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Consumo Urbano de Yajé em Bogotá

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ant ípoda n º6 enero -junio de 2008 páginas 113-131 issn 1900 -5407
Fecha de recepc ión : m ar zo de 2008 | F echa de aceptac ión : abr il de 2008
E l y a j é , E l p u r g a t o r i o 
y l a f a r á n d u l a
Y a j é , P u r g a t o r y a n d s h o w b i z
C a r l o s A l b e r t o U r i b e
Profesor titular del Departamento de Antropología de la Universidad de los Andes.
curibe@uniandes.edu.co
R e s u m e n En años recientes el consumo 
urbano de la bebida del yajé o ayahuasca 
se ha popularizado entre ciertas capas de 
la población urbana media, universitaria, 
profesional, amas de casa, oficinistas, artistas 
y gente de la cultura. En una buena medida, 
tal popularización, visible en los medios de 
comunicación y en revistas y publicaciones 
periódicas para el público en general, se debe a 
prominentes artistas de la música y la televisión. 
Este ensayo busca dar cuenta de este fenómeno 
y se pregunta por las razones que explican 
el auge del yajé y su empleo “ritual” en una 
ciudad como Bogotá, bajo la supervisión de 
taitas o chamanes indígenas del Putumayo.
P a l a b R a s c l a v e : 
Yajé (Ayahuasca); indígenas del Putumayo, 
consumo ritual, chamanismo urbano, 
clases medias, psicotrópicos.
a b s t R a c t In recent years, urban consumption 
of the Indian vine Ayahuasca or Yaje has become 
quite popular in Colombia amongst a population 
of urban middle-class people –college students, 
professional, houseviwes, clerical, white-collar 
people, artists, and people of the cultural 
establishment–. To a great extent, the rise of 
urban yaje, quite visible in the media, magazines 
and periodicals for the general public, is the 
work of prominent musicians and tv people. This 
essay intends to give an account of the process, 
and to explain the reasons behind its “ritual” use 
in a city such as Bogota, under the supervision of 
Putumayo Indian shamans or “taitas”.
K e y W o R d s : 
Yaje (Ayahuasca), Putumayo Indians, Ritual 
Consumption, Urban Shamanism, Middle 
Classes, Psychotropics.
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“Fue en una toma de yajé, vi unos ángeles y me sentí 
 la Virgen María y supe que debía hacerlo”.
Andrea Echeverri
En la carátula del primer número del mes de febre-
ro de 2002 de la popular revista de farándula colombiana aló, aparece una foto-
grafía de la bella cantante del grupo de rock aterciopelados, andrea Echeverri. 
tras un sugerente vestido de malla transparente se adivina el estado de emba-
razo de la artista, una circunstancia que contrasta con uno de los titulares de 
la revista: “Mi vida ha cambiado por el yajé”. se trata de un hábil abrebocas pe-
riodístico para enganchar al lector en una entrevista con andrea, en donde ella 
cuenta a su fanaticada que está embarazada de su hija Milagros. La periodista 
Luz Martínez inicia su pieza presentando a la cantante como la antigua Floreci-
ta Rockera, según el título de una de las canciones más reconocidas de los ater-
ciopelados; una mujer alternativa, un tanto brujesca y medio gaminesca, en todo 
caso, excéntrica y misteriosa. Pero entonces, el embarazo, el hecho de ser una 
futura mamá cambiaría a la estrella, quien ahora no exhibe sus característicos 
piercings y se ha dejado crecer el pelo para cambiar ese corte casi al rape, medio 
punkero, que antes exhibía.
todos estos cambios se deben, por supuesto, a que andreíta, la Florecita 
Rockera, es ahora una paciente fiel de la medicina tradicional indígena amazó-
1 Una versión inicial de este ensayo se presentó en el Laboratorio Regional Latinoamericano sobre Medicina Tra-
dicional, “Diálogo de saberes: plantas medicinales, salud y cosmovisiones. Experiencias de medicina tradicio-
nal al servicio de la salud pública”, Leticia, Amazonas, 10 al 12 de mayo de 2007, organizado por la Universidad 
nacional de Colombia, mlal Progetto Mondo y la Universidad de los Andes. Una segunda versión se presentó 
en el simposio “Creencia y verdad en los sistemas terapéuticos contemporáneos” del xii Congreso de Antro-
pologia en Colombia, Universidad nacional de Colombia, Bogotá, 10 al 13 de octubre de 2007. Agradezco a 
los miembros de la Red de Estudios en Etnopsiquiatría e Historia Social de la Locura –Grupo de Antropología 
Médica de la Universidad de los Andes– por la valiosa discusión de éstos y otros temas afines. Algunas ideas 
aquí expuestas fueron primero enunciadas en mi ensayo de 2002 sobre el yajé (Uribe, 2002).
2 Profesor titular del Departamento de Antropología de la Universidad de los Andes.
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nica centrada en el consumo de la decocción de la Banisteriopsis caapi y sus 
“plantas acompañantes”. así detalla la letra de la canción “Chamánica” la expe-
riencia de una toma del yajé:
Chamánica, chamánica 
la puerta cósmica chamánica, chamánica 
la luz armónica 
chamánica, chamánica 
sabia botánica 
planta inteligente 
que no miente 
me abres el ojo en la frente 
me haces valiente 
si te tomo ritualmente 
conciencia planetaria 
profética milenaria 
me conecta al origen 
la razón pierde terreno 
la intuición se libera en pleno 
aflora poder clarividente 
chamánica chamánica 
la luz armónica… 
me pongo bajo el torrente 
que telepáticamente 
me muestra el presente 
se siente por dentro, es fuerte 
verdadero, puro y evidente.
(tomado del álbum Gozo poderoso).
hay en la entrevista un par de respuestas que me parece fundamental co-
mentar a propósito de esta transformación lograda por la cantante con la me-
diación del yajé amazónico. En la primera, la Florecita responde a la pregunta 
bastante obvia de si se siente preparada para ser mamá. Ella aclara que está 
tranquila, que en el curso psicoprofiláctico ya tuvo ocasión de expresar esos te-
mores. y lo más importante, que su tranquilidad tiene que ver con el momen-
to en el que tomó su decisión: “Fue –nos explica– en una toma de yajé, vi unos 
ángeles y me sentí la Virgen María y supe que debía hacerlo. Por muchísimos 
años no quise y estaba muy segura, pero sentí un llamado súper claro de que 
eso tenía que hacer”.
no es muy difícil recrear la visión que experimentó andreíta en su trans-
formadora toma de yajé. yo me imagino esa pinta que narra la cantante como 
una especie de retablo que muestra el episodio de la anunciación de la Virgen. 
En la iconografía católica hay, por supuesto, muchas representaciones de este 
cuadro, por ejemplo, la muy famosa de Fra angélico o las de Murillo y goya, los 
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españoles del siglo xviii. En la representación de estos dos últimos, la Virgen 
María aparece arrodillada a la derecha del cuadro en una actitud de gran reco-
gimiento, mientras que el ángel gabriel le da la buena nueva: “alégrate, llena 
eres de gracia; el señor está contigo”, saluda el ángel a la Virgen, según el Evan-
gelio de Lucas. Encima de la escena y flotando en una nube iluminada aparecen 
los angelitos del séquito de gabriel, regocijándose por el mensaje divino. En el 
caso de la pintura de goya aparecen también dios Padre y el Espíritu santo, 
como coronando el coro angelical y toda la escena de la anunciación.
ahora quiero transponer las anteriores imágenes a nuestro medio. Pién-
sese, por ejemplo, en las iglesias del período barroco, en las cuales aparece 
constantemente representado el episodio. una representación, vale decirlo, so-
brecargada de detalles, de formas, de arabescos, inmersa en una heterodoxa 
profusión de imágenes, algunas con indudables rostros y escenas del mundo 
mestizo, indígena y afrodescendiente, que se gestó en el nuevo Mundo. El mis-
mo barroquismo de la imagen que sigue presente en toda nuestra iconografía 
religiosa representada por los novenarios, las estampas de la Virgen, lossantos 
y las almas del purgatorio, los devocionarios, escapularios y retablos votivos 
que circulan de mano en mano, de procesión en procesión, de iglesia en igle-
sia y de casa en casa, en fin, toda esa parafernalia de lo sagrado de la que se ha 
apropiado una cantante de música popular moderna, ella misma una figura hí-
brida que así como emplea la parla de calle, el parlache, salpica su conversación 
con coletillas de lo “súper” que es esto o lo otro, de los “o sea” del verbo juvenil, 
todo junto con el “bacano” y “a la final” del pueblo. y la Florecita, ahí, en una 
anunciación rediviva, los ángeles anunciándole que ya es hora de que se decida, 
que ya debe ser madre como la Virgen María, que ya viene Milagros, la repre-
sentación de este milagro, su futura hija.
no es necesario, empero, ser una Florecita ni tampoco ser rockera para 
ver en las pintas del yajé escenas donde aparece de una forma u otra la Virgen 
María. Porque ésta a menudo aparece reportada en las pintas de los más disí-
miles yajeceros, hombres y mujeres, indígenas y no indígenas. hasta el psicó-
logo cognitivo israelí benny shanon, un experto en el tema, nos informa de 
semejantes apariciones en sus pintas o en las pintas a él referidas por sus in-
formantes, todo ello en su libro sobre la ayahuasca (shanon, 2002). y shannon, 
ciertamente, no cree en la Virgen.
En la segunda respuesta que quiero comentar, andrea toca el tema de la 
mujer cuando empieza a explicar cómo han cambiado las mujeres, “unas cosas 
pa’ bien y otras pa’ mal”, según nos dice. después añade:
yo soy feminista y el machismo me pone furiosa... ahora estamos un poco 
más a cargo de nosotras mismas y en general somos más honestas que los 
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hombres y más generosas y creo que es por la maternidad, tenemos más sen-
tido de trabajar para los otros, de dar. El hombre es más todo para él. allí hay 
como un avance, pero veo que seguimos retrasadas, porque todas quieren ser 
bonitas para los señores, que todos digan: ¡tan mamacita!
si ponemos las dos respuestas juntas, aparece de inmediato la parado-
ja. Porque se pregunta uno, ¿cómo se pueden reivindicar de forma simultánea 
una demanda feminista y una invocación a la maternidad desde el paradig-
ma mariano representado en la anunciación? La respuesta usual es que ambos 
planteamientos son excluyentes. o se es una mujer feminista, con posiciones 
antagónicas frente a una absorbente y opresora ideología patriarcal, “machista”, 
como diría andreíta; o se es una mujer más del tipo, digamos, tradicional, que 
acepta la condición femenina como algo centrado fundamentalmente en una 
maternidad acorde con el ideal mariano.
desde lo que ahora se llama la medicina tradicional indígena, la medicina 
del yajé o ayahuasca, o lo que muchos llaman de forma imprecisa, el chamanis-
mo, no hay una contradicción, antinomia o paradoja en los planteamientos de 
la Florecita Rockera. Porque lo que hace el chamanismo –mala categoría ésta, 
insisto, por lo imprecisa que se ha vuelto, hasta el punto de que todo lo sagra-
do que no es monoteísta es chamanismo– es descentrar o tensionar –subvertir 
es quizá mejor– los órdenes clasificatorios, los cánones lógicos en los que se ha 
aupado la modernidad occidental en sus versiones de centro o de periferia, de la 
parte templada del planeta o de su correlato tropical, el “sur” que dicen. En tér-
minos del canon aristotélico, el sacrosanto principio de la no contradicción (si 
p entonces ~p) es fácilmente subvertido por lo chamánico, de tal manera que 
se puede afirmar al mismo tiempo una proposición del tipo “soy feminista” y su 
supuesta negación “soy ante todo mujer y madre”, sin incurrir en contradicción 
o paradoja. ambas son, pues, al unísono verdaderas. o para un cierto balance 
de género, no hay contradicción tampoco en afirmar de forma simultánea, y en 
apropiación quizá arbitraria de la palabra de shanon, “soy judío y no creo en la 
Virgen” y “soy judío y veo la Virgen en mis pintas de yajé”.
se pueden dar muchos ejemplos más del desorden epistemológico –o con-
ceptual– que genera en nuestras mentes condicionadas por la academia univer-
sitaria el consumo ritual del llamado “bejuco del alma” o “liana del espíritu”. En 
un reciente estudio sobre las motivaciones que han llevado a los habitantes ur-
banos al consumo del yajé, sus autores, los psicólogos andrea Vélez y augusto 
Pérez, postulan cinco tipos de razones: la curación de enfermedades somáticas, 
la terapéutica emocional, la búsqueda espiritual, intereses académicos y la bús-
queda de una experiencia alucinatoria (Vélez y Pérez, 2004: 323-334).
Más allá de qué tan pertinente resulte esta clasificación –y su pertinen-
cia es muy dudable: ¿cómo imponerle a la medicina del yajé el dualismo carte-
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siano que separa los asuntos del cuerpo material, de soma, de los asuntos del 
alma, del espíritu, de psyhké?– los resultados de su estudio cuantitativo sobre la 
base de la aplicación de una escala a una muestra de cuarenta urbanitas –vein-
tiséis hombres y catorce mujeres, con una media de edad de 31,6 años– revela 
detalles interesantes. según estos expertos, y por cierto que augusto Pérez lo 
es en temas como la farmacodependencia, la mayoría de los participantes opi-
nan que el yajé tiene propiedades que favorecen los procesos curativos –un 82,5 
por ciento de la muestra ve en el yajé un poderoso elemento en la limpieza cor-
poral–. así mismo, un 84 por ciento de los participantes piensa que el consu-
mo ritual de la decocción le permite enfrentar con éxito situaciones personales 
problemáticas, lo que hace de la dimensión emocional algo bien importante en 
la comprensión del fenómeno. un importante porcentaje de la muestra –67 por 
ciento– opina que el yajé permite ascender en una escala espiritual, más en el 
sentido de paz interior y de paz con el mundo exterior que en términos de la 
búsqueda de una deidad superior. Las razones académicas, opinan los autores, 
son las que aducen las minorías profesionales como aquellas a las que pertene-
cen los antropólogos y los sociólogos, y por lo tanto no son muy importantes, 
como tampoco es relevante la búsqueda de una “supertraba” mediante el con-
sumo de la bebida, lo que puede no ser tan placentero como bien lo saben los 
yajeceros recorridos.
sofisticados análisis estadísticos mostraron que mientras más edad tiene 
el entrevistado, más se inclina a aducir que su principal motivación en el con-
sumo del “enteógeno”, como se le llama a este tipo de psicotrópico, tiene que ver 
con la terapéutica física. a la inversa, el más joven se interesa en mayor medida 
por lo que los autores denominan efectos terapéuticos emocionales. además, 
se vio que existe una relación significativa entre lo emocional y lo espiritual y 
entre lo emocional y lo físico, todo lo cual indica que detrás de la búsqueda del 
“bejuco del alma” se está en realidad promoviendo un equilibrio entre salud fí-
sica y salud psicológica –como cualquier buen conocedor lo podría atestiguar 
sin estadísticas– (Vélez y Pérez, 2004: 328-330). y es que en el “chamanismo” 
del yajé lo que es “material” también es “espiritual”; el mundo de los vivos está 
conectado con el mundo de los muertos y se puede transitar entre ambos por 
medio del “vuelo” del trance –un vuelo que lleva al yajecero a transitar entre los 
mundos de arriba, “de la luz”, de la vida, y los mundos de abajo, “de la oscuri-
dad”, de la muerte y la enfermedad, de los que habla la cosmovisión chamánica, 
en busca de un bienestar físico y emocional–. 
Con la información anterior estos autores ya están prestos para dar su 
golpe de gracia. El golpe que alerta el empleo de la palabra supuesto, esa misma 
palabra que tanto se usa en nuestro medio, por ejemplo en la expresión “captu-
rado por la policía un supuesto terrorista” –lo que ya hace del sujeto en cues-
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tión un verdadero terrorista, cualquier cosa que ahora signifique esta última 
palabra–. y es que resulta que una cosa es lo que opinen los yajeceros sobre las 
motivaciones que los llevan a donde los taitas, o “chamanes”, y otra muy distin-
ta qué tan verdaderas son sus aseveraciones a la luz del conocimiento científico. 
Porque uno puede tener razones que desde la ciencia resulten sólo suposicio-
nes, esto es, “supuestas” razones. En sus propias palabras:
Es importante mencionar aquí que la concepción del yajé como un tipo al-
ternativo de medicina es simplemente un supuesto de quienes lo consumen 
y atribuyen estas propiedades al mismo; sin embargo, nunca ha sido compro-
bada científicamente su eficacia como medicina para ningún tipo de enfer-
medad (Vélez y Pérez, 2004: 331).
La palabra final en este asunto entre lo que es verdadero y lo que es falso, 
la tiene entonces la ciencia empírico positiva occidental. o lo que es lo mismo, 
el terreno de las suposiciones es el de las creencias, terreno que es imperativo 
separar del terreno de la verdad –las suposiciones y las creencias ahora, en estos 
tiempos de sensibilidad intercultural, se toleran en silencio; antes, los ancestros 
de los taitas, llamados entonces “mohanes”, “yerbateros”, “teguas”, “idólatras”, 
adoradores del demonio y propagadores de supersticiones, entre otros epítetos, 
corrían serios peligros frente a la ley–. Conste en este punto, además, que estos 
autores están descalificando a otros “doctores”. Me refiero a los “doctores” de 
la muestra: como que el nivel de educación de las cuarenta personas entrevis-
tadas se sitúa en su mayoría en el nivel universitario –completo el 30 por cien-
to; incompleto el 30 por ciento–; además, el 15 por ciento de la población tenía 
estudios de postgrado, mientras que el 25 por ciento restante tenía estudios de 
bachillerato completo o incompleto. Como quien dice, son los doctores y los as-
pirantes a doctores, esto es, los universitarios y las universitarias, quienes acu-
den a los taitas nómadas que llegan a las ciudades a ofrecer a los urbanitas las 
virtudes del “bejuco del alma”. tal es, por cierto, el caso de la Florecita Rockera.
antes afirmé que, para ciertos sectores, la última palabra en el dilema 
entre la creencia y la verdad de la ayahuasca es la ciencia positiva. Empero, el 
asunto es más complejo, como quiera que los indígenas hablan de su propio 
corpus de conocimiento como ciencia y, acto seguido, en la puesta en escena de 
un fascinante oxímoron, le añaden el adjetivo “tradicional”. y se trata aquí de 
un oxímoron porque en la tradición de la modernidad occidental lo tradicio-
nal es antitético, es lo opuesto a lo científico, a la racionalidad científica cuya 
universalización, lo sabemos desde Max weber, es –a veces uno piensa que es 
mejor escribir era– el horizonte último del género humano desde que se inau-
guró en unos pocos países europeos la era de la razón. Lo cierto es que los taitas 
han logrado que su ciencia tradicional centrada en el consumo y en el trance 
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ritual del yajé sea hoy considerada como una medicina más, la medicina tradi-
cional indígena, parte incómoda del heterogéneo conjunto de las llamadas me-
dicinas alternativas y complementarias. Esto es bien claro en especial después 
de la fundación de la unión de Médicos indígenas yajeceros de la amazonia 
Colombiana, umiyac, y de la organización de la práctica médica indígena me-
diante la expedición de un código de ética médica, todo ello a finales del dece-
nio de 1990.
ahora bien, en la medida en que la medicina tradicional indígena es par-
te de las medicinas alternativas y complementarias –¿en plural o en singular?– 
ocupa por fuerza un sector dentro del conjunto del sistema de atención en 
salud colombiano. Ese sector, que podemos denominar como de “otros saberes 
terapéuticos”, comparte la escena con la medicina homeopática, la acupuntura, 
la medicina bioenergética, la medicina herbolaria, la santería, las sanaciones y 
liberaciones de demonios, las misas de sanación, entre otros ejemplos de la pro-
fusión actual de terapéuticas para soma y para psyhké que se empeñan en dis-
putarle el campo médico a la medicina alopática, también llamada científica, 
ama y señora del hegemónico sector profesional del sistema.
Esta disputa por el monopolio del campo médico es bien interesante –y 
uso la palabra “disputa” de forma bien consciente, como quiera que en este res-
pecto el “diálogo de saberes” es complicado–. Porque, me parece, este “diálo-
go” no se logra fácilmente mientras sea la medicina alopática la que constituya, 
en últimas, la vara de medir el conocimiento médico. inclusive las definiciones 
de medicinas tradicionales de la organización Mundial de la salud, oms, están 
todas atravesadas por la noción persistente de “creencia” y de su estructuración 
en sistemas conceptuales y terapéuticos fundamentados en acervos culturales 
estáticos, homogéneos, monolíticos e invariables, rígidos como rígida es –así se 
predica– la tradición. Quienes piensan como la oms no se dan cuenta, prime-
ro, de que la oposición entre lo “tradicional” y lo “moderno”, o lo que es casi lo 
mismo, entre creencia y razón, es hoy en gran medida espuria, pues la una ne-
cesita de la otra en estos tiempos de la globalización; y segundo, de que la vi-
gencia de la llamada “tradición” es que todos los días se reinventa y se reelabora 
en una especie de bricolaje sin fin, siempre en función de las necesidades y los 
imperativos del presente. Lo anterior no es óbice para afirmar, acto seguido, 
que muchas de estas medicinas alternativas cada vez están más vinculadas al 
sector profesional de atención en salud y a sus instituciones de servicio. Lo que 
sucede es que, en primer lugar, estas medicinas ya están “medicalizadas” en el 
sentido de la medicina alopática, como quiera que se necesita ser primero un 
médico o médica facultativa para acceder al entrenamiento alternativo en ho-
meopatía, acupuntura o medicina bioenergética, para incluir aquí los tres casos 
principales en cuestión. Me temo, eso sí, que falta mucho tiempo para que un 
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taita sea admitido como especialista en una unidad de cuidados intensivos. de 
pronto no tanto tiempo, pues sé de taitas que ofrecen tomas de yajé a pacien-
tes psiquiátricos con la venia, la presencia y la toma de la poción de sus propios 
psiquiatras. además, los expertos y especialistas en sanaciones sobrenaturales 
ya están presentes en los hospitales y establecimientos médicos en la forma de 
capellanes, pastores y rabinos, por ejemplo.
En segundo lugar, no importa mucho si la situación entre la medicina alo-
pática y las medicinas alternativas se decide por medio de encuentros o de que-
rellas entre expertos del campo de la salud y la enfermedad. Porque la verdad 
es que son los propios pacientes, en sus búsquedas de curación o en sus itine-
rarios terapéuticos concretos, quienes deciden en últimas a qué nodos de cu-
ración ubicados en el sector profesional o en el alternativo recurren para sanar 
sus avatares y padecimientos patológicos. son los enfermos, más allá de la opi-
nión experta, los que ven si apelan a terapéuticas “modernas” o “tradicionales”, 
convencionales o alternativas, para remediar sus padecimientos y enfermeda-
des. El sistema de atención en salud no queda completo en efecto, si no le aña-
dimos un tercer sector que al final de la función termina siendo el principal. tal 
es el sector doméstico, localizado en el barrio, en el vecindario, en la vereda, y 
conformado por las unidades domésticas, asociaciones parroquiales, comités 
de salud, juntas de acción comunal, etcétera, que lo organizan. El protagonista 
principal de este tercer sector del sistema de atención en salud, no es un“ac-
tor” –como ahora dicen– sino una actriz. Porque es la mujer en sus diferentes 
estados, la mujer como esposa, como compañera, como amante, como madre, 
como hermana, como comadre, como hija, quien toma las decisiones en torno 
a las conductas de búsqueda de atención médica, profesional o alternativa, para 
sus familiares pacientes. Es ella, y sólo ella, quien en últimas controla y deci-
de los itinerarios terapéuticos. Es ella, y sólo ella, la terapeuta primera y quizá 
también la terapeuta original. Es ella, y sólo ella, y no los doctores ni las docto-
ras, ni menos el Estado o la oms, quien se ocupa principalmente de acreditar 
y certificar, en la oscura hora de la última instancia, a cada uno de los especia-
listas profesionales y alternativos que se desempeñan en el sistema de atención 
en salud. ya lo sabemos: es ella quien pronuncia la inflexible sentencia de “ese 
doctor sí sirvió” o “ese doctor no sirvió”; “ese taita sí sirvió” o “ese taita no sir-
vió”. Punto final.
hacer del paciente el centro del sistema, desde un punto de vista socio-
lógico que no de atención o de calidad del servicio, permite mirar con otros 
lentes el asunto de los nuevos participantes en el ágape del yajé. ya lo han ob-
servado nuestros autores anteriores, al igual que varios otros, y sus observa-
ciones son correctas: el yajé es hoy por hoy un asunto que se aloja no sólo en la 
maloka selvática sino también en múltiples espacios citadinos. y los miembros 
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que conforman esta última y creciente audiencia hacen que el fenómeno me-
rezca ser estudiado con cuidado. Veamos.
observadores de la nueva escena con frecuencia se refieren a este desa-
rrollo urbano de la medicina del yajé como un fenómeno de “neochamanismo” 
para indicar su contraste con el chamanismo puro, el tradicional, el original. 
La idea es que este “nomadismo” de los taitas ha desvirtuado, o por lo menos 
puede llegar a desvirtuar, el significado verdadero del ritual –un ritual ahora 
por fuera de su contexto cultural que le da sentido y que lo fundamenta–. tal 
planteamiento es notorio en aseveraciones como la siguiente:
a lo largo del tiempo el yajé ha irrumpido en contextos diferentes a los es-
trictamente correspondientes al indígena ritual, tales como las culturas ru-
rales y urbanas de todos los estratos socioeconómicos. En este fenómeno se 
evidencia de manera clara la transformación del ritual chamánico en un acto 
de curanderismo popular o mejor, de “neochamanismo”. a menudo, den-
tro de estos últimos contextos se pierden elementos significativos de la cere-
monia ritual propia de las comunidades tradicionales, debido al nomadismo 
propio del sistema (Vélez y Pérez, 2004: 326).
Como quien dice, los urbanitas en sus afanes terapéuticos “contaminan” 
el ritual del yajé. Lo salpican con ideas más del dominio del curanderismo po-
pular. y todos ya sabemos lo que opinan los doctores de este curanderismo 
popular: deletéreo por curanderismo y sospechoso de creencia y superstición, 
esto es, de falsas ideas, por popular. El chamanismo urbano, entonces, está más 
cerca del supermercado de terapéuticas de la nueva Era, terapéuticas provee-
doras de “supuestos” bienestares físicos y espirituales. 
El problema es, por supuesto, la popularidad del yajé. ya vimos cómo el 
yajé urbano es ante todo popular entre capas medias y altas de la población en 
ciudades como bogotá, con una población de yajeceros con índices elevados de 
escolaridad. Ello no es óbice para que en otras ciudades y poblaciones el yajé 
sea popular entre los “populares”, es decir, entre gentes urbanas, semiurbanas 
y campesinas de estratos sociales menos privilegiados. un rango tan amplio de 
proveniencias sociales de los adeptos del yajé, pobres y ricos, gentes de la ciu-
dad y gentes del campo, indígenas, campesinos, colonos, doctores y aspirantes 
a doctores, significa que la popularidad del yajé se debe más a su generalización 
y difusión crecientes por todo el tejido social. El yajé parece ser ahora popular 
por la gran diversidad de gentes que recurren a sus promesas, y no por su ori-
gen “popular”.
La cuestión con estos doctores hace que el asunto del yajé se torne en una 
especie de callejón sin salida. Primero los teníamos criticando a otros doctores 
urbanos que acuden a los taitas, por éstos confiar demasiado en sus “supuestos” 
beneficios terapéuticos. ahora los vemos molestos con los populares que recu-
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rren a las transformaciones inconvenientes del yajé, esas del tipo de curande-
rismo popular. ¿Qué hay en el fondo de esta desconfianza frente al “bejuco del 
alma” por parte de los académicos?
La respuesta no es muy difícil de lograr. La ambivalencia de los doctores 
tiene que ver con los estados modificados de conciencia que implica el trance 
del yajé. En efecto, ellos prefieren hablar de “alucinaciones” y no de “visiones” 
para referirse a las pintas del trance. y la alucinación, compañera del delirio, 
conforma el dueto fatal de la psicosis, de la locura. además, al desorden de la 
locura hay que añadirle el problema de la dimetil-triptamina, la sustancia res-
ponsable en la decocción del yajé de la “experiencia alucinatoria”, como estos 
críticos dirían, y una sustancia prohibida por las leyes internacionales que re-
gulan las llamadas drogas narcóticas o psicoactivas. todo esto se convierte, en 
el actual escenario enrarecido de la llamada “guerra mundial contra las dro-
gas”, en un gran peligro. El peligro de las consecuencias adversas, que ya no 
“supuestamente” benéficas, de la adicción. El hecho de que el yajé no cree de-
pendencia no es garantía, ni tampoco significa,
… que las consecuencias negativas no puedan hacerse evidentes en un 
futuro, si el consumo pasa de concentrarse en una élite urbana y bajo con-
diciones relativamente ritualizadas, a generalizarse a un colectivo mayor, 
motivado por razones diferentes y sin ningún tipo de control (Vélez y Pé-
rez, 2004: 324).
ya estamos en el centro mismo de la diana. si el yajé urbano es de élites 
educadas, no hay mucho problema. Pero si la “locura” del yajé se expande hasta 
los populares, las motivaciones pueden cambiar y los efectos de la masificación 
del consumo volverse inconvenientes. ojo pues, porque “aún se desconocen los 
efectos y las consecuencias que esta sustancia pueda ocasionar por un consu-
mo indebido a mediano y largo plazo” (Vélez y Pérez, 2004: 324). Lo mejor, en 
consecuencia, es el control del yajé. y frente al control –un control policivo– 
uno supone, ¿qué tenemos? ¿Encuentros? ¿Querellas? Es que las paradojas del 
yajé no son sólo epistemológicas. tampoco lo son científicas exclusivamente. 
“a la final”, como diría la Florecita, son paradojas políticas.
Este estado de cosas se complica cuando la prensa reporta que en “rum-
bas” urbanas de yajé pueden morir crédulos pacientes “gravemente enfermos”, 
como le sucedió hace poco tiempo a una mujer de cuarenta años en bogotá (El 
Tiempo, martes 26 de febrero de 2008, p. 1-5). así lo expresó en su editorial del 
día 28 de febrero el periódico El Tiempo:
habrá que indagar las responsabilidades en la muerte de esta mujer en bo-
gotá. Las suyas propias, las del médico inga tradicional que le dio el brebaje; 
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las del homeópata que, al parecer, se lo recomendó. En todo caso es un cam-
panazo de alarma sobre el uso peligroso de medicina alternativa. y sobre los 
riesgos que entraña una forma de “rumba” sin ninguna regulación ni vigilan-
cia (El Tiempo, 20 de febrero de 2008, p. 1-20). 
Para ilustrar aquello de las paradojas políticas del “bejuco del alma”, déj-
enme evocar una sesión de yajé urbano a la que el doctor que esto escribe asis-
tió un sábado reciente. Por circunstancias que tienen que ver con el problema 
del control aludido –mejor, del biopoder que todo lo quiere regulary fisgonear–, 
seré lo más circunspecto posible. Presidía la sesión un taita del Putumayo, no 
diré de dónde ni de qué nación indígena. El sitio del conciliábulo estaba locali-
zado en algún barrio del sur de la capital de la república, y me complazco en su-
brayar aquello del “sur”, para mostrar lo populares que nos volvimos los de esa 
concurrencia de unos dieciocho doctores, o aspirantes a doctores en razón de 
actuales estudios universitarios –doctores a la colombiana, se entiende bien–, 
que formábamos la mayoría. a esos doctores, se unían otros aspirantes a docto-
res indígenas, pues entre ellos también los hay, más otros cinco indígenas perte-
necientes a grupos étnicos sin tradición yajecera, pero ahora involucrados con la 
medicina del yajé. además escribo del sur, para contrastar este conciliábulo con 
otro que tuvo lugar varios años atrás, y del que dio cuenta una nota de la revista 
Semana en su sección de vida moderna:
La cita es cada sábado a las ocho de la noche. un grupo de profesionales 
se une a media docena de indígenas inga, una comunidad del alto Putumayo, 
quienes ataviados con sus trajes ceremoniales les acompañan hasta un apar-
tamento en el norte de Bogotá (mi énfasis). una vez allí, descargan sus morra-
les y desenfundan bolsas para dormir que acomodan en el piso.
Mientras se despeja el lugar necesario para el rito, el más viejo de los 
asistentes, el taita antonio Jacanamijoy de setenta y siete años, parsimo-
niosamente comienza a colgarse sobre su ruana los collares entre los que 
sobresalen dientes de tigre y de caimán, se enfunda los plumajes confeccio-
nados pacientemente durante décadas y los demás ornamentos necesarios 
para lo que viene. En una improvisada y pequeña mesa, una gran taza que 
contiene un brebaje espeso recibe los primeros rezos mientras el agitar cons-
tante de un manojo de hojas de uhaira sacha (sic), el árbol del viento, busca 
limpiar de malas influencias su contenido.
Es el punto de partida de un ritual que tiene diez mil años de tradición cha-
mánica entre las tribus amazónicas, el cual se ha ido trasladando durante los 
últimos tiempos a las grandes ciudades del país. Cada vez más adeptos se consa-
gran a esta práctica, una combinación de sentimientos religiosos, prácticas tera-
péuticas (diagnóstico y cura de enfermedades), interpretaciones cosmológicas, 
sesiones adivinatorias, búsqueda de efectos telepáticos, limpieza corporal y has-
ta de interpretación de los sueños (revista Semana del 19 de abril de 1999).
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deberé dejar pasar por alto un análisis a fondo del texto precedente, que 
sin duda es pertinente. aquí basta señalar elementos como el de que la reunión 
de marras tuvo lugar en un apartamento del norte de bogotá, para señalar el he-
cho de que los asistentes al ágape formaban parte de lo que entre nosotros lla-
mamos “gente bien”, “gente del norte” de la capital, y no “pobres” del sur –gente 
bien, que al confiar en los poderes de sanación de los taitas indios y su yajé or-
denaron a sus guardias de seguridad privada abrir las puertas de sus lujosas re-
sidencias–. también hay que señalar su énfasis en la concurrencia conformada 
por profesionales yuppies, gentes de la farándula y doctores de las ciencias so-
ciales, así como uno que otro “verde” ecologista y partidario de lo esotérico y 
cosmogónico tipo, sin duda, nueva Era. así mismo es pertinente señalar la pa-
noplia de propiedades atribuidas a la práctica ritual del yajé, propiedades que 
abarcan desde la religión, la curación, la adivinación, hasta la interpretación de 
los sueños. de todo como en botica, dicen en mi región nativa. no menos im-
portante es señalar el hecho de que la “novedosa cultura del yajé” está de moda 
en las grandes ciudades colombianas. Pero definitivamente lo que a mí más me 
impacta del texto que he citado en extenso es ese contraste tan barroco entre 
lo exótico, lo salvaje, lo indio, y lo citadino, lo moderno, diríamos, lo contempo-
ráneo y peculiarmente colombiano, en este retablo vivo de las contradicciones 
nacionales. ya hablaremos más de este choque a la vez epistemológico y neuro-
nal, pero vamos por partes. ahora volvamos a mi propio sábado de yajé.
Completa la audiencia, el taita dio la orden de iniciar la acción con una 
presentación de los participantes. había, pensé, que formar algún tipo de comu-
nidad con toda este heterogénea amorfia de urbanitas expectantes y temerosos, 
los más neófitos, ante la perspectiva ominosa de sufrimiento a la que somete el 
yajé a sus adeptos. Para curarse, lo sabemos, hay que sobreponerse al terror –un 
contraterror terapéutico que nos libera del terror en el que nos sumerge el pa-
thos; este pathos que está atrapado entre el padecimiento que implica la vida y la 
misma enfermedad que castiga la vida–. y entonces todos empezamos a contar 
nuestras vidas, pequeñas dosis de sufrimiento relevantes a una concurrencia de 
completos desconocidos. deseos de curación, indeterminados e inespecíficos. 
Cuitas fragmentarias. ruegos suplicantes. nuevas alianzas:
yo tengo veintidós años y llevo tomando yajé con el taita un año y medio. 
Para mí el yajé es lo máximo. Porque es que el yajé es un verdadero maestro 
de vida. y sus dueños son nuestros hermanos indígenas, nuestros maestros 
de vida que nos enseñan a respetar la naturaleza, a vivir la vida en armonía 
con ella. Los indígenas nos indican cómo solucionar pacíficamente los con-
flictos. En cambio, nosotros los colombianos no sabemos convivir, nos mata-
mos cruelmente entre nosotros. Es el capitalismo que nos tiene destruidos…
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La retahíla seguía, siempre con la idea latente de que la solución a nues-
tros problemas es volvernos indígenas y dejar de ser colombianos. Porque los 
indígenas son lo máximo. Extraña mímesis capitalina ésta, donde el mayor es-
fuerzo del doliente es no ser lo que es para volverse alguien más, otro indígena. 
al menos de palabra. de discurso que ahora dicen. de un discurso que con el 
verbo pretende mostrar la sinceridad de la búsqueda de ese indio, de ese hipe-
rindio, de ese salvaje antes caníbal y ahora terapeuta de los males de la civiliza-
ción y de los llamados civilizados.
La mímesis, empero, también era de gesto. Como que algunos partici-
pantes estaban revestidos de ruanas indígenas del Putumayo, con collares de 
plumas, colmillos de animales salvajes y de semillas cantarinas, pequeños aspi-
rantes no indígenas a chamanes. o a neochamanes, dirían algunos doctores.
terminada la presentación, el taita toma la palabra para señalar lo acer-
tado de los caminos indígenas del cuidado a la naturaleza y a la salud, de la vía 
indígena hacia el conocimiento y el autoconocimiento. Pero he aquí el giro que 
me impacta: ya no hay soluciones colectivas, nos dice el taita. El camino es el 
de la transformación individual. si queremos cambiar a Colombia, tenemos 
primero que cambiarnos a nosotros mismos. La transformación empieza, pues, 
por la primera persona del singular. Esa persona que, me digo, el mercado de li-
bre competencia ha transformado en el actor. El individuo. El yo a secas. El mí 
mismo. El yajé se alindera entonces contra la utopía y a favor de la plusvalía. y 
mientras unos subrayan un ideal colectivo, los nuevos indios, el otro, el indíge-
na, subraya lo individual. Esa misma primera persona en singular que siempre 
sale a la palestra en todos estos tipos de rituales de sanación, como por ejemplo 
en la salvación personal entre los carismáticos. Lo paradójico, empero, es que 
ese “yo a secas” sólo puede curarse mediante el expediente de su participación 
con otros dolientes individuales en un ágape curativo colectivo3.
ahora sí, a lo que vinimos, a la toma. a la pinta. a las excretas y al vómi-
to. a la purga. una densa masa de penitentes rodea, en un nervioso corro, al 
taita, al dueño del yajé light para cachacos, a ese médico “diplumado”,como al-
gunos taitas se burlan de sí mismos. Extraño contraste entre los penitentes y 
su oficiante revestido con los ornamentos propios de su alto rango de médico 
del yajé. radical separación. dramática alteridad entre el sacerdote y sus fieles 
–una a veces tajante y a veces juguetona alteridad, como suelen ser los jugue-
tones taitas–. una diferencia que separa y agrupa, que distingue y convoca. al-
teridad y mímesis en un juego calidoscópico, como las pintas del yajé después 
de la purga escatológica, en ese nuevo purgatorio del que habla el experto ya-
3 Debo esta última observación a María Angélica ospina.
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jecero Jimmy weiskopf, cuando escribe del yajé para burlarse de los doctos 
antropólogos (weiskopf, 2002). alteridad y mímesis en la amorosa o tenebro-
sa pinta, en medio de las arcadas violentas que el yajé produce a esta pequeña 
multitud que deposita dramáticamente su pathos en forma de vómito en reci-
pientes convenientemente dispuestos en el medio de cuerpos amorfos envuel-
tos en sus bolsas de dormir, o en mantas que disfrazan nuestras miserias de 
pequeños burgueses urbanitas. Pathos en el vómito o pathos en la mierda arro-
jada por hombres y mujeres en un pequeño sanitario proletario –estamos en el 
“sur”, recuerden–. Puro camping urbano, como aquel otro en el norte de bogo-
tá. Puro purgatorio, dice weiskopf, porque eso es el yajé para los desarraigados, 
que son en últimas todos los yajeceros, urbanos y rurales. y es que el tomador 
debe seguir la ruta del dante en La divina comedia: “desciende al infierno, paga 
sus pecados en el purgatorio y con suerte, tiene vistazos del paraíso” (weisko-
pf, 2002: 29). incomoda, incidentalmente, esta analogía de algo que pertenece 
a la tradición histórico cultural amerindia con el cosmos judeocristiano. Quizá 
ella se deba, en realidad, a que éste último refleja el cosmos chamánico prove-
niente de asia Central, y su influencia en los griegos clásicos, especialmente en 
el platonismo, y luego en los neoplatónicos, tan fundamentales en la patrística 
cristiana, tal y como esta tesis se defiende en el libro de E.r. dodds Los griegos 
y lo irracional (dodds, 1997).
y entonces llegó el tiempo de la sanación. Llegó la hora de la ortiga, de la 
“cobija del pobre y sin pulgas”, según la fórmula del taita. y la multitud semides-
nuda empezó a desfilar, uno a uno, una a una, ante el banquito de sanación del 
taita. y vino la punzada de la ortigada, “de esa ortiga miedosa de tierra caliente, 
de hojas grandes con puyas, que se utiliza para flagelar a los que enloquecen en 
la rasca, no como castigo sino como calmante” –esta vez según la fórmula de 
weiskopf (2002: 79)–. Llegó el ardor. se sucedió el dolor. Ese dolor, ese terror 
que sirve de heraldo a la exoneración de la enfermedad. y se oyó la palabra tera-
péutica del taita, el “dar consejo a los vasallos”, como dicen los mamas o sacer-
dotes indígenas de la nevada. Porque es que llegó la hora de la cura, el tiempo 
cuando el maestro indígena, el taita, el padrecito, el abuelito, debía redimir a su 
pequeño hijito o hijita –al pacientico, como estilan decir los otros médicos–. y 
ahí seguía el taita psicoterapeuta dando consejo a sus hijitos, hasta que la luz 
de la madrugada empezó a despuntar por las vecinas montañas del suroriente 
capitalino. ahí siguen los taitas echándose en sus hombros de antiguos salvajes 
–y hoy iluminados– los dolores y padecimientos de sus antiguos opresores, de 
sus advenedizos amos que ahora parecen no poder vivir sin la ayuda ni la inter-
cesión de sus antiguos siervos. todo ello gracias a que la medicina del yajé es 
hoy una nueva-vieja medicina en el sistema de atención en salud colombiano. 
todo ello gracias al yajé, al pharmakon sacrificial que promete desde el desor-
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den del trance hacer emerger, desestructurador y estructurador en simultánea, 
el orden individual y colectivo que con fervor desean sus adeptos.
El siguiente lapo de este trance de yajé me llevó hasta Leticia, en el ama-
zonas, apenas unos pocos días después de la toma capitalina. El escenario 
entonces fue el hotel decamerón de esa ciudad. después de la llegada al esta-
blecimiento, emprendí un breve recorrido de familiarización, sólo para darme 
cuenta de que hacia la parte de atrás se levanta orgullosa la réplica de una ma-
loka indígena. buen contraste, pensé, una maloka indígena en los mismos pre-
dios de un hotel de cinco estrellas, propiedad de una multinacional francesa 
–contraste que se convirtió en fascinación, cuando esa noche me di cuenta de 
que la maloka está viva, que adentro alumbra el fuego y se oyen rumores de vo-
ces–. y es que el malokero, un anciano huitoto, explicaba a un par de turistas 
los misterios de la construcción de malokas, los mitos de origen de los indios y 
los rituales de la medicina del yajé. yo mismo oí al abuelo, inmerso en su parla 
en su maloka indígena, en su maloka-cuerpo humano de siete niveles, cual si 
estuviésemos en una toma de yajé selvática; él vestido –o desvestido– como in-
dígena, con su taparrabo, su collar de plumas y de colmillos de animales de la 
selva, bastón ceremonial, cascabeles sonajeros y su mambe de coca en la boca; 
él vestido –o desvestido– como indígena para una puesta en escena indígena 
ante turistas no indígenas. y volví a escuchar al abuelo a la mañana siguiente, 
cuando explicaba a unos escolares de Leticia los orígenes del mundo y de la hu-
manidad –sólo faltaba en la escena el legendario Kapax, el tarzán amazónico 
colombiano, omisión que se subsanó un par de días después, cuando el perso-
naje envejecido apareció para saludar a los viajantes del decamerón y dar una 
nostálgica entrevista a un matutino bogotano–.
y ahora, cuando cierro estas líneas, no puedo evitar acordarme, de nuevo, 
tanto de mi toma de yajé del bogotá suroriental como de la Florecita Rockera 
y de la vez en que visitó, por fin, la maloka del taita antonio Jacanamijoy en el 
Valle de sibundoy, Putumayo, tal y como ella relató el evento a la afamada re-
vista Shock del mes de julio de 2004. La ocasión fue el lanzamiento de un nue-
vo disco en solitario de la cantante. una ocasión aprovechada para una nueva 
toma de yajé con el taita, el mismo taita de la crónica de Semana, que por cier-
to fue uno de los taitas de weiskopf y es el taita de casi todos los divos y divas 
de la tele criolla, a más de muchos académicos e intelectuales bogotanos. una 
ocasión que además también vino acompañada de las consabidas prosopope-
yas faranduleras, ahora en remotos ámbitos pueblerinos: un barroco retablo de 
fotografías a color de los aterciopelados en medio de maizales, firmas de au-
tógrafos, discursos de alcaldes, ruanas y collares indígenas, ruedas de prensa, 
tumultos y la inevitable presencia de una de aquellas reporteras de las “notas 
amables del espectáculo”. ah, y también de Milagros, la hija de andreíta y de 
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Manolo, quien ocupó parte prominente en esta caravana alucinada de músicos 
ambulantes. En fin, quién puede dudarlo, se trató de una verdadera noche de 
yajé con sus contrastes, con el vértigo que induce la toma, en medio de sus es-
trujones y temores, de la elación y del gozo en pos de la cura o de la revelación. 
y entonces la Florecita le informa a la periodista que,
… el yajé más que bonito, es como duro, es casi como un castigo, un exa-
men para ver si uno se ha portado bien. yo no sé si es que sumercé está con 
dios ahí o es que todos tenemos a dios adentro. Lo que pasa es que la gente 
coge esto y dice “ah claro es un alucinógeno”, pero no. El yajé sólo le da a usted 
algo bonito cuando usted se lo merece, no antes. Es una recompensa, porque 
además es un remedio, es una purga. y su música también es sagrada. recu-
perar esa esencia sagradaes el reto de muchos músicos y los atercio estamos 
en esa onda. En una ceremonia de éstas de yajé es que uno se da cuenta de que 
la música sí es re-sagrada y que es nuestro vínculo con las demás personas. 
yo fui bendecida. Milagros llegó en un momento muy especial y me partió la 
vida en dos. a mí fue en un yajé que me dijeron que tuviera un hijo o me dije 
a mí misma. y explicarlo es difícil si cada uno, además, siente diferente. yo 
sentí que un ángel vino, cual María. y supe que Mili iba a venir. Me sentí te-
naz esa vez, lloré… porque siempre pensé que no iba a tener hijos. 
sí andreíta, usted tiene mucha razón. todos podríamos decir lo que usted 
dice, en medio de esta incertidumbre, en medio de este desarraigo, en medio del 
angst –perdón por la palabrita que quiere decir, en buen romance, miedo, te-
mor, angustia, opresión, tortura, tormento, susto y muchos otros significados, 
todos de ese corte– en el que hace décadas vivimos en Colombia. todos y todas 
nosotros, siempre a la espera de un milagro, de una salvación que venga de dios 
y de la Virgen, de una lotería, de la mano providencial de un experto doctor o de 
un presidente-taita que nos redima de nuestras inseguridades, nos diga sin am-
bages quiénes son los buenos y quiénes son los malos, así clarito, claritico, y nos 
solucione de una vez por todas nuestros problemas. Empero, es que como usted 
dice, esto de explicar a Colombia es bien difícil –re-difícil diría usted–, porque 
la patria, así la llaman algunos mientras se ponen la mano derecha sobre el pe-
cho izquierdo, parece como en un trance de yajé. Porque no se me puede con-
trovertir que Colombia es como el yajé, ambivalente, ambigua, contradictoria y 
terrible, una paradoja tras otra que no se puede comprender desde esos cánones 
de la racionalidad con la que nos miran y nos miramos –esos cánones de la cien-
cia social normal, heredada de los europeos occidentales y los norteamericanos; 
esa misma que los traductores locales, nosotros los académicos, que dicen, nos 
empeñamos en aclimatar por estos lares, sin mucho éxito al parecer–. 
¿y es que quiere que le haga una confesión, andreíta? Esta realidad nues-
tra, terrible y sublime al mismo tiempo, bella y horripilante, violenta y doloro-
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sa, tan llena de sin salidas, esta esquizofrenia en la que vivimos, esta falta de 
piso –y no busque un piso de certezas racionales, que por aquí de eso no se da–, 
necesita de una especie de desorden epistemológico para empezar a ser enten-
dida. Porque lo que es desde una obsesión por el orden, por ahí ya no andare-
mos mucho más trecho. sí, le repito, una epistemología del desorden, similar a 
la que induce el ágape del yajé en sus adeptos. de lo que se trata es de olvidar-
nos de nuestras farándulas bobaliconas, de esos intentos tan nuestros de ser 
tan “modernos” como los de “Mayami” –o de washington, new york, London, 
Paris, o cualquiera de esos otros centros de los que extraemos nuestras imá-
genes de deber-ser para imitarlas–. y olvidarnos, de contera, de volvernos otra 
vez indios, con todo y lo inane de lo que nos predican como “lo natural”, lo ver-
de, la naturaleza incontaminada y prístina. La nueva Era, que dicen. La última 
enseñanza del yajé, y aquí sí me uno a ti, querida andrea, es permitirnos pensar 
creativamente desde el desorden –desde el tremendo desorden que los tiempos 
que corren en este país y en el planeta han gestado en nuestras vidas–. desde 
el desorden real y concreto, desde esa locura en la que nos ha sumido nues-
tro desarraigo. desde ese desorden que hace que tomen yajé al unísono gentes 
del “sur” y del “norte”, “indios” y “blancos” y “mestizos” y “afrodescendientes”, 
“doctores” y semi-analfabetas, yuppies y desempleados. desde el desorden, en 
fin, de las tomas del yajé a la que sus adeptos concurren en pos de la artificiosa 
comunidad que les permita mirar por unas horas, e intentar olvidar el desamor 
y la locura en la que los ha arrojado el libre mercado y sus ansias de “maximi-
zar” –así dicen– la extracción de plusvalías. una pena que después, toda esta 
creciente audiencia de urbanitas yajeceros regrese sin solución de continuidad 
a sus rutinas de distancias y separaciones, que todopoderosos guardas de segu-
ridad privada se preocupan con desvelo en mantener. Como que estos guardas 
mantienen así mismo secuestrada, detrás de los privilegios de muros, de cáma-
ras de televisión y de perros de presa, una verdadera locura colectiva que nin-
guna dosis de yajé chamánico podrá curar. 
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