Logo Studenta

Investigando La Trinidad -Rodel - Dr Rodelo Wilson

¡Este material tiene más páginas!

Vista previa del material en texto

Image
Rodelo Wilson
 
INVESTIGANDO
LA TRINIDAD
 
editorial clie
 
Editorial CLIE
Galvani, 113
08224 TERRASSA (Barcelona)
 
INVESTIGANDO LA TRINIDAD
 
© 1994 por el autor: Dr. Rodelo Wilson
Depósito Legal: B. 12.540-1994
ISBN 84-7465-721-9
 
Impreso en los Talleres Gráficos de la M.C.E. Horeb,
E.R. n° 2.910 SE -Polígono Industrial Can Trias,
c/Ramón Llull, s/n- 08232 VILADECAVALLS (Barcelona)
 
Printed in Spain      
 
Clasifíquese: 01 TEOLOGÍA
C.T.C. 01-01-0012-08
Referencia: 22.37.89
 
ÍNDICE
 
De conocer a Dios       
¿Quién es Dios?      
Un solo Dios en tres Personas      
El problema de ilustrar la Trinidad      
El misterio de Dios el Hijo      
Los nombres Padre, Hijo y Espíritu      
Identificando al Padre y al Hijo      
La Trinidad y la Iglesia católica      
Mirando al Espíritu Santo      
La Trinidad y la espiritualidad      
Bibliografía
 
De conocer a Dios
 
El doctor Tomas Enrique Huxley se creía un gran
científico. Quizás lo era. Pero se equivocaba en su
evaluación de verdades espirituales. En el año 1887 afirmó:
«No hay evidencia de la existencia de un Ser tal como los
teólogos describen a Dios». No es que Huxley negara la
probabilidad de Dios. Pero estaba tan entregado a una
creencia de evidencia y razón, que se consideraba un
agnóstico, es decir, uno que le reconocía a Dios como
impersonal, desconocido e imposible de conocer.
El problema es que Huxley, juntamente con Hume y
Kant, ha dejado su estampa sobre algunos modernos de la
«Nueva Teología». Y niegan la realidad de un Dios personal
de tal manera que dejan a los creyentes en la misma
oscuridad y confusión que el antiguo agnosticismo filosófico.
¿Podemos conocer a Dios? ¿Es posible?
El Dios de la Biblia declaró por medio del profeta Oseas,
unos 750 años antes de Cristo: «Misericordia quiero yo, y no
sacrificios; y conocimiento de Dios, más que holocaustos»
(6:6). Huxley admiraba la religión expresada en Miqueas
6:8, es decir, hacer justicia, amar misericordia y caminar
humildemente con Dios. Pero ¿cómo podría caminar
humildemente con Dios sin haberle conocido
personalmente?
La verdad es que podemos conocer a Dios. Debemos
conocer a Dios. ¡Tenemos que conocer a Dios! El mismo
profeta Oseas dice: «Conozcamos y persistamos en conocer
a Jehovah» (6:3). ¡Qué maravilla, qué Dios siendo infinito se
pueda conocer! Él todo lo llena en todo y habita en luz
inaccesible. Antecede a todas las cosas y todas las cosas
subsisten en él. Pero se deja conocer. Esto es algo
realmente maravilloso. Realmente, de todos los
pensamientos que han ocupado la mente humana, «ninguno
hay como la Trinidad de Dios, que a la vez sea tan difícil, tan
desafiante y fascinante». Agustín de Hipona (354- 430) pasó
treinta años escribiendo sus quince libros sobre este tema.
Su obra titulada De Trinitate no es tan mencionada como
otros de sus escritos. Pero representa una vida de estudio
en el intento de conocer profundamente a Dios.
 
La importancia del tema
 
¿Es importante conocer al Dios de la Biblia?
Claramente, para muchos no es importante. Esto se debe a
tres motivos. En primer lugar, la mayoría de la gente no
busca a Dios y no le interesa conocerle. Como dice la Biblia,
«No aprueba tener en cuenta a Dios» y además siendo
hombre natural no acepta las cosas que son del Espíritu de
Dios. Segundo, el tema es algo que no apela a la razón
humana. El conde Lev Tolstoi (1828-1910) lo expresó así:
«Uno puede decir con sus labios: yo creo que Dios es uno y
a la vez tres, pero nadie puede creerlo, porque las palabras
no tienen sentido». Aunque no comprendía el nuevo
nacimiento, Tolstoi se esforzaba por conocer a Dios. Y ese
conocimiento se le escapaba. Así son muchos que rechazan
el concepto por no poderlo entender.
Luego, en tercer lugar, el tema no es de interés
ascendente dado el tenor del ambiente filosófico en que
vivimos. El teólogo Roberto Johnson, decano del Seminario
de North Park en Chicago, bosqueja los aspectos de este
fenómeno en un artículo de la revista Christianity Today.
Según su criterio, la década de 1960 producía una cantidad
de interés y escritos sobre la persona de Dios el Padre y la
naturaleza de la Iglesia. La década de 1970 produjo un
cambio. El Espíritu Santo ocupaba los pensamientos de los
escritores y predicadores. Pero con la llegada de 1980 el
enfoque cambió otra vez. El hombre y sus propias
necesidades fue el tema que ocupaba el lugar central en los
pensamientos de los teólogos. En la época actual parece
que no está de moda pensar demasiado en la Trinidad de
Dios y su importancia. El tema ha sido superado por otras
consideraciones.
Debido a esta falta de interés en el estudio de la
doctrina de Dios, han aparecido pocas publicaciones sobre
el tema en estos años. El que ha contribuido mucho, sin
embargo, es el teólogo Francisco Lacueva. Sus libros Un
Dios en Tres Personas y Espiritualidad Trinitaria son joyas de
pensamiento y expresión. ¿Será necesario entonces escribir
algo más? Por vía de respuesta, citamos a Juan Goldinga y
en su introducción al comentario sobre Daniel donde
observa: «En la discusión del libro de Daniel, es difícil ser
original». Pero cualquier parte de las Escrituras merece y
demanda un estudio siempre fresco por mentes frescas y
espíritus de las nuevas generaciones si esas generaciones
han de asirse de ellas y ser asidas por ellas». Concluimos
diciendo que un nuevo tratado siempre viene bien cuando
otorga una nueva reflexión sobre temas bíblicos.
 
¿Por qué la Trinidad?
 
¿Es tan importante que estudiemos el tema de la
Trinidad? Sí, lo es, porque la Trinidad es la más comprensiva
y la formulación más inclusiva de las verdades dentro del
cristianismo. En sí misma es la suma de las enseñanzas
principales de la fe. Estamos de acuerdo. La buena práctica
depende de la buena doctrina. Pero desafortunadamente
muchos no pueden decir con el apóstol Pablo, «Yo sé a quién
he creído» (2 Tim. 1:12), porque existe una lamentable
ignorancia de la persona y carácter de Dios. Una de las
principales denominaciones evangélicas hispanas publicó en
sus Principios Doctrinales esta declaración: «Creemos que
hay un solo Dios que se ha manifestado al mundo en
distintas formas a través de las edades». Esto parece ser la
doctrina de Sabelio y vamos a demostrar que no es lo que
enseña la Biblia.
Esperamos con este escrito despertar el interés de
muchos en estudiar el tema de la Trinidad. Ernesto
Schleiermacher, teólogo alemán del siglo pasado, observó
una vez: «Nuestra fe en Cristo y comunión viva con él, sería
lo mismo, aunque el hecho en sí (la Trinidad) fuera
diferente». Pero no es cierto. Somos salvos por la fe, pero es
la fe en el Dios de la Biblia y no un Dios de nuestra opinión o
imaginación. La fe en lo que nuestros razonamientos
producen tampoco salva. No es suficiente decir «yo creo en
Dios», porque, como dice el apóstol Pablo, «hay muchos
dioses y muchos señores» (1 Co. 8:5). Sólo lo que es
sólidamente bíblico tiene valor. Y hace falta entender
claramente la revelación bíblica en cuanto a la naturaleza
de Dios. Solo lo que es claramente entendido y luego
profundamente aceptado por fe se puede manifestar en la
vida.
Hay muchos enemigos
 
La ignorancia es un terrible enemigo. La mayoría de los
hispanos se consideran de la tradición católico-romana.
Rahner observa que, a pesar de haber recibido la enseñanza
ortodoxa, «en la práctica la mayoría de los católicos
modernos se han criado como monoteístas, que significa
que se concentran tanto en la simple ultimidad de Dios que
descuidan su comunidad intrínseca». En otras palabras,
Rahner está diciendo que ellos no conocen a Dios como
Trino ni piensan en su carácter de Tres en Uno. En la
práctica son unitarios. El hecho de que Dios existe en tres
personas no tiene significado para ellos.
Las sectas falsas constituyen un enemigo de la verdad
bíblica acerca de Dios. Antiguamente la idolatría y el
politeísmo azotabanal mundo. Pablo en Atenas comentaba:
«Observo que sois de los más religiosos en todas las cosas.
Pues, mientras pasaba y miraba vuestros monumentos
sagrados, hallé también un altar en el cual estaba esta
inscripción, “Al Dios no conocido”» (Hch. 17:23). Y todavía
existe la adoración de muchos dioses en el mundo, aunque
en este siglo se ha levantado el Comunismo y el
Humanismo que niegan la existencia de Dios. Niegan no
sólo el Dios de la Biblia, sino cualquier creencia en Dios. Y
funcionan como instrumento de Satanás para cegar los ojos
del entendimiento de los hombres, para que no les ilumine
el resplandor del Evangelio de la gloria de Cristo, la imagen
de Dios.
Sería difícil concebir algo peor que el Comunismo. Pero
se ha observado que «... la doctrina unitaria de que Dios
existe en una sola persona es herejía destructora que ha
perjudicado a América más que el Comunismo». El
Unitarismo busca unir a todos los religiosos bajo la bandera
de los buenos sentimientos y la liberalidad de pensamiento.
Carece de sustancia y base bíblica, pero apela a muchos por
su reputación de sabiduría y religiosidad. Y juntamente con
esta herejía, vale mencionar otra amenaza. La llamada
Iglesia de Jesucristo de los Santos del Ultimo Día, más
conocida como la mormona, nos hace peligrar. Escuche al
apóstol de ellos, James Talmadge,       cuando se mofa de la
idea de un Dios manifestado en tres personas. Dice: «Sería
difícil concebir mayor número de contradicciones y faltas de
concordancia en tan pocas palabras». Y el fundador del
mormonismo, Joseph Smith, enseñó: «Yo siempre he
declarado que Dios es un personaje distinto, que Jesucristo
es un personaje aparte y distinto, y es espíritu; y estos tres
constituyen tres personajes y tres Dioses». Talmadge
explica: «Esto nunca puede entenderse en el sentido de que
Padre, Hijo y Espíritu Santo sean de una sola sustancia».
Claramente, su doctrina se opone a la Biblia.
Y al fin, los llamados Testigos de Jehová andan
liberalmente diseminando sus doctrinas perniciosas. Tienen
éxito porque trabajan mucho y ofrecen algo que parece ser
bíblico. Pero como dice el apóstol Pablo, «No irán más lejos,
porque su insensatez será evidente a todos» (2 Ti. 3:9).
Russell, primer profeta de ellos, escribió en sus estudios:
«La doctrina de la Trinidad cae muy bien con las edades
medievales, las cuales ayudaron a producirla». Y en otro
tratado escrito por Russell, dice: «La doctrina de la Trinidad
insulta la inteligencia y el raciocinio que nos ha dado Dios».
Frente a tales declaraciones, nos vemos obligados como
nunca a enseñar claramente los principios bíblicos acerca
de la persona y carácter de nuestro único y verdadero Dios.
 
Es doctrina práctica
 
Mencionamos anteriormente que al comprender algo y
apropiarlo por fe, podemos manifestarlo en la vida.
Afirmamos que la doctrina de la Trinidad no es cosa
superfina sino fundamental y, por lo tanto, práctica. En
primer lugar, aceptamos lo que dice la Biblia acerca de Dios.
Al aceptarlo por fe, le agradamos a Dios (ver He. 11:6).
¡Esto es práctico! Es interesante que en el libro de hebreos
1:1, «la fe es la constancia o real sustancia de las cosas que
se esperan y la comprobación o evidencia de los hechos que
no se ven». La palabra que se traduce de los hechos (como
la RVA) o de lo que (Revisión de 1960) es la palabra griega
pragmata. Esta palabra se refiere a un negocio o asunto de
la vida común y diaria. Por eso, su forma castellana
pragmática se refiere a una cosa práctica y útil. No es una
cosa solamente teórica o filosófica. La fe en Dios, el Dios
que se revela en la Biblia, es sumamente práctica, porque
nos salva. Y pertenece a la vida diaria porque cambia
nuestra conducta.
Ahora, haremos la pregunta, ¿con qué fin queremos
conocer a Dios? Moltmann observó que «según el
pensamiento pragmático del mundo moderno, saber algo
siempre significa dominarlo; el conocimiento es poder. Por
medio de nuestro conocimiento científico adquirimos poder
sobre cosas y podemos apropiarlas para nuestro uso. El
pensamiento moderno ha hecho funcional el razonamiento.
Para los padres griegos y de la iglesia, el conocimiento fue
algo distinto; quería decir «conociendo en asombro». Al
saber y percibir uno participa en la vida del otro. Aquí el
conocimiento no transforma la otra persona o cosa en
propiedad del conocedor; el conocedor no se apropia de lo
que sabe. Al contrario, él mismo es transformado a través
de la simpatía y llega a ser partícipe en lo que percibe. Su
conocimiento le proporciona comunión». No es que
queremos conocerle a Dios para dominarlo. Más bien, según
la idea original de los padres de la Iglesia, queremos
conocer a Dios para ser transformados y para poder llegar a
ser partícipes de lo que entendemos. Y en este sentido la fe
en lo que revela la Biblia es muy práctica. No es por demás.
Al contrario, es algo que exige Dios, porque sin esa fe, no
podemos agradar a Dios (He. 11:6).
 
Fe produce conocimiento
 
Es un principio bíblico que Dios revela sus verdades al
que está dispuesto a recibirlas por fe y obedecerlas.
Deuteronomio 29:29 dice: «Las cosas secretas pertenecen a
Jehová nuestro Dios, pero las reveladas son para nosotros y
para nuestros hijos para siempre, a fin de que
cumplamos...» En este sentido también podemos referirnos
a Romanos 16:26: «Pero ha sido manifestado ahora; y que
por medio de las Escrituras proféticas y según el
mandamiento del Dios eterno, se ha dado a conocer a todas
las naciones para la obediencia a la fe». En Isaías 43:10 se
lee: «Vosotros sois mis testigos, dice Jehová; mi siervo que
yo escogí, para que me conozcáis y me creáis, a fin de que
entendáis que Yo Soy». Aquí, hablando del pueblo Israel,
Dios aclara el hecho de que la fe y obediencia producen
conocimiento. Se comprende el carácter de Dios por medio
de la creencia o fe.
Pablo habla de conocer a Dios en Filipenses 3:10. Gerrit
Verkuyl, el brillante traductor del Nuevo Testamento en la
versión Berkeley, traduce Filipenses 3:9, 10 así: «Y ser
hallado en él sin tener mi propia justicia basada en la ley,
sino la que viene por fe en Cristo, basada en la fe que le
conoce a él, y el poder de su resurrección...» Aunque casi
nunca se traduce así, es posible. Y da a entender que es la
fe que nos guía hacia el verdadero conocimiento de Dios.
Este conocimiento de Dios no se estudia por saber, no más,
sino para unirnos a la vida y la persona del Dios viviente.
Desafortunadamente, como dice Bracken: «Es justo decir
que por muchos años el dogma de la Trinidad ha sido
presentado en los manuales de teología más como un
triunfo de la razón especulativa que como un artículo vivo
de la fe cristiana». Este juicio, sin duda, se puede aplicar
más a la presentación de la doctrina en los círculos
liberales. Pero se hace notar que Barth protestaba en su día
la discusión de la naturaleza del Trino Dios pegado al tema
de los atributos divinos, como si Dios fuera conocido en el
curso de la revelación cristiana por lo que hace, sin saber lo
que es.
Se ve que nuestra razón por sí sola no comprende ni
puede comprender a Dios. Hace falta una revelación, clara y
divinamente inspirada, que nos pueda decir cómo es Dios. Y
al tener esta revelación, tenemos que aceptarla por fe y
obedecerla sin ponerla en tela de juicio. Nuestra tesis
comienza justamente aquí, con fe en la revelación divina
que nosotros llamamos la Biblia.
 
Dios quiere que le conozcamos
 
¿Es posible, entonces, conocer a Dios, el infinito y
eterno Dios del cual nos habla la Biblia? Ésta nos dice que
sí. Habla 160 veces de conocer a Dios, 66 veces solamente
en el libro de Ezequiel. Le podemos conocer visiblemente en
su Hijo Jesucristo que es Uno con él (1 Jn. 5:20).
Naturalmente, podemos y debemos crecer en ese
conocimiento de Dios (2 P. 3:18), hasta que llegando a su
misma presencia «conoceremos plenamente, así como
fuimos conocidos» (1 Co. 13:12).
¿La religión de islam y susprofetas proponen que «no
es la necesidad central del hombre el conocer a Dios, sino
su necesidad de HIDAYAH (que es la guía divina) para
conocer la voluntad de Dios». Por esta razón los
mahometanos no hablan del carácter o persona de Dios.
Creen más bien que es imposible conocer a Dios de manera
personal. Nosotros diríamos que es imposible conocer la
voluntad de Dios sin conocer primeramente a Dios
personalmente.
El judío decía que conocía la voluntad de Dios porque
primeramente se gloriaba en Dios (Ro. 2:17, 18). Gloriarse
aquí quiere decir «dar testimonio de él exaltadamente». El
judío confesaba conocer a Dios. De este pasaje nos parece
que el judío confesaba conocer a Dios en tres aspectos:
quién es, cómo relacionarse con él y qué demanda de
nosotros. Esto corresponde a reconocer su vida, aceptar su
verdad y obedecer su voluntad. De esta manera conocemos
a Dios. Es interesante que el Nuevo Testamento usa la
palabra «Deidad» o «Divinidad» tres veces. Y a la vez usa
tres palabras griegas muy similares. En Romanos 1:20 la
palabra «Deidad», según Thayer y Vine, se refiere a sus
características y naturaleza. O según Lightfoot se refiere a
sus cualidades. En Hechos 17:29 la palabra «Divinidad»
pone énfasis en la unidad y la verdad de Dios. Y luego, en
Colosenses 2:9 la palabra «Deidad» enfoca la esencia y lo
personal de Dios. Son tres palabras diferentes en griego que
proporcionan cada una algo distinto. Así que Dios, siendo
Uno, se revela en su Palabra de manera trinitaria. Y si le
vamos a conocer, le tenemos que conocer en la manera que
lo revela su Palabra. Como dice Juan 17:3, «ésta es la vida
eterna: que te conozcan a ti, el único Dios verdadero, y a
Jesucristo, a quien tú has enviado».
Tal es el carácter del estudio que tenemos por delante.
Los hombres, en general, lo estiman de poca consecuencia.
Pero la consideración de la Trinidad de Dios motivó la
convocación de grandes concilios en la historia. Produjo la
excomulgación y aun la muerte de muchos. La división
entre Iglesia católico-romana y católico griega fue
ocasionada en el año 1054, en parte, por los distintos
puntos de vista que tenían acerca de la Trinidad. ¿No sería
mejor, entonces, que dejáramos a un lado estas cuestiones
que dividen? ¡De ninguna manera! Como se ha observado,
«solamente a base de la Trinidad nuestras convicciones
específicamente bíblicas se han podido sostener,
convicciones como el amor de Dios que elige, la
encarnación, la provisión de expiación y una regeneración
sobrenatural. Una vez desechada la doctrina de la Trinidad,
las doctrinas asociadas con ella llegan a ser una carga y
obstáculo a la fe». No es, entonces, una doctrina de poca
consecuencia, sino fundamental para nuestra fe.
Alguien ha dicho que el hombre que intenta
comprender cabalmente la Trinidad de Dios puede perder su
mente; y que el hombre que niega la Trinidad de Dios puede
perder su alma. El pastor Vernon McGee expresó bien lo que
tantos sentimos al decir: «Les aseguro que con todo mi
corazón creo en la Trinidad de Dios. Me regocijo en el Trino
Dios, creyendo que esta verdad no solamente es grande,
sino que es única dentro de la fe cristiana. A la vez confieso
que me es un misterio enigmático. Lo veo como un
rompecabezas inescrutable. Es complicado, difícil y
perturbador. Lo encuentro imposible de explicar. Pero,
aunque no podemos comprenderlo cabalmente, por lo
menos nos paramos frente a esta gran verdad y adoramos».
No hay cosa más segura en todas las Escrituras. Ellas
comienzan y terminan con el Trino Dios. Dice Isaías 48:16:
«Acercaos a mí y oíd esto: desde el principio no he hablado
en secreto; desde que las cosas sucedieron, allí he estado
yo. Y ahora me ha enviado el Señor Jehová y su Espíritu».
Cualquier hombre que se acerca a la Biblia con sinceridad
tiene que aceptar al Dios de la Biblia. Y como el pastor
McGee dice, cuando le aceptamos le adoramos.
Para poder ver mejor la verdad del Trino Dios, vamos a
mirarla con la ayuda de siete casos o puntos de
consideración. De esta manera podemos integrar mejor los
hechos bíblicos e históricos con lo práctico y diario. Todas
las citas bíblicas vienen de la versión Reina Valera
actualizada, a menos que se indique, al contrario.
 
¿Quién es Dios?
 
Marción hablaba con los líderes de la iglesia en Roma.
«Me parece a mí que él Dios del Antiguo Testamento no es
el mismo Dios del Nuevo Testamento. Son muy distintos. Por
lo tanto, el Mesías prometido por el Antiguo Testamento no
puede ser Cristo del Nuevo Testamento.» «Pero Marción»,
respondieron, «tu padre fue pastor en Ponto y te criaste en
hogar cristiano. Has conocido el Evangelio desde niño.
¿Cómo puedes decir estas cosas? Lo que tú dices es herejía.
¡Fuera de aquí! ¡Quedas excomulgado!»
Así que Marción salió de la iglesia en Roma en el año
144 y formó sus propias iglesias. Creía en Dios, pero no en
el Dios de la Biblia. Consideraba como malo el Dios del
Antiguo Testamento y bueno el Dios del Nuevo Testamento.
El uno para él sería severo y sin amor. El otro sería
misericordioso y clemente.
Muchos dicen que creen en Dios. Pero ¿en qué Dios?
Muchos de los próceres de la América Latina, por ejemplo,
fueron conocidos como deístas. Ellos admitían la existencia
de Dios, pero negaban la revelación y las demandas de ese
Dios. Se cree que el general José de San Martín fue uno de
éstos. Tenía sentimientos religiosos, pero se veía a sí mismo
como cristiano libre. A su criterio, la iglesia sería un
instrumento para la disciplina social. Sin embargo, la
verdadera fe es la que cree en el Dios de la Biblia, revelado
en las páginas de las Sagradas Escrituras. ¿Cómo es ese
Dios? ¿Cuál es su naturaleza? Esta es la cuestión a la que
nos dedicamos en este capítulo. Y es de suma importancia.
 
Se revela en la Biblia
 
Job aprendió que alrededor de Dios hay una temible
majestad y que él es el Todopoderoso a quien no podemos
alcanzar, sublime en poder y en justicia, grande en rectitud
y que no oprime (Job 37:22, 23). Este es el Dios del Antiguo
Testamento como también del Nuevo Testamento. Otros
profetas, inspirados por el soplo de Dios, dan eco a esta
descripción. Jeremías 23:24 nos dice que Dios llena el cielo
y la tierra y ve todo lo que pasa en su universo. Isaías 57:15
lo describe como el Alto y Sublime, el que habita la
eternidad y cuyo nombre es Santo. Es inmutable, es decir,
no cambia, y nunca pasará o dejará de existir según Salmo
102:26, 27. Su grandeza es inescrutable y él es digno de
suprema alabanza según Salmo 145:3.
Dios mismo se identifica en Éxodo 3:14 como YO SOY
EL QUE SOY. En hebreo son tres palabras. Esta identificación
se perpetúa en el nombre JEHOVÁ del versículo 15. Viene
del verbo ser y quiere decir él es, como generalmente se
cree, o él será. Establece el carácter eterno de su ser, por
cuanto diciendo YO SOY, vive en el perpetuo presente.
Además, esta identificación establece su personalidad. Se
ven su conciencia y autodeterminación. La Biblia de las
Américas traduce esta palabra SEÑOR dando a entender
que en ella se manifiesta la soberanía y absoluta
autodependencia del Eterno.
 
Se revela como persona
 
Dios es persona y no una mera fuerza o principio de
operación. Él ve (Gn. 11:5), oye (Sal. 94:9), habla (Gn. 1:3),
se enoja (Dt. 1:37) y se compadece (Sal. 111:4). Siendo
persona él nos creó a nosotros (Hch. 14:15), sostiene a toda
su creación (Neh. 9:6), gobierna su universo (Dn. 4:32) y
renueva su hechura (Sal. 104:30). Así es el Dios de la Biblia.
En el estudio de la teología se habla de los atributos de
Dios. Atributos son las características de su esencia. Como
sus características psicológicas manifiestan su personalidad,
así sus características morales manifiestan su deidad. En su
ser él es santo, y tiene nombre sobre todo nombre, por el
cual se hizo conocer en el Antiguo Testamento (Lv. 11:44,
45). Como tal, es separado de sus criaturas y exaltado sobre
todas ellas. Por esto, no sirvenlos razonamientos de los
hombres y su sabiduría humana. Porque «mis pensamientos
no son vuestros pensamientos, ni vuestros caminos son mis
caminos, dice Jehová. Como son más altos los cielos que la
tierra, así mis caminos son más altos que vuestros caminos,
y mis pensamientos más altos que vuestros pensamientos»
(Isaías 55:8, 9). Dios es digno de nuestro temor y adoración.
Juntamente con su santidad Dios es justo (2 Cr. 12:6) y
a la vez clemente (quiere decir que obra con gracia). Éxodo
34:6 dice: «Jehová pasó frente a Moisés y proclamó: Jehová,
Jehová, Dios compasivo y clemente, lento para la ira y
grande en misericordia y verdad». Esta expresión trinitaria
de Dios enseña sus atributos o características con esta
fórmula que se repite siete veces en la Biblia (aquí y en
Neh. 9:17; Sal. 86:15; 103:8; 145:8; Jl. 2:13; Jon. 4:2). Se
ven combinadas aquí las dos grandes características de su
ser: es decir, su verdad o justicia y su misericordia. Esta
última palabra lleva la idea de amar benignamente. Es un
amor de gran deseo, que anhela manifestarse. Ciertamente
Dios es amor (1 Jn. 4:8). Pero su amor siempre encuadra
perfectamente con su justicia y verdad. No sacrifica ni el
uno ni el otro en sus obras para con los hombres.
En sus observaciones sobre esto fue Packer que dijo:
«De la revelación de la Trinidad, aprendemos que la vida
interna de Dios, autogenerada, su modo de existencia como
dijéramos consiste en infinitas expresiones e intercambios
de amor entre las tres Personas, en cada una de las cuales
mora toda la plenitud de la Deidad. De esto se ve
claramente el propósito de Dios en crear a los seres
racionales, angelicales y humanos, que es extender este
círculo de amor para incluirles a todos ellos». En otras
palabras, Dios quiere compartirse con nosotros y darnos su
vida. Nos ha hecho para tener compañerismo con él y para
compartir su vida. Y compartiendo esa vida, comparte
también sus atributos de amor y verdad con nosotros.
Estas características son analógicas, es decir, aquellas
por las cuales se revela Dios en sus relaciones con su
creación. Pero queremos pensar también en sus
características inmanentes o inherentes. Éstas son las que
son inseparables de su ser, y son relacionadas solamente
con sí mismo. Hay atributos que quiere Dios compartir con
nosotros, y hay atributos que él no puede compartir con
nadie. Por ejemplo, su omnipresencia, omnipotencia y
omnisciencia son atributos de deidad que no comparte con
nadie. Dios siempre reserva para sí el conocimiento de los
secretos (Dt. 29:29), su propia gloria (Is. 42:8), y la
venganza (Ro. 12:19). Éstos no son nuestros para compartir.
Dios en sí es bueno. Salmo 136:1 dice: «Alabad a
Jehová porque es bueno». La palabra hebrea usada aquí es
Tov, y en la versión griega se traduce con AGATHOS. Esta
palabra quiere decir del todo bueno. No es la palabra
KALOS, que quiere decir bueno en apariencia o aspecto.
Algo puede tener apariencia de ser bueno sin serlo. Esta
palabra corresponde a la hebrea SHAFIR (nbü), que es
agradable. Por ejemplo, en Hechos 5:1 hay una mujer
llamada Safira. Ella fue del todo agradable y hermosa. Pero
no era del todo buena, como descubrimos en esta historia.
Por eso, en Marcos 10:18 Jesús le pregunta al joven rico:
«¿Por qué me llamas bueno? Ninguno es bueno, sino sólo
Dios». Había usado la palabra AGATHOS, que quiere decir
del todo bueno. Y obviamente nadie es bueno en este
sentido inherente, sino sólo Dios. La gente había discutido
este punto acerca de Jesús (Jn. 7:12). Y ahora, Jesús le
pregunta al joven rico si está convencido de ello o si
solamente le está halagando sin realmente conocerle.
Aunque se aplica la palabra a veces a hombres convertidos
a Dios que por sus acciones demostraban la bondad de
Dios, es evidente que nadie es del todo bueno sino sólo Dios
(Sal. 14:3).
 
Se revela como tres en uno
 
La palabra traducida Dios a veces es singular, pero
comúnmente es plural. Por ejemplo, en Job 37:22 se usa el
nombre ELOHA (o H¡*b$) que es singular. El uso de este
término referente a Dios es muy limitado, sin embargo.
Solamente se usa 57 veces. En cambio, en Job 38:7 se usa
el nombre ELOHIM (o H ‘5>!$) que es plural. Este término se
emplea más de dos mil veces referente a Dios. Esto es muy
interesante porque nos da la noción de que Dios es a la vez
Uno y más que uno. La primera parte de la palabra ELOHIM
es El y se usa mucho en la poesía hebrea para referirse a
Dios siendo palabra singular. Pero ELOHIM es plural y da a
entender que la esencia de su naturaleza se encuentra en
cada una de sus partes.
Tenemos algo similar en la palabra hebrea AGUA. Puede
traducirse agua o aguas. La esencia de su entidad se
encuentra en cada gota y molécula. Cada parte tiene
identidad propia por sí, pero es en esencia o substancia
exactamente igual que las demás partes. Y así es el Dios de
la Biblia.
Quizás el versículo más importante de la Biblia para los
judíos es Deuteronomio 6:4, «Oye Israel; Jehová nuestro
Dios Jehová uno es». Se recita siempre y establece el
monoteísmo, o sea la adoración de un solo Dios.
Seguramente, esto es lo que distinguía a Israel
antiguamente de todas las naciones alrededor de ella. Y
nosotros como cristianos seguimos este principio bíblico.
Dios es uno. Pero ya hemos visto que la palabra Dios tiene
en este caso la terminación plural. Para entender esto
tenemos que comprender la palabra uno aquí empleada. Es
la palabra EJAD '(ink) y quiere decir uno compuesto de
partes. Hay otra palabra que significa uno absoluto y es
EJID. Pero no se usa aquí. Es como decía Filón, el filósofo
judío contemporáneo de Jesús: «Dios es unus non unicus,
como los judíos recitan de su libro de oraciones «Ejad y no
Ejid», que son los mismos pasos que tomamos para enseñar
que la generación eternal en la naturaleza divina no es una
contradicción».
Esta unidad en la Deidad se ve claramente en la
fórmula bautismal de Mateo 29:19: «...bautizándoles en el
nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo». No es
nombres sino más bien el singular nombre. Parece una
contradicción porque se nombran Padre, Hijo y Espíritu
Santo, tres distintos nombres. Pero «para un judío, una
persona se define por su nombre, hasta el punto de que el
nombre sustituye a la persona». En este caso el nombre
representa su ser, carácter y atributos. Su nombre es
Jehová, el que era, es y siempre será; inseparable e
inmutable. Como ha dicho Augusto Strong en su excelente
Teología Sistemática, «Dios trascendente, el Padre, es
revelado por Dios inmanente, el Hijo. Esta misma naturaleza
pertenece igual a Dios Padre y a Cristo. El Padre es la vida
trascendental, sobre todo; el Hijo es la vida inmanente, por
todo; el Espíritu Santo es la vida individualizada, en todo». A
este paso de nuestro estudio es importante que
entendamos esta gran verdad, que Dios es Uno y que no
hay división en él.
Vemos en 1 Corintios 8:4 y 8:6 que «No hay sino un
solo Dios». Gálatas 3:20 reitera que «Dios es uno».
Romanos 3:30 declara que «Hay un solo Dios», y 1 Timoteo
2:5 dice igual que «Hay un solo Dios y un solo Mediador
entre Dios y los hombres, Jesucristo hombre». Efesios 4:6
anuncia «un solo Dios y Padre de todos, quien es sobre
todos, a través de todos y en todos». Volviendo a 1 Corintios
8:6 podemos observar que tenemos aquí dos cláusulas
paralelas donde la segunda sirve para aclarar el significado
de la primera. En otras palabras, este solo Dios es también
este solo Señor. Y para explicarlo completamente dice que
somos de Dios, pero por Jesucristo. Nuestra vida viene por
medio de Jesús, pero tiene su destino y fin en Dios, es para
él. Dios se ha revelado como un solo Dios, pero existe en
tres Personas.
La perfecta unidad en la Deidad no prohíbe que Dios
exista en tres personas. Porque «entre las personas divinas
no hay superioridad de naturaleza, ni dependencia de
causalidad, ni prioridad de tiempo, ya que las tres poseen
en común la misma,idéntica e individual naturaleza,
sustancia o esencia divina». Quiere decir esto que siempre
actúan en conjunto, tienen los mismos deseos, el mismo
carácter y un solo pensamiento. Es difícil concebirlo porque
humanamente es imposible. A nuestro nivel humano una
persona nunca puede ser íntimamente parte de otra. C.S.
Lewis, el famoso literato inglés, lo explica así: «Dos
personas son dos seres separados, como en dos
dimensiones, digamos, sobre una hoja de papel plano, un
cuadrado es una figura y dos cuadrados son dos figuras
separadas. En el plano divino encontramos siempre
personalidades, pero las encontramos combinadas de una
manera nueva, la cual, nosotros que no vivimos en aquel
plano, no podemos imaginar». Sigue diciendo qué un cubo
es a la vez seis cuadros, sin dejar de ser un cubo. Esto es
posible porque existe en tres dimensiones en vez de dos.
Hay una dimensión en el Creador que no existe en sus
criaturas.
 
Se revela como eterno
 
Debemos entender que es eterna la unidad dentro de la
Trinidad. Es decir, siendo Dios, siempre ha existido, existe y
existirá como un solo Dios en tres Personas. Si su unidad no
fuera eterna, tiene que haber habido momento cuando
comenzó y un momento cuando no existía como uno en tres
Personas. Algunos piensan que esto es el caso. Pero esto
significaría que Dios hubiera cambiado y por lo tanto sería
mutable. Es cierto que las palabras unigénito y procede,
referentes a Jesucristo y el Espíritu Santo (Jn. 3:16 y 15:26),
parecen insinuar la preexistencia del que engendra o envía.
Pero los términos son adaptados al entendimiento humano
que no puede concebir de una vida sin comienzo ni fin.
Describen hechos internos en Dios que toman lugar en la
eternidad y son propios de su existencia. Como dice Lewis,
«Tenemos que desechar toda imagen de propagación física
y temporal de las palabras Padre e Hijo (y unigénito). El
punto es que Cristo, de la misma naturaleza del Padre, es
una persona distinta». Cristo revela la naturaleza divina
porque es Dios, generado y no creado.
Dentro de la unidad de Dios es evidente que cada
persona divina tiene ciertas áreas de obra y énfasis. Se
pueden llamar «distinciones de auto designación, para que
una persona de la Deidad actúe de manera específica como
mediadora para con los hombres, y en cambio, podemos ver
que otro es la voz de Dios». En la redención, por ejemplo, es
Dios Padre que elige, el Espíritu que santifica y Jesucristo
que nos rocía con su sangre (1 P. 1:2). En 2 Tesalonicenses
2:13 es Dios Padre que escoge y el Espíritu que santifica
para que encontremos la gloria del Señor Jesucristo. En
hebreos 9:14 es la sangre de Cristo que mediante "el
Espíritu se ofreció a Dios Padre, que nos limpia de pecado.
Aunque haya un énfasis especial sobre el ministerio de
uno u otro en la Deidad, nunca deja de existir unidad. Por
esto, Champion comentó ya hace mucho: «Mientras hay en
la Trinidad absolutamente el orden más sublime de paz y
personalidad, no hay realmente ninguna individualidad en
ella. Esto vemos por la definición de individuo. El individuo
es uno que lleva por separado su existencia, es decir, puede
ser separado de otros. Si las personas de la Trinidad
pudieran ser separadas en existencias para funcionar
aparte, no podrían constituir un solo ser». Tendrían que ser
tres seres, y, por consiguiente, tres Dioses.
 
Se revela como indivisible
 
Las tres personas de la Trinidad tienen personalidad
entonces, pero no tienen individualidad. Nunca son
separadas la una de la otra. Paul Tillich (1886-1965) fue un
teólogo de persuasión liberal que aseveraba que debemos
hablar de Dios como personal, pero no como una
personalidad. Tillich lo miraba como personal porque el
hombre no puede tratarse con algo que no sea personal.
Pero pensaba que, si tuviera Dios personalidad, sería
limitado. Dios, según Tillich, se hace real en la experiencia
de cada uno de manera mística haciéndose sentir como
principio de vida, indefinido e incondicional. Pero todo su
pensamiento referente a Dios es que él es simbólico. Por lo
tanto, no se puede pensar de Dios en términos objetivos.
Sólo Tillich sabía exactamente lo que quería decir esto; pero
una cosa es segura: no es bíblico.
Cuando Jesucristo ora en Getsemaní (Mt. 26:39) dice:
«Padre mío, de ser posible, pase de mí esta copa. Pero no
sea como yo quiero, sino como tú». Aquí vemos tanto su
personalidad como la falta de individualidad. Personalmente
expresa su deseo, pero ese deseo siempre tendría que
sujetarse a la voluntad divina. No es capaz de hacer su
propia voluntad porque está eternamente unida a la de
Dios, nuestro Trino Dios. Más adelante en la cruz levanta su
grito de angustia: «Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has
desamparado?» (27:46). Como humanos estamos muy lejos
de poder comprender aun la mínima parte de lo que pasó
allí. Podemos sentir algo de la angustia que esta separación
momentánea le causó a Cristo y entender que todo el
pecado del mundo fue en ese instante cargado en él (Is.
53:6). Como la segunda Persona de la Trinidad asume
nuestra carga de pecado y por un momento las terribles
consecuencias de él. Pero nunca dejó de ser divino ni por
ese momento y fue exaltado hasta lo sumo.
 
Se revela como infinito
 
Hay una palabra griega que expresa la unidad de la
Trinidad. Es la palabra pericóreisis (TrepL^dippoLs). San
Juan Damasceno fue un doctor de la Iglesia griega que
murió después del año 754. Combatió la herejía con su libro
Una exposición exacta de la fe ortodoxa. Usó esta palabra
para designar la presencia inmanente recíproca del Padre y
del Hijo. Evoca una compenetración mutua, puesto que
quiere decir contener recíprocamente. Esta palabra se usa
en varias partes del Nuevo Testamento para comunicar la
idea de una circunscripción de partes para formar el todo.
Por ejemplo, en Mateo 14:35 una variación de la palabra se
traduce toda aquella región. En otras palabras, se está
enfocando la unidad de la región compuesta de partes. Hall
dice referente a esta palabra que «hay una circuncisión en
la Trinidad. Quiere decir que las tres Personas, a base de su
esencia común e indivisible, existen la una en la otra, no
como partes de un todo más grande, sino poseyendo
igualmente la plenitud de la deidad. Cada Persona por sí es
Dios y Señor, y en cada Persona existen las otras Personas
divinas en unidad inseparable, pero sin confusión de
personalidad».
Dios es infinito. Zofar preguntó a Job: «¿Alcanzarás tú
las cosas profundas de Dios?» (Job 11:7). Desde luego, no
las alcanzaremos en su totalidad, pero estamos seguros de
que Dios nos ha revelado todo aquello que podemos
alcanzar dentro de los límites de nuestra humanidad.
Agustín de Hipona (354-430 d.C.) lo vio más claramente
quizás que cualquier otro de su época. Para él, «Ser uno en
esencia significa igualdad de perfecciones, unidad de
voluntad y unidad de operaciones. Las tres Personas son
infinitas en sí. Cada una está en la otra, todas están en cada
una, cada una está en todas, todas están en todas, y todas
son uno solo». Hace años un hermano nos manifestó que
guardaba cierto temor del Espíritu Santo, pero le
consideraba a Jesús como su gran Amigo. Al entender la
verdad de que el Espíritu Santo es un Consolador
exactamente igual a Jesucristo (Jn. 14:16), pudo superar sus
sentimientos de miedo por el Espíritu. Le hicimos ver que la
palabra otro es en griego otro del mismo tipo. Como había
sido Jesucristo con los discípulos, así sería también el
Espíritu con ellos. Por eso se llama el Espíritu de Cristo en
Romanos 8:9 y 1 Pedro 1:11. Y por eso también, cuando
recibimos a Cristo en nuestra vida, estamos recibiendo
igualmente al Espíritu de Cristo.
 
Se revela como amor
 
La unión entre Padre, Hijo y Espíritu Santo en Dios es
inconcebible, pero también lo es el amor de Dios. ¿Cómo
puede ser que Dios nos hubiera podido amar aun estando
nosotros muertos en delitos y pecados? ¡Si el uno nos
pareceincreíble, también el otro! Aquí entra la fe por la cual
vivimos (Ro. 1:17). La fe verdadera acepta la Palabra de
Dios, aunque a veces no entiende y no ve el porqué. Dios
Padre es amor, Dios Hijo es amor y Dios el Espíritu Santo es
amor. Esto es así porque Dios es Uno en esencia, aunque
tres en personas. El teólogo alemán Karl Barth (1886-1968)
sabía sugerir que «no digamos persona sino más bien modo
de ser». Este término, sin embargo, deja lugar para
confusión. Da la impresión de que Dios se manifiesta de
diferentes formas en vez de poseer personalidad. Modo de
ser es un término menos conocido que personas y más
sujeto a ambigüedades. Rahner, el teólogo católico, sugiere
un término casi igual que Barth. Piensa que se debe usar la
palabra manera de subsistir, pero esto tiene las mismas
debilidades de modo de ser. En cuanto al amor, Dios tiene
un solo modo de ser: es amor. Aunque existe en tres
personas, ama igual.
Emil Brunner (1889-1966) fue un teólogo suizo que
rechazaba el término personas referente al Padre, Hijo y
Espíritu Santo. Su interés radicaba más bien en la función
de Dios en vez del Ser divino como tal. Por lo tanto, él
prefería el término operaciones. Decía que Dios se
manifiesta con distintas formas de operaciones a través de
los nombres Padre, Hijo y Espíritu. Otra vez este término
deja lugar para confusión, porque se refiere a las acciones
de una potencia. Y aunque Dios obra poderosamente de
distintas maneras y formas, no son sus acciones que
definen su Ser, sino su Ser que tiene que definir sus
acciones. Además, estamos hablando de la existencia de
Dios y no de las divisiones económicas de su labor divina.
Por más bien intencionados que sean estos intentos de
aclarar el carácter del Ser divino, no hay motivo para dejar
de usar el término personas referente al Padre, Hijo y
Espíritu. Cada uno manifiesta las características y
conciencia de personalidad. Como argumenta Jorge
Smeaton, «Al remover del término persona toda noción de
imperfección... tiene que admitirse que en el lenguaje
humano no hay término que exprese mejor lo que quiere
decir».
 
Se revela por medio de nombres
 
Las tres Personas del único y verdadero Dios se revelan
por medio de los nombres Padre, Hijo y Espíritu Santo, como
vemos en Mateo 28:19. Son términos escogidos por Dios y
no por el hombre. Pero necesariamente son términos
adoptados y adaptados para poder comunicar cierto
significado al hombre. Aunque hay tres nombres
identificando así a las tres Personas de la Trinidad, el
nombre de cada uno está en el otro. En Juan 17:11, 12, el
texto por todos considerado como mejor dice: «Padre santo,
guárdalos en tu nombre que me has dado». La versión
Reina-Valera revisión de 1960 dice: «Padre santo, a los que
me has dado, guárdalos en tu nombre». Y hay manuscritos
antiguos que llevan esta lectura. Pero al preferir la primera
(que también sigue la RVA), estamos en armonía con Éxodo
23:21, donde el ángel de Jehová (el mismo Cristo) lleva el
nombre de Dios en él. Y podemos decir lo mismo a base de
Isaías 9:6 donde el Cristo lleva también el nombre Padre
Eterno. En Jeremías 23:6 podemos ver lo mismo donde al
Cristo se le llama Jehová, Justicia Nuestra. De igual manera
es evidente que Dios Padre muchas veces se llama Salvador
(Jud. 25), que generalmente se refiere al Hijo. E incluso el
Espíritu Santo se llama a veces el Espíritu de Dios, como en
1 Pedro 4:14, o el Espíritu de Cristo, como en Filipenses
1:19.
Como hemos dicho antes, para el judío nombres
revelan carácter y obra. Esto está de acuerdo con Mateo
1:21, que dice: «y llamarás su nombre Jesús porque él
salvará a su pueblo de sus pecados». El nombre Jesús
quiere decir en hebreo Jehová salva. Este nombre, entonces,
revela inmediatamente su identidad y su obra principal. El
nombre de Dios revela su carácter y obra, su mismo Ser.
Sólo Jesucristo conoce plenamente ese nombre, ese Ser de
Dios (Jn. 17:26; 1:18). ¿Cómo es que solamente él lo conoce
plenamente? Porque él es el único Dios que está en el seno
del Padre (Jn. 1:18).
Pareciera que las designaciones Padre, Hijo y Espíritu
Santo establecerían una jerarquía dentro de la Deidad. Sería
natural pensar que el Padre es lógicamente la persona de
mayor importancia en el orden trinitario. Pero no es el caso.
Parece ser el caso, como decimos, porque nosotros estamos
acostumbrados a pensar en el padre de familia como
progenitor y cuidador de su hijo. Y así es entre los seres
humanos. Pero en la Deidad hay una perfecta y eterna
unidad que niega una jerarquía. Dios Padre no era antes de
Dios Hijo. Juan 1:1 lo aclara bien diciendo: «En el principio
era el Verbo y el Verbo era con Dios, y el Verbo era Dios».
Los Testigos de Jehová, en su Biblia Nuevo Mundo, traducen
la última parte del versículo «...y el Verbo era un Dios». Lo
traducen así porque no tiene el artículo el delante de la
palabra Dios. Pero carece de artículo porque según la
gramática griega no lo necesita cuando la palabra de acción
sigue a la palabra que designa el objeto o una persona. El
griego aquí dice literalmente: «...y Dios era el Verbo». En
cambio, Hechos 28:6 nos da un ejemplo de la palabra de
acción que antecede el objeto o una persona. Dice
literalmente: «Mientras tanto, ellos esperaban que
comenzara a hincharse o que cayera muerto de repente.
Pero al pasar mucho tiempo esperando y al ver que no le
pasaba nada malo, cambiaron de parecer y lo declararon ser
Dios». Aquí, puesto que la palabra de acción viene primero
en griego, sería correcto traducir un dios.
En fin, según la Biblia, ¿cuántos Dioses hay? La
respuesta es inequívoca. Isaías 45:5 declara: «Yo soy
Jehová, y no hay otro. Aparte de mí no hay Dios». Las
naciones tienen a sus muchos dioses, más como dice
Jeremías 16:20, «¡Pero ellos no son dioses!» Y si los testigos
de Jehová quieren hacer de Jesucristo un Dios sin ser el
único y verdadero Dios, ellos mismos son culpables de
seguir el politeísmo y no son mejores que los paganos que
hacen para sí dioses. Esto es el modo del mundo sin el Dios
verdadero, como ya vimos en Hechos 28 donde los malteses
querían hacer de Pablo un dios más en su Partenón de
divinidades.
 
Se revela como autosuficiente
 
¿Por qué, entonces, se designan las Personas divinas
dentro de la Trinidad, Padre, Hijo y Espíritu Santo? Dios
siempre se revela a nosotros en términos acomodados a
nuestra experiencia, términos de significado para nosotros.
Así que las relaciones personales dentro de la Deidad tienen
que manifestarse en las palabras más equivalentes a
nuestras relaciones humanas. En este sentido comenta
Crossley: «Aunque parezca increíble, la verdad es que en la
familia humana nos acercamos en grado máximo al
entendimiento de la Trinidad. Esto se ve en el hecho de que
Dios escogió ser llamado Padre y Jesús se revela como el
Hijo de Dios. Al contemplar la familia humana debemos
percibir en ella la expresión de las relaciones creativas,
amorosas, sacrificiales y autor realizadas, que es la esencia
de Dios mismo. Si lo que vemos es algo radicalmente
diferente, nos recalca solamente hasta dónde hemos venido
a caer».
Esta sugerencia de que Dios escogió revelarse bajo
términos relacionados con familia es sumamente
interesante. La familia se considera dentro del orden
humano como la unidad básica de la civilización. Dios le dijo
a Abram en Génesis 12:3: «...Y en ti serán benditas todas
las familias de la tierra». Al principio de la creación Dios dijo
de la primera pareja: «Serán una sola carne» (Gn. 2:24). Las
palabras una sola viene de EJAD en hebreo, la misma
palabra que expresa la unidad de Dios en la Trinidad (Dt.
6:4). Las relaciones y expresiones más profundas conocidas
al hombre toman lugar dentro de la familia. Ahí se
perfecciona el amor, por ejemplo. Hay siete referencias en
el Evangelio de Juan al Padre Dios amando al Hijo Dios. Y
hay siete referencias donde el Hijo testifica del amor del
Padre. Y son varias las referenciasbíblicas al amor del
Espíritu (Ro. 15:30; Col. 1:8; Gál. 5:22).
La familia tiene tres componentes imprescindibles:
padre, madre e hijo. Las tres personas forman una familia.
Sin embargo, el término madre no es apropiado para
designar a una persona de la deidad. Es popular entre los
hombres referirse a su cuna de vida como la Madre
Naturaleza. Pero la Biblia usa el término Padre Dios. Los
hombres han establecido el culto a la madre y su hijo
comenzando con Semíramis y Tammuz en Babilonia. Aun
Israel cayó en este error y se extravió en su idolatría (Ez.
8:13.14; Jer. 44:17). La tentación de representarle a Dios
como madre es universal. Entre los quechua de Sudamérica
se habla de la Pacha Mama, la diosa de la tierra. El mundo
griego adoraba antiguamente la gran diosa Diana (Hch.
19:27), y la predicación del apóstol Pablo constituía para
ello un peligro.
Habiendo dicho todo esto, podemos ver el porqué de
los términos Padre e Hijo dentro de la deidad. Son términos
que llevan significado para nosotros. Pero ¿qué del término
Espíritu Santo? Tanto en hebreo como en griego, la palabra
espíritu es la misma palabra viento o soplo o hálito. El
Espíritu de Dios es la fuente de toda vida, como dice Job
12:10: «En sus manos está la vida de todo viviente y el
hálito de todo mortal». También es como dice Job 34:14: «Si
él propusiera en su corazón y retirara su espíritu y su
aliento, toda carne perecería juntamente». El Espíritu de
Dios es el que da vida, tanto física como espiritual.
Dándonos cuenta de esto, el término cobra gran significado
relacionado con la familia como también dentro de la
realidad de la Deidad.
Es interesante que, relacionado con la familia, Ricardo
de Saint Víctor en el siglo XII veía la necesidad de tres
personas en la Deidad. Argumentaba que todo amor
requiere tanto a un dador como también a alguien que lo
reciba. Esto es porque el amor es esencialmente orientado
hacia otros. Concluyó Ricardo diciendo: «Para que el amor
sea verdadero, demanda una pluralidad de personas; para
que sea perfeccionado, requiere una trinidad de personas».
Y es cierto que un matrimonio quiere compartir su amor,
para que entre tres sean familia.
Algunos se oponen a la palabra Hijo, pensando que es
término que designa al que es más joven o de menor
importancia que el Padre. El problema es uno de cultura y
de orientación. Los hebreos son orientales, no occidentales.
Dentro de su cultura y orientación el término hijo se usa
mayormente para señalar semejanza. Su empleo describe
afinidad de características. Por ejemplo, dice Jesús en Juan
8:44: «Vosotros sois de vuestro padre el diablo». Desde
luego, el diablo ni les había creado ni engendrado. Pero ellos
compartían con él ciertas características, en este caso
homicidio, mentira y rebeldía. Comentaremos más
extensamente sobre el uso de este término en el capítulo
específicamente dedicado al Hijo Jesucristo. Pero, para el
momento, aclaramos que «debemos desligar de los
términos Padre e Hijo toda noción de propagación física y
temporal. Nos dan más bien la idea de que Cristo es de la
misma naturaleza con el Padre, y sin embargo es otra
persona».
Queremos reiterar que no hay jerarquía dentro de la
Deidad. Dios es uno. Para que haya jerarquía tiene que
haber más que uno solo. Es cierto que en Mateo 28:19 la
fórmula bautismal reza «En el nombre del Padre, Hijo y
Espíritu Santo». Pero en Efesios 4:4-6 es «Un solo Espíritu,
un solo Señor, y un solo Dios y Padre». En 2 Corintios 13:14
es «La gracia del Señor Jesucristo, el amor de Dios y la
comunión del Espíritu». En Apocalipsis 1:4, 5 es «De parte
del que es y que era y que ha de venir, y de parte de los
siete Espíritus que están delante de su trono (claramente
una referencia al Espíritu Santo en sus perfecciones), y de
parte de Jesucristo...». El orden, entonces, tiene variaciones
porque no hay jerarquía.
 
Se revela como espíritu
 
Dios es espíritu (Jn. 4:24) y por lo tanto puede estar en
todo lugar a la vez. No es limitado por el material de un
cuerpo. Aquí erran los mormones porque piensan que, al
aceptar la personalidad de Dios, tienen que aceptar
obligadamente su materialismo. Pero Dios no es menos
persona por ser espíritu. Los ángeles son espíritus (He.
1:14), como también los demonios. Y poseen individualidad
y actúan como individuos. No son omnipresentes como
Dios. Pero no son limitados por leyes que sujetan los
cuerpos materiales. No se ven, pero Dios les da forma
visible cuando él quiere (ver Mr. 16:5). Sin embargo, Dios no
se puede ver por ojos físicos (1 Ti. 6:16). Es el Creador de
los ángeles y como tal «todo lo llena en todo» (Ef. 1:23). No
tiene forma visible. Sin lugar a duda, éste es el motivo de su
mandamiento «No te harás imagen, ni ninguna semejanza
de lo que esté arriba en el cielo, ni abajo en la tierra, ni en
las aguas debajo de la tierra. No te inclinarás ante ellas...»
(Éx. 20:4, 5).
Dios se representa a veces por símbolos, por ejemplo,
por la presencia de fuego o de humo o nube. En el lugar
santísimo se manifestaba en la nube (1 R. 8:10, 11). Los
judíos se referían a la SHEKINAH (’nroéí) que quiere decir
presencia o habitación. No fue una nube cualquiera sino una
nube de gloria que brillaba. Por otra parte, el Espíritu Santo
se dejaba representar por una lengua de fuego (Hch. 2:3).
En la ocasión del bautismo de Jesús se manifestó en forma
de paloma, un ave limpia según la ley de Moisés (Mt. 3:16).
Aun Jesús, al encarnarse, no dejó rastros de su apariencia
física. Nadie lo comentó y no tenemos ninguna descripción
de su fisionomía. Esto no puede ser por casualidad. Calvino
se refiere a uno de los concilios que vino antes de san
Agustín, el de Eliberis o Elvira (cerca de Granada), en
España en el año 305. Había diecinueve obispos presentes,
el principal siendo Hosio de Córdoba, la capital de España.
En el capítulo 36 de sus procedimientos dice: «Que ningún
cuadro o pintura se luzca en las iglesias, y que ninguna
imagen sea grabada en las paredes de aquello que se adora
o se rinde culto». ¡Cuán lejos de esto se han apartado las
iglesias de Roma y Grecia en el día de hoy! De hecho, es
evidente que los judíos actualmente se oponen al
cristianismo por lo que ellos estiman ser la idolatría. Las
iglesias y capillas en Israel están llenas de imágenes. La
última palabra del apóstol Juan en su primera carta fue ésta:
«Hijitos, guardaos de los ídolos» (1 Jn 5:21). Obviamente,
esta directiva se necesita enfatizar más.
Habiendo dicho que Dios es espíritu podemos ver aún
con más. claridad la maravillosa verdad expresada en 1
Timoteo 3:16: que «indiscutiblemente, grande es el misterio
de la piedad; que Dios fue manifestado en la carne». Dios el
Hijo tuvo que limitarse a un cuerpo humano para poder ir a
la cruz y morir por todos nosotros. Esto explica todas las
referencias bíblicas que aparentemente presentan a
Jesucristo en un nivel inferior a Dios el Padre. Filipenses 2:6-
8 usa la palabra griega kenosis (quiere decir «despojarse»)
para explicar este misterio. Es algo incomprensible que una
Persona de la Deidad, Dios mismo, hubiera hecho esto para
podernos salvar. Pero dice el pasaje de 1 Timoteo que «fue
justificado por el Espíritu». El gran acto de su justificación
fue precisamente su resurrección de entre los muertos (ver
Ro. 1:3, 4). Y ya con cuerpo glorificado se ha sentado a la
diestra de Dios en las alturas. Ha recibido de nuevo toda la
gloria que tenía antes que el mundo fuese. La maravilla más
grande no es que los hombres hayan ido al espacio, sino
que Jesucristo Hombre esté en el cielo a la diestra de Dios.
Habiéndose identificado con nosotros como el Hijo del
hombre, fue hecho el primogénito de entre los muertos (Col.
1:18; 1 Co. 15:20), dándonos la seguridad de que nosotros
tendremos un cuerpo glorificado en la resurrección (Fil.
3:21).
 
Se revela como uno, pero tres
 
Ahora, por haberse encarnado Cristo y resucitado con
cuerpo glorificado, ¿quieredecir que está limitado a un solo
lugar a la vez? Parece que no. Su promesa es «Estoy con
vosotros todos los días hasta el fin del mundo» (o la edad),
según Mateo 28:20. ¿Cómo sería posible estar con todos
nosotros cuando es el Hombre glorificado? ¿No le limita el
tener cuerpo, aunque glorificado? En el caso de Cristo no,
porque es Dios y uno con el Padre y el Espíritu Santo. Por
ejemplo, dice Jesús en Juan 14:23: «Si alguno me ama, mi
palabra guardará. Y mi Padre lo amará, y vendremos a él y
haremos nuestra morada con él». Y otra vez en Romanos
8:9 dice: «Sin embargo, vosotros no vivís según la carne,
sino según el Espíritu, si es que el Espíritu de Dios mora en
vosotros. Si alguno no tiene el Espíritu de Cristo, no es de
él». Es evidente que Dios es uno y no se le puede dividir en
partes. Jesucristo, resucitado y glorificado, está con nosotros
en el Espíritu de Dios. Y si uno tiene al Hijo de Dios tiene
también al Espíritu de Dios en él.
La Trinidad de Dios no se puede describir como una
división económica de la labor divina. No es que el Hijo
exista solamente para llevar a cabo los planes del Padre con
la ayuda del Espíritu Santo. La Trinidad de Dios existe
porque Dios es esencialmente así en sí mismo, en su Ser.
Esto es primordial. Tampoco se debe pensar de Dios como
uno solo que se manifiesta de tres modos o de tres
diferentes maneras. Bíblicamente, tenemos que mantener
las distinciones que caracterizan a las tres Personas divinas.
No queremos caer en el error del antiguo monarquiano
Praxeas, que concebía Padre e Hijo como una idéntica
persona sin que el Verbo existiera independientemente. Su
idea fue que el Padre descendió y entró en la virgen para
poder nacer. Y que fue el Padre que murió en la cruz.
Tertuliano, en su escrito Adversas Praxeam (Contra
Praxeas), en el año 217 d.C, dijo de él: «Expulsó al Paracleto
y crucificó al Padre». Y así tiene que ser si borramos las
personalidades dentro de la Trinidad.
Dios el Padre no se llama el Hijo, y el Hijo no se llama el
Padre. Pero ¿qué del pasaje en Isaías 9:6, entonces? Dice:
«Porque un niño nos es nacido, un hijo nos es dado, y el
dominio estará sobre su hombro. Se llamará su nombre:
Admirable, Consejero, Dios fuerte, Padre eterno, Príncipe de
paz». Aquí el Hijo se llama Padre. Es interesante que la
versión griega del Antiguo Testamento, comúnmente
llamada la Septuaginta, en el texto Alejandrino traduce esto
Padre de la edad venidera. Es decir, el término puede
referirse a su relación con las edades futuras en vez de
referirse a su relación con las otras Personas de la Trinidad.
En este sentido el Hijo sería Padre; sería el que gobernaría y
protegería a todos los súbditos de su reino. En este sentido,
también se usa la palabra en Job 29:16 e Isaías 22:21. Pero
no hay ninguna confusión entre la persona de Dios Padre y
la persona de Dios Hijo.
 
Se revela como soberano
 
Seguimos insistiendo en que Dios es uno y que existe
en tres Personas. Dios el Padre es del todo Dios, Dios el Hijo
es del todo Dios, y Dios el Espíritu Santo es del todo Dios.
Comparten un solo nombre, es decir, un solo ser y carácter.
¿Por qué, entonces, dice en Hechos 2:38: «Arrepentíos y sea
bautizado cada uno de vosotros en el nombre de
Jesucristo...»? La Iglesia Pentecostal Unida insiste en que el
bautismo sea administrado sólo en el nombre del Señor
Jesucristo. Tanto hace hincapié en esto que rechaza el
bautismo en el nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu
Santo. ¿Será posible que Jesús se equivocó al decir en
Mateo 28:19 que los discípulos debieran bautizar en el
nombre del Padre, Hijo y Espíritu? ¡Claro que no! La Biblia
no se contradice, mucho menos Jesucristo. Entonces, ¿por
qué esta aparente diferencia?
Los judíos creían en Dios (Ro. 2:17). Lo que no podían
aceptar fue el hecho de que Jesucristo fuera Dios (Jn 10:33).
El apóstol Pedro no tenía que convencerles de la existencia
del Padre o del Espíritu. Jesucristo sería para ellos
«tropezadero» (1 Co. 1:23). Y, por lo tanto, Pedro usa la
palabra «Jesucristo» para representarles al Dios verdadero,
al Dios Trino en que ellos no habían creído hasta ese
momento. Al creer en él y aceptarle a él como Dios
Salvador, su bautismo tendría validez y valor.
Hay otra explicación posible para esta aparente
diferencia. La frase en el nombre puede significar «como
Jesucristo había enseñado que se hiciese». Por ejemplo, en
Hechos 19:3 Pablo pregunta a ciertos en Éfeso: «¿En qué,
pues, fuisteis bautizados?» Y ellos responden: «En el
bautismo de Juan». Ellos se habían bautizado según las
instrucciones de Juan. Su experiencia no respondía a una
creencia en el Trino Dios. Ni siquiera habían oído del Espíritu
Santo. Nadie hubiera podido ser bautizado en el nombre del
Padre, Hijo y Espíritu Santo sin creer en el Espíritu. Pablo no
les hubiera hecho la pregunta «¿Recibisteis al Espíritu Santo
cuando creísteis?» si el bautismo fuera sólo en el nombre de
Jesús. En otras palabras, ser bautizados en el nombre del
Señor Jesús no constituye ni representa una fórmula
bautismal sino un reconocimiento de que su esperanza y
confianza descansa en la autoridad de Jesús. Cipriano (200
d.C) comenta sobre ello de esta manera: «Pedro menciona
aquí el nombre de Jesucristo, no para omitir al Padre, sino
para que el Hijo no falte de ser unido con el del Padre».
Entendemos entonces que la frase en el nombre de
Jesucristo quiere decir con la autoridad que tiene Jesucristo.
Jesucristo nos enseñó que oráramos en su nombre (Jn.
16:24). Al identificarnos en espíritu con ese nombre
tenemos el derecho o autoridad para acercarnos a un Dios
santo y exaltado. Y al bautizarnos en el nombre de
Jesucristo tenemos el derecho y la autoridad para
representarnos como muertos, sepultados y resucitados con
él. Esto no refuta la validez del bautismo en el nombre del
Padre, Hijo y Espíritu Santo. Sólo establece la autoridad para
someterse a ese bautismo. Así que decir que una fórmula
sirve y la otra no sirve es, en efecto, dividirle a Dios en
partes. Nadie puede aceptar a Jesús sin aceptar a la vez al
Trino Dios revelado en las Escrituras. Nadie puede llamar
Señor a Jesús sino por el Espíritu Santo (1 Co. 12:3). Faltaba
entonces que estos judíos creyeran en Jesucristo para poder
creer en el único y verdadero Dios. Sin reconocer la deidad
y autoridad residente en el nombre de Jesucristo no podrían
alcanzar un verdadero arrepentimiento o bautizarse para el
perdón de los pecados. Nos bautizamos en el nombre del
Padre, Hijo y Espíritu Santo, pero si alguien cree en el Dios
de la Biblia y se bautiza en el nombre de Jesucristo, su
bautismo es válido.
 
Se revela como generoso
 
Hemos estado hablando de la naturaleza de Dios, es
decir, cómo es Dios. Aunque él es completo en sí mismo y
no necesita de nada, Dios quiere compartirse con nosotros.
En su gran amor con que nos amó, nos escogió antes de la
fundación del mundo para que estuviésemos con él. Y no
sólo eso, sino que el proceso de capacitarnos para estar con
él sería para la alabanza de la gloria de su gracia. Por el
pecado éramos por naturaleza hijos de ira (Ef. 2:3) y del
diablo. Pero mediante su gracia y por fe en su salvación nos
hizo nacer de nuevo para luego poseer una nueva
naturaleza (2 P. 1:4) que la Biblia describe como divina. Esta
naturaleza viene de Dios porque tenemos nuestro origen en
él. La palabra naturaleza ((jruots), en griego se refiere al
hacer nacer o producir. Dios ha puesto en nosotros los que
hemos nacido de nuevo, su misma disposición a fin de que
vivamos a la santidad.
Puesto que Dios es uno, quiere que nosotros también
seamos uno con él. Se ha dicho que el capítulo 17 de Juan
toma lugar en el lugar santísimo de la vida terrenal de
nuestro Señor Jesucristo. Nos da Dios el gran privilegio de
entrar allí en la misma presencia de la Deidad para
contemplar esta conversación entre Dios el Hijo y Dios
Padre. El versículo 21 dice: «...para que todos sean unacosa, así como tú, oh, Padre, en mí y yo en ti, que también
ellos lo sean en nosotros». ¿En qué sentido eran una sola
cosa (literalmente uno)? Tres veces en el capítulo recalca
Jesús su unidad con el Padre, usando la palabra griega év
(pronunciada jen). La palabra es del género neutro,
expresando «unidad de voluntad y espíritu, no de persona».
El Hijo y el Padre siempre compartían la misma voluntad y
espíritu, los mismos deseos y pensamientos. Nunca se
ponían de punta porque son uno. Jesucristo anhela que
nosotros tengamos esta unidad con el Trino Dios. Y es cierto
que, si experimentáramos esta unidad con Dios en el
sentido práctico, también seríamos perfectamente unidos
con nuestros hermanos en Cristo.
Vemos el cumplimiento doctrinal de esta oración en
Efesios 1:22, 2'3, donde dice «Todas las cosas las sometió
Dios bajo sus pies y le puso a él (Cristo) por cabeza sobre
todas las cosas para la Iglesia, la cual es su cuerpo, la
plenitud de aquel que todo lo llena en todo». Hemos sido
unidos a Cristo en un solo cuerpo por fe, y los unos a los
otros por el poder y la vida de aquel que creó este nuevo
cuerpo. Por eso dice en 1 Tesalonicenses 1:1: «... a la iglesia
de los tesalonicenses, en Dios Padre y en el Señor
Jesucristo». Hay unión entre Cristo y su cuerpo redimido,
que sólo se puede comparar a la que existe entre Dios el
Padre y Dios el Hijo. Lógicamente hay un como de similitud
y semejanza; y hay un como de igualdad. Sólo Dios el Padre,
Hijo y Espíritu Santo puede poseer unidad de igualdad. Pero
nosotros poseemos unidad de similitud y semejanza. Nos
predestinó para que fuésemos conformes a la imagen de su
Hijo, Jesucristo. Así que vivimos delante de Dios en esta
unidad. Sólo falta que vivamos delante de los hombres en
esta bendita unidad.
Puesto que somos partícipes de la naturaleza divina,
podemos conocerle a Dios y entenderle. Sabemos que
pertenecemos a Dios, como dice 1 Corintios 3:23: «...
vosotros de Cristo y Cristo de Dios». Se relata como en
tiempos del imperio, se iba pasando una gran procesión por
las calles de Roma. El emperador se vio rodeado de
soldados y siervos. Un niño salió de la multitud al costado
de la vía y corrió hacia el cortejo. «Vuélvete, muchacho,
vuélvete. ¡Es tu emperador!», gritaron los soldados. Pero el
niño, muy confiado, replicó: «Es vuestro emperador, ¡pero
es mi padre!»
Así que la comunión íntima del creyente con Dios en
Cristo hace de cada cristiano un «santuario de la Trina
Deidad». Al compartir, por lo tanto, la naturaleza divina, el
estilo de vida divino, todo nacido de nuevo, de Dios, entra
en una relación tripersonal con él, ya que Dios no es
impersonal, ni unipersonal, sino que eternamente existe en
la unidad de tres personas realmente distintas.
Ya hemos entrado por fe en la misma vida de Dios por
medio de su gran generosidad. Esto no es para ser dioses,
sino para tener una nueva naturaleza y un nuevo principio y
poder de vida. Es como dice el apóstol Pablo en Gálatas
2:20: «... ya no vivo yo, sino que Cristo vive en mí».
Somos elegidos por Dios el Padre, santificados por Dios
el Espíritu Santo para obedecer y ser rociados con la sangre
de Dios el Hijo. Y nos salva: espíritu, alma y cuerpo. Dios
une nuestra vida a la de él para que estemos completos en
él. Y así la doctrina se vuelve práctica, la teología se vuelve
experiencia y la vida de Dios se vuelve nuestra. ¡Así es el
Dios de la Biblia!
Teresa de Jesús (1515-1582) fue una voz que clamaba
en el desierto estéril del clima religioso en la España del
siglo xvi. Perseguida por la Inquisición, al fin fue
encarcelada en Toledo. Pero juntamente con otros sensibles
de espíritu expresaba la verdadera esencia de una relación
con Dios. Escribió las siguientes palabras, que manifiestan
la unión del alma con la vida del Trino Dios:
«Si acaso no supieres dónde me hallarás a mí, no
andes de aquí para allí, sino, si hallarme quisieres a mí,
buscarte has en ti. Porque tú eres mi aposento, eres mi casa
y morada, y así llamo en cualquier tiempo, si hallo en tu
pensamiento, estar la puerta cerrada. Fuera de ti no hay
buscarme, porque para hallarme a mí bastará sólo
llamarme, que a ti iré sin tardarme, y a mí buscarme has en
ti.»
 
Un solo Dios
en tres Personas
 
Arrio habló con su obispo Alejandro. «No es razonable
que el Hijo sea igual al Padre. Es el Unigénito del Padre, así
que no es coeterno con el Padre. ¿No dice Marcos 13:32:
“Pero acerca de aquel día o de la hora, nadie sabe, ni
siquiera los ángeles en el cielo, ni aun el Hijo, ¿sino sólo el
Padre”? Esto es prueba de que el Hijo es un ser subordinado
al Padre».
Alejandro respondió con vigor: «No, Arrio. Al decir
Unigénito establece su relación única y eterna con el Padre.
No es, ni nunca ha sido, subordinado de Dios el Padre. Esa
escritura se explica tomando en cuenta el hecho de que
Jesucristo se humanizó y por eso se limitó voluntariamente
para podernos salvar. Yo voy a llamar un concilio para que
este pensamiento tuyo sea condenado públicamente».
Así que Arrio (250-336) fue condenado por el concilio
reunido en Alejandría, Egipto en el año 318.
Desafortunadamente, eso no fue ni el principio ni el fin de
esta herejía. No podemos decir con absoluta seguridad, pero
parece que Arrío seguía las ideas antitrinitarias de un tal
Pablo, obispo de Antioquía entre los años 260 y 269. Era de
la ciudad de Samosata, en las riberas del río Éufrates. Y
como Arrio después, tenía vínculos fuertes con hombres de
prominencia. Incluso ocupaba un cargo político en el
gobierno y fue un jefe de los recaudadores de impuestos.
Debido a su posición de canciller de Zenobia, la reina de
Palmira y de Antioquia, fue muy difícil sacarle de la iglesia.
Pero a pesar de esto, se le acusaba de amar las riquezas y
buscar el aplauso de los hombres. Y al fin fue obligado a
dejar sus puestos, tanto con la iglesia como con el
emperador.
Este Pablo negaba la personalidad del Logos (nombre
para Jesucristo en Juan 1:1) y del Espíritu Santo. Los
consideraba poderes de Dios, como la razón o la mente en
el hombre; pero admitía que el Logos moraba en Cristo en
medida mayor que cualquier otro mensajero de Dios. Y
como los socinianos después, enseñaba la elevación gradual
de Cristo a la dignidad divina, determinada por su propio
desarrollo moral. Para él, Cristo conquistó el pecado de sus
antepasados y llegó a ser el Salvador de la raza. Empleaba
muy astutamente todas las fórmulas ortodoxas, llamándole
a Cristo, por ejemplo, Dios de la virgen y aun atribuyéndole
el atributo de ser una sola sustancia (homo-ousia) con el
Padre. Pero probablemente quería decir con esto que el
Cristo sería de una sustancia impersonal, como el Logos
preexistente, que tiene poder como una fuerza, pero que
carece de personalidad.
Obviamente, Pablo enfatizaba desmedidamente la
humanidad de Jesús. El historiador Neander nos informa que
empleaba la frase Jesucristo que viene de aquí abajo, al
hablar del Hijo de Dios. Para él fue inconcebible que Dios
pudiera existir en tres Personas y por lo tanto le daba a
Jesús sólo la posición de un hombre exaltado. Su doctrina
fue condenada por un concilio realizado en Antioquía en el
año 268 o 269. De igual manera, un concilio ecuménico
reunido en Nicea, cerca de la capital del imperio, condenó
en 325 la doctrina de Arrio y él fue desterrado a Ilírico, más
allá de Grecia. Pero sus descendientes viven en el día de
hoy en la secta llamada Los Testigos de Jehová.
El concepto de Trinidad
 
Es cierto que la palabra Trinidad no aparece en la
Biblia. Pero no hace falta, porque la Biblia está llena del
concepto de Trinidad y presenta en todas partes al Trino
Dios. Por ejemplo, Mateo 3:16, 17 es un pasaje inequívoco
en su presentación clara de Jesucristo el Hijo, el Espíritu
Santo que viene sobre el Hijo y el Padre cuya voz se oye
desde el cielo. O como Lucas 10:21, donde leemos: «En
aquella misma hora Jesús se regocijó en el Espíritu Santo y
dijo:Yo te alabo, oh, Padre, Señor del cielo y de la tierra...»
A la luz de tales manifestaciones bíblicas es incomprensible
cómo un hombre tan inteligente como Tomas Jefferson
(1743-1826), el brillante autor de la Declaración de la
Independencia norteamericana hubiera podido decir:
«Cuando hayamos eliminado la imposible jerigonza de la
aritmética trinitaria, que tres son uno, y uno son tres...
luego, seremos verdadera y dignamente sus discípulos». Es
el raciocinio del hombre que impide la aceptación de la
Biblia como la Palabra de Dios y, por lo tanto, la revelación
divina acerca de la Trinidad de Dios. Es como dice en 1
Corintios 2:14: «El hombre natural no acepta las cosas que
son del Espíritu de Dios, porque le son locura y no las puede
comprender, porque se han de discernir espiritualmente».
1 Juan 5:7 parecería ser el versículo más convincente
en el Nuevo Testamento, que dice: «Porque tres son los que
dan testimonio en el cielo: el Padre, el Verbo y el Espíritu
Santo; y estos tres son uno». Pero tenemos que comentar
que el manuscrito griego que fue el más usado en la
traducción del Nuevo Testamento al castellano en la Reina-
Valera, fue el editado por Erasmo en 1516, basado en el
llamado texto bizantino. No incluía estas palabras de 1 Juan
5:7 en su texto. Pero Casiodoro de Reina usó la tercera
edición, donde Erasmo lo había insertado de nuevo. Así que
quedó en las versiones en castellano. Sin embargo, entre los
miles de manuscritos en griego, sólo cuatro contienen estas
palabras, y el más antiguo de ellos data del siglo xi (nuestra
era). Vemos, por cierto, una referencia a ellas en un escrito
del siglo IV, en latín, titulado «Liber Apolo- geticus» (Libro
de Apologética). El autor es un español llamado Prisciliano
(murió cerca del 385). Pero la evidencia es muy escasa y no
muy bien atestiguada. La mayoría de las versiones
modernas no incluyen el texto. De hecho, comenta Metzger,
«Probablemente se originó como una anotación exegética
alegórica de los tres testigos escrita como una glosa en la
margen de la Biblia Latina del siglo v». Como sea el caso,
¿es necesario basar el argumento de la Trinidad en sólo este
versículo? ¡De ninguna manera! Hay una multitud de textos
que nos sirven igualmente bien.
¿Dónde vemos, entonces, la Trinidad? Romanos es sin
duda el tratado más profundamente teológico del Nuevo
Testamento. Como dice Jenson, «El capítulo 8 de la carta de
Pablo a Roma es el pasaje trinitario más notable del Nuevo
Testamento, consistiendo en un sistema teológico entero».
El corazón del argumento se encuentra en el versículo 11,
que dice: «Y si el Espíritu de Aquel que resucitó a Jesús de
entre los muertos mora en vosotros, Él que resucitó a Jesús
de entre los muertos también dará vida a vuestros cuerpos
mortales mediante el Espíritu que mora en vosotros». El
Trino Dios, manifestado en los eventos de la resurrección,
nos salva, santifica y glorifica. El pasaje éste identifica al
Espíritu como el de Dios, de Cristo y del Padre. Aquí se ven
las tres Personas de la Trinidad, obrando a favor nuestro,
pero siempre en unidad como un solo Dios, único y
verdadero.
Citamos 2 Corintios 13:14, que dice: «La gracia del
Señor Jesucristo, el amor de Dios (Padre) y la comunión del
Espíritu Santo sean con todos vosotros». Cada persona de la
Trinidad tiene algo especial que contribuir al creyente según
el énfasis de su obra dentro de la Deidad. En este mismo
sentido podemos decir que Números 6:22-27 forma una
bendición tripartita en el Antiguo Testamento. Tres veces se
repite el nombre Jehová, con énfasis un poco distinto en
cada caso. Es Dios que nos guarda, manifiesta su rostro en
misericordia y nos favorece con paz en el hombre interior a
través de la obra particular del Padre, Hijo y el Espíritu
Santo. Es imposible pasar por alto algo tan obvio.
Podemos citar a continuación una serie de referencias
bíblicas que afirman la existencia, realidad y participación
del Trino Dios en la vida del creyente. Recomendamos que
el lector tome el tiempo de buscar y leer Hechos 20:27, 28;
1 Pedro 1:2; Apocalipsis 1:4, 5; Gálatas 4:6; Efesios 1:17;
2:18; 3:14-16 y 4:4-6; 2 Tesalonicenses 2:13, 14; Hebreos
9:14 y Judas 20, 21. En el Antiguo Testamento no hay
muchas escrituras que se refieren claramente a las tres
Personas de la Trinidad, pero vea especialmente a Isaías
11:2, 3; 48:16; 61:1; 63:9,10; Joel 2:28-32; Zacarías 3:8, 9;
12:10. Hay, sin embargo, muchos versículos en el Antiguo
Testamento que mencionan por ejemplo a Dios Padre y a
Dios Hijo. Hay otros que mencionan a Dios Padre y Dios el
Espíritu Santo. Recordemos que la Biblia no trata la doctrina
de Dios de manera sistemática como si fuera algo separado
de la experiencia del hombre. Por eso, la Trinidad de Dios es
algo que se entiende más por impresión que expresión. En
la Biblia es implícita sin ser siempre muy explícita. El Trino
Dios se manifiesta en los eventos de la vida diaria.
 
El concepto en el nombre de Dios
 
Ya hemos comentado en el capítulo anterior que el
nombre Elohim es realmente plural. Y aunque generalmente
se usa con verbos singulares, en varias ocasiones se usa
con verbos o pronombres plurales. Por ejemplo, en Génesis
1:26 dice Elohim: «Hagamos al hombre a nuestra imagen».
En Génesis 3:22 Jehová Elohim dice: «He aquí que el
hombre ha llegado a ser como uno de nosotros...» O en
Génesis 11:7, donde dice: «Vamos, pues, descendamos y
confundamos allí su lenguaje, para que nadie entienda lo
que dice su compañero». Isaías 6:8 sigue en este molde con
las palabras «Entonces escuché la voz del Señor (aquí la
palabra Adonai) que decía: ¿A quién enviaré, y quién irá por
nosotros?»
Muchos han sugerido que esto es nada más que un
ejemplo de lo que se llama un plural ficticio, usando
«nosotros» en vez de «yo». Se usa mucho entre editores
para designar al grupo que representan, siendo ellos su
vocero. Pero Dios no habla por nadie más que sí mismo. O
quizás es como dicen algunos que alegan el uso del plural
de majestad. Esto parece ser lógico, pero bíblicamente no
tiene base alguna. En el texto antiguo-testamentario todos
se dirigen a los reyes usando el singular. Es claro que no
existía la costumbre de usar un plural de majestad.
Tampoco será un caso de una costumbre donde Dios se
refiere a sí mismo de esta manera para no darse aires de
sabio. Él es «el único sabio Dios» (Ro. 16:27) y no tiene por
qué hablar como los seres humanos. Además, son muy
pocas las ocasiones donde lo encontramos y, por lo tanto,
no constituye una costumbre. Más bien es porque Dios es el
gran Tres en Uno, singular pero compuesto de personas. No
puede haber otra razón.
Hay otros nombres o títulos plurales que se refieren al
único y verdadero Dios. Eclesiastés 12:1 dice literalmente:
«Acuérdate de Creadores de ti», aunque los traductores no
lo escriben así porque claramente esto se refiere a Dios. De
igual manera, en Isaías 54:5 el texto dice literalmente:
«Porque tu maridos (es) tu Hacedores». No se puede
traducir así, pues no tiene sentido en castellano. ¿Cómo se
explica el uso de tales expresiones si Dios no es Trino? Peter
Allix comenta sobre esto diciendo: «Como los demás
nombres de Dios que le representan por uno de sus
atributos son singulares, como también Jehová es singular;
los judíos se abstienen de representar el nombre Jehová por
uno de sus muchos nombres que son singulares, y lo
interpretan con el de ADONAI, cuyos vocales plurales dan a
Jehová un significado plural, como para decir “mi Señores”;
y por esta razón, como parece, que hay más de uno en la
Deidad, a quien se da el nombre Jehová en las Escrituras».
 
El concepto y los judíos
 
Pero si es así, ¿cómo es que no reconocen los judíos
esta pluralidad en la Deidad? La verdad es que sí la
reconocen. Es decir, muchos de los eruditos entre ellos a
través de los siglos la han reconocido. Hay un libro de los
judíos titulado Zohar (que quiere decir Esplendor). El libro
fue escrito

Continuar navegando