última parte del versículo «...y el Verbo era un Dios». Lo traducen así porque no tiene el artículo el delante de la palabra Dios. Pero carece de artículo porque según la gramática griega no lo necesita cuando la palabra de acción sigue a la palabra que designa el objeto o una persona. El griego aquí dice literalmente: «...y Dios era el Verbo». En cambio, Hechos 28:6 nos da un ejemplo de la palabra de acción que antecede el objeto o una persona. Dice literalmente: «Mientras tanto, ellos esperaban que comenzara a hincharse o que cayera muerto de repente. Pero al pasar mucho tiempo esperando y al ver que no le pasaba nada malo, cambiaron de parecer y lo declararon ser Dios». Aquí, puesto que la palabra de acción viene primero en griego, sería correcto traducir un dios. En fin, según la Biblia, ¿cuántos Dioses hay? La respuesta es inequívoca. Isaías 45:5 declara: «Yo soy Jehová, y no hay otro. Aparte de mí no hay Dios». Las naciones tienen a sus muchos dioses, más como dice Jeremías 16:20, «¡Pero ellos no son dioses!» Y si los testigos de Jehová quieren hacer de Jesucristo un Dios sin ser el único y verdadero Dios, ellos mismos son culpables de seguir el politeísmo y no son mejores que los paganos que hacen para sí dioses. Esto es el modo del mundo sin el Dios verdadero, como ya vimos en Hechos 28 donde los malteses querían hacer de Pablo un dios más en su Partenón de divinidades. Se revela como autosuficiente ¿Por qué, entonces, se designan las Personas divinas dentro de la Trinidad, Padre, Hijo y Espíritu Santo? Dios siempre se revela a nosotros en términos acomodados a nuestra experiencia, términos de significado para nosotros. Así que las relaciones personales dentro de la Deidad tienen que manifestarse en las palabras más equivalentes a nuestras relaciones humanas. En este sentido comenta Crossley: «Aunque parezca increíble, la verdad es que en la familia humana nos acercamos en grado máximo al entendimiento de la Trinidad. Esto se ve en el hecho de que Dios escogió ser llamado Padre y Jesús se revela como el Hijo de Dios. Al contemplar la familia humana debemos percibir en ella la expresión de las relaciones creativas, amorosas, sacrificiales y autor realizadas, que es la esencia de Dios mismo. Si lo que vemos es algo radicalmente diferente, nos recalca solamente hasta dónde hemos venido a caer». Esta sugerencia de que Dios escogió revelarse bajo términos relacionados con familia es sumamente interesante. La familia se considera dentro del orden humano como la unidad básica de la civilización. Dios le dijo a Abram en Génesis 12:3: «...Y en ti serán benditas todas las familias de la tierra». Al principio de la creación Dios dijo de la primera pareja: «Serán una sola carne» (Gn. 2:24). Las palabras una sola viene de EJAD en hebreo, la misma palabra que expresa la unidad de Dios en la Trinidad (Dt. 6:4). Las relaciones y expresiones más profundas conocidas al hombre toman lugar dentro de la familia. Ahí se perfecciona el amor, por ejemplo. Hay siete referencias en el Evangelio de Juan al Padre Dios amando al Hijo Dios. Y hay siete referencias donde el Hijo testifica del amor del Padre. Y son varias las referenciasbíblicas al amor del Espíritu (Ro. 15:30; Col. 1:8; Gál. 5:22). La familia tiene tres componentes imprescindibles: padre, madre e hijo. Las tres personas forman una familia. Sin embargo, el término madre no es apropiado para designar a una persona de la deidad. Es popular entre los hombres referirse a su cuna de vida como la Madre Naturaleza. Pero la Biblia usa el término Padre Dios. Los hombres han establecido el culto a la madre y su hijo comenzando con Semíramis y Tammuz en Babilonia. Aun Israel cayó en este error y se extravió en su idolatría (Ez. 8:13.14; Jer. 44:17). La tentación de representarle a Dios como madre es universal. Entre los quechua de Sudamérica se habla de la Pacha Mama, la diosa de la tierra. El mundo griego adoraba antiguamente la gran diosa Diana (Hch. 19:27), y la predicación del apóstol Pablo constituía para ello un peligro. Habiendo dicho todo esto, podemos ver el porqué de los términos Padre e Hijo dentro de la deidad. Son términos que llevan significado para nosotros. Pero ¿qué del término Espíritu Santo? Tanto en hebreo como en griego, la palabra espíritu es la misma palabra viento o soplo o hálito. El Espíritu de Dios es la fuente de toda vida, como dice Job 12:10: «En sus manos está la vida de todo viviente y el hálito de todo mortal». También es como dice Job 34:14: «Si él propusiera en su corazón y retirara su espíritu y su aliento, toda carne perecería juntamente». El Espíritu de Dios es el que da vida, tanto física como espiritual. Dándonos cuenta de esto, el término cobra gran significado relacionado con la familia como también dentro de la realidad de la Deidad. Es interesante que, relacionado con la familia, Ricardo de Saint Víctor en el siglo XII veía la necesidad de tres personas en la Deidad. Argumentaba que todo amor requiere tanto a un dador como también a alguien que lo reciba. Esto es porque el amor es esencialmente orientado hacia otros. Concluyó Ricardo diciendo: «Para que el amor sea verdadero, demanda una pluralidad de personas; para que sea perfeccionado, requiere una trinidad de personas». Y es cierto que un matrimonio quiere compartir su amor, para que entre tres sean familia. Algunos se oponen a la palabra Hijo, pensando que es término que designa al que es más joven o de menor importancia que el Padre. El problema es uno de cultura y de orientación. Los hebreos son orientales, no occidentales. Dentro de su cultura y orientación el término hijo se usa mayormente para señalar semejanza. Su empleo describe afinidad de características. Por ejemplo, dice Jesús en Juan 8:44: «Vosotros sois de vuestro padre el diablo». Desde luego, el diablo ni les había creado ni engendrado. Pero ellos compartían con él ciertas características, en este caso homicidio, mentira y rebeldía. Comentaremos más extensamente sobre el uso de este término en el capítulo específicamente dedicado al Hijo Jesucristo. Pero, para el momento, aclaramos que «debemos desligar de los términos Padre e Hijo toda noción de propagación física y temporal. Nos dan más bien la idea de que Cristo es de la misma naturaleza con el Padre, y sin embargo es otra persona». Queremos reiterar que no hay jerarquía dentro de la Deidad. Dios es uno. Para que haya jerarquía tiene que haber más que uno solo. Es cierto que en Mateo 28:19 la fórmula bautismal reza «En el nombre del Padre, Hijo y Espíritu Santo». Pero en Efesios 4:4-6 es «Un solo Espíritu, un solo Señor, y un solo Dios y Padre». En 2 Corintios 13:14 es «La gracia del Señor Jesucristo, el amor de Dios y la comunión del Espíritu». En Apocalipsis 1:4, 5 es «De parte del que es y que era y que ha de venir, y de parte de los siete Espíritus que están delante de su trono (claramente una referencia al Espíritu Santo en sus perfecciones), y de parte de Jesucristo...». El orden, entonces, tiene variaciones porque no hay jerarquía. Se revela como espíritu Dios es espíritu (Jn. 4:24) y por lo tanto puede estar en todo lugar a la vez. No es limitado por el material de un cuerpo. Aquí erran los mormones porque piensan que, al aceptar la personalidad de Dios, tienen que aceptar obligadamente su materialismo. Pero Dios no es menos persona por ser espíritu. Los ángeles son espíritus (He. 1:14), como también los demonios. Y poseen individualidad y actúan como individuos. No son omnipresentes como Dios. Pero no son limitados por leyes que sujetan los cuerpos materiales. No se ven, pero Dios les da forma visible cuando él quiere (ver Mr. 16:5). Sin embargo, Dios no se puede ver por ojos físicos (1 Ti. 6:16). Es el Creador de los ángeles y como tal «todo lo llena en todo» (Ef. 1:23). No tiene forma visible. Sin lugar a duda, éste es el motivo de su mandamiento «No te harás imagen, ni ninguna semejanza de lo que esté arriba en el cielo, ni abajo en la tierra, ni en las aguas debajo de la tierra. No te inclinarás ante ellas...» (Éx. 20:4, 5). Dios se representa a veces por símbolos, por ejemplo, por la presencia de fuego o de humo o nube. En el lugar santísimo se manifestaba en la nube (1 R. 8:10, 11). Los judíos se referían a la SHEKINAH (’nroéí) que quiere decir presencia o habitación. No fue una nube cualquiera sino una nube de gloria que brillaba. Por otra parte, el Espíritu Santo se dejaba representar por una lengua de fuego (Hch. 2:3). En la ocasión del bautismo de Jesús se manifestó en forma de paloma, un ave limpia según la ley de Moisés (Mt. 3:16). Aun Jesús, al encarnarse, no dejó rastros de su apariencia física. Nadie lo comentó y no tenemos ninguna descripción de su fisionomía. Esto no puede ser por casualidad. Calvino se refiere a uno de los concilios que vino antes de san Agustín, el de Eliberis o Elvira (cerca de Granada), en España en el año 305. Había diecinueve obispos presentes, el principal siendo Hosio de Córdoba, la capital de España. En el capítulo 36 de sus procedimientos dice: «Que ningún cuadro o pintura se luzca en las iglesias, y que ninguna imagen sea grabada en las paredes de aquello que se adora o se rinde culto». ¡Cuán lejos de esto se han apartado las iglesias de Roma y Grecia en el día de hoy! De hecho, es evidente que los judíos actualmente se oponen al cristianismo por lo que ellos estiman ser la idolatría. Las iglesias y capillas en Israel están llenas de imágenes. La última palabra del apóstol Juan en su primera carta fue ésta: «Hijitos, guardaos de los ídolos» (1 Jn 5:21). Obviamente, esta directiva se necesita enfatizar más. Habiendo dicho que Dios es espíritu podemos ver aún con más. claridad la maravillosa verdad expresada en 1 Timoteo 3:16: que «indiscutiblemente, grande es el misterio de la piedad; que Dios fue manifestado en la carne». Dios el Hijo tuvo que limitarse a un cuerpo humano para poder ir a la cruz y morir por todos nosotros. Esto explica todas las referencias bíblicas que aparentemente presentan a Jesucristo en un nivel inferior a Dios el Padre. Filipenses 2:6- 8 usa la palabra griega kenosis (quiere decir «despojarse») para explicar este misterio. Es algo incomprensible que una Persona de la Deidad, Dios mismo, hubiera hecho esto para podernos salvar. Pero dice el pasaje de 1 Timoteo que «fue justificado por el Espíritu». El gran acto de su justificación fue precisamente su resurrección de entre los muertos (ver Ro. 1:3, 4). Y ya con cuerpo glorificado se ha sentado a la diestra de Dios en las alturas. Ha recibido de nuevo toda la gloria que tenía antes que el mundo fuese. La maravilla más grande no es que los hombres hayan ido al espacio, sino que Jesucristo Hombre esté en el cielo a la diestra de Dios. Habiéndose identificado con nosotros como el Hijo del hombre, fue hecho el primogénito de entre los muertos (Col. 1:18; 1 Co. 15:20), dándonos la seguridad de que nosotros tendremos un cuerpo glorificado en la resurrección (Fil. 3:21). Se revela como uno, pero tres Ahora, por haberse encarnado Cristo y resucitado con cuerpo glorificado, ¿quieredecir que está limitado a un solo lugar a la vez? Parece que no. Su promesa es «Estoy con vosotros todos los días hasta el fin del mundo» (o la edad), según Mateo 28:20. ¿Cómo sería posible estar con todos nosotros cuando es el Hombre glorificado? ¿No le limita el tener cuerpo, aunque glorificado? En el caso de Cristo no, porque es Dios y uno con el Padre y el Espíritu Santo. Por ejemplo, dice Jesús en Juan 14:23: «Si alguno me ama, mi palabra guardará. Y mi Padre lo amará, y vendremos a él y haremos nuestra morada con él». Y otra vez en Romanos 8:9 dice: «Sin embargo, vosotros no vivís según la carne, sino según el Espíritu, si es que el Espíritu de Dios mora en vosotros. Si alguno no tiene el Espíritu de Cristo, no es de él». Es evidente que Dios es uno y no se le puede dividir en partes. Jesucristo, resucitado y glorificado, está con nosotros en el Espíritu de Dios. Y si uno tiene al Hijo de Dios tiene también al Espíritu de Dios en él. La Trinidad de Dios no se puede describir como una división económica de la labor divina. No es que el Hijo exista solamente para llevar a cabo los planes del Padre con la ayuda del Espíritu Santo. La Trinidad de Dios existe porque Dios es esencialmente así en sí mismo, en su Ser. Esto es primordial. Tampoco se debe pensar de Dios como uno solo que se manifiesta de tres modos o de tres diferentes maneras. Bíblicamente, tenemos que mantener las distinciones que caracterizan a las tres Personas divinas. No queremos caer en el error del antiguo monarquiano Praxeas, que concebía Padre e Hijo como una idéntica persona sin que el Verbo existiera independientemente. Su idea fue que el Padre descendió y entró en la virgen para poder nacer. Y que fue el Padre que murió en la cruz. Tertuliano, en su escrito Adversas Praxeam (Contra Praxeas), en el año 217 d.C, dijo de él: «Expulsó al Paracleto y crucificó al Padre». Y así tiene que ser si borramos las personalidades dentro de la Trinidad. Dios el Padre no se llama el Hijo, y el Hijo no se llama el Padre. Pero ¿qué del pasaje en Isaías 9:6, entonces? Dice: «Porque un niño nos es nacido, un hijo nos es dado, y el dominio estará sobre su hombro. Se llamará su nombre: Admirable, Consejero, Dios fuerte, Padre eterno, Príncipe de paz». Aquí el Hijo se llama Padre. Es interesante que la versión griega del Antiguo Testamento, comúnmente llamada la Septuaginta, en el texto Alejandrino traduce esto Padre de la edad venidera. Es decir, el término puede referirse a su relación con las edades futuras en vez de referirse a su relación con las otras Personas de la Trinidad. En este sentido el Hijo sería Padre; sería el que gobernaría y protegería a todos los súbditos de su reino. En este sentido, también se usa la palabra en Job 29:16 e Isaías 22:21. Pero no hay ninguna confusión entre la persona de Dios Padre y la persona de Dios Hijo. Se revela como soberano Seguimos insistiendo en que Dios es uno y que existe en tres Personas. Dios el Padre es del todo Dios, Dios el Hijo es del todo Dios, y Dios el Espíritu Santo es del todo Dios. Comparten un solo nombre, es decir, un solo ser y carácter. ¿Por qué, entonces, dice en Hechos 2:38: «Arrepentíos y sea bautizado cada uno de vosotros en el nombre de Jesucristo...»? La Iglesia Pentecostal Unida insiste en que el bautismo sea administrado sólo en el nombre del Señor Jesucristo. Tanto hace hincapié en esto que rechaza el bautismo en el nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo. ¿Será posible que Jesús se equivocó al decir en Mateo 28:19 que los discípulos debieran bautizar en el nombre del Padre, Hijo y Espíritu? ¡Claro que no! La Biblia no se contradice, mucho menos Jesucristo. Entonces, ¿por qué esta aparente diferencia? Los judíos creían en Dios (Ro. 2:17). Lo que no podían aceptar fue el hecho de que Jesucristo fuera Dios (Jn 10:33). El apóstol Pedro no tenía que convencerles de la existencia del Padre o del Espíritu. Jesucristo sería para ellos «tropezadero» (1 Co. 1:23). Y, por lo tanto, Pedro usa la palabra «Jesucristo» para representarles al Dios verdadero, al Dios Trino en que ellos no habían creído hasta ese momento. Al creer en él y aceptarle a él como Dios Salvador, su bautismo tendría validez y valor. Hay otra explicación posible para esta aparente diferencia. La frase en el nombre puede significar «como Jesucristo había enseñado que se hiciese». Por ejemplo, en Hechos 19:3 Pablo pregunta a ciertos en Éfeso: «¿En qué, pues, fuisteis bautizados?» Y ellos responden: «En el bautismo de Juan». Ellos se habían bautizado según las instrucciones de Juan. Su experiencia no respondía a una creencia en el Trino Dios. Ni siquiera habían oído del Espíritu Santo. Nadie hubiera podido ser bautizado en el nombre del Padre, Hijo y Espíritu Santo sin creer en el Espíritu. Pablo no les hubiera hecho la pregunta «¿Recibisteis al Espíritu Santo cuando creísteis?» si el bautismo fuera sólo en el nombre de Jesús. En otras palabras, ser bautizados en el nombre del Señor Jesús no constituye ni representa una fórmula bautismal sino un reconocimiento de que su esperanza y confianza descansa en la autoridad de Jesús. Cipriano (200 d.C) comenta sobre ello de esta manera: «Pedro menciona aquí el nombre de Jesucristo, no para omitir al Padre, sino para que el Hijo no falte de ser unido con el del Padre». Entendemos entonces que la frase en el nombre de Jesucristo quiere decir con la autoridad que tiene Jesucristo. Jesucristo nos enseñó que oráramos en su nombre (Jn. 16:24). Al identificarnos en espíritu con ese nombre tenemos el derecho o autoridad para acercarnos a un Dios santo y exaltado. Y al bautizarnos en el nombre de Jesucristo tenemos el derecho y la autoridad para representarnos como muertos, sepultados y resucitados con él. Esto no refuta la validez del bautismo en el nombre del Padre, Hijo y Espíritu Santo. Sólo establece la autoridad para someterse a ese bautismo. Así que decir que una fórmula sirve y la otra no sirve es, en efecto, dividirle a Dios en partes. Nadie puede aceptar a Jesús sin aceptar a la vez al Trino Dios revelado en las Escrituras. Nadie puede llamar Señor a Jesús sino por el Espíritu Santo (1 Co. 12:3). Faltaba entonces que estos judíos creyeran en Jesucristo para poder creer en el único y verdadero Dios. Sin reconocer la deidad y autoridad residente en el nombre de Jesucristo no podrían alcanzar un verdadero arrepentimiento o bautizarse para el perdón de los pecados. Nos bautizamos en el nombre del Padre, Hijo y Espíritu Santo, pero si alguien cree en el Dios de la Biblia y se bautiza en el nombre de Jesucristo, su bautismo es válido. Se revela como generoso Hemos estado hablando de la naturaleza de Dios, es decir, cómo es Dios. Aunque él es completo en sí mismo y no necesita de nada, Dios quiere compartirse con nosotros. En su gran amor con que nos amó, nos escogió antes de la fundación del mundo para que estuviésemos con él. Y no sólo eso, sino que el proceso de capacitarnos para estar con él sería para la alabanza de la gloria de su gracia. Por el pecado éramos por naturaleza hijos de ira (Ef. 2:3) y del diablo. Pero mediante su gracia y por fe en su salvación nos hizo nacer de nuevo para luego poseer una nueva naturaleza (2 P. 1:4) que la Biblia describe como divina. Esta naturaleza viene de Dios porque tenemos nuestro origen en él. La palabra naturaleza ((jruots), en griego se refiere al hacer nacer o producir. Dios ha puesto en nosotros los que hemos nacido de nuevo, su misma disposición a fin de que vivamos a la santidad. Puesto que Dios es uno, quiere que nosotros también seamos uno con él. Se ha dicho que el capítulo 17 de Juan toma lugar en el lugar santísimo de la vida terrenal de nuestro Señor Jesucristo. Nos da Dios el gran privilegio de entrar allí en la misma presencia de la Deidad para contemplar esta conversación entre Dios el Hijo y Dios Padre. El versículo 21 dice: «...para que todos sean unacosa, así como tú, oh, Padre, en mí y yo en ti, que también ellos lo sean en nosotros». ¿En qué sentido eran una sola cosa (literalmente uno)? Tres veces en el capítulo recalca Jesús su unidad con el Padre, usando la palabra griega év (pronunciada jen). La palabra es del género neutro, expresando «unidad de voluntad y espíritu, no de persona». El Hijo y el Padre siempre compartían la misma voluntad y espíritu, los mismos deseos y pensamientos. Nunca se ponían de punta porque son uno. Jesucristo anhela que nosotros tengamos esta unidad con el Trino Dios. Y es cierto que, si experimentáramos esta unidad con Dios en el sentido práctico, también seríamos perfectamente unidos con nuestros hermanos en Cristo. Vemos el cumplimiento doctrinal de esta oración en Efesios 1:22, 2'3, donde dice «Todas las cosas las sometió Dios bajo sus pies y le puso a él (Cristo) por cabeza sobre todas las cosas para la Iglesia, la cual es su cuerpo, la plenitud de aquel que todo lo llena en todo». Hemos sido unidos a Cristo en un solo cuerpo por fe, y los unos a los otros por el poder y la vida de aquel que creó este nuevo cuerpo. Por eso dice en 1 Tesalonicenses 1:1: «... a la iglesia de los tesalonicenses, en Dios Padre y en el Señor Jesucristo». Hay unión entre Cristo y su cuerpo redimido, que sólo se puede comparar a la que existe entre Dios el Padre y Dios el Hijo. Lógicamente hay un como de similitud y semejanza; y hay un como de igualdad. Sólo Dios el Padre, Hijo y Espíritu Santo puede poseer unidad de igualdad. Pero nosotros poseemos unidad de similitud y semejanza. Nos predestinó para que fuésemos conformes a la imagen de su Hijo, Jesucristo. Así que vivimos delante de Dios en esta unidad. Sólo falta que vivamos delante de los hombres en esta bendita unidad. Puesto que somos partícipes de la naturaleza divina, podemos conocerle a Dios y entenderle. Sabemos que pertenecemos a Dios, como dice 1 Corintios 3:23: «... vosotros de Cristo y Cristo de Dios». Se relata como en tiempos del imperio, se iba pasando una gran procesión por las calles de Roma. El emperador se vio rodeado de soldados y siervos. Un niño salió de la multitud al costado de la vía y corrió hacia el cortejo. «Vuélvete, muchacho, vuélvete. ¡Es tu emperador!», gritaron los soldados. Pero el niño, muy confiado, replicó: «Es vuestro emperador, ¡pero es mi padre!» Así que la comunión íntima del creyente con Dios en Cristo hace de cada cristiano un «santuario de la Trina Deidad». Al compartir, por lo tanto, la naturaleza divina, el estilo de vida divino, todo nacido de nuevo, de Dios, entra en una relación tripersonal con él, ya que Dios no es impersonal, ni unipersonal, sino que eternamente existe en la unidad de tres personas realmente distintas. Ya hemos entrado por fe en la misma vida de Dios por medio de su gran generosidad. Esto no es para ser dioses, sino para tener una nueva naturaleza y un nuevo principio y poder de vida. Es como dice el apóstol Pablo en Gálatas 2:20: «... ya no vivo yo, sino que Cristo vive en mí». Somos elegidos por Dios el Padre, santificados por Dios el Espíritu Santo para obedecer y ser rociados con la sangre de Dios el Hijo. Y nos salva: espíritu, alma y cuerpo. Dios une nuestra vida a la de él para que estemos completos en él. Y así la doctrina se vuelve práctica, la teología se vuelve experiencia y la vida de Dios se vuelve nuestra. ¡Así es el Dios de la Biblia! Teresa de Jesús (1515-1582) fue una voz que clamaba en el desierto estéril del clima religioso en la España del siglo xvi. Perseguida por la Inquisición, al fin fue encarcelada en Toledo. Pero juntamente con otros sensibles de espíritu expresaba la verdadera esencia de una relación con Dios. Escribió las siguientes palabras, que manifiestan la unión del alma con la vida del Trino Dios: «Si acaso no supieres dónde me hallarás a mí, no andes de aquí para allí, sino, si hallarme quisieres a mí, buscarte has en ti. Porque tú eres mi aposento, eres mi casa y morada, y así llamo en cualquier tiempo, si hallo en tu pensamiento, estar la puerta cerrada. Fuera de ti no hay buscarme, porque para hallarme a mí bastará sólo llamarme, que a ti iré sin tardarme, y a mí buscarme has en ti.» Un solo Dios en tres Personas Arrio habló con su obispo Alejandro. «No es razonable que el Hijo sea igual al Padre. Es el Unigénito del Padre, así que no es coeterno con el Padre. ¿No dice Marcos 13:32: “Pero acerca de aquel día o de la hora, nadie sabe, ni siquiera los ángeles en el cielo, ni aun el Hijo, ¿sino sólo el Padre”? Esto es prueba de que el Hijo es un ser subordinado al Padre». Alejandro respondió con vigor: «No, Arrio. Al decir Unigénito establece su relación única y eterna con el Padre. No es, ni nunca ha sido, subordinado de Dios el Padre. Esa escritura se explica tomando en cuenta el hecho de que Jesucristo se humanizó y por eso se limitó voluntariamente para podernos salvar. Yo voy a llamar un concilio para que este pensamiento tuyo sea condenado públicamente». Así que Arrio (250-336) fue condenado por el concilio reunido en Alejandría, Egipto en el año 318. Desafortunadamente, eso no fue ni el principio ni el fin de esta herejía. No podemos decir con absoluta seguridad, pero parece que Arrío seguía las ideas antitrinitarias de un tal Pablo, obispo de Antioquía entre los años 260 y 269. Era de la ciudad de Samosata, en las riberas del río Éufrates. Y como Arrio después, tenía vínculos fuertes con hombres de prominencia. Incluso ocupaba un cargo político en el gobierno y fue un jefe de los recaudadores de impuestos. Debido a su posición de canciller de Zenobia, la reina de Palmira y de Antioquia, fue muy difícil sacarle de la iglesia. Pero a pesar de esto, se le acusaba de amar las riquezas y buscar el aplauso de los hombres. Y al fin fue obligado a dejar sus puestos, tanto con la iglesia como con el emperador. Este Pablo negaba la personalidad del Logos (nombre para Jesucristo en Juan 1:1) y del Espíritu Santo. Los consideraba poderes de Dios, como la razón o la mente en el hombre; pero admitía que el Logos moraba en Cristo en medida mayor que cualquier otro mensajero de Dios. Y como los socinianos después, enseñaba la elevación gradual de Cristo a la dignidad divina, determinada por su propio desarrollo moral. Para él, Cristo conquistó el pecado de sus antepasados y llegó a ser el Salvador de la raza. Empleaba muy astutamente todas las fórmulas ortodoxas, llamándole a Cristo, por ejemplo, Dios de la virgen y aun atribuyéndole el atributo de ser una sola sustancia (homo-ousia) con el Padre. Pero probablemente quería decir con esto que el Cristo sería de una sustancia impersonal, como el Logos preexistente, que tiene poder como una fuerza, pero que carece de personalidad. Obviamente, Pablo enfatizaba desmedidamente la humanidad de Jesús. El historiador Neander nos informa que empleaba la frase Jesucristo que viene de aquí abajo, al hablar del Hijo de Dios. Para él fue inconcebible que Dios pudiera existir en tres Personas y por lo tanto le daba a Jesús sólo la posición de un hombre exaltado. Su doctrina fue condenada por un concilio realizado en Antioquía en el año 268 o 269. De igual manera, un concilio ecuménico reunido en Nicea, cerca de la capital del imperio, condenó en 325 la doctrina de Arrio y él fue desterrado a Ilírico, más allá de Grecia. Pero sus descendientes viven en el día de hoy en la secta llamada Los Testigos de Jehová. El concepto de Trinidad Es cierto que la palabra Trinidad no aparece en la Biblia. Pero no hace falta, porque la Biblia está llena del concepto de Trinidad y presenta en todas partes al Trino Dios. Por ejemplo, Mateo 3:16, 17 es un pasaje inequívoco en su presentación clara de Jesucristo el Hijo, el Espíritu Santo que viene sobre el Hijo y el Padre cuya voz se oye desde el cielo. O como Lucas 10:21, donde leemos: «En aquella misma hora Jesús se regocijó en el Espíritu Santo y dijo:Yo te alabo, oh, Padre, Señor del cielo y de la tierra...» A la luz de tales manifestaciones bíblicas es incomprensible cómo un hombre tan inteligente como Tomas Jefferson (1743-1826), el brillante autor de la Declaración de la Independencia norteamericana hubiera podido decir: «Cuando hayamos eliminado la imposible jerigonza de la aritmética trinitaria, que tres son uno, y uno son tres... luego, seremos verdadera y dignamente sus discípulos». Es el raciocinio del hombre que impide la aceptación de la Biblia como la Palabra de Dios y, por lo tanto, la revelación divina acerca de la Trinidad de Dios. Es como dice en 1 Corintios 2:14: «El hombre natural no acepta las cosas que son del Espíritu de Dios, porque le son locura y no las puede comprender, porque se han de discernir espiritualmente». 1 Juan 5:7 parecería ser el versículo más convincente en el Nuevo Testamento, que dice: «Porque tres son los que dan testimonio en el cielo: el Padre, el Verbo y el Espíritu Santo; y estos tres son uno». Pero tenemos que comentar que el manuscrito griego que fue el más usado en la traducción del Nuevo Testamento al castellano en la Reina- Valera, fue el editado por Erasmo en 1516, basado en el llamado texto bizantino. No incluía estas palabras de 1 Juan 5:7 en su texto. Pero Casiodoro de Reina usó la tercera edición, donde Erasmo lo había insertado de nuevo. Así que quedó en las versiones en castellano. Sin embargo, entre los miles de manuscritos en griego, sólo cuatro contienen estas palabras, y el más antiguo de ellos data del siglo xi (nuestra era). Vemos, por cierto, una referencia a ellas en un escrito del siglo IV, en latín, titulado «Liber Apolo- geticus» (Libro de Apologética). El autor es un español llamado Prisciliano (murió cerca del 385). Pero la evidencia es muy escasa y no muy bien atestiguada. La mayoría de las versiones modernas no incluyen el texto. De hecho, comenta Metzger, «Probablemente se originó como una anotación exegética alegórica de los tres testigos escrita como una glosa en la margen de la Biblia Latina del siglo v». Como sea el caso, ¿es necesario basar el argumento de la Trinidad en sólo este versículo? ¡De ninguna manera! Hay una multitud de textos que nos sirven igualmente bien. ¿Dónde vemos, entonces, la Trinidad? Romanos es sin duda el tratado más profundamente teológico del Nuevo Testamento. Como dice Jenson, «El capítulo 8 de la carta de Pablo a Roma es el pasaje trinitario más notable del Nuevo Testamento, consistiendo en un sistema teológico entero». El corazón del argumento se encuentra en el versículo 11, que dice: «Y si el Espíritu de Aquel que resucitó a Jesús de entre los muertos mora en vosotros, Él que resucitó a Jesús de entre los muertos también dará vida a vuestros cuerpos mortales mediante el Espíritu que mora en vosotros». El Trino Dios, manifestado en los eventos de la resurrección, nos salva, santifica y glorifica. El pasaje éste identifica al Espíritu como el de Dios, de Cristo y del Padre. Aquí se ven las tres Personas de la Trinidad, obrando a favor nuestro, pero siempre en unidad como un solo Dios, único y verdadero. Citamos 2 Corintios 13:14, que dice: «La gracia del Señor Jesucristo, el amor de Dios (Padre) y la comunión del Espíritu Santo sean con todos vosotros». Cada persona de la Trinidad tiene algo especial que contribuir al creyente según el énfasis de su obra dentro de la Deidad. En este mismo sentido podemos decir que Números 6:22-27 forma una bendición tripartita en el Antiguo Testamento. Tres veces se repite el nombre Jehová, con énfasis un poco distinto en cada caso. Es Dios que nos guarda, manifiesta su rostro en misericordia y nos favorece con paz en el hombre interior a través de la obra particular del Padre, Hijo y el Espíritu Santo. Es imposible pasar por alto algo tan obvio. Podemos citar a continuación una serie de referencias bíblicas que afirman la existencia, realidad y participación del Trino Dios en la vida del creyente. Recomendamos que el lector tome el tiempo de buscar y leer Hechos 20:27, 28; 1 Pedro 1:2; Apocalipsis 1:4, 5; Gálatas 4:6; Efesios 1:17; 2:18; 3:14-16 y 4:4-6; 2 Tesalonicenses 2:13, 14; Hebreos 9:14 y Judas 20, 21. En el Antiguo Testamento no hay muchas escrituras que se refieren claramente a las tres Personas de la Trinidad, pero vea especialmente a Isaías 11:2, 3; 48:16; 61:1; 63:9,10; Joel 2:28-32; Zacarías 3:8, 9; 12:10. Hay, sin embargo, muchos versículos en el Antiguo Testamento que mencionan por ejemplo a Dios Padre y a Dios Hijo. Hay otros que mencionan a Dios Padre y Dios el Espíritu Santo. Recordemos que la Biblia no trata la doctrina de Dios de manera sistemática como si fuera algo separado de la experiencia del hombre. Por eso, la Trinidad de Dios es algo que se entiende más por impresión que expresión. En la Biblia es implícita sin ser siempre muy explícita. El Trino Dios se manifiesta en los eventos de la vida diaria. El concepto en el nombre de Dios Ya hemos comentado en el capítulo anterior que el nombre Elohim es realmente plural. Y aunque generalmente se usa con verbos singulares, en varias ocasiones se usa con verbos o pronombres plurales. Por ejemplo, en Génesis 1:26 dice Elohim: «Hagamos al hombre a nuestra imagen». En Génesis 3:22 Jehová Elohim dice: «He aquí que el hombre ha llegado a ser como uno de nosotros...» O en Génesis 11:7, donde dice: «Vamos, pues, descendamos y confundamos allí su lenguaje, para que nadie entienda lo que dice su compañero». Isaías 6:8 sigue en este molde con las palabras «Entonces escuché la voz del Señor (aquí la palabra Adonai) que decía: ¿A quién enviaré, y quién irá por nosotros?» Muchos han sugerido que esto es nada más que un ejemplo de lo que se llama un plural ficticio, usando «nosotros» en vez de «yo». Se usa mucho entre editores para designar al grupo que representan, siendo ellos su vocero. Pero Dios no habla por nadie más que sí mismo. O quizás es como dicen algunos que alegan el uso del plural de majestad. Esto parece ser lógico, pero bíblicamente no tiene base alguna. En el texto antiguo-testamentario todos se dirigen a los reyes usando el singular. Es claro que no existía la costumbre de usar un plural de majestad. Tampoco será un caso de una costumbre donde Dios se refiere a sí mismo de esta manera para no darse aires de sabio. Él es «el único sabio Dios» (Ro. 16:27) y no tiene por qué hablar como los seres humanos. Además, son muy pocas las ocasiones donde lo encontramos y, por lo tanto, no constituye una costumbre. Más bien es porque Dios es el gran Tres en Uno, singular pero compuesto de personas. No puede haber otra razón. Hay otros nombres o títulos plurales que se refieren al único y verdadero Dios. Eclesiastés 12:1 dice literalmente: «Acuérdate de Creadores de ti», aunque los traductores no lo escriben así porque claramente esto se refiere a Dios. De igual manera, en Isaías 54:5 el texto dice literalmente: «Porque tu maridos (es) tu Hacedores». No se puede traducir así, pues no tiene sentido en castellano. ¿Cómo se explica el uso de tales expresiones si Dios no es Trino? Peter Allix comenta sobre esto diciendo: «Como los demás nombres de Dios que le representan por uno de sus atributos son singulares, como también Jehová es singular; los judíos se abstienen de representar el nombre Jehová por uno de sus muchos nombres que son singulares, y lo interpretan con el de ADONAI, cuyos vocales plurales dan a Jehová un significado plural, como para decir “mi Señores”; y por esta razón, como parece, que hay más de uno en la Deidad, a quien se da el nombre Jehová en las Escrituras». El concepto y los judíos Pero si es así, ¿cómo es que no reconocen los judíos esta pluralidad en la Deidad? La verdad es que sí la reconocen. Es decir, muchos de los eruditos entre ellos a través de los siglos la han reconocido. Hay un libro de los judíos titulado Zohar (que quiere decir Esplendor). El libro fue escrito
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